Sometida

Sexo y Dominio en el Espacio Exterior

La Capitán Dana era una mujer dura. No se comanda una nave de guerra, una fragata mercenaria, sin serlo de verdad. Es un trabajo duro y variado; a veces carguero mercante, a veces protegían a otros cargueros, y a veces no eran más que corsarios y piratas al servicio de gobiernos y corporaciones.

Era además, una mujer grande; superaba el metro noventa y los noventa kilos. Era alta y fuerte, de formas musculosas y quizá un tanto andróginas, con sus hombros anchos y amplias espaldas, y sus largos y fuertes brazos y piernas, pero no había confusión posible en sus ondulantes caderas, ni en sus grandes pechos, oprimidos siempre bajo el ajustado uniforme y ocasionalmente bajo su coraza balística, porque solía formar parte de las escuadras de abordaje de la nave, la fragata Estrella Oscura. También a su manera, era una mujer guapa; de rostro bello y simétrico, de rasgos marcados pero armoniosos, pese a su gesto serio, casi de permanente disgusto. Llevaba el cabello corto, justo por debajo de las orejas, rubio, y sus ojos eran de un verde jade.

Y era además una mujer muy “caliente”... Su necesidad de sexo era solo igualada por su atrevimiento depredador en los abordajes y maniobras de combate. Se masturbaba enérgicamente antes de levantarse por la mañana y después de acostarse y había días que ni siquiera eso bastaba, y se revolvía inquieta en su sillón de mando, o pasaba toda la noche con su juguete favorito sólidamente encajado en alguno de sus orificios. Tenía fama de haberse acostado con la mitad de los hombres bajo su mando, pero era falso; prefería buscar a sus amantes en tierra, entre el personal de tierra las estaciones R&R o entre las tripulaciones de otras naves... sin distinguir entre sexos. Buscaba a los fuertes, a los más combativos, a los difíciles de dominar, y siempre acababa consiguiéndolo; un par de ellas habían salido de su camarote sollozando, rotas y humilladas... para llamar a su puerta unos dias después, pidiendo más.

Vestía su uniforme azul oscuro y negro con atrevimiento, perfectamente entallado a su musculosa silueta, a veces con la chaqueta de doble botonadura abierta hasta el pecho para mostrar su generoso escote cuando no usaba sujetador, cosa que hacía con frecuencia, lo mismo que, a veces, bajo los leggings que le gustaba usar en vez del pantalón del uniforme (las reglas sobre vestuario eran notoriamente laxas en las naves mercenarias) usaba provocativos tangas de encaje, bóxers elásticos de hombre (le encantaba la arruga que se formaba en la parte delantera y cómo rozaba su sexo cuando estaba excitada) o nada en absoluto.

Pero primero que nada estaba el cumplimiento del deber; el contrato. El trabajo por el que le pagaban.

Y el carguero reconvertido en incursor pirata que trataba desesperadamente de huir de sus cañones era parte integral de él.

Les disparó con su torreta de popa, una descarga de cañones láser, que relampaguearon de forma casi inofensiva contra las pantallas deflectoras de la Estrella Oscura .

-Aún tienen ganas de pelea. -comentó Lone, el contramaestre, un cincuentón alto y delgado, de cabello cano y ojos penetrantes, un auténtico experto en su trabajo.

-Las últimas dentelladas de un tiburón moribundo. -respondió Dana, inflexible. -Walker. -llamó. El aludido, maestro artillero de la nave, se volvió hacia ella, aunque por su mirada ya sabía lo que la capitana iba a ordenar. -Dispara contra su planta de energía principal; queremos la nave intacta.

-No estará pensando en abordar la maldita nave, ¿verdad, Capitán? -inquirió el contramaestre.

-Ese es exactamente el plan. -respondió ella.

La andanada de los cañones de partículas del navío mercenario hicieron que los disparos de su presa parecieran, por comparación, el débil chisporroteo de una cerrilla defectuosa...

La toma de la nave fue rápida y sangrienta. Como muchas naves piratas, la Nauro (un carguero ligero clase Pegaso robado y armado para actuar como incursor) operaba con una tripulación mínima; dieciséis matones mal armados y peor entrenados no podían oponerse a los veinte ex-Marines bien equipados de la fragata mercenaria. Dana participó en el asalto en primera línea, empuñando con eficacia una escopeta de proyectíles sólidos. Solo cuatro piratas sobrevivieron al abordaje, todos tripulantes del puente; el “capitán” fue el primero en rendirse. Dana no pudo sentir más que desprecio ante una conducta tan cobarde.

Sus hombre estaban ahora ocupados en revisar las bodegas del carguero, así que, finalizada la refriega, la capitán se colgó la escopeta del hombro y se desabrochó un lateral de la armadura de fibra balística, bajo la cual solo llevaba un sujetador deportivo negro.

