Sometida en el desierto 2. Ramadán
Tras perderse en el desierto, Laura es acogida por una tribu nómada y se integra en sus peculiares costumbres.
Después de perderse en el desierto en medio de una tormenta de arena, Laura fue recogida por una tribu nómada. Pasó dos días delirando por la fiebre provocada por la insolación y la deshidratación.
Al amanecer del segundo día, ya sin fiebre, se despertó tendida sobre una alfombra dentro de una jaima. Junto a ella dormía una chica que reconoció como la que la estuvo cuidando durante sus delirios. En la jaima había otras tres mujeres dormidas.
Cuando Laura trató de incorporarse, sintió náuseas y todo le dio vueltas. Tenía mucha sed y hambre. Su vecina se despertó al notar sus movimientos. Le sonrió afablemente.
- Salam malekun - le susurró la chica
- Malekun salam - respondió Laura con las únicas palabras en árabe que había aprendido en los pocos días que llevaba en el desierto.- Moi Laura, toi? - Trató de comunicarse a continuación con su macarrónico francés.
- Moi, Naila - respondió la chica que por lo demás tampoco tenía muchos conocimientos de ese idioma
Naila se incorporó, salió de la jaima y volvió a entrar con una bandeja con una tetera y dos vasos en los que vertió el té. Naila era una hermosa muchacha bereber algo más baja que Laura y de exuberantes curvas, unos grandes y hermosos pechos y atractivas caderas, Le tendió a Laura uno de los vasos y ésta lo apuró ansiosa. Naila bebió del suyo a pequeños sorbos. Saciada su sed, Laura notó rugir su estómago. Llevaba casi tres días sin tomar bocado:
- ¿Comida? ¿Manger? - le dijo a Naila haciendo el gesto de llevarse los dedos juntos a la mano
- Non, non, pas manger, c’est le ramadan!
Entonces Laura recordó lo que le comentó Carlos, que habían llegado en época del Ramadán. Durante un mes los musulmanes ayunan desde la salida del sol hasta el ocaso. Renunció a tratar de explicar que esa norma no aplicaba para ella. No quería ofender a la gente que le había salvado la vida y por lo demás, tampoco sabría cómo explicarlo.
Ayudada por Naila, Laura se incorporó y se dirigió a la salida de la jaima. Fuera vió que se trataba de un campamento con cuatro jaimas más, una de ellas más lujosa, las otras tres parecidas a la de las mujeres. Junto a las jaimas había una docena de hombres ociosos, vestidos con sus chilabas y turbantes tuareg, sentados de cuclillas en el suelo, que fumaban de una cachimba o bebían té o simplemente contemplaban el paisaje. El campamento estaba montado junto a un oasis, un palmeral unos cien de metros de largo y unos 20 de ancho. También había una especie de corral donde una veintena de camellos roían la poca vegetación que crecía en el suelo. En ese momento se dió cuenta que iba vestida con una chilaba como el resto de mujeres, sin ropa interior. La tela era un poco basta pero resultaba bastante cómoda y fresca teniendo en cuenta el calor que hacía ya a primera hora de la mañana. Pensó que tenía que intentar ponerse en contacto con Carlos o con el consulado español para que la ayudaran a regresar a la civilización:
- ¿Tenéis un móvil? ¿Telephone? ¿Pour appeler? - le dijo a Naila haciendo el gesto de sostener un teléfono junto a su oreja.
- Portable?…non, non, ici pas de portable - respondió Naila con cara de circunstancias.
Entonces de la jaima más lujosa salió un hombre que se acercó a ellas. Debía tener unos 50 años, pelo y barba morenos con mechones canos y ojos grises de penetrante mirada.. Era alto y bien conservado a pesar de su edad. Vestía chilaba y turbante, como el resto de hombres, pero de una tela de mejor calidad. Naila hizo las presentaciones, mirando al suelo respetuosa:
- Sayid Moha…Laura - susurró para luego retirarse
- Enchanté, Laura, bienvenue a notre caravanne - dijo el hombre llevándose la mano al corazón
- Saludos Sayid Moha, les agradezco que me hayan rescatado - respondí incapaz de articular la frase en francés.
El hombre sonrió amable, aunque estaba claro que no lae entendía. Trató de pedirle si había forma de ir a una ciudad o un pueblo cercano, pero no entendió o hizo como si no entendiera. Sólo lae contemplaba sonriente, de arriba a abajo, con excesivo detalle. Hizo que se sintiera incómoda. Le dió una orden a Naila y se retiró sin decir nada más. Naila la agarró de la mano y la condujo de nuevo al interior de la jaima.
