Sometido por Mónica

Quién me iba a decir que aquella chica más joven que yo me iba a enseñar con sus razonamientos tan convincentes, una nueva condición...

Como cada tarde, y como ya venía siendo habitual en mí, me dirigía caminando hacia la cafetería en la que me gustaba pasarme largos ratos inmerso en la lectura de un buen libro mientras saboreaba el excelente café que allí preparaban.

Sin embargo, este día no era como todos los días, algo cambiaba respecto a los que le precedieron. Me notaba algo inquieto. La verdad es que, desde que amanecí, me asalto la cuestión de por qué realmente yo acudía todas las tardes a la misma cafetería… si porque me agradaba su tranquilidad de esa hora ideal para concentrarme en lo que leía, o porque vería a aquella chica que todas las tardes ocupaba siempre la misma mesa.

Inmerso en esas cavilaciones, finalmente me encontré traspasando el umbral de la puerta de cristal que tenía como entrada y ahí, en la mesa del rincón, estaba ella fiel a sí misma y a su costumbre de acudir a ese sitio, con su café sobre la mesa, el cigarrillo encendido apoyado en el cenicero y, bolígrafo en mano, escribiendo y escribiendo. Eso es lo que solía hacer. No paraba de escribir todos los días.

Me acerqué hasta el lugar que normalmente yo ocupaba, dos mesas antes que la suya y que a esas horas, por lo temprano de la tarde, siempre estaba libre.

Esa tarde discurrió bastante movidita para mí, puesto que apenas me pude centrar en mi lectura por las frecuentes distracciones que me procuró mi móvil, sonando cada dos por tres por llamadas de amigos. Tanto me llamaron que al final opté por dejarlo apoyado en la silla de al lado en modo silencio para ver si conseguía leer algo.

Miré la hora descubriendo que el tiempo se me había echado encima por lo que tuve que recoger de forma apresurada presto a salir disparado. Tan atropelladamente recogí todo que cuando ya en la calle llevaba unos metros andados, la cartera se me abrió con la mala suerte de caérseme unos cuantos papeles por la acera. Perdí un tiempo en recogerlos para volverlos a introducir, cerciorándome esta vez de que quedase bien cerrada.

Al instante de reanudar precipitadamente el paso, noté que desde detrás una mano se posaba sobre mi hombro. Me giré y cuál fue mi sorpresa al ver que era ella a quién tenía frente a mí.

Dime una cosa – me habló con voz tranquila – Si ahora te surgiera llamar por teléfono… ¿Cómo lo harías?

Ni sabía lo que me quería decir con eso, ni entendía por qué me lo decía. Tal era mi desconcierto que debí quedarme, sin darme cuenta, mirándola con una expresión de aturdimiento de tal forma que ni me percaté que mantenía su brazo extendido hacia mí.

¡Este es tu móvil, tonto! – exclamó divertida mientras esbozaba una sonrisa – Con las prisas te lo has dejado en la cafetería.

¡Oh, vaya! – conseguí argumentar mientras alargaba mi mano para cogerlo – Caray, muchas gracias, de verdad, menos mal que te has dado cuenta. Gracias otra vez por el detalle, no sé qué haría sin él. Te agradezco la molestia que te has tomado.

No te preocupes, no ha sido nada. Además, estoy segura que si me hubiera pasado a mí tú también habrías hecho eso… y mucho más, ¿Verdad?

Y dicho esto, sin darme tiempo a nada más, se giró rápidamente emprendiendo un vigoroso caminar. Yo hice lo mismo, no sin ponerme a darle vueltas a lo que había ocurrido pero sobre todo a lo que había añadido al final, ¿Eso… y mucho más? ¿Qué me había querido decir con esas palabras?

En el silencio de la noche, ya cómodamente en el salón de casa mientras mantenía una taza de té entre mis manos, seguía entreteniendo mi cabeza dándole vueltas a mi primer encuentro con ella. Mientras tanto, mantenía inconscientemente mi mirada perdida en mi móvil. De repente éste vibró encendiéndose rabiosamente la pantalla con una blanca luz. ¡Qué susto me llevé! Alargué despacio mi mano para cogerlo, y me lo acerque con interés de ver el motivo que me había sobresaltado. Era un mensaje, pero pasaba ya la una de la madrugada y se me hacía muy extraño que me entrase un mensaje a estas horas. ¿Quién o qué podía ser?

Con repentina impaciencia, mi dedo pulgar se posó en la tecla y la presionó para abrir el mensaje. La pantalla hizo un pequeño parpadeo, para volver a brillar con fuerza apareciendo únicamente un nombre: MÓNICA

Repasé mentalmente… ¡Yo no conocía a ninguna Mónica! Instintivamente llamé al número que me lo había enviado pero me salió la típica locución de terminal apagado o fuera de cobertura. Tras dar unas cuantas vueltas a lo ocurrido, finalmente entre sonrisas lo achaqué un poco a que mi móvil estaba endiablado. Mi número es 669684480 y siempre he pensado que tiene algo de demoníaco puesto que en el mismo aparece el 6 tres veces, y ya se sabe eso de que 666 hace referencia al demonio.

Al día siguiente, ya en la cafetería, la notaba a ella algo distinta. Su expresión, su comportamiento, no sé, era como si se reflejase en ella cierta expectación. Ya hacia el final de la tarde se levantó arrastrando ruidosamente su silla como si quisiera que todo el mundo se enterase, y pasó lentamente por mi lado. Tras estar seguro que me había franqueado, volví mi cabeza con disimulo para deleitar mi vista con la perfecta imagen de su culito respingón que se veía aún más resaltado al caminar. La seguí fijamente hasta que se metió al servicio.

Continué con mi lectura pero permanecía atento, vigilando con el rabillo del ojo el momento en que ella volviese a su mesa. Tras una larga espera, aprecié que regresaba. Con mi cabeza metida en el libro, aunque sin intentar leer, esperé a que pasara. Me rozó ligeramente al rebasarme, y de nuevo volví a clavar mis ojos en su trasero. No podía evitarlo, me tenía hipnotizado.

Pero maldición, justo en el momento en que llegaba a su mesa, una vibración de mi móvil me impidió terminar de disfrutar lo que estaba observando. ¡Joder, era un maldito mensaje! Encendí un cigarrillo, y tras una larga calada, lo abrí para leerlo: SI CONTINUAS MIRÁNDOME TAN INSISTENTEMENTE MI CULO, TENDRÉ QUE OBLIGARTE A QUE ME LO BESES.

