Solo por detrás
Un hombre acude a una playa nudista para tratar de intimar con una mujer. Allí conoce una madura de 70 años que le abre a los placeres de la sodomía y la bisexualidad.
Fui a la playa nudista no para exhibirme de forma gratuita si no para encontrar alguna mujer que aprovechando las sombras de la tarde deseara intimar conmigo en algún rincón rocoso fuera de la vista de la gente. No era la primera vez que lo hacía cuando no tenía pareja y el deseo acuciaba. Había funcionado un par de veces aunque el balance era poco prometedor. Demasiadas visitas, con todo el gasto que conllevaba en tiempo, gasolina y peajes, para apenas un par de éxitos. Supongo que lo hacía porque el morbo de observar y ser observado superaban los inconvenientes del viaje y la incomodidad de follar con el temor de ser descubiertos por mirones onanistas. Incluso aunque el día de playa no culminara en sexo me excitaba el intercambio de miradas y el poder observar las vulvas femeninas mientras les mostraba mi polla con aparente descuido exhibicionista.
Aquella mañana coloqué la toalla en un rincón rocoso de la playa nudista de Arenys. Apenas era una cala aprisionada entre la vía del tren y el agua, comunicada con la playa mayor donde se concentraba el grueso de nudistas por un caminito incómodo que pocos tomaban.
Había poca gente. A unos veinte metros una pareja de ancianos sentados de cara a la orilla, observando el horizonte sin que por la postura ni los periódicos que reposaban sobre sus piernas se pudiera ver nada de sus cuerpos, salvo adivinar que estaban completamente desnudos. Mucho más lejos había una familia con niños, todos con bañador. Aquella gente que se percibía ya borrosa marcaba el límite de la playa nudista. A mi derecha una mujer anciana permanecía de pie con los brazos en jarras mirando también el horizonte sin percibir mi presencia. Tenía el cabello blanco. El sol incidía sobre su piel blanquecina creando reflejos plateados allá donde la crema solar había dejado su mancha grasienta. Tenía el pubis poblado de una mata de pelo rizado pero tan blanco y disperso que se apreciaban los labios vaginales como si hubiera ido depilada. Lo más asombroso eran sus pechos, erguidos y firmes como dos balones de rugby. De forma mental le tení el pelo y afeité su sexo. De los setenta que aparentaba y probablemente poseía pasó a contar con apenas cincuenta. Mi mirada debió posarse en ella más de lo debido porque giró la vista, hizo pantalla con su mano y me saludó con una sonrisa de franca amistad. Luego la dejó bajar hasta depositarla en la polla con el mismo interés con que había mirado el rostro. Estaba acostumbrado. En las playas nudistas los nudistas auténticos miraban todo tu cuerpo como si fuera un ente asexuado. Ni sentían vergüenza ni esperaban que tu la sintieras y así había entablado conversaciones con hombres y mujeres que bajaban la vista con la misma naturalidad con la que cruzaban miradas. Otra cosa es que yo no fuera un nudista auténtico y que tales miradas engordaran mi verga o que, si la interlocutora era guapa, llegara a ponerse dura sin que ella pareciera inmutarse.
No, aquella mujer no me interesaba. Montármelo con mujeres que consideraba ancianas no entraba dentro de las cosas "raritas" que me hubieran apetecido probar. En cambio frente a mi una muchacha joven, morena, delgada y preciosa nadaba de espalda aprovechando la calma que el mar exhibía. Una mata negra y frondosa se mostraba en todo su gloria. Descubrí entonces una toalla vacía, arrugada de forma descuidada a apenas un par de metros de donde me encontraba. No lo había hecho a propósito, ni siquiera la había visto, pero estaba a la distancia ideal para iniciar una conversación.La sangre fluyó en abundancia hacia la polla tomando la turgencia y el apresto que suponía la harían más apetecible. Como si no me importara la situación que iba a acontecer me tendí en la toalla dejando que mi verga cayera sobre el muslo. Para no dejar nada a la imaginación hice lo mismo con los testículos y además retiré el prepucio dejando al descubierto un glande que iba volviéndose morado.
