Sometido por una chiquilla

Mi hermanastro siempre ha hecho lo que desea con las mujeres. Hasta que conoció a Bea, la hermana menor de su novia, una chiquilla que lo volvió el sumiso. No tienes derecho a opinar. Si vuelves a hablar, esto se termina aquí y ahora. ¿Entendido, Claudio?

Resumen: Mi hermanastro siempre ha hecho lo que desea con las mujeres. Hasta que conoció a Bea, la hermana menor de su novia, una chiquilla que lo convirtió en sumiso. "Si vuelves a hablar, esto se termina aquí y ahora"

Entro en la habitación y veo a mi hermanastro sentado en mi cama, viendo la televisión. Hace mucho que no nos topábamos. Cuando lo botaron de la casa de mi madre, por pervertirme, muy rara vez se aparecía por esos lados. Luego, al entrar a la Universidad, yo era la que no tenía tiempo para visitarlo.

—¿Qué haces aquí, Claudio? —le pregunto, tal vez, sin la emoción que me invadía.

—¿Esa es la forma de recibir a tu hermano, Jess?

Sin pensármelo dos veces, me lancé a sus brazos y lo besé con fiereza. Claudio fue quien me enseñó lo que era el sexo. Podría decirse que es mi maestro. Con él aprendí a tocarme, a realizar sexo oral, a follar. Con él viví mi primera experiencia, y también me incentivó a que probara mi mismo sexo.

Es dos años mayor que yo y uno de los mejores amantes que he tenido.

Comenzamos a tocarnos, mientras conversábamos de lo que había sido nuestra vida.

—¿Y aún estás con esa novia fresa que tenías? —pregunto con malicia.

Tania es su nombre, una chica bella, un tanto exuberante para mi gusto, pero con la cual, no tendría problemas de hacer un trío, claro que con Claudio en medio.

—Pues de eso te vine a hablar —me responde, alejándose.

Con Claudio nos contábamos todo; con quien nos metíamos, a donde follábamos. Nos damos consejos y luego cogimos. Simple y espectacular.

—¿Qué ocurre ahora con ella?

Él me sonríe con malicia y se acomoda para narrarme lo sucedido. Se veía ansioso y tuve la extraña sensacion de que esto me agradaría más de lo que pensaba.

—Lánzalo, hermanito, que para eso estoy —le insistí.

—¿No me interrumpirás? —pregunta. Y yo, ansiosa ya, negué rápidamente.

"Como era usual —comenzó a decir—, Tania y yo habíamos tenido nuestra discusión semanal. Ahora realmente, ya no me preocupan; ocurren con tanta constancia que sabía que, a los pocos días y con una plática "emocional", volveríamos a andar de nuevo.

El problema era que ya no sabía si quería andar con ella.

Soy un hombre, no una piedra. Tengo debilidades como todos, y mi debilidad es la hermana menor de mi novia, Bea. O Beatriz, como me corrige Tania muchas veces.

Una rebelde sin causa, debo agregar; su carácter sombrío y andar misterioso eran los causantes de mi obsesión. Es enfermizo, porque con mis, casi, veinticinco años, mi deseo infalible de querer acostarme con una de dieciocho es, prácticamente, retorcido.

Tiene una figura curvilínea, bastante bien formada para su edad. Vaya, a los dieciocho años, casi todas las mujeres consiguen definir su cuerpo, pero el de Bea es… impresionante.

Bea usa casi siempre unos shorts raídos y deshilachados, por lo que sus piernas torneadas me vuelven agua la boca cada vez que la veo. Sus camisetas ajustadas y, la mayoría de ellas, cortas, realzan sus pechos… Mientras Tania los tiene enormes, los senos de Bea son más bien firmes y justos. Adiviné que darían a la perfección en mi mano.

Tania y su hermana menor son completamente polos opuestos: Tania se había teñido su cabello de rubio mientras que Bea conservaba el tono caoba. Siempre lo lleva amarrado en una coleta revuelta, con el fleco de lado y algunos mechones detrás de las orejas. Tania usa faldas de tablones color rosa, blanco, azul pálido y demás tonos pasteles; Bea, sus shorts desgastados, faldas de mezclilla negra, pantalones entubados Tania lleva una manicura perfecta —según ella, pues yo no entendiendo mucho de ello—, tanto en sus manos como en sus pies; Bea sólo utiliza esmalte color negro, y eso le era suficiente. Tania escucha Britney Spears, idolatra a Paris Hilton, y ve películas románticas; Bea te rompe los tímpanos con Cradle of Filth, su ídolo es Kat Von D, y tiene una extensa colección de películas sobre vampiros.

