Solo esta noche (final)

...

Esa noche cuando Gabriel me acompañó a la puerta, y me besó antes de cerrarla, tuve la clara certeza de que iba a volver, de que solo allí era realmente yo, y que pasara lo que pasara en mi vida, ya no podía prescindir de Gabriel, de sus caricias, de su boca, de su olor, pero sobre, todo no podía prescindir de mí, de quien era yo cuando estaba con él.

Así empezaron nuestras rutinas, nuestros encuentros clandestinos, plagados de sexos y caricias furtivas.

Al día siguiente, llegué a la fuente y como siempre, él estaba al otro lado, esta vez escribía algo en su libreta y me acerqué.

—Hola, apenas tengo tiempo, pero me moría por verte –le dije, apresuradamente.

—Cinco minutos, quédate cinco minutos, que llevo todo el día esperando este momento nena.

— ¿Qué haces? –le dije, sentándome a su lado.

—Solo escribía

— ¿Sobre qué?

—Sobre cualquier cosa que se me ocurra, ahora lo hacía sobre el tacto de tu piel...

Todo en Gabriel era tan bonito, tan exquisito...

— ¿Y cómo es?

Entonces dejó la libreta a un lado, y me cogió ambas manos entre las suyas, cerró los ojos y dijo:

—Tu piel es suave, delicada, pero caliente...disfruto cuando las yemas de mis dedos arden al recorrerla, cuando como ahora, tiemblas por debajo de mis dedos... –dijo recorriendo la piel de mis brazos.

—Si sigues así Gabriel, no podré irme

—Entonces no pararé nunca

Y sus manos dejaron mis brazos, sacando la camiseta del pantalón, se colaron bajo esta. Sus dedos recorrieron mi torso, y pronto sus manos abarcaron mis pechos sobre el sujetador, mientras sus manos los masajeaban, el pulgar se colaba bajo la tela, rozaba mi pezón, y este al instante le correspondía, endureciéndose.

—Bésame Marian, tócame...

Joder estábamos en mitad del parque, mi cuerpo ardía, tenía que irme, y mi boca buscó la suya, mientras mi mano fue directa al bulto, que ya formaba su polla bajo el pantalón. Acaricié la dureza, notando el calor bajo la tela, sintiendo como palpitaba bajo mi mano...su lengua tomo posesión de mi boca, sus manos dejaron mis tetas para desabrochar mi pantalón...un par de segundos, y sus dedos hábiles recorrían mí ya encharcada rajita. Gemí sobre su boca, cuando esos dedos se clavaron en mí.

—Estas chorreando putita mía, que rica estas mi cielo. Me pasó el día añorando esta humedad

Joder, sus palabras me mojaban tanto o más que sus dedos, y estos sabían bien lo que le hacían a mi sexo, que ahora mientras dos entraban y salían sin problemas, a pesar del suelto pantalón; el pulgar ya frotaba mi clítoris estimulándolo, inflamándolo...

—Nena sácala, necesito sentirte, necesito esa manita...

Y siguió besándome, masturbándome como si no hubiera mañana, mientras mis dedos bajaban su cremallera, y sacaban su falo duro, caliente, enhiesto...era perfecto, grueso, marcado, perfectamente delineado, mi mano se cerró entorno al glande, y bajé lentamente descubriéndolo, mirando de reojo la piel brillante de este, pasando mi pulgar por esa humedad, repartiendo las primeras gotitas por esa hinchada cabeza con mis dedos...

Él gimió y hundió tres dedos en mi coño, aceleró el mete saca, me llevó al borde del precipicio e hizo que cayera sin red alguna, que volara durante muchos segundos alentada por ese pulgar, que tocaba la melodía perfecta, justa, sin prisas, sin pausas, sin excesos, pero sin piedad...

Gemí en su boca, mordí sus labios, apreté, aceleré y cuando su dedo dejó de estimular y se dedicó solo a meter y sacar como un poseso, volvió a crecer el fuego, volví a gritar su nombre y él llenó mi mano de semen espeso y caliente, corriéndose mientras nos devorábamos las bocas enfermizamente.

