SOMETIDA. Historia de una puerca (Quinta parte)
Quinta entrega de la historia de una chica que es cedida por su novio como pago de una deuda sin ella saberlo. Será ultrajada, humillada y convertida a la esclavitud más aberrante, en la categoría más baja. La de puerca, vendida como tal al postor más depravado.
SOMETIDA. Historia de una puerca (Quinta parte)
Habían pasado ya varios días desde el último episodio. En ese tiempo, la verdad que no me molestaron mucho. Las heridas iban cicatrizando poco a poco. Las anillas en mis pezones ya no me dolían apenas. La verdad que a veces me las miraba y hasta me empezaron a gustar. Eran grandes tenían un diámetro de unos dos centímetros y medio.
Le menstruación terminó y deje de sangrar. La inflamación de mi coño y alrededores, poco a poco fue bajando, llegando el mismo a tener, otra vez, su estado normal. Pude volver a orinar sin dificultad. Volvía a respirar aliviada.
La quemadura en mi espalda también iba sanando. Cada mañana, junto a la comida, me traían una especie de crema y me la ponían encima de las letras, al principio me dolía mucho pero con el paso de los días el escozor empezó a ir diluyéndose hasta casi dejar de ser perceptible.
Eso significó que volvieron a atarme las manos a la espalda y, por las noches, me entretenía en ir pasando los dedos por la rugosidad de mi marca, pudiendo distinguir, sin mucho esfuerzo, los diferentes caracteres que habían quedado impresas al final de mi espalda.
Durante estas jornadas de “descanso obligatorio”, mi señor, ordenó a sus ayudantes que no descuidaran mi aspecto físico. Es decir, Por la mañana me dejaban la pitanza en el comedero y me masajeaban la zona dañada con la crema analgésica.
Esos días no me azotaron, cosa que agradecí enormemente.
Después del desayuno, tenía que cambiar la paja y desinfectar la cochinera. Este procedimiento se hacia, como comente, cada dos días, pero debido a las posibles infecciones que pudiera tener, como consecuencia del grabado en la espalda y las anillas en mis pezones, durante ese tiempo, mi señor ordenó que se hiciera a diario. La verdad que no me importaba hacerlo ya que un poco de ejercicio me venía muy bien para poder desentumecer mis extremidades.
Cada dos días, y esa norma no fue alterada, procedían al depilado de todas las zonas de mi cuerpo y al recortado de uñas en manos y pies. Ya empezaba, incluso me gustaba, el rasurado de cabeza, era algo que ya iba asumiendo. Mi menté empezaba a borrar todo vestigio de mi pasado reciente. Daba la impresión que aquel día en que fui secuestrada y obligada a satisfacer a mi señor, fue el primer día de mi vida, todo lo anterior se iba diluyendo en mi mente.
Tenía que seguir orinando atada en cualquier parte de la pocilga, esa sensación también me empezó a gustar, incluso me excitaba cuando como consecuencia de ello, el flujo caliente resbalaba por mis muslos, piernas y caían en mis pies. Claro que, después del castigo sufrido en mi vagina, intentaba disimular para que nadie advirtiera el placer que sentía al hacer esa necesidad fisiológica.
Quizás de todo ello, lo que peor llevaba era defecar. Debía seguir pidiendo permiso a quien estuviera de guardia para que me quitaran el dilatador y pudiera vaciarme a gusto. Al tener el culo tan dilatado, la verdad que no me costaba nada evacuar, lo malo era que mientras lo hacia solían escaparse grandes ventosidades que aprovechaba, el ayudante de turno, para ofenderme y mofarse de ello, pero ahora el efecto que producía en mis oídos, esas ofensas, era bastante diferente a lo que sentía las primeras fechas. Cómo me dijo un día uno de ellos, el hecho de insultarme era algo innato a las bestias de corral, y por ello, se les fustiga para hacerles trabajar más. En mi caso, al considerarme ya más puerca que humana, agradecía cualquier insulto, por depravado que este fuera, para así poder sentirme más cerca de mi condición animal.
Ya no me importaba limpiar el dilatador, cuando era sacado de mi culo, con la lengua, es más, cuando procedían a liberarlo abría, inmediatamente, sin que nadie me dijera nada, la boca, deseosa de que el guardián, se dignara a concederme el premio de poder chupar y limpiar todo ese miembro impregnado de mis más depravados placeres.
Los agravios y mofas, como he comentado, continuaron durante este proceso, en cualquier situación, por cualquier motivo. Pero, la verdad, ahora las injurias empezaban a hacer en mi el efecto contrario, el resultado del propio éxito de mi señor. Ya me lo dijo el primer día, acabaría queriendo y no deseando otra cosa que vivir bajo esas disciplinas, quizás la conversión total estaba cerca o, tal vez, ya había concluido el proceso.
Lo verdaderamente importante para mi existencia en esos días no era otra cosa que pensar en que me había convertido en una puerca y, lo que es peor, me empezaba a gustar serlo.
Mi señor, durante el tiempo que pasé recuperándome, se dignaba a visitarme en la pocilga una vez al día. Solía ser al atardecer.