Mientras esperaba a la preciosa sirena cortocircuitó el sol un viejo mirón y gay, desnudo y bronceado, que se excitó lo suficiente con mi postura como para llevarse la mano a la polla en una invitación que rechacé con mirada de asco. Prosiguió su camino hasta perderse por el camino que llevaba hacia la playa mayor.
Llegó el momento ansiado cuando la muchacha abandonó el agua. Como cualquier nudista, la miré a la cara y luego bajé la vista para contemplar los mechones rizados de color azabache, como crestas de ola, que se habían formado en su pubis mojado. Ella me miró a su vez pero no abajo. Su mirada era fría y no decía nada. Sacudió de arena la toalla, la dobló, se vistió con un pantaloncito diminuto - la percepción de la ausencia de bragas hizo que mi polla brincara mucho más que al ver su completa desnudez - y en topless se alejó hacia el paso subterráneo que franqueaba la vía del tren sin dedicarme ni una mirada más. Me quedé decepcionado. No quedaba otra que esperar. El día era largo y siempre me quedaba, bromeaba conmigo mismo, la opción de penetrar el culito de aquel viejo gay mirón que de nuevo paseaba frente a mi con todas las insinuaciones posibles dibujadas en su rostro.
Cansado de leer mi libro, de la hora transcurrida y de que allí no pasara nadie interesante, me levanté e hice como mucha gente hace en la playa, escrutar el horizonte como si algo se esperara de él. Ya pensaba en marcharme a la playa grande, siempre más llena de nudistas pero con menos posibilidades de intimar, cuando me sorprendió a mi lado la mujer anciana de cuerpo juvenil con la que había intercambiado una mirada amistosa nada más llegar. Seguía con la misma postura, con las manos apoyadas en sus caderas pero tan cerca de mi que si me hubiera girado sin haberla advertido la habría podido tumbar contra la arena por accidente. Me sonrió de nuevo saludándome con acento extranjero. No fuerte, pero quebrando las palabras. Su voz engañaba. Podría haber pertenecido a una mujer mucho más joven y poseía una melodía que solo encuentras en actrices de doblaje o locutoras de radio. Me habló de la calma del mar, del día espléndido que hacía. La tenía tan cerca que captaba todos los detalles de su cuerpo. Los pezones grandes y erectos, el vello púbico espeso pero tan fino y rizado que se apreciaban los sonrosados labios como si hubieran sido desnudados. Incluso un cicatriz vertical muy ténue producto de una cesárea. No parecía incómoda ante mi repaso. Y a pesar de que era el tipo de mujer que por edad y aspecto nunca me habría interesado, la proximidad a su cuerpo hizo que mi polla se levantara con una dureza que por primera vez me avergonzaba. No pareció incómoda. Al contrario. Sonriendo alargó la mano y con suavidad dio a mi verga un par de toques suaves para comprobar la dureza desplegada, exclamando "¡jóvenes!" que igual podía ser un halago o la imposibilidad de ocultar un defecto que con los años se va curando. Busqué un poco de contacto y me giré para mirar por encima de mi hombro el paso de un tren. La polla, tiesa y con toda la piel hacia atrás, tocó su cadera y así se mantuvo, reponsando en su piel, mientras el traqueteo del tren nos tenía distraidos. Ella sabía qué parte de mi cuerpo la tocaba y no se dio por aludida ni evitó el contacto. Fueron unos segundos intensos de morboso placer.
Sin que la invitara, movió su toalla cerca de la mía. Dijo que podíamos vigilar nuestras pertenencias mutuamente cuando uno de nosotros nos metiéramos en el agua pero para entonces ya estaba convencido que ella iba a ser la mujer de aquel día, por mucho que su conversación fuera tan banal como la que se produce entre vecinos del mismo rellano. Me invitó al agua y aunque puse como excusa la vigilancia de nuestras pertenencias dijo que nos quedaríamos cerca de la orilla. Nos sentamos en la rompiente. Después de conversar un buen rato me invitó a meterme con ella en el agua para quitarnos la arena que las olas habían metido en los rincones más insospechados de nuestros cuerpos.