Dos días después, cuando llegué a su lado me preguntó:

—Dime que hoy puedes venir un ratito más conmigo... –y como respuesta le sonreí

Volví a seguirle, pero esta vez no llegamos a su casa y nos devoramos en la entrada, nos besamos en cada escalón, y mientras él abría la puerta, yo le desabrochaba la camisa, metía mi mano dentro, acariciaba sus tetillas.

Él me desnudaba con tanta celeridad como lo hacía yo, ambos ansiábamos sentirnos, mientras nos comíamos.

Terminé apoyada en el respaldo del sofá, consiguiendo que sus pantalones cayeran sus pies, él subió mi culo al respaldo, me abrió colocándose entre mis piernas, mientras yo bajaba el calzoncillo; un segundo después su polla por fin estaba dentro, taladrando mi necesitado coño de ella, mientras su pecho rozaba el mío, nuestras salivas se mezclaban y el calor nos consumía haciendo sudar nuestros cuerpos.

—No dejes de follarme Gabriel, no pares

—Amor me correré

—Y yo contigo, pero no dejes de follarme –supliqué aferrada a su cuello

Era una gozada, llevaba tantos días deseando tenerle dentro, a pesar de haberme corrido con él en la fuente...necesitaba tanto su polla, su piel, su cuerpo...su deseo.

Notaba por su respiración, por como aceleraba el movimiento, por cómo me lamia...sabía que estaba en ese punto del que no hay retorno; entrelacé mis piernas detrás de su culo, me agarré fuerte a su nuca, y en un último empujón, le ayudé a clavarse más, dio un alarido, estrujé su polla con mi vagina, y un potente chorro se estrelló en el fondo, me perdí con él, en el segundo chorro de semen, inundándonos dentro de mí. Su corrida y la mía se mezclaban nuevamente, mientras ambos gemíamos entregados como posesos.

Unos minutos después, me preparó un café, mientras yo no podía dejar de restregarme contra su espalda y su cuerpo desnudo, acariciándole, besándole, dándole de esa manera las gracias por el placer que me daba.

—Pareces una gata, y si sigues restregándote así no vas a tomarte ese café que me has pedido.

—Me gusta frio y con leche –le dije de nuevo cachonda

—Pues leche no tengo, tendrás que buscar la manera –dijo dándose la vuelta, para que fuera consciente que él también estaba de nuevo excitado.

Mientras terminaba de salir el café, me arrodillé en la cocina, y empecé a besar sus muslos, mientras acariciaba su tripa, y lamia sus ingles. Él gimió, apoyándose en la encimera, y su polla dio un respingo, yo pasé de ella, y tras sopesar sus pelotas, me dediqué a ellas en cuerpo y alma. Me encantaban sus huevos peludos, lamerlos hasta dejarlos bien pringados de saliva, luego meterlos en mi boca y succionar levemente, mientras notaba su polla palpitar, entonces la agarraba, y empezaba con el cadente vaivén, descubriendo ese balano más gordo, más oscuro y siempre brillante, coronado de gotitas de semen para mí. No podía reprimirme, y terminaba sacando mi lengua, para relamer esas gotitas, para jugar con la punta en su agujerito, para rodear su capullo, y meterme bajo su piel levemente, mientras ahora acariciaba sus mojadas pelotas.

—Marian –susurraba mi nombre, como jamás lo había oído en otros labios

Y entonces, succionaba un par de veces antes de entreabrir mis labios, y tragarme medio mástil, luego el resto, hasta que mi barbilla chocaba con sus pelotas, y entonces le miraba, le suplicaba con la mirada. Él con una sonrisa lobuna, me agarraba del pelo, y me follaba la boca, me la metía hasta la garganta, sin dejar de mirar mis ojos brillantes por el esfuerzo de abarcarle tan profundamente, me liberaba y yo retrocedía, dejando que mi saliva cubriera su polla, dejaba que esta nos uniera, y de nuevo repetía una y otra vez hasta ponerle al límite.

