Solo machos
La historia sexual de un adolescente que descubre a través de las indiscreciones de su padre que un macho puede gozar de otro macho sin dejar de serlo y sin sentir perturbaciones. una excelente guía de cómo hacer que los hombres mas machos sean dominados y gozados por otros machos.
Quiero aclarar Responsablemente que la Siguiente Historia no fue escrita por Mi, pero como se trata de una Historia que se va a agradar a todos deseaba compartirlas con Vosotros fieles amantes de los Buenos Relatos y ya que La Pagina donde fue escrita originalmente ya no existe, pensé que seria una gran Pena que la Historia se Perdiese.
SOLO MACHOS
En mi oscura habitación, cerca ya de la medianoche, empujo las sábanas con los pies y dejo que el fresco aire que entra por la ventana enfríe mi cuerpo acalorado. Me quito los calzoncillos y desnudo me estiro para sentir mejor la sensual caricia de las sábanas limpias y olorosas. Tengo la verga dura y tensa. Siento el glande rozando apenas el ombligo y me aprieto los huevos con una mano mientras con la otra me acaricio el miembro de forma lenta. Bajo mis ojos cerrados, en el oscuro mundo de mis fantasías, desfilan aquellos hombres prohibidos, míticos e inalcanzables, aquellos imposibles de obtener, y los únicos que realmente me interesan: los machos. Si, tal vez suene estúpido, pero estoy seguro que no soy el único. Debe haber muchos como yo, que en algún momento de su vida descubrieron el encanto y la deliciosa perversión que se obtiene al someter a un macho a nuestros deseos. El infinito goce que resulta de lograr que alguien que jamás ha tenido ni siquiera la idea de tener sexo con otro hombre descubra el placer de hacerlo precisamente con uno. Mientras me acaricio y me dejo llevar por las sensaciones de mi cuerpo, traigo a mi memoria la primera vez que vi a un macho sometiendo a otro macho. Esa primera vez que definitivamente logró marcarme. Tendría apenas 13 o 14 años. Las hormonas en plena ebullición y los minutos y horas del día dedicados enteramente a pensar en el sexo. En ese momento, únicamente las chicas me interesaban. Compraba revistas a escondidas de mis padres, y conseguía películas prestadas con mis amigos. Me masturbaba a la menor provocación y soñaba con el día que pudiera conseguir que alguna chica me dejara meterle mi ansiosa verga y probar por fin los placeres del sexo entre dos. Antes de que eso pudiera suceder, la suerte o el destino, me hicieron cambiar mi limitada visión del sexo. Mis padres habían planeado salir el fin de semana, para visitar a una hermana de mi madre que estaba enferma. La tía vivía en una ciudad cercana, y el plan era salir el viernes por la tarde y regresar hasta el domingo. El viernes por la mañana me desperté con un fuerte dolor de garganta, y ya para la tarde la fiebre me obligó a guardar cama. La salida estuvo a punto de cancelarse, pero mi papá convenció a mi mamá para que se fueran ella y mi hermana, prometiendo cuidarme todo el fin de semana. Y ellas se fueron. Mi papá es un tipo genial. En aquel tiempo él era un dios para mí. Alto, moreno, velludo, autoritario y fuerte, representaba para mi la imagen de lo que debía ser un hombre, un macho. También era responsable y trabajador, el jefe de la casa, y quien tenía la última palabra para todo. Me cuidó toda la noche y se aseguró de darme la medicina a la hora justa. Me pasé todo el sábado entre el sopor de la fiebre y el sueño profundo que me provocaba la medicina. Después de sudar bajo las mantas durante todo el día, me desperté cuando ya casi anochecía. Tenía la garganta seca y una sed endemoniada. También tenía una erección de campeonato, no se porqué, y el roce del pijama hacía que el pito se me endureciera más todavía. Me levanté para buscar un vaso de agua y salí descalzo para no hacer ruido. No quería que mi papá me descubriera con semejante bulto bajo los pantalones. Bajé las escaleras en absoluto silencio y me detuve en seco al escuchar a mi papá hablando con alguien. Lo hacía en voz baja, y la curiosidad hizo que me fuera de puntillas hasta la zona de la escalera donde podría ver con quien hablaba. Por mi mente excitada y calenturienta pasaron varias ideas, sobre todo de mujeres preciosas y desnudas que abiertas de piernas se recostaban en el sillón de nuestra sala mientras esperaban a que mi padre se las cogiera. Pero no. Me desilusioné rápidamente. Era Andrés, mi padrino, con quien platicaba mi papá. Sin embargo, algo en la actitud de los dos me hizo seguir en silencio y observando. - Que no, compadre, ya te dije que no puedo - le explicaba mi papá. - No seas asi, acompáñame, - le rogaba mi padrino - solo será un ratito. - Ya te dije que mi hijo está enfermo y que prometí cuidarlo. - Pues te lo vas a perder, y mira que hay una rubia preciosa, con unas tetas de este tamaño - sus manos imitaron unos senos descomunales sobre su pecho - y unas nalgotas que no te imaginas. - Tan buenas como las tuyas, compadre? - dijo mi papá pícaramente. - No mames! - dijo Andrés muerto de risa. Mi papá siguiendo la broma le agarró las nalgas a mi padrino, mientras le hacía una mueca de fingida lujuria. Andrés brincó alejándose de las manos fuertes y velludas de mi papá y le dio la espalda. Mi papá continuó tras de él y lo abrazó desde atrás, repegándole la pelvis sobre su trasero. - En en serio, compadre, tienes