Solos en el vestuario

Un relato muy eléctrico y explícito sobre un encuentro fortuito en las duchas de un vestuario, un arranque de locura que termina en satisfacción mutua y que calma la sed, pero no sólo con agua.

Quedaba poco para que cerraran el centro deportivo, así que me imaginé que los vestuarios compartidos estarían casi vacíos. Cogí mis cosas de la taquilla, fui al vestuario masculino, dejé todo sobre un banco y miré alrededor. Solo había dos hombres más, uno que ya estaba recogiendo para marcharse y otro que acababa de llegar. Resultó ser el chico que nadaba en mi misma pista, y su cuerpo ya me había llamado la atención en la piscina. No era muy alto y era bastante delgado, pero tenía un cuerpo fibroso. Sin las gafas de nadar, pude ver que sus facciones eran muy bonitas. Barba bien arreglada, ojos almendrados de un precioso color miel y una nariz prominente que me dibujó una sonrisa maliciosa. Mis amigos y y tenemos la teoría de que una nariz grande equivale a un buen rabo, y me quedaba poco para verlo y seguir validando nuestra teoría.

El otro hombre se marchó y nos quedamos solos. El chico, que hasta entonces me había dado la espalda algo tímido, se quitó el bañador y se puso las chanclas para ir a las duchas, y fue entonces cuando lancé una mirada furtiva para verle en su máximo esplendor. Y ahí estaba. Tal y como me había imaginado, tenía una polla magnífica. Incluso en reposo, tenía un grosor considerable y era venosa, carnosa. Me puse algo nervioso porque empecé a tener una erección y no quedaba mucho tiempo para que cerrasen los vestuarios, así que iba a tener que entrar así a la ducha. Además, el ejercicio me calienta muchísimo y cuando llego a casa siempre termino haciéndome una paja.

Cogí el gel y el champú y entré en las duchas, mi polla algo crecida golpeando los muslos al andar. El chico estaba frente a mí y seguía dándome la espalda mientras empezaba a jabonarse el cuerpo. Yo estaba cada vez más caliente y cuando me puse bajo el grifo de agua a presión, dejé a propósito que los chorros cayeran con fuerza sobre mis pezones como suelo hacerlo en casa. Una descarga eléctrica empezó a recorrerme el cuerpo, desde los pezones hasta los dedos de los pies y de las manos, haciendo que mi polla creciera sin poder evitarlo. Aunque estaba de espaldas a él, ya no iba a poder esconder aquello.

Giré la cabeza para mirar al chico y vi que se había dado la vuelta, de manera que pude verle el rabo en medio de la espuma que cubría su cuerpo. Había crecido un poco y se había empezado a levantar, y pude ver que parte del glande rojizo empezaba a asomarse. Ya no estaba tan vergonzoso y se topó con mi mirada. Me sonrió, pero de una manera un tanto burlona. El chorro de agua me caía ahora sobre el pezón izquierdo, el que más sensaciones me suele producir, y sin dejar de mirarle entrecerré los ojos por el placer y abrí la boca para que el agua corriera por ella. Me di la vuelta y el chico pudo ver mi polla totalmente erecta, como pocas veces suele estar. La verdad es que tengo un buen aparato, que pasa desapercibido en reposo, pero que cuando se activa llega a sus buenos 18 centímetros y es muy gordo, tanto que pocas veces consigo hacer de activo. Y en ese momento, incluso me palpitaba. Así que me la agarré con la mano derecha mientras me pellizqué el pezón con la izquierda, y empecé a masturbarme con tranquilidad sin quitar ojo de su polla, que en aquel momento ya había crecido y lucía increíble, no tan gorda como la mía pero más larga.

Me olvidé de dónde estábamos y de la hora que era. Solo éramos él y yo, disfrutando de la visión de nuestros cuerpos encendidos. Él también empezó a pajearse, pero más rápido que yo, como con cierta furia y urgencia. Toda la timidez había desaparecido y salía el erotismo que guardaba. El vestuario se llenó de vapor y hacía cada vez más calor. Yo sentí que mi polla iba a estallar en cualquier momento, porque apenas me cabía en la mano. Empecé a sentir el cosquilleo previo a la corrida, que me empezó a subir desde la base hasta que fue llegando al frenillo, y en ese momento supe que no podría aguantar mucho más. Le miré buscando sus ojos, él me miró de vuelta con cara de éxtasis, y me corrí como nunca. No pude evitar que un par de gemidos fuertes escaparan de mi boca, pero no me importó. La corrida me saltó al pecho y al cuello, y las últimas gotas me cayeron a los pies. Mientras él seguía masturbándose duro, yo le complací esparciendo la corrida por mi cuerpo, frotando un poco más los pezones y llevándome los dedos a la boca para chuparlos y tragar la esencia.

Su polla estaba roja y le quedaba poco para estallar, así que abandoné mi ducha, me arrodillé frente a él, y dejando que el agua cayera sobre mi cabeza y mi cara, me la metí entera en la boca y empecé a jugar con aquel monstruo todavía temblando de placer. Estaba en tal estado de excitación, que mi rabo seguía como una piedra y me creí capaz de correrme otra vez, así que acompañé la mamada con una segunda paja, esta vez con rabia y velocidad. El chico me agarró la cabeza, levanté los ojos y pude ver, por la cara que ponía, que el final estaba cerca. Y así fue. Cuatro chorros de lefa me llenaron la boca, dándome en el paladar, en la lengua y en plena garganta. Era más amarga que la mía, pero la tragué. Y mientras sus embestidas en mi boca iban parando lentamente, me sentí tan pleno que mi polla volvió a explotar y la corrida, más pequeña que la primera, me la guardé en la mano. Me levanté, quedé a su altura y nos besamos alocadamente, llevados por el subidón. Me agarró la mano y se la llevó a la boca, y saboreó la corrida de mis dedos hasta que no quedó nada.

Dieron el aviso por megafonía de que quedaban cinco minutos para el cierre, así que nos terminamos de duchar rápido y no intercambiamos palabra hasta que nos despedimos, sabiendo que la semana siguiente, el mismo día y a la misma hora, intentaríamos repetir la jugada.