Sometido por un viejo verde
Un error me convierte en el juguete sexual de mi vecino, un hombre mayor de 63 años que hará lo que le de la gana con mi cuerpo adolescente.
Empiezo presentándome. Me llamo Arturo, tengo 18 años y vivo en Asturias. En aquel momento y en la actualidad vivo con mis padres en un bloque de cuatro plantas (cuatro pisos por planta). Físicamente soy un chico delgado. Mido 1,70 y peso unos 61 kilos. Tengo el pelo corto y la piel blanquila, aunque mi pelo es oscuro.
Mi día a día era el de cualquier chico de esa edad. Me encanta el fútbol, juego en un equipo, y pasaba el tiempo entre el deporte, la vídeoconsola y perseguir chicas, si bien no tenía demasiado éxito por mi timidez. Me considero guapo, pero ma falta un poco de simpatía y labia. No me desvío del tema. Era el mes de abril y acababa de cumplir años. Mis padres me hicieron una gran fiesta y tenían pensado que les acompañase un fin de semana a la playa. Por mi parte lo cierto es que prefería pasar esos escasos días solo en casa. Tenerla para mí, poder quedar con amigos, no escuchar a nadie... A mis padres no se lo planteé así, sino como una prueba de responsabilidad. Nunca me había quedado solo, y era un buen momento para demostrar que podía cuidarme solito. Aceptaron. Me dieron muchas indicaciones y un 14 de abril (viernes) se marchaban; eso sí, antes me dijeron que si no me comportaba bien me podía olvidar del viaje fin de curso.
Apenas me quedé solo cogí el teléfono y empecé a charlar con mis amigos. Esa tarde/noche haría una fiesta en mi casa. Mi idea era no meter tampoco a mucha gente, ya que no quería que se fuese de las manos, pero con unos 8/10 amigos podía estar bien. Claro que no contaba con que esos mismos llamasen a otros cuantos. Cuando me quise dar cuenta no había menos de 40 personas en la casa, y por más que lo intentaba tener un orden era imposible. Además, después de beber un poco tampoco estaba yo para hacer de vigilante. La fiesta fue bien, o eso creía, y sobre las 4 me acosté.
A la mañana siguiente, bueno, a medidía sobre las 13 horas, me levanté y no quedaba nadie. Fui recogiendo el salón y todo lo que encontré sucio lo limpié, pero la sorpresa llegó cuando fui a guardar algunas cosas en el frigorífico. ¡No funcionaba! Lo enchufé, lo desenchufé, le di golpes... Nada. Quedaba casi dos días para que mis padres volviesen y la comida se estropearía y yo me quedaría sin viaje. Tenía que solucinarlo.
Tras mucho pensar, me acordé que mi vecino de arriba, Carlos, se dedicaba a hacer chapuzas y cosas por el estilo. Yo vivo en el 3ºA y él en el 4ºA. Es un hombre de 63 años calvo, obeso y muy peludo. Siempre ha sido agradable conmigo y lo cierto es que no tenía a nadie más a quien llamar, ya que el resto de mi familia vive en Madrid. Cogí las llaves de casa, me coloqué una camiseta –solo llevaba calzonas– y subí. Llamé a la puerta y abrió al momento. Parecía que se había despertado hace poco, pero aún así me sonrió. '¿Qué pasa Arturito?' –así me dice–. 'Carlos, tengo un problema, ¿puedes venir a casa un momento?'. No hizo falta más. Me vio nervioso, me dijo que me tranquilizara y me acompañó en pijama.
En cuanto entramos lo llevé a ver el frigorífico y le expliqué que se había roto. Me dijo que no me preocupase, que seguro que era algo sencillo y que lo arreglaría. Se puso a mirarlo mientras yo le contaba lo de la fiesta, que mis padres se habían ido, que me castigarían, que necesitaba arreglarlo para ir al viaje... A los dos minutos se levantó con rostro serio y dijo: 'Mira Arturito, se ha roto el motor. Puedo conseguir otro para mañana llamando a un par de amigos, pero es bastante caro'. Se me cayó el mundo encima. Pensando que todo iría bien me había gastado todo lo que me habían dado mis padres en la fiesta. Vamos, que me quedaban 20 euros pelados. Se lo expliqué. Le dije que no tenía dinero y que por favor se lo pagaría más adelante. No lo convencí. Me dijo que con la pensión que tenía no podía ir regalando dinero. Me eché a llorar. Estaba sin salida y llevaba preparando el viaje de fin de curso meses. Me moría por ir.
