Sometido a mi ama

Estoy completamente desnudo, a cuatro patas, como un perro. Como única prenda, una máscara de cuero negro cubre mi cabeza. La máscara solo tiene abertura para la boca. No veo nada. Tampoco puedo respirar por la nariz, por lo que debo hacerlo por la boca, de modo que la respiración se convierte en un sonoro y constante jadeo. E igualmente no escucho. Me han colocado unos auriculares inalámbricos en los oídos, y de manera incesante suena música.

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Estoy completamente desnudo, a cuatro patas, como un perro. Como única prenda, una máscara de cuero negro cubre mi cabeza. La máscara solo tiene abertura para la boca. No veo nada. Tampoco puedo respirar por la nariz, por lo que debo hacerlo por la boca, de modo que la respiración se convierte en un sonoro y constante jadeo. E igualmente no escucho. Me han colocado unos auriculares inalámbricos en los oídos, y de manera incesante suena música. En ocasiones rock, en ocasiones clásica, en ocasiones sonidos de naturaleza, pero siempre a un volumen suficientemente alto como para aislarme también por completo auditivamente.

En la base de la máscara hay una argolla de metal plateado, en la que está enganchada una cuerda de unos 2 metros de longitud, que permanece atada en algún sitio de la habitación. Solo puedo moverme, gateando tal como me han ordenado, en ese radio de distancia.

Así llevo al menos hora y media, aunque no puedo saberlo bien. Las rodillas me duelen.

En realidad, me duele todo el cuerpo por la postura tan poco natural que vengo soportando ya tanto rato. Mi largo pene flácido cuelga entre los muslos. En ocasiones, sin que pase nada, e ignoro porqué, se endurece, y al cabo de unos minutos recupera su flacidez. Supongo que saberme así me excita, pero al no recibir estímulo alguno, la excitación termina cediendo al cansancio y angustia de la situación.

De pronto vuelve a endurecer, y al crecer, roza con mis muslos. Tardo al menos uno o dos minutos en darme cuenta de lo que él ya se ha dado cuenta previamente. Mi ama ha entrado en la habitación. Lo sé porque noto un muy sutil aroma a perfume, o tal vez a su coño. Me giro hacía donde creo que viene el olor. Y es entonces cuando noto su mano acariciarme la cabeza. Sí, está a mi lado. Saco la lengua por la abertura de la máscara y busco con la lengua su pierna. Lamo su pantorrilla desnuda.


No puedo explicarme, sinceramente, como he llegado a verme así. La mente humana responde a razones que difícilmente podemos llegar a comprender ni aun tratándose de nosotros mismos. Nos cuesta aceptar que nuestro cerebro primitivo o reptiliano tenga más poder más que nuestro cerebro racional. No obstante, el primero nos aporta unas sensaciones de una pureza e intensidad que difícilmente alcanzaremos con el segundo. En qué momento crucé la frontera entre obedecer a uno u a otro, no lo sabría decir. Simplemente pasó.

Un día, por azar, la conocí. Conocí a la persona que hoy me tiene atado e insensibilizado en una habitación de la planta superior de su casa. Ella vive en una amplia casa con jardín en un barrio acomodado de la zona Este de la ciudad. Es madura, inteligente, atractiva. Tiene el pelo rubio, largo y rizado, y ojos verdes. Mide 165 cms. Tiene curvas y unas caderas anchas. Sus pechos no son grandes, pero sí bonitos, en forma de campana, y con pezones marcados. Yo le supero de largo en altura y fuerza, y ello hace más sorprendente aún su rol dominante. Soy un perro mucho más fuerte y grande que su ama, pero ella tiene poder absoluto sobre mí. He asumido absolutamente que estoy a plena disposición de sus más locos caprichos, y me excita y estimula que sea así.


La mano que acariciaba mi cabeza ahora baja hasta mi boca. La lamo también, igual que lamía hace un momento su pierna. De pronto desaparece, y segundos después noto una sensación helada en mi ano. Está intentando penetrármelo con algo frío y metálico, pero mi culo no se lo permite. Entonces vuelve a desaparecer un par de minutos. Tras este lapso noto ahora sus dedos resbaladizos en él. Parece que está repartiéndome lubricante, primero alrededor, y luego en el interior, introduciendo uno y dos dedos.

Seguidamente vuelvo a notar el contacto del metal frío en mi ano. Esta vez, de un solo impulso, se introduce, sin dolor. No entra demasiado, solo unos 4 o 5 centímetros. Y en la parte posterior de mis muslos noto el roce de algo así como una larga melena. Creo que acaba de colocarme un plug con una cola de animal. El roce de la cola con mis piernas y la presión del plug en el interior de mi culo ahora endurecen completamente mi pene, que alcanza toda su plenitud. Mi ama roza con sus dedos mi glande, que le obsequia con gotas de mi excitación.

Noto un tirón de mi cuello. Mi ama está tirando de la cuerda, que al parecer ha desatado de donde estaba. Me lleva a algún sitio, lentamente. La sigo a cuatro patas. La música de los auriculares cesa. Tal vez se han quedado sin batería. Ello me permite escuchar el fuerte resonar de sus tacones sobre el suelo de parqué.

De pronto deja de tirar de mí, y al instante empiezo a escuchar el sonido inconfundible de su orina sobre el agua del water closet . El olor de su orina enciende mis instintos como la orina enciende los de un perro. Al terminar sitúa mi cabeza a la altura de su coño, y comienzo a lamerlo ávidamente, limpiándolo. Me sabe dulce y delicioso. Luego con su mano me sitúa la cabeza sobre la taza del inodoro, que también lamo. En su mayor parte está limpio, pero noto el sabor de algunas gotas de orina que seguramente ha dejado caer deliberadamente como premio o castigo para mí. Es difícil distinguir entre lo uno y lo otro. Vienen a ser lo mismo.

Tras esto salimos del cuarto de baño y volvemos a la habitación. Anuda la cuerda nuevamente a algún sitio que desconozco. Sus tacones se dirigen sonoramente a la puerta, que escucho cerrarse con un portazo.