-Bodega principal revisada. -graznó el comunicador en su oído. -Provisiones básicas en su mayoría, y lo que esperábamos; armas y municiones ilegales, en embalajes de la Corporación Sunnband.

-La Comisión se alegrará de ello. Trasladadlo todo a la Estrella y que los técnicos tiendan un cable de remolque. Los prisioneros al bloque de celdas.

-Capitán, hay algo raro. -resonó en el mismo canal la voz de Hammerback, el jefe del destacamento de abordaje. -Solo nos hemos enfrentado a dieciséis hombres, pero hay catorce camarotes dobles, aparte de los individuales de los oficiales, y da la impresión de que estaban ocupados hasta hace poco.

-Eso hace más de treinta hombres. ¿Qué ha pasado con el resto?

-Creo que podemos averiguarlo, capitán. -intervino otro de los hombres. -Tenemos un prisionero.

En un compartimento secundario, hallaron a un hombre.

Se hallaba encadenado, forzado a una postura arrodillada por las cortas y gruesas cadenas que lo anclaban a las paredes. Estaba vestido con un pantalón negro ajustado y una camiseta de tirantes también negra, revelando su musculosa constitución.

“Musculoso” no terminaba de definirlo; sus brazos eran más gruesos que los muslos de muchos hombres. Aunque estaba de rodillas, era evidente dada su envergadura que superaba por mucho los dos metros. Su torso y brazos estaban mostraban unos músculos abultados y tensos como cables de acero, así como un entramado de cicatrices entrecruzadas que hablaban de una vida de guerra y violencia. Desprendía un aura de agresividad contenida, la fiereza de un macho alfa de una manada de depredadores. Su cabello negro, cortado al rape, y los rasgos marcados y duros de su rostro reforzaban esa sensación. Cuando levantó el rostro para mirarla, lo hizo con unos ojos oscuros, del color gris de un cielo de tormenta, de mirada tan intensa que hizo que su sexo se humedeciera.

-¿Quien eres? -le preguntó.

El desconocido la miró durante tres largos e intensos segundos antes de responder:

-Korden. -Su voz era grave y resonante, como el eco de un trueno, o el rugido de un león invernal. Aquella voz bastó para que la ropa interior de Dana se mojara.- Sargento Robert Korden. 2º Batallón de Marines mercenarios de Kurgan.

¡Kurgan! Solo la mención de ese planeta maldito hizo que todos los mercenarios, salvo Dana, dieran un paso atrás.

Kurgan era un planeta hostil a la vida humana, de condiciones climáticas extremas y alta gravedad. Dos siglos atrás, los científicos de la Corporación Drakon habían recurrido a la manipulación genética para crear una raza de super-soldados más fuertes, resistentes y agresivos que cualquier otro. Pero resultaron ser incontrolables, sin más lealtad que la que sentían unos por otros. Tras varios incidentes contra otras tantas corporaciones, en las que decenas de naves espaciales fueron destruidas y miles de hombres murieron, la Corporación Drakon fue destruida, desmembrada, y sus supervivientes, incluidos los super-soldados, fueron desterrados al planeta Kurgan, donde hallaron un medio para subsistir; convertir a sus soldados en mercenarios. Por ello muchas veces se les llamaba drakonianos o Dragones.

Dana era consciente de que no era posible encontrar un hombre más peligroso en todo el universo que un mercenario kurgano.

Pero eso sólo sirvió para que un deseo urgente y animal se apoderara de ella...

-Si te soltamos, sargento Korden, no cometerás ninguna estupidez, ¿verdad?.

El kurgano mantuvo la mirada en ella, recorriendo cada una de sus curvas (deteniéndose un segundo en algún punto por debajo de la hebilla de su cinturón) antes de negar lentamente con la cabeza.

-¿Tengo tu palabra?

-No tengo nada contra vosotros, -respondió; el rugido subsónico habia vuelto, y la vagina de la mujer volvió a estremecerse. -ni ningún contrato me obliga. Soltadme; devolvedme mis armas y mi armadura, e iré con vosotros hasta el siguiente puerto. En paz.

-Soltadle. -ordenó. Un calor acompañado de un estremecimiento ardía en su entrepierna, allí donde el kurgano volvía a fijar su mirada.

-¿Ves algo que te guste? -le dijo, mientras aún se encontraba de rodillas.

El hombre se puso en pie mientras se frotaba las muñecas. Sus hombros superaron la altura de los ojos de Dana, y su tremenda voz volvió resonar.

-¿Y tú?

Definitivamente habia mojado las bragas...

Habilitaron para él un camarote auxiliar, pequeño pero suficiente. Recuperó sus armas (un arma de plasma de haz variable, generalmente demasiado pesado para un solo hombre, una pistola automática de 11 milímetros y un cuchillo de combate del tamaño de una espada corta), y su armadura, la magnífica armadura de combate de los Marines Drakonianos.