Las mujeres se pasaron el día en la jaima, sentadas sobre las alfombras, tomando té cada dos por tres para ahuyentar el hambre, que en el caso de Laura resultaba acuciante. Naila le presentó al resto de mujeres, que se mostraron muy reservadas y apenas pudo retener sus nombres. El día se le hizo eterno, desesperada por encontrar a alguien que le pudiera ayudar a contactar con la civilización pero cuando intentó salir de la jaima para hablar con algún hombre, Naila la retuvo y con gestos le indicó que no podía hablar con ellos.
Cuando finalmente empezó a anochecer, el campamento despertó de su letargo. Las mujeres salieron de la jaima y empezaron a preparar comida en una especie de cocina al aire libre que había a un lado. Los hombres prepararon una fogata en el centro de patio alrededor del cual estaban montadas las jaimas. Pronto acabaron y se sentaron alrededor a esperar que les sirvieran. Laura observó como las mujeres preparaban toda clase de comidas, media docena de tajineras reposaban sobre las brasas repletas de carne y verduras, en una hoya de cerámica removían una espesa sopa de garbanzos. También asaban pinchos de cordero y pollo y amasaban unos pastelitos de miel y almendras. Esperaba ansiosa a que llegara el momento de dar cuenta de toda aquella comida. Pero cuando estuvo preparada, las cuatro mujeres se dedicaron a servir a los hombres que aguardaban sentados en torno a la fogata, primero al sayid Moha, luego a un joven de unos veintitantos años, vestido de forma parecida al jefe de la tribu (más tarde Laura averiuó que era su hijo) y finalmente al resto de hombres. Solo entonces, sentadas en un rincón de la improvisada cocina, lejos de los hombres, las mujeres pudieron comer. Laura nunca había comido con tanto apetito. Todos aquellos platos le parecían los más exquisitos manjares.
Acabada la cena las mujeres sirvieron té, como era de esperar. Sin embargo, el sabor de ese té le resultó extraño, era más amargo y fuerte que el té con menta que tomaban a todas horas Cuando le preguntó con señas a Naila qué era aquello se rió a carcajadas repitiendo:
- Viagra bereber, viagra bereber!
Algunos hombres se armaron de diferentes instrumentos musicales y empezaron a tocar una música rítmica que pronto enganchó a Laura. Se sentía felíz, saciada por el excelente banquete, hipnotizada por el ritmo frenético de la música. Las mujeres se levantaron y empezaron a danzar meneando sus caderas y los brazos, acercándose a la hoguera como atraídas por ritmo desenfrenado. Naila se acercó a un hombre sentado en el suelo y empezó a bailar para él, inclinándose hacia él para luego separarse una y otra vez, como si lo provocara. El hombre finalmente se levantó y empezó a bailar alrededor de Naila. Ahora parecía ser él el que la provocaba y tomaba la iniciativa. Al cabo de un rato la tomó de la mano y se la llevó a las jaima de las mujeres. Mientras, las otras mujeres también se habían acercado a alguno de los hombres y repetido el cortejo, para finalmente dirigirse a la jaima. Los gemidos y suspiros que pronto sonaron disimulados por la música me dejaron claro lo que ahí ocurría. Al cabo de un rato el hombre que había acompañado a Naila salió solo y entonces otro hombre se incorporó y entró en la jaima. Laura estaba observando el ir y venir de los hombres, cuando repentinamente Moha se plantó delante de ella. Le sonrió, ella devolvió la sonrisa, él le tendió la mano. Dudó qué debía hacer. La verdad es que se sentía la mar de bien, satisfecha por el delicioso banquete, agradecida por la hospitalidad, algo embriagada, imaginaba que por efecto de aquel extraño té. De hecho, notaba sus tetas duras, como hinchadas y un intenso cosquilleo en el vientre y la entrepierna, cuya causa no acababa de entender. Amable pero categórico, Maha tomó a Laura de la mano para que se incorporara y la condujo hacia su jaima. La cabeza de Laura era un torbellino ¿qué estaba haciendo?, ¿cómo se dejaba llevar de esa manera? Las intenciones del hombre parecían bastante claras. Y sin embargo no hizo ningún amago de resistencia. Más bien notó que la excitación que agitaba su vientre y endurecía sus senos se incrementaba. Se dejó llevar a la jaima del sayid y una vez dentro se tumbó sobre una de las preciosas alfombras que cubrían el suelo, junto al hombre. Esta empezó a acariciarle la cara y a besarla suavemente, Sus ademanes eran cariñosos. Laura estaba como paralizada, pensando si huir de ahí, correr a través del desierto aunque acabara