Sólo una noche

No lo sé, pero me encanta tenerla cerca, me encanta su aroma, su piel, sus labios.

-          Oye, me encantas – Le dije luego de darle un par de besos en su espalda, era un poco tarde, quizás más de media noche.

-          Bebé, también me encantas, pero tengo sueño, voy a dormir. – Dijo ella mientras se volteaba un poco más, dándome la espalda por completo.

La verdad es que estaba muy caliente, no sé por qué pero me encantaba su espalda, quería besarla, lamerla, morderla, un sinfín de cosas.

No lo pensé dos veces, empecé a darle besitos suaves.

-          ¿Qué haces?

-          Te consiento – La mordí un poco.

-          Ah…

No dijo una palabra más, yo seguía con besitos suaves, iba hasta su zona supraescapular y llegaba al borde de su pelvis, iba hasta la zona sacra, hasta el pliegue de las nalgas y volvía a regresar, ella lanzaba pocos y suaves gemidos.

Me empezaba a excitar más, empecé a lamer, iba de la zona lumbar hasta sus hombros, ella gemía más fuerte, yo bajaba un poco más y subía. Decidí que se pusiera en cuatro, seguí jugando con su espalda, ella levanto bien sus nalgas y cuando subía a lamer sus hombros aprovechaba y frotaba mi vagina con sus nalgas.

Le quité las prendas de abajo y decidí usar mis dedos, apenas rocé su vagina pude notar lo empapada que estaba.

Se giró para ponerse cara a cara conmigo, estaba caliente y gemía suave.

-          Vamos, termina lo que empezaste.

Parecía una orden, algo que al fin y al cabo yo quería cumplir, su pose favorita era esa, le gustaba que estuviera sobre ella y rozáramos nuestros pubis.

Me quité la ropa que sobraba, levanté sus piernas y empecé a mover mi cadera, ella gemía un poco fuerte, ella apretaba mis nalgas para hacer más presión y eso me ponía a mil.

Empecé a moverme más rápido, ella buscaba mis labios, la besé y gemía en ellos, gemía más fuerte, ella estaba muy mojada, se sentía mientras yo movía más rápido mis caderas, empezaba a arañar mi espalda.

-          Me… ¡vengo! – me apretó fuerte la espalda y soltó unos cuantos gemidos fuertes.

La besé ya extasiada, no podía respirar aunque se reía un poco.

-          ¿Por qué nunca me dejas dormir? – La di un besito.

-          Porque me pones mucho, es que me encantas, ¿no te lo dije? – Me acarició la mejilla.

-          Lo sé, tú también me encantas.

-          Mañana seguimos, dame un abrazo para dormir juntas.

Puso su cabeza en mi hombro y me abrazó por la cintura.

-          Te amo, hermosa.

-          Descansa linda.