Y podría seguir… las diferencias nunca acabarían

Ese día después de la discusión con Tania. Fui a hablar con mi novia… no habíamos quedado en algo, pero en nuestra rutina, yo iba a su casa y hablábamos. Me besaba y terminábamos en su habitación, cogiendo con ganas.

Lo mismo de siempre.

Y ese día, tenía ganas de acostarme con alguien. Timbré y nadie me contestó. Le hablé a su móvil y me mandó a buzón. Toqué, grité su nombre… parecía como si yo estuviese desesperado por hablar con ella, cosa que no era cierto. Estaba desesperado por tener sexo.

Me acordé entonces que siempre había una llave bajo el tapete

Abrí la puerta, cerrándola después a mis espaldas. La casa estaba vacía, eso se notaba a leguas. Ni el coche de sus padres, ni el de ella… ¿qué carajo pasaba ahí?

—¿Tania? —llamé, para ver si estaba en su habitación. No recibí respuesta. La volví a llamar, esta vez un poco más fuerte—. ¿Tania?

El orgullo me pesó: había sido plantado.

Conforme me iba acercando a la sala de estar, un zumbido resonó en mis oídos. Alguien escuchaba música a todo volumen. Un tipo de música que me hizo sangrar los oídos, porque las guitarras chillaban, la batería retumbaba con fuerza, y el vocalista parecía desgarrarse la garganta al cantar.

Bea.

Enseguida, el ritmo cardiaco se me aceleró. Mierda, siempre me pasaba eso. Contrario a sentirme asqueado de mí mismo por desear sexualmente a una niña comencé a sentir la ansiedad llegándome hasta el cerebro, y cierta otra parte, que comenzaba a cobrar vida. Mierda, yo tenía novia… y se suponía que la amaba.

Pero a esas alturas, ya no estaba tan seguro.

Llegué al rellano del segundo piso, y la música se hizo más pesada y más insoportable. Aunque algo me decía "ve al cuarto de tu novia, ve al cuarto de tu novia", no le hice caso y seguí ese molestoso escándalo. La puerta estaba entreabierta (con letreros de 'no pasar' 'aléjate' 'jódete' etc.) por lo que la abrí un poco más, teniendo una visión periférica de lo que era la habitación de Bea.

La "música" venía del aparato de música que se encontraba junto a otra puerta entreabierta. Me acerqué, y alcancé a ver el título del CD antes de escuchar un gemido mínimo.

Tan sólo una leve nota, pero fue lo suficiente como para atraer mi atención… provenía de la puerta que estaba justo al lado, como invitándome a averiguar qué coño pasaba ahí dentro.

Y vaya, yo soy un chismoso de lo peor.

Una oleada de vapor azotó mi cara, impidiéndome ver por unos momentos. Al principio, cuando la vista se me aclaró, tuve la tonta idea de ir y llamar a una ambulancia, porque ella estaba allí, tendida en la bañera, con el cabello chorreante asomando desde el borde, mientras ella convulsionaba levemente

—Mierda —susurré cuando descubrí la naturaleza de sus convulsiones.

Me paralicé al ver como sus dedos se curveaban conforme las emociones le llegaban hasta la punta de los pies. Se agarraba fuertemente, evitando sacudirse violentamente. El chorro de agua no llegaba a estrellarse contra el material de la bañera, porque lo que alcanzaba no era la superficie de ésta

E involuntariamente, comencé a ponerme duro.

Su cabeza cayó hacia atrás, y pude ver sus labios entreabiertos, exhalando pesadamente. El cuerpo resbaladizo y húmedo se veía, carajo, deliciosamente flexible conforme se arqueaba al sentir… lo que sea que estaba sintiendo.

Yo ya no podía más. Me estaba poniendo duro… por la hermanita de mi novia.

—Ungh —gimió, y esta vez, los nubarrones que me impidieron ver bien no eran, exactamente, por el vapor.

Esto se me estaba saliendo de las manos.

Y por poco desfallezco cuando, unos minutos después… Bea se sacudió, con fuerza

Sí, me quedé a ver todo. Culpable.

Sus piernas se doblaron, su espalda se arqueó, su garganta gritó, su cabello se ondeó… esa cascada castaña que brillaba de humedad

Humedad.