un culo riquísimo - le dijo al oído mientras empujaba de nuevo su pubis sobre las nalgas de Andrés. - Epale, cabrón, aplácate! - contestó mi padrino - ya hasta te sentí la reata - y trató de zafarse del abrazo. - Y a poco no te gustó, compadre? - dijo melosamente mi papá sin soltarlo del todo. - Como crees?, si yo no soy puto - dijo en tono enfadado. - Pues si yo tampoco, compadre, pero un culo es un culo, y me vas a perdonar, pero el tuyo está buenísimo. - No chingues!, ya déjate de juegos, compadre - dijo Andrés ya menos convincente. De alguna forma el piropo le agradaba y mi papá se percató de eso. Noté que efectivamente, el pene de mi papá se dibujaba perfectamente bajo sus pantalones y que ya estaba cachondo. Siguió insistiendo. - Quien se va a enterar, compadre? - dijo volviendo a acercarle el bulto a los glúteos de mi padrino - esto se queda solo entre tu y yo, te lo juro. - No me jodas, compadre. Ya te dije que no le hago a eso. - Como me dices eso? - insistió mi papá - con este rico par de nalgas que tienes no me puedes reprochar que me caliente - y mientras le repegaba la reata, comenzó a acariciarle las nalgas con una mano, mientras la otra se la metía entre los botones de la camisa - mmmm, y hasta un par de ricas chichitas tienes, cabroncito. - Ya párale - se defendía Andrés, pero ya con mucha menos convicción. Mi papá seguía acariciándole el pecho y las nalgas, mientras lo iba empujando contra la espalda del sofá. Cuando lo arrinconó allí, comenzó a chuparle una oreja, inundando con su cálido aliento la oreja de Andrés. La mano que le acariciaba el pecho descendió hasta llegar a la hebilla del cinturón y diestramente lo desabrochó. Sin dejar de presionar al compadre contra el sillón, logró bajarle los pantalones y poco después los calzones. Empujó suavemente a mi padrino sobre el sillón, de modo que frente a él únicamente quedaron las blancas nalgas de Andrés. La desilusión que había sentido al percatarme de que no había ninguna mujer en la sala acompañando a mi papá se me olvidó por completo. A estas alturas, mi verga estaba tan dura como la de mi padre y comencé a meneármela sin perder detalle de aquella nueva e inusual forma de seducción. Mi padrino, tan masculino, tan viril y tan macho, yacía con el culo desnudo, totalmente indefenso, subyugado por el poder de persuasión, subordinado a otro macho y decididamente a merced de sus deseos. Los míos parecían ya querer explotar. El calor, la fiebre, la sed, todo se combinaba para que en mi cuerpo ocurrieran las sensaciones más insólitas y desconocidas. Dejé de masturbarme. El placer era inmenso y deseaba prolongarlo lo más posible. Vi a mi padre arrodillarse frente a los blancos glúteos de Andrés y acariciarlos primero con sus manos y luego con su boca. Mi padrino tenía las manos apoyadas en el asiento del sillón y al sentir las caricias trató de incorporarse, pero mi papá lo mantuvo empinado y siguió besándole las nalgas, sin dejar de decirle a su compadre, entre murmullos de pasión, lo mucho que le gustaba su trasero. Nunca había visto antes a mi padrino desnudo, y tampoco a mi padre. La escena era grotesca, insólita a mis ojos, pero increíblemente cachonda y sensual. Las nalgas de mi padrino eran blancas, anchas y carnosas, y descubrí que un culo masculino también puede ser objeto de deseo, y seguramente mi padre pensaba igual, porque separó las nalgas y con un suspiro de satisfacción hundió la lengua entre la raja de mi padrino y comenzó a lamerle el ano. Andrés soltó un prolongado quejido que pareció salirle desde muy adentro. Sus piernas se separaron un poco más y mi padre metió su lengua mas profundamente. Entonces mi padre se puso de pie, se abrió la bragueta y se sacó la verga. Su miembro, moreno y duro, largo y cabezón se aproximó al blanco trasero de Andrés, que rendido, ya no hacía intentos por incorporarse siquiera. Un poco de saliva en la gruesa e hinchada cabeza y otro poco en el escondido agujero de mi padrino. Y allí, frente a mis excitados ojos, la fulminante penetración. Un macho poseyendo a otro. Haciéndolo suyo y solo suyo. Por primera vez. La entrega total y absoluta, el abandono de cualquier idea preconcebida, y la forma en que una verga, un simple pedazo de carne, logra someter la masculinidad de otro. Así empezó mi sueño, mi fantasía. Extasiado, vi a mi papá cogerse a su compadre. Escuché sus jadeos, sus violentas embestidas, el sonido de las nalgas de mi padrino chocando contra las caderas de mi papá. Vi a Andrés abrir la boca y gritar cuando la verga le entró, y sus manos crispadas agarrarse del sillón como si así pudiera paliar el dolor de la penetración. Vi como mi papá lo sujetaba por la cintura y lo obligaba a recibir por el culo hasta el último centímetro de su verga endurecida, y ya perdidos en el placer, vi a ambos perder toda noción del tiempo y el espacio hasta terminar como animales, jadeantes y sudorosos. Al terminar, Andrés se incorporó y mi padre lo abrazó. No con amor ni nada parecido, sino como amigos, como hombres que se felicitan después de un partido. Andrés se subió los pantalones y ya para salir mi padre lo abrazó otra vez desde atrás, repegándole el sexo nuevamente mientras le decía algo al oído que no alcancé a escuchar, pero logró arrancar una sonora carcajada de mi padrino, que como muchas otras veces, se