Sometiendo a Fátima

De nuevo, para pagar una deuda, una joven madre ha de someterse a los caprichos de dos hombres, delante de su marido

A la vez que seguía trabajando para "El Calvo", todo lo que había pasado, en la que mi mujer, Belén, tuvo que pagar ante nuestros ex empleados la deuda que teníamos con su cuerpo, nos había llevado a que cada vez estuviéramos más distantes, hasta que al día siguiente de mantener en encuentro con Lola y Fran, en el que los dos empresarios se cobraron con sus servicios la deuda que habían comprado al mafioso, me pidió el divorcio.

Me ofreció su empresa a cambio de la vivienda además de pasarle una pensión sobre los niños, de los que ella tendría la custodia. Llegamos a un acuerdo con facilidad. Me dijo que necesitaba el dinero con urgencia, aunque se negó a darme explicaciones sobre los motivos. La fábrica iba bien ahora, además ganaba un buen dinero trabajando para el usurero y la verdad es que después de aquello, yo también era partidario de separarnos.

Unos días después, "El Calvo" me llamó para darme un nuevo caso en el que deberíamos cobrar al matrimonio la deuda. Al ver de quien se trataba me quedé sorprendido. Fátima y Maciel. Los conocía desde hacía tiempo. De hecho, su hija Eva, iba al mismo colegio que la mía. Él se dedicaba al negocio de la importación de coches, y de hecho, era quien me había vendido mi vehículo actual. Ella trabajaba atendiendo el concesionario.

Me explicó que varias veces le habían pedido préstamos cuando veía una buena oportunidad de comprar un lote de vehículos. Lo devolvía enseguida. Ahora le había surgido un problema, y la partida de coches que había comprado era robada, y la policía los había confiscado. Esto le impedía poder amortizar su deuda.

Fátima era una mujer de unos 32 años, delgada, rubia, y con muy poco pecho. Nadie diría que tenía esa edad, ya que parecía una cría de 20, Ahora sería la siguiente mujer que se sometería a los caprichos de unos nuevos acreedores.

Maciel era una persona lanzada en los negocios y maniroto con el dinero. No tenía propiedades, su casa y el concesionario eran ambos de alquiler, por lo que resultaría complicado que pudiera juntar el dinero para el pago.

Pregunté quién compraría la deuda. La respuesta fue que era un hombre que ellos no conocían personalmente, pero que tiempo atrás, Maciel había jugado una mala pasada, comprando un lote de vehículos a bajo precio y al que el empresario, no habían podido hacer frente a su compra.

Pensé que el encuentro tendría mucho morbo, aunque por otra parte me parecía ciertamente violento participar en la fiesta. "El Calvo", añadió que una semana atrás, había enviado a un par de esbirros para que los asustasen un poco. Les reclamaron el dinero en el concesionario, rompieron un par de faros a uno de los coches de la exposición y destrozaron el ordenador que estaba sobre la mesa de Maciel.

Fátima no era especialmente atractiva. Era tremendamente delgada, y sin apenas delantera. Esa misma tarde me reuní con los dos compradores, Álvaro y Germán. En realidad era Álvaro quien compraba la deuda. Germán era un fiel empleado, de casi dos metros de estatura, complexión muy fuerte y sobre todo, lo que le diferenciaba, era su color de piel negra.

Estuvimos hablando de lo que pretendían hacer. "El Calvo" les ofreció la disposición del matrimonio para sus caprichos, aunque para él sólo era interesante la mujer y que su esposo estuviera presente. La posibilidad de poder hacer fotos era algo que también les atraía. También solicitó instalar una cámara en una de las habitaciones y otra en el baño, ambas con sonido. Sin duda quería recrearse en la situación una vez finalizada.

Como el hombre era casado, solicitaron que tuvieramos el encuentro por la tarde. Lo haríamos en una casa que "El Calvo", solía utilizar para este tipo de situaciones.

