Sometida en el desierto 4. El harén.
Tras acompañar a los jeques árabes en una expedición de caza, Laura descubre que no tienen intención de ayudarla a regresar a su país.
Al amanecer del siguiente día, tras la última jornada de caza, los ayudantes de la expedición se apresuraron a desmontar el campamento. Laura apenas había dormido, atormentada por el recuerdo del cruel juego al que había sido obligada a participar. Aún sentía doloridos su vagina y su esfínter. Tratando de animarse con la idea de que ese día recuperaría su libertad, se subió al todoterreno y se acurrucó en el asiento. El jeque no parecía estar interesado en ella ese día y la dejó tranquila. El traqueteo del vehículo y la falta de sueño la adormeció.
Se despertó al notar que el todoterreno se detenía. Vió que estaban en un aeropuerto en medio del desierto. No vió ninguna población o viviendas cercanas, sólo un hangar. Los vehículos de la expedición habían aparcado junto a un jet privado. Sin mediar palabra, el jeque agarró del brazo a Laura y la hizo subir al avión. Tras ellos subieron el otro jeque y Naila. Desde la ventanilla del asiento donde el jeque la instaló, vió que los ayudantes entregaban unas cuantas maletas a los auxiliares de vuelo y después volvían a los vehículos y se los llevaban.
- ¿A dónde vamos? ¿Me vas a ayudar a volver a mi país como acordamos, verdad? - le dijo Laura angustiada al jeque
- Tranquila, estarás bien, yo te cuidaré como lo he hecho hasta ahora. Disfruta del viaje - fue la respuesta del jeque que no tranquilizó en absoluto a Laura.
A pesar de sus reiteradas preguntas no obtuvo más respuestas. El avión despegó y estuvo en vuelo un par de horas. Cuando el avión empezó a bajar, Laura pudo ver por la ventanilla una ciudad plagada de rascacielos en medio de un extenso desierto junto al mar. Tras aterrizar acompañaron a Laura y a Naila a un todoterreno negro y los dos jeques subieron cada uno en otros dos vehiculos. El todoterreno de las esclavas siguió al del jeque que todo el tiempo había llevado la voz cantante y que principalmente había usado a Laura. Tras unos tres cuartos de hora de viaje, los dos vehículos llegaron a una lujosa mansión rodeada de jardines. Laura distinguió dos edificios unidos por un pasillo. Tras aparcar frente a ellos, el jeque se dirigió al edificio que quedaba a la derecha y el conductor las acompañó al otro edificio. Las recibió una mujer algo mayor que ellas, de unos treinta años, que vestía de forma parecida a como lo hacían Naila y Laura, con sedas y velos traslúcidos. La mujer las acompañó a una gran sala con un patio central rodeado de habitaciones sin puerta en las que había una cama, un armario y poco más. A cada una se les asignó una de esas estancias. La mujer, que dijo llamarse Zaida, chapurreaba el inglés. Así es como Laura se enteró de su nueva situación. Había pasado a formar parte del harén del jeque. En el edificio habitaban las cuatro mujeres oficiales del potentado administrador de la empresa petrolífera del país, junto a sus esclavas, que con Naila y Laura, sumaban doce. Las esclavas estaban a disposición del jeque y de los amigos o socios a los que él tuviera a bien ceder. El resto del tiempo debían servir a las 4 mujeres oficiales en todo lo que éstas mandaran.
Laura seguía con creciente angustia las explicaciones de Zaida. Sus temores se habían confirmado. El jeque no tenía ninguna intención de liberarla y difícilmente podría escapar de aquella mansión amurallada y vigilada por matones armados.
Pronto descubrió que lo más duro de su nueva situación era el trato de las mujeres del jeque. Resentidas por tener que compartir el ardor sexual de su marido con las esclavas, trataban a estas con crueldad. Por cualquier excusa las azotaban con una varilla de bambú que siempre tenían a mano y si el error de la esclava era más grave, ordenaban a uno de los dos forzudos sirvientes nigerianos que las azotaran con un látigo de 7 puntas. Debido a la dificultad que tenía Laura para entender las instrucciones de las mujeres, frecuentemente era víctima de su furia y pronto su cuerpo lució las marcas enrojecidas de los fustazos y las líneas sanguinolentas de los azotes, cuyas cicatrices le quedaron de por vida. Al jeque y a los amigos que usaban a Laura no les molestaba en absoluto esas marcas, más bien les excitaba aún más.
Laura era feliz cuando el jeque la reclamaba para que acudiera a sus aposentos, en el edificio junto al harén. Generalmente eso ocurría por la mañana y Laura acompañaba durante todo el día al jeque, atenta a sus deseos, complaciéndole en todos sus caprichos e incluso llegando a gozar de las relaciones sexuales, finalidad última de las visitas. Con el tiempo aprendió los gustos del jeque y se esmeró en perfeccionar sus técnicas para satisfacerlo. Comprendió que el sexo oral era lo que más apreciaba el jeque, sin limitarse a chupar su pene. Extendía los lamidos a los testículos velludos y al sensible ojete provocando en más de una ocasión el orgasmo precoz.