despidió y salió de la casa como si nada hubiera sucedido. Volví a mi cuarto inmediatamente. Ya no necesitaba agua, ni me importaba nada. Me tumbé en la cama y me arranqué la ropa en tres segundos. Con apenas unos cuantos tirones a mi endurecida verga tuve uno de esos orgasmos de campeonato, mojando mi abdomen con una copiosa carga de semen y me dormí poco después, aun soñando con lo que acababa de ver. Después de aquel día, las cosas volvieron a ser lo de siempre. No cambió para nada la imagen que tenía de mi padre, y tampoco de mi padrino. Cuando los vi juntos, en una comida familiar, ellos se comportaron como siempre, pero yo no pude evitar tener una erección con tan solo recordar lo que ellos habían hecho. Al parecer lo sucedido no los había cambiado, pero a mi sí. Empecé a desarrollar esta fantasía, la de someter a otro hombre, la de lograr ser el primero que gozara de su culo y enviciarlo con mi verga. Empecé a mirar a todos los hombres con otros ojos. A mis primos, a mis compañeros de clase, a mis vecinos, a los que encontraba en las calles y a cualquiera que luciera bien macho. Encontré a varios interesados, pero en cuanto me percataba de que tenían tan siquiera un dejo afeminado, o algo que me indicara que ya lo hacían con hombres desde antes, perdía todo interés. Yo no quería cogerme a cualquiera, yo sabía bien lo que buscaba y finalmente lo encontré. Se llamaba Julio. Era el capitán del equipo de futbol del colegio y definitivamente el terror de todas las chicas. Tenía fama de galán y según contaban, la mitad de las chicas del salón ya habían sucumbido a sus encantos. Y vaya que tenía encantos. No era muy alto, pero si muy apuesto, con un pelo rubio opaco bastante largo y sedoso que acostumbraba a usar amarrado en una coleta, que según todas las chicas, encontraban adorable. Yo no me fijaba mucho en la coleta, pero si en la cola. Tenia un trasero digno de aparecer en cualquier revista de hombres desnudos. Lo había visto algunas veces desnudo en los vestidores, al final de los partidos, y no había quien le ganara. Sus nalgas eran perfectas, redondas y firmes, musculosas, con apenas un ligero vello dorado casi imperceptible, y llenaba los jeans de una forma casi obscena. Las chicas babeaban por su cuerpo, y uno que otro chico también. En mi fantasía, él representaba el macho inalcanzable, incorruptible, imposible de conseguir, y por tanto, se convirtió en el objetivo de todos mis sueños. Pasaban los meses y yo no encontraba la forma de conseguir nada con Julio. Mi inexperiencia era tremenda, y solo el deseo prohibido y morboso de sus nalgas me hacía seguir adelante. Nos conocíamos, se podía decir que teníamos una amistad, pero no éramos íntimos ni nada parecido. La cosa pintaba bastante difícil hasta que Julio, estrella del futbol, recibió el resultado de sus calificaciones semestrales, tan malas que le informaron que se le daba de baja del equipo hasta que lograra subir su promedio con los exámenes finales. Julio era muy guapo, atlético y popular, pero no precisamente inteligente. La pandilla con la que se juntaba eran muchachos por el estilo, siempre pasando con el promedio mínimo, y por tanto, incapaces de ayudarlo. Julio necesitaba a alguien mas aventajado en la cuestión académica, y allí encontré mi oportunidad. Me acerqué a él, le ayudé con algunas tareas, le expliqué algunas clases que no tenía muy claras, y me gané su confianza. De esa forma conseguí que me invitara a su casa, y varias tardes a la semana nos encerrábamos en su habitación, estudiando casi siempre, pero también bromeando y jugando. Hubo muchas oportunidades para mirarlo a mi antojo. A veces en short, a veces en pijama, a veces en calzones, e incluso, un par de ocasiones desnudo, saliendo de bañarse. Yo vivía en perpetuo estado de excitación. El no lo sabía, pero mi fantasía ya era una obsesión. Deseaba su culo como nunca había deseado nada más. En aquellas tardes descubrí otra cosa de Julio, era extremadamente vanidoso, y decidí aprovecharlo. Una de esas tardes en su casa, nos quedamos solos. La mamá había salido y el grueso libro de historia nos tenía mortalmente aburridos y a punto de quedarnos dormidos. Julio decidió tomar una ducha para despejar la mente y quitarse el sueño. Lo vi arrojar la ropa descuidadamente, ajeno a mi mirada vigilante, incapaz de imaginar lo mucho que deseaba su precioso trasero. Se encaminó al baño, y la vista de sus hermosos glúteos al caminar me enderezaron la verga furiosamente. Atisbé su cuerpo en la ducha, las gotas de agua resbalando por su fina espalda hasta la majestuosa grupa, cayendo por sus musculosas piernas de futbolista. Se agachó enjabonándose y hubiera caído de rodillas detrás de él sino hubiera sabido contenerme. Regresé a la habitación justo a tiempo de verlo salir despreocupadamente secándose su larga cabellera. De frente, su pubis húmedo y rubio coronaba un miembro grueso y corto, escondido en su capullo de carne, pero apenas le dediqué una mirada. Deseaba que se diera vuelta, deseaba mirar el objeto de mi adoración, y Julio sin saberlo, cumplió mi deseo, dándose vuelta para buscar en la cómoda algo de ropa que ponerse. - Oye Julio, - le dije descuidadamente - me parece que estás engordando. - No friegues, - contestó preocupado mirándose el vientre - tu crees?. - Si - continué - como que te veo algo de