Mmmh. Estaba en terreno peligroso.

Aborta, Claudio. Aborta. —pensé para mí.

Tratando de salir de allí lo más silenciosamente posible, sentí, al darle la espalda a Bea y su cuerpo, un par de ojos clavados en mi nuca… y sólo esperaba que no fuese lo que sospeché, en ese momento de delirio y ansiedad.

No quería ser descubierto.

Literalmente corrí, para entrar al cuarto de mi novia, me senté en su cama, apretando los ojos con fuerza, intentando alejar todo pensamiento sucio y depravado relacionado con Bea.

No pienses, no pienses —me dije—. Piensa en Tania… piensa en Tania arrodillada frente a ti, a punto de

No funcionaba. Siempre era esa condenada chiquilla.

—A la mierda —dije.

Me bajé la cremallera, aliviando un poco la tensión. Exhalé, tomando mi pene endurecido con la mano derecha. Comencé a jalármela, porque sospeché que esa era la única solución a mi problema. Movimientos rápidos. Movimientos lentos. Acompasadamente. Frenéticamente. Bea gimiendo, Bea retorciéndose. Bea mojada, empapada.

—Bea

—¿Sí?

Los ojos se me abrieron con brusquedad, y recé para que todo eso fuese una broma de mi cerebro lujurioso. "Por favor, por favor."

Pero como siempre, nadie escuchó mis plegarias.

Bea estaba allí, con su bata de baño, mirando descaradamente mi miembro tieso y rígido. El contorno de sus ojos tenía una pequeña sombra, haciéndola ver un poco… diabólica. Sus curvas se podían ver con total facilidad, marcadas delicadamente por la tela de toalla que estaba ceñida por las caderas. El cabello le caía sobre los hombros, llegando hasta un poco más debajo de los pechos, que estaban alzados majestuosamente, un poco erizados.

Esta imagen no me ayudó —en nada— a disminuir la erección.

—No te molestes —dijo, al ver que intentaba guardarla en mis pantalones—. Ya la he visto. ¿Qué más da?

Se pasó una mano por el cuello, acariciándose la piel. Expuso un poco más de su pecho, y el valle de sus senos salió a relucir, salvaje y brutal. Mi verga se endureció aún más, si eso era posible. Casi la sentí brincar.

—Tania no está —dijo como si nada, sin quitarle la vista a mí pene—. Se quedó a dormir con Mónica. No llegará hasta mañana.

Mis dedos se cerraron en un puño furioso. Saber que no estaba en casa me volvía más ansioso y, sí, lo admito, duro. Sus padres nunca estaban en casa debido a sus empleos, por lo que casi siempre estaban las dos solas. Tania y yo solíamos aprovechar eso al máximo, pero ahora la ausencia de sus papás no fue una muy buena noticia

—Oh, bien… ¿Hace cuánto tiempo que se fue?

Beatriz ladeó su cabeza, mordiéndose un labio. —Hace como unos veinte… o un poco más. No sabría decirte.

Sus piernas torneadas se veían exquisitamente deliciosas bajo el dobladillo de la bata; blancas, firmes y, según pude ver, uno que otro músculo discreto moldeaba sus muslos delicadamente. Sus pantorrillas estaban igual de trabajadas y hubiese parecido un ángel de no ser por los contrastes de su esmalte oscuro y el delineador corrido.

La mirada que me echaba me estaba sacando de quicio. No hacía más que hacerme imaginar cosas… pervertidas.

—¿Qué ves, Beatriz?

Se rió, despegando sus ojos de mi pene y enfocándolos en los míos por primera vez.

—¿Beatriz? Hace rato me llamabas por mi diminutivo.

Las palabras se me quedaron atoradas en la garganta, y me fue imposible hablar. Dios. Su voz ronca y arrastrada me estaba volviendo loco.

Bea se acercó a mí, la apertura de la bata haciéndose más evidente. De nuevo, los nubarrones me cegaron conforme la distancia se acortaba; mi pene creció más, comencé a hiperventilar, el puño se me cerró con más fuerza, sentí mi cabeza como si estuviese metido en una licuadora, dándome vueltas

Sin control.

—Tenemos todo el tiempo del mundo —dijo con voz suave. Tenía una nota grave, pero aún así sonaba condenadamente irresistible—. Lo sabes, ¿cierto?