Los demás miembros de la tripulación le evitaban. Si entraba en el comedor de la fragata, se hacía un silencio sepulcral; al poco, las conversaciones se reanudaban, pero era evidente que el tema (y el tono) habían cambiado.

Estaba tumbado en su litera (que le quedaba casi medio metro corta) jugueteando con la cadena de sus placas de identificación, cuando unos ligeros golpes resonaron en su puerta.

-¿Sí?

-La Capitán quiere verle en su camarote, sargento. -respondió una voz de mujer. Temerosa, insegura; probablemente la oficial navegante, Lillian.

-Adelante.

Korden abrió la puerta a la que acababa de llamar, y encontró a la capitán sentada en su escritorio, atendiendo su terminal privada del ordenador de a bordo, sin la chaqueta de su uniforme, mostrando sin pudor su sujetador deportivo.

-Pase, sargento. Cierre la puerta. -La voz de la mujer tenía un timbre especial, como de cristal grueso.

Movió la silla a un lado pero permaneció sentada. Apoyó un pie, calzados ambos por las pesadas botas con apliques metálicos y gruesa suela que le gustaba usar, sobre la esquina de la mesa, dejando el otro en el suelo; sus largas piernas cubiertas por los leggings negro brillante quedaron separadas, regalándole una incitante visión del interior de sus muslos.

El kurgano la miró sin reparo.

-¿Ve algo que le agrade, sargento? -le provocó Dana, con una mueca que podría ser una sonrisa, apoyando las manos sobre sus caderas, descaradamente cercanas a su pubis.

-¿Y usted? -replicó el soldado, remedando las primeras palabras que se dirijieron al conocerse. Pero luego continuó -No creo que me haya hecho venir para coquetear conmigo, Capitán.

La verdad era que el mercenario kurgano tenía un aspecto intimidante y atractivo a la vez, de una peligrosa sensualidad, con el ajustado pantalón de su uniforme negro de diario y una camiseta del mismo color, exudando virilidad y dominio físico por cada poro. Permanecía en pie, en posición de firmes, aguardando.

-En efecto, no sólo para eso. -respondió ella, bajando el pie de la mesa e inclinándose hacia adelante. -Aún no sé qué hacer con usted, sargento.

Él la miró con expresión interrogante.

-Afirma que es un agente libre, y que se hallaba bajo contrato de SimpterCorp cuando fue capturado. Que estos se desvincularon por completo de usted, y renunciaron a pagar su rescate y los costes de su repatriación. Asimismo afirma que no debe lealtad a ninguna compañía ni unidad mercenaria existente.

-La misma expresión “Agente Libre” significa exactamente eso, Capitán.

-Y yo debo creerle, basándome solo en su palabra.

-Diga claramente lo que quiere decirme, Capitán.

-Está bien; mi tripulación y yo no nos fiamos de usted, sargento. Las compañías de Marines Drakonianos mercenarios están muy cotizadas, pero los únicos que se encuentran operando por separado de ellas son asesinos, renegados y otros criminales. Violadores incluidos.

-Y la Capitán quiere saber a qué categoría pertenece el hombre que aloja en su bodega, ¿verdad?

-Exacto.

-No soy un renegado; mi unidad fue destruida en la Masacre del Borde Exterior, hace un año. Yo fui el único superviviente del 2º Batallón que llegó a las naves de rescate. Desde entonces no debo lealtad a la Corporación Drakon.

Dana suavizó su expresión. La Masacre del Borde Exterior era un desastre conocido. Nunca una campaña había contado con tropas tan competentes, ni había sido dirigida de forma tan torpe.

-Y si fuera un asesino, un psicópata sediento de sangre, -continuó -me atrevo a decir que a estas alturas, no quedaría nadie con vida en esta nave, más que yo.

-¿Y lo de violador?

-¿Por eso no para usted de exhibirse delante de mí, Capitán? ¿Por eso todo este coqueteo y provocación? ¿Me está poniendo a prueba, viendo a ver si salta el fusible equivocado?

-¿Y funciona? -preguntó ella, con una sonrisa sarcástica.

El Marine mercenario relajó un poco su rígida posición de firmes, recorriendo con la mirada la piel de sus senos que el sujetador dejaba a la vista.

-No voy a negar que la veo como una mujer muy atractiva, Capitán, ni que me excita usted. Hace mucho que no estoy con una mujer; no abundan las humanas normales que puedan manejarse con un kurgano. Pero no voy a violarla.

