SOMETIDA. Historia de una puerca (Octava parte)

Octava entrega de la historia de una chica que es cedida por su novio como pago de una deuda sin ella saberlo. Será ultrajada, humillada y convertida a la esclavitud más aberrante, en la categoría más baja. La de puerca, vendida como tal al postor más depravado.

SOMETIDA.  Historia de una puerca (Octava parte)

Pasé la noche como pude. El dolor por la postura no me dejó, prácticamente,  conciliar el sueño.

Tenia enorme ganas de orinar, pero me intentaba contener. En esa postura tan lacerante en la que me encontraba atada, sabía que, de hacerlo, acabaría totalmente empapada de mis fluidos. Pasaban las horas y, en un momento determinado, ya no pude aguantar más, saliendo todo mi líquido, como si de un torrente se tratara.

Al ser la jaula tan pequeña y tener una especie de rodapiés de hierro bajo los barrotes, éste rebotó quedando, como preveía, inundada de mis propios orines. La espalda, los pies, las manos, en general toda parte de mi cuerpo que estaba en contacto con el suelo quedó impregnada de aquel líquido caliente.

Mojada, dolorida y con frío en todo mi cuerpo, pasé las últimas horas de la noche. Al estar todo oscuro perdí totalmente la noción del tiempo, desconocía si ya habría amanecido. Las horas se hacían eternas, pero, por otro lado, quería continuar sola aún en ese estado, pues estaba convencida que, al llegar el día,  éste no me traería buenas sensaciones.

Empecé a escuchar ruidos lejanos que provenían, quizás, de las cocinas. Eso me hizo pensar que la mañana ya había llegado y estarían preparando el desayuno de mi amo, sus escoltas, y demás personas que estuvieran en la estancia.

Efectivamente, al cabo de una hora, más o menos, escuché abrir el portón de la cocina y bajar las escaleras. Me puse muy nerviosa, no sabia lo que me esperaría. Por un lado quería que me liberaran de estas ataduras, pero por otro, cuando me libraran de ellas, posiblemente sería para algo peor de lo que, por si, era estar en esa postura.

Escuché como se abría la puerta que daba acceso a la leñera. ¡Ya estaban aquí! Me empezó a temblar todo el cuerpo y me volví a orinar del puro terror que tenía de ver a quienes, seguramente, con instrucciones precisas, volverían a castigar mí ya amoratado esqueleto.

Franqueó la puerta y encendió la luz. Era el asistente, aquel que mi amo había destinado para que fuera mi instructor personal.

-          Vaya con la puerca. Una noche en la perrera y ya huele la habitación peor que si hubieran dormido varias mofetas. Exclamó.

-          ¡Éstas meada hasta las trancas! Aulló.

Sacó unos guantes estériles del bolsillo de su chaqueta y se los colocó. Con ellos puestos, metió los dedos entre los barrotes para poder accionar los muelles de los mosquetones y soltarme las manos de las anillas de las tobilleras. Acto seguido, abrió la puerta de la jaula y me ordenó que saliera.

Me costaba horrores. Toda la noche en esa posición tan forzada hacia que mis extremidades no obedecieran mi orden de ponerse en movimiento.

Como intuyendo ese problema, me cogió de los pies y me arrastró el cuerpo, con fuerza, hasta sacarme de la jaula. Como no intuí a tiempo el movimiento que iba a hacer y al tener la perrera esa especie de rodapié metálico, mi cabeza no pudo esquivarlo y chocó estrepitosamente con el metal. Di un grito de dolor.

-          Puerca, si rompes la jaula, te mató. Atinó a decir.

Lógicamente, no tuvo ninguna preocupación en saber si el golpe que me di en la testa me había trastornado algo. Ya comentó la noche anterior, cuando me trajeron, que era mierda, una basura. Y, como tal, se disponía a tratarme.

Como pude, conseguí ponerme de pie, justo enfrente de él, con la cabeza baja y tocándome con la mano la parte dolorida por el golpe. Por su mirada me di cuenta de que fruncía el ceño de tal manera que podía predecir cualquier cosa, por lo que, inmediatamente, puse mis manos cogidas por detrás de mi espalda y mi cabeza bajada. Adoptando, por ello, una actitud lo más sumisa que pudiera. Con ello logré que su rostro volviera a relajarse. Comenzó a hablar,

-          Si te meas o cagas, mejor para ti, ya que con lo puerca que eres te encontraras en tu ambiente con esos fluidos y olores. Aquí no te lavaremos. En ocasiones muy puntuales en los que, tu amo, o cualquiera de las personas que trabajan para él, decida usarte y, en ese caso, tu limpieza será solo en el agujero que vaya o quieran utilizar en ese momento. No vayas a contagiarle algo. Río. Salvo esa puntualidad, permanecerás sucia y guarra como la cerda que eres. Se ve que tu anterior señor, al lavarte cada dos días, te tenía bastante en consideración. Aquí, las cosas las haremos bien desde el principio. Sonreía malévolamente, mientras decía el comentario. Continuaba hablando,

-          Las fiestas que hagamos contigo serán en el exterior del recinto para que no ensucies, con tu asqueroso cuerpo, la casa. Nunca estarás autorizada a entrar salvo que tu amo disponga otra cosa.

-          Jamás, como te dije anoche, mirarás de frente a nadie, siempre al suelo. Nunca hablarás. Solo dirás si, mi amo cuando te autoricen a decirlo. En las demás ocasiones solo bajarás la cabeza en posición de respeto y sumisión y cumplirás con aquello que te hayan ordenado realizar sin ninguna queja ni comentario.

-          La inobservancia de estas reglas básicas, será motivo para que seas castigada convenientemente.  Otras desobediencias a órdenes puntuales, serán sancionadas mucho más severamente que las anteriores. Con ello, desearás no haber nacido.

-          ¿Entiendes?

-          Si, amo. Logre decir.

En ese justo momento, volví a sentir un fuerte golpe en mi mejilla, pero esta vez, no fue dado, como anoche, con la mano abierta, sino que fue lanzado con su brazo doblado, es decir, el impacto me llegó desde sus nudillos. Caí al suelo, golpeándome en la caída un hombro con la puerta de la jaula que todavía permanecía abierta.

-          Eres muy cerrada de mollera, puerca. Veo que no entiendes nada a la primera sino es golpeándote antes. Acabas de infringir una de las reglas básicas, violaste el silencio. Tenias que haber bajado la cabeza en señal de asentimiento y no contestarme. No te había dado permiso para hablar.

Tirada en el suelo, con la cara roja por el golpe, el hombro dolorido por el impacto y llorando de angustia, pude inclinar la cabeza dando a entender que había comprendido la orden.

-          No creas que la bofetada es el castigo por tu desobediencia. Este era solo un pequeño recordatorio. Esto me lleva a explicarte que, antes de dormir, será revisado tu comportamiento durante la jornada y, en ese momento, tu amo decidirá la corrección que merezcas por las desobediencias del día.

-          Esta noche, por lo pronto, ya tienes una primera sanción por haber hablado antes. Veremos cuantas más habrá que aplicarte por otras insubordinaciones que hayas tenido durante la jornada.

No salía de mi asombro, esto era el autentico infierno y no llevaba más que algunas horas. No pensaba que podría durar viva muchos días en ese estado. Volvió mi instructor a hablar,

-          Vamos puerca, te llevaré al comedor. Ya sabes que solo almorzarás y beberás una vez al día, por las mañanas y, de acuerdo a tus progresos, se te podrá, conceder o no la gracia de algún trago extra, quizás por la tarde. Sígueme, me ordenó.

Definitivamente, no pensaba que podría aguantar mucho más en ese estado, comiendo y bebiendo una vez al día. Menos mal que ya era otoñó bastante avanzado y el frío empezaba a aparecer, para mi piel era una tortura más pues siempre debía permanecer desnuda pero, por lo menos, pensé, las ganas de beber no serian tantas.

