Solo una vez más (versión correjida y ampliada)

Esta vez no es el hijo el que se rompe los brazos, o está malo y la madre tiene que cuidarlo. ¿Qué pasaría si una madre tiene que exponerse ante su hijo?

Era un precioso día de campo, soleado y caluroso. Margarita y unas amigas habían ido a pasear y a darse un baño al río. Para aquellas mujeres maduritas, salir de vez en cuando a pasear por el campo era una liberación. Sobre todo para Margarita. Era la divorciada del grupo. Todas las demás seguían casadas, aunque más de una no aguataba ya a su marido.

Conocían un bello rincón en donde el río formaba una especie de playita. Los fines de semana estaba lleno de gente, pero entre semana lo tenían habitualmente para ellas solas. Se ponían sus trajes de baño, las más lanzadas un bikini y Petra, la más 'moderna', a veces hacía top-less. Por allí no solía pasar nadie esos días.

Margarita se dio un chapuzón. El agua fresquita era una delicia. Nadó un rato, sin meter la cabeza en el agua mientras las demás tomaban el sol y hablaban. Cuando salió, se secó con la toalla y se sentó en la fresca hierba. Como la toalla estaba mojada, la puso a su lado extendida para que se secara.

Se unió a la conversación. Ponían a caldo a una amiga que no estaba, por supuesto.

Rieron durante un buen rato, despellejando a la ausente, hasta que Petra, que ese día no tenía las tetas al aire, dijo.

-¡Margarita! Creo que estás sentada sobre hiedra venenosa.

-¿Qué?

-Levántate. Te va a salir urticaria, seguro. Y eso pica...Uf

Margarita no entendía nada. Puso las manos en el suelo, sobre aquella hierba, y se levantó. Las amigas la miraron. La piel interna de los muslos ya se le empezaba a poner roja.

-Petra tiene razón, Marga. Te está saliendo sarpullido.

Ella hasta ese momento no había sentido nada, pero de repente, empezó a notar picor. Se rascó la zona y empezó el dolor. Notó ronchas en la piel.

-No te rasques, que es peor - le decían sus amigas.

-Pero me pica, coño.

-¿Que te pica el coño?

Todas rieron. Todas menos Margarita.

-Joder, no se rían. No será grave, ¿no? - preguntó, mirando a Petra, que parecía la más entendida.

-No, pero te picará varios días. E irá a peor. Mejor vamos al ambulatorio para que te manden una pomada

-¿Me llevas?

-Claro - respondió Petra- Chicas, vosotras seguid aquí, y no se acerquen a esa planta.

Subieron al coche de Petra y arrancaron, dirigiéndose al médico. El picor y es escozor fue en aumento. Margarita se dio cuenta de que las manos también se le empezaban a poner rojas. Las palmas y  los dedos.

-¡Petra, mis manos...También mis manos!

-Claro. Te apoyaste al levantarte.

Como buenas españolitas, fueron a urgencias. Esperaron media hora a que les tocara. Cuando por fin las llamaron y el médico de guardia la examinó, le dijo que no se preocupara. Comentó que aunque la reacción parecía más fuerte de lo habitual, no era grave. Le recetó una pomada y le dijo que se la pusiera cada 4 horas y le explicó que en dos o tres días la cosa mejoraría.

-Doctor, me pica mucho.

-No se rasque. Se podría hacer sangre y empeorar la situación.

Petra la llevó a casa.

-¿Me quedo contigo?

-No, gracias. Estoy bien, de verdad. Vuelve con las chicas. Diles que estoy bien.

-¿Dónde está Juan?

-No creo que tarde en llegar.

-Vale guapa. Te dejo, pues. Luego te llamo para ver cómo estás.

Se despidió con dos besos y se fue.

En el ambulatorio una enfermera le había puesto la pomada. Le seguía picando, pero era soportable. Fue a su cuarto a cambiarse.

Cuando se quitó el bañador vio las estrellas. La prenda le rozó los muslos y le dolió horrores. Además, también lo dolían los dedos y le fue difícil quitarse la prenda. Se iba a poner unas bragas, pero pensar en el dolor que le darían al pasar por la zona irritada la hicieron desistir. Además, el efecto de la pomada se estaba yendo y tenía dificultad para agarrar las cosas. Así que se puso un traje amplio, de esos de andar por casa.

En ese momento oyó la puerta de la casa. Juan, su hijo, acababa de llegar.

-Mamá, mamá - ¿Dónde estás?

Ella salió del baño y fue al salón. Él estaba allí.

-Tu amiga Petra me ha llamado. Me ha contado lo que te ha pasado. ¿Estás bien?

-Sí cariño. No es nada. Sólo picor y un poco de dolor.

Le enseñó las enrojecidas manos.

-Oh, pobrecita. Lo siento mami.

-El médico me dijo que en unos días, como nueva

Juan era su vida. Lo único que tenía. Todo un hombre ya, con 24 años. Un curso más y terminaría su carrera de derecho. El primero de la familia en ir a la universidad.

-Mami, lo que necesites, pídemelo.

-Vale tesoro. Estoy bien, de verdad.

Fueron al salón a ver la tele. Margarita se sentó como pudo, para no rozarse. Al poco rato los picores empezaron a ser insoportables. Miró la hora. Era el momento de ponerse la pomada.

-Voy a ponerme la pomada, tesoro. Ahora vuelvo.

Se levantó con cuidado. Al apoyar una de las manos, puso una mueca de dolor, pero consiguió levantarse. Se fue a su cuarto y cerró la puerta.

