Sometido a mi ama (parte II)

Nuestro primer encuentro fue en el lugar donde ella trabaja. Ya habíamos hablado antes por internet y teléfono, y ese día me citó en su empresa. A las 9.00 debía preguntar por ella en la recepción, como si fuese un cliente. Me indicaron cuál era su despacho. Subí.

II

Nuestro primer encuentro fue en el lugar donde ella trabaja. Ya habíamos hablado antes por internet y teléfono, y ese día me citó en su empresa. A las 9.00 debía preguntar por ella en la recepción, como si fuese un cliente. Me indicaron cuál era su despacho. Subí.

Llamé a su puerta y tras escuchar “adelante”, pasé y la cerré tras de mí. Ella se levantó y vino hacía donde yo estaba. Me quedé parado sin saber que haría, pero simplemente se dirigió a la puerta para echar el pestillo. Me llamó la atención que calzara botas con tacones altos y estrechos. No me pareció muy cómodo para ir a trabajar, pero tal vez se las había puesto para mí. Vestía una falda de tubo, hasta debajo de las rodillas, y una blusa de color azul oscuro, algo desabotonada en la parte superior, dejando entrever el nacimiento de sus pechos. Usaba gafas de pasta y su expresión era seria y severa. En ningún momento me sonrío. De hecho, siquiera me saludó.

Volvió a su sillón. Se sentó. Se quedó observándome unos segundos.

-          ¿Puedo sentarme, verdad?

-          No.

Había pretendido iniciar una conversación normal, pero con ese único monosílabo, y sobre todo, con la firmeza de su voz y la seriedad de su expresión, me dejó claro que “el juego” ya había empezado. Me hizo sentir incómodo, pero la situación me gustaba precisamente así.

-          Ven, acércate.

Su voz era un tanto ronca o grave para ser de mujer, pero me pareció sensual e interesante. Obedecí, y bordeando el escritorio avancé hasta situarme a poco más de medio metro de ella. Ella giró su sillón para ponerse de frente a mí. Tenía las piernas cruzadas, y con ello la falda había subido algo por encima de las rodillas. Desde mi situación, mirándola desde arriba y tan próximo, el escote me dejaba entrever entre sombras el interior de sus pechos.

Yo vestía con un pantalón chino beige y camisa negra, remangada. Me mantuvo interminables segundos de pie frente a ella, en silencio. A mi pene pareció gustarle aquello, y creció bajo el pantalón, estirando la tela. Ella lo percibió, y con una primera y muy leve sonrisa pareció disfrutar con el detalle. Entonces alzó su pierna derecha, y me puso el tacón de la bota sobre la polla. Presionó. El pene creció un tanto más.

-          Bueno, no tengo mucho tiempo, cómeme el coño ya.

Me desconcertó con esa orden tan directa y brusca, pero no tuve tiempo para pensar mucho. A la par que lo había dicho, se había puesto en pie para subirse la falda hasta la cintura, y se había vuelto a sentar con las piernas abiertas. Me arrodillé ante ella y metí la cabeza entre sus piernas. Las entrecerró aprisionándome suavemente la cabeza, sintiendo el calor de sus muslos en mis orejas. Sin ver nada, saqué la lengua, encontrándome con el tejido de sus braguitas. Las lamí. Luego abrió nuevamente las piernas, y pasé a lamer entonces el interior de sus muslos. Con una mano aparté un poco las braguitas, dirigiendo esta vez la lengua directamente a su coño. En un principio apenas la posé, y luego empecé a moverla muy lentamente. Poco a poco fui aumentando el ritmo, y cuando comencé a notar que humedecía, busqué con los dedos índice y pulgar de mi mano derecha la punta de su clítoris. Progresivamente fui aumentando la estimulación con los dedos y lengua, emborrachándome con el olor de su sexo, mientras ella me agarraba el pelo y aceleraba forzadamente aún más el ritmo de mis lamidas. Finalmente noté una explosión de líquidos y humedad en mi boca y en mi cara. Alcé mi mirada hacía ella, y aprecié como acompañaba su squirt con una expresión de abandono y placer, con los ojos cerrados y la cabeza reclinada hacía atrás sobre el respaldo del sillón.

Durante un par de minutos seguí lamiéndole las piernas, mientras ella recuperaba su respiración normal. Retiré la cara cuando volvió a agarrarme del pelo, esta vez para separar mi cabeza de sus piernas.

-          Gracias, me ha gustado. Te recompensaré por ello. Ahora vete.

Me puse en pie, y despidiéndome apenas con una sonrisa, salí del despacho.


Vuelven a pasar largos e interminables minutos en el silencio y oscuridad de la habitación, hasta que por azar descubro un regalo que me ha dejado en su anterior fugaz visita. Un leve olor a sexo me hace dirigirme en dirección al baño, hasta donde alcanza la cuerda, y entonces lo descubro con mi mano izquierda. Sus braguitas están en el suelo. Cuando antes se las quitó las dejó tiradas en el suelo para mí. Las lamo con avidez, como si me alimentase de ellas. Noto el sabor de sus flujos. Las lamo hasta sustituirlos completamente por la saliva de mis lamidas.

En ello estoy cuando escucho la puerta de la habitación abrirse nuevamente. Reconozco ahora rápidamente el perfume de mi ama. Me giro hacía ella, siempre a cuatro patas. Sin mediar palabra tira de mi máscara hacía arriba, quitándomela, y luego me quita también los auriculares. Al retirarme la máscara me ha liberado también de la cuerda que me mantenía atado.

La luz es muy tenue. Apenas hay algunas velas encendidas en el suelo, junto a las paredes. Ahora enciende también 2 conos de incienso y se queda parada ante mí, de pie, mirándome desde arriba.