Se detuvo a unos metros de mí, su imponente figura cegándome, su perfume idiotizándome. Tener mi polla de fuera no me ayudaba mucho, porque revelaba mi verdadero estado de ánimo: excitado como el infierno. Lujurioso empedernido. Un hijo de perra que pensaba engañar a su novia con su hermana menor.

—¿Cómo van las cosas con Tania? —preguntó con burla, apoyando un pie sobre la cama. Cerré los ojos, pero no pude dejar de respirar: la podía oler —. ¿Aún con problemas?

—Eres una descarada

—Lo soy, Claudio . —La forma en la que dijo mi nombre me erizó la nuca, haciéndome exhalar—. Y tú también lo eres… De lo contrario, ¿qué hacías en mi habitación si conoces muy bien la de Tania?

Quise hablar, pero otra vez, no pude. Sentía los labios resecos. Quería humedecerlos. Quería que Bea me los humedeciera con su saliva. Quería que me Bea me los humedeciera con su coño.

—Me viste masturbándome, ¿cierto?

El dolor que sentía mi pene era demasiado. No podía más. Estaba a punto de reventar con tan sólo escuchar su voz, hablándome de ese modo. Tan despreocupada, tan seductora. Gemí en respuesta, sin poder hacer otra cosa mejor. Instintivamente, mis caderas se sacudieron hacia delante, como incitándola a jugar conmigo.

—Y te gustó, ¿no?

—Ajá

Sus dedos se enredaron en mi cabello, y exhalé doblando mi cuello. Tenía los ojos cerrados, pero la olía. Dios, eso se podía oler a leguas de distancia. Me impedía moverme con coherencia, obligándome a actuar como su marioneta. Lo que ella decía, yo lo hacía.

No es que me queje, a decir verdad.

—¿Y qué quieres hacer respecto a eso, Claudio ?

Abrí los ojos, mirándola… se veía altanera, segura de sí misma. Estaba orgullosa de tener a un hombre siete años mayor que ella a su merced. Eso se lo iba a quitar a vergazos, literalmente. No iba a ser utilizado. Yo la iba a utilizar. Si iba a engañar a mi novia, sería a mi modo.

Pero había un problema: aún no podía formar frases coherentes.

Y Beatriz lo notó. Notó que mi estado idiotizado no me dejaba funcionar con normalidad.

De lo contrario, ya me la estaría follando en la pared.

La distancia se acortó; Bea se inclinó más hacia mí, su mano aún prendida de mi cabello. Mi pecho subía y bajaba de lo agitado que estaba… Tenía los labios resquebrajados, deseosos por mitigar la sed que sentían. Sólo Bea podría hacerlo. Y por más que quería imponer la autoridad que se supone una persona de mi edad tenía, no pude.

—Me masturbaba por ti, Claudio . —Acercó su boca a la mía, manteniéndola a unos centímetros de distancia. Escucharla decir eso me ennegreció el alma, aunque también me volvió más idiota—. Pensaba en ti y me imaginaba cómo sería… ya sabes —Rió con burla—, eso .

Gruñí desesperado. No acostumbraba ser el sumiso. Al parecer, los roles con Bea habían sido intercambiados

Yo era su perra.

—¿No hablas? —Gemí, intentando capturar sus labios con los míos. Bea pasó las yemas de sus dedos a lo largo de mi cuello—. Hace rato lo hacías muy bien.

—Deja de estar… jugando conmigo. —Sí, inexplicablemente, pude hablar—. No sabes con quién te estás metiendo.

Bea sonrió, haciendo más presión en mi cabello. Volví a gruñir, esta vez enseñando los dientes. Era increíble como mi ego, aún sometido por una muchacha siete años menor que yo, se las ingeniaba para relucir en el momento menos indicado.

—Sé exactamente con quién me estoy metiendo, Claudio . —El tonito con el que decía mi nombre no dejaba de causarme efecto—. Porque escucho a Tania gritar como loca cuando están en su cuarto… y me encantaría meterme con el causante de esos gritos.

¡Mierda, estuve así de correrme!

—Mientras tanto —siguió Bea, ignorando mi desesperanza—, vas a tocarme.

Su rodilla se abrió, invitándome a tocarla ahí mis puños seguían aferrados al edredón de la cama de mi novia, temblando como desquiciados ante la excitación que sentía. Bea se pegó más, exigente, pero yo no me podía mover

—N-No… No puedo —balbuceé, sintiendo los ojos arder. La tela de la bata comenzaba a clarearse, y los pezones erizados se hacían cada vez más visibles—. Tienes que alejarte de mí antes de que

—¿Antes de que me folles como loco? —Acercó su boca a mi oído, mordiendo mi lóbulo antes de susurrarme—: Es exactamente lo que quiero.