A la mañana siguiente, sin avisar, fui a ver al matrimonio. Me recibieron cordialmente, aunque su semblante cambió al saber que yo también trabajaba para "El Calvo". No obstante, les tranquilicé al explicarle que había una solución para liquidar su deuda, y que mantendríamos una reunión esa misma tarde.

Me hicieron varias preguntas que contesté a medias. Al final hablaron entre ellos y decidimos que los pasaría a buscar a las tres de la tarde para llevarlos al lugar de la reunión. Dado que había cierta amistad entre nosotros, me ofrecieron comer con ellos en un restaurante próximo para después marcharnos, pero decliné su invitación con el objeto de no tener que dar ninguna explicación, ni sentirme peor de lo que me sentiría, una vez comenzase el juego.

A la hora señalada pasé a recogerlos. Fátima iba bastante sexy, con unas botas negras tapadas por unos pantalones vaqueros, una camiseta rosa con rayas marrones y una chaqueta fina de punto abotonada por delante. Además, un largo collar de bolas colgaba de su cuello. Solía vestir con tacones, ya que era de baja estatura.

En unos veinte minutos llegamos a la urbanización donde estábamos citado. Era una casa de tipo rústico. Al llamar, nos recibió Germán y nos invitó a pasar.

Amablemente nos sirvió un café y sacó varias botellas de licor y unos vasos para que cada uno se sirviese a su gusto.

Cómodamente sentados, empecé a explicarles, como era costumbre, en qué consistiría el pago de su deuda y también, la reacción fue la habitual.

 Fátima, Maciel. Como sabéis trabajo para vuestro acreedor, "El Calvo". Debíais haberle pagado hace ya unas semanas pero no ha sido así. Ahora él, ha decidido vender vuestra deuda, a estos dos señores, y será ahora cuando la liquidéis.

 ¿Cual será la forma de pago? – Preguntó el marido extrañado.

 Según tengo entendido, hace unos años, hicísteis una jugada desagradable a Álvaro Hoy pretende tomarse una pequeña vendeta. La forma de hacerlo, será que durante el resto de la tarde, esteis a disposición de ellos.

 No te entiendo. – Volvió a contestar Maciel.

 Bueno. Mantendrán un encuentro sexual con Fátima, y tú estarás aquí para verlo todo. Dispondrán de vosotros toda la tarde a su antojo y cumpliréis todos sus caprichos. Haréis todo lo que os pidan.

Se produjo un largo silencio.

 Cariño, no dejes que me hagan todas esas cosas que dice Ángel.

 Nos vamos.......... – Explicó con voz firme el marido.

 Antes de nada, quiero que sepáis que mi jefe no se anda con tonterías. Sino accedéis a que la deuda quede hoy mismo saldada, deberéis ateneros a las consecuencias. Recordad que tenéis una hija, y sabéis como se las gasta mi jefe, de hecho, creo que ya habéis recibido una visita de uno de sus hombres.. Ahora, os acompañaré a una habitación para que lo decidáis.

No cabía ninguna duda que aceptarían. Conocía la reacción de las parejas y si tenían hijos, para ellos era un punto muy débil, igual que nos pasó a mi ya exmujer y a mi.

 Pero, ¿qué les hemos hecho para que nos quieran humillar así? – Preguntó inocentemente la mujer.

En esta ocasión fue Germán quien les explicó el asunto de los coches, y del problema y humillación que generaron sobre su jefe.. En ese momento, su marido hizo memoria y comenzó a implorarles.

 Sino los hubiera comprado yo, lo habría hecho otro.

 Si, pero no fue otro, sino tú.

 Entonces, deja que pague yo la deuda, dejadla a ella.

 Sois un matrimonio de gananciales. La empresa es de los dos, y ambos pagaréis, ella actuando y tú observando.

Se produjo de nuevo un silencio y les invité a acompañarme para que decidieran, algo que sabía que harían.