“A menos que usted así lo desee”

Estas últimas sorprendieron a Dana, pero no varió su postura. Korden había clavado su mirada en el canalillo entre sus pechos. Lentamente, volvió a reclinarse hacia atrás; sus manos volvieron a sus caderas, más cerca de sus ingles. Sus pulgares empujaron el elástico de los leggings hacia abajo, descubriendo su bajo vientre hasta un primer rizo de vello púbico.

-¿Tú que crees? -el timbre de su voz había variado sutilmente; era más suave, y a la vez más autoritario.

-Antes, cuando te pregunté si solo me habías hecho venir para seducirme, dijiste “No, no solo para eso”. ¿Qué querías decir?

-Te voy a ofrecer una oportunidad de quedarte con nosotros. Si me gusta cómo te comportas, te quedas; si no, te descargo en la próxima estación de tránsito. Así que esmérate.

Y diciendo esto, volvió a tirar hacia arriba de la cintura de sus leggings, hasta que su vulva quedó bien marcada en la entrepierna de la prenda. Y el brillo que apareció no era solo de la tela.

Korden se arrodilló frente a ella, entre sus piernas, y sin más dilación hundió su rostro en su sexo. Aún sobre la tela, el roce de su cara contra los labios de su vulva fue lo bastante intenso como para hacerla gemir suavemente:

-Mmmm, de momento, no está nada mal. -dijo, entre jadeos, mientras apoyaba los tacones de sus botas sobre la espalda del gigante. -Pero vas a tener que aplicarte más, grandullón.

El kurgano redobló sus energías, y los gemidos de la mujer se intensificaron, mientras las primeras sensaciones placenteras comenzaban a irradiar de su sexo. El mercenario apartó el rostro y hundió un pulgar en la tela empapada; con cada embestida, un jadeo más intenso escapaba de la garganta de Dana. Entonces, guiado solo por el tacto, pellizcó un punto exacto entre los labios de la vagina de la capitán arrancándole un quejido; lo repitió, y otro quejido, aún más prolongado, anunció que la mujer se estaba corriendo.

Pero necesitaba más. Dana necesitaba más, y aquel maldito gigantón no parecía dispuesto a dárselo. Se llevó la mano a la entrepierna, por dentro del ajustado pantalón, hundió tres dedos en su coño anhelante, palpitante y ya encharcado; con fuerza, con rabia, buscando enérgicamente el orgasmo que tanto ansiaba.

Y entonces estalló. Un pequeño chorro de fluidos escapó de su sexo, empapó su mano y la ya húmeda tela de los leggings. Se retorció de placer en la silla; a punto estuvo de caer al suelo, de no ser porque el kurgano la retuvo. Sus sentidos se nublaron por un momento, un decepcionante y frustrantemente breve momento. Su respiración que se había disparado, recuperaba su ritmo normal.

Y entonces sintió unas manos sobre sus caderas, ascendiendo por su cuerpo hasta sus pechos. Cuando abrió los ojos, lanzó una mirada dura y furiosa al Marine drakoniano.

-Jodido eunuco. -le espetó. -Eres un puto inútil. ¡La próxima vez que una mujer te diga que la folles, hazle caso y empleáte a fondo, joder!

Fue a levantarse, con intención de echar al kurgano de su camarote y luego desahogar su frustración con una buena sesión de vibrador, pero el mercenario la obligó a sentarse otra vez. Lo hizo con un leve empujón, casi un gesto desganado, pero de una fuerza irresistible.

-¿Quién ha dicho que hubiera terminado? -gruñó el hombretón.

Y dando un tirón seco a las patas de la silla la hizo caer de espaldas contra el duro suelo metálico. El impacto la cogió por sorpresa, sacándole todo el aire de los pulmones, pero entonces notó que Korden la cogía por un tobillo y tiraba de ella hacia sí.

-La Capitán está acostumbrada a mandar, ¿verdad? -le oyó decir. -Pues eso no va a pasar.

Dana lanzó su pierna libre en dirección al mercenario, pero este apartó la bota sin esfuerzo y aprovechó para obligarla a girarse boca abajo. Metió su mano, su enorme mano derecha entre los muslos de la mujer; dos dedos se hundieron en su sexo, pero el pulgar oprimía entre sus nalgas, clavándose en su ano y arrancándole un quejido de dolor.

-Lo haremos a mi manera. ¿Estás de acuerdo?

-S..Sí. -consiguió articular.

La mano que no forzaba su intimidad le estaba retorciendo el brazo en una llave inmovilizante.

-No voy a violarte, Dana, pero tampoco voy a dejar que me eches antes de haber empezado siquiera. -declaró el mercenario.

Y diciendo esto, le soltó el brazo. La presión sobre su ano también disminuyó. Un poco.

-Ponte a cuatro patas.

Su voz carecía del tono cortante de hacía un momento. Dana obedeció, quedando apoyada sobre sus manos y sus rodillas, temblando.