Tomó uno de mis puños rígidos, e inmediatamente, éstos se relajaron ante su toque. Dejé que me guiara… Colocó mi mano en su muslo interno, instándome a ascender todo lo que quisiera. Sus piernas estaban húmedas, y no supe si estaban así por el baño o por

—Tócame. —Su tono de voz era más duro. Se oía casi como una orden—. Ahora.

Su piel suave estaba totalmente erizada; mis dedos se deslizaron por su muslo, temblorosos y emocionados. Mierda, yo estaba emocionado. Cerré los ojos conforme iba subiendo, exhalando suspiros que mantuve dentro por mucho tiempo… Escuchaba a Bea respirar más pesadamente, así que supuse estaba haciendo bien mi trabajo.

—Sigue… así. —Bea jaló mis cabellos con fuerza—. Eso, Claudio .

Y entonces llegué a ese punto. Su punto hirviente… inmiscuí mis dedos con nerviosismo, deslizándolos por sus pliegues. Casi salgo disparado ahí mismo al sentirla empapada. Mi índice resbaló con facilidad por sus labios, pero las emociones eran demasiadas

—Más rápido —ordenó—. Juega conmigo.

A mi dedo índice se le unieron otros dos, yendo de arriba hacia abajo con rapidez. Incapaz de contenerme, hundí mi cabeza en su pecho, exhalando incontrolablemente por su calidez y humedad. Bea hundió sus uñas en mi cuello, y sacó su pecho con brusquedad cuando presioné su clítoris hinchado.

Acabó sentándose a horcadas encima de mí; mis dedos aún seguían tocándola entre sus piernas, aumentando y disminuyendo la velocidad de las caricias. Bea intentaba aguantarse los gemidos, aunque algunos se le salían de los labios accidentalmente. Me encantaba cuando se descuidaba, pero también me gustaba su actitud dominante.

—Mételos… —dijo en mi oído—. Fuerte.

Obedecí. Mis dedos se deslizaron fácilmente en su coño, apretadito y caliente. Bea aguantó la respiración, rasguñándome la espalda. Las estocadas eran rápidas y concisas mientras que con mi pulgar atendía su clítoris.

—Hazme venir.

Suspiré contra su pecho, desviviéndome por complacerla. Nuestras respiraciones se volvieron más frenéticas; ella se contoneaba, se apretaba contra mis dedos, mordía mi trapecio, jalaba mis cabellos… Mis dedos bailaron dentro de ella, tocando los puntos clave que garantizaban un orgasmo. Inmiscuí dos y la sentía tan estrecha… no había forma de que mi pene cupiera en ella.

—Mierda.

Ahogó su grito en mi cuello, succionando levemente mi piel. El ritmo de su corazón resonaba contra mi pecho, revelando su condición actual. Acababa de tener un orgasmo conmigo, cosa que me elevó el ego a las alturas. Mis dedos recibieron su crisis, y tracé leves líneas entre sus pliegues aún después de venirse. Su respiración se normalizó a los pocos momentos… se puso de pie, ignorando mis ojos de cachorro.

Mierda, estaba perdido en esto.

—Lo has hecho bastante bien —dijo con voz pastosa. ¡¿Bastante bien?! Mi orgullo acababa de recibir un golpe muy bajo—. Ahora es mi turno

No supe lo que querían decir sus palabras hasta que se arrodilló frente a mí. Los puños se me volvieron a cerrar alrededor del edredón mientras apretaba los labios. Lo que estaba pasando era, definitiva y tajantemente, impensable. Bea no podía estar a punto de… No quería pensar en las cosas que pasarían si su boca tocaba mí… Oh, mierda; eran puras mentiras: moría por sentir su boca ahí .

—Siempre me lo imaginé, ¿sabes? —Bea se mordió el labio, examinando mi erección—. Pero resultó mejor de lo que esperaba

Sus ojos se estancaron en los míos, e hice todo lo posible para no gemir como niñita. Fallé estrepitosamente cuando su lengua lameteó mi punta, en esa zona sensible en la que perdemos el control. El sombreado negro alrededor de sus orbes verdes la hacía ver más… oh, por Dios, se veía tan zorra. En esos momentos, sin embargo, yo era su zorra.