Le costó mucho abrir el tubo de pomada. Los dedos se rozaban entre sí y le escocían mucho. Se dio cuenta de que ella sola no podía ponerse la crema. El picor se hacía insoportable.

"Pero...Ahora que hago...Yo no puedo....mierda..."

Lo intentó, pero le dolía demasiado. Se empezó a poner nerviosa, y así menos podía. Apretó el tubo, pero la crema se cayó al suelo en vez de en su mano.

Pensó en Juan. Él le podría poner la crema, al menos en las manos. Después ella se la pondría en los muslos, cuando se le calmasen las manos.

-Juan,..Juan...ven por favor.

Él apareció enseguida.

-¿Qué pasa, mami?

Con lágrimas en los ojos, Margarita le pidió que le pusiera la crema en las manos, que ella no podía, que le dolía mucho. Él se acercó, cogió el tubo y con mucha delicadeza le puso la pomada en las palmas y en los dedos.

-Ah...gracias tesoro. No sé lo que haría yo sin ti.

La crema empezó a calmarle las manos, pero lentamente. Los muslos la estaban mortificando. Juan se dio cuenta de que su madre estaba sufriendo.

-¿Qué te pasa, mami? ¿No te alivia?

-Sí...pero muy poco. Tarda en hacer efecto. Los muslos me están matando.

-¿Te pongo pomada? –preguntó Juan, preocupado por su madre.

Ella lo miró. No podía ser. Tendría que abrir sus piernas para que él le pusiera la pomada. Y no llevaba bragas. Se moriría de vergüenza.

-No...no... me... aguantaré un poco hasta que pueda ponérmela yo.

-¿Por qué?

-Juan... Es que...me da vergüenza. Es en los muslos, casi en las ingles.

-¿Y?

-¿Cómo que y? Pues...que no llevo bragas. Me verías el...

-Coño.

-Joder. Iba a decir sexo.

-¿Prefieres sufrir? – le preguntó su hijo mirándola de medio lado.

Margarita lo miró. Él tenía razón. Era una tontería el sufrir inútilmente. Era mejor un poco de vergüenza antes que ese insoportable picor.

-Vale...pero no mires, ¿eh?

-Tranquila. Seré como un médico.

Ella se acostó en su cama. Los muslos le ardían. La cara también, pero de rubor.

-Date prisa, por favor. Que picor...agggg.

No podía mirarlo. Miró hacia el otro lado de la habitación. Sintió como él le subía el vestido, descubriendo la zona. Ante Juan quedó aquel negro y velludo pubis. Claramente se veía la zona afectada por el veneno de la planta. Un feo sarpullido que se perdía entre los muslos de su madre.

Con cuidado empezó a ponerle la pomada. Su madre mantenía las piernas casi cerradas, así que no podía.

-Mami, tienes que abrir las piernas.

Ella cerró los ojos y abrió las piernas. Deseaba que se la tragara la tierra. No miraba, pero sabía que Juan tendría un primer plano de su... ¿Cómo lo llamó? Coño. Lo tenía descuidado, sin depilar, lleno de negros pelos.

Juan se puso más pomada en las yemas y la puso por toda la zona, hasta las ingles. Casi rozaba los labios vaginales de su madre. No pudo evitar mirarla. Las mujeres con las que se había acostado hasta el momento solían estar depiladas o tener muy poco bello. Su madre tenía mucho.

Le pareció bonito. Pero siguió poniendo la pomada hasta que todo lo rojo quedó brillante por la crema. Luego le bajó el vestido y la miró. Estaba roja.

-Ya está mami.

-Gracias - le contestó, sin mirarlo.

-¿Te alivia?

-Sí, tesoro. Ya me siento mejor. Por favor, déjame sola.

-Vale. Hasta luego.

Cuando oyó la puerta cerrarse, respiró, aliviada. La pomada empezaba a hacer efecto. Los dedos ya casi no le dolían, y los muslos empezaban a calmarse.

Había estado con las piernas abiertas delante de su hijo. Él podía haberle visto todo. Pero era eso o sufrir dolor y picor. Al poco se olvidó, un poco, de su vergüenza y volvió al salón. Juan estaba viendo la tele.

-¿Mejor?

-Uf, sí, gracias. Esa pomada es mano de santo.

-Mami...

-Dime tesoro.

-Tienes un coño muy bonito.

Los colores le volvieron a subir.

-Juan, por favor, no me digas esas cosas. Ya es bastante embarazoso para mí.

-Jajajajaja. Lo siento, mami. No me pude resistir. Pero es que tenías una carita de pena...jajaja

-¡Cabrito! jajaja.

Las risas hicieron que la situación se relajara.

Se pusieron a ver la tele. Al poco, Margarita ya no sentía ni picor ni dolor. Sólo si se rozaba.

"Tienes un coño muy bonito". Se puso a pensar en las palabras de su hijo. Sabía que había sido una broma, pero nunca nadie le había dicho algo así. Ni de joven, ni mucho menos ahora, que estaba fondona. Ni siquiera su ex-marido. Bueno, su ex nunca fue muy atento con ella. Era una mujer chapada a la antigua. Sólo había habido un hombre en su vida, su ex marido.

Sonó el teléfono. Era Petra, para interesarse por ella. Le dijo que estaba bien, que la pomada la aliviaba mucho, que Juan ya había llegado y que no, que no hacía falta que viniese a echarle una mano, que ya se las arreglaba. Petra le dijo que al día siguiente iría a verla.

