Solo iba a ser un paseo...

Raquel está esperando a su hija a la salida de un concierto. Un inocente paseo para matar el tiempo se convertirá en un descenso a los abismos de la depravación...

Raquel apuró el café del vaso de cartón apoyada contra la puerta de su Volvo C60. Miró el reloj. Eran las 22.45. Podía quedar aún más de una hora para que su hija saliera del pabellón multiusos en el que se estaba celebrando el concierto de uno de esos traperos o cómo se llamaran que ahora estaban de moda. Raquel suspiró y empezó a deambular lentamente por el aparcamiento. Estaba absolutamente lleno de coches, algunos de ellos con algún progenitor como ella en su interior esperando a sus hijos adolescentes.

-¿Por qué he venido tan pronto? - se reprochó a sí misma.

La noche era cálida. Raquel había salido con el top de raso con el que acostumbraba a ir por casa (ni se había molestado en ponerse sujetador), una ligera falda de verano estampada y unas zapatillas blancas. “Total, es ir y volver” había pensado mientras se vestía de tan informal manera. A sus 42 años, Raquel mantenía una figura envidiable. Unas tetas no muy grandes pero firmes en una cuarentona y un culo perfectamente redondo se adivinaban bajo aquellas ropas. No muy alta pero tremendamente bien proporcionada, Raquel aún podía conseguir que más de uno girara la cabeza para disfrutar de la visión de su cuerpo, por mucho que ella no quisiera ser consciente de ello. De rasgos finos y elegantes, la edad había dotado al rostro de de Raquel de una madurez que realzaba su belleza. El tinte caoba de su pelo resaltaba el azul de sus grandes ojos y las pequeñísima arrugas que flanqueban su boca enmarcaban encantadoramente sus carnosos labios rosas.

Raquel llegó al límite del aparcamiento del pabellón. Al otro lado de la calle, se extendía uno de esos parques de aspecto desolado y siniestro que frecuentemente salpican las zonas periféricas. Raquel encendió un cigarrillo y cruzó la calle. No le parecía la mejor de las ideas adentrarse en un parque desierto en mitad de la nada a aquellas horas, pero estaba aburrida y le apetecía caminar. Solo se internaría unos metros y regresaría en unos minutos al coche.

El parque consistía básicamente en caminos de grava flanqueados a sus lados por extensiones de seco césped. Algunos bancos destartalados aparecían cada tanto ante el caminante. Las farolas parecían funcionar una de cada tres y su agonizante luz apenas proporcionaba una escuálida claridad propia de un recuerdo difuso. Raquel se sentó en un banco que parecía algo más entero que el resto y encendió otro cigarrillo. Llevaba unas semanas fumando más de lo habitual en ella. Siempre fumaba más cuando se sentía deprimida y atrapada...

-¡ERES UNA PUTA ASQUEROSA!

El grito sacó a Raquel de su ensimismamiento. Giró la cabeza y a unos metros a su izquierda vio a 3 figuras que parecían discutir entre ellas. Una era la silueta de un hombre bajito y gordo de edad ya algo avanzada. Las otras parecían decrépitas formas de mujer con altos tacones y ropa escasa. Raquel consideró que lo mejor sería marcharse, pero la curiosidad la mantuvo aferrada al banco.

-¡ERES UNA LADRONA! ¡TE ACORDARÁS DE MÍ! - Gritó una de las siluetas femeninas mientras señalaba amenazadoramanete con el dedo a la otra..

-Aguántate, zorra. Me prefiere a mí. Vamos, cielo...

La otra silueta de algo parecido a una mujer cogió de la mano a la silueta masculina y se adentraron en una de las zonas de césped que quedaba resguardada por unos frondosos arbustos.

-¡ESTA ME LA GUARDO, CABRONA! - Gritó la otra silueta mientras caminaba en dirección al banco donde se encontraba Raquel. “Mierda”, pensó ésta, pero siguió allí sentada, hipnotizada por la escena de la que acababa de ser testigo. Aquel ser, una de esas transexuales que suelen prostituirse en las zonas más deprimidas de las ciudades, se paró ante Raquel y la miró sonriendo.