 Una cosa – Interrumpió Álvaro. He visto como vas vestida y parte de lo que llevas no me gusta. Cuando salgas, si es que aceptáis el trato, quiero que no lleves puestos los vaqueros, ni tampoco la camiseta que llevas debajo de la chaqueta. Las botas si, eso me gusta.

Acompañé al matrimonio, que mostraba un rostros serios, a la cocina, para que se tomaran unos instantes para pensar la situación.

La casa tenía un enorme salón con chimenea. Dos sofás la rodeaban de manera amplia, y sería donde se produciría el espectáculo. Mientras, aprovechamos para tomar algo, mientras la pareja decidían darnos su respuesta.

Se les oía hablar a lo lejos, a veces la voz se levantaba y en otras ocasiones ella lloraba. Al poco tiempo, la puerta se abrió y la pregunta de Fátima hizo saber que aceptaban el trato.

 ¿Qué es lo que tengo que hacer?

 En primer lugar – Respondió Álvaro – Te he dicho que deberías salir sin vaqueros, sin camiseta y con las botas y la chaqueta puesta puestas, así que vuelve al cuarto y obedece.

 Otra cosa – Ahora fui yo quien hablé. – Podéis parar esto cuando queráis pero el trato quedará sin validez, ¿entendido?

Acompañé a la mujer a la cocina, mientras Maciel quedaba de pie, en el salón, esperando la vuelta de su mujer. Mientras la cámara que se había colocado allí, hacía su función y tomaba la fotografías que deseaba Álvaro.

Fátima salió como le habían indicado. Con la chaqueta de punto, que no llegaba cubrir sus bragas, el collar y las botas negras. Era su indumentaria para aquel encuentro. Apenas la vimos de espaldas, todos supimos que era un tanga.

Álvaro, sabiendo su superioridad en la situación, habló, dirigiéndose a Maciel.

 Te diré algo. Tengo 55 años. Llevo casado más de 30 y jamás he sido infiel a mi mujer y ella, jamás ha sido tocada por otro hombre, ni tan siquiera ha sido vista desnuda por nadie, algo que no podrás decir de tu esposa.

Me desconcertó su apreciación, ya que eso significaba que no iba a tocar a Fátima. Se levantó y soltó el primer botón de la chaqueta de Fátima y la hizo colocarse sentada en cuclillas junto a la chimenea. Después se sentó y empezó a sacar las primeras fotografías.

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Le veía excitado. Hacer de fotógrafo erótico, sin duda era algo que atraía a Álvaro por lo que continuó apretando la cámara.

 Es una imagen realmente preciosa. Lleva una ropa interior color leopardo. Sin saber como iría vestida, hace juego con los cojines que hay en el suelo.

No había caído en ello. La mujer, delgada, pero sentada con las piernas abiertas, con sus botas negras a media pierna, resultaba muy sexy.

Le miré la cara, estaba llorosa y muy colorada. Sin duda estaba pasando un mal rato. Me miró al ver que la observaba y me suplicó en voz baja.

 Por favor. Sácanos de aquí.

No podía hacer nada, pero contesté.

 Nadie os obliga a esto. Yo sólo estoy aquí para dar fe que pagáis la deuda o que no lo habéis hecho.

El mecenas se levantó y situó a la mujer en el suelo ahora y le hizo abrir las piernas. El escote se desplazaba por debajo del sujetador y el collar dorado caía entre sus pequeños pechos. Volvió a sentarse, ahora en el otro sofá y continuó haciendo su batería de fotos.

Fue en ese momento cuando me di cuenta que llevaba aún el anillo de casada. Reflejaba que tenía pareja, que estaba enamorada, algo que yo sabía porque frecuentemente la veía besar a su marido. El empresario también se dio cuenta y dirigió el flash a su mano.

Avergonzada por ello, más que por estar semidesnuda, por mostrar el anillo que muchos años atrás le puso su marido sellando su matrimonio.

Disfrtuando de lo que estaba haciendo, volvió a levantarse para cambiarla de posición. Ahora deseaba que sus muslos desnudos quedaran libres para ser vistos y grabados.