-Acostumbrada a mandar, ¿eh? A llevar la voz cantante, y ser obedecida.

Dana asintió.

-Hoy no tienes que preocuparte de eso. Limítate a disfrutar.

Y sintió cómo una enorme manaza se deslizaba sobre sus nalgas, por su perineo y entre sus piernas, hasta cubrir todo su monte de Venus con sus fuertes dedos. La otra mano fue directa a sus pechos. Dana siempre pensó que tenía un par de enormes tetas, pero la manaza del kurgano las abarcaba sin ningún problema. Mientras la mano derecha tocaba su sexo empapado, la izquierda masajeaba enérgicamente sus pechos, pellizcando un pezón aún por encima del sujetador deportivo.

-Tengo un problema. -le susurró al oído. Su aliento en su oreja la hizo estremecer. -Y es que me gustas mucho con tus botas puestas, pero el pantalón me estorba para follarte en condiciones. -y le dio un sonoro cachete en las nalgas. -¿Que quieres que haga? ¿Te lo quitas, o lo rompo?

Un murmullo ininteligible surgió de su garganta.

-¿Que dices?

-Lo que tú quieras. -consiguió articular.

¿Qué le estaba pasando? Ella era la tía dura, la capitán de una nave de guerra, la que se follaba todo y a todo el que le apetecía hasta que pedían clemencia, y ahora hela aquí, gimiendo como una perra y a merced de un hombre, un desconocido.

Pero se sentía tan bien allí, como un juguete entre sus grandes manos...

La tela elástica se rasgó con un largo crujido (le hizo un poco de daño al romper de un tirón la cinturilla elástica), y quedó asi, con el culo y el sexo expuestos y las perneras de los leggings en las piernas como si de dos burdas medias se tratara.

-Me gusta ver a una mujer sin bragas y con el coño chorreando. -declaró el kurgano.

-Para. -le pidió con un hilo de voz. -No hables así.

Korden le propinó un fuerte manotazo en el trasero que la hizo saltar de dolor y sorpresa. Al primero le siguió otro, directamente entre las nalgas, que hizo que su esfínter se estremeciera. Un tercero, mas suave, impactó de lleno en su vulva, arrancándole un chillido. Luego, sus asperos dedos rozaron apenas su sexo palpitante y sensible, y ella bajó aún mas el cuerpo, hasta que sus pechos tocaron el suelo de la cubierta, a la vez que separaba un poco más las rodillas, exponiendo su sexo. Un grueso dedo se deslizó entre sus labios hasta el mismo fondo de su vagina, provocándole un estremecimiento ante lo inesperado y repentino de la invasión, pero el dedo penetró suave y profundamente en su cuerpo; tan húmeda y excitada estaba la mujer. Un gemido escapó de entre sus labios; un gemido lleno de lujuria y deseo.

-Mmm. ¿La Capitán se corre con un solo dedo?

Y un segundo dedo se introdujo en su coño, llenándola, dilatando el túnel interior. El gemido fue más alto, casi un grito. Los dedos salieron de su interior, para volver a entrar, y otra vez, y otra, y otra. En una ocasión salieron y recibió un nuevo cachete en la vulva que le arrancó un quejido, para luego volver a invadirla por completo. Su coño ardía, se estremecía, palpitaba, llenándola de un placer como pocas veces había sentido. Y entonces un tercer dedo se unió a los otros dos, llevando su sexo al límite y haciéndola gritar de placer. Las fuerzas le fallaron durante un momento, mientras su cuerpo era recorrido por el intenso orgasmo, desde los dedos de los pies dentro de las botas hasta el último cabello. Quedó allí tendida de lado en el suelo de su propio camarote, medio desnuda, al capricho de un hombre.

-Ven. -le dijo, mientras volvía a poner la silla derecha y se sentaba en ella.

Ella fue a ponerse en pie, pero él se lo impidió.

-Ven hasta mí a cuatro patas.

Dana se apoyó otra vez sobre sus manos y gateó hasta Korden. Cuando llegó hasta él, se irguió un poco, quedando en cuclillas entre los muslos del hombre, apoyando sus manos sobre las rodillas del guerrero, deslizándolas por encima de la fuerte tela del pantalón de su uniforme. Levantó la vista para mirar a aquellos ojos grises; el kurgano no dijo nada. Una mano desabrochó la hebilla de plástico del cinturón, mientras la otra palpaba el considerable bulto de la entrepierna de Korden. Su respiración se hizo más agitada; no importaba que ya hubiera alcanzado dos orgasmos de gran intensidad: si existía la posibilidad, quería más.

Y que los demonios se la llevaran; estaba disfrutando el ser sometida...