Le seguí. Subimos las escaleras, llegamos a la cocina. Había mucho movimiento de gente entrando y saliendo. Nadie se percató de nuestra presencia o, disimularon,  lo cierto es que, salimos sin que notara que nadie, tan siquiera, nos miraba.

Llegamos al patio de entrada, donde la furgoneta paró la noche de mi llegada y seguimos caminando. La verdad que casi me hubiera apetecido más ir a cuatro patas como me obligaba  mi señor. Aunque, también debo decirlo, me llevaba sin atarme, cosa que agradecía.

Llegamos hasta la puerta de un cobertizo y allí nos detuvimos.

Yo no sabia exactamente a donde nos dirigíamos, lo único que me indicó, es que era la hora de mi única comida diaria, por lo que, al llevar sin engullir desde la mañana de la subasta, estaba algo mareada y, hubiera hecho cualquier cosa, por llevarme un bocado a la boca.

Sacó una llave grande y la metió en la cerradura del portón que daba acceso al cobertizo y me ordenó entrar. Era una especia de pajar, grande. Al final del mismo se oían ladridos de muchos perros. A medida que le iba siguiendo, los ladridos se iban agudizando más, hasta que pude ver una gran perrera metálica de unos cuatro metros de largo por otros tantos de ancho, en el que había algo así como cinco o seis perros, todos ellos de la raza pastor alemán.

-          Espera aquí. Voy a por la llave de la perrera. Ordenó el asistente.

Mientras esperaba, con los brazos a la espalda y la cabeza baja, como una buena sumisa. Pude ver, de reojo, que los canes se encontraban atados en una especie de barra de hierro redonda, algo así como un manillar que bordeaba tres de los cuatro lados de la perrera. Cada medio metro, más o menos, había soldada a la barra una argolla metálica y, en cada una de ellas, estaba atado un perro por lo que no podían, de ese modo juntarse, ni pelearse entre ellos. Debajo de esta barra y, bordeando también toda la extensión de la misma, se encontraba un comedero de cemento con una separación para el agua a una altura en el que los perros podían acceder a comer sin problemas. Por lo tanto, cada animal,  tenía a su alcance la comida y la bebida que necesitara, sin temer que el de al lado pudiera robársela.

Llego con la llave y abrió la perrera.

-          ¡Entra! Ordenó.

No sabia exactamente que hacíamos en ese lugar, pero ante el voto se silencio impuesto, me limité a entrar con él y permanecer con la cabeza baja. Me guió a un gancho que estaba libre y señalando el mismo, se limitó a decir,

-          Comerás con los perros. Su misma comida y, como ellos, una vez al día. No te preocupes, no te harán nada, como ves están atados igual que lo estarás tú ahora. Aliméntate bien porque no habrá más hasta mañana.

Acto seguido, me empujó fuertemente hacia donde estaba el gancho, sacó la cadena que la noche anterior se había metido en la chaqueta cuando me metió en la jaula de la furgoneta  que me trajo.

Me hizo arrodillar y unió la anilla de mi collar de cuero a la argolla. Acto seguido, me ató las manos a la espalda y unió las anillas de mis tobilleras con un mecanismo similar. Volvía a estar arrodillada y atada de manos y pies. Cuando me tuvo de esa guisa, comentó,

-          Puerca, vendré a por ti en un rato. Come, que el día va a ser muy largo. Se fue, cerrando tras de si, la puerta de la perrera.

Los perros ladraban y notaba que estaban bastante enfurecidos por la presencia de una extraña en su jaula y colocada, para comer de su misma comida. Menos mal que todos estaban atados con cadenas a la misma barra que yo y no podían hacerme daño.

Era denigrante. Al menos, cuando vivía con mi señor, comía también en un comedero parecido a ese, pero, al menos, lo hacia en soledad, sin ninguna compañía animal. Volvieron a resbalarme algunas lágrimas, no ya de dolor, sino por la bajeza total a la que me habían sometido.

De rodillas, a cuatro patas, como una perra más. Seguro que desde fuera no seme distinguiría de los propios animales que compartían conmigo la pitanza del día, pensé.

Pasados unos minutos, me di cuenta que sino hacia esfuerzos por comer algo de eso, no tendría fuerzas para poder aguantar lo que, seguramente, me esperaría después.  Ya llevaba un día sin probar bocado y, esa gente, seguro que si no comía les iba a dar igual.

Miré el comedero y vi que tenía exactamente el mismo pienso que los demás perros. La jaula olía a orines y defecaciones de los canes. El pienso tenia una fragancia muy fuerte y nauseabunda. No veía otra alternativa, estaba muerta de hambre.

Metí la cara y atrape con mi boca un pedazo de aquello. Intenté masticarlo, pero estaba muy duro. Yo, lógicamente, no disponía de la dentadura tan preparada de un perro. Lo ensalive bastante para intentar ablandarlo. Estaba fuerte de sabor y muy salado. Ahora empezaba a echar de menos las sobras prensadas que me daba mi señor. Esto estaba incomible y, sobre todo,  in masticable.

A duras penas con mi saliva pudo ablandarse algo y masticándolo durante largo tiempo pude, por fin, tragarlo. Si seguía comiendo de esa forma además de destrozarme la dentadura, tardaría horas y dudaba que me dieran tanto tiempo para comer, ya dijo el asistente, que vendría a por mí en un rato.

Ideando otro sistema, con los labios cogí varios trozos de pienso y los metí en mi boca. Me pasé a la zona del agua y absorbí un trago, intentando que no se saliera ningún pedazo. De esta forma, con el líquido, pude ablandarlos un poco más rápido y proceder a tragarlos, casi sin masticar.

Al final, tenía tanta hambre y tardaba tanto en realizar esta operación que opté por tragarlos como si se tratara de pastillas o capsulas. Esperando que mi estomago pudiera digerirlos.

A medida que tragaba, bebía en abundancia, por lo salado que estaban y porque, hace tiempo escuché que las bolas de pienso se hinchan en el estomago de los animales con el agua y sacian el hambre.

Efectivamente, a medida que iba comiendo aquello y bebiendo agua, iba notando que, mi apetito se iba calmando hasta quedar bastante llena. Eso si, mi boca apestaba a ese olor nauseabundo que despedía el pienso.

A la media hora, más o menos, se abrió la puerta de la perrera y entró el instructor. Miró mi parte de comedero viendo que gran parte del mismo estaba vacío,  exclamó,

-          Bien, puerca, veo que ya te has hecho a la comida y a tus nuevos compañeros de almuerzo. Rió.

Acto seguido me desató la cadena y tiró del cuello para que me levantara. Sin soltar la cadena, me abrió las anillas de mis tobilleras para que pudiera caminar, pero permanecí con las manos atadas a la espalda, de esta forma tuve que seguirle andando.

Salimos de la perrera, avanzamos dando un rodeo por el contorno de la casa, hasta llegar a la parte trasera. Giramos por un pequeño camino y nos adentramos en una especie de campo. Parecía un huerto abandonado.

A un lado del mismo, había tres travesaños de madera unidos con clavos, parecía una portería de futbol, pero más pequeña. La distancia entre los dos postes seria un par de metros.  Justo al lado, estaban dos operarios de mi amo. Tenían en la mano todavía los martillos y herramientas necesarias, por lo que deduje que acababan de terminar de hacerlo.

Me sitúo justo debajo del travesaño que hacia las veces de larguero, clavado al final de los otras dos verticales. No llegaba al poste de arriba que estaría situado más o menos a unos dos metros y medio de altura.

Me liberó las manos de la espalda y trayendo una pequeña escalera me ordenó que subiera a ella. Así lo hice.