—Dios como me pones, me muero por darte lo que buscas puta, pero necesito volver a follarte

Y poniéndome en pie, me colocó delante de él, se colocó detrás de mí, y ahora era el quien bajó, lamiendo mi espalda desnuda, besando mi culo, abriéndome para seguir lamiendo, porque sabía dónde quería estar, antes de que su lengua se colara en mi esfínter, y sus dedos me dilataran, lo suficiente para que al apoyar su glande y que no doliera, después de haberlo pasado por mi encharcada rajita, aprovechando el placer anterior, la humedad de nuestros orgasmos anteriores y así lubricar su polla dura. Sus manos aferraron mis caderas, noté la presión, el dolorcillo inicial, pero poco a poco fue ganando terreno, adentrándose sin prisas en mi interior.

Se quedó quieto, y me abrazó con fuerza, pegando bien mi cuerpo al suyo, apartó mi pelo a un lado, echó mi cabeza atrás apoyándome en su hombro, y busco mi boca.

—Me he enamorado de ti Marian, no quiero asustarte, ni siquiera espero que sientas lo mismo que yo, pero necesitaba decírtelo.

No me dio tregua, porque en ese momento, mientras digería su confesión, sus manos aferraron mis caderas, su polla empezó a taladrar mi culo, empezó suavemente, saliendo a medias, entrando hasta el final, pero a poco a poco fue saliendo, alternando movimientos. Y terminó follándome salvajemente, mientras yo me doblaba sobre la encimera, en cada arremetida, pidiendo más, buscándole...

—Si mi amor, tócate, córrete de nuevo para mí –dijo pellizcando mis pezones.

Me dobló más, pegó mis duros pezones sobre el frio mármol de la encimera, colocó una mano en mi hombro, con otra agarró mi pelo recogiéndolo, y me penetró con fuerza, hasta el fondo, grité que me corría sintiéndolo en mis dedos, mientras él se vaciaba una vez más dentro de mí.

Esa noche poco después de llegar a casa, ya recién duchada llegó mi marido, feliz después de su cena de negocios, ya que papá le había ascendido. Para él todo era un camino de rosas, nada le había costado, tenía la carrera asegurada, siempre me había tranquilizado eso, pero ahora cuando la mar de tranquilo, me contó que pensaba hacer un montón de reajustes, pensé en la gente que iba a cambiarles la vida sus ansias de mando, me pareció el ser más superficial del planeta.

Entre su nuevo puesto y Gabriel, la relación se enfrió hasta cotas heladas, él cada vez volvía más tarde a casa y yo casi lo agradecía. Porque eso me daba más tiempo para estar con Gabriel, y además estaba menos tiempo con esa persona de la que cada día me alejaba más, sin poder remediarlo.

Aun así seguía convencida y apostando por esa relación, en la que había cimentado mi vida, en esa pareja en la que me había involucrado tantos años, en la que me había volcado por completo en cuerpo y alma, convencida de que ese hombre seria el padre de mis hijos, haciendo mil planes de futuro, esperando envejecer su lado.

Aun sabiendo que no iba a bajarme la luna, siempre fui de las que no la necesitaron, siempre me conformé con mirarla desde lejos, convenciéndome que estaba lejos, que no era del todo real, que esas cosas no pasaban normalmente. Quizás porque nadie hasta ahora me había llevado tan cerca, nadie hasta ahora me había hecho tocarla con las yemas de mis dedos...y esas cosas una vez que las pruebas se te meten bajo la piel, y es difícil olvidar que estuviste ahí, que tuviste tanto...y que ahora vas a tenerte que conformar con tan poco... y eso dolía. Me hundía en la miseria, cada semana, cuando me tocaba complacerle, cuando me buscaba en la cama, cuando tenía que soportar las caricias de unos dedos, los besos de una boca... que no eran la que anhelaba; cuando mi piel, mis labios y todo mi cuerpo, lloraban pidiendo a gritos, deseando que fuera otro quien lo hiciera...