Casi instantáneamente levanté la cabeza para mirarla, comprobando que ella me estaba esperando a que lo hiciera. Solo fui capaz de mantener su mirada durante tres escasos segundos; el gesto de reprobación en su rostro y sus ojos fijos en mí me obligó a retirarla rápidamente. ¡Dios mío qué vergüenza! Creo que toda mi cara ardía de lo ruborizado que me puse. Visto y no visto, me puse el cigarro en los labios, guardé el móvil sin tan siquiera cerrar el mensaje, recogí todo tan veloz cómo pude y con actitud nerviosa salí disparado de allí.

Esa noche en casa, mientras tomaba el café que el cuerpo me pidió a gritos, pensaba en el "incidente" de esa tarde. Pero fue de nuevo cuando pasada ya la una de esa madrugada una vibración del móvil interrumpió mis divagaciones. Otro mensaje a altas horas me hizo pensar en su procedencia, y al abrirlo vi que no me equivoqué: SI MAÑANA CUANDO ENTRE EN LA CAFETERIA TE VEO ARRODILLADO, PENSARÉ QUE TE QUIERES DISCULPAR POR TU ACTITUD INSOLENTE Y ME SENTARÉ EN TU MESA PARA QUE CHARLEMOS.

Tras la comida, en la que prácticamente no probé bocado, caminaba hacia el lugar de todos los días no sin cierta inquietud propiciada por no saber lo que iba a suceder y sin saber todavía la postura que yo adoptaría. ¿Pero que se pensaba esta chica al decirme lo del mensaje? Lo llevaba claro si pensaba que haría eso de arrodillarme, aunque por otro lado ese "… para que charlemos" que añadió al final en cierto modo me animaba a hacerlo puesto que denotaba una intención por su parte de querer conocerme lo cual era recíproco.

Esperando en mi mesa, fue justo en el momento en que la vi entrar por la puerta que se me ocurrió una improvisada y estúpida idea ¡Ya tenía mi excusa! Dejé caer mi bolígrafo al suelo arrodillándome para cogerlo, pero en el momento en que alargaba mi mano su pié lo pisó dándome la impresión que lo hizo a propósito. Levanté mi vista con fingida expresión de sorpresa esperando se sentase, pero continuó hacia su mesa mientras la escuchaba decir por lo bajo y con cierto desaire unas palabras.

Me incorporé y permanecí pensativo durante un rato pero sin atreverme a mirarla. Los mensajes que me había enviado, sumados a mi vergüenza de saber que ella era consciente de cómo me fijaba en su… bueno, pues me impedían mirarla directamente. De golpe un ligero escalofrío recorrió mi cuerpo ya que me pareció descifrar las palabras que ella pronunció:

"Algún día pisaré algo tuyo alargado, y no será tu boli".

Retumbándome esta frase en la cabeza, consternado por lo que creí que había dicho según se alejaba, no sentí ningunas ganas de seguir permaneciendo allí, recogí todas mis cosas y sin dirigirla mirada alguna, me fui del lugar.

No acudí a la cafetería durante varios días, no tenía el ánimo suficiente, pero los deseos de quererla conocer me hicieron armarme de fuerzas y finalmente me empujaron a acudir de nuevo. Ese día tenía claro lo que iba a hacer.

Me presenté antes que de costumbre, dirigiéndome directamente a su mesa. Me notaba un poco nervioso, tenso por tener que adoptar una actitud que rechazaba y menos en un lugar público, pero su mesa estaba en el rincón y se vería menos, por eso me daría menos vergüenza.

Vi como su silueta se recortaba en la puerta de entrada. En ese mismo momento, retiré mi silla hacia atrás… y me arrodillé esperándola. Pensé que quizás por ocupar su sitio, se sintiese molesta y se diera media vuelta. Pero no fue así. Se paró un poco sorprendida pero al instante su rostro no pudo contener cierto agrado. Me miró muy despacio y se sentó a mi lado.

Veamos ¿Qué tienes que decirme? – me preguntó sin más preámbulos.

Bueno… verás… no quiero que pienses mal de mí por obrar del modo que descubriste, no me gustaría que por ello me tacharas de algo que no soy

¿Ah, no? – me interrumpió – Y según tu… ¿Qué es eso que no eres?

Bueno, yo… no es lo que tú piensas, veras… algo innato en mi es que soy un admirador de la estética, no puedo negarlo, me atrae la perfección de formas, lo sublime. Creo que alguien al saberse observado no debe considerar esa actitud como algo ofensivo hacia ella – notaba que me iba afianzando – sino todo lo contrario, pienso que debe sentirse halagado.

Mira – intervino un poco impaciente – déjate de tanta verborrea, finuras y gilipolleces. Primero te lo voy a expresar como tú, finamente. Eso es una falta de respeto, en este caso hacia mi ¿No te parece?

Perdona, pero yo no lo veo como una irrespetuosidad hacia ti

¿¡Ah, no!? – su tono se elevó ligeramente – ¿Y cómo llamarías tu a mirar descaradamente a una chica, y más concretamente a su culo, desnudándola con la mirada? Dime ¿Cómo lo llamarías? ¿Apreciación de la materia oculta? ¿¡O qué!?

No digas que te he desnudado porque precisamente siempre he visto más sugerente lo que no se muestra, lo que permanece tapado, lo que se deja adivinar, que lo que se muestra claramente – acerté a responderla.

¡Perfecto! Me lo acabas de poner mejor todavía – adoptó una actitud desdeñosa – Es decir, tu entonces eres de los hombres irrespetuosos, que además son unos babosos de los que se les va la vista detrás de un buen culo de una tía ¿Verdad?

Mira, disculpa, yo creo que soy alguien que trata con el mismo respeto a todas las personas, ya sean hombres o mujeres

Te equivocas – me cortó – los hombres en general, pero todavía más los tíos como tu os debéis a las mujeres. Las mujeres somos quienes os hemos guiado en la vida, quienes os hemos educado, y por eso nos debéis mucho más respeto y aún así, ni nos lo agradecéis ni demostráis que habéis asumido esa educación.

La actitud que ella había empezado a tomar, me estaba haciendo titubear. Me cortaba cada dos por tres pero además con la exposición que me estaba haciendo, francamente no se me ocurría que decirla.

Pero… ¿Qué me dices de que las mujeres nos habéis educado? – atiné a hablar por decir algo – No es así, a mi me

Te equivocas de nuevo, claro que es así – ya empezaba a no dejarme hablar – Vamos a ver dime una cosa, a ti… ¿Quién te ha parido?

Realmente se obviaba la respuesta pero al quedarme en silencio porque no entendía a que venía esa pregunta, ella sola continuó:

Está claro que tu madre ¿Verdad? O sea, una mujer. Y no me negarás que tengo razón al decir que todo el peso de la educación de los hijos siempre lo lleva la mujer. Es decir, que ha sido una mujer la que te ha educado y quién ha hecho que seas hoy lo que eres.