Riéndose me dijo que tenía el culo rebozado en arena. Probé a quitármela y ante el aparente fracaso de mi tentativa ella se ofreció a quitármela. Quitó la arena de las nalgas y sin pedir permiso deslizó la mano entre las mismas para limpiar el canal y hasta se entretuvo con el agujero del ano. Fue tan meticulosa que la invité a entrar más en el agua de manera que esta ocultara la escena. Me estaba tocando el culo, mi pose no era muy masculina en ese momento y sentía un placer que en principio consideraba ilícito y que hasta ese momento se me había antojado solo para gays. Me puse de cuclillas para que el agua me llegara hasta un poco más arriba del vientre y ella siguió frotando hasta que el último grano de arena, inventado o real, se desprendió de mi. Sus manos me recorrían desde el escroto hasta el ano con una habilidad que me hizo jadear. Alentado por la limpieza de la que acababa de ser obsequiado, le pedí que se girara e hice lo mismo aunque cuando notó que mi dedo iniciaba la penetración de su vagina se escabulló para correr hacia la toalla.
Nos tumbamos de espaldas a tomar el sol para secarnos. Nuestros cuerpos se tocaban. Después del momento de intimidad en el agua otra cosa hubiera sido absurda. Ya no me hablaba de su vida en Alemania, de cómo abandonó el pais hacía más de veinte años para venir a vivir a España y cómo había decidido jubilarse aquí. Ahora me preguntaba si "siempre" la tenía dura y de si me había gustado que me tocara "detrás". Le dije que por supuesto que me había gustado que me tocara detrás, pero ella especificó que "por detrás" se refería a mi ano. "No se", contesté perplejo. A partir de ahí la conversación fue totalmente sexual. Me dijo que ella era muy de "culete", que solo tenía orgasmos cuando le tocaban o la penetraban por detrás, que pocas veces lo habia hecho por la vagina y que en realidad estaba obsesionada con los culos, fuera cual fuera el sexo de quien lo portara. Estaba confundido. No sabía qué quería transmitirme. Sus insinuaciones albergaban sucios deseos hacia mi virginidad anal pero a la vez me tenía tan caliente que maldecía los muchos momentos en que había ignorado o despreciado a las mujeres maduras. Ella tenía 70. Y tras confesar la edad me susurró si aún así quería follar con ella. Pero que para ello la debía tener bien dura porque penetrarla por el coño no era fácil. Dicho esto se sentó y cogiendo la mano me separó un dedo para metérselo por la vagina. Costó que entrara. "¿Lo ves?" me dijo con aquella vocecilla de muchacha encerrada en un cuerpo de madura. Para entonces mi polla había brincado con tal fuerza, rozándose con la toalla, que un chorro de semen salpicó mi vientre y su pierna. Sin alterarse buscó en su bolso unos pañuelos y me limpió, sin preocuparse por el esperma que bañaba su pie y la pantorrilla. Como si fuera un remedio ante mi fallo, rebuscó en la bolsa y sacó de un estuche una pastilla de viagra. Cogido de improviso, avergonzado por la inesperada eyaculación, consiguió metérmela en la boca explicando que me necesitaba "bien duro". Nunca había tomado viagra ni creía necesitarla, pero por alguna razón aquella mujer creyó que era imprescindible tenerme las siguientes horas siempre empalmado por muchas veces que me hiciera eyacular.