Oprimí la boca, tratando de ahogar los gemidos. Su lengua torturó la cabeza de mi miembro por mucho tiempo más, dedicándose únicamente a alargar mi desesperación. Sus manos, pequeñas y delicadas, tomaron la base, apretándola levemente. Mis ojos se me fueron hacia atrás, y los puños se cerraron, furiosos, contra las sábanas. Me estaba volviendo loco… no podía hacer nada para dominarla.

Sus dientes rozaron mi carne; siseé… se sentía condenadamente delicioso. Tania nunca me dio sexo oral… decía que era asqueroso y poco higiénico.

Fue entonces cuando su boca se adentró, envolviendo la mayoría de mi pene. Sentía su lengua enroscándose con rapidez, dándome frenéticas bombeadas que me sacaban de quicio. Sus labios recorrían mi longitud sin vergüenza, dejando rastros brillosos de saliva donde sea que tocasen. Sentí sus uñas arañar mis testículos… los dedos de mis pies se me doblaron dentro de mis tenis.

Gimió con mi miembro aún dentro, mandando un millar de vibraciones que llegaron hasta mi espina dorsal. Carajo, el cuello se me había tensado; estaba a punto de engarrotarse… Quise entonces hundirla más, así que la empujé de sus cabellos con una mano.

Me dio un manazo. —Quieto —ordenó, capturando mis dos manos en las suyas. Quedé completamente inmovilizado—. Déjame hacer esto, ¿quieres?

Asentí, completamente humillado… demonios, en este momento, Bea podía pisotearme de ida y vuelta y no me quejaría.

Me reprendió con la mirada antes de meterse otra vez mi verga en la boca… mis caderas se estrellaron contra su rostro, incapaces de mantenerse quietas. Podía sentir mis manos capturadas temblar descontroladamente, pero Bea me mantenía en un estado de inmovilidad del que, honestamente, no tenía problema alguno con él.

Ascendió con lentitud, deslizando sus dientes por toda mi carne. La cabeza se me fue hacia atrás, y comencé a tensarme.

—Bea, yo

El ligero pop de su boca me enloqueció. Definitivamente, la hermanita de mi novia era una zorra.

Pero de nuevo yo era la zorra.

—Dime, Claudio .

¡Mierda, su voz!

—V-Voy a

Como respuesta, volvió a hundirse; no pudo meterse toda —estoy muy bien dotado, y no es por presumir— pero sí que llegó a lugares donde nunca nadie había llegado antes. Relajó la garganta, gimió, pudo inmiscuirse un poco más, volvió a gemir

Exploté. Exploté dentro de ella, y carajo, me valió mierda. Porque ver su garganta tragar mi semen con fuerza me indicó que estaba dispuesta a hacer todo conmigo, y eso no tenía precio.

En seguida, sus dedos se enredaron en mis cabellos, jalándome hacia ella. Bea capturó mi boca con destreza, introduciendo su lengua resbaladiza y salada. Podía sentir mi sabor, y por más asqueroso que se escuchase, me gustó… fue como recibir sal y chocolate; sus labios presionaban desesperados los míos, su lengua danzaba con la mía, enredándose sin control. Quise tocarla, pero me daba manazos cuando mis manos se acercaban a ella. Me mordía alternadamente mi labio inferior, y algunas veces capturaba mi lengua y la estrujaba con sus dientes… eso sólo me hacía desearla más.

Nos separamos demasiado pronto para mi gusto. —No ha estado nada mal —dije, tratando de rebajarle el ego así como ella había hecho con el mío—. Nunca pensé que

Plaf.

La perra me abofeteó.

—¡¿Qué coño fue eso?! —bramé, sin enfadarme del todo. Sus jueguitos me estaban matando, y aunque se escuchase masoquista, me gustaba el rumbo que había tomado la situación—. ¡¿Estás loca?!

—No tienes derecho a opinar. —Bea se incorporó, desatándose la bata—. Si vuelves a hablar, esto se termina aquí y ahora.

Cerré la boca inmediatamente—. ¿Entendido? —inquirió, revelando un poco de sus pechos. Asentí, relamiéndome los labios—. Bien. Ahora, Claudio vas a follarme como nunca en tu vida.

Oh, sí.

—Fuera ropa —demandó, deshaciéndose de su bata. Los ojos se me nublaron al verla desnuda… tan firme y fresca—. No vas a necesitarla.