 ¿Hasta donde vais a llegar con esto? – Preguntó el marido ofendido y agobiado.

 Hasta donde llegue nuestra imaginación. No te quejes, de momento yo me voy a conformar con hacer fotografías.

La mujer sentada en el suelo, aceptaba avergonzada los comentarios, que sin ser groseros, ni obscenos, eran humillantes. Intentó colocar un cojín tapando sus muslos que de inmediato, fue obligada a retirarlo.

 Ponte de pie, Fátima. – Ordenó el viejo.

Incómoda por la situación estando sentada, lo hizo aliviada. No sabía que la situación se le iba a complicar aún más.

 Tienes el cuerpo de una jovencita. No se nota que hayas sido madre.

Llevaba razón en su comentario. Tenía un buen tipo. En alguna ocasión la había visto en pantalón corto. Salvo su trasero desnudo por el tanga, ya había contemplado sus piernas y sus muslos, aunque ahora, la situación era mucho más morbosa y en breves minutos la vería desnuda.

 Quiero que te desabroches la chaqueta y te la quites.

 Alvaro, por favor......... – Protestó el marido.

 Maciel. No estáis obligados a hacer nada. Podéis marchaos si así lo queréis, eso si, sin que olvidéis que seguiréis manteniendo una deuda con "El Calvo" – Le expliqué

Cuando pronunciaba el nombre de mi jefe, todos los deudores callaban y se sometían.

 Estoy esperando, Fátima.

La mujer se dio la vuelta y se puso frente a la pared. La veíamos mover los brazos mientras imaginábamos sus manos desabrochando la chaqueta. Al fondo se oía el chasquido de la cámara que grababa todos los movimientos.

Fue a hacer intención de quitársela, incluso desnudó uno de sus hombros, pero en ese momento se vino abajo y apoyó sobre la repisa de la chimenea donde comenzó a llorar de manera sonora.

 Fátima. Yo también me derrumbé cuando tu marido adquirió a precio de saldo mis coches, pero ya me he repuesto. Quiero que te des la vuelta, queremos verte de frente.

Aún tardó varios segundos en girarse, pero no tenía otra alternativa. Secó sus lágrimas y de manera lenta, se situó enfrente de nosotros, momento que aprovechó Álvaro para tomar nuevas fotografías.

 Ahora quítate la chaqueta.

Temblaba. Realmente no le tapaba nada, pero sus manos no se estaban quietas. No podía soportar la vergüenza. Flexionó ligeramente las piernas y tomó la chaqueta por la parte de abajo y la abrió más. Ahora sólo le quedaba quitársea.

Se quedó quieta. No podía mover los brazos. El viejo sonreía mientras continuaba fotografiando el cuerpo de la mujer que se mostraba muy erótica.

El mecenas continuó hablando, viendo que ya tenía a la mujer totalmente a su disposición. Le pidió que se quitase la chaqueta de nuevo. La vergüenza agobiaba a Fatima. Obedeció y abrió del todo su chaqueta, la levantó y la levantó por encima de su cabeza.

Las fotografías continuaron, mostrándose esplendorosa ante la cámara. Tan sólo un sujetador y una pequeña braga, tapaban su intimidad.

Cabizbaja, quedó ante nosotros con las dos prendas, momentos que siguió aprovechando para obtener más imágenes. El poco pecho de Fátima, hizo que un tirante del sujetador cayese sobre su antebrazo.

Álvaro tomó dos cojines y los situó en el suelo. Pidió a Fátima que colocase sus rodillas sobre ellos y volvió a fotografiar. Sus piernas estaba abiertas hasta el extremo. Imaginaba que su sexo estaría muy abierto.

 Realmente eres preciosa. Ahora me gustaría ver esas tetitas tan bonitas que debes de tener. Son pequeñas pero han de ser como un caramelito.

