Sometido por mi vecina (3)

Finalmente cae en sus manos, es dominado, humillado por su vecina. Y lo peor está por llegar...

Mi vecina (III)

Viernes 17 de la tarde, se acercaba la hora. Carlos había quedado con Laura en su casa para cenar. Estaba nervioso como si fuera su primera cita. Al final iba a estar con una mujer en toda regla, a la que le iba la marcha y con la que iba a cumplir todos sus sueños sexuales… o eso creía.

Se puso su mejor boxer, el más ajustado. Esperó para perfumarse a que se fueran sus padres, para que no le dieran la lata. Pensó en que sería bueno llevar algo, pero le dio pereza coger alguna botella del mueble bar y, claro está, no iba a gastarse su dinero bajando al supermercado, así que pensó que su presencia ya era un buen regalo para esa guarra.

Dos horas más tarde Carlos llamó a la puerta de Laura. Esperaba encontrarla con un modelito espectacular, pero quedó ligeramente decepcionado. Llevaba un jersey de cuello alto de color crema, unos pantalones tejanos y unos zapatos bastante abiertos por delante con un talón considerable, lo que hacía que aún fuera más alta de lo normal. Llevaba el pelo suelto y le recibió con una cordial sonrisa, guiñándole el ojo y dándole un beso en los labios.

Estuvieron casi una hora sentados en el sofá, hablando un poco de todo. Principalmente, Laura le estuvo preguntando a Carlos sobre su vida, como si le interrogara pero sutilmente. Éste, sin darse cuenta, le soltaba a Laura todo lo que le pasaba por la cabeza, quedando en evidencia que era un poco garrulo y exageradamente machista. Mientras comentaban la jugada, Laura le ofreció a Carlos una copa de vino. El chico se sorprendió ya que solo bebía cerveza y cubatas, pero para no quedar mal accedió. No le gustaba para nada el gusto del vino negro, pero para no quedar mal, se lo bebió. Enseguida notó que no le había sentado muy bien, pero bueno, con la cena se le pasaría. Mientras él se quedó viendo el canal de deportes, Laura fue a preparar la cena. En cuanto estuvo lista le invitó a sentarse a la mesa que ya estaba totalmente lista.

Carlos ya se sentó mareado, y en cuanto fueron a brindar de nuevo con ese vino que se le atragantaba, el mareo aumentó hasta que se le nubló la vista y dejó de ver lo que tenía delante de sus narices. Un golpe seco sobre la mesa precedió a una oscuridad total.

Pasaron unos minutos que le parecieron horas hasta que recuperó de nuevo el sentido. Seguía sentado en la mesa, con la frente apoyada sobre el mantel. Instintivamente intentó acercar las manos a la cabeza, que le daba vueltas y le dolía profundamente, pero no pudo. Repitió el movimiento pero de nuevo no hubo respuesta; medio incorporándose pudo ver que sus manos estaban a la espalda, y su pecho estaba al descubierto. Lentamente se fue dando cuenta que estaba desnudo, tan solo su boxer "sexy" se mantenía en su sitió. Sus muñecas estaban firmemente atadas a la espalda, al igual que sus tobillos entre si, y una cuerda le mantenía pegado al respaldo de la silla, apretándole el estómago. Finalmente se puso totalmente erguido y con cara de extrañeza pudo ver, un tanto borrosa, a Laura con la copa de vino en la mano, con una sonrisa que le cruzaba la cara mirándole fijamente.

Bueno, chaval, veo que ya te has recuperado, ¿No? Al parecer el vino no es tu fuerte, ¡Ja, ja, ja, ja! – Laura le había drogado, desnudado y atado a la silla. Carlos alucinaba y empezó a soltar todo tipos de improperios hacia la mujer, hasta que ésta se cansó y le cruzó la cara con una bofetada haciendo que casi se caiga de bruces al suelo.

La cara de odio del chaval era evidente, pero eso no hacía más que calentar más a Laura, que le contó las nuevas normas a su presa.

Mira cerdo, estoy hasta las narices de ti. Le hiciste la vida imposible a mi hija, la engañaste con todas las chicas que pudiste y más, te has pasado un año puteando a todas las chicas del barrio y, ahora, pretendía que yo sucumbiera a tus "encantos". No sabes donde te has metido, gilipollas, no te puedes hacer ni la más menor idea.

