Sometida por el padre de mi mejor amiga

El señor Anderson me chantajeó con vídeos íntimos que vendía en internet para convertirme en su putita personal.

Cuando conocí a Sophia en el primer día de preparatoria jamás hubiera pensando que un día su padre me amenazaría y me obligaría a tener sexo con él.

Era mi mejor amiga, y la quería mucho. Mientras yo era más tímida y callada, ella era extrovertida y tenaz. Conocí a su padre, el señor Anderson, dos meses después de haber iniciado clases. Era un hombre de cincuenta años. Alto, fornido y con apariencia sería. Cuando lo vi por primera vez me intimidó, su presencia era aplastante. Era divorciado desde hace diez años, Sophia había venido a vivir con él a la ciudad para estudiar la preparatoria.

Una preparatoria prestigiosa. Solo la gente rica podía costearse la colegiatura en el Instituto Cowell. El padre de Sophia era un hombre dueño de algunos edificios, así que vivían cómodamente, nadando en dinero, en su enorme casa. En cambio yo estudiaba en ese lugar por una beca a la cual me había seleccionado. Vivía solo con mi abuela, a quien ayudaba para pagar las cuentas.

Y por esa razón, hasta hace dos meses atrás me vi con la obligación de vender vídeos en internet. Vídeos donde yo aparecía desnuda. Y ganaba un poco dinero, pero lo suficiente para ayudar en casa. Vivían contantemente con el miedo de que alguien fuera a descubrirme, pero nunca mostraba mi rostro, siempre tenía cuidado de que mi cara no apareciera en ninguno de ellos.

Hasta que cometí un error. Mi rostro fue visible en alguno de ellos. Lo cual me llevo a mi ruina.

Si estaba siendo forzada por el señor Anderson en su casa, mientras Sophia estaba en clase de esgrima, era porque él había encontrado en internet precisamente ese vídeo.

—Si no me dejas probar ese coño, tu abuela y la escuela van a enterarse de que eres una putita sucia.

El corazón me latía como loco. Estaba asustada hasta la médula. Mis mejillas estaba ardiendo y mi estómago se había revuelto completamente.

Me llevó hasta su habitación, y cerró la puerta detrás de él. Me tomó del brazo y me resistí.

—Señor Anderson, no, n-no. Debo irme a casa, yo-

Me giré, pero él se colocó detrás de mí y sus brazos rodearon mi cintura y me estrujó contra su torso.

—No, muñeca. Vas a quedarte a jugar aquí conmigo un rato.

Besó mi cuello, una de sus manos pasó por mis pechos y apretó uno de ellos con fuerza.

—¡A-ah!

Mis pies se desprendieron del suelo. Me alzó y mi estómago se hundió cuando me cargó hasta su cama. Mi espalda tocó el edredón justo cuando él se colocó entre mis piernas.

Sé Inclinó y me besó en los labios. El temor enredó mi garganta cuando metió su lengua dentro de mi boca. Su mano se movió sobre mi ropa, justo hacía los botones. Los desabrochó sin importar mis intentos por detenerlo.

—¡N-no!

Se separó de mí y con facilidad me volteó sobre la cama. Me fue difícil respirar del impacto cuando me quedé boca abajo; mis piernas seguían separadas por él.

Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando el señor Anderson empezó a quitarme con brusquedad mi camiseta del uniforme escolar. Pero cuando desvistió la parte superior de mi cuerpo por completo dejó la prenda a la altura de mis antebrazos. Antes de darme cuenta, él ya había hecho un nudo con mi ropa inmovilizandome.

Mi piel se erizó cuando al terminar, subió mi falda hasta mi cintura, dejando a su vista mis bragas blancas.

—Señor Anderson, deténgase, por fa-

El sonido fue más rápido que el golpe. Un grito agudo se me escapó cuando el señor Anderson azotó mi trasero. Me estremecí, y respingué sin control. No se detuvo, me dio un golpe tras otro ignorando mis lamentos.

Las lágrimas saltaron de mis ojos cuando dio el último azote. Debieron haber sido más de diez, rápidos pero fuertes. El corazón me latía como loco, pero para mí desgracia, noté como también mi entrepierna lo hizo.

—Creo que voy a tener que castigarte hasta que aprendas a obedecer, ¿eh?

Negué con la cabeza desesperadamente, intentando ver sobre mi hombro, hacía él.

—N-no, no-

Otro azote cayó sobre mí trasero.

—¡Ah!

—Que culo tan más bello tienes. Voy a disfrutar de ponértelo rojo cada vez que tenga que disciplinarte.

Mis vista estaba cristalizada y me estremecí cuando sentí su mano en mi entrepierna.

—Estás mojada.

Acarició mi centro, provocando que me retorciera. Traté de moverme hacía adelante, para alejar su mano, pero enseguida tomó mis bragas y me las bajó.

—¡Señor Anderson! ¡No! ¡No!

Con súbita molestia, terminó de quitarme la ropa interior y tomándome de un hombro me dio vuelta. Mi corazón se inquietó al sentir mi coño y mis pechos expuestos. Su entrecejo estaba fruncido y me asusté cuando se inclinó hacia mí de nuevo.

Su mano derecha agarró uno de mis pechos.

—Te dije que dejaras de llamarme señor Anderson.

La llema de sus dedos apretaron mi pezón, haciéndome gritar.

—¡Ah! ¡Ah!

El dolor me hizo arquear la espalda, pero él no se detuvo.

—Llamame como te dije.

Negué con la cabeza al instante, cerrando los ojos. Grité de nuevo cuando lo sentí golpear mi otro pecho y pellizcar mi otro pezón también.

—Hazlo.

—¡P-papi! ¡Papi!