Al ver que me quedaba callado, sin saber rebatirla, ella prosiguió animada por ello:

Por lo tanto, no me discutirás que a esa mujer la debes más respeto que a nadie. Pero no solo a ella, sino a todas las mujeres puesto que todas podemos ser madres, incluida yo. Nos debéis a nosotras lo que luego seréis en la vida. Creo que te ha quedado claro ¿Verdad?

Bueno… visto así… tienes razón, pero

Claro que la tengo ¡Ya sé que tengo razón! No hace falta que tú me lo digas. Ahora, aunque veo que apenas has sabido que decir… creo que me tienes que pedir algo ¿No es así? – al mismo tiempo que pronunciaba eso, sacó un cigarro de la cajetilla y se lo llevó a sus labios.

Yo permanecía en silencio, bastante confuso por sus palabras y sin poder reaccionar. Se puso a buscar el mechero en el bolso, momento que yo agradecí para ganar un poquito de tiempo para discurrir sobre que decirla, pero como percibiendo mi confusión ella continuó sin darme tregua para pensar.

Vaya, no sé donde lo he puesto. Oye ¿Te importaría darme fue… – de súbito se calló y cambiando el tono de su voz me dijo – Dame fuego.

Hice lo que ella me pedía o bueno, lo que me mandaba. Dio una profunda calada y echándome el humo en toda la cara me reclamó de nuevo:

¿A qué estás esperando? Tengo prisa, vamos.

Verás, yo no pretendía que te molestase mi actitud… – conseguí arrancar, para continuar diciéndola – y te pido que me disculpes por observar tu anatomía, perdona.

Eso está mejor. Pero solo un poco mejor, no me dejas muy convencida y ya veré si mereces que te perdone – cogiendo su bolso se puso en pié dispuesta a marcharse. Mientras acababa de prepararse se me ocurrió decirla:

Disculpa… ni si quiera nos hemos presentado.

¡No digas tonterías! Tú ya conoces mi nombre ¿O no?

Esto… bueno si, pero… no me has preguntado el mío. Yo soy Juan.

Ni sabía tú nombre, ni me importaba no saberlo, ni te lo iba a preguntar – se colgó el bolso, se giró y justo cuando había dado el primer paso, volvió su cabeza hacia mí.

Y ya veré yo cómo te llamo – y enfiló hacia la puerta con paso rápido

Me quedé observando cómo se alejaba, al tiempo que mi mano buscaba un cigarrillo que imperiosamente necesitaba. Mientras fumaba con impaciencia, pensaba en el incómodo momento que acababa de pasar. Me sentía bastante confuso por cómo me había ido en nuestro primer encuentro. La forma en que me habló y me trató, con esa seguridad, con esa familiaridad, consiguió que me sintiera abrumado por ella.

De tal forma discurrió todo que al día siguiente no me encontré con ganas de acudir.

De nuevo me encontraba en mi mesa de siempre. No deseaba provocar otro encuentro y decidí que lo mejor era no darle más importancia a lo ocurrido. Como era habitual ella llegaría, la saludaría, se dirigiría a su mesa y cada uno se dedicaría a lo suyo. Por lo menos ese era mi deseo tras no salir muy bien parado el otro día.

Tras un rato enfrascado en la lectura, pude apreciar cómo alguien se paró al lado de mi mesa y me observaba sin decir nada. Sabía que era ella y como descuidadamente alcé la cabeza.

¡Ah, hola! ¿Qué tal estás Mónica? – la saludé haciéndome el distraído.

Coge todas tus cosas y ven a mi mesa – me soltó tal cual, sin tan siquiera devolverme el saludo.

¡Maldita sea! ¿Qué forma de hablarme era esa? ¿Yo no quería continuar con esto pero… qué debía hacer? No tenía por qué hacer lo que ella me decía, me negaba a ir. Nervioso, me incorporé un poco más en mi silla, me giré mirando hacia la salida como quién busca algo, pero mientras tanto de forma inconsciente iba recogiendo mis cosas mientras me levantaba.

Siéntate aquí, a mi lado – me indicó haciendo un gesto con su mano.

Así lo hice mientras ella se encendía un cigarro. Yo aproveché para tomar un poco de mi café. Tras dejar la taza y al ver que ella no decía nada, volví a comenzar de nuevo intentando romper el silencio.

Bueno ¿Qué tal te va todo?

Ayer no viniste – me dijo tranquilamente – ¿Dónde te metiste?

Hoy había vuelto a recobrar mi autoconfianza, y no estaba dispuesto a permitirla semejantes familiaridades conmigo.

No vine porque tenía cosas que hacer, pero lo que ayer hiciera creo que es asunto mío.

Se lo dije intentando poner un tono amable, sin querer ser cortante ni brusco, pareciéndome que así lo captó.

No he querido parecerte indiscreta, disculpa. Efectivamente lo que ayer hicieras solo te concierne a ti. Sólo te lo preguntaba porque como vienes todos los días, me extrañó… nada más, por favor no te sientas molesto.

No pasa nada, mujer. A todos nos ocurre a veces que nos salen las palabras sin pensarlas mucho – dije queriendo quitarle importancia al asunto al ver que ella había reaccionado más amablemente de lo que esperaba.

Dio otra calada, y esta vez echó el humo hacia un lado. Vaya, parecía que hoy iba a resultar todo de una forma más agradable para mí. Pero habló de nuevo.

Verás, también te lo pregunté porque te estuve esperando para decirte que anteayer no me dejaste muy convencida con tus disculpas.

Toda la impresión que me había dado hasta ese momento, se desmoronó por completo. Sus palabras me anunciaban un mal presagio y ahora no intuía nada bueno.

Pero si yo te las di sinceramente, no te entiendo. ¿Puedes explicarme por qué te dio esa falsa impresión?

Estás equivocado, no era falsa. Lo único cierto fue la impresión que tuve de ti, y esta fue que me lo dijiste con la boquita pequeña, simplemente para que me callase y ya está, vamos… que ni tú mismo te lo creíste ¿Me equivoco?

Bueno Mónica – tuve que reconocer – no te equivocas. Pero debes comprender que aunque me hablaste de aquellas ideas, era demasiado prematuro que yo lo viera como me lo acababas de contar, aunque ahora desde mi punto de vista sigo pensando que no hice nada malo, y me cuesta adoptar una actitud dócil cuando no me veo así ni la siento para nada.

Bien, bien, estoy de acuerdo – afirmó brevemente.

¡Vaya! Parecía que había dado en el clavo. Hoy me sentía más centrado y desde luego no iba a permitir que ocurriese lo del otro día y así me lo demostró su respuesta. Pero tras esa breve pausa, continuó.