Tras casi un minuto de silencio habló. 'Arturito, aunque no tengas dinero quizás me podrías ir pagando de otra forma, con favores y demás'. Yo no le entendía. Quizás porque estaba en shock o por simple inocencia, pero juro que no lo etendí. Estando contra las cuerdas, solo se me ocurrió decir que haría lo que fuera. Que pidiese lo que quiisiera pero que arreglase el frigorífico. Se dibujó una extraña sonrisa en su rostro. Me dijo que para empezar le gustaría ver mis camisetas de fútbol. Me pareció una tontería, pero algo sencillo. Le dije que me esperase en el salón, pero me contestó que mejor fuésemos a mi habitación, que así no tenía que traerlas. Me pareció bien. Era más cómodo.
Entramos y se sentó en mi cama mientras yo iba sacándolas una a una (tengo como 30). Él ls iba viendo y cogiendo hasta que de pronto dijo: 'Mira esta que bonita es, ¿por qué no te la pruebas?'. Me extrañó su petición, pero dado que iba a arreglar el frigo lo hice. Me quité la del pijama y me puse la nueva. Vi que al cambiarme me miraba muy fijamente, pero no le di importancia. Después cogió las calzonas a juego y me dijo que me las pusiera también a ver cómo me quedaba. Volví a obedecer. Con vergüenza me di la vuelta para ponérmelas; sí, básicamente me puse de espaldas y supongo que se fijó en mi culito, porque me dijo que era bonito al igual que mis piernas. Al darme la vuelta estaba colorado. Él me piropeó de nuevo y me dijo que me sentase con él. Me puse al lado y se aceró para decirme que era muy guapo y que tenía un cuerpo muy bonito. Yo estaba congelado. Solo supe sonreír mientras el miedo me atacaba. No sabía casi nada él y ahora lo tenía ahí en mi cama.
Cuando me quise dar cuenta me estaba acariciando la pierna derecha con su robusta mano. Ahí reacioné y le dije que la quitase, pero me sujetó y me dijo al oido: '¿Quieres que arregle el frigorífico e ir a ese viaje? Pues vas a tener que hacer lo que te diga un ratito. Después me iré y podrás seguir tranquilamente con tu vida. ¿Qué dices? ¿Aceptas? Solo quiero que me dejes tocarte un poco y verte desnudo. Después me iré'. No dije nada. Me quedé quieto mientras me empezaba a besar el cuello y a tocarme por todas partes. Las lágrimas afloraron de mis ojos. Temblaba. Tenía miedo. No sabía qué hacer. Él tomó mi silencio como una respuesta positiva y me acostó en la cama boca arriba mientras se ponía encima. Me manoseaba hasta que de pronto veo como acerca su boca a la mía. Aprieto los labios mientras pasa su lengua por mi boca y por toda la cara hasta que me dice: 'Abre la boquita Arturito o te quedas sin viaje'. No hizo falta más. Mis adolescentes labios dejaron que su sucia y maloliente lengua de viejo tomarán la mía y me dejarán repleto de su saliva. Tanta soltaba que incluso tuve que tragar un poco para no ahogarme.
Estuvo besándome no menos de cinco minutos hasta que se separó y me dijo: 'Hace tiempo que quería tenerte así Arturito. Te veía jugando al fútbol y ya quería comerte. Ahora vamos a ver que escondes'. Sin resistirme apenas por el shock, me fue quitando la ropa hasta dejarme en calzonsillos. Entonces me hizo poner boca abajo y me los sacó lentamente. Mi culito juvenil quedó ante sus ojos y poco tardó en amasarlo con sus manos y abrirlo para, según él decía: 'Ver ese lindo agujerito'. Yo me moría de vergüenza. Tenía la cabeza hundida en la almohada cuando de pronto sentí su lengua en mi culito. Empezó a besar las nalgas mientras me las azotaba con sus grandes manos. Así estuvo dejando mi blanca piel coloradita hasta que su lengua se posó en mi anito. 'Ummmm, que rico estás nenito'. Siguió comiendo hasta que de pronto dijo: 'Bueno, ya es hora de que tu también hagas algo'. Esa frase me hizo volver un poco a la realidad que tratada de ocultad en la oscuridad de la almohada. Me hizo sentarme en la cama mientras de mis ojos seguían saltando lágrimas y se colocó de pie frente a mi, dejando su cintura a la altura de mi rostro. Entonces ocurrió. Se bajó el pantalón del pijama con el calzonsillo y dejó salir una polla gorda que olía fatal. Era muy peluda, como todo su cuerpo, y aunque estaba solo morcillona se veía gruesa y olía a mil demonios, como si llevase días sin ducharse. Vio mi cara de asco y se rió.