Juan preparó la cena, a pesar de que Margarita insistió en que ella podía. Cenaron y siguieron viendo la tele.

-¿Cuándo te toca otra vez la pomada? – preguntó Juan.

-Es cada 4 horas. Dentro de...una hora.

-Ah, es que me muero de ganas de ver otra vez ese matojo tuyo.

-¡Juan!

-Jajajajaja. Que es broma, mamá.

Media hora antes del momento indicado, empezaron los picores. Se aguantó todo lo que pudo, pero 15 minutos antes ya no pudo más.

-Juan, ya me pica demasiado. Ponme la pomada, por favor.

-Claro mami.

Empezó otra vez por las manos. Ella miraba con que delicadeza y cariño le ponía la medicina. Era un sol de hijo.

-Bueno, ya están las manos, ahora el… - dijo él, mirándola con cara de pillo.

-No lo digas.

-Bueeeeno.

Margarita se tumbó en el sofá y abrió las piernas, por segunda vez, ante su hijo. Él le remangó el vestido para que no molestara. Cuando antes le dijo que tenía un coño bonito, aunque lo dijo en tono de broma, lo pensaba.

Lo miró otra vez. Estaba cerrado. Sólo se veía la rajita que separaba los labios mayores. Trató de no mirarlo. Empezó a esparcir la pomada, con cuidado de no hacerle daño. Cuando los dedos rozaban sus ingles no pudo evitar volver a mirar el lugar por donde había salido hacía ya 24 años. Y no pudo evitar excitarse. En su pantalón se formó un bulto claramente visible. Menos mal que su madre no miraba. Ella miraba hacia el otro lado de la habitación.

Cuando el terminó, le bajó el vestido, tapando su intimidad.

-Lista.

-Gracias. Ya me siento mejor. Eres un sol.

-De nada mamá.

-La próxima vez me toca muy tarde. Ya me la pondré yo.

-De eso nada. Aún no puedes.

-Pero mi vida, no dormirás bien. Mañana  tienes clase.

-No pasa nada porque no vaya un día. Me quedaré contigo para cuidarte.

Los ojos de Margarita se le aguaron. Juan era maravilloso.

-Gracias, tesoro. Eres lo mejor de mi vida.

Se incorporó y lo abrazó. Y entonces lo vio. Vio el bulto de su entrepierna.

"Oh, dios mío… Juan... está... excitado".

No se pudo concentrar en la tele. Miraba de reojo a su hijo, que sí miraba la televisión. El bulto ya había desaparecido, pero allí había estado. Él se había excitado mirándola. Mirando su...coño. Y le dijo que era bonito. Que su coño era bonito.

No se podía quitar esas palabras de su cabeza. Ni el bulto de Juan. Se preguntó cómo la tendría.

"Joder, Margarita. Que es tu hijo. No seas burra".

Se esforzó en ver la tele. Era tan aburrido el programa que al rato se durmió allí mismo, en el sofá.

Se despertó más de cuatro horas después de la última vez que Juan le puso la pomada. Se despertó por el picor. A su lado, Juan también se había dormido.

-Juan...Juan...despierta.

Él abrió los ojos y la miró, con cara de sueño.

-Ya es la hora, mi vida. Me pica mucho.

Juan miró la hora.

-Lo siento. Te tocaba hace tiempo. Me dormí.

-Yo también, mi amor. No importa. Mejor pónmela en la cama, así ya me quedo a dormir. Estoy rendida.

La acompaño al dormitorio. Ella se acostó y abrió las piernas. El picor era insoportable.

-Empieza por los muslos. Me pican mucho.

-Vale mami.

"Tienes un coño muy bonito". Recordó otra vez las palabras. Y recordó el bulto de él. Sintió sus dedos poniéndole la pomada. Y entonces, lo miró. Él estaba concentrado en su trabajo. Le miraba sus abiertas piernas. Le miraba el coño.

La pomada aliviaba el picor. El roce de los dedos en sus ingles, los recuerdos, empezaron a excitarla.

"Dios, no... no puede ser... no puede ser".

Quiso cerrar las piernas, pero Juan aún no había terminado. Sentía aún sus dedos, sus roces. Su excitación siguió subiendo. Miró hacia otro lado. No podía soportar la vergüenza que sentía. Volvieron los colores a sus mejillas. Pero no eran sólo por vergüenza. Eran también de excitación.

"Por favor, que termine ya, si no se dará cuenta.  Que termine ya".

Juan pasaba sus yemas por el muslo izquierdo de su madre. Moró otra vez hacia el poblado coño.

Ahora había algo distinto. No estaba cerrado como la vez anterior. Los labios estaban ligeramente abiertos. Clavó sus ojos en él. Y se puso cachondo otra vez.

¿Estaría excitándose su madre por sus roces? No podía ser. Trató de seguir con su labor y no pesar en cosas raras. Terminó de poner la pomada y le bajó el vestido.

-Bueno, ya está. Ahora las manos.

Mientras él le ponía la crema en las manos, Margarita no pudo evitar mirar la entrepierna de su hijo. Allí estaba otra vez aquel bulto. Eso hizo que su excitación se disparara. Notó como se empezaba a mojar. Si él mirase ahora su coño se daría cuenta de que estaba excitada, muy excitada.

-Ya está mami. Son las...- miró el reloj - 12:30. Pondré el despertador a las 4:30.

-No mi vida, de verdad que no. Ya me las arreglaré.