Con sus ojos mojados, echó sus manos hacia atrás y soltó su sujetador. Pero de nuevo se sintió mal, agobiada y humillada y se sentó sobre el escalón de la chimenea, con el sujetador entre las manos y tapando con sus antebrazos los pequeños pechos. Al empresario no pareció importarle y continuó con su trabajo de fotógrafo.

Sabiendo que el matrimonio era conocido mío y con el ánimo de humillar más a la mujer me pidió que tomase sus sujetador. Me acerqué a ella. No necesité hablarla, Me lo entregó sin decir nada, dejando sus pechos desnudos ante nuestras miradas.

 Fátima, colócate de pie y situa tus manos apoyadas en la pared. Quiero ver tus tetitas.

Ya no suplicaba. Su marido cabizbajo aceptaba lo que su mujer estaba haciendo para el pago de la deuda, como yo había hecho meses atrás. Ella sólo lloraba. Su actitud era sumisa.

 Ángel. Quiero que me hagas otro favor. Bájale las bragas hasta la mitad de sus muslos y tú, zorrita, quiero que separes un poco las piernas para mi album de fotos.

Me acerqué a ella. Me arrodillé y tomé su tanga por los laterales. Lo fui bajando poco a poco. Su sexo estaba casi depilado, con una pequeño felpudo escaso de vello por encima de sus labios mayores. Me retiré para que el mecenas pudiera continuar con su trabajo de fotógrafo.

Se tomó su tiempo para las fotografías y le pidió que se sacase el tanga. La mujer quedó totalmente desnuda.

Al quedar sin nada, tan sólo con el collar, se tiró desconsolada al suelo, tumbada encima de los cojines. El viejo la dejó desahogarse durante unos segundos antes de volverla a incorporar.

 Venga. Déjate de tonterías, siéntate de nuevo en la chimenea.

Hundida se sentó, intentando ocultar su sexo. Cerró sus piernas y metió sus manos entre ellas intentando ocultar lo que el empresario estaba deseando fotografiar.

La mujer, en un ataque de rabia, se quitó el collar y se levantó de forma brusca, queriendo irse, pero sabiendo que no podía haciendo. El acreedor se mantenía firme, y la dejó hacer.

 Estás más tranquila. Pues ahora sientate de nuevo y deja que te fotografíe. Retira esa mano para verte bien el coño.

Parecía no tener sentimientos. Se mostraba frío. Obligó de nuevo a abrir sus piernas y volvió a sacar una imagen de ella.

El viejo, con mucha calma, le indicó que el trato sólo seguiría si se ponía el collar.

 Hasta que pasemos a otra fase más dura, quiero fotografiarte desnuda, con el collar. Así que quiero que te sientes, abras mucho las piernas, y permitas que todos contemplemos tu chochito y que yo me lleve un bonito recuerdo. Sino lo haces, podemos dar esto por terminado.

 Ya sabéis que deberéis hacer todo lo que os pida. Sino la deuda no quedará saldada. – Tuve que intervenir.

La mujer se arrastró para recoger el collar y volvió a ponérselo. Después se situó sobre un cojín y abrió las piernas dejando un precioso sexo rosado a nuestra vista. El viejo la ordenaba que se moviera mientras sacaba sus recuerdos.

 Antes de nada, voy a sacarte unas fotografías de tu culito. Ponte de rodillas y levanta el pompi.

Con una señal, simón cogió a Fátima y la subió sobre la chimenea. Cogió a la mujer. La diferencia de envergadura y peso era enorme, por lo que la subió sin esfuerzo. Quería unas imágenes más y las obtuvo. Con su sexo abierto, expuesta a los flashes de la cámara, el viejo consideró que la exposición fotográfica de la mujer había terminado.

 Perfecto, ahora sacaré la fotografía sobre la chimenea y se acabó tu trabajo como modelo.

 ¿Hemos terminado? – Preguntó con voz llorosa.

 Has terminado de posar para mi. Ahora vamos a disfrutar de un espectáculo en el que tú y Simón sereis los protagonistas

El subordinado, conociendo su función se desnudó. Fátima gritó al verlo. Maciel, su marido gritó, pero no tenía más remedio que aceptar.