Mientras le decía esto, se levantó y se acercó a él lentamente, pasándole la punta de su dedo índice desde el antebrazo hasta lo alto de la cabeza, paseándolo primero por los hombros haciendo que se le pusiera la piel de gallina. De golpe lo agarró por el pelo y le inclinó la cabeza hacia tras; notó su respiración justo al lado de su oreja, como bajaba lentamente por el cuello y se paraba justo en su pezón derecho. Ella tiraba fuerte del pelo, con lo que el chico no podía moverse ni dejar de mirar al techo, tan solo notar el aliento caliente de esa mujer que le tenía en sus manos.

Le soltó la cabeza de golpe y siguió dando la vuelta hasta que quedó justo al otro lado. Se puso en cuclillas y mirándole de reojo sacó su lengua caliente, la misma que exploró su boca hacía unos días y se paseó por su otro brazo libremente, mientras que una de las manos le agarraba de la polla que ya se evidenciaba tras la tela de los calzoncillos. Carlos se estaba poniendo malo, pero no se atrevía a protestar, no sabía si aquello le gustaba o atentaba contra su orgullo masculino; evidentemente, mientras le tenían cogido por la polla no tenía capacidad de pensar (¿Sería por que tenía el cerebro "oprimido"?).

Con la otra mano, Laura empezó a desatarle la cuerda que le mantenía sujeto a la silla. Cuando la tubo en la mano se incorporó de nuevo, se puso tras el muchacho y se la puso en el cuello, en forma de collar con su correspondiente correa. Tirando violentamente de ella le obligó a levantarse y de un puntapié tiró la silla al suelo. Con un golpe seco pero certero de su rodilla en el estómago hizo que el chico cayera de rodillas sobre la moqueta, doliéndose sonoramente e intentando recuperar la respiración al mismo tiempo que tosía como un desgraciado. Laura tiró de la cuerda hasta que Carlos quedó debajo de la mesa, junto a una de las patas de la misma; ató la cuerda a la madera y le dejó no más de 2 palmos de recorrido. El muchacho estaba con la mejilla en el suelo, las manos atadas a la espalda y los tobillos firmemente sujetos, intentando recuperar la respiración.

Mientras, Laura se dirigió a su sitio, justo donde estaba él atado y se sentó. Tranquilamente, como quien no quiere la cosa empezó a comer el primer plato, una suculenta ensalada, y a saborear el vino. Carlos abrió los ojos mientras recuperaba el aliento y pudo ver el zapato negro de pronunciado tacón a escasos milímetros de su cara. Lo había puesto justo entre la pata de la silla y rostro, pasando la cuerda por debajo de él, de forma que no podía apartarse.

¿Quieres Cenar? – Le dijo ella secamente. Él no contestó

¡Te he preguntado si quieres cenar, cerdo! – Le repitió dándole un puntapié con el otro pie en el estómago, al ver que no contestaba a su pregunta.

Ssssi… claro, zorra de mierda, quiero cenar, ese vino asqueroso me ha dejado la boca seca y necesito comer y beber algo – le contestó el chico como pudo, con la visión del zapato y de ese enorme pie en su cara.

Muy bien, pues empieza a lamerme el zapato con mucho entusiasmo y devoción sin quieres llevarte algo a la boca que te alimente, imbécil. Cuando me hayas presentado tus respectos como esclavo quizá te deje comer alguna cosa.

Carlos no estaba dispuesto a acceder a sus peticiones, pero analizó por unos segundos la situación y lo vio muy negro, por lo que accedió a hacer lo que le pedía Laura. La posición incómoda, el hambre, el dolor de cabeza… era mejor obedecer, no estaba en condiciones de rebotarse.

Sin perder un segundo empezó a lamer el pie de su dominadora. No tenía mucha práctica, pero sabía que debía poner toda la voluntad del mundo para no ser castigado más de lo que ya lo estaba siendo. La mezcla de olor del cuero y el aroma natural del cuerpo de Laura le embriagaba, al mismo tiempo que le excitaba. Estaba algo confuso, pero no era un buen momento para preguntar. Allí estaba, atado bajo la mesa de su vecina, sin prácticamente posibilidad de moverse, lamiéndole el zapato de tacón y su pie mientras ella disfrutaba de una suculenta cena como si nada.