-Mamá. Ya te dije que yo me encargaría de todo. Prométeme que si antes de las 4:30 te pica  o te duele, me llamarás.

-Está bien, está bien – dijo, resignada.

-Bueno, me voy a dormir. Que descanses.

-Gracias...Gracias por todo.

Él le dio un beso en la mejilla y se fue. Margarita no pudo evitar echarle una última mirada a su bulto.

"Está otra vez excitado. Su...su...polla se pone dura mirando mi coño...Dios...esto no puede ser. Está mal".

Estaba mal, sí. Pero su coño estaba ahora totalmente empapado. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan excitada. Hacía mucho tiempo que no sentía deseos. Hacía mucho tiempo que no se masturbaba. Y ahora tenía ganas de hacerlo. De tocarse.

Pero no podía. El roce de los dedos le dolía. Y ni siquiera podía frotarse los muslos como hacía de pequeña.

Tuvo que aguantarse y esperar a que la excitación pasase. Le costó dormirse, pero al rato, lo consiguió.

A las 4:30 el despertador de Juan lo levantó. Parecía que tenía tierra en los ojos. Se los frotó y se dirigió al cuarto de su madre. Tocó la puerta.

-¿Estás despierta?

-Sí, pasa, tesoro.

-¿Te pica?

-Mucho.

-¿Por qué no me has despertado?

-Tienes que descansar.

-Pero mira que eres...

De reojo lo miró. No había bulto. Sin embargo, su coño estaba mojado. Por eso no lo había llamado. Quería esperar a calmarse, pero no se calmaba. El picor subía y subía, pero su coño no se calmaba. Y ahora él lo vería. Se abriría una vez más de piernas para él, y él lo vería. Y eso la excitaba más. Vería su coño mojado, excitado. Y ella no podía hacer nada para evitarlo. Sólo podía cerrar los ojos y esperar a que todo pasara.

Juan se sentó a su lado, cogió la crema.

-¿Por dónde empiezo? ¿Qué te pica más?

"El coño. Me pica el coño".

-Las manos. Empieza por las manos.

Extendió la pomada  y terminó.

-Ya mami. Ahora los muslos.

La habitación estaba iluminada sólo por una lámpara de la mesa de noche, pero en cuanto Juan subió el vestido, sus ojos se quedaron fijos en el coño de su madre. Los labios estaban separados, abiertos, brillantes. Aquel era un coño excitado. Se quedó unos segundos mirándolo, embobado.

Margarita, con los ojos cerrados, sabía que él la estaba mirando. Que estaría mirando su mojado coño. El estar así, expuesta a los ojos de su hijo, lejos de apagarla, la encendía aún más. Sintió que su coño empezaba a rezumar. Que los jugos de su excitación empezaban a fluir, a salir de su vagina.

Juan vio asombrado como un líquido transparente salía del coño de su madre. Estaba como hipnotizado, con la crema en las manos, sin ponérsela.

-Juan...por favor...ponme la pomada.

"Ponme la pomada y vete. Deja de mirarme el coño. Mientas más lo miras, más cachonda me pongo. Y no me puedo tocar. Esto es una tortura".

Juan salió de su trance.

-Oh, claro, claro...perdona.

Le puso la pomada sin dejar de mirar aquel precioso y oscuro sexo. Parecía que lo invitaba. Pero no se atrevía a más. Puso con mimo la crema curativa y calmante. Una gotita de flujo salió de la abierta vagina y calló por entre las nalgas. La polla le iba a reventar en el pijama.

¡Pijama! Se  miró y su erección era claramente visible bajo la fina tela del pantalón. Miró a su madre, pero vio con alivio que ella miraba hacia el lado contrario, con los ojos cerrados.

Terminó de untar bien la zona dolorida, sin dejar de mirar aquel precioso coño tan mojado, tan ofrecido, y sin dejar de mirar a su madre con rápidos movimientos de sus ojos. Ella seguía igual. Los ojos cerrados. Si hubiese habido más luz habría comprobado el intenso rubor de sus mejillas.

-Ya está, mamá

Margarita cerró las piernas y Juan le bajó el vestido, cubriendo los muslos de su madre.

Le iba a dar un beso antes de volver a su cuarto, pero tuvo miedo de rozarla con su erección. Se levantó y se fue a la puerta. Desde allí la miró. Seguía sin mirarlo.

-Buenas noches mami.

-Buenas noches, Juan.

Cuando Margarita oyó su puerta cerrarse, abrió los ojos. El picor y el ardor de sus manos casi habían desaparecido. El de sus muslos iba disminuyendo. Pero el de su coño aumentaba. No podía más. Tenía que tocarse.

Lo intentó. Abrió sus piernas y su mano derecha se perdió entre ellas. Juntó los dedos, pero el escozor le hizo abrirlos, separarlos entre sí. Pasó su dedo corazón a lo largo de su excitada rajita, pero también le escoció. Lo intentó, sintió placer, pero el escozor aumentó.

Con lágrimas en los ojos, desistió.

Juan no tenía esos problemas. En su cuarto, en su cama, en menos de un minuto se había corrido. Imaginaba a su madre haciendo lo mismo en ese momento. La imaginaba con las piernas abiertas y acariciándose hasta estallar como lo hizo él.

Puso el despertador a las 8:30 y se durmió.

Ella no durmió. No pudo conciliar el sueño. En unas horas todo se volvería a repetir. Él vendría, la miraría. Vería su coño mojado. Seguro que la polla se le pondría dura. Y después se iría, dejándola más excitada aún, más desesperada aún.

