Sometido por un maduro.

De como en una tarde aburrida de domingo termino en casa de un maduro que me azota, me ata, me folla y me hace suyo, entre otras muchas cosas.

Era domingo por la tarde, no había salido en todo el fin de semana y andaba con ganas de comerme un buen rabo, así que, ni corto ni perezoso, me metí en el chat para ver si encontraba algo por mi zona. Tengo 32 años, mido 1’80 y una polla de unos 16 cm, aunque esto último no es muy importante, porqué a mi las pollas me gusta que me las metan, no meterla. Estuve hablando con varios hombres pero o bien estaban lejos o bien no podían quedar esa tarde, hasta que al fin encontré lo que buscaba. Era un hombre de 54 años (o al menos eso me dijo), estaba a cuatro paradas de metro y fue muy claro en sus intenciones. “Si vienes a mi casa tiene que ser como mínimo para dos horas, harás todo lo que te pida, tranquilo, que soy de gustos muy comunes, y una vez te haya follado tantas veces como haya querido te largarás por donde has venido. ¿Entendido?”. Vaya si lo entendí, me desperecé, me duché, me puse un tanga y salí pitando hacia su casa. La tarde se animaba.

Cuando llegué al portal de su casa piqué el timbre y sin decir nada me abrió la puerta, subí hasta su piso, y aunque la puerta estaba entreabierta, di unos golpecitos para avisar de mi llegada. Un “adelante” con la voz muy grave fue lo que obtuve por respuesta. Pase y allí estaba él, Fernando de nombre, 1’75 metros más o menos y unos 85 quilos con barriga prominente. “Bienvenido a mi casa, a partir de ahora no te preocupes por nada, soy de fiar pero me gustan las cosas claras. Así pues, quiero que te desnudes y me esperes a cuatro patas en medio del salón”, me dijo señalando una amplia sala, con un sofá enorme y una pequeña mesa delante de este. “Espera, ¿qué llevas bajo el pantalón?”. Me di la vuelta, mostrándole mi culo y me baje un poco el pantalón para mostrarle mi tanga. “Ya me habías parecido un putón por el chat, en efecto mi intuición no me ha fallado. No te desnudes del todo, espérame en cuatro, con el tanga puesto y la cabeza gacha. Ahora vengo a darte lo tuyo”.

Tal y como me ordenó me situé, a cuatro patas con el culo ligeramente en pompa y la cabeza gacha, en señal de sumisión. Al poco de estar así sentí unos pasos que se acercaban tras de mi, y de repente, ¡plas!, un azote en mi culo que resonó por todo el salón. “Veo que me has hecho caso eh, putita”. Vi que la cosa se empezaba a animar y empecé a menear un poco el culo mientras afirmaba su apreciación. Después del primer azote vino otro y después otro y después otro y así estuvo un par de minutos, hasta que hizo a un lado el hilo del tanga y sentí como caía un gel helado en mi ano. “Te voy a dilatar un poco, no quiero lastimarte. Hoy tu agujerito tendrá trabajo”. Me escampó el gel alrededor de mi agujero, yo seguía con la cabeza gacha y no veía más que el suelo, hasta que me metió el primer dedo y levanté ligeramente la cabeza al sentir como penetraba hasta dentro. Parece que no le importó que empezara a gemir, todo lo contrario, se animó y pronto me puso dos dedos en lugar de uno. “Te gusta eh, a ver que te parece esto”, y empezó a azotarme con la mano que le quedaba libre al mismo tiempo que me metía los dos dedos. Yo me retorcía de placer, mi culo recibía a sus dedos estupendamente y cada vez se venía más arriba con sus palabras y sus azotainas. Hasta que de golpe me los sacó y me dijo que me diera la vuelta, me desnudase completamente y me pusiera de rodillas. Y allí estaba él, con su pecho peludo, su barriga más bien grande y una polla larga y gruesa que me moría de ganas de chupar. Me cogió por la nuca y me obligo a comérsela. Estaba limpia y olía muy bien, me imagino que se había estado preparando mientras me había dejado solo en su salón. Me la metía hasta el fondo, la sacaba y volvía a metérmela hasta que casi me daban arcadas. Iba alternando sus huevos, su tronco y otra vez ese enorme falo de unos 20 centímetros. Así estuvimos alrededor de quince minutos, y cuando parecía que se iba a correr me dio un empujón que me dejó tendido en el suelo. “Espera, que no me quiero correr todavía. La chupas demasiado bien y pronto acabaría”. Se fue y al cabo de un momento apareció con un dildo enorme, más grande y más grueso que su polla y de color negro, de esos que tienen una ventosa y se pueden sujetar en cualquier superficie. Apartó la mesa de delante del sofá y planto el dildo en su lugar. “Bien, ahora quiero que te folles esta polla mientras me miras, yo me sentaré en el sofá y contemplaré el espectáculo, pero antes déjame hacer una cosa”. Cogió un rotulador de un bote de la mesa y escribió en mi pecho Perro de Fernando. “Que no se te olvide lo que eres hoy”. No hacia falta que me lo escribiera en el pecho, me estaba sintiendo su perro y me encantaba, y lo que es mejor, no quería ser otra cosa en ese momento.

Lubriqué ese pollón que estaba clavado en el suelo mientras Fernando se sentaba en el sofá, lubriqué también mi culo y me planté delante de mi nuevo amo, justo por debajo de mí, el dildo. Me agaché poco a poco y lo cogí con las dos manos para sujetarlo, introduje un poco la punta y ya vi que eso me iba a costar. Subía y bajaba introduciéndome tan solo el capullo, pero poco a poco mi culo se dilataba y la polla pasaba mejor, hasta que por fin estuve lo suficientemente dilatado y empecé a cabalgarla brutalmente. “Así es, perrito, así le gusta a tu amo”. Fernando empezó a masturbarse, lo tenía a tan solo un metro de distancia, por lo que si alargaba la pierna me podía alcanzar. Y así lo hizo, alargó la pierna y me metió el pie derecho en la boca, “chupa, que sé que te gusta”. Le chupaba el pie como si fuera su polla mientras hacia sentadillas sobre ese enorme falo, cada vez tenía el culo más abierto y en cada penetración tenia la sensación que me iba a correr. Fernando sacó un pie para ponerme el otro, no sin antes escupirme en la cara cuatro veces, por lo que me quedó chorreando de saliva. Cuando se cansó de que le chupara los pies se puso de pie delante de mí, por lo que pensé que era hora de volverle a chuparle la polla, hasta que me dijo, “abre la boca y no dejes de hacer lo que estás haciendo”. Apuntó su miembro hacia mi boca y de allí salió un chorro amarillento que me llenó la boca, lo dejaba caer por la comisura de mis labios aunque también quise probar de ese manjar y así lo hice, y no sabía nada mal, era muy suave. Cuando terminó se acercó y me dio unos cuantos pollazos en la lengua para soltar las últimas gotas y me tragué todo lo que me quedaba en la boca. “Muy bien, perro. Ahora deja de follarte el culo y ponte en cuatro otra vez. Y no te olvides  agachar la cabeza”.  Me puse otra vez tal y como me ordenó y vi que se alejaba un par o tres de pasos, oí como abría un cajón, sacaba algo y lo volvía a cerrar. Se acerco hacia mí y me colocó en el cuello lo que había sacado del cajón, que no era otra cosa que un collar de perro. “Ven, acompáñame”. Tiró de la correa y enfilamos hacia el pasillo. Él de pie y yo a cuatro patas. Él con su perro y yo con mi amo.

Continuará…