Desde otras dos escaleras, cada uno de los operarios que había me ató cada anilla de mis muñequeras al travesaño. Seguidamente me quitaron el soporte y quedé colgada del larguero. Mis pies, quedaron más o menos a medio metro del suelo. Las muñequeras, por el efecto de mi peso, me apretaban cantidad. El dolor era muy fuerte. No pude más y grité,

-          Por caridad, mi amo, déme algún apoyo para mis pies.

En ese mismo momento, sentí un fuerte trallazo en toda mi espalda. Grité de dolor. Mientras escuchaba,

-          En primer lugar, para una puerca como tu no existe la caridad. En segundo lugar, has vuelto a violar la ley del silencio. Nadie te había autorizado a hablar.

Volvió a soltar otro latigazo, en mi omóplato. Volví a gritar de dolor.

-          Este será el lugar donde, cada noche antes de dormir, saldes los castigos por las faltas cometidas durante el día. También será el sitio donde se te azotará todas las mañanas.

Descargó otro latigazo. Me dolía mucho mas que los que me atizaba mi señor y eso que él era un autentico maestro del flagelo. No podía ver con que me estaba fustigando porque lo tenía detrás de mí. Pero el dolor que recibía a cada trallazo me hacia comprender que el artilugio que debería estar usando era muy agresivo.

Notaba como, por mis muslos, se iban resbalando fluidos de mi culo, llegando a mis pies y, a través de pequeñas gotas,  caían al suelo.

Otro trallazo, ya perdí la cuenta de los que iba dando. Me escocia toda la espalda. Como en la comida tuve que beber mucha agua para pasar el pienso, la vejiga la tenia hinchada y, como producto de los azotes, no pude tampoco aguantar y me orine durante el castigo.

-          Mira que eres puerca, repetía. Te gusta tanto el látigo que te meas y cagas de gusto. Reía,  Mientras descargaba otro trallazo en mi sufrido culo.

Iba combinando espalda y glúteos a partes iguales. Notaba que mi dorso se empezaba a marcar. Yo gritaba y lloraba de dolor. En un momento dado paró.

Pude levantar los ojos y vi que venia mi amo acompañado de dos guardaespaldas. Al llegar a donde me encontraba saludo, eufórico, a quien me estaba azotando,

-          buenos días,

-          Señor. Contestó el asistente.

-          Veo que está instruyendo a nuestra puerca. Eso está muy bien. Sonrió.

-          No azote mucho la parte baja de su espalda. Quiero enseñar a mis amigos, su leyenda.

-          Si señor. Respondió.

-          Veo que tiene las piernas y pies con róales de caquita. Rió. Tenia razón don Gonzalo, esta puerca se caga en cualquier sitio.

-           Me parece muy bien, así de guarra es como quiero que esté. Continua castigándola, quiero ver el espectáculo.

Y, retirándose unos metros, para que mi instructor pudiera lanzar el flagelo al aire, continuó azotándome. Lloraba y gritaba de dolor.

El tormento duró bastante tiempo. Estuve a punto de perder el conocimiento, pero no llegué a ello.

-          Basta por ahora, ordenó, mi amo.

-          ¿Le has comentado las normas básicas que debe respetar?

-          Si, señor. Replicó.

-          ¿Alguna falta o desobediencia que deba purgar esta noche?

-          Si, señor, ha hablado dos veces después de ordenarle que debía observar la norma del silencio.

-          Vaya, vaya, con la puerca. Comentó mi amo. Esta noche se la castigará por esas faltas. De momento déjala colgada un par de horas para que medite sobre su conducta.

-          Lo que usted diga, señor.

Pude levantar levemente la barbilla y vi como mi amo se alejaba con sus guardaespaldas. Me escocia la espalda, y las muñecas me tiraban horrores. No creía que pudiera aguantar en ese estado ni cinco minutos, por lo que dos horas me parecía imposible.

-          Ya has oído a tu amo. Dentro de dos horas volveré a por ti.

Y allí me quedé a la intemperie, colgada como un jamón, lacerada en mi espalda y glúteos durante esas horas. Lloraba desconsolada, pero nadie vino a liberarme.

Al cabo de ese tiempo aparecieron los operarios de antes y, subiéndose a las escaleras me soltaron del poste. Nadie me sujetó y mis huesos dieron con el suelo, menos mal que éste era de tierra, pero aun y así el golpe, producido por la caída,  me dolió bastante. Pensé que me había torcido un tobillo y me lo palpé delicadamente.

Tirada en el suelo permanecí por un rato, totalmente dolorida en todo mi cuerpo, por los azotes, las muñecas y, ahora la caída, desde el larguero en la que estaba atada.

Mi instructor tardó unos minutos en llegar,

-          ¡Levántate, puerca!, chilló.

Como pude me incorporé del suelo. Tenía las piernas con algunos arañazos con sangre producto de mi caída y un tobillo me dolía bastante. Mis muñecas, totalmente hinchadas y mi espalda, no me la veía pero, por el escozor que sentía,  supuse que estaría  con muchas marcas  y muy lacerada por los azotes recibidos.

-          Todas las mañana serás azota en este sitio. Cada día en una parte distinta o en la misma. Eso lo decidiré en su momento. Cómo sabes, esta noche volveremos. Tu amo, te impondrá el castigo que merezcas por las desobediencias del día. Y ya van dos, río.

-          Veremos cuantas acumulas a lo largo de la jornada. ¡Sígueme!

Me ató la cadena al collar y tirando de ella tuve que seguirle. Andaba deprisa, intentaba ir a su paso pero me dolía el tobillo y cojeaba algo, por lo que tiraba de la cadena para que no me retrasase y, esta, por cada embestida que daba, me apretaba el cuello, derribándome varias veces al suelo.

Llegamos, por fin a un jardín que había cerca de la entrada principal y en un rincón del mismo nos paramos. Allí me ordenó que bajara la espalda y me abriera el culo.

En esa posición, sacó de una bolsa el arnés consolador que lleve el día de la subasta y que, me servia, en palabras de mi señor, de tapón para evitar mis escapatorias. De un golpe me lo introdujo en mi ano y cerro las correas.

Con el puesto, me indicó que me sentara en la posición sumisa, sobre mis talones y con los muslos ligeramente abiertos. Una vez así acomodada, me ató las manos con las muñequeras a la espalda. Dejó la cadena sujeta a mi collar  sin amarrarla a ningún lado, por lo que la misma, quedó resbalándose entre mis pechos y cayendo el final al suelo, justo en medio de donde estaban mis muslos.

Ya estaba otra vez empalada. Estaba muy sucia, restos de mierda, orines y sangre por las piernas y los pies. Olía a perro. Mi boca, me sabía asquerosamente mal, por el sabor tan fuerte del  pienso que tuve que engullir. Todo eso mezclado con el polvo y la tierra que me impregnó el cuerpo cuando caí al suelo al liberarme del larguero.

Me dolía tremendamente la espalda, la tenia toda escocida, seguramente debería tenerla a flor de piel, pensé. El tobillo ligeramente inflamado me molestaba al aguantar mi peso, tuve que apoyar mis glúteos en el otro talón.

-          Quédate ahí, quieta, hasta que tu amo te diga lo que debas hacer. Me ordenó.

Miré a mí alrededor, a escasos metros de donde me encontraba, había una especie de pérgola que resguardaba unas mesas muy bien adornadas y con manteles bonitos en el que, algunos camareros,  estaban afanándose en colocar diferentes alimentos y bebidas.

Una orquesta tocaba música en un lado del jardín. Lo suficientemente retirados para pasar desapercibidos pero que la melodía se oyera pero no impidiera hablar ni escuchar a los visitantes que, empezaban a congregarse, cerca de la pérgola, dispuestos a comer.