Miraba el reloj de la pared. Las 5...las 5:30...las 7...las 8....Y entonces, a las 8:30, oyó el despertador de su hijo, a lo lejos.

Lo necesitaba. Ya estaban allí el dolor y el picor. Y la humedad. Y la excitación.

Se abrió la puerta.

-Buenos días, mamá.

-Hola tesoro. ¿Has dormido?

-Sí. ¿Tú?

-Un poco - mintió.

-¿Te duele?

-Sí.

-Ya te curo.

Se sentó a su lado y empezó por las manos. Su madre lo miraba sonriendo. Qué gran hijo. Que atento era con ella. Lo quería con locura.

Pero tendría que enseñárselo otra vez y sufrir una vez más la tortura.

-Ahora los muslos, mami.

Margarita abrió las piernas al tiempo que giraba la cabeza y cerraba los ojos. Su vestido fue levantado. Juan ya tenía su coño a la vista.

Juan lo miró. Estaba igual que la vez anterior. Abierto, mojado, rezumando líquido. Su madre volvía a estar excitada, muy excitada. Su madre estaba cachonda.

Empezó con la crema, sin poder apartar la vista de aquel precioso y peludo coñito. Su polla volvió a levantarse. Se acercó un poco más, como para poder untar mejor la pomada.

Entonces, lo olió. Le llegó el olor de aquel excitado coño. Un olor embriagador. Cerró los ojos y aspiró. Las feromonas llegaron a su cerebro. Levantó la vista y miró la cara de su madre.

Ahora, con más luz, la vio mejor. Vio sus rojas mejillas. Vio sus ojos apretados. Sintió la vergüenza que ella estaba pasando. Pasó sus dedos por las ingles. Sintió un leve estremecimiento de su madre.

Recordó el placer que sintió de madrugada al masturbarse pensando en ella. Al masturbarse imaginando que ella se masturbaba también.

De repente, se dio cuenta de que ella a lo mejor no podría hacerlo. De que quizás no podría usar los dedos, que le picarían, que la humedad le escocería. Comprendió entonces que era por eso por lo que ella estaba tan excitada. No podía aliviar esa tensión. Por eso no podía mirarlo. Aquello tenía que ser horrible para ella.

Terminó de poner la crema, pero siguió mirando su coño. Ahora se iría y la dejaría así, con el dolor calmándose pero sin poder calmar su deseo.

Era su madre. La quería.  No podía dejarla así. Lo que iba a hacer quizás no estuviera bien visto, pero no hacerlo sería de desalmado. Limpió sus dedos con su pijama de todo rastro de pomada. Miró a su madre. Ella seguía igual, sin mirarle.

Acercó sus dedos a las ingles, y lentamente, subió, hasta llegar al monte de Venus. Lo acarició con delicadeza.

Margarita se dio cuenta en el acto de que aquello no era extender la pomada, que la estaba acariciando. Sintió un estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo. Tenía que parar. No estaba bien. Era su madre. No podía tocarla así.

Cuando un dedo de su hijo recorrió de arriba a abajo toda la rajita de su coño, gimió de placer, mordiendo su labio inferior. Sacó fuerzas para hablar.

-Juan...agggg no... no...

Pero mantuvo las piernas abiertas. Y Juan no le hizo caso. Empezó a pasar sus dedos por sus labios, siguiendo los pliegues, dibujándolos con sus yemas.

-Agggggg no....ummmmm

Ella decía no, pero todo su ser decía sí. Su espalda se arqueaba sobre la cama. Su respiración se agitó. Juan juntó sus dedos índice  y corazón y los introdujo lentamente en la cálida y mojada vagina, a la vez que con el pulgar frotaba el clítoris de su madre.

El orgasmo fue repentino, arrollador. Su cuerpo estalló y toda la tensión acumulada escapó. Fue uno de los orgasmos más fuertes que había sentido en toda su vida, si no el más fuerte. Sus pulmones dejaron de recibir aire. Todo su cuerpo estaba tenso y de su vagina salían flujos que bañaban los dedos de Juan. Aquellos delicados dedos que la estaba haciendo estallar de puro gozo.

Fueron largos segundos de placer, de ricos espasmos. Pasada la tensión quedó tendida sobre la cama. No podía abrir los ojos. No podía mirarle. Sintió como él sacaba aquellos dedos que la habían llevado a paroxismo. Él habló.

-Ya está mami. Ya te puse la pomada.

Margarita cerró las piernas y él le bajó el vestido. La miró otra vez. En su cara seguía la vergüenza, pero también había paz. Esta vez sí le dio un beso en la mejilla antes de irse. La notó caliente.

Margarita oyó la puerta cerrase. No abrió los ojos. Todavía sentía en el cuerpo los rastros del intenso placer que Juan le había regalado. Se sintió relajada. Al poco tiempo, se durmió. La noche anterior apenas había dormido y su cuerpo, ya relajado, necesitaba descanso.

La despertó Juan. Creía que habían pasado segundos, pero al mirar el reloj vio que era la una. La hora de la siguiente cura.

-¿Cómo estás?

-Muy bien. Me he dormido.

-Eso es buena señal.

Era cierto. El picor era mucho menor. Casi no había dolor. Se miraron a los ojos. Todo le vino a la mente. Tuvo que apartar la mirada.

-¿Vamos a ello? – preguntó Juan.

-Claro - le respondió, intentando sonreír.