lonja, y hasta las nalgas un poco flojas - mentí. - No puede ser - dijo arrojando la toalla y mirándose en el espejo - pero si apenas tengo unas pocas semanas sin jugar. Dime la verdad, cuate. - En serio, Julio, ya no tienes el mismo cuerpo atlético de antes. Me miró desconsolado. Su cuerpo era su mayor orgullo. Se miró de nuevo en el espejo. Me puse de pie detrás de él. Le rodee la cintura haciéndole notar una inexistente panza. Le toqué los bíceps informándole que estaban menos marcados. Le pasé la mano por los fuertes muslos, haciéndole ver que habían perdido tonicidad, y por último le agarré las nalgas, y le dije que se las sentía algo flojas. El me dejó tocarle todo el cuerpo. Por su mente jamás pasó la idea de que yo estaba disfrutando increíblemente con todo aquello, y casi me rogaba para que siguiera con mis observaciones. Y por supuesto, seguí. Lo puse frente a mí. Le toqué el pecho, midiendo con mis palmas su anchura, tomando entre mis dedos sus pezones pequeños y rosados. Medí sus afiladas caderas y me salté su pene encogido bajo la sedosa maraña de vellos rubios. Le hice abrir las piernas para verificar la firmeza de la cara interna de sus muslos, y eso me permitió husmear bajo sus redondos huevos y el aroma almizclado de su sexo, tan cerca de mi nariz. Le dí la vuelta y sus hermosas nalgas quedaron frente a mis ojos, más cercanas y disponibles que nunca. Se las abrí, haciéndole notar que los músculos se sentían demasiado suaves y sin firmeza. Metí un dedo entre su raja, y le pedí que me lo apretara. El contrajo los glúteos, y los sentí firmes como rocas, pero no se lo dije. Le pedí que lo hiciera varias veces seguidas y él me complació. Mi verga casi se me salía del pantalón con aquel ejercicio. Me sentía tan caliente que temí venirme sin necesidad de tocarme siquiera. Entonces me atreví a bajar el dedo que tenía entre la raja de sus nalgas hasta tocar su ano. Julio respingó con el contacto. Sus ojos en el espejo buscaron los míos y yo no dije nada, solo lo miré intensamente. Sus ojos no abandonaron los míos mientras mi dedo se abría paso poco a poco dentro de su agujero cálido y secreto. Se enderezó un poco, como queriendo poner fin a todo aquello, pero poniendo una mano en su espalda lo coloqué de nuevo en la misma posición. Esta vez sus ojos me interrogaron y yo seguí en silencio, con el dedo dentro de su ano, y comencé a meterlo y sacarlo de forma lenta y sensual. Julio dudó apenas unos segundos, y me bastaron para introducir un dedo más. Ahora lo perforaba con dos dedos, y frente al espejo, vi su pene dormido empezar a despertar. Empezó a crecer, y el glande rosado asomó entre la piel arrugada del prepucio. La casa estaba en absoluto silencio. La luz de la tarde se filtraba a través de las blancas cortinas y solo nuestras respiraciones entrecortadas poblaban la habitación. Le saqué los dedos cuando vi que Julio tenía ya una erección completa y desde la parte baja de su espalda empezaban a escurrir unas pequeñas gotas de sudor. Me hinqué frente a sus hermosas nalgas y por primera vez pude besarlas. Su carne, sedosa y rubia me supo a gloria. Le mordí suavemente el borde tierno donde nacían sus glúteos sobre las piernas y subí con mi lengua hasta la parte baja de la espalda, lamiendo las brillantes gotas de sudor. Bajé nuevamente, esta vez entre la apretada raja, abriéndome camino hasta su agujero, ahora húmedo, cálido y receptivo. Mi lengua bordeó el anillo de carne rosada, mientras le separaba las nalgas con mis manos para tener mejor acceso, y le metí la punta, saboreando su aroma y su textura. Julio tenía los ojos cerrados, absolutamente concentrado en la sensación de mi lengua en su ano, descubriendo esta nueva caricia, vigorosa y sexual, que parecía tenerlo hipnotizado. Aproveché esa ventaja. Me deshice de mi pantalón sin dejar de besar su culo, sus nalgas, y tener dentro suyo, un dedo, una lengua, un beso, una caricia que me hiciera seguir presente y dominando. Mi verga saltó ansiosa, suficientemente lubricada, y mientras mi beso subía por su espalda arqueada, la situé frente a la deseada puerta trasera de su cuerpo. Cuando mi glande hinchado tomó contacto con su ano, empujé levemente, abriéndome paso con paciencia y determinación. Besaba su pelo largo y perfumado, su nuca blanca escondida debajo y vi que por fin abría los ojos, al sentir que su ano también se abría, permitiendo que mi verga lo penetrara centímetro a centímetro. - No, no puedo permitirlo - susurró Julio con miedo y deseo, más para sí mismo que para mí. - Si puedes - le contesté suavemente - tu cuerpo es hermoso y merece que se le ame de cualquier forma. El halago pareció confortarlo. Sus nalgas se acomodaron más a mi cuerpo, y aprovechando, le incrusté el trozo de verga que aún asomaba fuera de su cuerpo. El empujón pareció llegarle muy hondo, porque su espalda se arqueó y su boca se crispó en un rictus de dolor que afeó su apuesto rostro. Vi en sus ojos la aceptación. Vi que era mío en esos momentos y que por fin lo comprendía. Tomé su larga melena y la jalé hacía mí con cierta fuerza. El cedió. Se dejó penetrar ahora con más facilidad. Lo sentí en la forma en que su culo aceptó mi carne endurecida. Por fin lo tenía, por fin podía disfrutar de aquel regalo que nadie más había tenido. Le metí la verga con fuerza, con pasión, con la absoluta