Me quité toda la ropa a una velocidad increíble. Sus ojos recorrieron todo mi cuerpo con lascivia, pero no se inmutó y siguió siendo tan perra como siempre —no me quejo, en realidad—. Se colocó los cabellos sobre sus pechos, y mi mirada se posó ahí. Después, bajó un poco más, llegando a su abdomen; era pálido y hermoso, con unos cuantos lunares alrededor de su ombligo. Su sexo estaba —puta madre— depilado a la perfección, brilloso y lubricado… listo para ser embestido por mí .

—Acuéstate. —Me empujó a la cama con fuerza. Me miró tendido encima del colchón, deteniéndose en mi poderosa erección—. ¿Listo para mí, cuñadito ?

Estuve a punto de hablar, pero cerré la boca y me limité a asentir. No quería estropear lo que venía a continuación.

Bea se dio cuenta y me sonrió, subiéndose a la cama. Tomó mi miembro con sus manos, masajeándolo suave y rítmicamente. —Buen chico.

Dios, en realidad sí era su perra.

Guió mi punta hacia su entrada; ambos gemimos —yo más que ella, probablemente— ante el contacto… su coño delicioso estaba húmedo, resbaladizo y definitivamente ansioso por recibirme. Okay, tal vez decir eso en mi situación no es adecuado, pero podía sentirlo

Bea se mordió el labio, cerrando los ojos con fuerza. Mi pene se introdujo lentamente al principio… no estaba acostumbrado a su estrechez, por lo que fue doloroso para mí también. Sus caderas se alzaron, queriendo tomar todo de mí, y la ayudé bajándola con fuerza; sus paredes se apretaron contra mi miembro, estrujándolo fuertemente y haciéndome gruñir.

—Oh, sí

Mierda, no podía hablar.

Los movimientos eran primero lentos, ya que tanto Bea como yo necesitábamos acostumbrarnos a las condiciones de cada uno. Yo jamás había estado dentro de algo tan apretado, y probablemente ella jamás había tenido a uno tan grande dentro. Fue por eso que la dejé estática, manteniéndola hundida con fuerza.

—Suéltame —suspiró, mordiéndose los labios—… Y-Yo puedo… ¡Dios!

Tomó mis manos y las quitó, comenzando a balancearse con rapidez y cierta torpeza. No eran movimientos concisos, pero aún así lo que me ocasionaba era indescriptible. Su clítoris rozaba mi vientre bajo, otorgándole doble placer… sus uñas rasguñaban mi abdomen, dejándome marcas por doquier. Sus pezones erizados estaban a su máximo esplendor, incitantes y deliciosos.

Me aventuré a tocarlos. Afortunadamente, Bea no me rechazó y aceptó gustosa los pellízcanos que les otorgué a cada uno de ellos. Incluso me ayudaba a oprimirlos, diciéndome que los estrujara más fuerte… que los lamiera.

—Saboréalos, García . —Me había llamado por mi apellido, y eso hizo que mi cerebro dejara de funcionar correctamente—. Hazlos tuyos.

Tras incorporarme, empujé a Bea hacia atrás, introduciendo uno de sus necesitados pechos en la boca. Lo lamí, uno por uno, regresando, volviendo, succionando, chupando… sus pezones parecían no conocer fin. Totalmente erizados, se sentían deliciosos contra mi lengua, tan duros y firmes… Bea me hablaba condenadamente sucio, dándome instrucciones.

Usualmente, no obedecía instrucciones… pero Bea me mantenía muy bien amenazado.

Besé su cuello, dejándole marcas. Me clavó las uñas en respuesta, gimiendo un "idiota" en voz baja. Tomé sus caderas y comencé a estamparla contra las mías… no con suavidad como lo habíamos hecho, si no que con una bestialidad que muy rara vez salía a luz. A Bea pareció gustarle, porque gritó echando el cuello hacia atrás, revelando los chupetones que le había dejado.

—¡S! ¡Así, bebé !

Su coño se apretó contra mi pene dolorosamente. Mis manos viajaron hasta sus pechos y se los oprimí con fuerza, haciendo que gritara aún más fuerte. Su CD aún seguía reproduciéndose… la casa estaba inundada de sus gritos y gemidos, y de los gritos del vocalista.

Atrapé sus labios y se los besé, estrujándolos y oprimiéndolos conforme el orgasmo me llegaba. Sentí mi pene palpitar… ya estaba listo.

—N-Ni se te ocurra —me advirtió Bea, separándose de mí—. T-Tienes que… Hazme correr.

¡Cristo, no me sería posible aguantar!