Abrió las piernas. Juan empezó por los muslos, levantando, como siempre, el vestido. Con la delicadeza de siempre, puso la pomada. El coño de su madre ya no estaba abierto, mojado. Estaba como casi como la primera vez, prácticamente cerrado. Sólo había una cosa distinta. El olor. Le llegó otra vez. Y también llegó a Margarita.

Ella se tensó. Su coño olía. No lo había lavado desde la mañana del día anterior. Había estado excitada casi todo el día y se había corrido con intensidad. Miró a Juan, como disculpándose, pero él no la miraba. Le miraba el coño mientras esparcía la crema. Parecía que no lo notaba. Pero si ella lo olía, él tenía que olerlo.

-Lo siento.

-¿El qué?

-Todo esto. Que tengas que...verme así.

-Me gusta verte así.

-Juan, por dios... Apesto.

-No apestas, mamá. Hueles... bien.

-¿Cómo puedes decir eso? Hasta aquí me llega el olor de... de mi coño –dijo, mortificada.

-A mí también me llega.

-Esto es tan embarazoso. Un hijo no tiene que ver a su madre así. No tiene que olerla. Y no tiene que...

Miró hacia otro lado

-¿Masturbarla?

Ella cerró los ojos.

-Juan, me siento tan mal por lo que pasó.

-Yo no. Lo necesitabas y yo lo hice. Fue algo que no le importa a nadie más que a nosotros. Sé que lo necesitabas. No me arrepiento.

-¿Ya has terminado? – preguntó, seca.

-Sí.

Cerró las piernas, para que el olor no siguiera martirizándola. Él le bajó el vestido y le puso la pomada en las manos.

-¿Qué te apetece comer, mami?

-No lo sé. Pidamos comida china.

-Vale.

Durante la comida todo parecía como siempre. Madre e hijo compartiendo la mesa. Margarita ya podía agarrar mucho mejor los cubiertos. El sarpullido mejoraba. Dentro de poco no tendría hacerlo Juan. Ella podría ponerse la pomada. Ya no tendría que abrirse de piernas delante de él. Ya no tendría que oler su coño.

Todo volvería a ser como antes. Antes de la maldita hiedra. Antes de que su hijo la masturbara y le proporcionara uno de los mayores placeres de su vida.

Pero hasta que ese momento llegara, él la volvería a ver. La volvería a oler. A las 4 de la tarde volvería a abrir sus piernas, a mostrarle su oloroso coño.

Después de comer se fueron al salón a ver la tele. Programas de marujeo. Que si tal le puso los cuernos a cual. Cosas así, para pasar el rato.

Ella miraba el reloj. A medida que llegaba la hora, se fue excitando, se fue mojando. En cuando abriera sus piernas, el recibiría su olor. Vería su flujo salir.

"Tienes un coño bonito...Huele bien". Aquellas palabras resonaban en su cabeza. Sentía casi palpitar su coñito.

-Es la hora, mami. ¿Estás bien?

-Sí, casi no me pica.

-¿Lo dejamos para más tarde?

"No, más tarde no. Cuando antes empieces antes pasaré esta tortura...otra vez".

-No, el médico dijo que cada 4 horas. Empieza por las manos.

Las extendió y él hizo su trabajo. Margarita lo miraba.

"Tienes un coño bonito...Huele bien". Se mordió el labio. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Se recostó en el sofá y esperó a que Juan le subiera el vestido para abrir las piernas.

Ante Juan apareció una vez más el coño de su madre. Abierto, mojado, brillante. Otra vez su nariz se llenó del embriagador olor. La miró. Ella no había apartado la vista. Esta vez sus miradas se encontraron. Los ojos de Juan iban del coño a los ojos de su madre.

Él le sonrió. Se puso pomada en los dedos de la mano izquierda y la empezó a extender. Los dedos de la mano izquierda acariciaron aquella preciosa rajita. Su madre se estremeció.

-Agggg Juan....no está bien.

-Sólo te estoy poniendo la pomada.

La mano izquierda ponía la pomada. La mano derecha acariciaba. Los dedos recorriendo el mojado coño hasta llegar al inflamado clítoris, el cual frotaron con delicadeza. Ella empezó a gemir de placer, a mecer las caderas.

-Ummmm mi niño...que...placer...

-¿Te gusta?

-Juan...dios mío...no… no debería... pero... aggggg sí... me gusta...

Terminó de ponerle la crema y se concentró en acariciarla, en masturbarla.

Lentamente, con suavidad. La penetró con los dedos. Los sacaba y frotaba la húmeda hendidura.

-Aggggggg Juan... no... puedo... más... aaggggg

Otro intenso orgasmo la atravesó de pies a cabeza. Juan contempló como el placer se adueñaba de su madre, haciendo tensar su cuerpo para después dejarla casi sin fuerzas.

Abrió los ojos lentamente y miró a su hijo, que aún con sus dedos en su coño la miraba, sonriente. Ella le devolvió la sonrisa.

-Gracias tesoro... por todo.

-Es mi deber como hijo cuidarte, mami.

-Lo que haces está más allá del deber.

-No me importa.

-¿Me harías un favor?

-Claro. Lo que sea.

-Trae agua caliente y unas toallas. Lávame...huele...mucho.

-Huele a mujer.

-¡Juan! – exclamó ella, fingiendo enfado.

-Jajaja. Vale.

Fue al baño y regresó con un barreño con agua caliente y unas toallas. Margarita seguía con las piernas abiertas. El coño aún mojado, abierto, excitado.