-¿Te puedes creer que haya preferido a esa zorra que a mí? - dijo el extraño sujeto con los brazos en jarras para dotar de una mayor indignación a sus palabras.

Raquel siguió fumando aparentando no prestar atención. Pensó que la indiferencia sería la mejor forma de que aquella combinación aleatoria de características de ambos sexos se esfumara. Lejos de ello, el transexual se sentó cómodamente con las piernas cruzadas en el banco. Su cuerpo casi tocaba el de Raquel. Raquel notó de pronto un fuerte olor corporal. La higiene personal no era el fuerte de aquel personaje, desde luego.

-¿Me das un cigarro,cielo? - preguntó con voz melosa aquella ladyboy en ruinas.

Raquel sintió el impulso de marcharse pero, en lugar de ello, rebuscó en su bolso el paquete de Marlboro y le ofreció un pitillo. En ese momento pudo ver los rasgos toscamente masculinos imperantes en aquel rostro que una chapucera cirugía no había conseguido disimular. Los pómulos habían sido levantados, los labios sobredimensionados a base de silicona y la nariz afilada, pero la cuadrada mandíbula y el prominente entrecejo revelaban una indisimulable naturaleza masculina. La nuez, enorme, resaltaba en el cuello como un aguacate. Unas tetas enormes y desiguales de una redondez absurdamente artificial quedaban constreñidas en su pecho por una especie de ceñidísimo top de vinilo rosa. Las escasas y arrugadas carnes que cubrían sus brazos y sus hombros delataban una edad ya madura y una vida no demasiado sana. Más que asco, Raquel sintió una especie de lástima ante aquel panorama.

-Gracias cielo. ¿me das fuego?

Raquel encendió el cigarrillo mientras el trans aspiraba con vigor. Una vez asegurado de que el cigarrillo tiraba bien, se recostó en el respaldo del banco y soltó una larga voluta de humo al aire.

-¿Cómo te llamas, guapa? - preguntó mirando a Raquel con una sonrisa llena de dientes podridos.

-Raquel.

“¿Por qué coño le digo mi nombre?” pensó cabreada consigo misma. Lo que debía hacer era levantarse y largarse.

-Yo Juliette. ¿Y qué hace una señora de bien como tú por un sitio como éste a estas horas?

-Espero a mi hija, que está en un concierto.

“Cállate ya, joder” se reprochó. ¿Por qué le decía nada a aquello?

-¿Y la hija está tan buena como la mamá? - Dijo Juliette le guiñándole un ojo mientras un perfecto anillo de humo surgía de sus labios.

-He de irme... - dijo Raquel haciendo ademán de levantarse.

-Jajaja. Era broma, cielo. No te asustes. Quédate un ratito más, tranquila... - dijo Juliette posando su mano sobre el muslo de Raquel – A ese concierto aún le queda un buen rato. Lo sabré yo, que me paso la vida por aquí.

Raquel quedó petrificada al sentir aquella mano sobre su muslo. La observó: huesuda, con algunas manchas de la edad, unas uñas larguísimas pintadas de naranja neón... Incomprensiblemente, no hizo nada por apartarla. Quiso pensar que era el temor del momento lo que la paralizaba.

-¿Qué edad tienes, Raquel? - preguntó Juliette acariciando aquel muslo que no mostraba signo alguno de retroceder ante sus tocamientos.

-Cua... cuarenta y dos – contestó Raquel con un nudo en la garganta.

-Parece que tengas 10 menos, querida. Qué envidia...

Juliette acercó su cara al cuello de Raquel. Olió su pelo y recorrió con la punta de la nariz la línea desde la clavícula a la mandíbula. Raquel notó como una mezcla de fuerte olor a sudor, vodka y tabaco inundaba sus fosas nasales.

-Qué bien hueles, cariño. A bizcocho y cerezas... - susurró Juliette mientras sus desproporcionados labios comenzaban a recorrer el cuello de Raquel.

Raquel continuaba paralizada. A pesar de la repugnancia que sentía al ser magreada por aquel experimento fallido de mujer, una sensación que hacía tiempo no experimentaba la impelía a continuar allí sentada. Era una sensación que reconocía perfectamente a pesar de llevar enterrada durante sus 18 años de aburrido matrimonio. Era el morbo.