Negué con la cabeza, miedoso de hablar. Ya tenía el rostro contraído, y mi vientre estaba tenso en espera de ser liberado. Tenía que correrme ahora.

— Claudio

Hundí con más fuerza sus caderas, estrujándole su bien formado trasero. Bea se quejó del dolor, pero ¿qué esperaba? Aguantarme un orgasmo no es divertido. Le mordí los labios, desesperado por liberarme. Sentía mi verga brincar y vibrar, urgida por soltarse

—¡C-Cerca! ¡Muy… cerca! ¡Oh, carajo!

Sus brazos se enredaron en mi cuerpo; escondí mi rostro en su cuello, respirando contra su piel. Probé su sabor salado, lamiendo de aquí a allá, chupando y mordiendo… Ya no podía más. Necesitaba

Metí una mano entre nosotros y le oprimí su clítoris, haciéndola gritar. Lo estrujé cinco veces más y entonces su coño se comprimió, apretando mi pene. Su grito pudo haberse escuchado cinco cuadras a la redonda, pero para mí fue el sonido más hermoso que hubiese escuchado nunca. Mi orgasmo me golpeó con fuerza, liberándome dentro de ella… ahogué mis gemidos mordiendo su hombro, dejándole una muy buena marca de mi dentadura sobre su piel.

La estrujé, manteniéndola unida a mí… su respiración errática acompañado de ligeros y suaves gemidos acompañaban mis jadeos. No dije ni pío en todo el acto, temeroso de que Bea diera por terminada nuestra sesión.

Pero de verdad que quería hablarle… Quería decir su nombre al venirme.

Bea se deshizo de mi agarre minutos después. —¿Sabes…? Después de esto, odiaré a Tania por el resto de mis días.

Me incorporé, mirándola mientras comprobaba su aspecto en el espejo. —Puedes hablar ahora —me informó.

—Esto no se tiene que acabar —dije, y mierda, mi voz se escuchaba urgida.

Una sonrisa fugaz se asomó en sus labios antes de apoyarse en el tocador, su reflejo mostrándome su mirada maligna.

—Querido, ¿quién dijo que esto se acaba? —Contoneó su trasero, rojo por las marcas de mis dedos—. Esta vez… puedes hablar todo lo que quieras."

—¿Te follaste a la hermanita de tu novia, depravado? —exclamé entre risas y con la voz ronca de la excitación.

—Y no sólo una vez, Jess. Luego de eso, con una sonrisa estúpida, me acerqué a ella como uno cohete.

—¿Tomaste el control en esa ocasión?

—No, nunca me dejó dominarla, pero no me quejo. Usualmente, Tania siempre se deja manejar, por lo que no estoy acostumbrado a seguir órdenes. Sin embargo, estar con Bea me volteó la hoja: demonios, sí que se siente bien.

Yo ya estaba que reventaba, mi sexo palpitaba con anticipación y no había que ser una experta para saber que Claudio estaba igual que yo; se notaba la erección en sus pantalones. Pero había una duda que rondaba en mi cabeza.

—¿Pensaste en Tania?

—¿Me crees idiota, Jess? No pensé en mi "novia" mientras entraba en Beatriz.

Lance una risa, transfigurada por el deseo. Me acerqué a gatas a él, mientras Claudio seguía hablando.

— La follé una y otra vez, exclamando su nombre con devoción.

— ¿Qué harás con Tania, hermanito?

—He ahí el motivo de mi vista, Jess. No puedo estar con Tania después de haberme follado a su hermana —aunque para mí, el fue follado por Bea, en realidad—, por lo que tengo que decir algo convincente.

—Ya veremos que inventarle —le digo ya sobre él, mientras lo beso con lascivia—. ¿Es definitivo que quieres dejar a Tania por Bea?

—Por nada del mundo voy a dejar que Bea se me vaya de las manos. Quién sabe… a lo mejor y algún día acepta ser la sumisa y me deja dominarla

—¿Pero…?

—No sería tan divertido de ese modo.

—Eres un masoquista, Claudio —le comento antes de saltar sobre él y olvidarnos por un momento, de las hermanas Navarro, con una muy buena sesión de sexo.

Nunca imaginé, que mi hermanastro se dejara dominar y mucho menos por una chiquilla. Pero ¿Quién soy yo para criticarlo? Claudio es un experto, no lo niego, sin embargo, necesitaba a alguien que lo manejara como una perra.

Creo que le haré un altar a Bea. Se lo merece.