En aquellos fechas incluso empecé a sentir algo por él, no sabría exactamente como describir esa emoción pero, lo cierto, es que me alegraba verlo cuando aparecía por la puerta.
No penséis que venia simplemente a interesarse por mi estado, eso quedaba bastante lejos de la realidad, venia, principalmente, a cambiarme el dilatador por uno mayor. A observar, mientras hacia ese cambio, los progresos que iba haciendo mi agujero, a usarme por el culo, que era lo que más le satisfacía, a examinar la cicatrización en mis pezones, a tirar al principio levemente y después con más fuerza de mis anillas y, sobre todo, a admirar la leyenda de mi espalda. Pero me gustaba verlo y daba las gracias a la providencia por todo ello.
Cuando terminaba la visita, que duraba el tiempo imprescindible para esos menesteres, desaparecía y no volvía a verlo hasta el día siguiente.
Y así pasaron los días, más o menos dos semanas en que, a criterio de mi señor, ya estaba suficientemente restablecida para continuar mi instrucción.
Entonces fui conducida a la sala de entrenamiento, de la misma forma, es decir, a cuatro patas y llevada con una correa atada a mi collar que, junto a las muñequeras y tobilleras de cuero, nunca fueron despojadas de mi cuerpo.
Una vez en la sala, quitaron mi correa y me coloqué, como siempre, en un rincón, con las rodillas ligeramente abiertas, sentada sobre mis talones y los brazos y manos apoyados en cada uno de mis muslos.
Mi señor, en el centro de la habitación, pulcramente vestido como siempre y, como pude observar más tarde, con los ánimos renovados en lo referente al sufrimiento que me pensaba dispensar en las próximas jornadas.
- Veo que ya estás totalmente restablecida, puerca. Eso está muy bien. Estos días descuidados en tu formación, me han hecho perder bastante dinero, pues la subasta que estaba fijada para la semana que viene, va a tener que posponerse un tiempo. Espero que no haya más contratiempos.
Hizo una leve pausa, mientras se sacaba del bolsillo de su chaqueta, un cigarro de enormes dimensiones. Pidió a uno de sus ayudantes le acercara el cortapuros, cortó el extremo y encendió el mismo. Dando una bocanada larga y expulsando el humo que salió haciendo un gran círculo, continúo hablando;
- De todas formas, estos días no han sido totalmente baldíos. He podido pensar en soluciones acerca de algunos ajustes que debo hacer con tu cuerpo antes de proceder a la subasta.
En ese momento, comprendí lo ilusa que había vuelto a ser. Si bien es cierto que me encontraba bastante cómoda en mi nueva posición de puerca, viviendo como tal, no era menos cierto que pensara que mi existencia presente y, sobre todo, futura, iba a gravitar en torno a la figura de mi señor. Sabía que tenía que aguantar y dejarme usar por sus ayudantes, pero creía que eso y sus diferentes castigos y tormentos, era el precio a pagar para seguir siéndole útil a mi señor y sólo a él.
Ahora me daba cuenta que lo que siempre decía no era más que la cruda realidad, solo era un trozo de carne para un fin y no era otro que conseguir, para mi señor, buenos beneficios que amortizaran los gastos y dedicaciones que había perdido con mi educación.
Sacándome de mis disquisiciones mentales, concluyó;
- Te explicaré brevemente en que van a consistir algunos de esos reglajes que haré en tu anatomía y que, pienso, serán muy valorados entre los amos que puedas tener en el futuro y que me harán poder subir el precio de salida cuando te subaste.
- En los próximos días irán viniendo algunas personas que, como tu novio, me deben algún dinero y ya he pactado con ellos, el trabajo que tienen que hacer para liquidar la deuda y sus respectivos intereses. Al tratarse de deudas entre caballeros no hablarán nunca de lo que tuvieron que realizar para liberarse de su crédito y yo devolveré esos pagarés a cambio de su silencio y las mejoras que harán en tu asqueroso cuerpo.
- Por supuesto, continuaba hablando, mientras daba otra bocanada al puro, desde mañana o cuando ellos decidan que estás recuperada de estos nuevos cambios, te volverán a azotar todos los días hasta tu subasta. Es conveniente que tu piel se vaya curtiendo. Nada más puedo decirte de momento. Es mejor que vayas descubriendo esos reajustes a medida que se vayan produciendo. Por cierto, el primero de estos reglajes, será esta noche.
Me quedé intrigada en saber qué tipo de cambios quería hacer. Pensaba que ya todo estaba hecho. No tenia nada de pelo, la espalda marcada, el culo abierto, los pezones anillados. ¿Qué más podía necesitar, mi señor? De todos modos, pensé, no creo que sea mucho peor a los sufrimientos que ya me ha hecho padecer. Cuán equivocada estaba…
- ¡No perdamos más el tiempo! Gritó.
- Venga súbete a la mesa y ponte a cuatro patas quiero quitarte el dilatador.
Levantándome, me dirigí a la mesa, aquella que en el primer día, había acabado con mi preciosa melena negra. Me subí en ella y, dócilmente, me puse a cuatro patas poniendo el culo en dirección a donde se encontraba mi señor.