Al verlo desnudo y ver su herramienta, pensé que la iba a destrozar. Su miembro era enorme.

Simón se acercó y ella de inmediato se defendió aunque con un resultado inútil. En el forcejeo el collar se rompió y las bolas cayeron por el salón.

 Vaya, eres brava. Ya que no tienes el collar que tanto me gustaba, quédate desnuda del todo. Ahora haznos un strep tease final. Quédate totalmente desnuda, no quiero que lesiones a mi empleado con las botas.

Se agachó, bajó las cremalleras y las sacó sin dificultad. Ahora estaba totalmente desnuda.

De inmediato, Germán la agarró. La levantó sin dificultad y la llevó a uno de los sofás ante la atenta mirada de su marido que poco podía hacer.

Sin dificultad la colocó encima de él. Ella intentaba apartarse de su pene. Le asustaba. Pero un grito del empresario le obligó a separar las piernas. Ella, con un fuerte llanto obedeció. Simón le introdujo un dedo y después otro. Gritó de manera desesperada.

 Guapa. Si te duele que te meta dos dedos, verás lo que pasa cuando te meta esa cosa negra por tus dos agujeritos.

Metía y sacaba los dedos. Ella sólo chillaba.

 No grites. No armes escándalo. ¿Entendido?

Ella dejó de chillar, aunque su rostro mostraba gestos de dolor.

El negro la besaba por todos lados. Su miembro estaba erecto. La levantaba y la movía sin ninguna dificultad. Era una muñeca en manos de un gigante que disfrutaba a su antojo del cuerpo de Fátima.

 Colócate encima de él. – Le ordenó el viejo.

 Por favor, no – Dijo chillando y aterrada.

 No te lo repetiré.

De nuevo, se plegó a los deseos del mecenas y se colocó encima de Germán. Sin esfuerzo, este la levantó un poco y su miembro se introdujo hasta dentro en la vagina.

Observé a Maciel y no miraba. No quería ver como su mujer era penetrada. Ella continuaba suplicando que parasen. Al dolor físico, se añadía el dolor moral.

Por su parte, el viejo le iba indicando lo que quería de él. Le ordenaba que tocase sus pechos, que la levantase, más dentro, ahora fuera.

La tumbó. De malas formas le separó las piernas para que pudiera entrar en su pequeña vagina.

Como una pequeña muñeca, era manejada por el gigante. Le tocaba los pechos con fuerza mientras su pene entraba y salía. Conseguía mantener su miembro erecto sin llegar a correrse. Por su parte, ella ya no gritaba. Tenía los ojos cerrados intentado que terminase su martirio.

 Ahora, dale un poco por el culo. A ver si le entra.

 Nooooooooo. Gritó. Me destrozará, cabrón. Ya está bien.

Germán obedeció a su jefe. Coloco a Fátima con la cabeza encima del respaldo del sofá, Le separó los cachetes y tomó las manos de ella para que mantuviera el ano abierto y fuese posible la penetración. Le hablaba y le decía como había de hacerlo. Ella sólo lloraba.

De forma muy lenta, la introdujo. A cada movimiento venía un grito de la mujer. El marido se sentó en el suelo y se tapó los oídos. El empresario tomó dos fotografías más y soltó las palabras que ambos esperaban desde que entraron en la cas.

 Ahora si hemos terminado. Puedes ir a vestirte.

Yo había ido a la cocina, y había cogido la ropa que se había quitado allí y se la entregué. Se fue directamente al baño y salió a los pocos minutos.

Quien desee este relato con las fotografías correspondientes, puede solicitármelo al siguiente correo:

pedroescritor@hotmail.com

Como había sido deseo del comprador de la deuda, habíamos puesto cámaras en la cocina, baño y habitaciones, por lo que pudimos ver después, como se ponía su camiseta, y avergonzada, se miraba al espejo.