Estoy de acuerdo en que es demasiado pronto para que así lo veas – respiró profundamente y prosiguió – Pero estas muy equivocado. En primer lugar, no se trata de ideas sino de realidades. En segundo lugar, te aseguro que habrá tiempo para que las asumas como debe ser. Y en tercer lugar, los hombres sois de naturaleza sumisa, todos tenéis algo de sumisos pero en tu caso, aunque digas que no lo eres, tu eres totalmente sumiso. ¿Entiendes lo que te acabo de decir?

Me quedé un poco desarbolado por las afirmaciones que me acababa de hacer y sin saber muy bien qué decir.

Mira, no sé qué estás diciendo de que si somos sumisos y yo todavía más, pero justamente soy lo contrario. No soy para nada como dices y pienso que todo lo que dices son elucubraciones y nada más.

Para empezar – replicó un poco impaciente – todos, sin excepción, habéis sido en vuestra infancia sumisos ante una mujer. Te recuerdo lo que te expliqué el otro día por si se te ha olvidado. ¿¡Acaso no habéis acatado en más de una ocasión lo que os imponía vuestra madre!? Todos os habéis ceñido a sus enseñanzas, a sus consejos, y más de una vez a sus mandatos. ¿O tal vez tú te los pasabas por tus huevos?

Bueno ¡Tampoco hace falta que lo digas así caray! Y no sé a cuenta de qué viene que recurras a la infancia, esa está muy pasada y no tiene nada que ver con la actualidad.

La forma tan descarada en que me hablaba me hacía más vulnerable y me daba cuenta que por más que yo lo intentaba, ella volvía a manejar la situación. Mónica, que era bastante más joven que yo, me estaba dando otro repaso después del que me dio el otro día. Desde el principio comenzó a perfilarse como la dueña absoluta de la situación.

Te equivocas en todo, como siempre. Todo lo que pasasteis os queda para el presente. Muchos comportamientos vuestros de hoy os vienen de vuestro pasado y más en tu caso. Dime una cosa… ¿Acaso no obedeciste a lo que te mandaban tras recibir unos buenos azotes en tu culo? ¿Acaso no recibiste más de un buen bofetón por portarte mal? Piénsalo y respóndeme.

No hace falta que lo piense mucho, claro que sí pero vamos, que creo que a todos nos ha pasado lo mismo.

Ya me lo imagino, pero ahora dime… ¿Verdad que te sigue gustando que te den una buena reprimenda y te digan lo que tienes que hacer? Contesta.

¡Pues claro que no! ¿¡Pero quién te crees que soy para decirme eso!? ¿¡Nos hablamos desde hace dos días y ya piensas que me conoces!?

Vamos a ver – noté cómo se contuvo para conseguir continuar sin alterarse – Primero, te conozco mejor que tú. Segundo, estoy totalmente segura que lo que digo te encanta. Tercero, no soporto que me mientan. Y cuarto, por más que niegues que eres sumiso, esto de aquí te está delatando

Y justo cuando decía esto, noté como su mano se posaba sobre mi miembro y me lo agarraba con decisión al tiempo que yo daba un respingo sobre la silla sorprendido por su inesperada actitud.

Vaya, vaya… qué tenemos aquí… ¿Quieres decirme que es este gran bulto que estoy tocando? – sus palabras sonaban con burla y llenas de satisfacción – ¿Sabes explicarme por qué estás así de empalmado?

Su mano comenzó a moverse sobre mi abultamiento, frotándolo mientras me lo presionaba. Mi sonrojamiento fue mayúsculo.

Mira, verás… no es lo que parece… yo… es que… – no sabía ni que decir.

Pues claro que es lo que parece. Esto te demuestra que yo tengo razón en todo lo que te he dicho ¿¡Todavía lo vas a negar!?

Un poco alarmado por la situación, conseguí reaccionar y con un tono bastante serio la exigí.

¿¡Quieres retirar tu mano ahora mismo de ahí, por favor!?

Pero lejos de amedrentarse, me respondió desafiándome:

No la voy a retirar. Atrévete tú a quitármela, pero no vas a poder.

Bajé rápidamente mi mano aferrando la suya, pero sus dedos se cerraron con más fuerza sobre mi empalmado elemento, atenazándolo tan firmemente que si insistía en mi intención podría delatarme ante la poca gente que ocupaba la cafetería. Finalmente desistí.

¿Ves como no puedes? Ahora te voy a explicar otra cosa para que te enteres – continuó diciéndome mientras me tenía así cogido – ¿Sabes por qué, además de por otras cosas, los hombres estáis en inferioridad con las mujeres?

Dirigió su mirada hacia la mano con que me tenía cogido.

Fíjate bien en cómo te tengo. No solo no te has podido soltar, sino que deseas que te tenga así agarrado ¿Me equivoco? – ante mi silencio, ella misma se contestó – ya, ya sé que no me equivoco. A todos los hombres os pasa lo mismo mucho de bocazas pero en cuanto una mujer os tiene bien cogido por vuestra polla os volvéis mansos como corderitos. Vuestro sexo está expuesto al exterior, siempre colgando es vulnerable, frágil, muy accesible para nosotras y fácilmente manipulable ante nuestros deseos ¿Te estás dando cuenta?

Mientras me hablaba de esta forma simultáneamente reanudó los movimientos de su mano frotándomela como para hacer hincapié en todo lo que me explicaba. Ante sus palabras y comportamiento yo me sentía aturdido, sinceramente solo sabía escucharla mientras seguía hablando y hablando.

Ahora fíjate en mí, en la mujer. Mi sexo lo tengo bien guardado, inaccesible a ti, es mi gran secreto, mi posesión, y lo malo para vosotros es que os ponemos de rodillas ante él y sucumbís a su poder. Tú solo puedes alcanzarlo si yo te dejo, si yo te doy mi permiso para hacerlo – y llena de confianza añadió – ¿Te das cuenta ahora de vuestra posición? ¿De tu posición frente a la mía?

Como yo no salía del aturdimiento al que ella me había conducido, con tono exasperante agregó:

¿¡Te quieres enterar ya o te lo tengo que explicar de otra forma!?

En ese mismo momento apareció el camarero tan de súbito que temí por si había escuchado sus últimas palabras. Ella cesó en sus movimientos pero no soltó su presa mientras él nos preguntaba.

Buenas tardes. Por favor ¿Que van a tomar los señores?

Su intervención hizo que me espabilara lo suficiente para observar como ella se quedaba en silencio, sin pedir nada. Un poco tenso por la espera, me animé a hablar.

Bueno, por favor a mí me va a traer

¡Un momento! – la voz de Mónica sonó categórica cortándome en seco y dirigiéndose al camarero añadió – si no te importa, déjale a él la bandeja porque me va a servir él mismo ¿No es así?