Notaba como se extasiaba viendo las letras gravadas a fuego en mi espalda, pasó la mano sobre ellas de la misma forma que había hecho en los días de mi recuperación, cuando bajaba a la pocilga por las tardes.
La verdad que no sabía muy bien si al quitarme el dildo, volvería a poner otra vez el mismo. Creía recordar que, en los días que pasé recuperándome sólo los dos primeros me había quitado el dilatador y puesto otro, en su lugar, de mayor grosor. Es decir, llevaba más de diez jornadas con el mismo consolador. Pero eso si, este era el más grande que tenia en el estuche. Me lo quitaba para usar mi agujero y luego de limpiarlo con mi lengua, me lo volvía a colocar.
Pero la verdad, en ese momento, no me importaba nada, me gustaba que mi señor recorriera con su mano la rugosidad de las palabras escritas en mi piel mientras usaba mi conducto. Me empecé a humedecer ligeramente de fluidos vaginales recordando aquellas tardes pero, inmediatamente me acordé del castigo por ello y mentalmente, pude contenerme en tal goce.
- Muy buen trabajo, se decía orgulloso al tocar las letras. Venir uno a abrirle el culo para que yo saque el dilatador.
Acto seguido tenía a uno de sus ayudantes abriéndome las nalgas. Mi señor, tiró fuerte saliendo despedido el consolador de su funda de carne.
- Veis que fácil sale. Comentó a sus esbirros
- Fijaros como tiene dilatado el ano. Podría meter, si quisiera, la mano. Creo que ya está preparada para sentarse en el “taburete mágico”. Rió.
¡El taburete!, de repente recordé la visión de aquel instrumento de dolor. Dios, no me acordaba, con ello quedaría mi esfínter totalmente desfigurado y abierto para siempre. Volví a la realidad y empecé a suplicar a mi señor que tuviera compasión de mí.
Una bofetada en todo el rostro me recordó que suplicar todavía le exacerbaba más. De la potencia del golpe, caí de la mesa y estrelle mi cuerpo contra el suelo. Grité de dolor.
- Te dije, en cierta ocasión, que jamás supliques.
Gritaba, mientras me pegaba una patada en todas mis costillas. Me doblé por la inercia soltando un alarido de angustia ante el certero puntapié.
- ¡Levántate y vuelve a la mesa aun no he terminado contigo! Gritó.
Como pude me levante, llevándome una mano hacia el costado donde había recibido el puyazo y dolorida, me subí a la mesa y me puse, otra vez, a cuatro patas.
- Serviros de la puerca. Rió, mi señor.
Los cuatro fueron fallándome el culo y corriéndose dentro. Yo, amarrándome en el filo de la mesa, aguantaba las embestidas de cada uno de los esbirros de mi señor. Mientras él, miraba divertido, como era usada por cada uno de ellos.
Una vez hubieron terminado, se acercó a mi culo y bajando la mirada estuvo algunos segundos escrutando mi agujero. De él iba resbalándose la leche de los cuatro esbirros.
En un momento dado, ordenó que me levantaran las piernas para que mi recto quedara por encima de mi cabeza y de esta guisa acercó el puro y depositó la ceniza en la misma abertura. Al estar con el culo subido, este residuo fue engullido por mi agujero dilatado llegándose a juntar con la lefa de sus compinches.
- Parece que, una vez terminemos con el taburete, esta puerca va a servir, además de para ser usada, como cenicero. Comentó
- Si, dijo uno de ellos, será un autentico basurero. Todos rieron.
- No perdáis más tiempo y traer el taburete, Ordenó mi señor.
Llevaron el taburete y lo pusieron justo al lado de la mesa donde yo me encontraba subida.
- Baja y siéntate, quiero ver el espectáculo. Chilló.
Muerta de miedo me incorporé y descendí de la mesa. Me situé justo al lado del asiento y doblé las rodillas hasta posar todo el culo encima del sillín. La ceniza había solidificado un poco a la leche, por lo que iba saliendo de mi culo era una especia de pasta grisácea que se iba desparramando encima del asiento. De momento no paso nada, el miembro que escondía el mencionado artefacto estaba metido dentro del soporte.
Uno de sus hombres, me amarró las manos por detrás utilizando las anillas de mis muñequeras. Los tobillos también fueron unidos a las patas del taburete. Posteriormente, trajeron unas correas de cuero que utilizaron para atar mis muslos a la zona baja del poyete de tal modo, que, aunque quisiera, no me podría levantar, ni tan siquiera mover, dejando la oquedad de mi ano justo en la abertura del asiento donde se deslizaría hacia fuera el consolador.
- Empezar a girar la manivela. Pero poco a poco. Quiero ver como el dilatador va metiéndose en su asqueroso culo y desfigurando el esfínter. Ordenó.
Uno de sus ayudantes, comenzó a girar la manivela que iba liberando a cada vuelta de tuerca una parte del miembro. Empezó a empujar la entrada, no hubo mucha resistencia debido a lo dilatado que tenia el agujero. Poco a poco el monstruo se fue adentrando en mi recto cada vez más grande y más adentro.
A mitad de camino ya me notaba empalada, parecía como si algo fuera a estallar en mi interior. Comencé a gritar y a gemir de dolor.