Juan se sentó a su lado, mojó la toalla y se la empezó a pasar por la vulva, con cuidado de no rozar la piel afectada por la planta.

Aquella tela mojada y caliente, frotándose por su sensible coñito, la hizo gemir otra vez. Juan la oyó y paró.

-No pares. Límpiame bien

Se aplicó bien, mojando la toalla de vez en cuando. La dejó bastante limpita. Su coño ya no olía. Para terminar la secó con otra toalla.

-Ya no te huele.

-Gracias tesoro.

-Qué pena.

-Bribón.

-Jajajaja

-Jajajaja

Cerró las piernas. Juan le bajó el vestido y la sesión se dio por terminada.

Juan aprovechó para ir al súper a hacer una compra. Margarita llamó a Petra y hablaron largo rato. No le dijo nada de las curas. Sólo que mejoraba rápidamente.

Era verdad. Ya prácticamente no le dolían los dedos. Se los frotó. Solo le picaban, pero era muy soportable. Eso significaba que ya se podía poner la pomada ella sola. Eso significaba que ya no tendría que abrir sus piernas delante de su hijo. Eso significaba que él ya no la tocaría más.

Al fin terminaría el azoramiento, la vergüenza...y… el placer.  Ese maravilloso placer que Juan le daba.

¿Y si sólo lo dejaba ponerle la pomada una vez más? Lo que pasara sería cosa de ellos dos. Nadie tenía por qué saberlo. Sólo una vez más. Una caricia más. Un orgasmo más. ¿Qué más daba uno más o menos? La cura de las 8 sería la última. Después ya ella se las arreglaría sola.

"¿Pero qué clase de madre eres, deseando que den las 8 para que tu hijo te de placer? Solo una vez más, lo juro. Lo juro".

Juan regresó del súper y guardó la compra. Luego preparó algo para cenar. Comieron temprano. A las 8, la llevó al salón.

-Vamos a curar esas manitas y esos muslitos, mami.

Las rojeces prácticamente habían desaparecido. Los dedos los tenía muy bien. Les puso la pomada. Ella le sonreía.

Antes de terminar, ella se subió el vestido y abrió las piernas. Juan primero miró los muslos. El sarpullido ya era apenas visible. Lo que si era visible eran los juguitos que el coño abierto y mojado de su madre expulsaba lentamente. A pesar de haberla lavado, otra vez le llegó el olor.

-Aún huele, mami.

-Uf...lo sé.

-Cariño, ya casi estoy curada. Creo que la próxima cura me la podré dar yo misma.

Notó que la expresión de Juan se entristecía.

-¿Estás segura?

-Sí mi amor, lo estoy

Eso significaba que sería la última vez que vería el coñito de su madre, que lo olería. Que lo acariciaría.

Le puso la pomada con rapidez.

-Ya está – dijo Juan.

"¿Cómo que ya está? ¿No ves que tengo el coño empapado?"

Margarita mantuvo las piernas abiertas. Su mirada es anhelante. Lo necesitaba. Le miró a los ojos, suplicando con la mirada. Pero él parecía no entenderla. Tendría que… pedirlo.

-Una vez más… por favor… solo una vez más.

-¿Una vez más qué?

-Juan... ya lo sabes... tócame... sólo esta vez... lo... necesito.

Cuando sitió los dedos de él empezar a acariciarla, cerró los ojos.

-Aggggg si...así...sólo una vez...más.

Juan la masturbó. La última vez. ¿Por qué? ¿Por qué no podía hacerlo más? Le gustaba mucho. Y a ella también. Pero… si aquella iba a ser la última vez , sería la mejor

-Cierra los ojos, mamá. Prométeme que no los vas a abrir.

-Te lo prometo… Agggggg que placer....

Cerró los ojos, disfrutando de aquellos mágicos dedos en su coñito.

No vio como Juan se acercaba. Como bajaba su cabeza hacia aquel negro coño que lo atraía. No vio como abrió la boca y sacó la lengua. Pero sí sintió el lametón.

Casi tuvo un orgasmo. Se tensó y arqueó.

-¡JUAN! ¿Qué? ¿Qué haces? - preguntó sin abrir los ojos.

Juan no contestó. Pasó la lengua arriba y abajo a lo largo de los labios vaginales. Su boca se llenó del rico sabor del coñito materno. Cuando la punta de su lengua rozó el clítoris Margarita estalló en un fuerte y largo orgasmo, que llenó la cara y la boca de su hijo con sus abundantes jugos.

Pero Juan no paró. Si era de verdad la última vez, haría que lo recordara el resto de su vida. La siguió lamiendo, chupando. Atrapaba su clítoris entre sus labios y lo lamía, dándole golpecitos con la lengua. Metió dos dedos en la vagina y los movió, dentro y fuera.

Su madre volvió a estallar, levantando el culo y apretando su coño contra su boca. Pero Juan no se detuvo. Siguió comiéndole el coño a su madre, y la hizo correr por tercera vez.

El cuarto orgasmo fue el definitivo. Margarita gritó y todo su cuerpo quedó tan tenso que los músculos de dolieron. Tuvo que apartar la cara de su hijo de su coño. Si él seguía la mataría de placer.

-Ya... Juan… para... para... no… puedo... más....

Él se retiró. Su madre se quedó con los ojos cerrados. Cerró lentamente las piernas. Juan le bajó el vestido.

