Sometida en el desierto 1
Laura viaja con su novio al Sahara. Ahí percibe un cambio en la forma en la que él la trata.
Cuando Carlos ofreció a Laura como regalo por su 25 cumpleaños un viaje al Sahara, ella aceptó con entusiasmo. Nunca había estado en África, pero con todo lo que Carlos le había contado de sus anteriores viajes a esa zona, estaba segura de que le encantaría.
Carlos era diez años mayor que Laura y desde el inicio de su noviazgo sentía admiración por él, en cierta forma lo idolatraba por su mayor experiencia y conocimiento en las cosas de la vida, como no, incluyendo el sexo. Las experiencias anteriores con otros novietes de su misma edad habían sido poco satisfactorias. En cambio Carlos sabía encontrar los resortes del placer en el cuerpo de Laura y el trato y las pautas que más la excitaban. Laura era una preciosa mujer, morena de ojos verdes, de pechos no muy grandes pero firmes y respingones y un provocativo culo. Carlos era alto, de complexión atlética, también moreno y carácter afable.
Desde el momento en que llegaron a Marrakech, desde donde empezarían su viaje, Laura se sintió subyugada por el ambiente. El bullicio en las calles y en la plaza Jamaa el Fna, el sonido ancestral del llamamiento al rezo desde los miranetes, todo le maravillaba y las explicaciones de Carlos incrementaban su admiración. De todas formas, apenas se quedaron un día en la ciudad, puesto que su destino era el desierto del Sahara. A primera hora del siguiente día de su llegada fueron a recoger el todoterreno que habían alquilado, lo cargaron con una tienda de campaña y víveres y emprendieron la ruta. Tardaron todo el día cruzar la cordillera del Atlas e internarse en el Sahara.. Cuando finalmente pararon para acampar, ya anochecía. Hacía horas que habían abandonado la carretera y tomado pistas que primero cruzaronn extensas planicies pedregosas para luego llegar a la zona de las dunas, la imagen icónica del desierto.
Montaron la tienda de campaña y encendieron una fogata. Aunque de día el calor era intenso pero soportable, por la noche refrescaba bastante. Tras cenar algo, Laura se acurrucó junto a Carlos para buscar su calor y algo más. Hacía días que con los nervios de los preparativos del viaje no hacían el amor y ella, ahora que estaba más relajada, lo echaba de menos. Y por lo visto él también, puesto que pronto le acarició la cara y empezó a besarla apasionado. Como era habitual, él tomó la iniciativa e hizo que Laura se tendiera sobre el saco de dormir sobre el que se habían sentado en el suelo para seguir besándola y acariciar sus hermosas y turgentes tetas por encima de la camiseta. Comprobó complacido que no llevaba sujetador, con lo que podía notar perfectamente los pezones erectos bajo la tela. Laura gimoteaba excitada por las hábiles caricias de Carlos.
Sin embargo, ella notó que en esta ocasión algo cambió en la forma en que la trataba su amante. Parecía algo más brusco o dominante, pero no le dió importancia. De hecho, la excitó aún más de lo habitual. Sin casi darse cuenta, ya estaba desnuda, sus piernas separadas para ofrecer su sexo abierto a los expertos dedos de Carlos que primero estimularon su clítoris y después se hundieron entre los empapados labios vaginales en busca del punto G. Generalmente esa maniobra, combinada con una hábil estimulación oral, acababa en un primer orgasmo de ella. Sin embargo, está vez Carlos parecía más ansioso por follarla. Agarrándola de las caderas, hizo que se girara y se colocara a cuatro patas. No era la postura preferida de Laura pero en esta ocasión le resultó de lo más sugerente, se sentía dominada por su hombre y eso la excitaba sobremanera. Carlos le acarició las nalgas y luego le propinó un azote, no tan fuerte como para causarle dolor pero sí lo suficiente como para sentir que su nalga ardía, lo que de nuevo la excitó. A continuación notó como Carlos la penetraba, de nuevo con mayor brusquedad de lo habitual, pero en absoluto resultó doloroso. Su vagina estaba inundada de flujos y el pene erecto de Carlos se deslizó suave pero contundente dentro de ella, arrancándole un gemido de placer. Carlos la sujetó por las caderas y empezó a follarla con una intensidad desconocida. Sacaba lentamente su polla y cuando solo el glande quedaba atrapado entre los labios vaginales, la hundía de nuevo dentro de ella con un brusco golpe de caderas. Laura aullaba de placer con cada embestida, totalmente entregada a la apasionada posesión. Sin dejar de follarla, empezó a estimular su clit, que asomaba erecto cual minúsculo pene. Cuando con la otra mano, colocó el dedo gordo sobre el ojete de Laura para también estimularlo, ella ya no pudo aguantar más y se corrió descontroladamente. Las embestidas de Carlos se hicieron aún más violentas, incrementando y alargando el orgasmo de Laura. No recordaba haber tenido jamás un orgasmo tan intenso. Cuando sus gemidos empezaron a languidecer, Carlos sacó su verga lentamente. Estaba claro que él no se