Sombras en la noche
Dos desconocidos tienen una cita a ciegas en una habitación de hotel...
Ha pasado ya mucho tiempo y, sin embargo, aun tiemblo cuando lo recuerdo.
Todavía hoy no sé quién eres y sé que moriré sin descubrirlo. Esa es la clave que hace de esta historia algo único y especial.
Cuando comenzamos a hablar nunca sospeché que nos conociéramos pero, claro, nuestra ciudad no es demasiado grande. Puedes ser un amigo, un compañero de estudios, un familiar lejano, el marido de alguna amiga o conocida, el carnicero de mi barrio o cualquier hombre que forma parte de mi círculo más o menos cercano. Puedes ser cualquiera y eso hace que todo esto sea tan morboso.
Acepté tu propuesta con una mezcla de deseo y desconfianza, pero me encanta experimentar nuevas sensaciones. Me ofreciste hacer algo nuevo para mí, algo que nunca antes me había planteado y decidí vivir la experiencia porque hay trenes que no deben dejarse pasar.
Me citaste en un hotel de la ciudad. Tu me diste el número de habitación y yo me presenté a la hora pactada. Todo estaba perfectamente hablado. La puerta estaba abierta y la luz apagada. Nunca llegaríamos a vernos el rostro y debíamos hablar en susurros.
Por el sonido de tus palabras soy incapaz siquiera de imaginar quién puedes ser, pero el aroma de tu piel y la calidez de tus besos se han quedado tatuados para siempre en mis recuerdos.
Esa noche fue una de las pocas ocasiones en las que puedo decir que hice verdaderamente el amor con un desconocido. Hubo feeling desde el primer beso, desde la primera caricia.
Recorriste todo mi cuerpo con tu lengua, dibujando con tu saliva mi placer. Comiste mi culo como pocos supieron hacerlo hasta llegar a hacerme correr de gusto sin ni siquiera tocar mi clítoris. Solo con tu lengua en mi culo conseguiste mi primer orgasmo. En ese momento, sabía que quería entregarme por entero a ti, ser completamente tuya por unas horas.
Hicimos un 69 fenomenal, por el grosor en mi boca sé que tienes una polla muy bonita, gordita y larga. El capullo grande y bien redondo. Sabrosa y no demasiado babosa. Sólo te mojas cuando ya te has corrido. Nos corrimos a la vez, mi jugos en tu boca y tu corrida en la mía.
Dedicamos buena parte del tiempo a besarnos y acariciarnos. Al no poder utilizar el sentido de la vista, el del tacto y olfato se vuelven más intensos. Te vuelves más sensible a las caricias y tu cuerpo tiembla cuando sientes la mano o la boca del otro sobre ti.
Apenas hablamos, no hacía falta. Yo podía adivinar en cada momento lo que tu querías hacer conmigo. Por eso, en cuanto sentí que cambiabas de postura y comenzabas a ponerte sobre mí abrí mis piernas para hacerte más fácil el camino a mi paraíso.
Me penetraste despacio, como si estuvieras desvirgándome y temieras hacerme daño. Fue un sexo suave, lento, con cariño y cuidado. Lo sentí así, especial. No paraste de besarme y tocarme.
Saliste de mi coño para darme vuelta y colocarme boca abajo. Penetraste mi culo y te echaste sobre mí. Todo tu peso en mi espalda traducido en puro placer. Tus gemidos en mi oído y tu aliento caliente hacían que mi placer aumentara por instantes. Ahí decidiste volver a correrte y me hiciste muy feliz.
Con mis agujeros aun palpitando comenzaste a comerme de nuevo y me regalaste un nuevo orgasmo que comenzó con tu lengua y terminó con tus dedos. Recuerdo retorcerme como nunca y mojar las sábanas como pocas veces.
La habitación comenzó a oler a sexo, a cuerpos calientes, a placer.....
Resultaba extraño para mí, pero sentía que nunca acababa de llenarme de ti. Recién salía de un orgasmo y ya tenía ganas de volver a tenerte dentro de nuevo.
Nos corrimos aun varias veces hasta que la alarma del reloj nos sacó de ese sueño.
Entre al baño, me di una ducha y me vestí. Mientras el agua recorría mi cuerpo intentaba relacionar lo que acababa de sentir con algo que me resultara familiar pero fue imposible. Te dí un beso que sabía a despedida y me fui de aquella habitación y de ti para siempre. Al menos de tu parte más especial, más maravillosa.
Estoy segura que aun nos cruzamos e incluso hablamos, pero no logro reconocerte en ninguna palabra, en ninguna sonrisa, en ningún gesto....
Tu sabes quién soy yo y por eso juegas con ventaja, pero no me importa. No sé muy bien por qué pero confío en ti.
Y, si me lees, por aquí te doy las gracias por aquella noche.