De un tirón desabrochó los botones y hundió su mano en los bóxers, hasta aferrar el gran volumen de su miembro, que extrajo con asombro. Sabía que debia ser grande, pero no esperaba aquel pedazo de

carne

. Casi tan largo como su antebrazo, y grueso como su muñeca, suave al tacto, pero duro como una piedra. Latía en su mano, como con ansia, y una gota de líquido que parecía hacer equilibrios en la punta.

Korden pasó una mano por su pelo, hasta detrás de su oreja, y Dana supo enseguida qué debía hacer; abrió un poco la boca y, sin apartar sus ojos verdes de la mirada acerada de Korden, sacó la lengua y recorrió con ella, lenta y lujuriosamente, el tronco de aquel enorme miembro, hasta la gruesa cabeza, recogiendo el espeso líquido y saboreándolo. Luego, se introdujo el extremo del miembro en la boca, sintiendo su volumen en el paladar, su calor y su sabor en la lengua. Lo deslizó lentamente por el interior de su boca hasta la entrada de la garganta, previniendo la arcada, degustando cada centímetro de aquel falo.

Korden emitió un sordo jadeo.

Dana apartó una mano del pene de Korden y la deslizó hacia abajo, hasta envolver con ella los grandes y duros testículos del kurgano, cálidos y tersos al tacto, acariciándolos, sopesándolos y masajeándolos, cepillando entre sus dedos el vello que los recubría. La otra mano rodeaba el grueso miembro y lo agitaba suave pero firmemente arriba y abajo, sintiendo cómo la piel que lo recubría se deslizaba con cada movimiento. La respiración del mercenario kurgano se iba haciendo más agitada, a la vez que su miembro palpitaba cada vez más intensa, más rápidamente. Y entonces, con un gruñido, el gran pene lanzó un chorro de espeso semen directamente al paladar de la mujer. Dana se atragantó, sacó el miembro de su boca para poder respirar, y los siguientes goterones salpicaron su cara, sus pechos y el sujetador que los cubría, hasta el vientre de la mujer, en un orgasmo arrollador.

La capitán tragó, deglutió la corrida que le llenaba la boca, mientras luchaba por recuperar el dominio de sí misma. El kurgano la miró, jadeando ligeramente.

Durante unos minutos, ninguno habló. Sólo se miraron. ¿Qué me has hecho, desgraciado?

Pensó para sí.

¿Cómo me has convertido en una esclava, en un juguete?

Pero lejos de reproches, los ojos verdes de la mujer reflejaban una sola cosa: deseo. Y su lengua recorrió sus labios, en un gesto más elocuente que cualquier palabra:

Más.

Entonces, Korden se puso en pie y, cogiéndola por la cintura, la levantó en vilo y la sentó sobre el escritorio, apartando de un manotazo papeles, documentos y el terminal del ordenador. Al contrario de lo que se estilaba, el sexo de Dana estaba cubierto de una espesa pero pequeña capa de vello rubio y rizado, brillante ahora por el flujo de la excitación.

Sin preámbulos, Korden encaró su mástil en la húmeda entrada de su coño y con un lento empujón, fue enterrándolo poco a poco dentro del cuerpo de Dana. La mujer gritó y se retorció, arqueando la espalda, intentando escapar de la presa de hierro de las manos del kurgano y del falo que la atravesaba; el grito fue de dolor e indefensión. Korden se apartó un poco, extrayendo su miembro del ardiente interior de la mujer, para luego volver a entrar hasta el mismo útero, y un nuevo grito surgió de su garganta, pero esta vez, de placer, de gozo. Aquel era el miembro más grande y duro que jamás la hubiese penetrado; invadía cada rincón de su sexo, la llenaba por completo. A la tercera embestida, su cuerpo se había amoldado al volumen y el dolor prácticamente había desaparecido. Como la resistencia de la capitán. El uno sustituido por el placer; la segunda, por el deseo de complacer al hombre. Al cuarto embate, fuerte como la embestida del espolón de una nave de abordaje, un grito escapó de su garganta; había estado a punto de correrse. Al sexto lo consiguió; un orgasmo intenso y casi doloroso, que hizo que su vagina se contrajera y se inundara, que cegó sus sentidos y la dejó sin fuerzas.

Casi volvió a correrse cuando Korden retiró lentamente su falo del interior de su cuerpo, y un borbotón de fluido escapó de su vulva enrojecida. Jadeaba intensamente.

-La capitán es una guarra, además de una puta, ¿eh? -murmuró el gigante. Pese a su pretendida dureza, el tono fue amable casi tierno. -Mira cómo te has puesto.

El fluido escapaba de sus labios enrojecidos como un auténtico torrente, corriendo por sus ingles y nalgas, empapando su culo y la mesa de trabajo. Ella le miró; el sudor empapaba además el rostro de Dana, lo mismo que su cuello y el sujetador, la única prenda que conservaba, además de la botas. En algún momento, él se había desprendido de su camiseta negra, mostrando su torso musculoso y macizo, perlado de sudor.