Laura iba moviendo su pie de vez en cuando, de forma que la lengua del chico pudiera alcanzar cada uno de los rincones: le lamía la puntera, los costados, el tacón… hasta en un momento determinado le obligó a pasar la lengua por la suela, algo que le pareció repugnante pero, evidentemente, no tenía intención de protestar. De pronto la mujer se descalzó dejando el pie desnudo justo delante de su cara, iniciando de nuevo el ritual de lametones por su empeine, planta del pie, talón, etc.

Cerdo, quiero que me chupes todos y cada uno de los dedos, por separado, como si se trataran de una polla cada uno de ellos, para que vayas practicando.- Esa frase le dejó helado, pero no quiso ni reflexionar sobre lo que había oído, se limitó a chupar sin rechistar, mientras oía ligeros gemidos que provenían de la parte de arriba de la mesa. Así se pasó prácticamente toda la cena, repitiendo exactamente el mismo ritual con el otro pie, hasta que Laura se cansó y se dedicó a retirar los platos de la mesa.

Una vez hubo terminado, le desató de la pata de la mesa y le llevo medio arrastras hasta la zona del sofá. Le dejó al lado de la mesita de centro, mientras iba a buscar la caja que en su día el bueno de Carlos había recogido tan amablemente al mensajero. El chico pensó que debía aprovechar su oportunidad cuando apareciera. Sabía que la cosa iba de mal en peor y que lo que había pasado hasta el momento tan sólo era un preludio de lo que iba a venir, por lo que se conjuró para estar atento a la más mínima oportunidad. Los efectos de la droga casi habían pasado y estaba recuperando las fuerzas.

Laura volvió y dejó sobre el sofá la caja. Se arrodilló al lado de Carlos y le desató los tobillos. Él pensó que quizá esta era la única oportunidad de escapar, y más cuando la mujer le desató también las muñecas. Con un movimiento brusco Carlos se revolvió y golpeó a Laura en el estómago, lo que hizo que la mujer cayera de bruces al suelo casi sin respiración. Carlos se levantó, la volvió a golpear, esta vez en la cabeza, con lo que perdió el sentido. Su primer pensamiento fue el de coger la puerta y largarse, pero su orgullo estaba dolido, demasiado, y a medio camino se paró, giró sobre si mismo y miró a la mujer en el suelo. No había sido tan difícil zafarse de ella, estaba muy buena y su actitud de dominadora bien merecía un castigo.

Se acercó lentamente a ella y la puso boca arriba. La mujer estaba totalmente out, con lo que todo sería más fácil. Carlos se puso en cuclillas a su lado, le sacó los zapatos –los que hacía poco había lamido y chupado con devoción- y le desabrochó el pantalón, bajándoselo hasta las rodillas. Pudo ver de nuevo esas magníficas piernas delante de él, con unas braguitas negras que devolvieron su erección a la máxima expresión. Pudo apreciar como estaban mojadas; la muy guarra se había puesto muy cachonda con el "numerito" de antes, era evidente. Esto facilitaría su penetración. No pudo esperar más y sin bajarle los pantalones del todo le subió el jersey, tapándole la cara. Sus brazos quedaron por encima de la cabeza, ofreciendo a Carlos una visión inmejorable de los pechos de esa mujer madura, con un sujetador negro que hacía juego con las braguitas. Se quedó unos segundos contemplando el espectáculo, no salía de su asombro… tenía a la mujer más buenorra que jamás había visto frente a sus ojos, a punto de caramelo.

Quería verle la cara una vez más, por lo que le quitó el jersey del todo, dejándolo a un lado. Laura seguía con los ojos cerrados, inmóvil. El chico se acercó a su rostro, para verla de cerca, olerla… hummmm, cielos, que bien olía esa mujer. Se puso a besarla, a pasarle la lengua por su cara, tanto para sentir su suave piel como dejar evidencia de su triunfo, de su dominación hacia esa hembra. Le lamió el cuello, bajó por su pechó y se entretuvo en sus pezones, viendo como éstos aumentaban de tamaño al instante. Parecía mentira, había perdido el conocimiento pero su cuerpo reaccionaba a sus caricias, curioso. No se molestó en quitarle el sujetador, pensó que habría tiempo para eso. Siguió bajando hasta su vientre, suave y al mismo tiempo duro; se notaban las horas de abdominales, era evidente, a pesar de su edad. En cuanto se acercó a las braguitas el olor característico le reveló que Laura se había puesto muy cachonda realmente, porque se notaba un aroma de perra caliente que casi tumbaba a Carlos. El chico se puso encima de Laura, sentado, con una pierna a cada lado, dándole la espalda a la mujer desmayada. Sin quitarle los pantalones del todo, se acercó a las braguitas disfrutando del momento, acariciando ese cuerpo lentamente, disfrutando de su botín. Finalmente pegó su nariz a la tela, respirando hondo, embriagándose de ese olor… lo que le costó muy caro.