-Hace tiempo que no te diviertes, ¿verdad, cielo? Por eso no has salido corriendo...

La mano de Juliette se deslizó por el muslo y se introdujo balo la falda. Raquel sintió cómo un dedo comenzaba a acariciar sus labios vaginales por encima de las bragas. Un gemido involuntario escapó de sus labios. Juliette sintió cómo la humedad traspasaba la tela de aquella ropa íntima.

-Estás mojada, cariño...

Juliete hizo a un lado la comisura de las bragas y su dedo acarició directamente el viscoso fluido que lubricaba el coño de Raquel. La respiración de ésta se aceleró al sentir el tacto de aquellos dedos directamente sobre sus labios vaginales. El pulgar de Juliette hurgó un poco y encontró fácilmente un clítoris del tamaño de una lenteja a punto de reventar. Lo acarició suavemente aprovechando toda aquella humedad que se le brindaba. El cuerpo de Raquel se estremeció aguijoneado por el cosquilleo en el bajovientre que le provocó aquel contacto.

-Tengo polla, querida... - susurró Juliette mientras su lengua recorría aquel fino cuello maravillosamente trazado.

Raquel giró la cabeza e inmediatamente notó como aquellos enormes labios chocaban contra los suyos. Abrió la boca y una lengua pastosa irrumpió en ella como un toro bravo en mitad de la plaza. Raquel dejó que aquella intrusa que parecía contener todos los matices del gusto de la depravación más absoluta sometiera a todas y cada una de sus papilas. Sintió como dos dedos de largas uñas se introducían en su coño y comenzaban un dulce baile en sus entrañas. Los gemidos de Raquel quedaron ahogados por aquella lengua que estaba recorriendo los rincones más recónditos de su boca. Tras un par de minutos, sintió como el orgasmo recorría la autopista de su espina dorsal. Sacó la lengua de la boca de Juliette y, echando la cabeza hacia atrás, emitió un gemido de placer más dulce que una sonata de Bach. Tras unos segundos de éxtasis absoluto, la cabeza de Raquel volvió a su posición natural. La mano de Juliete se colocó en su nuca y la atrajo hacia sí. Raquel, entre una especie de niebla de confusión y nirvana, vio como uno de los amorfos pechos de Juliette había quedado al aire por encima de aquel extraño top de vinilo. Era absurdamente redonda y el pezón aparecía terriblemente deformado en un óvalo. La mano de Juliette guió a su cabeza en esa dirección y, obediente, Raquel comenzó a lamer aquel desfigurado pezón.

-Hazme sentir mujer, cielo... - susurró Juliette al sentir el contacto de la lengua de Raquel en su pecho.

Raquel paseó la lengua alrededor de la piel que rodeaba el pezón. Una sabor salado, a sudor y falta de baño, inundó su boca. Lejos de repugnarle, aquel gusto le hizo ponerse aún más cachonda. Comenzó a jugar con los dientes con el pezón mientras Juliette emitía un ronroneo similar al de un gato.

-Y ahora hazme sentir hombre... - dijo Juliette tras disfrutar durante unos minutos del masaje bucal que aquella maravillosa madre había proporcionado a su teta.

Juliette se subió la minifalda de lentejuelas púrpuras que cubría sus escuálidos muslos y una polla en erección amarrada por un minúsculo tanga apareció en su entrepierna. Raquel dejó que la mano posada sobre su cabeza la guiara y se encontró cara a cara frente a aquel nada desdeñable cimbrel. La mano libre de Juliette movió ligeramente el tanga y la polla saltó liberada de su cautiverio. Raquel la observó horrorizada. Llena de pegotes de esmegma y una especie de supuración amarillenta en el pliegue de la piel bajo el glande, despedía un fuertísimo olor. Pareciendo razonar por un momento, pensó en las miles de ETS que podía transmitirle aquella monstruosidad. La mano de Juliette aumentó su presión y la nariz de Raquel entró en contacto con aquel fétido glande. El incremento exponencial de aquella pestilencia tuvo, irónicamente, el efecto de anular la resistencia de Raquel y espolear el deseo que había flaqueado durante unos segundos. Raquel sacó tímidamente la lengua y acarició la punta del glande. Un sabor mitad agrio, mitad salado mitad faltan-palabras-en-el-diccionario invadió su boca. Recorrió diligentemente la cabeza de aquel pene recogiendo y saboreando los pegotes blancos que iba encontrando. Tras limpiarlo, recorrió la base del glande, sintiendo en su lengua el ácido sabor de aquellas supuraciones amarillentas que lo adornaban. Finalmente, introdujo aquella estaca en su boca y comenzó a bombearla con enérgicos golpes de cuello.