Pensé que íbamos a follar en la playa, aprovechando que la gente se empezaba a ir, pero ella me invitó a acompañarla a su casa de las afueras de Arenys. Se enfundó un vestido playero, sin ropa interior, y cruzamos el paso subterráneo hasta el aparcamiento del pequeño centro comercial al otro lado de la carretera. Me pidió que dejara mi coche para ir en el suyo. Ella conocía mejor el camino y luego me traería de vuelta. Además donde vivía era difícil aparcar. Entramos en su coche y me pidió que me la sacara, que me la iba a mamar. Miré a mi alrededor. Había gente a nuestro alrededor que salían y entraban en la zona comercial. No eran demasiadas personas y aunque intimidado la excitación pudo más. Me bajé los pantalones hasta las rodillas y ella se lanzó sobre mi polla descapullándola por completo. Por desgracia no me había lavado bien y había granos de arena pegados al glande. Eso la retrajo mientras me excusaba tratando de desprenderlos. Entonces cambió de idea y me pidió que me la meneara. Me miraba con ojos ávidos mientras me masturbaba, deseando que su boca finalmente bajara para cumplir su primer deseo. En lugar de eso, sin dejar de mirarme, se levantó el vestido y mojando sus dedos se empezó a frotar el clitoris hasta que se corrió con un par de sacudidas y tan rápido que parecía traer la excitación de la playa. Sería por el efecto de la viagra pero mi polla estaba tan dura e hinchada que tras su orgasmo la respiración se aceleró esperando la gran explosión. Notando que la eyaculación era inminente bajó la cabeza enterrando el capullo en su boca que recibió el imponente chorro con el que evitaba manchar el coche. Luego bajó la ventanilla y escupió el semen, para girarse a continuación y con una sonrisa anunciarme que nos íbamos. Antes de hacerlo, con los pantalones todavía por las rodillas, tiré de su cuerpo hacia el mío y la besé. No había calibrado que aún tenía semen en la boca, mi propio semen, así que el juego de lenguas tuvo un regusto que hubiera deseado evitar. A ella pareció encantarle. Durante todo el camino no paró de preguntarme si me había gustado el sabor del semen y en un semáforo, aprovechando que me incorporé ligeramente para ponerme el pantalón, pasó su mano bajo mi trasero para alcanzar el agujero que tanto parecía gustarle. Fue un instante pero casi me penetra con el índice. Le recriminé el gesto pero ella sonrió de una forma muy pícara.
Llegamos a su casa y enseguida me di cuenta que me había mentido. Vivía en un chalet en la montaña, en lo alto de un laberinto de calles. Allí había sitio de sobras para aparcar pero no dije nada. Entramos en la vivienda, un chalet de una sola planta de dimensiones considerables. Nada más entrar en la vivienda se desprendió del vestido, pidiéndome que me desnudara también. Ella siempre iba desnuda por casa. Así en la entrada nos quedamos tal y como nos habíamos conocido. Nos acercamos, abrazamos y besamos. Mi polla volvió a ponerse dura y ella sonriendo, me pidió que la siguiera. Cruzamos la sala de estar para aparecer en una piscina donde la claridad del día, ya declinante, me golpeó la vista. Ella se adelantó un poco y se dirigió en alemán a alguien que reposaba sobre una tumbona y al que no podía ver. Me hizo ademán con la mano para que me adelantara y allí pude ver a un hombre tan anciano como ella, también desnudo, tomando el sol mientras sostenía en sus manos una copa de licor. Estaba calvo y gordo, pero lo que más me llamó la atención fue su polla, larga y circuncidada, acabada en un glande ancho y chato de piel ligeramente arrugada que sobresalía con exceso de la anchura del tronco de la verga. Parecía una seta. Pero lo que más me desconcertó fue que me lo presentó como su marido. Me dieron ganas de salir corriendo pero ella me calmó diciendo que "Erwin" ya sabía y no pasaba nada. El hombre me observó con una de esas miradas de nudistas, en este caso algo turbia y alcohólica, que tampoco olvidó mi polla.Sonrió, asintió ligeramente y dijo algo en alemán que la mujer no se entretuvo en traducir.
Allí lo dejamos mientras nos dirigiámos al dormitorio. Le dije a la mujer que no iba participar en nada "raro". Ni mirones ni tríos. Me tranquilizaron sus palabras. "Erwin" ya se hacía cargo que si su polla no funcionaba ella iba a buscar "pollas" que funcionaran. Ese era su acuerdo y yo no debía preocuparme por nada.