muriendo de sed. Sin embargo su cuerpo no reaccionaba a esa idea. Más bien respondía a las caricias que ahora amasaban suavemente sus pechos por encima de la chilaba. Notó que sus pezones estaban erectos, le dolían de tan duros que estaban y clamaban ser lamidos y chupados. Moha pareció adivinar ese deseo, puesto que hizo que Laura se tendiera sobre la alfombra y subió su chilaba hasta dejar los pechos al aire. Ella gimió de placer cuando el hombre colocó los labios sobre uno de los pezones para chuparlo y hacerlo vibrar con su lengua, mientras con una mano hacía rebotar el otro pezón entre los dedos y le estrujaba el pecho. Laura gemía y se retorcía de placer, sin plantearse ya otra cosa que dejarse llevar por la excitación que electrizaba todo su cuerpo. Cuando Moha deslizó su mano por el vientre de ella hasta alcanzar su pubis, comprobó al separar los labios vaginales que estaba chorreando. Sus hábiles dedos estimularon el clitoris henchido y luego penetrró el coño baboso con dos dedos. Empezó a meter y sacar los dedos con ritmo creciente hasta que Laura sintió que estaba a punto de correrse. En ese momento se apartó y con suavidad hizo que se colocara a cuatro patas. Acarició aquellas preciosas nalgas y los labios vaginales empapados. Laura alzó el culo en pompa para entregarse, como suplicando que la poseyera. El sayid se incorporó y se desprendió de su chilaba. Dejó a la vista su enorme y precioso falo erecto. Laura se estremeció de deseo pensando que pronto esa verga la penetraría. Arrodillado detrás de ella empezó a follarla con ritmo pausado, llenando la palpitante vagina de Laura hasta el fondo, reteniendo la polla ahí dentro para que Laura la contrajera instintivamente y le diera más placer. Moha fue acelerando el vaivén de su verga dentro de Laura hasta que ella no pudo aguantar más y se corrió estrepitosamente, al tiempo que el hombre llenaba su vagina una increíble cantidad de semen. Jadeante, aún estremeciéndose de placer, Laura se tumbó sobre la alfombra, notando como el semen y sus flujos se deslizaban por sus muslos y mirando como Moha se volvía a vestir. Se dirigió hacia la salida de la jaima y apartó la cortina que la cerraba para dejar entrar a Rahid, su hijo, para luego salir.
Laura miró asombrada al joven. Era parecido a su padre, alto, algo más voluminoso, con bigote en vez de barba. Pero su mirada era más turbia. La miraba con sonrisa lujuriosa, relamiéndose los labios con la punta de la lengua. Sin más protocolos, Rahid se desprendió de su chilaba y expuso su enorme falo erecto, mator incluso que el de su padre. Laura se estremeció. ¿Qué se había pensado esa gente? ¿que era una puta, un juguete al que usar a su voluntad? No sabía muy bien por qué se había entregado con tanta facilidad al padre, quizás por agradecimiento por haberla salvado o quizás porque simplemente le apetecía. Pero aquello ya se pasaba de rosca. Hizo un amago de recoger su chilaba y apartarse pero Rahid fue más rápido. Se lanzó sobre ella, le agarró de las muñecas y la inmovilizó tumbandose sobre la espalda de la chica. Ella gritó y trató de zafarse inútilmente. Mientras Rahid chupaba y mordía su cuello y el lóbulo de su oreja, notó que su verga trataba de avanzar entre sus piernas. Inútilmente trató de juntarlas para cerrar el paso, Rahid le obligó a separarlas con sus propias piernas y con una brusca estocada la penetró para empezar a follarla violentamente. La polla se deslizó con facilidad dentro del coño lubricado con semen y con sus propios flujos. Laura dejó de resistirse. Sabía que lo único que conseguiría sería enervar aun más al energúmeno que la estaba violando. Al ver que la chica dejaba de forcejear, hizo que se colocara a 4 patas para follarla con más comodidad, sujetándola de las caderas y embistiéndola con brutalidad. Mientras el hombre seguía follandola, noto que colocaba su dedo gordo sobre su ojete, como solía hacer su novio. Recordó que eso la excitaba mucho. Pero aquel animal no se conformó con estimular su ojete. Empujó más hasta penetrar en el culo y frotar el contraído esfínter hasta dilatarlo. Entonces sacó su polla del dolorido coño de Laura y sin contemplaciones la clavó en su culo. El alarido de dolor de Laura se oyó en todo el campamento, pero todos debían conocer los gustos de Rahid y su forma de tratar a las mujeres, puesto que nadie acudió en su ayuda. Las embestidas de Rahid continuaron con creciente intensidad hasta que descargó dentro de su ano, gruñendo y jadeando.