A mi nadie me miraba. Pudiera parecer un animal de alabastro que decorara el jardín. Cosa que agradecía enormemente. Me escocia el coño. El empalamiento al que estaba siendo sometida con el arnés, me atosigaba los labios vaginales.

Vi aparecer a mi amo, haciendo las labores de anfitrión de la fiesta. Iba con un traje blanco que resaltaba todavía más la gordura de sus carnes.

Estaba nerviosa, esto debería de ser lo que me comunicó la noche de mi llegada. La  reunión en que me presentaría, oficialmente, a sus amistades. No sabia que iban a hacer con migo. Temblaba todo mi cuerpo. No era por el frío, cosa que ya empezaba a hacer, era por el miedo ante lo desconocido.

El sadismo sin límites de mi amo, podría inventar cualquier cosa y ninguna de ellas, estaba segura, que seria agradable para mi castigada anatomía.

Los invitados iban llegando, habría unos veinte. Todos muy bien vestidos. Los hombres de etiqueta y las mujeres en traje largo. La verdad que parecía una fiesta de la alta sociedad.

Hablaban en corrillos, mientras bebían diferentes bebidas y degustaban comida de las bandejas que, los camareros, iban pasándolas por el jardín. De momento, nadie me hacia caso, ni tan siquiera, pienso, se habían dado cuenta de mi existencia. Bien es cierto que, estaba colocada en un rincón bastante estratégico al lado de unas escalinatas, que daban acceso al jardín desde la zona de los aparcamientos de la casa.

En un momento dado, mi vientre empezó a soltar alguna ventosidad, me asusté. Gracias a Dios que estaba empalada y no saldría nada. Pero el vientre me pedía defecar. De pronto recordé en algún programa visto hace tiempo que, el pienso para animales, suele llevar una gran cantidad de fibra para que éstos, evacuen sin problema alguno de estreñimiento.

Vaya, pensé. Estos cabrones me han dado de comer a sabiendas que, además, por mi esfínter dilatado me cagaría sin remisión en medio de la fiesta. Pero como me han empalado, quieren que sufra hasta que llegado el momento, me lo quiten y no pueda ya contener las ganas.

No sabia que hacer. Me revolvía, pero no debía cambiar la posición en la que me había dejado mi instructor. Claro que, bien pensado, en estas circunstancias, me hubiera dado igual como me pusiera. Lo que necesitaba era que me quitaran cuanto antes el tapón y me dejaran evacuar.

Sudaba, aun haciendo ya fresco, pero no era más que mi mente haciendo lo inhumano para calmar mi vientre que el calor que no hacia.

En un momento dado, cuando la reunión más o menos llegaba a su momento álgido, mi amo, dio unas palmadas y pidió a sus invitados que guardaran silencio,

-          Queridos amigos, gritó. Un momento de atención, por favor.

-          Os he reunido para que conozcáis a mi nuevo animal domestico. La adquirí ayer en una subasta. Dijo, señalándome con uno de sus dedos.

-           Os advierto que, aunque inofensiva, es muy cerda y guarra. Fijaos lo sucia que está. Pero nos podrá servir para divertirnos. ¡Traerla!, ordenó a uno de sus asesores.

Vino mi instructor y me agarró la cadena tirando de ella. Le seguí hasta ocupar el centro de todas las miradas. Me hizo sentar justo al lado de mi amo.

-          Como observarán, continuo hablando, mi amo. Esta puerca lleva puesto un arnés atado con correas para taponar su culo y que no salgan de él inmundicias en cualquier momento. Como buena cerda no sabe contenerse. Río por su ocurrencia.

-          Ahora su instructor va a proceder a quitárselo para que veáis a esta puerca en toda su extensión. Grito.

Yo, en ese momento, no quería que me lo quitasen. Podía predecir, sin lugar a dudas, que cuando me liberara del miembro evacuaría sin remisión.

Note una patada en mi culo y supe que me debía levantar para que me pudiera quitar el artilugio. Así lo hice.

En medio de todas las miradas, desabrochó las hebillas y me sacó el consolador. Cuando lo tenía ya en sus manos, escuché diversos murmullos, sobre todo de las mujeres asistentes a la fiesta. Y comentarios obscenos de los hombres que se preguntaban como semejante artefacto podía entrar en mi ano.

-          Lean los grabados que tiene en su cuerpo. Veréis que solicita de quien lo lea que la use a su antojo. Se le notaba satisfecho a medida que iba leyendo mis marcas.

Me empujaba para que me diera la vuelta y, todos, pudieran leer mi tatuaje del pubis y el grabado de mi espalda.

Mi instructor me ordenó que volviera a sentarme en la posición de sumisa. Sabia que en el momento de colocarme de esa manera, no aguantaría ya las ganas de defecar, pues, al tener el culo sobre mis talones, el esfínter se abriría mucho más de lo que, normalmente, lo tenía.

Efectivamente, fue sentarme y empezar a salir por mi agujero todas las inmundicias que me habían hecho tragar horas antes. Por la fibra, esta mierda salía como puré por lo que era, además, mucho más visible y olorosa que si de una cagada normal se hubiere tratado.

Lloraba de humillación.

-          Pero que guarra te has puesto. ¡Hueles que apestas! Comentó mi amo.

Algunas mujeres sacaron sus pañuelos y se los pusieron en sus narices. La verdad que el olor corporal que tenía era nauseabundo, incluso a mí, ya acostumbrada a ello, me aparecía fuerte.

Mi amo miró el cerco que había dejado de mierda donde estuve sentada. Este, golpeándome la frente, comentó,

-          Señores, no os preocupéis. Es muy puerca pero, por lo menos ha aprendido a limpiar lo que ensucia, no así su asqueroso cuerpo ya que está acostumbrada a vivir de esa forma. Atiendan a mi orden y observen;

-          ¡Puerca!, me chilló. Levántate y limpia todas tus inmundicias con tu lengua. Quiero que quede reluciente el suelo donde estás sentada.

Como no podía hablar. Asentí con la cabeza, qué otra cosa podía hacer, y, me arrodillé justo delante de la cagada. Separé los muslos para no perder el equilibrio, ya que seguía atada con las manos a la espalda, bajé la cabeza y, conteniendo la respiración, procedí a limpiar con la lengua, toda la inmundicia depositada sobre la piedra del suelo.

Había tanta que, tuve que coger aliento notando el hedor de sabor y olor a ocre que me impregnaba toda la boca.

Mis labios y barbilla estaban manchados pero no podía limpiarlos habida cuenta que tenia las manos atadas.

Una vez terminada la limpieza, me ordenó que volviera a sentarme. Y, mi instructor, dejó el consolador al lado de mis rodillas para que procediera también a lubricarlo con mi asquerosa lengua. Notaba las caras de asco y repugnancia de los invitados cuando, desde el centro de sus miradas pude escrutar todos sus rostros desde mi posición de sumisa.

Terminé de abrillantar el consolador. En ese momento, volvió a hablar,

-          Ya habéis visto lo puerca que es, decía mi amo.

-          Fijaos en su cara, como le babea la mierda. Pero no os alarméis, ella es feliz así.

Debía escuchar tanta majadería junta y, encima, no poder rebatir esa estupidez. Pero, la verdad le tenía mucho más miedo a los castigos que el hecho de insultarme tal vilmente. Lo que no acababa de entender era por qué había ordenado mi amo que permaneciera siempre sucia, sin limpiar. Era algo insalubre, quizás, incluso para los que quisieran usarme. Sacándome de mis pensamientos, percibí su voz,

-          Ahora mis asesores le colocaran este anillo en la boca. Lo sacó de su bolsillo y se lo enseñó a los presentes.