La habitación estaba casi en penumbra. Aprovechando que apartaba la colcha la agarré por la cintura y lanzándola sobre la cama le abrí las piernas para chuparle el chichi. "Más abajo" pedía ella. Iba descendiendo hasta alcanzar la entrada de la vagina y ella seguía pidiendo "más abajo". Abierta de piernas tanto como pudo, agarró sus rodillas en un abrazo que puso en primer plano su culito. Comprendiendo sus deseos lamí la orilla de su ano y con ello arranqué los primeros gemidos. Envalentonado por aquel primer culo que se me ofrecía hice de mi lengua un tubo que la penetró arrancando una convulsión casi eléctrica. Me pidió pornerse encima y accedí sin problemas. Mi polla estaba tan tiesa que le costaba entrar en la vagina. Al final acerté, como un tejedor enhebra el hilo en la aguja. La mujer mostraba gestos de dolor. "Estoy seca", dijo tras varias embestidas. Le pregunté si tenía lubricante y de la mesita de la cama, sin bajarse de mi polla, sacó un tubo del que extrajo un líquido transparente con el que untó la verga. Entonces con la mano apuntó el capullo no a su coño, sino a la entrada de su culito que no había recibido ni una gota de lubricante. Otras mujeres habrían gritado de dolor pero ella se hundió en mi con un expresión de placer indescriptible. Yo mismo estaba asombrado. El interior de su ano estaba caliente, acogedor, me envolvía completamente mientras que su vagina se había mostrado como un lugar frío y seco. Tuve que controlarme para no correrme de inmediato. Ella subía y bajaba hasta que las pelotas golpeaban sus nalgas. Su recto era suave, presionaba con firmeza pero era acogedor como las vaginas suelen ser. Enloquecida - me costaba recordar que tenía 70 años - se inclinaba sobre mi torso para estamparme un beso o chupar mis tetillas. Le dije que ya no podía más y que se apartara, pero en lugar de eso se clavó profundamente esperando el chorro de leche que no tardó en llegar. Debí llenarla mientras ella se retorcía en el más bestial orgasmo que jamás hubiera visto. Luego se acurrucó a mi lado mientras su cuerpo sufría de temblores de placer cada vez que el esperma supuraba por el ano.
"Qué bueno ha sido, qué bueno ha sido", no paraba de repetir. Mi polla había eyaculado tres veces en menos de dos horas. Me dolían los huevos y aún así tenía ganas de más. Ella también se mostraba insaciable. Comenzó a chuparme las tetillas bajando la mano para darme golpecitos en el ano. Mi polla aún no respondía pero el placer era inmenso. Comencé a gemir. Al escuchar mi placer se bajó pero en lugar de chupármela buscó el agujero entre mis nalgas para comenzar a lamerlo como si fuera un helado de chocolate. Estaba avergonzado al obtener placer de aquella manera pero ella no escuchaba mis protestas. Metió un dedo suavemente, comenzando a frotarlo contra algo de mi interior que hizo que mi polla comenzara a alzarse de nuevo. Quise que sacara el dedo de allí pero no atendía mis súplicas. Decía que no por obtener placer de mi culo era gay y que que olvidara de todo para simplemente disfrutar. La polla, agotada, se movía de un lado a otro sin saber si alzarse o caer rendida. Ella la puso en su boca y sin dejar de masturbarme el culo chupaba con un arte que a partir de ese momento, supongo que también por efecto de la viagra, la polla se endureció hasta alcanzarle el fondo de la boca.
-Es que no se - protestaba entre mis propios gemidos - no se si voy a poder correrme otra vez. Me noto vacío y me duelen los huevos.
Ella sacó la polla de su boca y sonrió.
- Ahora veras - dijo saliendo de la habitación.
Allí me quede, espatarrado, con el ano escocido y meneándome la verga para que no la encontrara mustia cuando regresara. Todo era estraño. Follando una mujer de setenta años - o siendo follada por ella, no lo tenía claro -, con su marido impotente tomando el sol a unos metros de distancia y dejándome hacer cosas que hace unas horas no hubiera creído, además de haber sido dopado con viagra para aumentar la duración de mis erecciones.
Pensé que había ido al baño pero en lugar de eso regresó con un arnés dotado con una polla diminuta. No lo llevaba puesto, si no en la mano, preguntándome si me apetecería probar. Me negué en redondo. Por mucho que aquella polla de latex fuera aparentemente asumible no estaba dispuesto a hacer algo que me parecía tan gay. Ella no entendía. Me había visto en la playa, cuando me dejaba acariciar el culo y hacía poco en la cama, cuando su dedo jugaba en mi interior arrancándome gemidos placenteros. Dejó el arnés a un lado y se acopló a mi espalda. Notaba los rizos de su poblado sexo rozando mi trasero. Su mano buscó mi verga para empezar a menearla mientras sus caderas, de forma rítmica, me golpeaban por detrás simulando que me follaba como si fuera un hombre.