- Sigue girando la palanca, no te pares. Grito mi señor
Y subió hasta el final, solo paró cuando llego el tope y no podía girar más. Me quedé totalmente prensada de aquella cosa. Me dolía mucho. El esfínter lo notaba súper forzado era un desgarro brutal al que estaba siendo sometida por aquel falo de dimensiones gigantes. Se le veía divertido a mi señor, que no quitaba ojo a la escena.
- ¿Veis como tenia razón al encargar hace tiempo este taburete? Comentaba a sus ayudantes. Pedí que le pusieran un miembro con medidas descomunales para destrozar cualquier esfínter. Bien, con esto quedará terminado unos de mis ajustes. Rió.
- Te quedarás con el miembro empalado hasta que venga mi invitado esta noche a pagar su deuda, creo que con ese tiempo ya será más que suficiente para desfigurar tu abertura para siempre. Si no fuera así y necesitaras alguna corrección más, volveríamos a ponerte en la banqueta. Pero creo que, con esto, será suficiente. Por cierto, puedes gritar lo que quieras, la casa es grande y no te oiremos. Bueno chicos, vamos a comer, ya volveremos a la noche.
Me dejaron allí. Totalmente empalada y desgarrada en mis entrañas por ese miembro gigantesco, sin poderme mover. Notaba en la base del asiento, donde apoyaba mis nalgas, una humedad que iba a más por momentos, algo de lefa seguro que habría pero no era pegajoso, era más líquido, por fin pude verlo cuando parte de ese líquido resbalo y cayó al suelo. Lo que me imaginaba algo de sangre mezclado con los demás flujos que ya tenía dentro. Volví a gritar, nadie acudía a mis llamadas de socorro. Aullaba del inmenso dolor que me producía esa cosa. Pero nadie vino auxiliarme.
Habían pasado bastantes horas y seguía en esa posición. Levanté un poco la cabeza y miré a los ventanales de la habitación, pude observar que había oscurecido ya, el día, pues, estaba consumiéndose.
En ese momento, escuché pasos que se dirigían a la habitación, la puerta se abrió. Ahí estaba mi señor con otro tipo que no conocía de nada. Detrás de ellos llegaron sus cuatro ayudantes.
Yo me encontraba con la cabeza bajada, hilillos de saliva desparramándose por mi boca. Parecían estalactitas que iban desahogándose en pequeños charcos situados en el suelo, justo debajo de las patas del taburete.
El dolor no desaparecía, pensaba que me había partido en dos esa cosa.
- Esa es la cerda de quien te hablé, comentó mi señor. Es a ella a quien tienes que operar, dijo, señalándome con el dedo.
El hombre que llegó con mi señor, se acercó a mí y con su mano empujó mi frente levantándome ligeramente la cabeza.
- La veo muy castigada. Tal vez deberíamos esperar a que mejore. Comentó.
- No, esta muy bien. Aunque la veas en ese estado, es su forma natural de comportarse. Esta guarra resiste todo lo que le pongas. La tengo acostumbrada al sufrimiento. Además, mejor tenerla así, de ese modo no te dará problemas y podrás actuar sin ningún miramiento como te he comentado en la comida.
- Bueno, si tú lo dices, sea pues. Yo me limito a pagarte una deuda de juego y me “lavo las manos”. Concluyó su amigo.
- Pues no perdamos más tiempo. Chicos, desatarla, sacarla del taburete y llevarla arriba que ya está todo preparado. Ordenó, mi señor.
Bajaron la palanca y el miembro empezó su recorrido de vuelta. Poco a poco notaba que me iba desembarazándome de aquella cosa. A medida que eso bajaba notaba una mejoría en mis entrañas. Cuando quedé liberada del todo, me desataron de las ataduras y entre dos me cogieron de las axilas y me levantaron.
Cuando estuve incorporada, el espectáculo fue impresionante. El asiento estaba totalmente cubierto de sangre, restos de heces y algún rastro grisáceo. Noté que mi esfínter no cerraba, no volvía a su estado natural y a cada paso titubeante que daba se escapaban de mi ano pequeños fluidos parecido a una diarrea de un color marrón anaranjado, mezcla, sin duda, de sangre e inmundicias.
- Ves, ahora ya no tendrás que preocuparte de aguantar para buscar un lavabo, te cagarás en cualquier sitio, exclamó mi señor. Claro que eso también tiene su lado divertido, te proveerá de severos castigos por ensuciar el suelo o cualquier lugar donde te encuentres, lo que hará más interesante tu existencia, ya que tu amo siempre tendrá algún motivo para castigarte por puerca y guarra y es para eso para lo que te estoy educando. Creo que recuperaré con creces la inversión. Tu valor esta subiendo como la espuma. Me dijo, poniendo cara de complacencia por lo que me decía.
Miraba de reojo al cliente de mi señor que con fingida apariencia de que no le iba nada en ello, no podía ocultar una brizna de pena en su rostro por la última atrocidad que esos desalmados habían producido en mi ya castigado cuerpo.
- Antes de subirla quiero ver su agujero. Gritó mi señor.
- Bueno, pues mientras tú realizas las revisiones que estimes por conveniente, yo iré a prepararme para la intervención. Cuando termines súbela. Comento su amigo.