También prefería atender a los amigos y socios del jeque que quedarse en el harén. Nunca sabía qué se encontraría cuando un lujoso todoterreno pasaba por la mansión para recogerla y acompañarla a otra mansión o un hotel de la ciudad. Generalmente se trataba de otros dignatarios o empresarios del país, con físico y gustos similares a los del jeque. La trataban como una puta de lujo. Los acompañaba a cenar, les daba conversación si hablaban inglés y acababan follando como a ellos les apeteciera. Algunos tenía gustos más pervertidos que otros. Descubrió que el sexo anal tiene obsecionados a muchos hombres y se convirtió en una experta en darles placer con su ano e incluso disfrutaba con ello. Y aunque resultaran violentos o tuviera que satisfacer a dos o más hombres a la vez, prefería eso a estar a merced de la ira de las mujeres del jeque.
En una de estas salidas, Naila y Laura fueron requeridas para acompañar al jeque. El todoterreno los acompañó hasta otra lujosa mansión. A su llegada salió a recibirlos el otro jeque que había participado en el viaje por el Sahara. En la mansión, les ordenaron desnudarse del todo y les colocaron collares a los cuales sujetaron una correa. A partir de ese momento tuvieron de caminar como perritas. Los jeques las sacaron de paseo al jardín de la casa donde el resto de invitados, otros 6 hombres árabes, aguardaban estirados en tumbonas. Los jeques las hicieron desfilar junto a los invitados que aprovecharon para magrear sus culos y sus tetas, como comprobando la bondad del género que los jeques les ofrecían. Llegada la hora de la cena, mientras los hombres eran servidos, se les ordenó que permanecieran arrodilladas en cuclillas con sus piernas bien separadas, mostrando su sexo abierto. De vez en cuando alguno de los comensales les lanzaban un trozo de comida y ellas, a gatas, debían acercarse y comer del suelo sin usar las manos. Acabada la comida se sirvió el té. Colocaron delante de ellas sendos boles de los que bebieron el mismo té amargo que se servía en la tribu nómada. Después les ordenaron que hicieran el amor entre ellas. Se abrazaron, se besaron, se acariciaron mutuamente los pechos. Ambas empezaron a excitarse sobremanera. Posiblemente por el efecto del té o por la dulzura de sus caricias. Acabaron formando un 69, comiendose mutuamente el coño, para gran regocijo de los presentes. Laura se sentía cada vez más excitada. Oyó que su Amo mandaba algo en árabe. Naila se lo repitió a ella. Parecía que trataba de decirle algo pero ella no lo entendía. Mientras tanto Naila seguía comiéndole el coño combinando con un metesaca de sus dedos. Laura no pudo contenerse más y empezó a correrse. Mientras Naila le gritaba “non, non, ça non!”, su Amo se levantó furioso y látigo en mano le propinó cuatro hirientes azotes. Entonces entendió que se les había prohibido correrse. Concluido el espectáculo lésbico y el castigo a la esclava desobediente, tocaba dar placer a los invitados. Las dos esclavas fueron acercándose a ellos, empezando por los dos jeques, a mamar sus vergas. Alguno se desgargó en sus bocas, otros prefirieron follarlas una vez empalmados. En todo caso, el brebaje parecía ser muy efectivo, puesto que ninguno de ellos se conformó con un solo orgasmo y follaron a las esclavas en las más diversas posturas y combinaciones, por todos sus agujeros, hasta 4 hombres a la vez. El afrodisiaco también era efectivo en ellas. Laura no paraba de sentirse excitada y su coño babeaba sus propios flujos, a parte del semen de las multiples corridas que acogió. Aprendió de Naila a pedir permiso para correrse en árabe. Perdió la cuenta de cuantas vez lo hizo y le fue otorgado. La orgía duró toda la noche. Al amanecer, volvieron a la mansión de su Amo.
Allí las mujeres del jeque las esperaban. No permitieron que se retiraran a dormir. Estaban furiosas porque sospechaban lo que el jeque había estado haciendo esa noche con las dos furcias, como las llamaban ellas. Agotadas por la falta de sueño y el intenso ejercicio de satisfacer a 8 hombres durante toda la noche, las esclavas tuvieron que obedecer todo tipo de tareas. Se les ordenó fregar el suelo del patio central desnudas y arrodilladas. En cuanto se distraían o paraban para descansar, recibían el azote de la varilla de bambú en sus nalgas. Cuando Laura, agotada, acarreando un cubo de agua, tropezó y lo derramó en el suelo, se hizo venir a uno de los sirvientes nigerianos que ató sus muñecas a una de las columnas del patio y le propino 6 dolorosos latigazos que le marcaron de por vida la espalda y las nalgas. Luego la desataron y tuvo que seguir fregando el suelo. Por la noche, Laura maldijo su destino y lloró amargamente durante toda la noche.