-Ah sí, demuéstrale a esta puta lo puta que eres cielo... - gimió Juliette mientras sentía aquella boca saborear tan gustosamente su polla.

Raquel bajaba enérgicamente la cabeza y la dejaba allí unos segundos sintiendo como el glande se encajaba en su garganta. Viendo el deleite natural que demostraba su conquista por la asfixia, Juliette puso ambas manos en su cabeza y empezó a subirla y bajarla violentamente. Raquel notaba los tremendos impactos en el fondo de su boca y las ligeras náuseas que ello le producía pero, lejos de acobardarse, dejó su cuello totalmente blando para que Juliette la castigara a placer.

Tras unos minutos de durísima follada de boca, Juliette liberó la cabeza de Raquel y ésta ascendió como un resorte buscando aire en una descomunal aspiración. Raquel se echó hacia delante y cayó de rodillas sobre la extensión de gravilla en la que se situaba el banco convulsionada por violentas náuseas y con enormes salivajos cayendo de su boca. Juliette, con su polla chorreosa apuntando al firmamento, le pasó cariñosamente la mano por la espalda.

-¿Estás bien, cariño? - le susurró con dulzura.

Raquel seguía tosiendo y finalmente vomitó el café que se había tomado hacía un rato en el coche.

Tras un par de náuseas más, consiguió relajarse y se sentó lentamente de nuevo en el banco.

-Lo siento, querida. Creo que me he pasado... - dijo Juliette pasándole el brazo afectuosamente sobre los hombros.

Raquel agachó la cabeza y comenzó a llorar tímidamente. Juliette la atrajo hacia sí y la abrazó. Hundió su cara en aquel pelo que olía a repostería y comenzó a besarlo.

-Tchssss... no llores, cielo. No hemos hecho nada malo.

Sus mano se desplazaron hacia los pechos de Raquel y los tocó por encima del top negro de raso que los cubría. Como ya había observado, no estaban amordazados por sujetador alguno. Sus pulgares acariciaron los pezones y notó la dureza de la que hacían gala.

-Y tus pezones piensan lo mismo... - añadió en un susurro alegre.

Aún con el sabor agrio del vómito en la boca, Raquel dejó escapar un gemido al sentir cómo aquellos dedos jugaban con sus pezones. De forma casi inconsciente, se levantó la falda y se bajó de forma torpe las bragas. Se acomodó sobre la pelvis de Juliette y al momento notó aquella mugrienta polla en su interior. Juliette realizó unos suaves movimientos y un dulce cosquilleo se apoderó del bajovientre de Raquel.

-Joder... - gimió mientras se derrumbaba sobre el cuerpo de Juliette abandonándose totalmente a merced de aquel ser de sexualidad binaria.

Juliette le bajó los tirantes del top y lo magníficos pechos de Raquel quedaron al descubierto. Comenzó a morder los pequeños pezones rosados mientras sujetaba con las manos la cintura de Raquel y le propinaba vigorosos golpes de pelvis. Raquel notaba los golpes del grande contra su cuello uterino. Nunca se la habían follado de forma tan enérgica. Se abrazó al cuello de Juliette y buscó su boca. Juliette, emocionada ante la sumisión que mostraba su presa, le introdujo la lengua y aceleró el ritmo de sus embestidas. El cuerpo de Raquel se tensó. Sacó la lengua de la boca de Juliette y se arqueó hacia atrás. Una procesión de cosquilleantes mariposas irrumpió en su vientre, se desplazó a sus riñones y ascendió por su espina dorsal hasta la nuca. Un grito de puro placer escapó de su boca mientras Juliette clavaba la polla en lo más en lo más profundo de sus entrañas. Intentó recordar si alguna vez había experimentado un orgasmo de tal calibre. La respuesta era no. Con el cuerpo aún tenso y con los últimos latigazos del orgasmo recorriendo su espalda, Raquel sintió cómo Juliette la asía firmemente de la cadera y, tras un momento en que el pene adquiría una dureza marmórea, se corría en su interior. Raquel se derrumbó sobre Juliette mientras aquel maremoto de semen se desataba en su interior. Juliette la abrazó fuertemente y le sacudió tres fuertes embestidas para vaciarse por completo. Se quedaron abrazadas, Juliette disfrutando del dulce olor de aquel pelo cuya dueña parecía haber sido abandonada por cualquier tipo de impulso de voluntad. Era una niña de 42 años deseando ser acariciada.