Pude ver de reojo el artefacto que mostraba. Era una especie de anillo metálico bastante grande con unas gomas adheridas a ambos lados. No sabía exactamente para que serviría eso. En breves minutos pude, con horror, conocer para que valía ese artilugio,

Se lo dió a mi instructor y éste, después de ponerse unos guantes de látex, era de entender, ya que no quería mancharse las manos de restos de excrementos que tenia pegado a los labios y barbilla, procedió a colocármelo.

Se puso con una rodilla al suelo y me ordenó que abriera todo lo que pudiera la boca. Así lo hice. Con ella abierta me colocó el anillo justo debajo de mis dientes y pasó las gomas por detrás de mi nuca, uniéndolas detrás de ella. Eran muy duras por lo que una vez puesto dentro de mi boca, ésta quedó totalmente abierta sin que pudiera, de ninguna manera poder cerrarla. Escuchaba la voz de mi amo que se dirigía a sus invitados,

-          Ahora con ese anillo puesto, podéis hacerla tragar cualquier cosa, no podrá negarse. Rió.

Atada de manos y con el artilugio puesto, mantenía la boca abierta. Los dientes me chocaban contra esa cosa metálica. Tenía la sensación de que me los iba a arrancar de cuajo. Estaba asustada y, totalmente desvalida.

Poco a poco, la bebida empezó a desinhibir a los invitados, fue cuando mi amo. Palpando a una rubia sus nalgas, invitó a los presentes;

-          Serviros lo que queráis, pasarlo bien y ahí tenéis a mi puerca para que os haga lo que mas os apetezca, utilizar todos sus agujeros. Veréis que culo tiene, se lo traga todo. Con esa boca abierta darla a engullir lo que queráis. Divertiros con ella. Luego vengo.

Antes de irse se dirigió a mí y con los ojos vidriosos, tal vez por el alcohol ingerido, me gritó,

  • Y tu, saco de mierda. Obedece en todo lo que te digan que hagas. Si cuándo vuelva tengo una sola queja de ellos. El castigo será terrible.

Acto seguido, se perdió con la rubia por las escaleras de entrada a su casa.

Me quedé sola y desvalida frente a esa marabunta que, totalmente desinhibida y, con la invitación que le había dado mi amo, se empezaban a acercar peligrosamente cerca de mí.

Noté como unas manos me sobaban el cráneo pelado y comentaban, lo absurda y patética que era.

Vi que varias parejas se enzarzaban en caricias amatorias entre ellos, frente a mí, delante de todos. Era una autentica bacanal. Escuché una conversación de dos tipos que a mi lado decían,

-          Oye, vamos a jugar con la puerca, podrá ser divertido.

Se acercaron a mí. Yo estaba súper nerviosa. Me temblaba todo el cuerpo. Seguía con la boca abierta por ese armatoste y las manos atadas a la espalda. Fue cuando uno de ellos me dijo,

-          Mira que eres puerca, estás llena de mierda. Enséñanos el culo. ¡Venga ponte de rodillas y saca el culo!,

No tenía alternativa, me puse de rodillas y bajando mi espalda, les enseñe el trasero.

-          Dios, menudo saco de mierda. Si que lo tiene abierto. Jamás vi nada igual. Le decía a su compañero.

-          Vamos a meterla algo. Le respondió el otro.

Yo mantenía los ojos muy abiertos, del puro pánico que estaba pasando. Esa gente bebida y totalmente desalmada podría ser capaz de cualquier cosa. No podría gritar aunque quisiera, de todas formas de haberlo podido hacer, me hubiera ocasionado otro castigo.

Había a varios pasos de distancia dos guardaespaldas, pero estos, se mantenían a distancia sin intención de intervenir.

Vi que se acercaban con una botella de vino. Estaba sin precintar y me pusieron la boca en la entrada introduciéndomela por mi agujero. Entró toda, sin esfuerzo, sin dolor.

-          Va, para esta guarra eso es poco, le dijo su colega. ¡Ponte boca arriba!, me ordenaron.

Me  sacaron del culo la botella y me puse boca arriba pero, al tener las manos atadas, me dolían al aguantar mi peso.

-          Abre las piernas, cerda.

Las abrí y, manchada como estaba la botella de restos de excrementos, la descorcharon y, sin mediar palabra, ni utilizar ningún lubricante, me la introdujeron por mi vagina. Lancé un grito de dolor, me estaba rasgando la botella.

-          ¡Mira como chilla la guarra! Se ve que le va gustando. Reían los dos.

Mientras tenia la botella metida en el coño, unas manos me agarraron y me pusieron de rodillas. Mientras escuchaba,

-          Mira vamos a meterle por el culo el contenido de esa hielera. Será como jugar a las canicas. Rieron.

Yo estaba sujeta por varios, con la botella metida en el coño. Noté que otros me agarraban e iban introduciendo en mi dolorido ano uno tras otro todos los cubitos de hielo. Me ardían mis entrañas por tal cantidad de frío. Uno a uno iba metiendo  los témpanos de hielo, la hielera era enorme y pensaban vaciarla dentro de mí. Sentía mis intestinos hincharse lentamente a medida que iban recibiendo tanta candela helada.

La saliva se me iba escapando por todas las ranuras que me iba dejando el anillo que tenía en la boca. Mis gritos eran guturales por el dolor y el agobio que tenia de tanta gente sobándome.

Noté como otro me sujetaba las sienes y me metió dentro del anillo su miembro empalmado. Lo metió hasta la campanilla. Yo empecé a tener arcadas, quería toser pero el anillo me lo impedía. Me faltaba el aire.

Sentí vaciarse la botella en mi vagina, notaba como iba llenándome su contenido por todo el agujero.

  • Mira, a su coño le gusta el vino. Gritaban emocionados varios.

Otros continuaban metiéndome el hielo en el culo. El vientre totalmente inflado de tanto hielo dentro.

El que me estaba metiendo su polla por dentro del anillo se acabó corriendo, llenándome de semen toda la cavidad bucal. Tosi aparatosamente. El anillo no me dejaba cerrar la boca y, tragar, en esas circunstancias, era muy difícil. Sentía que me ahogaba.

-          Voy a ayudarla a que trague mejor mi leche. Gritó el que se había corrido.

Tenía todavía el pene en sus manos y acercándolo muy cerca de la entrada del anillo, se orino, llenando mi boca de su asquerosa meada.

-          Traga puerca. Gritaba. Este licor amarillo te ayudará a tragar mi semen. Volvía a gritar totalmente fuera de si.

-          Eso exacerbo todavía más a los invitados que ya de una manera salvaje, se sacaron sus pollas y uno a uno fueron orinando en mi lacerada boca. Parecía el receptorio de una fuente. Sin poder cerrar la boca y tragando todo el liquido caliente de los más depravados asistentes.

Mientras tanto, las mujeres, no se quedaban atrás,  me tiraban con fuerza de los anillos de mis pezones. No podía gritar de dolor. La boca la tenia llena de orines.

Permanecía con media botella incrustada en mi vagina y a la vez otras manos me tiraban con fuerza de los aretes de mi coño. El dolor era cruel. Llegue a pensar que no saldría de ésta. Sólo notaba manos por doquier escrutando hasta el último centímetro de mi lacerada piel.

Por fin todos los hombres saciaron sus necesidades fisiológicas en mi adulterada boca. Pude descansar unos minutos. Me escocia tremendamente las encías, junto a restos de orín, salieron algunas gotas de sangre. Con el agobio, había mordido con fuerza el anillo metálico, y este, se incrustó fuertemente en mis mucosas,  haciéndome sangrar.

Notaba que el hielo en mi vientre se iba derritiendo y, se iba trasformando en agua que salía de mi culo, parecía como si me estuviera meando, pero por detrás.

-          ¡Mirar la guarra!, ponerla con el culo en pompa así parecerá una fuente, sacando agua por el culo. Reía.

