Sometido a mi ama (Parte III)

Esta es una historia de anormalidades. Cabría preguntarse si ser normal es deseable o satisfactorio si lo que realmente nos importa es ser felices. Pero no es el momento ahora de pensar en ello. Sé, eso sí, que no es convencional verse encerrado en la habitación de una mujer a la que apenas conozco, como si de la mazmorra de un cuento medieval se tratase. Tampoco lo fue nuestro primer encuentro en su despacho, y menos aún el siguiente encuentro, dos días después

III

Esta es una historia de anormalidades. Cabría preguntarse si ser normal es deseable o satisfactorio si lo que realmente nos importa es ser felices. Pero no es el momento ahora de pensar en ello. Sé, eso sí, que no es convencional verse encerrado en la habitación de una mujer a la que apenas conozco, como si de la mazmorra de un cuento medieval se tratase. Tampoco lo fue nuestro primer encuentro en su despacho, y menos aún el siguiente encuentro, dos días después…

Me citó en un restaurante de Estepona para cenar, a las 19.00. Era un restaurante italiano, un sitio elegante y discreto, con mesas separadas, luces tenues y apenas algunos clientes extranjeros acostumbrados a cenar temprano. Esta vez sí hubo conversación, y por momentos llegué a olvidar nuestros roles. La conversación fluía cómoda e interesante. Me confirmaba que su atractivo iba más allá de su apariencia física. Y justo en el momento en el que menos pensaba en sexo, recuperó el tono seguro y autoritario que ya mostró en su trabajo, para exigirme que me sacara la polla disimuladamente bajo la mesa, y siguiera conversando como si nada. Obedecí a lo de sacarme la polla, pero desde luego ya no fui capaz de continuar la conversación con normalidad. Así, fue ella quien tomó la palabra y empezó a hablar casi en monólogo. Mi mente entonces se dividía entre escucharla y recrearme con los movimientos de sus labios, su largo y blanco cuello, su escote pecoso y el pequeño bulto de sus pezones bajo la blusa de hilo. Para completar mi perturbación, alzó su pierna y empezó a tocarme la polla con la punta de sus zapatos. No sé si realmente quería acariciarla así o maltratarla con la suela. Sea lo uno o lo otro, la erección fue tal que el glande llegó a topar en su ascenso con el tablero de la mesa. Y ella lo aplastaba aún más con la punta de su zapato contra la madera.

Sorprendentemente mantenía el hilo de la conversación con absoluta naturalidad mientras tanto.

Algo después bajó su pierna y me dijo:

-          Mastúrbate y avísame cuando estés cerca de correrte.

Avergonzado por la posibilidad de que alguien pudiera darse cuenta de algo, introduje mi mano derecha bajo la mesa, y empecé a masturbarme disimuladamente. Ella aportaba con sutiles gestos como mojarse ligeramente los labios con la lengua de cuando en cuando, o tocarse disimuladamente los pezones por encima de la blusa.

En un momento dado cogió su iPhone y abrió una aplicación. Pude leer algo como “ prety love ”, y ya no me cupo duda lo que estaba haciendo cuando noté un leve estremecimiento en su cuerpo. Subió la intensidad y su rostro ahora sí comenzó a acalorarse.

-          Ya – dije.

-          ¿Ya qué?

-          Estoy a punto de correrme, espero a que tú me lo digas.

Empujó su copa de vino blanco, acercándola a mí, y señalándola con la mirada me dijo “córrete aquí”. Pensé que aquello no saldría bien y el semen terminaría en cualquier sitio menos en la copa, pero obedecí e intenté hacerlo lo mejor posible. Incliné forzadamente mi pene hacía abajo, volcando la copa lo suficiente para permitir que entrara la polla sin derramar el vino. En ese momento me olvidé del resto de gente que había en el salón del restaurante, y con más éxito del esperado, apenas derramando parte del vino, descargué una corrida abundante en el interior de la copa.

Una sonrisa nerviosa me afloró tras tan fantástico orgasmo. Ella me observaba ahora en silencio, con su vibrador palpitando veloz en el interior de su coño. Puse la copa de vino sobre la mesa. Una densa mancha blanca flotaba sobre el vino dorado.

Tomó la copa y bebió un pequeño sorbo, que dejó sus labios manchados de semen, deliberadamente para que yo me recrease en ello. Separó ligeramente la copa y luego bebió el resto del contenido de un solo trago. Poco después un estremecimiento perceptible hizo temblar la mano con la que aún sostenía la copa vacía. Su orgasmo público no desmereció al mío.


Si estar a cuatro patas y con la cabeza tapada era incómodo, permanecer con las manos atadas a la espalda y a su a vez a mi pene no es mucho mejor. Pasan los minutos y mi ama no vuelve. Me tumbo en el suelo, y finalmente, no obstante de la difícil postura, termino quedándome dormido.

Despierto tiritando. La tarde avanza y estar desnudo tumbado en un suelo frío no es la mejor idea posible para un mes de diciembre. Supongo, no obstante, que debe haber calefacción en la casa, pues hasta ahora no había sentido el frío. Aunque puede también, simplemente, que mi estado de sobreexcitación mental y sexual me hayan aislado de las sensaciones más habituales.

