Solo un abrigo
Pequeña aventura exhibicionista de B a raíz de un juego inventado por nosotros.
Solo un abrigo
Quiero contaros como fue la primera vez que gané la partida. Quien no sepa de que clase de juego hablo puede consultar nuestro anterior relato, pero adelantaré que B y yo inventamos un juego de tablero, similar en su estrategia al juego de la Oca pero mucho mas divertido ya que incluye pruebas sexuales y el vencedor puede someter a su voluntad al perdedor durante dos horas.
Como ya he dicho, el juego me permitía durante dos horas disponer de B a mi antojo. Antes quiero que me entendáis, así que haré un brevísimo inciso. Ella es el amor de mi vida. Lo sé. Todo en ella me atrae. Compartimos muchas cosas e incluso físicamente es mi mujer ideal. En la alcoba vivimos ratos maravillosos, buena muestra de ello es este juego que hemos parido, nuestras sesiones de sexo son interminables. Me ha convertido en un superman sexual. Soy capaz de volverme a excitar aunque haga poco que hayamos hecho el amor. Un día, incluso lo hicimos seis veces, lo cual es una hazaña que merece ser contada, aunque no menos que nuestras sesiones de sexo habituales que son elevadas tanto en cantidad como en placer. Pero a lo que iba. Cierta vez gané y quise cumplir una de mis fantasías. Le pedí que se desnudará por completo y solo ataviada con un abrigo y sus zapatos bajamos a la calle. Ya en el ascensor mis manos se dieron un fenomenal festín con su cuerpo. Me encantaba caminar la ciudad con ella tan vulnerable. A mi voluntad, introducía mi mano en su abrigo y la acariciaba impúdicamente. Me encantaba notar su piel, sentirla tan desnuda y tan excitada. Porque para ella fue muy excitante según su húmeda entrepierna delataba. Decidí tomar café en un bar. Nos sentamos en el extremo de la barra junto a la cristalera que daba a la calle. Era entre semana y de noche así que en el bar no había demasiada clientela y ya decidimos estratégicamente un lugar donde no tuviéramos a nadie demasiado cerca. Ella estaba un poco avergonzada y muy caliente. Yo caliente.... extremadamente caliente. Tomamos nuestro café mirándonos a los ojos. Mis manos empezaron a acariciar su pierna, desde los gemelos, subiendo por sus muslos. La piel se le erizaba a medida que mi mano iba ascendiendo. No hablábamos, solo nos mirábamos a los ojos y sentíamos. Mi mano llegó sobre su siempre depilado coño. Le acaricié un poco el clítoris y ella lanzó un suave gemido y se estremeció como si una corriente eléctrica la hubiera atravesado. Aun así no dejó de mirarme cara a cara ni yo a ella hasta que me percaté que sus manos habían abierto el faldón del abrigo para dejarme ver la evidente excitación de su sexo. En ese momento vi como un caminante había pasado por la calle, cerca de la cristalera. ¿nos habría visto? En menos de un minuto el mismo señor volvió a pasar en dirección contraria mirando hacia dentro de la cafetería. Era evidente que sí. He de reconocer que este suceso me calentó aun mas. Un desconocido, a menos de dos metros de nuestras sillas había descubierto nuestro juego y se había recreado con la visión de mi mujer desnuda. Terminamos nuestro café y volvimos hacia casa. Como comprenderá el lector a estas alturas teníamos prisa por llegar. Pero mi imaginación aun no descansaba tranquila. Al entrar en el portal pedía a B que me diera su abrigo y subimos los tres pisos hacia nuestro piso a pie. Yo caminaba tras ella hipnotizado por el movimiento de su culo que se movía al vaivén de los escalones. Cualquier vecino que abriera la puerta la vería, cualquier vecina cotilla que espiara por la mirilla vería a mi esposa desnuda, caliente y sintiéndose muy puta. Tras cerrar la puerta de la vivienda creo que no tardamos ni dos minutos en estar follando sobre la cama. Sin caricias ni preliminares nos envolvimos entre abrazos y besos mientras que sin demasiada delicadez la penetraba. B me pedía que la follara, lascivamente desesperada por tenerme dentro y por sentir ese orgasmo que desde hacía mucho rato anhelaba. No dejaba de repetirme que es mi puta, no dejaba de gemir ni de gritar. Se puso a cuatro patas. Me encanta tirármela así, con la perspectiva de su maravilloso culo con forma de pera delante de mi mientras que su cara desencajada muerde la almohada con la intención de que los vecinos no escuchen sus grititos de placer. Tras un intenso orgasmo quedamos los dos relajados en la cama, besándonos y sonriendo por nuestra travesura hasta que quedamos dormidos.