había corrido. Su polla estaba durísima, venosa y empapada con los flujos de la corrida de ella. Entonces, notó que la frotaba entre sus nalgas para mojar su ojete. Laura gimoteo asustada diciéndole que no, que eso no, que eso dolía. Nunca había experimentado el sexo anal, le parecía una guarrada y además pensaba que tenía que ser muy doloroso. Sin embargo, a pesar de sus quejidos, no hizo nada para apartarse o para impedir que Carlos empezara a presionar la punta de su verga sobre el ojete contraído aunque ya bien empapado de flujos. Al principio apenas le dolió, incluso sintió la misma excitación que le producía cuando él acariciaba su agujerito trasero con el dedo gordo mientras le follaba el coño. Aulló de dolor cuando lenta pero implacablemente, el falo penetró su culito virgen. Cuando se la había clavado del todo, Carlos permaneció un rato quieto, de forma que Laura se fue acostumbrando. El dolor disminuyó, pero se sentía humillada, sometida de aquella manera, la cara pegada al suelo, los ojos inundados de lágrimas, el culo alzado en pompa y poseído por aquel hombre tan diferente al que había conocido hasta entonces. Y sin embargo, aquella situación también le causaba una intensa excitación, mucho más profunda que la que le producía una caricia o un buen polvo. Aunque su mente le decía que aquello no era correcto, que esa no era forma de tratarla, su cuerpo, su vientre pedía más y su coño se había vuelto a encharcar. Cuando Carlos empezó a follar lentamente su ano, el dolor de la penetración se confundió con un inesperado y desconocido placer que se irradiaba desde su vientre a todo su cuerpo. Los gemidos de dolor se fueron confundiendo con los de placer. Cuando Carlos intensificó el vaivén de su verga, Laura deslizó su mano hasta su entrepierna para pajear su clítoris, de nuevo tieso y hundir sus dedos en su coño empapado. Carlos empezó a gruñir y jadear de forma salvaje. Cuando Laura notó la cálida sensación de sus entrañas llenándose con el semen, se corrió de nuevo, chorreando sus propios muslos y los de Carlos. Él cayó junto a ella, jadeante, abrazándola por la espalda. Ella estaba confusa. No recordaba una experiencia sexual tan intensa. Aún notaba vibrar de placer todo su cuerpo. Pero no se reconocía a sí misma, entregándose de esa forma, dejándose usar sin contemplaciones. Pensó que tendría que hablarlo con Carlos, que estas cosas no se hacían sin consenso. No sabía que esa noche sería la última que pasaría con él.
En silencio, entraron en la tienda y se durmieron plácidamente. Al amanecer les despertó un fuerte viento que agitaba la tienda. Al salir vieron que tras las dunas una enorme nube avanzaba hacia ellos a ras del suelo.
- Rápido, recojamos todo en el coche, se acerca una tormenta de arena - le apremió Carlos al adivinar de qué se trataba.
Apenas habían empezado a desmontar la tienda cuando la tormenta los alcanzó. De repente el viento se intensificó y la arena les azotó por todos los lados. La visibilidad era prácticamente nula y aunque intentaran mirar, era imposible mantener los ojos abiertos sin que se llenaran de hirientes granos. Llamó a gritos a Carlos, a tientas trató de encontrarlo o de llegar al coche, sin éxito. En realidad, totalmente desorientada lo que hacía era alejarse del campamento. Al principio pensó en no moverse, esperar a que el viento amainara y volver con su novio. Pero no pudo quedarse quieta bajo aquel aluvión de arena que se le colaba por todos los rincones del cuerpo y el viento que le hacía perder el equilibrio continuamente. La tormenta de arena siguió durante horas en las que desesperada anduvo sin rumbo hasta que se topó con tamarindo, un solitario árbol en mitad de la nada que le dio cobijo.
Cuando el viento cesó y el sol volvió a brillar habían pasado horas. Iba vestida con una tanga y una camiseta sin mangas, tal como se fue a dormir. Ni siquiera había tenido tiempo de coger su móvil que quizás le hubiera servido para pedir ayuda. Por la posición del sol dedujo que ya había pasado el mediodía. El calor era intenso y sentía la boca pegajosa de sed y arenilla. Miró a su alrededor. Sólo vio arena y dunas. Ningún rastro del coche o de Carlos. Sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, eligió un rumbo al azar y empezó a caminar. Al cabo de unas horas, agotada y con signos de deshidratación, perdió el conocimiento.
Una fresca sensación de frescor y humedad en su piel la despertó. Al abrir los ojos vió que estaba en una jaima. Una chica, más o menos de su misma edad, estaba refrescando su cuerpo con un paño húmedo. La chica le sonrió al ver que se despertaba. Le susurró algo que no entendió, con una dulce voz. Estaba agotada, la piel le ardía y solo quería volver a sentir el agradable tacto del paño húmedo. Cerró los ojos y volvió a dormirse.
Continuará. Espero que os haya gustado el relato. La idea es continuar con las aventuras y desventuras de Laura en el desierto. Agradeceré cualquier comentario o sugerencia.