De golpe todo mi rostro enrojeció notando como me ardía por completo. No daba crédito a lo que acababa de pronunciar con ese señor delante. Exclamé:

¿¡Pero qué estás diciendo!?

¿Qué qué estoy diciendo? ¡No pongas esa cara! Lo vas a hacer y punto – afirmó mientras por fin soltaba mi bulto.

El camarero se sonrió disimuladamente perplejo ante el numerito, pero no se iba. Diría que le estaba divirtiendo la situación.

Deja aquí la bandeja – dirigiéndose a él – y nada más, puedes marcharte.

Aproveché ese momento para decirla más secamente y con bastante enfado:

Por favor no vuelvas a hablarme de ese modo y mucho menos con gente delante ¿Qué te has creído?

Cállate – me replicó tranquilamente – cállate y mira tú bulto. Lo bueno es que él no me miente y me dice que te está gustando y que por supuesto lo vas a hacer, así que vamos, levántate.

¿Pero qué dices Mónica? No pretenderás que me levante con esto como lo tengo ahora ¡Y que encima haga de camarero!

No es que lo pretenda, sino que estoy segura que lo vas a hacer y además ¡Sin tenértelo que repetir!

Sin tener un criterio real de lo que estaba haciendo, como si mi mente estuviera siendo anulada poco a poco, me incorporé lentamente y como remoloneando.

Vamos, coge la bandeja y después me preguntas ya sabes el qué. No voy a tener que decirte todo lo que has de hacer ¿No?

Alcé la bandeja con mis manos y dejadamente, sin acabar de creerme lo que estaba haciendo, la pregunté

¿Qué vas a tomar?

Con un movimiento de su cabeza hacia los lados, desaprobó mi actitud.

¡Muy mal! Vamos a ver. Primero, ¿Qué se suele hacer cuando ves a alguien por primera vez? Segundo, ¿Cómo debe tratar un camarero a una clienta? Y tercero, ponle un poquito más de brío ¿Lo tienes claro ya? – aguardó un momento y continuó – pues venga, empieza de nuevo.

Estoo… buenas tardes ¿Qué va a tomar la señora?

¡Eso está mejor! Pues mira… me vas a traer una coca-cola con mucho hielo. ¡Ah! Y pon una rodajita de limón en el vaso ¿Entendido?

Pensé que cuanto más rápido hiciera todo, antes acabaría con esta "representación" y tapándome como pude con la bandeja me dirigí a toda prisa hacia la barra. De vuelta ya en la mesa, dejé el vaso y después la coca-cola pero cuando estaba haciendo ademán de sentarme

Sírveme la coca-cola en el vaso – mientras me miraba con ironía.

Por las prisas con que se lo llené, deseando ya sentarme, ocurrió lo típico de las bebidas gaseosas, no calculé y rebosó derramándose un poco en la mesa. Inmediatamente me sobresalté al tiempo que la miraba intuyendo, no sé por qué, una mala reacción por su parte. Sin apenas darme tiempo a ver su mano, me sacudió una sonora bofetada que me hizo tambalear.

¡Idiota! – me gritó dando paso a una nueva bofetada aún mas fuerte – ¡Presta más atención! ¿¡Es que ni si quiera sabes servir!?

Me quedé por un momento parado, con mi mejilla enrojecida por las bofetadas y por la vergüenza que me estaba invadiendo.

¡Eres un inútil! No te quedes ahí mirando como los tontos y haz algo – parecía que la divertía recriminarme – vamos, ve a por una bayeta y límpialo.

Volví hacia la barra sin atreverme a levantar la vista. Solo me faltaba ver la cara de quién me estuviese mirando. Con la bayeta en la mano me apresuré a secar todo lo que había derramado mientras ella miraba como lo hacía. De pronto apoyó su mano sobre la mía y me hizo parar.

Vaya, vaya… mírate… – aprecié que estaba mirando hacia mi pantalón – quiero que te mires a tu cosa.

Ya, si ya me lo imagino – aunque yo sabía sobradamente lo que me pasaba, me miré con disimulo.

Tapándose un poco con su propio cuerpo para no hacerlo tan descaradamente, me palpó durante un instante lo que llamaba la atención en mí.

Si parece que vuelves a tener tu polla bien empinada… ¿Y eso? ¿A qué es debido?

Su sonrisa llenaba por completo su rostro. Tal era la satisfacción que la proporcionaba comprobar que sus afirmaciones eran todas ciertas.

¿Te das cuenta de una puta vez que tengo razón? ¿Ves como eres sumiso?

No dije nada. Hice un giro con la cadera consiguiendo que retirase su mano y, como quién está molesto, dije:

Bueno ¿Te vale ya con esto? Ya me puedo sentar ¿Verdad? – mi actitud era como de enfurruñamiento del niño travieso porque estaba ya adoptando la postura para sentarme, pero ella me interrumpió en seco.

No, no puedes – guardó silencio – recoge tus cosas, paga esto y vete. Ahora quiero que medites en todo lo que te he explicado hoy, que pienses en ello y mañana me digas que por fin ves las cosas de la única manera que tienes que verlas porque son como te las he contado.

Bueno, para eso primero tengo que venir mañana – mis palabras sonaron sin aplomo, sin convencimiento, como quién dice una cosa por decir – y seguramente no venga.

Si, si que vendrás, estoy completamente segura de ello ¿Has oído? – su tono era bastante más determinante que el mío – mañana te quiero aquí. Y se puntual. Ahora vete.

Comenzó a sacar un cigarro de la cajetilla indicándome claramente con ese gesto que ya no quería nada de mí, ignorándome desde ese momento. En silencio, con una extraña sensación de abatimiento, recogí mis cosas, me despedí de ella sin ser correspondido y me fui.

Esa noche intenté en vano recapitular sobre todo lo ocurrido pero me era imposible centrarme lo suficiente como para recobrar un juicio sereno sobre lo que había pasado. Una y otra vez venía a mi mente la imagen de esa chica hablándome sin parar y conmigo sin saber rebatirla. Intentaba discurrir, pero solo era capaz de ver de qué manera tan segura se había adueñado de la situación, manejándome como la vino en gana. Eso era en lo único que aparecía en mi cabeza.

La mañana del día siguiente transcurrió vista y no vista sin apenas poder hacer nada. Solo sé que no hacía más que repetirme que tenía que aclarar mi cabeza pero mi mente se encontraba como envuelta por una nebulosa que me impedía pensar. Y de esa forma, sin tan siquiera saber por qué lo hacía, me encontré entrando en la cafetería.

Ella ya estaba allí, sentada al final de la misma. Me situé rápidamente frente a la mesa y fue cuando pude advertir en su rostro un gesto de impaciencia.

Hola Mónica, buenas tardes.