Abrí mis ojos y divisé una sonrisa de suficiente en su rostro. Dejó ir mis pechos y sollocé al sentir la sangre volver a circular en mis pechos.

—Así me gusta muñeca, que seas obediente.

Bajó su cabeza y besó uno de mis pezones con delicadeza. Gemí de forma obscena contra mi voluntad. El señor Anderson tomó mis piernas y me subió por completo a la cama.

El miedo paralizó mi cuerpo. No tenía idea de lo que estaba pasando. Estaba semidesnuda debajo del padre de mi mejor amiga. Solo quería salir corriendo, y llorar fuertemente en mi propia cama.

Pero no, había un hombre que me doblaba él tamaño comiéndose mis pechos en ese momento.

—S-señor Anderson, n-no, no, por favor.

Él gruñó. Se separó de mí pezón y rápidamente colocó mis bragas en mi boca, silenciandome.

—¡Mmhm! ¡Mmhm!

—Si no vas a llamarme como te dije entonces no vas a decir nada.

La lágrimas cayeron por mis sienes. Sin mucho problema él se deshizo de su camiseta y su pantalón. Tragué saliva cuando mi vista cayó hasta su miembro. Era enorme, y estaba duro.

Él puso una mano en su pene y se masturbó mirándome por unos segundos.

—¿Te gusta? —preguntó—. No te preocupes, voy a enterrarte mi polla en tu pequeño coño en un momento.

Me tomó de las piernas y las abrió aún más.

—Voy a follarte tan duro hasta que llores, y me digas que pare. ¿Pero sabes qué? —dijo, acercando uno de sus dedos en mi entrada—. No me voy a detener, te voy a dejar el coño adolorido, y lleno de mi semen.

Sin previo aviso, metió con fuerza uno de sus dedos dentro de mí.

Mis ojos se abrieron de golpe al sentir el creciente dolor. Grité contra mis bragas, retorciéndome.

—Ah, estás tan apretada. Creo que voy a tener que romperte el coño para meterte mi verga.

Sacó y metió su dedo con ritmo veloz, haciendome llorar. Pero también... podía percibir la humedad que nacía en mi coño.

—Qué puta, te está gustando, ¿verdad?

Moví mi cabeza de un lado al otro, desesperada. Sacó su mano y se la llevó a la boca, chupándose los dedos.

Sin decir más, alineó su polla a mi entrada, y sin cuidado empezó a meterla. Hundí mis talones sobre el colchón al sentir como su pene perforaba mi virgen cavidad. El estiramiento de mi interior provocó un dolor insólito. Fue lento, pero lo suficiente brusco para hacerme gritar contra mi braga.

Tardó en poder meterla poco completo en mi coño, y una vez dentro se quedó quieto. Jamás me había sentido tan llena, sentí que iba a colapsar.

—Tu coño me está apretando, muñeca. Eres un perra sucia.

El aire se me atoró en la garganta cuando sacó su miembro un momento para proceder a ensartarlo con fuerza dentro de mí. Me sobre salté del dolor. Gemí y grité, lo cual pareció gustarle. Porque una pequeña media sonrisa nació en su rostro.

—¿Te duele? —preguntó, sin una pizca de compasión—. Qué bueno. Las pequeñas putas deben ser castigadas por tener un coño tan pequeño.

Me embistió nuevamente y lloriqueé. No aumentó gradualmente el movimiento de su pelvis. De golpe empezó a meterme su polla dentro. Mis pechos saltaban de arriba abajo, violentamente. Continuó susurrando cosas sucias en mi oído cuando se acercaba demasiado.

—¿Te gusta que papi te meta su polla? ¿Eh? —farfulló, con lujuria—. ¿Te gusta?

Cerré los ojos y volteé hacía la derecha. No lo iba a ver ni tampoco iba a aceptar lo que decía. Mi cuerpo estaba siendo destrozado por él, no iba a darle la satisfacción. Pero cuando noté su mano debajo de mi vientre, me estremecí.

Mi ropa interior amortiguó mi sonoro gritó cuando el padre de mi mejor amiga me pellizcó el clitoris.

—Contestame, puta —murmuró enojado—. Te gusta, ¿eh?

Con el rostro lleno de lágrimas calientes, la cabeza echa un lío y mi cuerpo curveandose contra el suyo, asentí vehemente.

—Por supuesto que te gusta, putita. No estarías gimiendo como perra en celo si no fuera así.

Me penetró con más fuerza. Pasaron unos diez minutos y yo sentía que mi cuerpo no iba a aguantar más. De la nada, sus embestidas comenzaron a ser más veloces y profundas.

—¡Ah! Voy a correrme, voy a correrme dentro de ti, muñeca.

Abrí los ojos, temerosa. Negué rotundamente con la cabeza.

—Sí, voy a dejarte llena, como te lo mereces.

Sus manos me sostuvieron de la cintura para que no me moviera, hasta que sentí un chorro de semen entrar a mi coño. Estaba caliente y provocó que un cosquilleo invadiera toda mis piernas. El señor Anderson siguió penetrandome mientras se corría hasta que poco a poco fue bajando la velocidad. Sé detuvo y dejó caer su cuerpo contra el mío, aplastando mis pechos.

Su polla seguía dentro de mí. Perdía dureza conforme pasaban los segundos. Pero aún así su tamaño me causaba incomodidad.

Nuestras respiraciones estaban alborotadas. Cuando él recuperó ligeramente el aliento, se acercó a mí oído y dijo;

—Has sido una niña mala, y las niñas malas no tienen permitido correrse.

Movió su pene dentro de mí, haciéndome gemir.

—Este coño ya es mío, y haré con él lo que yo quiera.

Las lágrimas se me acumularon en los ojos. Aquel solo era el principio de una montaña rusa.