'jajajaja. Sí, es que justo iba a ducharme cuando llegaste. LLevo tres días encerrado sin salir y se me ha acumulado la leche seca de las pajas y algunas meadas, jajaja. Pero bueno, ya te tenemos a ti para solucionarlo. Ven, tócala'. Temblando y con el mayor asco de mi vida cogió mi mano y la puso sobre su pene. Soltó un suspiro y me dijo que lo pajease. Obviamente sabía como se hacía, así que pensando que si se corría me dejaría en paz, me esmeré. Mientras lo msturbaba iba creciendo y el precum empezaba a resbalar por mi mano... Entonces me paró. 'Bien, es hora de bautizar esa boquita. Ya verás como te gusta'. Yo quería morirme. Pretendía que se la mamase. Eso que soñana con que me hicieran las tías pretendía que lo hiciera yo. Acercó la cabeza de su polla a mi boca, pero yo mantenía los labios apretados. Empezó a cansarse y me dio un tortazo a la vez que me decía. 'Ya has hecho mucho. Hacemos esto ahora y te arreglo el frigorífico y todos contentos. Es un pequeño esfuero. Venga Artutiro. no seas tonto'.
Lo hice. Abría la boca mientras veía en sus ojos una mirada de sádico mientras su glande entraba. Me dijo que le mirase a los ojos. Lo hice. Quería morirme. Estaba siendo asqueroso. Notaba el sabor de sus jugos, de sus meadas pasadas, a viejo... Y empezó. Mientras me decía que moviese la lengua –no sabía ni lo que hacía–, empezó un vaivén mientras me agarraba de la nuca con dos sus manos. Cada vez empujaba más. Yo estaba por vomitar. Sentía que mi boca no aguantaría, que me ahogaría, que mi garganta se rompería. No la había medido, pero podían ser fácilmente 18 centímetros de carne que no tendría menos de otros cinco de ancho al menos. Mientras lo miraba como un puto jueguete roto, en mi boca se mezclaba su sabor con la acidez de mis propias lágrimas. Le daba igual. Solo repetía una y otra vez: 'Traga putito, traga putito'.
Me dolía la boca... y el alma. Estaba roto en sus manos. Pese a mis esfuerzos por respirar su ritmo era infernal. Parecía que deseaba atravesarme. Fueron no menos de 10 minutos de sufrimiento en los que su polla tomó mi boca como le vino en gana. Pasado ese tiempo, y estando yo destrozado, me dijo que legaba la hora, que me iba a tomar mi primer zumo de macho. Los ojos se me pusieron como platos. Traté de separarlo de mi, pero con su 1,85 de altura o unos 95 kilos era imposible. Me dolía la mandícula y me picaba la garganta –algún pelo de este cerdo andaría por ahí– Y de pronto pasó. Me agarró bien fuerte, me dio una embestida que hizo que mis labios topasen con su barriga, y empezó a soltar su mugriento líquido en mi boca mientras decía: 'Así, así, bebetelo todo Arturito, que buen putito eres'. Yo por no ahogarme tuve que tragar, y aun así hubo algo que rebosó por la comisura de mis labios. Soltó muchísimo semén. muchísima leche ahora estaba llegando a mi estómago. Su cara era de sadistacción; la mía de terror.
A los pocos segundos se separó de mi y me dijo que me había portado muy bien, que era momento de volver a ponerme en la camita boca abajo. Yo le dije que no, que me dijo que ya se iba. Se descojonó en mi cara. '¿Te lo creíste? ¿Pensabas que me iría sin partirte el culito? Voy a hacerte mi mujercita'. Se lanzó encima mía... Continuará.