Me miró lentamente de arriba abajo sin pronunciar palabra.

Llegas un poco tarde pero no te lo tendré en cuenta. Siéntate.

Dejé mi cartera sobre una silla y me senté a su lado. No me salía nada que decir y me dije a mi mismo que mal comienzo era para mí empezar de esa forma, por lo que me invadió un nerviosismo incontrolado de tal forma que lo único que acerté a hacer fue encenderme un cigarrillo.

Ella me miró durante un pequeño instante manteniendo sus ojos clavados en los míos y, como dándose cuenta de mi estado, fue quién tomó de nuevo la iniciativa.

Vamos a ver… miedo me da preguntarte qué has pensado acerca de todo lo que te he explicado en estos dos días. Desde luego tendrías que contemplarte porque viéndote la cara de tonto que tienes ahora mismo, me da la impresión que no has hecho los deberes que te mandé ayer y no has pensado en todo lo que te dije ¿Me equivoco? – apuntilló.

Ese comienzo tan agresivo y aplastante, queriendo desarmarme desde el principio, me hizo ver que hoy sería todavía peor para mí.

No es así Mónica, claro que he pensado en ello – mal por mi parte pero solo se me ocurrió mentirla – y por más vueltas que le he dado

Es lo que me imaginaba – pronto comenzó a no dejarme hablar – ni has pensado en nada, ni has entendido nada de nada ¿Verdad?

Bueno, verás… reconozco que no he podido pensar en nada, pero aunque lo hubiera hecho hubiera seguido sin comprender en qué situación nos quieres poner a los hombres frente a las mujeres. Francamente yo no me veo como tú dices.

Con cierta expresión de impaciencia y como no podía ser menos, me replicó.

No es que no te veas cómo eres, sino que no quieres verte. Entérate de una cosa, todos los hombres sois débiles ante las mujeres. No se trata de que os dejéis influenciar por nosotras sino que nosotras influimos en vosotros aunque no os dejéis. ¡¿No te quieres dar cuenta!? – ante mi silencio paró un instante para proseguir – En cuanto nosotras queremos, sacamos de vosotros vuestro instinto animal y os ponemos a comer de nuestra mano, y además te digo que de entre los hombres tú eres de los más débiles que he conocido y te puedo asegurar que en cuanto me lo proponga puedo hacer contigo lo que me apetezca, y todo esto aunque tú no lo reconozcas ¡Dime si no es verdad!

Realmente me sentía cohibido y lo que era peor, realmente apocado por sus palabras y la actitud que se atrevía a tomar conmigo afirmando tan rotundamente lo que acababa de decirme. En esos momentos solo acerté a responderla con muy poca convicción.

No es como me dices Mónica, tú me quieres ver de esa forma, pero no es así.

Con un movimiento decidido, y como ya había hecho ayer en dos ocasiones, plantó su mano sobre mí entrepierna manoseándome mí acentuado bulto.

Eres gilipollas ¿Y quieres decirme por qué cojones cuando te hablo así se te pone tu polla tan tiesa como la tienes ahora?

No es por eso, verás… – un sudor frio recorrió instantáneamente mi cuerpo

Mira – me interrumpió viendo que negaba por negar – te vuelvo a repetir que como eres un gilipollas y no te enteras de nada, veo que te voy a tener que demostrar con hechos vuestra debilidad ante nosotras.

Soltó mí excitado abultamiento y bruscamente se levantó al tiempo que me decía.

Ahora, fíjate bien ¡Incrédulo!

Se dirigió hacia el servicio caminando normalmente pero, eso sí, sin prisas. Siempre la había visto con sus vaqueritos y deportivas blancas, pero ese día deslumbraba luciendo una súper minifalda negra junto con una camiseta del mismo color y con tirantas, tan corta que dejaba al descubierto la sensualidad de su ombligo adornado con un atractivo piercing. Sus piernas no es que rozasen la perfección sino que yo diría que hubo de inventarse esta palabra para definir sus larguísimas piernas que aún parecían más interminables con esos altos tacones que se había calzado.

Lo cierto fue que en toda la cafetería no hubo hombre que no la siguiese con la vista hasta que se perdió por la puerta del servicio, ocurriendo otro tanto de lo mismo cuando tras un rato volvió de nuevo hacia la mesa.

Esta vez se sentó frente a mí, dando la espalda a la sala. La expresión que mostraba su rostro era de total orgullo tras ver los resultados de su demostración.

Tu mismo lo has podido comprobar ¿Verdad que sí? – dijo con tranquilidad.

Bueno… si… la verdad es que algunos te han mirado más de la cuenta – respondí.

¿Más de la cuenta dices? ¿Solo algunos…? – el tono burlón de sus palabras dejó paso a cierta exaltación cuando continuó - ¡Todos los tíos sin excepción me ha-bé-is clavado vuestras miradas mientras babeabais sin poder evitarlo! Te acabo de demostrar claramente que en cuanto una mujer os planta cara, en cuanto una buena hembra se lo propone, vuestra debilidad se hace visible y descarada porque no podéis remediarlo aunque queráis. Te aseguro que en ese momento, con una sola palabra mía os hubiera puesto a todos a mis pies. Y estoy completamente segura que tú hubieras sido el primer idiota en hacerlo.

No es verdad Mónica, estas poniéndome actitudes que para nada son como dices – la respondí más bien con la boca pequeña y sin ya saber si estaba seguro.

Mientras pronuncié esas palabras tomé conciencia de que la situación estaba empezando a estar completamente en sus manos si no lo estaba ya y esto comenzó a agobiarme de tal forma que todo lo que me estaba pasando con Mónica en cierto modo empezó a parecerme algo surrealista. Desde un principio ella había conducido la situación hacia donde quería y no hablábamos de otra cosa o mejor dicho, hablaba. Me había rodeado con unos razonamientos en los que cada vez me hundía más y lo peor era que no me veía capaz de salir de ellos, no sabía cómo reaccionar.

De pronto mis cavilaciones se vieron interrumpidas al notar una inesperada presión en mis atributos ¡Me los estaba pisando con su zapato!

Porque sé perfectamente que te gustaría ponerte así ante mí ¿Verdad? – prosiguió mientras esbozaba una sonrisa de oreja a oreja – No lo puedes negar. Tu polla la noto cada vez más dura y ella me está dando la razón. Te conozco demasiado bien.

En esto que levanto su brazo e hizo un gesto con la mano llamando al camarero que se encaminó rápidamente hacia nuestra mesa. ¡Dios mío! ¡No podía verme así!

Agarré su pie con mis manos en un gesto rápido dispuesto a retirárselo de ahí, pero lo presionó todavía con más fuerza contra mi abultamiento. Lo intenté durante unos segundos pero ella apretaba más y más. Pude ver su cara de satisfacción al tener que abandonar mis inútiles esfuerzos viendo que el camarero ya estaba llegando.