Así me pusieron, mofándose todos de mi situación. Uno al verme de esa pose, tuvo una ocurrencia,

-          ¡Esperar! Dejarme meterla esto, veréis que divertido,

Me sacaron la botella del coño, que todavía la mantenían dentro y me empujaron hacia una mesa, debajo de la pérgola,  donde habían estado antes las viandas. Allí me apoyaron el estomago contra la tabla y me abrieron las piernas.

-          Fijaos lo que traigo. Se lo meteremos por el culo y veréis que risa, tendrá que salir corriendo. Reía alborotado uno de ellos,

Me metieron una especie de rollo de papel que había, previamente, anudado y lo prendieron con un mechero. Después me dejaron de pie en mitad del jardín.

Vi el humo que salía de detrás de mi, cada vez mas cerca de mi culo. No podía quitarlo porque llevaba las manos atadas y el cilindro lo habían incrustado muy dentro.

Cada vez notaba que se consumía más y llegaba a mi trasero. Empezaba a notar el calor de tener la llama tan cerca.

Grite, y corrí en redondo ya que los asistentes habían hecho un corro grande sin dejarme salir de allí. A medida que corría, la llama, por el efecto del aire,  se hacia más grande.

Desesperada pensaba que esto podría ser el fin, que moriría quemada. Ya notaba  el típico olor a piel chamuscada. Me empezaba a doler, estaba convulsionada. Parecía un animal salvaje que se encuentra acorralado por los cazadores. Corriendo, intentando zafarme y escapar del corro humano de donde no me dejaban salir, empujándome otra vez hacia el medio.

Los gritos que soltaba eran auténticos lamentos guturales ya que el anillo me impedía gritar a pulmón lleno.

Toda la gente me hacia corro y reían festejando la ocurrencia. Un par de veces intenté tirarme al suelo para apagar las llamas pero era inútil no me dejaban, cuando intentaba hacerlo alguien me sujetaba para impedírmelo.

Justo cuando estaba ya empezando a notar las primeras quemaduras, me tiraron un cubo de agua por la espalda y la llama se apagó.

Me quede de rodillas, llorando. Con mi coño expulsando vino, mojando mis muslos, agua por mi culo y semen, saliva, orines  y sangre por la boca abierta por el anillo.

En ese momento apareció mi amo, ya debía de haber terminado el trabajo con la rubia.

-          Bien, veo que os estáis divirtiendo con mi puerca. Eso está bien. Para eso la compré. Para amenizar las veladas.

Todos asintieron felices por tener a una puerca con quién divertirse.

Yo seguía de rodillas con mi cara pegada a mis muslos, llorando desconsolada.

-          Pues ahora disfrutareis del número final. Sentaos en las sillas. Veremos una nueva actuación de mi puerca que os va a encantar. Ya lo tengo todo preparado.

Efectivamente, se acercó mi instructor y me levanto del suelo. Me quitó el anillo de la boca. Una vez liberada pude observar que tenía las encías llenas de sangre por haber apretado tanto la anilla en los momentos de mayor sufrimiento. Me desató las manos abriendo el muelle del mosquetón.

Yo me dejaba hacer, pensaba que ya lo peor había pasado, tenia los ojos cerrados y sangre por la boca.

-          Ponte a cuatro patas. Me ordenó.

Haciéndole caso, me giré en el suelo y me puse en la posición que me había dicho. Acto seguido fui sujetada por los hombros y manos por dos de los asistentes de mi amo.

-          ¿Hay algún voluntario para sujetarla con fuerza los pies?, escuché que preguntaba mi amo. No os preocupéis, luego os daré desinfectante para las manos. Ya se que esta muy sucia pero necesito a dos voluntarios fuertes.

Dos invitados se prestaron voluntarios y procedieron, cada uno de ellos, a sujetarme con fuera cada tobillera, empujándome hacia fuera un poco las rodillas para que pudiera tener las piernas bastante abiertas.

De esta guisa, mis dos agujeros quedaba expeditos ante los ojos de todos los invitados,  y, sujetada en mis cuatro extremidades, por dos invitados y dos asistentes.

Yo no sabía que nueva aberración se le había ocurrido ahora, pero por el interés que tenia mi amo en que me sujetaran fuerte, no debería ser nada bueno para mí.

Me empezó a dar una especie de tembleque por todo el cuerpo. Desconocía lo que iba a pasar a continuación, pero me empezaba a poner muy nerviosa.  El silencio que empezó a reinar en el ambiente, sujetada por los cuatro y los demás mirando.

Me seguía saliendo algo de vino por la raja y agua manchada de marrón por el culo. Me dolía un poco la piel de mis glúteos por el azote recibido esa tarde y, sobre todo, por las pequeñas quemaduras de la última “broma” a la que había sido sometida por los invitados de mi amo.

De repente se escuchó un grito de admiración de varias personas, desconocía a que era debido, pues lo que estuviera pasando, se estaba produciendo a mi espalda y no podía mirar por la posición en la que me encontraba.

Un ladrido seco seguido de una respiración jadeante me hizo poner mi mente en guardia. Luego escuché la voz de mi instructor que, con una orden autoritaria, mandaba sentar a…. ¡No puede ser!, ¡estoy soñando! …. ¡Uno de los pastores alemanes de mi amo!, uno de ellos con los que había compartido el almuerzo en la perrera.

Empecé a sudar e intente revolverme pero estaba bien sujeta por los cuatro hombres.

-          Bien, veremos como se comporta esta puerca follando con uno de mis perros. Río mi amo.

Esa aberración, estaba ya muy por encima de las inimaginables, nunca pensé que mi amo fuera capaz de ello. Entonces, desoyendo el voto de silencio que me habían impuesto,  grité y supliqué. Pues la crudeza de la situación era tan insoportable, que no me quedaba otra alternativa, que, apelar a la misericordia de alguien de los presentes.

-          ¡Por favor!, tengan piedad de mi. Gritaba.

Pero nadie parecía tener un ápice de compasión por mi persona.

-          ¡Hacerla que se calle!, gritó, mi amo.

Unos de los asistentes que me sujetaban las manos me dió un puñetazo que me alcanzó de lleno mi oreja. Aullé de dolor.

Colocaron al animal justo delante de mis dos agujeros. Notaba como olfateaba los mismos, primero el coño, luego el culo. De repente noté como con su ensalivada lengua empezó a lamerlos. Iba pasando de uno a otro, cada vez le notaba más nervioso y, cada vez, sus lametadas eran más profundas y continuas. Lloraba, me intentaba con todas mis fuerzas zafarme de los que me sujetaban, pero era inútil estaba muy bien amarrada a sus manos.

Empezaba ya a caldearse otra vez el ambiente. La gente gritaba extasiada por lo que estaba viendo. Los hombres excitados, comenzaban a insultarme, puerca, sucia, fállatelo, pervertida, y lindezas de ese estilo. Yo lloraba en silencio, humillada, dolorida y, sobre todo, vencida.

Alguien chilló,

-          ¡Mira!, parece que el perro empieza a descapullar. Habrá que guiarlo.

Efectivamente, notaba en la zona alta de mis muslos como su miembro chocaba repetidamente contra ellos. Se notaba que el perro estaba muy nervioso y, como no, muy excitado.

  • No se preocupen, decía, mi amo. Ahora el instructor guiara al perro dentro de la raja. Es un buen mamporrero.

Noté el miembro del perro entrar por mi vagina. Durante unos minutos se movía a velocidad de vértigo, mas deprisa que cuando me usaban los humanos. Soltaba una especie de lubricante que hacia que la cópula pudiera ser rápida e indolora para mí.

Todos los que me observaban se excitaban cada vez más y proferían mayores gritos, animando al can a que me follara.

-          ¡Mira cómo el perro se folla a la puerca! Gritaban.

El instructor empujaba el culo del perro para que su pene entrara más dentro de mí.