certeza de que sería recibida a fondo y sin recelo, y lo gocé. Julio se desmadejó en mi abrazo. Era un muñeco de carne dispuesto para mi satisfacción. Era un culo abierto para que lo poseyera, para que lo disfrutara y sentir eso me encendió. Comencé a bombear desesperadamente. Mi verga entraba y salía de entre sus nalgas procurándome un placer indescriptible. Entre los sonidos y vaivenes de nuestros cuerpos sentí los músculos de Julio tensarse, rebosarse de placer, entregarse más allá de todo regreso y su verga dorada e hinchada explotó. Su ano se contrajo y cada sacudida parecía exprimirme de una forma que no había sentido jamás. Mi orgasmo fue algo grandioso, y me abracé a su cuerpo mordiendo sus hombros, retorciendo sus pezones entre mis dedos, confesándole al oído el inmenso placer que su cuerpo me daba. Lo apreté contra mí hasta el último espasmo, hasta que la última gota de mi semen quedaba dentro de su hermoso agujero y sentí que podía retirarme con mi sueño cumplido. Salí poco después de su casa, con el aburrido libro de historia en mis manos y una jubilosa sensación en el cuerpo que nunca he podido olvidar. Pasamos varios días sin vernos ni hablarnos, pero eventualmente nuestra amistad continuó y cuando Julio aprobó con éxito los exámenes y volvió al equipo, parecía que todo había sido solo un sueño, pero él y yo sabíamos que había ocurrido en realidad. Yo seguí con mi vida normal. Con novias, citas, amigos y amigas, y en el fondo, la fantasía asomaba de nuevo cuando algún macho se cruzaba en el momento justo y el lugar apropiado. Pasaron meses sin que nadie captara mi atención de nuevo. Lo de Julio me había colmado y llenado, pero el gusto por lo prohibido emergió como siempre, inesperado. Había ya terminado la preparatoria y esperaba los exámenes de ingreso a la universidad. Para no perder el tiempo, me conseguí un empleo con un antiguo compañero de colegio de mi papá. Se llamaba Gilberto, y mi papá y otros amigos le decían simplemente Gil. Su negocio era de importación de maquinaria y me contrató para ayudarle a organizar la oficina durante las vacaciones. Era un hombre como de 40 años, casado desde muy joven y con hijos más grandes que yo. Conmigo tomó una actitud muy paternal, ya sea por la amistad con mi padre, a quien desde hace mucho tiempo no frecuentaba, o por mi edad, tan similar a la de sus hijos. Mi papá, en agradecimiento por haberme empleado lo había invitado a comer, y recordando los viejos tiempos, su amistad pareció renovarse. Esa comida fue en nuestra casa, y me sorprendió ver en mi papá una cierta mirada que hacía mucho no percibía. Sus oscuros ojos bajo las cejas pobladas parecían tratar de penetrar en Gilberto, como desnudándolo, y supe que la cosa estaba en camino. Lo extraño era que a mi me pasaba lo mismo. Mi nuevo jefe había despertado en mí la misma necesidad en apenas una semana de labores. Lo veía al teléfono atendiendo los negocios, y se me hacía el hombre más seguro y masculino que hubiera visto nunca. Me gustaba todo, la forma en que hablaba, los vellos del pecho asomando bajo la camisa, los pantalones marcando la entrepierna, y cuando se ponía de pie, mientras gesticulaba con el teléfono sostenido contra el hombro dando vueltas de un extremo a otro, yo miraba su ancha espalda, e invariablemente, terminaba bajando la vista hasta su trasero, que no me cansaba de ver. Tenía un par de nalgas abultadas y poderosas. No las nalgas de un muchacho, sino las de un adulto. Unas nalgas que imaginaba fuertes y peludas, a juzgar por los vellos que cubrían sus antebrazos y pecho. Unas nalgas masculinas. El culo de hombre maduro que ahora empezaba a desear con aquella antigua ansiedad. Y ahora, en el comedor de casa, con mi nuevo jefe disfrutando de la exquisita comida de mi madre, veía en mi padre esa misma ansiedad. Recién descubría al amigo no visto en mucho tiempo. Descubría que se había convertido en un hombre muy atractivo, serio y apuesto, viril. Un macho y un reto, para ambos, sólo que en ese momento mi papá no lo sabía. Yo tenía una ventaja mi favor, pasaba mucho más tiempo cerca de Gil en la oficina que el que podía tener mi papá. Pero él tenía a su favor la experiencia, y la antigua amistad se reavivó rápidamente. Mi papá lo invitaba a jugar tenis, a correr, a los partidos de futbol, porque Gil era fanático de los deportes y su cuerpo lo demostraba, a los 40 años estaba en mejor condición física que muchos otros. Yo los acompañaba siempre que era posible, y podía constatar el lento avance que hacía mi padre. Lo veía tocarlo con varios pretextos, y Gil poco a poco encontraba menos extraño el contacto de su amigo, se acostumbraba a que lo abrazara, le pasara el brazo por los hombros y festejara un gol o una chuza cargándolo prácticamente por las nalgas mientras lo zarandeaba con evidente felicidad. Yo no podía competir contra eso, y mi calentura se acentuaba viéndolos casi tanto como si fuera yo mismo el que lo hiciera. Sin embargo, en la oficina, aprovechaba bien mi tiempo. Gil me veía casi como a un hijo más, y yo me convertí en el más cariñoso de los empleados. Lo abrazaba como lo haría con mi papá, lo consultaba por todo y le agradecía los consejos pegándome a su cuerpo y rodeando su cintura en un abrazo apretado. Al principio él se sentía incómodo, podía percibirlo, pero se acostumbró también