Sin darle tiempo a reaccionar, Laura separó sus piernas todo lo que pudo a pesar de tener el pantalón a medio bajar y las subió, de forma que la cabeza del chaval quedó entre ellas y apretó con todas sus fuerzas, volviéndolas a bajar y dejando sus muslos en el suelo. Carlos quedó atrapado entre aquellas dos masas musculosas de carne, intentando separarlas con la mano sin éxito, ya que parecían de cemento. Empezó a golpearlas, pero era inútil, cada vez apretaban más su cuello y respiraba con más dificultad.

Laura aprovechó la situación indefensa de Carlos para tumbarse a un lado y así sacarse al chico de encima, encajando si cabe mejor la cabeza del chico entre sus muslos y hundiéndole la cara entre su coño y su culo. Con el peso de su cuerpo atrapó una de sus piernas en el suelo. Tan solo se oían gritos ahogados que provenían de su entrepierna. Laura sujetaba la otra pierna del chaval para que no le golpeara en su intento desesperados de soltarse. Lo mantuvo así un buen rato, hasta que dejo de moverse, como un pez al cual le hubieran sacado de su pecera y ya ni siquiera diera coletazos. Como parecía que el chico se resistía, empezó a apretarle los huevos con fuerza para "convencerle" que era inútil resistirse.

Cuando estuvo segura de tenerlo derrotado, se levantó y le observó en el suelo, con la cara lila, por la falta de respiración. Había perdido el conocimiento. Sin perder tiempo lo levantó y lo tumbó sobre la mesita, frente al sofá. Rápidamente le ató los tobillos a las patas de la mesa e hizo lo mismo con sus manos en las otras dos patas, quedando totalmente expuesto a la sádica de su vecina. Laura respiró aliviada, por un momento la presa se había revelado, pero ahora estaba todo bajo control. Se sentó en el sofá, puso el televisor y apoyó sus pies sobre el cuerpo del chico, exactamente sobre su polla, que había perdido su erección por el desmayo. Así estuvo un buen rato hasta que Carlos recobró el conocimiento… y su miembro la erección.

Hola, capullo, ¿Cómo estás? Veo que ya vuelves a respirar… me alegro, todavía es muy pronto para matarte… ¡Ja, ja, ja, ja!

¡Cof, cof, cof!.. mald… maldita…. Zzzz….. zorra…. Casi me matas, ¡Joder! ¡Cof, cof! Suéltame, loca, o te arrepentirás, te voy a … ¡¡MMFFFFFF!!!

El pie de Laura le tapó la boca dejándole mudo, no quería seguir escuchándolo y tenía que hacer algo, ya que los vecinos podrían oírle y no quería dar explicaciones. La mujer se levantó y se puso de pie, con una pierna a cada lado de la mesa. La visión que tubo Carlos fue brutal, ya no le hacía falta nada en la boca para no hablar, lo que veía ya le había dejado sin habla. El cuerpo escultural de esa mujer era para quedarse mudo. Esos muslos a cada lado daban una imagen de control indescriptible. Las braguitas negras empapadas tapaban un coño que se intuía enorme, seguramente deseoso de recibir placer de su prisionero. Con los brazos en jarra, la sensación de estar dominado era aún mayor; esos pechos que estaban atrapados dentro de ese sujetador no hacía más que confirmar que no era más que un juguete en manos de una sádica con ganas de ajustar cuentas, y ahora más que había intentado escapar. La mirada penetrante, obscena y pícara de Laura le ponía muy nervioso, al mismo tiempo que caliente y le acojonaba.