Me izaron otra vez a la mesa, yo ya no podía hacerlo, se me doblaban las piernas. Una vez arriba me pusieron a cuatro patas. Ya no necesitaron, si quiera, que me abrieran las nalgas.
- ¡Genial!, comentó mi amo. Este es uno de mis mejores trabajos. Mirar su agujero. Es toda una delicia. Que gruta tan maravillosa tiene. Ahora si se la puede usar de cualquier forma. Podrá tragarse lo que le pongas. Comentó con tono orgulloso.
Se calentó otra vez viendo el espectáculo que, aun con restos de sangre y mierda no pudo contenerse y bajándose la cremallera se sacó su miembro erecto y me lo metió hasta la empuñadura. La verdad que ni sentí su empitonada. Eso debía parecerse a una cloaca de verdad porque pienso que podrían haberme follado dos pollas a la vez y tampoco hubiera sentido gran cosa. El caso es que se corrió dentro casi al instante. Otro fluido más a juntarse con la mierda, la sangre y los restos de leche que todavía guardaban mis entrañas de la corrida de sus ayudantes y, todo revuelto, fue saliendo de mi castigado recto. Como un pequeño riachuelo resbalaba por una de mis piernas, llegando a mi pie que estaba con la planta hacia arriba, pues continuaba en la misma posición. Una vez allí, se deslizaba como una fina lluvia hasta llegar al frío suelo donde ya se vislumbraba un pequeño charco de inmundicias fecales.
Me bajaron de la mesa y sujetada por los dos sicarios, me espetó;
- Muy bien puerca, dijo mientras se metía el miembro en la bragueta. Te explicaré en pocas palabras lo que va a hacerte mi amigo.
Cuando ponía ese acento unido a una cara de sadismo, podía intuir que no me iba a gustar nada de lo que se preparaba. Cómo disfrutaba contándome el suplicio siguiente. Notaba la perversión en sus ojos. Pero de pronto pensé que, quizás, de esta forma, pudiera retenerle un poco más y no me subastara. Qué ilusa era en aquel tiempo, pero quería aferrarme a cualquier cosa para poder dar algo de sentido a esta infernal vida que me habían obligado vivir.
Todas estas pruebas, todas estas penurias, debían, mejor dicho, tenían que servir de algo. Estos temas los repetía constantemente martilleándome la cabeza. En fin, siguió hablando;
- Como te dije hace unas jornadas, cuando tuviste la menstruación, que, iba a pensar algo definitivo para que nunca más la tuvieras. No podemos consentir que una puerca como tú pueda quedar preñada. ¿Me sigues?
- Si señor, asentí, de forma mecánica más que otra cosa, porque todavía no comprendía muy bien a donde quería ir a parar.
- Muy bien. Pues mira por donde, hace tres días vencía una deuda y mis muchachos fueron a visitar a este amigo para reclamarle el pago en metálico, o (hizo una mueca de silencio como disfrutando de la superioridad que creía tener sobre el conjunto de los mortales) alguna “pequeñez” que me quisiera ceder a cambio. Algo parecido como tu novio. Sonrío al mencionar el tema.
Estaba anonadada, porque no sabía a donde quería llegar con semejante introducción. Me dolía demasiado el culo y las entrañas para ponerme a divagar sobre temas que a mi, particularmente, pensaba que ni me iba, ni me venia. Aunque, de todos modos, intuía que nada bueno me esperaba. Continuo,
- Como te comentaba, este señor da la casualidad que es médico cirujano y esta vez lo que da a cambio de la deuda no es el pago en metálico, ni ningún objeto, como en tu caso, sino su trabajo. Bueno, el caso es que como pago de su deuda deberá realizarte una “pequeña” intervención quirúrgica, es decir, te va a realizar una histerectomía completa. ¿Me sigues? No quiero que vuelvas a menstruar y, por supuesto, a quedarte preñada. La verdad que es un favor que te hago. ¡Puercas como tu no deben, mejor dicho, no pueden engendrar! Gritó.
- Bien, ha venido a comer y hemos estado toda la tarde adaptando una habitación del piso superior para reconvertirla en quirófano. A mi no me ha costado nada, su trabajo es la deuda principal y los accesorios, material quirúrgico necesario, medicamentos y seguimiento de la operación hasta ser dada de alta son los intereses. ¿Verdad chicos?
- Si jefe, contestaron.
- No tiene tantas comodidades como un hospital, pero para una cerda como tu serán suficientes. Si algo sale mal, que no creo, es un excelente y acreditado cirujano, pero si algo saliera mal, no pasará nada, solo habré perdido algo de dinero, lo que hubiese sacado en tu subasta. Por suerte tengo medios de sobra y clientes que me deben deudas millonarias con sus respectivos intereses. Hay quien dice que son abusivos, pero a fin de cuentas yo no les obligue a pedir dinero, vinieron ellos de propia voluntad. Yo hago menos preguntas que los bancos. Pero también soy más persuasivo que ellos cuando se trata de recuperar la deuda a su vencimiento. Dijo mirando a sus ayudantes.
- ¡Basta de palabrerías! Subirla, que el médico espera.