a mi contacto. Cada vez se dejaba abrazar con más facilidad, y en una ocasión hasta me animé a sentarme en sus piernas mientras él me explicaba el llenado de alguno de los documentos necesarios para importar. Cuando lo veía cansado, le daba masaje en los pies, en los hombros, y hasta logré conseguir un día que se quitara la camisa cuando nos quedamos solos ya tarde, con el pretexto de darle un buen masaje de espalda. Confirmé que el hombre era tan peludo como imaginaba, su pecho estaba lleno de vellos desde el cuello hasta el ombligo, y en la espalda, justo en la zona que sobresalía del cinturón, una sombra de vellos prometía seguir hacia abajo, hasta sus nalgas, que ya me moría por ver. El asedio continuó por varias semanas y cada vez me sentía más ansioso por conseguir su cuerpo. Lo soñaba por las noches, lo imaginaba desnudo y dispuesto durante el día, mientras él continuaba la jornada sin darse cuenta de mi estado. Una de esas tardes, su esposa le llamó para recordarle que tenían una cena esa noche y que no se retrasara. Había una cantidad enorme de trabajo y Gil me pidió de favor que fuera a su casa a recoger el traje que usaría esa noche y una muda de ropa interior. Siguió trabajando hasta el último minuto, y yo, con miles de pretextos, permanecí en su oficina hasta que no le quedó mas remedio que cambiarse de ropa delante de mí.. Se fue despojando de sus ropas y mi erección celebraba cada prenda que iba cayendo, revelando su cuerpo maduro y masculino a mis ávidos ojos. Cuando solo quedaban los calzoncillos se viró púdicamente para que no viera su pene, lo cual para mí fue perfecto, porque entonces me mostró sus redondas y rotundas nalgas. Eran tal como las imaginaba, peludas y viriles, escondiendo entre su raja un agujero que adiviné tan peludo como las suculentas masas de carne que lo cubrían. La visión duró apenas unos segundos, pero me bastaron para hacerme el firme propósito de lograr hacer mío su velludo ano. Gil terminó de cambiarse y le ayudé a hacerse la corbata. Se despidió con un abrazo y yo dejé resbalar las manos descuidadamente por su espalda rozando su trasero. Gil me apretó ligeramente turbado y se disculpó por hacerme trabajar tan tarde, prometiendo recompensarme con una cena el próximo fin de semana. Acepté encantado la idea y se marchó. El viernes nos sorprendió aún trabajando hasta tarde y la cena se canceló. Había un pedido de un cliente muy importante que atender y no podíamos irnos sin terminarlo. El personal se fue yendo poco a poco y Gil pidió una comida rápida para los dos, y me dijo que avisara en casa que trabajaría hasta tarde. Se veía agotado, físicamente desgastado, pero yo lo encontraba más atractivo que nunca. Cerca de la una de la mañana nos dimos un respiro. Le propuse un masaje para relajarlo y que pudiera seguir trabajando. Me lo agradeció y lo llevé hasta el cómodo sillón de cuero, le aflojé la corbata y le quité la camisa. Comencé a trabajar sus hombros, bajando poco a poco hasta sus pectorales. Su pecho me encantaba, peludo y sensual, sus pezones oscuros parecían llamarme y como sin querer empecé a incluirlos en el masaje. Yo estaba de pie detrás de él, y pude sentir como se relajaba poco a poco. Las caricias en los pezones parecían despertar alguna consciencia dormida más abajo, porque lo vi retorcerse en el sillón y un par de veces se acomodó el pantalón sobre las ingles, como tratando de acomodarse el paquete. Continué con su espalda, y lo doblé hacia sus rodillas. Gil estaba sentado, y al agacharse pude llegar hasta su cintura. La zona velluda de su espalda baja me excitó casi tanto como sus pezones. Sabía que sólo escasos centímetros me separaban de sus preciosas nalgas. El timbre de la puerta nos sobresaltó a los dos. Gil tomó la camisa y se la puso rápidamente. Alcancé a notar una especie de culpabilidad en su rostro, como si hubiéramos sido sorprendidos haciendo algo incorrecto, y eso me gustó. Salió a ver quién podía tocar a esas horas y regresó poco después, seguido por mi padre. - Hola - saludó papá alegremente - tu madre me avisó que te quedarías muy tarde y decidí que sería mejor venir por ti. - No era necesario - contestó Gil rápidamente - pensaba llevarlo a tu casa, no soy tan mal jefe. Ambos sonrieron y me miraron. Yo no sabía si molestarme con mi papá por arruinarme la velada, o por el contrario, emocionarme por su oportuna llegada. Algo extraño flotaba en el aire y los tres lo intuíamos. Noté que mi papá me recorría el cuerpo con una mirada veloz, y me dí cuenta que una notoria erección me abultaba los pantalones. Traté de cubrirla, pero ya era tarde. Mi padre me sonrió pícaramente y me pasó un brazo sobre los hombros. - Y bien, como van con ese trabajo urgente? - preguntó a Gil sin soltarme. - Ya casi terminamos - contestó éste - de hecho nos estábamos tomando un respiro justo cuando llegaste. - Pues adelante - dijo papá - por mí no se preocupen. Puedo ayudar en algo? Gil y yo nos miramos. Volví a ver un atisbo culpable en su mirada y decidí que era ahora o nunca. - Pues si, papá, puedes ayudarme bastante - le expliqué -. Gil está muy cansado, dudo que tenga la energía suficiente para continuar. Se me ocurrió darle un masaje para relajarlo y creo que estaba funcionando, pero como podrás imaginar, no tengo mucha experiencia en eso - lo miré profundamente y él captó