El perro parecía un puro nervio de excitación. Sus uñas de las patas delanteras, se clavaban en mis hombros y riñones. Me dolía. Algún punto de sangre ya empezaba a asomarse por ese contorno. Gritaba por los arañazos

Pasados cinco o seis minutos note que el miembro del perro se empezaba a hinchar bastante. Nunca había sido empalada por un animal y me preparé para lo peor, pensé que me partiría la vagina por la mitad. Lloraba en silencio. En esos momentos ocurrió lo inesperado,

El perro dejo de empujar con su estaca que, seguía dentro de mi vulva. Su leche empezó a derramarse por toda mi vagina, notaba los latidos de su pene. Continuaba eyaculando y su base creció enormemente, haciéndose un nudo incrustado en mis entrañas. Pero ya la sensación no era de miedo por si me partía en dos, fue al contrario, ¡Me corrí como una loca! Notaba el nudo del can latir dentro de mi, parecía que estuviera estimulando mi clítoris por dentro. Volví a tener otro orgasmo. Tuve el llamado orgasmo múltiple. Algo que nunca había sentido ni en época de mi novio, ni después, cuando fui convertida a la situación de puerca. Seguía dentro, pegado y eyaculando. Yo gritaba de placer y todos reían.

Al cabo de varios minutos, quizás diez o quince, el nudo empezó a disminuir y el miembro del animal empezó a soltar una sustancia pegajosa ya diferente a la viscosidad de antes parecida al semen humano, finalmente el perro tiro para detrás y saco su pene, expulsando mi coño gran cantidad de la leche que me había inseminado.

Se quedó quieto y empezó a lamer otra vez mi coño y el culo, los invitados ya estaban asombrados y gritaban,

-El perro se ha enamorado de la puerca. Riendo los comentarios.

Inmediatamente, el instructor tiro de su correa y se llevo al animal.

Noté que la presión de piernas y manos había disminuido, los que me sujetaban se fueron yendo pero yo mantenía la misma posición de cuatro patas. Satisfecha por los orgasmos recibidos pero, a la vez, ultrajada, y deshonrada por un animal en presencia de los invitados de mi amo. Lloré, herida en mi amor propio y doblegada por le perversión sin límites de mi amo y sus amigos.

-          A partir de hoy, ponerla a dormir junto a los perros. Se ve que esta puerca se encuentra más a gusto entre ellos. Ordenó mi amo, tal vez molesto por el placer que me había ofrecido sin él preverlo.

Todos callaron. La fiesta parecía haber llegado a su fin.

Lloraba profundamente. Había gozado con un perro. Notaba como su esperma seguía saliendo de mi vulva. En ese momento comprendí como me habían convertido en el ser más bajo y despreciable que podría existir bajo la faz de la tierra

Al cabo de un rato, ya noche cerrada, todos los invitados habían abandonado ya la fiesta. Me encontraba sola, desesperada, seguía sin moverme, mantenía la misma posición que tenia cuando quitaron al perro, a cuatro patas. No quería moverme, no quería pensar en ello, solo lloraba.

Vino mi instructor y, cogiéndome de la cadena, tiró de ella,

-          Levántate, puerca. No pienses que ha acabado el día para ti. Guarda algunas lágrimas, las vas a necesitar.

Le seguí como pude. Estaba dolorida, humillada y cansada por tantas emociones.

Nos encaminamos al mismo campo donde había sido azotada esa mañana. Allí estaban mi amo y dos de sus guardaespaldas.

Me hizo ponerme frente a él, me sentó en posición sumisa y comenzó a hablar,

-          Como todas las noches, antes de dormir, vendrás aquí y evaluaremos tu conducta del día. Dirigiéndose al instructor le preguntó,

-          Novedades,

-          Señor, la puerca ha violentado esta mañana, por dos veces, la ley del silencio. Esta tarde al final de la fiesta cuando iba a ser follada por uno de sus perros volvió a abrir la boca suplicando clemencia.

-          Vaya, vaya, comentaba mi amo. Asíque tres desobediencias seguidas en un mismo día. El castigo será ejemplarizante.

-           Va a darla, 20 varazos por cada una de sus faltas, es decir, 60 varazos. Veinte en su coño, veinte en los pechos y otros veinte en la parte interna de sus muslos. Continuaba diciendo,

-          Para que utilice una postura que pueda acceder a esas partes y no tenga que cambiarla de posición, la va a colgar boca abajo, así podrá hacer cumplir el castigo de una sola vez.

-          Muy bien señor. Contesto el instructor.

Fui subida al larguero con ayuda de una escalera y sujetada por dos hombres. Me ataron las anillas de mis tobilleras al mencionado travesaño. Para que las piernas las tuviera abiertas y poder flagelarme el coño, ataron una cuerda a cada una de las anillas del mosquetón que unía el larguero a mis tobillos y anudaron tales cuerdas a los travesaños verticales. De esta forma estaba colgada con la cabeza a medio metro del suelo y las piernas muy abiertas.

Me ataron una especie de ligas de goma y, con ellas, me agarraron los aretes taladrados a mis labios vaginales a cada uno de los muslos. De esta forma, quedó toda mi raja expedita para que fuera cumplido el castigo en toda su extensión, y los aretes no entorpecieran para nada el flagelo que, pensaban darme en todo mi pubis.  Los aros en mis pezones, por el efecto de la gravedad  estaban orientados hacia el suelo.

Mis manos fueron atadas a la espalda por las anillas de mis muñequeras.

Parecía que el castigo estaba preestablecido y la sentencia no era más que una mera formalidad, ya que el instructor tenia anudado a su cinturón, como si de una espada se tratara, la mencionada vara.

La sacó y la cimbreo al aire para notar su consistencia. El sonido que despedía era terrorífico. Esta vara podría medir más de un metro de largo.

Estaba asustada. Me volví a orinar del miedo, el fluido, al estar boca abajo, me recorría todo mi estomago, cuello, cara, y de mi cabeza, goteaba hacia el suelo. Desde mi posición miraba horrorizada a la vara como se cimbreaba al viento. No me podía preparar para el castigo. Me encontraba ya muy cansada y dolorida.

-          Con su permiso, procederé a aplicar la sanción. Se oyó decir a mi instructor.

-          Comience cuando usted quiera, le contestó mi amo. Pero tenga la amabilidad de empezar siguiendo este criterio; primero el coño, después los muslos y termine por sus ubres.

-          Muy bien señor, así lo haré.

Dirigiéndose a mí, antes de comenzar el tormento, me dijo,

-          Puerca, ahora si te autorizo a que nos des las gracias por cada varazo que recibas. Ten en cuenta que no me gusta perder el tiempo en azotarte. Pero tu comportamiento del día ha sido merecedor de este escarmiento.

Estaba perpleja. Resulta que, me iban a castigar por hablar y, ahora, cumpliendo mi sanción, me autorizaba a dar las gracias. La verdad que era de locos.

Esperando el primer golpe, volví a orinarme del miedo.

Cimbreo la vara al viento y descargó el primer estacazo en mi ya castigada vulva.

Grité de dolor. Mi estómago se endureció por un acto reflejo, producido por el impacto en mis partes y pude levantar levemente la cabeza, mientras aullaba dando las gracias mi amo.

Los varazos fueron incrustándose en pleno centro de mi vagina. Muy bien medidos y dirigidos. Me ardía, me dolía, gritaba, lloraba…

Cuando hubo terminado los veinte primeros. Se acercó el instructor a mí  y con unas tijeras me cortó las ligas. Los aretes por efecto de estar colgada boca abajo giraron y empujaron hacia suelo a mis labios hinchados por el castigo, haciéndome volver a gritar de dolor.

La segunda tanda la padecí angustiosamente. La parte interna de los muslos, fue trabajada con esmero por esa vara del demonio.