La mujer puso un pie sobre el estomago del chico y empezó a bajarse las bragas lentamente, al son de una música que sonaba en la televisión que iba ni que pintada a la situación. Primero una pierna, luego la otra. Una vez las tuvo en la mano, se sentó sobre su pecho, flexionando las piernas lentamente, casi sin esfuerzo, dejando ese coño a escasos centímetros de su cara. Realmente era enorme, con abundante pelo rizado, brillaba por los jugos que se estaban acumulando, y su olor no hacía más que confirmar que la tía estaba de lo más caliente. Cogió de la caja de encima del sofá la bola tipo mordaza y se la puso a Carlos. Evidentemente, atado como estaba no podía hacer más que mostrarse como un corderito ante los deseos de esa mujer, dejándose hacer lo que ella quisiera. Tubo que abrir la boca exageradamente para poder tragar esa bola, lo que no le permitía respirar apenas por ella, tan sólo por la nariz. Acto seguido ocurrió lo que se temía: Laura cogió sus bragas, buscó la parte interior de las mismas, se las restregó por el coño, (por si no estaban suficientemente impregnadas de sus jugos vaginales) cerrando los ojos y suspirando por el roce de la tela con su clítoris mientras lo hacía y se las puso a Carlos a modo de antifaz, dejando –evidentemente- la parte más mojada y olorosa justo en su nariz.

Carlos se resistió durante unos segundos porque el olor era insoportable. Era evidente que esas bragas habían sido utilizadas durante horas, a parte del "condimento" adicional que se había añadido en los momentos previos a que se las pusieran en la cara. Intento mover la cabeza a un lado y a otro, para sacárselas, pero era inútil, ya que Laura las había sujetado por detrás con una pinza para el pelo, de modo que era imposible sacárselas de encima.

Bueno, cerdo, he quedado para salir con unas amigas, te dejo aquí un par de horas y luego vendré a rematarte. ¡Ah!, posiblemente no vendré sola, me acompañará Marisa, la madre de Susana… ¿La recuerdas? Y también Sandra, una compañera del equipo de natación que decidió dedicarse al culturismo profesional… resulta que su sobrina también a "gozado" de tu trato delicado y ahora está en tratamiento psicológico.

Carlos abrió los ojos como platos, su respiración se aceleró lo que provocó que aún inhalara más el olor que se desprendía de las bragas, y su mareo se incrementara sin llegar, para su infortunio, a perder el conocimiento.

En cuanto Laura se hubo vestido para la ocasión, se acercó a Carlos y le bajó los boxers hasta las rodillas. Atándole una cuerda a la polla, la inclinó hacía abajo bruscamente, sujetando el otro extremo a una de las patas de la mesa donde estaba firmemente sujeto uno de sus tobillos. De esta forma, la propia erección constante de Carlos le provocaba un dolor insoportable ya que su polla apuntaba hacia sus pies, cuando su posición natural era tocando casi su ombligo debido al tamaño que había llegado a tener.

Bien, querido, así no te olvidarás de mi ni de lo que te espera cuando vuelva. Recuerda, no te olvides de respirar, no me gustaría decepcionar a mis amigas y dejarlas sin postre cuando volvamos de la cena. Por cierto… espero que tengas mucha sed, porque beberemos mucho y vendremos algo borrachas y, claro está, con ciertas necesidades "urgentes"… ¡¡JAJAJAJAJA!!

Laura sabía que con esto lo estaba dejando más que acojonado, y así su sufrimiento sería aún peor. El martirio que padecería durante un par de horas esperando a esas sádicas seria un simple preámbulo de lo que le esperaba más tarde.

Laura cerró la luz, abrió la puerta y se fue, no sin restregarle bien las bragas por la cara antes de marcharse, para cerciorarse que su víctima tenía bien claro quien mandaba allí. En la soledad, Carlos se dio cuenta que estaba completamente perdido, que el destino le había castigado por su actitud y que ahora no le quedaba más remedio que pagarlo. Lo que más le fastidiaba es que, después de lo que le había pasado, no le disminuía ni un milímetro la erección, lo que implicaba que el dolor en sus partes era insufrible y que, aunque no quisiera reconocerlo, era un jodido sumiso que le ponía cachondo que le maltrataran, aunque su orgullo herido se encargaba de no dejarle disfrutar de tal situación.