de inmediato el doble sentido de mis palabras. - No se hable más - dijo haciéndose cargo de la situación - soy casi un experto en masajes. - Yo no...... - balbució Gil - no es necesario......, de verdad .... - Silencio - ordenó mi padre - eres un excelente amigo y te mereces un descanso. Arrastró a Gil hasta el sillón y yo me apresuré a desabrocharle la camisa. Gil no pudo impedir que mi padre y yo lo sentáramos allí y con el torso desnudo nos dejó a cargo de todo. Mi papá estaba detrás de él y yo en el frente. Las fuertes manos de papá sobaron los hombros de forma mucho más intensa y por lo visto mucho mejor, porque Gil casi de inmediato se aflojó, cerrando los ojos y disfrutando del masaje. Mi papá me indicó que empezara desde abajo, asi que le quité los zapatos y calcetines, no sin cierta resistencia, y comencé a darle masaje a sus pies y pantorrillas bajo los pantalones. Si miraba hacia arriba, podía ver que las manos de papá ya trabajaban el velludo pecho de Gil y que poco después ya rozaban y acariciaban sus pezones. Las tetillas, casi ocultas en el vello parecieron crecer, como pequeños penes erectos, y esa imagen intensificó mi calentura. Comencé a ascender sobre las piernas, pero el pantalón me impedía meter las manos mas lejos. Decidido, le desabroché el cinturón. Gil abrió los ojos de inmediato, haciendo ademán de incorporarse. Mi papá lo mantuvo en su sitio y lo tranquilizó, asegurándole que solo lo hacíamos por su bien, que necesitaba relajarse, que éramos sus amigos, y siguió hablando y hablando mientras su mirada me indicaba que continuara. Le quité entonces los pantalones. Gil se vio forzado a elevar las caderas para poder sacárselos y en el movimiento sus nalgas descansaron sobre mis manos y yo las apreté ligeramente. Gil me miró, pero no dijo nada, temeroso tal vez de mi padre o no sé de qué. A mi no me importó. Ahora estaba casi desnudo. El masaje ascendió de las pantorrillas hasta los muslos, fuertes y velludos bajos mis dedos. Su entrepierna estaba ya a escasos centímetros de mis ojos, y apenas cubierta por un blanco calzoncillo que no alcanzaba a ocultar un considerable bulto. Si no tenía una erección, estaba ya en camino de tenerla. La redondez de sus huevos casi desbordaba los límites del calzoncillo, dejando escapar unos cuantos pelos oscuros y un atisbo de su carne. Le separé las piernas, quería ver más de aquello y Gil apretó los muslos impidiendo que se los abriera, pero insistí, y él cedió nuevamente. La tela se estiró al máximo al abrirle las piernas, tensándose sobre su sexo. Los huevos, ahora aplastados por la tela se salieron por los costados, y la protuberancia de su pene se dibujó perfectamente en la delgada tela. Mi padre estaba pendiente de todo, y desde arriba notó también la creciente excitación de Gil. Una de las manos que acariciaba un pezón descendió lentamente hasta rozar el elástico del calzoncillo y el velludo vientre. Con sorpresa la vi desaparecer bajo la prenda y sentí la tensión de Gil al instante. - Tranquilo, mi amigo, no pasa nada - lo tranquilizó mi papá -. Esto también debe relajarse - explicó apretando suavemente el sexo de Gil, que se quedó mudo y quieto. La mano continuó la caricia y Gil sucumbió al placer que le brindaba. Cuando lo sintió mas conforme, mi padre me indicó que le quitara el calzoncillo y lo hice. Ahora Gil estaba completamente desnudo, y sus huevos, pesados y redondos, descansaron sobre el fresco cuero del sillón. Otra vez, por indicaciones paternas, los tomé en mis manos, aunando esta caricia a la que mi papá le daba al enorme pene erecto de Gil. Después de unos minutos, la respiración entrecortada de Gil nos indicó la magnitud de su placer. - Chúpaselo - ordenó mi padre. Yo lo miré interrogante. Nunca había chupado un pene, ni se me antojaba hacerlo tampoco. Mi fantasía era poseer ese atractivo ejemplar masculino, someterlo, tenerlo para mi placer, no procurárselo. Pero mi papá tenía más experiencia que yo, él sabía cuando era necesario ceder para ganar terreno, y finalmente, me convencí a mí mismo, el fin justificaba los medios. Todo eso lo entendí sin mediar palabras, una mirada y un gesto me hicieron comprender y sin pensarlo más me acerqué al gordo pene de Gil. Primero me llegó su aroma, fuerte y masculino. El sabor era parecido al olor. Sabor a hombre. Sabor a macho. Lo dejé entrar en mi boca tan profundo como pude resistir. Gil se estremeció con la caricia y mi padre le pellizcó los pezones, esta vez con más fuerza y determinación. Mi cabeza subía y bajaba sobre el caliente miembro y vi que papá comenzaba a desnudarse. Mi boca hacía una cosa, pero mis ojos hacían otra. Por primera vez vi de cerca la desnudez de mi papá. Su esbelto y fornido cuerpo. El abdomen marcado y trabajado. La verga tensa y gruesa. Los redondos huevos colgando debajo. Imaginé que también podría mamarla, que no me disgustaría, como tampoco me estaba disgustando chupar la de Gil. Mi papá, ahora desnudo, volvió a su posición, tras el respaldo del sillón donde Gil recibía mi mamada. Tomó la cabeza de su amigo entre las manos y la jaló hacía atrás. Gil quedó mirando hacia el techo, aunque aún tenía los ojos cerrados. No sé que se imaginó, pero de seguro no fue lo que sucedió, porque mi papá acomodó su grueso miembro justo sobre los labios entreabiertos de Gil y comenzó a deslizar