Pasaron los meses. Laura se acostumbró a la rutina de la esclavitud. Junto a las otras esclavas, permanecían en el edificio del harén, atentas a las órdenes de las mujeres del jeque, obedeciendo lo mejor que podía para evitar sus castigos. Alegrándose cuando se la reclamaba para acudir al edificio de al lado o cuando un todoterreno venía a recogerla.
En una de estas salidas que la llevó a un hotel de 5 estrellas de la ciudad y al acudir a la habitación que le indicó el conductor, se sorprendió de los rasgos del hombre al que había acudido a complacer. No eran árabes, ni orientales, como solía suceder. Ni tenía aspecto anglosajón, como había ocurrido más de una vez. Era claramente latino, por lo que se decidió a hablarle en español. Y efectivamente, se trataba de un compatriota. Pensó que aquel hombre podía ayudarla a abandonar el país, pero no se atrevió a planteárselo de entrada. Los dos conocían perfectamente la razón del encuentro y aunque hablaran el mismo idioma, eso no cambiaba las cosas. Laura le explicó al hombre someramente cómo había llegado a esa situación y eso pareció excitarlo más aún. Como era de suponer, acabaron follando. Laura intuyó que se trataba de un amante del sexo anal, con lo que después de una esmerada mamada, desplegó todos sus recursos para darle el máximo de placer con su culo. Los dos se corrieron al unísono de forma escandalosa y con abundante segregación de flujos. El hombre quedó más que complacido. Después de retozar un rato en la cama, agotados por el esfuerzo físico de la cópula, Laura se atrevió a solicitar ayuda a Marcos, que así se llamaba:
Marcos, ¿Tú, tendrías la posibilidad de ayudarme a regresar a España? No sé, supongo que conocerás a gente influyente de aquí, que sabrías cómo conseguir sacarme - dijo con un hilo de voz, angustiada por que la posibilidad de que el hombre decidiera denunciarla al jeque y que este le hiciera pagar su atrevimiento.
Difícilmente podría ayudarte a huir - respondió Marcos muy serio - el jeque es un hombre muy poderoso aquí, no le costaría nada localizarte antes de que pudieras salir del país y las consecuencias serían funestas para mí y aún peores para tí…Sólo se me ocurre una opción válida. Que el jeque acceda a venderte. Las esclavas no suelen permanecer mucho tiempo en el harén. El jeque las compra y las vende continuamente. Quizás accede a venderte. No sois baratas, pero ya me devolverás el dinero cuando puedas.
Laura, ilusionada con la posibilidad de volver a su país, accedió al trato. Una vez ahí le devolvería el dinero como fuera. El hombre le prometió que trataría el tema con el jeque al día siguiente, aprovechando una reunión de negocios.
Laura no pudo disimular su alegría cuando dos días después, Zaida le dijo que preparara sus pocas pertenencias. Que había sido adquirida por otro Amo y que en breve vendría un coche a recogerla. Apenas tuvo tiempo de despedirse de Naila, su compañera de esclavitud desde hacía más de un año. Lloraron y se abrazaron antes de que Zaida la apremiara puesto que el coche ya estaba ahí esperando. El coche la acompañó directamente al aeropuerto. El conductor le entregó un pasaporte, un billete y una nota de Marcos. Le decía que él ya estaba en Madrid y que a su llegada un coche pasaría a recogerla.
El viaje en avión se le hizo eterno. Las casi 7 horas de vuelo le parecieron días. No consiguió dormir ni probar bocado. No podía creer que su aventura como esclava sexual se acabara ahí. Le angustiaba pensar si encontraría a Carlos, si había sobrevivido a la tormenta de arena y podido regresar. Y en ese caso, si él la aceptaría. No tendría más remedio que explicarle todo lo sucedido y se preguntaba cómo reaccionaría él. Durante más de un año había sido algo parecido a una puta o una esclava sexual, nada que ver con la dulce y algo timorata Laura que él había conocido.
Con esos pensamientos que atormentaban su mente pasaron las horas hasta llegar a Barajas. Tal como le dijo Marcos, a la llegada le esperaba un chófer para recogerla. Le pareció normal ver primero de todo a Marcos para agradecerle su ayuda y acordar cómo devolverle el dinero de su liberación, que por lo demás desconocía el monto.
El coche se dirigió a una carretera nacional y tras 1 hora de viaje tomó una salida que daba a un club junto a la carretera. Era un edificio lujoso y cubierto de neones en su fachada frontal. Laura entendió que se trataba de un burdel de carretera. De repente, se percató de que sus desventuras posiblemente no habían acabado aún.
Continuará. Agradeceré comentarios y sugerencias.