- ¿Sólo sientes placer cuando juegas con culitos ajenos o con el tuyo propio?
Ahogada de placer solo puedo emitir un "ajá" afirmativo. El golpeteo constante de su pubis contra mi trasero fue poco a poco causándome placer. Los suaves y canosos rizos rozaban mi botón y esta sumisión, aparte de confundirme, me llenaba de placer.
Ella me besaba la espalda y me prometía un placer aún mayor, algo que en ese momento creía imposible. Decía que su marido obtenía el placer de esa manera desde el momento en que se volvió impotente. Que muchos hombres lo hacían y eran padres de familia y si no se sentían atraidos físicamente por los hombres no se podían considerar homosexuales. Al final cedí. Me tumbé boca abajo y separando las piernas le dije que hiciera conmigo lo que tanto deseaba hacer. Pensaba que a menos que me gustara demasiado, aquello quedaría allí como un secreto entre ella y yo. La mujer saltó de la cama y se puso el arnés con la micro polla erecta adosada al mismo. Debía ser especial para taladrar culitos porque era una especie de lapiz grueso sin la forma habitual de las pollas que se empleaban en tales cinturones. Me estremecí al pensar en que iba a ser penetrado. Así se lo dije, pero las palabras se enredaron en mi boca y le pregunté si me iba a violar con aquello. Las palabras equivocadas la excitaron sobremanera. Untó la verga de latex con lubricante y me puso una buena cantidad en la entrada trasera. La agradecí. Era fría y calmaba el escozor que sus dedos me habían causado. La agradable sensación duró poco. Noté la punta del objeto abriéndose paso en mi ano. Fue doloroso hasta que con una especie de intranquilizador chaquido mi resistencia cedió. Miré hacia atrás. Estaba totalmente dentro de mi. "Ya te he penetrado del todo,", dijo con una sonrisa malévola, "ahora viene la violación". En ese momento, el movimiento rítmico de sus caderas hacían que la pieza de plástico entrara y saliera provocándome un dolor continuo que poco a poco se fue convirtiendo en placer. Un placer extraño, una mezcla entre el deseo de ir al baño y un placer que partía del interior de mis genitales. Una mujer me estaba sodomizando y lo estaba disfrutando de veras. Mi polla se había arrugado hasta hacerse diminuta. Por alguna razón había pensado que tendría una fuerte erección pero como si me feminizara, mi sexo se redujo hasta casi desaparecer. Los testiculos que antes colgaban como bolas de navidad se metieron hacia dentro provocándome un curioso dolor debido a su acartonamiento. Todo se hizo diminuto, avergonzándome. Ella me buscó la polla y al no encontrarla se excitó doblemente. Me hizo poner de rodillas sobre la cama de manera que me mostraba al completo en el espejo del armario. Ella no dejaba de bombearme el culo mientras con su mano intentaba hacer crecer mi polla. La visualización de mi propia sodomización reflejada en el espejo me humillaba pero ella, lejos de sentirse defraudada, alababa mi "pollita" y que ahora era su "putita". Entonces ocurrió. Algo tocó en mi interior aquella polla de latex que mi polla, sin estar erecta, escupió una enorme lechada. Espesa y fuerte, cayó sobre la cama mientras me retorcía de placer y ella intentaba mantener la polla dentro de mi a la vez que su rítmica embestida. El gusto que me estaba dando aquella mujer a través de mi culo era indescriptible. Me corrí varias veces, sin que ninguna vez mi polla recuperara su forma habitual y sin que jamás alcanzara la erección. Pequeña, encogida, flácida babeaba esperma sin parar, haciendo de la cama una especie de balsa de leche. Excitada se desprendió del arnés y le separó la polla. Se tumbó bajo mi polla y sin dejar de masturbarme el ano con la verga de latex chupó y bebió mis jugos como si se tratara de un manjar. No dejaba de manar, como si mi polla se hubiera convertido en una fuente que solo mi culo podía controlar.