Mientras me empujaban al piso superior, no dejaba de pensar en ello. Una histerectomía, me iban a castrar, me iban a quitar los órganos reproductivos, me iban, en síntesis, a extirpar los ovarios y el útero. En resumen me iban a vaciar como mujer.
No podía subir los escalones, las piernas me temblaban, esto ya era demasiado. Me resbalé o quizás mi subconsciente se negaba a avanzar, el caso es que caí de rodillas en mitad de los peldaños suplicando, entre sollozos, tuvieran piedad de mi, haría cualquier cosa, pero que no me castraran.
Sin preocuparse tan siquiera a dar contestación a mis súplicas, dos fuertes manos me voltearon y me hicieron ascender en volandas la escalera principal. A raíz de todo ello, noté que se me iban escapando secreciones del culo, leche, mierda y sangre. Ya no podía contenerlas.
- ¡Corramos y subámosla pronto! Decía uno de los dos que me sujetaba. Esta cerda esta dejando perdida la alfombra de la escalera y el jefe se enfadará con nosotros.
- Mira que insistió en que la operación fuera realizada en el establo, pero se negó en rotundo el médico, comentaba el otro.
- Si, qué lastima de alfombra. Habrá que tirarla. Rieron los dos.
Llegamos a la planta de arriba y allí entramos en una habitación. Era pequeña, quizás se tratara de un dormitorio de empleados. Estaba ya acondicionada bastante bien para albergar una intervención quirúrgica de ese calibre.
Se encontraba el amigo de mi señor, ya provisto de una bata de color verde con sus guantes esterilizados, patucos, un gorro de quirófano y mascarilla.
En el centro de la habitación, habían sustituido la cama, que, supuse estaría antes, (yo nunca pude entrar dentro de la casa, salvo para ir al lugar de entrenamiento, pero jamás había subido a las plantas de arriba), por una camilla parecida a la que se encuentran en cualquier quirófano.
Una lámpara potente colocada en el techo iluminaba toda la zona donde estaba el armazón.
En un lado de la misma se encontraba una especie de monitor, supongo que para medir mis ritmos cardiacos durante la intervención y, junto a eso, una mesilla llena de diferente instrumental médico.
Me colocaron en cubito supino encima de la camilla y, por si acaso, me sujetaron las manos entre los dos. Para que no me escapara, que ilusos yo ya no podía salir corriendo, no me quedaban fuerzas.
- No me gusta esto, hablaba para si el cirujano. En qué estaría pensando para pedir el préstamo. Por qué a mi mujer se le emperró el chalet con lo bien que vivíamos en el piso de la ciudad, seguía protestando en bajo para si pero audible para nosotros.
- Bueno, a lo “hecho, pecho”. Empecemos cuanto antes. Concluyó,
Me limpió el tórax, y el estomago con alcohol. Posteriormente me colocó varios electrodos que estaban conectados al monitor que había a la derecha de la camilla.
- No hace falta rasurar la zona. Río uno de los esbirros que me sujetaba. No tiene nada de pelo.
- Por favor, silencio, dejen que me concentre. La intervención es algo arriesgada. No he podido hacer pruebas preoperatorios, y todo ha sido muy rápido. Me puedo jugar la licencia si esto llegara a saberse.
- Por cierto, ¿ha comido hoy? Preguntó el cirujano
- No, que va, son las 10 de la noche y desde el desayuno no ha probado bocado. Ya nos lo advirtió el jefe, por eso no la hemos dado de comer desde entonces. Además, empalada como estaba, no le hubiera sentado bien engullir. El otro compañero soltó una carcajada por la ocurrencia de su colega.
- Mejor así. Concluyó el cirujano.
Note que, con unas pinzas, agarró bastantes gasas y las hundió en una especie de frasco que había con un contenido de un color entre naranja y marrón, seria desinfectante. Me untó en todo el vientre con ese líquido quedando impregnado de esa pócima toda esa parte de mi cuerpo desde el ombligo hasta el pubis.
Yo me encontraba muy nerviosa, notaba que la camilla la estaba manchando de fluidos que salían de mi culo, pero no dijeron nada o no se dieron cuenta de ello. En esta situación lo que tuviera que pasar, que pasara, ya no había vuelta atrás, estaba en manos de ese cirujano y de mi propio destino.
- Por favor, pueden quitarle esas muñequeras de cuero que tiene en manos y pies, no son higiénicas y, además, me quitan movilidad para intervenir. Preguntó el cirujano.
- Lo siento, respondió uno de los ayudantes, Don Gonzalo ha dado órdenes concretas de que no se le quiten ni las muñequeras, ni las tobilleras ni el collar. Piense que es como su segunda piel.
- Además, comentó el otro sicario, tenemos órdenes de permanecer junto a la puerca durante toda la operación. Debemos vigilarla.
- Está bien. Asintió el médico. Sin casi medios, sin enfermería, con artilugios sin esterilizar y con ustedes dentro sin ropa médica adecuada solo puedo decir, que si esto sale bien habrá sido un autentico milagro. Concluyó el cirujano.