Buenas tardes señora ¿En qué puedo servirla?

Bueno… pues veras...

Al ver que se quedaba pensativa, el camarero se animó a intervenir de nuevo.

Discúlpeme señora ¿Tal vez desea que vuelva a servirla el señor como ayer? – y tras ver de reojo cómo me tenía ella, añadió no sin cierta guasa – Si le es posible, claro.

Los colores se me acentuaron aún más en mi rostro debido a la vergüenza que sentí en ese momento, pero a pesar de ello conseguí no quedarme callado.

¡Ni hablar! – exclamé – muchas gracias por su sugerencia pero el señor hoy prefiere quedarse sentado.

Tras ver mi reacción, intervino Mónica de una forma educada y tranquila.

Vamos a ver – dirigió su mirada hacia el ocurrente camarero – Vas a dejar la bandeja sobre la mesa y te puedes marchar que ya me encargo yo.

Ella esperó a que el camarero se hubiera alejado del todo. Entonces, por fin, retiró su pie de mi entrepierna liberándome de su presión. Con toda serenidad se incorporó sobre su silla para acercarse más hacia mí, me miró durante un instante con una tremenda frialdad y me propinó un buen bofetón que me hizo girar la cabeza.

En primer lugar: que sea la última vez que hablas por mí, imbécil.

Empleando la misma mano, volvió a sacudirme otra bofetada de lleno en la cara.

En segundo lugar: eso de "el señor" vamos a dejarlo ¿Está claro? Ya veré yo lo que tú eres. Aquí soy yo la única Señora.

Me observó durante unos segundos tras los que otra nueva bofetada en la misma mejilla no se hizo esperar.

En tercer lugar: lo que prefieras o no prefieras lo decidiré yo.

Acercó su mano a mi cara para acariciarme mi ya sonrojada mejilla, pero tras frotármela un rato me estrelló de pleno su palma contra ella.

En cuarto lugar: ahora sin rechistar te levantas, coges la bandeja, y quiero que inmediatamente vayas a la barra y me traigas una coca-cola ¿Has entendido?

Todo azorado como me encontraba y con mi capacidad de reaccionar totalmente anulada hice intención de levantarme, pero ella puso su mano sobre mi brazo impidiéndomelo.

Y en quinto lugar… – me levantó un poco la cara cogiéndomela por la barbilla y con clara actitud de estar disfrutando me pegó la última bofetada para añadir – O tal vez… ¿Prefieres que continúe espabilándote?

No, no, por favor, para nada – mientras me incorporaba rápidamente demostrando mis deseos de que no siguiera – ahora mismo te traigo lo que me has dicho.

Sigues sin enterarte estúpido, no es lo que te he dicho sino lo que te he mandado. Pues venga ¡Hazlo ya!

Me vi obligado a levantarme si no quería más escándalo, pero al pasar junto a ella me paró en seco poniéndome disimuladamente su mano sobre mi llamativo bulto.

Pero ¿Has visto cómo tienes esto? ¡Si estas completamente empalmado, jaj ja ja! Y luego dices que no te gusta ¿Te das cuenta? – se burlaba de mi – Si te lo digo yo, que tu lo que eres ¡Es un puto sumiso! Anda… ves a por mí coca-cola así como estas, con la polla bien dura para que te vean todos bien.

Lo dijo riéndose de mí, pero a pesar de ello fui todo avergonzado hacia la barra tapándome de nuevo con la bandeja como había hecho el día anterior para disimular lo evidente.

Cuando regresaba con la bebida vi cómo ella se había sentado de nuevo en la parte de la pared y me observaba con lo que me pareció una expresión de triunfo total en todo su rostro. La serví el refresco y me fui a sentar de nuevo a su lado pero ella me indicó con su mano que me sentara frente a ella.

Habíamos entrado ya en un estado en el que yo me encontraba bloqueado por completo, no sabía de qué hablar, ni que decir, ni rebatirla. Mientras ella bebía, yo aguardaba en silencio como reconociendo que le daba la iniciativa. Me parecía mentira pero esa era la realidad en ese momento.

Mónica era muy lista y se daba perfectamente cuenta de la situación y aprovechó ese momento para apuntillarme aún más.

Me da la impresión que por fin te estás empezando a dar cuenta de la situación ¿Verdad? – me dijo con serenidad, invitándome a contestarla.

No sé de qué situación me hablas, ni a que te estás refiriendo Mónica – ya me sentía incapaz de tan siquiera argumentarla nada porque realmente no sabía cómo hacerlo.

¡Me refiero a lo que es evidente, gilipollas! – suspiró al tiempo que negaba con la cabeza – eres más idiota de lo que pensaba ¡La verdad! Pero te lo explicaré aún mejor.

Tranquilamente sacó un cigarrillo y se lo encendió ella misma aunque eso sí, me echo todo el humo de su primera bocanada en la cara. Se la veía concentrada en lo que me iba a decir y prosiguió.

Por si no te has dado cuenta, sin tu quererlo te estás viendo dominado por mí ¿Te das cuenta de eso o no, tontito? – lo dijo aplicando a propósito un tono inocente a su voz – sin poder remediarlo me ves muy por encima de ti, muy superior. Aunque si te digo la verdad, y no es porque yo lo diga, yo soy superior a todos los hombres y en ello encuentro plena satisfacción pero respecto a ti, soy muy superior. Desde que te vi te observé en tus actitudes y comportamientos y presentí tu falta de carácter, pero tras estos tres días he podido comprobar tu nula personalidad y esto es lo que me ha facilitado aún más el hacer de ti lo que me había propuesto y en mucho menos tiempo del que sinceramente pensé… ¡Ni yo misma me lo esperaba!

Al decir esto hasta se sobresaltó, y la expresión que adoptó su rostro ni siquiera me atrevo a describirla. De pronto me sorprendió de nuevo.

¿Sabes lo que quiero ahora?

La cara de embelesamiento que adopté debió ser tal, que medio sonriendo continuó diciendo.

Ahora quiero que vayas al servicio, te quites los pantalones, te quites tu bóxer y te vuelvas a poner los pantalones. Y para que yo compruebe que me has obedecido, me vas a traer tu bóxer en la mano ¿Has entendido?

Pero Mónica, cómo pretendes que

No me hagas repetírtelo o lo haré de otra forma – me interrumpió - ¡Hazlo ya!

Su tono más firme hizo como si tuviera un resorte que me hizo levantar y hacer lo que me mandaba. Fui al servicio, me quite los bóxer y me puse de nuevo los pantalones intentando disimular lo más posible lo que era imposible camuflar. Volví con los bóxer espachurrados por mi mano y cuando iba a sentarme ella me detuvo.