Pero la enorme polla que asomaba por el pantalón seguía firme y dura como una piedra.

De un tirón, le bajó un tirante del sostén, dejando escapar una de las enormes tetas de Dana; blanda, cálida y cubierta de sudor, adornada con una aureola grande y un pezón menudo. Mientras la manaza del kurgano empezaba a amasar la gran mama, ella le miró a los ojos, con una mirada entre complacida y desafiante. Respondiendo a aquella mirada, Korden dejó que su miembro se apoyara sobre el monte de Venus de la mujer, frotándolo suavemente sobre el vello de su puvis, humedeciendo los rizos dorados con su liquido preseminal y rozando el clítoris son el tronco.

Si Dana esperaba otra embestida a su chocho, iba a sentirse engañada.

Engañada pero no decepcionada.

Se apartó un poco de ella y, en tono autoritario, dijo:

-Date la vuelta.

Ella bajó de la mesa y se dio la vuelta. Intuía lo que le esperaba, pero no podía impedirlo; ni siquiera negarse.

Con una mano sobre su espalda, él la obligó a tumbarse sobre la mesa, mientras con la otra le separaba las nalgas. Allí estaba su ano, pequeño, palpitante, completamente inundado de fluido vaginal. Guió el pene con la mano, hasta apoyar la cabeza en la entrada del ano de la mujer, antes de aferrarse a sus caderas...

-No... -consiguió articular la mujer. Su voz había quedado reducida a un leve jadeo.

No tuvo ningún efecto.

Con un movimiento de cadera, Korden presionó su pene contra el esfínter; al principio halló resistencia, el pequeño anillo se resistía a ser violado. La mujer se revolvió ligeramente, a la vez que emitía un gemido. Pero el hombre empujó más, y el ano de la mujer cedió finalmente. Ella gritó cuando la gruesa barra de carne entró finalmente en su cuerpo, abriéndose paso en su recto hasta llenar sus entrañas. Korden jadeó: notaba el ano de la mujer apretado y caliente, y eso solo aumentó su excitación. Paró de empujar y sacó su miembro, solo un poco, para volver a embestir, enterrando su polla aún más profundamente en el culo de Dana, arrancándole un nuevo grito, mitad chillido mitad gemido.

Una mano se agarró al codo de la capitán, mientras el otro seguía aferrado a su cadera. Otro embate, y el gemido cambió, y ella levantó una pierna para apoyar la rodilla sobre la mesa. Los testículos del kurgano chocaron finalmente contra las nalgas de ella. Ella tenía los ojos cerrados para soportar mejor el encuentro. Otra embestida, y otra, y otra; perdió la cuenta de cuántas veces la enorme polla se enterró dentro de su culo, hasta que abrió los ojos y vio a Lillian, la menuda oficial navegante, en el quicio de la puerta, mirándola con los ojos como platos y tapándose la boca con la mano.

La menuda muchacha estaba paralizada; no todos los días te encuentras a tu admirada capitán, la mujer más dura del sector, medio desnuda con la ropa desgarrada, y siendo sodomizada. Permaneció allí de pie, estupefacta, con un fajo de papeles resbalando de su mano, hasta que Korden la miró a su vez; entonces se volvió y salió corriendo.

-¿Crees que le ha gustado lo que ha visto? -le susurró al oído.

Dana no respondió; sentía el miembro de Korden palpitando dentro de su ano. Iba a correrse, y ella también. El hombre la rodeó con los brazos para penetrarla aún más profundamente, con una mano cogiendo su pecho desnudo, cuando su miembro descargó un torrente de esperma en su interior. Acto seguido, el cuerpo de ella estalló en un orgasmo que hizo que se orinara. Y acto seguido, él la soltó, para apoyar la espalda en el mamparo del camarote. Ella quiso apoyarse en la mesa, pero las fuerzas le fallaron, y cayó de rodillas al suelo.

Entonces todo ocurrió de golpe; dos hombres armados, miembros de su tripulación, el Teniente Hammerback y el Contramaestre Lone, irrumpieron el el camarote, apuntando al kurgano con sendos subfusiles. Hasta Lillian, tras ellos, empuñaba una pistola con ambas manos.

-¡Apártate de ella, cabrón! -rugió Hammerback.

-¡Capitán! ¿se encuentra bien? -se interesó Lone, queriendo ayudarla.

A Dana le costó un segundo recuperar la compostura. Vio a Korden contra el mamparo, con las manos en alto, pero con una mirada asesina en los ojos, y supo que debía actuar; era perfectamente capaz de desarmarlos y matarlos a todos antes de que pudieran reaccionar.

-Estoy bien, ¡estoy bien! -respondió -¡Hammerback, atrás! Bajad todos las armas!