Pero peor es cuando intento moverme. Noto los brazos acalambrados. Casi no puedo ni moverlos, y sin ellos no puedo incorporarme. Permanezco de costado, con las piernas recogidas en posición ligeramente fetal. Me parece que esto está excediendo los límites de nuestro juego. No creo que el breve sueño haya durado más de unos pocos minutos, pero ha sido suficiente para cortarme la circulación en los brazos.

Comienzo a sentirme angustiado.

Mi ama, por suerte, entra en la habitación. No digo nada. Ella viene hacía mí y me deshace el nudo de las muñecas. Luego me desenreda la cuerda de mi sexo.

No intento moverme aún. No podría.

Me empuja suavemente para atrás, dejándome boca arriba. Coge un bote que ha dejado en el suelo, a su lado, al entrar. Parece ser aceite de masaje. Huele a romero, almendras o algo natural que no llego a identificar.

Comienza a expandirme con suma delicadeza el aceite por el cuerpo, masajeando suavemente, y deteniéndose especialmente en los brazos y muñecas. Me resulta difícil entender que la misma persona que hace un rato me golpeaba tan violentamente ahora me esté tocando de tal modo. Obviamente busca recuperar la circulación de mis brazos, sin que yo haya tenido que decirle nada. Solo cuando comprueba de que comienzo a mover los brazos con cierta normalidad, continúa su masaje por el pecho.

-          Te olvidaste de mí, ama. Me has dejado desnudo y atado mucho rato.

-          No ha sido tanto rato, y no me he olvidado de ti. Ha sido un ejercicio más de tu entrenamiento.

-          Joder, pero no hab…... – Me interrumpe la frase con un guantazo en la cara.

-          Estás hablando demasiado, y además lo estás haciendo sin respeto. Por favor, que no se repita. No me gusta abofetearte.

Sin hablar, solo con una mueca irónica, le digo que eso no se lo cree ni ella. Sonríe a su vez, y me da un beso tierno en los labios.

Ahora continúa el masaje. Se recrea en mi pecho, baja al vientre, bordea mi sexo. Abre ligeramente mis piernas y lo continúa por la cara interior de los muslos. Baja a las rodillas y lentamente sigue bajando hasta llegar a los pies. Deseo que vuelva a subir para dirigirse a mi sexo esta vez. Pero en lugar de ello me pide que me dé la vuelta y me ponga bocabajo.

Reanuda la friega, extendiendo el aceite por toda la espalda, por el cuello. Baja a mi culo, donde mezcla presiones suaves con otras más intensas. Se tira largo rato con mi culo.

Ahora masajea la parte posterior de mis cuádriceps y los gemelos.

Lleva no menos de 30 minutos tocándome y por primera vez alcanzo un grado de relajación que baja mis pulsaciones a mínimos que no había experimentado nunca estando a su lado.

Se levanta, me alza las caderas y mete un cojín grande bajo ellas, dejando elevado mi culo. Imagino lo que va a pasar, pero no sé cómo.

Efectivamente, está cogiendo un arnés que había en una silla. El tamaño del dildo, por suerte, es pequeño. Se levanta la corta falda de su vestido y se lo anuda. Luego se sienta a horcajadas sobre mis piernas, lubrica el dildo y sitúa su punta sobre la entrada de mi ano. Apenas lo deja así durante un rato, con muy leves empujones que lo presionan sin llegar a penetrarlo.

Uno de esos empujones, no obstante, ha sido un poco más fuerte, y lo ha hecho entrar en mi culo. Noto su relieve ondulado abrirse paso dentro de mí. Suspiro.

Durante largo rato sigue penetrándome suavemente. Mi pene lubrica y empapa el cojín que hay bajo él.

-          Bien, subimos un poco de nivel. Aún estamos pre-calentando para la sorpresa que te tengo preparada para esta tarde.

Me inquieta escuchar eso. Me había acomodado al sosegado enajenamiento de su suave penetración. Quita el dildo del arnés, y coge otro, más grande. Este tiene forma de pene, con venas y glande generosamente marcados en relieve.

-          Ponte a cuatro patas, perro, te estás acomodando demasiado.

Obedezco. Se sitúa de rodillas tras de mí, y vuelve a repetir la operación que ya hizo antes, pero ahora con menos delicadeza. Aunque también tantea mi culo durante algunos segundos, pero en esta ocasión tarda menos en introducirme la enorme polla. Y una vez dentro la está empujando y sacando con mayor violencia. Me está haciendo daño. Pero por la dureza de mi pene no cabe duda que también me está gustando.

De tanto en tanto araña mi espalda con sus uñas.

Temiendo hacer algo que no debiera, dirijo una de mis manos a mi polla, y empiezo a tocarla. No me regaña por ello, por lo que empiezo incluso a masturbarme. Pero sus embestidas son demasiado fuertes para mantenerme en equilibrio con una sola mano apoyada en el suelo, y por dos veces me hace caer hacía delante. Termino desistiendo y opto por entregarme exclusivamente al goce de la penetración.

Suena su móvil.

-          Ah, están aquí.

¿Quién?, pienso sin atreverme a preguntarlo.

Saca su enorme dildo de mi culo, se incorpora, y sin quitarse el arnés sale de la habitación, dejándome a cuatro patas y con el ano absolutamente dilatado, sin saber qué me espera ahora.