Tras unos minutos, Raquel sintió cómo unas manos aferraban su cintura y tiraban de ella hacia atrás. Se dejó arrastrar sin resistencia alguna. Las manos ascendieron e hicieron presas de sus pezones. Sintió cómo otra mano manoseaba su culo. “¿Quieres follar más, preciosidad?” susurró un aliento alcohólico en su nuca. Sin resistirse, como un zombi privado de voluntad, Raquel se dejó empujar por aquellos dos cuerpos a la zona de los arbustos.

-Toda vuestra, chicos – dijo Juliette alegremente.

Los había visto durante los últimos momentos del polvo. Un par de sexagenarios medio alcohólicos que eran clientes habituales del parque. Seguramente se la follarían a cuatro patas y no tardarían ni dos minutos en correrse, no daban para más.

El bolso de Raquel se había quedado en el banco. Juliette rebuscó en él y encontró el paquete de tabaco. Se encendió un cigarrillo y esperó. Tras 10 minutos, vio a los dos tipejo salir de entre los arbustos subiéndose los pantalones. Dejó que se alejaran unos metros y se acercó. Raquel estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en la caja de un cuadro eléctrico. Se estaba arreglando el top. Juliette pudo ver cómo uno de sus pezones estaba marcado por un fuerte mordisco.

-Son unos animales, ¿eh, cielo? - susurró Juliette.

Raquel se levantó sin decir palabra y se intentó arreglar la falda. Notaba como el semen de tres pollas distintas le comenzaba a resbalar por los muslos.

-Ten – le dijo Juliette alargándole el bolso. - Soy puta, pero no ladrona...

Raquel cogió el bolso si apenas mirarla. Se quedó parada, mirando al suelo. Parecía a punto de llorar. Juliette se le acercó. Raquel retrocedió y su espalda topó contra la caja del cuadro eléctrico.

Juliette le apartó el pelo de la cara y vio aquellos dos preciosos ojos azules a punto de estallar en lágrimas.

-¿Te has corrido mientras te follaban esos dos orangutanes? - perguntó Juliette con pícara dulzura.

-Sí... - dijo Raquel en un susurro apenas audible.

-Eres más puta que yo, cielo. Me encantas. Ya me tienes otra vez dura...

Las manos de Juliette subieron la falda de Raquel. La agarró de los muslos y le metió la polla suavemente apoyándola contra la caja...

-Mi... hija... - gimió patéticamene Raquel en un poco convincente intento de acabar con aquello.

-¿Tu hija? Si es tan puta como tú, también me la follaré algún día, cariño...


-Ya era hora, llevo media hora esperándote. Joder, tienes una pinta horrible, mamá...

Carolina se quedó estupefacta ante el aspecto de su madre. La ropa arrugada, despeinada, el rostro desencajado...

-Sube al coche – le dijo secamente a su hija.

Raquel se sentó frente al volante. Lo cogió con fuerza y se quedó mirando un punto indeterminado en el espacio.

-Mamá, ¿pasa algo?

-Escúchame, te prohíbo que vengas nunca más por esta zona...

-Pero mamá...

-¡TE LO PROHÍBO!

Acto seguido, Raquel rompió a llorar a moco tendido.

-Pero mamá, por Dios, ¿qué pasa? - suplicó carolina asustada.

-¡JODER! ¡JODER! - aulló Raquel golpeando el volante.

Fruto de los golpes, el claxon del Volvo resonó como el mugido de un monstruoso bovino en mitad del vacío parking.