Viste un vestido rojo, elegante, de falda corta y escote cruzado. Estando de pie frente a mí me fijo que sus piernas son musculadas, seguramente hace deporte con regularidad. Tal como ya oí la vez anterior que entró, lleva zapatos de piel con largos tacones, terminados en una fina punta chapada en metálico. Su pelo está recogido en una trenza ancha. Parece también estar maquillada.

Frente a su imagen cuidada y poderosa, yo no soy más que un tío desnudo, a cuatro patas. Mi posición y desnudez son humillantes.

-          Ponte en pie.

Mis piernas y riñones tardan en responder. Con torpeza y esfuerzo me yergo. Ahora, de pie frente a ella, le supero en altura, a pesar de sus largos tacones, y por primera vez mi cuerpo se jacta de su equilibrada musculatura. Ella se fija en mi pene. Permanece flácido, pero aun así parece admirar su longitud y grosor. Poco a poco comienzo a recuperar el orgullo perdido tras tanto tiempo insensibilizado y arrodillado. Pero no me dura mucho esa normalización. De manera inesperada, me lanza una patada entre mis piernas. No la veo venir y no me da tiempo a protegerme. El golpe de su pie alcanza bruscamente mis huevos y mi polla. Un calambre agudo me recorre el estómago, acompañado por un grito de sorpresa y dolor. De manera refleja me pliego hacía delante. Su reacción apenas es una leve sonrisa.

-          No te olvides de tu papel aquí, ok?

Asiento con la cabeza, aún con un gesto de dolor en la cara.

-          Pon las manos en tu espalda.

Obedezco, y se sitúa tras de mí. Me fijo por primera vez que lleva unas cuerdas en la mano. Con ellas me anuda las muñecas, a la espalda. Esa misma cuerda la pasa entre mis piernas, envolviendo mis huevos y la base de mi polla, que quedan tirantes hacía atrás, hacía el interior de las piernas. Es incómodo, pero pasa a ser doloroso cuando comienza a pasear su dedo índice por mi polla, y esta reacciona a la leve caricia ganando dureza. La sangre que acude a llenar mi sexo se encuentra con la dificultad de la cuerda que le impide erguirse. Aun así, el pene sigue creciendo mientras ella sigue tocándolo con el dedo, y forzando la tensión de la cuerda sobre mis testículos termina apuntando hacia el frente y hacía arriba definitivamente.

Mi ama acerca la cara y le escupe. No sé si es una muestra de desprecio, pero me excita más aún. Luego se alza, frente a mí. Está a pocos centímetros. Me escupe ahora directamente al rostro. Su saliva resbala desde mi frente y mis ojos por mis mejillas y barbilla, para luego caer al suelo. Abro la boca para recoger lo que pueda con la lengua antes de que se desperdicie tan deliciosa golosina.

Mientras, ha vuelto a situarse nuevamente tras de mí, y con crueldad tira de mis brazos hacía atrás, tirando con ello también de la cuerda y de mis testículos y pene. Suelto un nuevo grito, aunque más ahogado que el de antes.

Ahora compensa, y aún situada detrás, se pega a mi cuerpo abrazándome, como si de un gesto cariñoso se tratase. Con la palma de sus manos recorre lentamente mi vientre y mi pecho. Baja una de ellas hasta mi polla y coge suavemente el glande con dos dedos, como unas pinzas delicadas. Comienza a masturbarlo muy lenta y suavemente. La presión de las cuerdas y la irritación del continuo roce de sus dedos en una zona tan sensible mezclan placer y dolor.

Mientras tanto, mis manos, que están atadas a mi espalda y a la altura de su sexo, se abren paso como pueden hasta él, tras subir su vestido en un movimiento complicado y repetido que finalmente consigue su objetivo. Lo acaricio como puedo por encima de la tela de las braguitas. Ella se las quita con una mano, sin dejar de masturbarme con la otra. Ahora con mis dedos puedo tocar su coño directamente. Está húmedo.

Me excita apreciar su excitación, y mi respiración algo más agitada revela que me acerco al orgasmo. Ella lo aprecia y cesa en su masaje de glande.

Como castigo (¡como si yo estuviese en derecho de castigarla a ella!), saco también mis dedos de su coño. Casi al instante me lanza un golpe entre las piernas con su rodilla. Estando tras de mí, no lo he visto venir. Siento que mis huevos van a explotar de dolor y semen acumulado.

Y no se queda ahí. Se coloca frente a mí y comienza a golpearme la polla con la palma de su mano derecha abierta, fuerte. En un momento dado para, y con un gesto inesperado de provocación o seducción, se baja el escote de su vestido por debajo de los pechos, recogidos en un sujetador negro semi-transparente. Pero tras hacer esto, reanuda los golpes, y ahora con ambas manos. Sus pechos se mueven rítmicamente a la par de los golpes. Algunos guantazos se desvían a mi cara. Cierro los ojos. Los manotazos crecen en intensidad y velocidad. Lleva ya un minuto golpeándome con dureza y rítmica insistencia la polla. Siento algo ardiente en mi vientre. Lo creo dolor por la tortura, pero resulta ser un orgasmo como nunca antes lo había tenido. Me corro abundantemente mientras sigue golpeándome. El semen sale disparado con los golpes en todas direcciones. Tal es la intensidad del placer que tengo la impresión de marearme y perder la fuerza suficiente de las piernas para mantenerme en pie, pero consigo permanecer erguido hasta que cesa el placer.

Finalmente se detiene, y en la habitación ya solo se escucha mi respiración jadeante.

Mi ama sale de la habitación, creo que con fastidio por no haber evitado mi orgasmo, como al parecer era su intención. Me ha dejado de pie, jadeante y aún atado.