Me sujetó el brazo y me ató una goma para contener el flujo sanguíneo y, de esta guisa pinchó en mi marcada vena acoplando a la misma una vía. Con ella puesta, inyectó dentro el contenido de una jeringuilla, el caso es que a partir de entonces quedé totalmente dormida. Cosa que agradecí, tal vez no seria mala idea no volver a despertar nunca más. El suplicio se hubiera terminado para siempre.
Pero no tuve suerte. El azar o quizás la habilidad del cirujano, hizo que me despertara de la anestesia horas después en mi pocilga. Si señores, lo he dicho bien, en mi asquerosa cochiquera. La única diferencia es que estaba tumbada boca arriba sobre un pequeño y sucio colchón. Por lo menos, mi señor, había dado órdenes al respecto de que, mientras estuviera convaleciente de la operación, no estuviera en contacto directo con la paja del suelo.
Estos arranques de compasión fueron muy escasos en el tiempo que estuve con él.
Me encontraba muy triste. Ya no podría mi cuerpo cumplir nunca más la función que la naturaleza otorga a toda mujer. Quizás en mi condición de puerca era lo mejor. Nunca me hubieran autorizado a quedar en cinta. Mi función a partir de ahora no era más que ser usada para realizar los más depravados funciones que el amo de turno quisiera ordenarme y eso no casaba con la condición humana. No era más que una cerda, una ser estéril y aberrante.
Estaba bastante dolorida. Tenía en el vientre una venda que me apretaba en exceso la zona genital. En mi brazo derecho todavía conservaba la vía y en ella me iban suministrando determinados antibióticos y medicinas a través de una botella anclada en un soporte especial de esos que hay en cualquier habitación de un hospital.
Me intenté mover un poco pero estaba atada. Tenia la muñequera de la mano izquierda, la que no tenia inyectado el medicamento, unida con la ayuda de un mosquetón a la anilla del collar y las dos tobilleras ancladas entre si a través de un muelle idéntico al utilizado para amarrar mi mano libre con mi collar. Se ve que la clemencia de mi señor tenía sus límites muy definidos.
Así pase varios días. Sólo entraban en mi pocilga dos veces cada jornada para darme la comida. Cómo no me podía mover, ésta era suministrada, no en el comedero, claro, sino al igual que en la primera noche que pasé en aquella celda, en un plato metálico similar al que se utiliza para la alimentación de los perros.
Uno me levantaba la cabeza, mientras que otro sujetaba el recipiente para que pudiera meter la boca y tragar aquello. Estos días el contenido era algo blando, parecido a la carne picada, para que pudiera tragar sin dificultad.
Seguían ocupándose de mi estado físico, eso siempre. Es decir, cada dos días, entraban los ayudantes y me rasuraban el cuerpo, salvo, claro está, el pubis que al tenerlo vendado no podían acceder a él, las cejas y las pestañas, así como me cortaban las uñas.
El tema de la limpieza corporal, era realizado con algo más de delicadeza. Seguro que el médico había dado instrucciones de que un movimiento mal realizado por mi parte pudiera soltarse algún punto y demorarse todavía más mi recuperación cosa que a mi señor le importaba sobremanera. Es por eso que la higiene la realizaban con sumo cuidado frotando suavemente una esponja impregnada en jabón y agua tibia.
Lo más complicado, en esos días de quietud por la cicatrización de la herida, era dar rienda suelta a mis necesidades fisiológicas. Los primeros días de mi ano se escapaba cualquier vestigio de excrementos habida cuenta de la atrofia, ya permanente, que tenía en mi esfínter anal por lo que manchaba, varias veces al día, el colchón. Los ayudantes tenían que esmerarse en la limpieza del mismo por lo que éste en un par de jornadas empezaba dar síntomas de putrefacción.
El problema fue atajado con la colocación de pañales similares a los que se utilizan con las personas mayores, de esta forma solucionaron el problema. Cada mañana era cambiado por otros limpio.
Sobre la orina, no había ninguna dificultad. Permanecí sondada todo ese tiempo.
A quien no vi en ningún momento durante toda la recuperación fue a mi señor. No se dignó ningún día a bajar a las porquerizas a ver el estado en que se encontraba su puerca. No me atrevía a preguntar por él a sus ayudantes, temiendo que ellos me castigaran de alguna forma, aun en mi estado, si los irritaba, estaba segura que podrían de alguna manera reprenderme.
El cirujano, fue a visitarme tres o cuatro veces, al final de las cuales decidió, tras examinarme la herida, que ésta iba por buen camino en su cicatrización. Suspendió la medicación retirándome la correspondiente vía y pautando ya unos medicamentos que debería tomar de forma oral. Tales como antipiréticos, analgésicos y antiinflamatorios que ayudarían a restablecerme por completo de la intervención.
Posteriormente, quitó las vendas que tapaban mi abdomen y procedió a quitar las grapas. La cicatriz me recorría horizontalmente casi todo el monte de Venus, pero pude comprobar que la misma había cerrado completamente.
Por último retiró la sonda que tenia adherida a la uretra por lo que mis orines ya podían evacuarse de forma natural.
Una vez retirada la vía, fue atada la mano derecha junto a la otra a las anillas de mi collar.