Los tres miembros de la tripiulación se miraron entre ellos, perplejos, y luego a ella. Se había puesto en pie; allí estaba, con el pantalón desgarrado y un pecho fuera, con semen salpicando su cara y su torso, y más semen y orina resbalando por sus muslos, pero en pie, como si su aspecto no importara.

-Retiraos, chicos. -su voz era tranquila, calmada. Su tono, imperioso. -Todo va bien.

-Señora, creímos que la estaba...

-El Sargento Korden se ha entrevistado conmigo. -le interrumpió ella, con un gesto de la mano. -Me ha dado lo que necesitaba, que era más de lo que quería. -Ahora, largáos. Todos

Dana pasó el resto de la tarde en su camarote.

Se duchó dos veces. Al salir del cuarto de baño la primera vez, envuelta en una toalla, observó la ropa tirada por el suelo, su camarote desordenado. Para cuando lo hubo ordenado y recogido, volvía a sentirse sucia, y volvió a la ducha. Se enjabonó a conciencia, y hubo de hacer maravillas para vaciar sus intestinos en el desagüe. Volvió a salir, se puso la única camisa que le quedaba holgada, y las bragas más suaves que tenía. Durmió como una niña, pese a los dolores que su encuentro le había dejado.

-Capitán en el puente.

-Descansen.

Todas las miradas se volvieron hacia ella. Y no era para menos, aunque no hubiera habido otra razón. El rumor de su “entrevista” con el kurgano, y su poco decoroso aspecto cuando la hallaron había corrido como la pólvora. Pero las bocas callaron cuando la vieron.

No vestía uno de sus ajustados y provocadores conjuntos, leggings y chaqueta abierta, que eran habituales en ella; ni siquiera el uniforme completo de oficial. En lugar de eso, la capitán Dana llevaba una armadura xantiana de metal flexible; una fina capa de brillante metal inteligente, ceñida a su cuerpo como una segunda piel, que se amoldaba a su espectacular figura y a sus movimientos. En realidad era solo una media armadura; el conjunto se completaba con una serie de piezas más gruesas y rígidas que se anclaban a la base flexible. No era tan potente ni resistente como una armadura drakoniana, pero era mucho mas ligera y flexible,

Algunas de las piezas adornaban sus hombros y piernas, pero desde los muslos hasta por encima de sus senos, era casi como si estuviera desnuda. En su mano izquierda llevaba el casco de visor de cristal dorado; la derecha se apoyaba en la culata de su pistola de 10mm.

Tras ella, entró Korden, el Marine Drakoniano, con su armadura de combate completa salvo el pesado casco, que llevaba en el hueco del codo. La armadura había cambiado de color, adoptando el camuflaje gris y negro de los Marines a bordo del Estrella Oscura, con insignias rojas en un hombro. Insignias de Sargento Mayor...

-El remolcador autónomo Truhán ha completado el anclaje de la Nauro , Capitán . -anunció Lone, tras unos segundos de vaciación. -Efectuará el Salto al Hiperestacio en dos minutos, treinta segundos.

-Rumbo a la Estación de tránsito establecido, Señora. -anunció Lilian, la navegante. -Ingeniería informa que el reactor principal está al 100% y listo para el salto.

-Cambio de planes. -terció Dana, mientras se sentaba en el sillón de mando. Lo hizo con cuidado; aún le dolían ciertas partes del cuerpo. -Comunicaciones; envía un mensaje a la estación de tránsito. Estrella Oscura solicita cumplir ahora el permiso de descanso que se le debe desde hace un mes. Motivo: cese de actividad pirata en sector V-14/21; reparaciones y reabastecimiento necesarios; descanso del personal, imperativo. Destino; Estación D&R (Descanso y Recreo) Argo .

La tripuación emitió suspiros de gozo y otras expresiones de alivio. Seis meses en el espacio habían resultado agotadores.

-Navegante, efectúe el oportuno cambio de rumbo. -continuó la capitan, cruzando las piernas, rematadas por las pesadas botas. -Contramaestre, anote los cambios en el cuaderno de bitácora. Sargento Korden...

-Señora. -respondió el kurgano.

-Queda encargado de entrenar al grupo de abordaje en tácticas de asalto en 0 G. Pero venga a verme a mi camarote a las 18:00. -su dedo enguantado recorrió la parte posterior del muslo del soldado.

-Como usted ordene, Capitán. -repuso el kurgano. Y añadió, con un susurro, bajando la cabeza hasta la altura de Dana -¿Desea algo en particular?

-Lo que usted quiera. -respondió ella, con una sonrisa pícara e increíblemente femenina. -Pero, por favor; esta vez, házmelo con ternura...

-Esa tarea tendré que aprenderla, Capitán.

-Yo te enseñaré. -respondió, besándole la mano con ternura...

Fin