¡Enséñamelos! – me inquirió.

Los extendí con mucho disimulo para que los viera. Cuando se quedó convencida, bajó su mirada hacia mi abultamiento y sonrió.

Así me gusta. Ahora no te sientes, ves hacia aquella papelera al lado de la barra y los tiras. Quiero que a partir de hoy tu polla no vaya comprimida y que sea fácilmente accesible para mí ¡Vamos!

Sintiéndome incapaz de contradecirla, actué como me había dicho y volví hacia la mesa lo más rápido que pude para volverme a sentar frente a ella, de espaldas al resto de la cafetería. Ella, sin dejar pasar más tiempo, acercó una silla a un costado de la mesa para sentarse en ella, pegándose a la mía.

Ahora voy a salir un rato a hacer unas compras – me sobresalté porque al mismo tiempo que me hablaba noté como hábilmente con sus dos manos bajo la mesa comenzó a desabrocharme descaradamente el pantalón – pero tú me vas a esperar aquí ¿Te ha quedado claro, imbécil?

Impresionado y ultrajado por su atrevimiento no pude gesticular palabra y solo pude asentir con la cabeza. Cogió su bolso y sacó de él una media que estiró bajo la mesa. Con mi pantalón abierto sacó sin miramientos mi miembro y comenzó a excitármelo más de lo que estaba mientras continuó diciéndome.

Por ser la primera vez, no quiero que me des una sorpresa y salgas corriendo, así que te voy a atar en corto a la mesa con una de mis medias para tenerte bien seguro. ¡Ah! Y una cosa… – me miró desafiante – cuando vuelva quiero ver esta polla tan empalmada como te la estoy poniendo ahora ¿Entendido? Quiero encontrarte como el cerdo baboso que eres con toda tu polla bien tiesa ¿¡Vale!?

Al tiempo que decía esto ya había terminado de anudarme bien seguro a la mesa dándole un último tirón a la media, lo que me hizo soltar un pequeño gemido. Se levantó y se fue.

Pero según daba sus primeros pasos, se volvió y me gritó.

¡Ah, y piensa en lo que te está pasando!

Mi suplicio duró una hora larga durante la cual, una vez más, me sentí incapaz de ver las cosas con frialdad. Esta chica había dado un giro a toda mi realidad y me encontraba en una situación en la que nunca hubiera creído estar si así me lo hubieran vaticinado.

Tras oír abrirse la puerta, y por el ruido de sus tacones acercándose, comprobé que llegaba. Venía con varias bolsas en la mano que dejó junto a la pared y tomó asiento en la misma silla donde había estado antes de marcharse. Se la veía pletórica. Afortunadamente para mí, y pienso que debido a la fuerza con que me la había atado, seguía con ella bien dura.

Sin mediar palabra, dirigió su mano hacia debajo de la mesa y mirándome fijamente comprobó con satisfacción en sus ojos que seguía como ella me había "sugerido".

¿¡Y bien!? – y se quedó callada.

Y bien… ¿Qué? – se me ocurrió decirla tontamente.

La expresión de su rostro cambió a ira contenida, y con una velocidad vertiginosa su mano soltó mi hinchado miembro para estrellármela ruidosamente de lleno en mi mejilla, haciéndome girar la cabeza.

¡No te hagas el tonto conmigo, imbécil! – me miró recriminándome por mi pueril actitud – sabes de sobra a lo que me refiero… ¿Has conseguido pensar con la única neurona que tienes en el cerebro? A ver si con las mejillas rojas piensas mejor ¿¡Reconoces de una puta vez que eres un sumiso de mierda que se debe a las mujeres!? ¡Responde ahora mismo!

Reconozco que bastante asustado por su actitud, comencé a decirla.

Bueno… Mónica… la verdad es que de algo si me estoy dando cuenta. Algo que no sabía y que creo que es como tú me estás diciendo.

¿Todavía me dices que "crees"? A ver, dime qué crees… ¿Qué eres un puto sumiso al que las mujeres dominan? ¡Dime!

Bueno… verás… no son exactamente las mujeres

¿No exactamente las mujeres?... ¡Pero qué me dices! ¿¡Es con alguien más!?

No, Mónica… con nadie más. Digo que veo que me está gustando pero solo

Mira idiota, te aviso… cómo no hables claro y me lo digas ya, te voy a meter tal ostión que te voy a hinchar ese hocico que tienes – su impaciencia era evidente.

Pues… que veo que me está gustando pero solo con una mujer.

La exasperación de su rostro cambió por completo. Eso la gustó bastante más.

Es decir… ¿Me estás diciendo que te gusta obedecerme solo a mí?

Si, Mónica, más o menos es eso

Buenos, aunque no del todo, eso me va gustando bastante más aunque tengo que llegar a verte convencido. Pero dime ¿Ante mi te sientes sumiso? Quiero que me lo digas.

Si Mónica, solo ante ti me siento así.

Se irguió sobre la silla respirando profundamente. Me miró durante un rato con un satisfecho gesto de clara superioridad, me puso la mano sobre la cabeza y me revolvió durante un rato mi cabello para después tirarme levemente de él, obligándome a mirarla.

Bueno, de momento creo que te iré enseñando algunas cosas que tienes que aprender, pero que te quede claro que solo yo decidiré lo que tú eres, y ya veré si después de todo te permito ser mi perro ¿Lo has entendido?

Si.

Señora, para ti soy Señora. Además, desde este momento, me tratarás siempre de usted por el respeto que me debes. Contéstame, vamos.

Si Señora, como usted diga.

Sacó unas tijeras pequeñas de su bolso y al tacto cortó la media que me tenía atado, dejando la que quedaba como estaba atada en mi dilatado miembro. Me lo cogió y me lo guardó no sin antes haberle dado unas palmadas con su mano para excitármelo más, mientras se divertía mirando disimuladamente cómo se bamboleaba.

Ahora paga la consumición. Primero saldré yo a la calle y tras pocos segundos saldrás tú. Por la calle yo iré delante y tú me seguirás unos pasos por detrás pero no desde demasiado lejos. Quiero que la gente se dé cuenta que vienes conmigo. Y que no te vea que aprovechas a mirarme el culo ¿Entendido? En todo momento llevarás la mirada baja, dirigida exclusivamente a mis pies, eso es lo único que podrás mirar. Quiero que tu actitud por la calle sea dócil, como si de mi perro te trataras ¿Te ha quedado claro, gilipollas?

Si Señora.

Dicho esto se dio media vuelta y comenzó a caminar. Sin detenerse, volvió la cara por encima de su hombro y dijo en voz alta.

¡Y coge mis bolsas!