El último día que estuvo, al despedirse, viendo que, por un momento, le habían dejado solo conmigo, me dijo;
- Chica, Ya no volveré más, pero he de decirte que hoy es cuando puedo dar gracias a Dios de que has salido de ésta. Nunca pensé que, en las circunstancias en las que tuve que intervenir, la operación hubiera podido tener éxito. He prolongado todo lo que he podido la recuperación para que pudieras estar el mayor tiempo posible con alguna tranquilidad. Pero ya no me es posible alargarlo por más tiempo. Lo único que te deseo es suerte, la vas a necesitar.
Acariciándome las manos atadas, se marchó. Las lágrimas volvieron a mis ojos. Hacia mucho tiempo que nadie había mostrado algún tipo de sentimiento amable hacia mi.
Nunca llegaron a darme las pastillas recetadas tal cual se toman normalmente, me dijeron que las trituraban y las mezclaban con la comida, como se hace con el ganado. Nunca supe si esto era verdad o lo que quería, mi señor, era que el dolor fuera soportado sin ayuda de medicamentos.
Al día siguiente de la despedida del doctor, aparecieron muy temprano los ayudantes. Sin mediar ninguna palabra me desataron las manos del collar y liberaron los tobillos. Uno de ellos tiró con fuerza del colchón y rodé hasta caer al suelo llevándoselo de inmediato.
Otro me quitó los pañales.
Seguidamente me unieron las muñequeras con las anillas a la espalda y me ataron el collar con la cadena a la barra que estaba encima del comedero. Todo volvía a la normalidad, pensé.
Una vez amarrada en la posición que siempre había estado, entró mi señor en la pocilga. Era la primera vez que le vi desde la operación. Me miró con aires de suficiencia, como muchas veces hacia y se digno a dirigirme la palabra en términos parecidos a estos;
- Bueno cerda. El segundo reglaje de tu cuerpo ha concluido satisfactoriamente. ¡Ponte de rodillas, quiero ver la cicatriz! Ordenó.
Cómo pude me puse de rodillas. Llevaba varios días acostada y las piernas las tenia algo entumecidas.
- Bueno, no te ha quedado mucha señal. Creo que podremos arreglarlo. Comentó.
- Vosotros, en cuanto me vaya, rasurarla el vientre, que por el tiempo que lleva recuperándose veo que el vello le ha crecido bastante.
- Si jefe. Respondieron.
- En cuento a ti. A partir de mañana volverás a ser azotada y te pondré, por fin, las marcas en tu coño e intentaremos disimular esa herida. Los cosidos devalúan el precio de la mercancía en las subastas. Dijo dirigiéndose a sus hombres.
- Por cierto, comentó a sus ayudantes, mientras tiraba levemente de las anillas adheridas a mis pezones, veo que están totalmente cicatrizadas. Mañana cuando la azotéis atarla también de los aros para que sienta mayor dolor.
- Otra cosa, ya no la pongáis ningún dilatador más. Ya no es necesario. Rió. Ya tiene el esfínter desgarrado, dejar que se vaya cagando por cualquier lado. Como una puerca, como la cerda que es. Pero cuidado con que se le escape algo dentro de mi casa cuando vaya a la sala de entrenamiento. Esta guarra ya me ha estropeado una alfombra que vale más que su asquerosa vida. Gritó a sus hombres. Si vuelve a estropearme algo con su inmundicia. La castigaré severamente.
“Me castigará severamente”… repetí mentalmente esas palabras. ¿Todavía más? No podría aguantar cuando me vinieran las ganas de defecar, el esfínter ya no me obedece y tampoco podía dejar de comer, ya me habían dicho que si no comía por las buenas me lo meterían por un embudo directamente a la garganta. Mis ojos volvieron a enrojecerse mientras miraba al suelo sin poder contener el llanto.
- También conocerás a otro amigo mío que vendrá a saldar una deuda que tiene. Mañana sabrás de que se trata.
Acto seguido se marchó.
En la misma pocilga, fui rasurada volviendo mi coño a tener la misma suavidad que el resto de mi cuerpo a diferencia de la rugosidad propia de la herida por la reciente intervención quirúrgica. Me dejaron la pitanza y el agua en el comedero. Abandonando la gorrinera salvo el ayudante más depravado de todos que quedándose premeditadamente rezagado, cuando los demás ya habían abandonado la estancia, se dirigió a mí y sujetándome fuertemente la barbilla me dijo;
- ¡Mañana serás nuestra! Ya tenía ganas de “volver a medirte las costillas”. Descansa esta noche porque será un día largo para ti. Y se marchó riendo.
Me quedé tendida en el suelo, sin saber que hacer. Mañana me marcarían el pubis, ¿cómo lo harían?, ¿con qué nueva aberración pagaría esa deuda el tipo que pronto conocería? y los azotes del alba, hacia ya varios días que no me fustigaban, ¿podría aguantarlos?, ¿a qué se refería, mi señor, con que me atasen los aros de mis pezones?, muchas preguntas sin respuesta. Volvieron los temblores fruto del miedo atroz que tenía a que llegara la aurora, porque, con el nuevo día, volvería otra vez el sufrimiento y con ello mi desesperación.
FIN DE LA QUINTA PARTE.