Lloraba, me laceraba el cuerpo, la saliva salía de mi boca  a borbotones e hilillos  caían al suelo, uniéndose en macabro charco, con los orines y la sangre previamente depositados.

Por fin termino la segunda parte de mi corrección.  Tenía mi vulva y mis muslos a flor de piel, corazones en todas las piernas. Mi cabeza empezaba a marearse como producto del tiempo que llevaba boca abajo acumulándose demasiada sangre en mi cerebro.

Cuando se disponía a cumplir la tercera tanda del castigo, es decir, varear mis pechos. Mi amo le ordenó que parara un momento,

-          ¡Espere! Le gritó.

-          Si señor. Parando la vara en el aire.

-          Creo que para que sus ubres queden convenientemente preparadas para sufrir esta expiación, deberá de poner en sus anillas un par de pesos. Así estas quedarán tensas y podrá varearlas con mayor sufrimiento para la puerca. Dijo, mi amo.

-          Muy bien señor. ¡Traer los pesos! Ordenó a dos subalternos que estaban  contemplando el castigo.

Estuve esperando un rato, en esa postura, hasta que llegaran con el lastre, yo, ya no era más que un amasijo de dolor, lastimada en todas mis partes, lacerada por todos los lados. Mi vagina era  puro hinchazón y, de mis muslos, se escapaban algunas briznas de sangre que iban resbalando por mi abdomen y cuello.

Lloraba en silencio y suplicaba, por lo más sagrado, que terminara ya mi sufrimiento.

-          La próxima vez que quieras hablar sin que yo te lo autorice, te lo pensaras dos veces. Me gritaba, mi amo, mientras esperaba a que trajeran los pesos.

Por fin llegaron. Eran como dos pequeños sacos con algunas bolas de acero dentro. Estos, estaban herméticamente cerrados para que no se pudiera escapar el contenido. Del saco salía una anilla y esta, con la ayuda de un mosquetón fue unida a cada uno de mis aros.

Al estar boca abajo, por el efecto de la gravedad, el peso tiró de mis pezones, levantando los mismos. Con esto, quedaba al descubierto, toda la parte interna de mis pechos. Me producía en mis extremidades un sufrimiento exorbitado. No sabría decir cuanto pesaban esas cosas pero, debería ser bastante ya que consiguieron tensar mis tetas dejando expeditas al flagelo esas regiones internas tan sensibles de la anatomía femenina.

Chillé todo lo que pude ante el terror del azote en esa zona y zarandee con mis piernas el travesaño intentando, desesperada, poder liberarme de mis ataduras. No tuve suerte. Mis tobilleras permanecieron fijamente atadas al travesaño y éste, apenas se movió, por lo bien anclado que debía estar a los mástiles verticales.

A estas alturas, mis tobillos eran un puro estigma, llevaban ya tiempo las tobilleras sujetando mi cuerpo y apretaban mi piel con tal fuerza que, más tarde, pude darme cuenta lo inflamados que llegaron a quedar.

  • Comience con el castigo. No quiero estar aquí toda la noche. Gritó mi amo.

Empezó a varearme las mamas, diez en cada una. Cada vez que la vara golpeaba esa piel tan sensible, por efecto del golpe, los pesos se movían con virulencia, multiplicado el sufrimiento y la aflicción que soportaba con cada trallazo.

No podía más. Entre golpe y golpe, dejaba un par de segundos para que, al menos,  pudiera recuperarme, más por poder dar las gracias, que por el mero hecho de suavizar la tortura.

Al finalizar el suplicio, por fin me descolgaron. Esta vez los operarios me sujetaron la cabeza para que no me desnucara con la caída.

Una vez en el suelo, me dejaron como un saco viejo, incapaz de poder levantarme, sudorosa y dolorida hasta en el último poro de mi castigada piel.

-          Llevarla a dormir, es un amasijo de carnes magulladas y la quiero restablecida para mañana. Ordenó mi amo

Como no podía ni caminar, me llevaron en volandas los dos operarios precedido de mi instructor que iba abriendo las puertas.

Pero esta vez, siguiendo las órdenes de mi amo, no me llevaron a la leñera. Me guiaron al cobertizo donde estaba la perrera. Abrieron la puerta y ataron la cadena al gancho donde estuve amarrada durante la comida.

El instructor me puso de rodillas. Yo era, en ese momento, carne muerta que me dejaba hacer. Unió cada una de las muñequeras a cada una de mis tobilleras. La única diferencia con la noche anterior es que ahora no estaba tumbada, estaba de rodillas, pero con las manos unidas a mis pies y el cuello a la barra.

Los perros se revolotearon con mi presencia, ladraban aullaban.

Quiso el azar o, quizás idea del instructor, que, el perro que tenia a mi lado fue el que me follo esa tarde.

-          Bueno puerca. La idea del jefe me parece muy acertada. Es mejor que duermas con compañía. Es un a pena que, aprovechando tu alojamiento, no te puedas follar a ninguno de los perros. De todas formas estos animales son de raza y están para cuidar la hacienda no para joder a puercas como tu. Esta noche fue una excepción que desconozco si se repetirá. Dependerá de lo que quiera de tu amo.

Abrió la puerta, cerrándola tras de si, pero antes de abandonar el cobertizo, se despidió con estas palabras,

-          Descansa, pronto te esperan algunos cambios que tu amo quiere hacerte en tu cuerpo.

En sus palabras, pude notar una brizna de perversión contenida.

Acto seguido, desapareció.

Allí me quede acompañada de los perros, de rodillas, la cadena no daba para que, ni tan siquiera, pudiera acostarme de lado y, además, tenía las manos atadas a cada uno de mis tobillos.

Pude forzadamente levantar la mirada y vi que los animales estaban atados pero con cadena suficiente para que pudieran tumbarse. Algunos de ellos ya estaban descansando. Otros, seguían mirándome y ladrando.

No me lo podía creer, estaba en una posición mucho peor que los perros. Lacerada en todo mi cuerpo. Por la boca se me escapaban hilillos de sangre. La mandíbula me dolía., sin duda, el aro que llevé puesto toda la tarde me lo había producido. Notaba, al pasar mi lengua por la dentadura, que tenia roto algún diente, debió ser al apretar fuerte el metal cuando todos me agobiaban en la fiesta.

Los muslos y mi coño me ardían tremendamente, hinchados y doloridos hasta más no poder.

Mis pechos me seguían doliendo una barbaridad, inflamadas mis aureolas por los trallazos, pero notaba que, aparte del dolor propio del azote, me seguían tirando mucho mis pezones. Bajé el cuello lo que pude y me di cuenta que los pesos adheridos a mis anillas seguían, no los habían quitado.

No podía más. Esto era el autentico infierno. Si continuaban a este ritmo no viviría mucho. Cosa que, empezaba a desear continuamente. Pedía a la muerte que viniera a rescatarme de este suplicio.

No me podía quedar dormida, muy dolorida y atada en esa postura, era imposible, por muy cansada que estuviera, poder conciliar el sueño. Algunos perros todavía ladraban. Me estaba volviendo loca.

Agaché la cabeza y pude apoyarla ligeramente en las paredes del comedero. Incliné el culo todo lo que pude, tensando al máximo la cadena y conseguí apoyarlo en mis talones. En esa posición, notaba que me dolían los muslos que, al tenerlos al rojo vivo, me ardían un montón, pero podía reposar la cabeza y sentar mis glúteos. Era necesario buscar la postura menos dolorosa para intentar descansar algo. De esta forma pude acomodar mi cuerpo de la mejor manera posible, teniendo en cuenta las circunstancias en las que me encontraba y poder dormir algo.

No quería pensar en mañana, en los días siguientes. Con semejante sádico cualquier cosa podría pasar. Cerré los ojos y me abandoné en mi melancolía.

FIN DE LA OCTAVA PARTE.