Así estuvimos gran parte de la tarde y la noche. Se hizo oscuro. La viagra había operado milagros y habiéndome abierto el culo al placer, ella y yo intercambiábamos roles hasta que sentimos irritación en los esfínteres. A pesar de eso el placer obtenido superaba el dolor y cuando ella me extraía la polla del culo para que la penetrara a mi vez, sentía la necesidad de que la volviera a colocar lo antes posible, pues el vacío me dejaba solo con el dolor. Mi polla, entrenada en el enculado, había recuperado parte de la movilidad perdida. Ahora, si ella me la meneaba, podía tener erecciones con lo que las eyaculaciones podían cubrir la cama y el suelo y si la penetraba me decía que el semen bañaba su recto con un chorro que sentía potente como una irrigación vaginal.
Era noche cerrada y ella me daba por culo con las fuerzas que restaban mientras me mantenía de rodillas sobre la cama y mi polla se agitaba como una bandera al viento, entre la flacidez y la erección suficiente que anunciaba una de aquellas interminables hemorragias de leche. En ese momento se abrió la puerta de la habitación y el marido, al cual había olvidado por completo, apareció con su figura oronda y desnuda recortada en la luz que entraba por el pasillo. Me temí lo peor. Habló con su mujer. Algo le dijo que motivó que el hombre pellizcara mi prepucio y tirara de mi polla con una sonrisa amistosa. El tiempo se congeló. Aún situada a mi espalda, me sujetó por el pecho mientras con la otra mano me bajó la cabeza hacia el miembro de su marido. Me resistí aunque he de ser sincero y tal resistencia no fue mucha. Profundamente feminizado, venciendo las últimas reservas masculinas, metí su miembro en mi boca sin esperar que creciera. A fin de cuentas era impotente. El hombre exhaló un suspiro para a continuación empezar a moverse como si se quisiera follar mi boca. Supe entonces que la historia era falsa. Al chupar su polla con forma de champiñón ésta creció hasta alcanzar una dureza aceptable. Las acometidas de su mujer en mi culo me forzaban a tragar hasta alcanzar la arcada de tan profundo que me la metía. Ya me era igual. Saldría de allí y todo quedaria olvidado. Cerré los ojos y disfruté de cada pliegue de aquel sexo viejo. Mi lengua recorrió el borde del glande y se deleitó con las arrugas de la piel. Al final cambiaron de posición. Ella se abrió de piernas frente a mi y el marido a mi espalda. Sabía lo que venía a continuación, pero mi ano había perdido las defensas. Noté con meridiana claridad como el ancho glande entraba por detrás y como el esfínter cedía con un "plop" casi cómico. Pensé, "vaya, la punta ya está dentro". Luego de un golpe seco e inmisericorde entró el resto de la verga. Peor fue el frotamiento porque cada movimiento de aquella polla, mucho más gruesa que la de latex, me lastimaba sobremanera. Al final, como me temía, eyaculó dentro y me sentí sucio y violado. Cansado, dejó que la verga perdiera flacidez dentro de mi para luego extraerla mientras me daba dos palmaditas en las nalgas como si hubiera sido un buen chico. Me tumbé agotado. La mujer miraba mi ano y cada vez que salía un borbotón de semen lo limpiaba con kleenex antes de que llegara a las sábanas, como si el esperma de su marido fuera impuro mientras que el mío, sobre el cual nos habíamos revolcado, fuera ambrosía. Luego, bromeando, me dijo que tuviera cuidado, porque "me habían preñado".
Dormimos hasta bien entrado el domingo y aunque insistieron en que me quedara finalmente conseguí que me llevaran al aparcamiento para recoger mi coche y volver a casa. La siguiente semana la pasé entre el recuerdo del placer obtenido y la humillación de ser enculado y eyaculado. Al final respondí a sus llamadas y durante los siguientes cinco años, enviciado por sus vicios, fui amante de ambos hasta que un día decidieron regresar a Alemania. No los volví a ver jamás. Desde entonces he vuelto a la playa donde una vez me encontré con Margaret pero aún no he conseguido retomar una relación con una pareja o con una mujer a la que le agraden los cambios de rol. Lo sigo esperando y deseando.