su miembro entre ellos, obligando poco a poco a que Gil abriera la boca. Cuando lo hizo, el glande de papá entró en la húmeda cavidad y Gil se dio cuenta que estaba mamando verga también. Se sorprendió, pero si yo podía hacerlo, él también debería, y resignado comenzó a dejar que la verga entrara en su boca y pronto ya la chupaba con evidente placer. Entonces mi papá me indicó con un gesto que era el momento. Dejé escapar la verga de mi boca y comencé a descender por su grueso tronco surcado de venas. Le lamí los huevos y seguí mi camino. Puse sus piernas, pesadas y fuertes rodeando mis hombros y se las subí. Ahora tenía sus nalgas abiertas frente a mí. Separé un poco mas sus piernas y ataqué sus nalgas, tan velludas y masculinas como las soñaba. Su culo, caliente y lleno de vellos quedó a la altura perfecta y pude chupárselo con infinito placer. Gil empezó a resbalar en el sillón cuando subí sus piernas y las abrí, así que mi papá le sacó su verga de la boca y dejó que Gil cayera todavía un poco más hacia abajo. Ahora sus nalgas estaban perfectamente abiertas, tenía un mejor acceso a su culo, y se lo devoré con más ardor. Mi papá rodeó el sillón y se montó sobre él, de frente a Gil. Volvió a acomodarle la verga en la boca, esta vez de frente, ahogándolo con su grosor y su tamaño. Desde mi posición descubrí que las nalgas de mi papá eran tan masculinas y bellas como las de Gil, aunque menos velludas. Vi su verga desaparecer entre los labios de Gil y el sonido de succión se unió a los sonidos que yo hacía más abajo. Aquello era una locura, una fantasía completa e increíble y mi sexo se hinchó al máximo. Aun no me desnudaba, y lo hice deprisa, sin querer perderme nada de lo que allí sucedía. Para no desaprovechar, papá bajó una de sus manos y la colocó entre las piernas abiertas de Gil. Encontró el ano con el tacto y le metió rápidamente uno de sus dedos. Gil gimió pero tenía la boca llena de verga y no pudo decirnos si aquello le gustaba o le desagradaba. Para cuando terminé de desnudarme ya Gil tenía en el culo tres dedos de mi padre, y su dilatado ano parecía estar en perfectas condiciones para recibir mi ansiosa verga. Me acomodé otra vez entre sus muslos y obligué a mi papá a sacarle los dedos. Lo hizo con cierta resistencia, pero finalmente me dejó el camino libre y antes de que Gil pudiera extrañarlos le metí mi verga. Su ano se contrajo bajo mi apasionado empuje, y mi papá le empujó la verga en la boca también con fuerza, obligándolo a callarse con su enorme pito metido tan hondo que sólo los oscuros pelos de su pubis sobresalían de su rebosada boca. El bombeo dentro de su cuerpo era tan exquisito como todo lo que fuera de su apretado culo sucedía. Recosté la frente sobre la espalda sudorosa de mi papá y cerré los ojos a nada que no fuera el increíble goce que las peludas nalgas de Gil me proporcionaban. El orgasmo me sorprendió mucho antes de lo que yo hubiera deseado, pero no pude contenerlo. En un torbellino de sensaciones dejé el culo de mi jefe lleno de mi leche y satisfecho me salí de su anhelado cuerpo, resoplando con el esfuerzo apasionado. Mi padre no perdió el tiempo. Con movimientos decisivos y determinados incorporó a su amigo y le dio la vuelta. Gil quedó de rodillas sobre el sillón y su pecho recostado sobre el respaldo. Mi padre le separó las piernas y las nalgas. No necesitó de mayor lubricación, mi semen comenzaba a escurrir entre sus nalgas abiertas y la verga de mi papá entró sin mayor dificultad. Gil continuó con los ojos cerrados, tal vez concentrado en esta nueva intromisión en su cuerpo, probablemente ponderando las diferencias en el grosor, el tamaño y la dureza de la verga que ahora le entraba y la que lo acababa de dejar. No lo sé. Lo que si pude apreciar fue el empuje violento con que mi padre parecía querer traspasar el culo abierto de su amigo. El absoluto poder que parecía emanar de él mientras lo sodomizaba, y la entrega pasiva y retraída de Gil, que suave y servil se dejaba montar por el macho, y se replegaba a sus deseos y su placer. Me acerqué a ellos. Me sentía satisfecho, pero no podía dejar a Gil en la estocada. Su culo estaba dando placer a mi padre, pero su enorme pene, estrellado contra el respaldo parecía haber quedado olvidado. Metí mi mano entre la piel de Gil y la piel del sillón. Su hinchado sexo agradeció mi caricia y segundos después sus espasmos de placer hacían que Gil moviera las caderas, yendo al encuentro de la poderosa verga que lo perforaba y cuadruplicando el placer de aquellos dos hombres inmersos en su propio mar de sensaciones. Recibí en mi mano la poderosa descarga de Gil, y su leche caliente me bañó los dedos y escurrió en el sillón. Mi padre, en respuesta, soltó la suya dentro del cuerpo de Gil, mezclándola seguramente con la mía en el interior de aquel culo que tanto placer nos había dado a ambos. Después, cuando ya vestidos y serenos apagamos la luz de la oficina nos reunimos los tres en un abrazo común. Nos prometimos repetirlo algún día, pero en el fondo tal vez ninguno lo creímos. Yo no sé si sucederá otra vez. Lo que sí sé es que ahora tengo en mi padre un compinche excepcional, y que juntos, aunque no lo hayamos hablado expresamente, encontraremos mas adelante algún otro proyecto en el que podamos unir nuestras fuerzas nuevamente. Al menos así lo espero yo.