No hablaron. No se miraron. Había sido la última vez, así habían quedado. Ahora todo tenía que volver a ser como antes.

Al poco rato, ella le preguntó si al día siguiente iría a clase. Él, fríamente, le contestó que sí.

Margarita se fue a acostar a las 23:45, quince minutos antes de la hora de la cura. Le dio un beso en la mejilla a Juan y se marchó.

Se pudo poner la crema sin problemas. Al día siguiente ya podría dejar de usarla. Casi estaba curada. Pero no fue lo mismo sin Juan.

"Sólo una vez más....Tonta...tonta".

Le costó dormirse.

La cura de las 4 de la madrugada se la saltó. No se despertó. Por la mañana, después de ponerse la por última vez la pomada, se fue a desayunar. Juan no estaba. Se había ido temprano a clase.

Lo echó de menos. Pero la situación tenía que volver a la normalidad. Tenían que volver a ser madre e hijo, solamente.

Lo lograron. Volvieron a ser los de antes. Todo era como antes.

Aunque no todo. Por las noches, sola en su cama, Margarita añoraba las caricias de su hijo, el placer que él le dio. Ya se podía masturbar, pero no era lo mismo. Los orgasmos solitarios no la llenaban como aquellos que él le regaló.

Recordaba como la miraba. Que le dijo que le gustaba su coño. Que le gustaba su olor. Recordaba sus dedos acariciándola, dándole placer. Y sobre todo, su lengua. Aquella maravillosa lengua que casi la mata de gusto.

También recordaba el bulto de su hijo. Imaginaba su dura polla allí encerrada... ¿Se tocaría él después de ponerle la pomada, después de masturbarla? ¿Pensaría él en ella cuando se corría como ella pensaba en él?

Sólo una vez más, le había dicho la última vez. Y lo habían mantenido ambos. No más miradas, no más insinuaciones.

Pero... ¿Y si sólo una por una vez...? Sólo una. Así le devolvería parte del placer que él le había dado.

Sólo una vez y nada más. Si lo prometían, lo cumplirían, como habían hecho hasta ese momento.

Se levantó. Llevaba un camisón ligero, sin nada debajo. Era tarde, pero se acercó a la puerta del cuarto de Juan. Tocó. Él le dijo que pasara.

Juan la miró. La luz del pasillo hacía que su cuerpo se transparentara a través del fino camisón.

-Juan....

-¿Sí mamá?

Se acercó a la cama y se sentó.

-No dejo de pensar en ti.  Hagámoslo solo una vez… solo una. ¿Me lo prometes? Solo una vez.

Juan tendió una mano y ella la cogió. La atrajo hacia él. Por primera vez, la besó en la boca. Sus cuerpos se pegaron el uno al otro y Margarita notó contra su barriga la dureza de la polla de su hijo. Hasta allí llevó una mano y la acarició por encima del fino pijama. Gimió en la boca de su niño.

Sin dejar de besarse, le bajó los pantalones y le agarró aquella dura barra. La masturbó mientras él no dejaba de comerle la boca y de acariciarle las tetas. No pudo evitar gemir cuando sintió como Juan le pellizcaba suavemente sus duros pezones. Una de las manos de él se metió entre sus piernas y la masturbó, haciéndola estremecer y desear más.

-Mamá… no he dejado de pensar en ti. No he dejado de desearte.

-Yo tampoco te he podido sacar de mi cabeza, mi vida. Pero… esto no puede ser. Solo una vez… solo una vez – susurró entre gemidos mientras los dedos de Juan le acariciaban el inflamado clítoris y ella subía y bajaba la mano a lo largo de la enhiesta verga.

Se giró, acostándose boca arriba en la cama de su hijo. Él se subió encima de ella y le levantó el camisón. Sin soltarle la polla, la guió hasta la entrada de su anhelante coño.

Cuando la penetró, cuando Margarita sintió como su vagina era llenada por la dura polla de su hijo, estalló en un placentero orgasmo. Orgasmo que la hizo gritar de placer, aunque el grito fue rápidamente ahogado por la boca de Juan, que la selló con la suya.

Entrelazaron sus manos, se comieron las bocas el uno al otro y Juan empezó a moverse, empezó a meter y sacar su miembro del lugar por donde había venido a este mundo.

Margarita jamás pensó que podría llegar a sentir un placer tan pleno como el que estaba sintiendo gracias a su maravilloso hijo. Sus besos, sus carias, y sobre todo, su incansable polla que no dejaba de embestirla una y otra vez.

Juan tampoco había gozado tanto con una mujer como lo estaba haciendo con su madre. Sentía como ella se estremecía bajo él, como se tensaba con cada orgasmo que estallaba en su cuerpo.

Ninguno de esos orgasmos superó en intensidad al que tuvo cuando Juan llenó su coño con su hirviente semen minutos después.

Estuvieron quietos largos minutos. Solo besándose. Él sin bajar de su cuerpo, sin sacar su polla de su cálido encierro.

Durmieron en la estrecha cama, abrazados.

Por la mañana Margarita gimió de placer al sentir como algo duro entraba en ella. Sin abrir los ojos gozó otra vez junto a su hijo, sin decir palabra alguna. Solo sintiéndose el uno al otro, solo gozándose el uno al otro, hasta que por segunda vez el cálido semen de su hijo la llenó.

Solo una vez, habían prometido. Solo una vez.

Pero vinieron muchas más. Siguieron siendo madre e hijo, pero, además, se convirtieron en amantes.

FIN

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Con el permiso del autor, abe21abe21