Laura se quedó sollozando sobre la alfombra. Su coño y su culo palpitantes y doloridos. Rahid se vistió y abandonó la jaima. Fuera seguía sonando la música entremezclada con algún gemido femenino o el gruñido de un hombre al correrse. Cuando la música dejó de sonar, entró Naila, la ayudó a vestirse y la acompañó a la jaima de las mujeres. Esa noche durmió inquieta. Soñaba que era una esclava y que su Amo, Moha, la poseía y ella se entregaba con pasión. Sentía una gran excitación al someterse a su Amo. Pero de repente el Amo pasaba a ser Rahid. Entonces sentía pánico y trataba de huir, pero las piernas no le respondían.
La siguiente semana transcurrió de forma parecida a aquel primer día. Mientras el sol lucía el campamento permanecía aletargado, las mujeres encerradas en la jaima, hablando, tejiendo, tomando té. Los hombres fuera, a la sombra de las palmeras, ociosos hasta el atardecer. Entonces la tribu despertaba, se preparaba el banquete, se cenaba y bebía aquel té amargo y luego la música acababa de calentar el ambiente. Las mujeres elegían al primer hombre con el que querían follar y luego se entregaban a los que quisieran hacerlo. Laura estaba reservada para el uso del sayid y su hijo, aunque alguna noche éste prefirió follar a Naila, lo cual Laura agradeció. Tenía sentimientos contradictorios con todo aquello. Su educación occidental no podía admitir que se tratara de aquella forma a las mujeres, como mínimo a ella. Y sin embargo, cada vez que Moha le tendía la mano, lo seguía sin remilgos y se entregaba a él apasionada. Pensó que sería por el efecto del té afrodisíaco, pero un día que rechazó beberlo se dió cuenta que sentía la misma excitación cuando él la reclamó. Incluso llegó a acostumbrarse a la brutalidad con la que la usaba Rahid y en una ocasión, mientras le follaba el culo, recordando aquella noche que le parecía ya lejana, en la que Carlos desvirgó su trasero, llegó a correrse.
Al cabo de una semana, por la noche, cuando llegó el momento de la música y la danza de las mujeres, Moha le susurró algo al oído a Naila. Ésta asintió y se acercó a Laura y le tendió las manos para que se incorporara y se juntara al resto de mujeres a danzar. Laura se resistió al principio, temerosa de hacer el ridículo, pero finalmente se dejó arrastrar y trató de imitar el meneo de caderas y brazos de las mujeres. Estas reían encantadas y la animaban a seguir. Los hombres aplaudían y la vitoreaban. Entonces Naila la empujó hacia los hombres. Le estaba indicando que eligiera uno. Laura trató de dirigir sus pasos hacia Moha, pero Naila se lo impidió. Debía elegir a uno de la “tropa”. Acabó por inclinarse y menearse delante del más joven, el que le pareció menos feo. Este saltó como un resorte al saberse el afortunado que podría follarse a la extranjera. No se entretuvo mucho en danzar con ella antes de tomarla de la mano y llevársela a la jaima de las mujeres. Allí Laura trató de disfrutar con el joven inexperto pero fogoso y aunque llegó a excitarse no llegó al orgasmo, que por lo demás el joven alcanzó en un tiempo récord. Como se temía Laura, al momento que el joven salió de la jaima, entró otro hombre que se afanó en desvestirse y follar a Laura. Esa noche 5 hombres de la tribu la follaron. Se dijo a sí misma que se había convertido en una puta, entregada a quien quisiera usarla y sin embargo, no sentía vergüenza, rabia o resentimiento. Más bien se sentía integrada en el grupo, una mujer más de la tribu.
Al final del Ramadán ya se sentía del todo integrada. Ayudaba a las mujeres en sus tareas, a cocinar, tejer, limpiar la ropa y servir a los hombres. Y por las noches se entrega a ellos. Alguna noche Moha o Rihad la elegían y entonces sólo ellos la follaban. Otras noches preferían a otra, generalmente a Naila y entonces el resto de hombres hacían cola para follarsela.
En el atardecer del último día del mes de ayuno, llegaron al oasis tres enormes todoterrenos amarillos. De los asientos delanteros salieron 6 tipos con aspecto de guardaespaldas vestidos con ropas occidentales pero con rasgos árabes. A continuación salieron dos hombres vestidos con chilaba y turbante árabe, barbudos y barrigudos, las manos repletas de anillos de oro. Moha salió a su encuentro para saludar a los dos hombres. Laura dedujo que ya se conocían. Conversaron durante un rato, Moha se mostraba amable y obsequioso. Señalaba a las mujeres, la cocina, la hoguera que los hombres de la tribu empezaban a preparar.
Laura observaba curiosa, sin imaginar que aquella visita iniciaría un nuevo capítulo en su aventura en el Sahara.
Continuará. Agradeceré comentarios y sugerencias.