Pasé un mes en ese infierno, del que solo me sentía fuera, precisamente cuando el calor de las caricias de Gabriel me rescataban de él, cuando sus besos húmedos borraban de mi piel cualquier rastro, cuando su polla me penetraba a veces sin prisas, a veces sin pausa, a veces me follaba con auténtica desesperación, y a veces me follaba con pasmosa calma, pero cada minuto a su lado me sentí un poco más cerca del paraíso, en nuestro micro mundo, creado solo para el placer de adorarnos mutuamente.

—El viernes hay una cena, espero que me acompañes –dijo mi pareja una noche mientras cenábamos tardísimo

No me gustaban nada esas pantomimas en las que mis suegros y mi marido se regodeaban ante sus empleados, desplegando su poder, fardando de todo lo que tenían, esa parte nunca la soporte y siempre me sentí más cerca de los empleados que de ellos. Pero de alguna manera ese viernes volví a vestirme de gala, aun dejando a un Gabriel más triste que de costumbre, sabía que algo le rondaba por la cabeza, solo me contó que tenía problemas en el curro, no quería hablar del tema, me dijo esa misma tarde:

—Cariño no voy a llenar los pocos minutos que tenemos con problemas, ven a la cama, te necesito mi vida... –y el mundo se quedaba fuera de esa cama, en cuando me arrodillaba entre sus piernas abiertas.

Nada más llegar a la cena mi suegro besándome las mejillas me dijo:

—Estas preciosa, ¿qué tal todo? ¿Ya te ha contado tu marido, lo bien que se le da poner las cosas en su sitio?

Joder no podían evitarlo, tenían que demostrar su poder y lo peor es que se creían que eso gustaba al resto, que eso los hacia importantes.

—La cena es para despedir a unos cuantos que tu marido a despedido, y el pobre quería darles este gusto ya que llevaban muchos años con nosotros –dijo mi suegra orgullosa de su vástago

Y a mí me dio pena, por la frialdad de esa mujer, pena por los despedidos ya que si llevaban tantos años les costaría empezar de nuevo y todo para que el “crio” se luciera. En ese momento quise huir, largarme de esa pantomima.

—Cariño ella es Maite, mi nueva secretaria –y nada mas ver como la agarraba del brazo, y la sonrisa maliciosa de ella lo supe, se la tiraba

Lo mejor del tema es que darme cuenta de eso me alegro la noche, pensé mientras entrabamos en el salón y entonces le vi. Él hablaba con otro, un no había levantado la mirada, no me había visto, pero sin duda era Gabriel.

—Ya vienen, no te cabrees, no vale la pena Gabriel, tú eres el que más posibilidades tiene de salir adelante, tienes otros temas lejos de aquí, no necesitas los números, tienes tus cosas. Vaya además me han dicho la familia Monster, se han traído hoy a la princesa, antes la he visto, y la verdad es que no pega con ellos -oí escondida al lado de unas cortinas como le decía el otro.

Entonces salí de mi escondite cuando me llamó mi suegro, Gabriel me miró por primera vez esa noche, había sorpresa en sus ojos, pude ver el malestar en su mirada y finalmente la aceptación, al darse cuenta de quién era en realidad.

No habíamos dejado toda la noche de buscarnos, y esquivarnos incomodos al momento, hasta que finalmente nos encontramos en la mesa de las bebidas:

—Vaya sorpresas te da la vida Marian, de todas los hombres, ¿tenías que ser su mujer? Joder...

—Por eso estabas mal esta tarde, ¿te ha despedido? Puedo hablar...

—Ni lo sueñes joder, ¿qué vas a hacer, decirle que no me despida porque te follo bien Marian? ¿Le dirás esto a tu marido?

— ¿Crees que lo nuestro se resume en unos buenos polvos?

—Eso son Marian, convéncete y no lo disfraces, para ti son solo eso, por eso vuelves a casa, donde él te da el resto ¿no? –su voz sonaba tan amarga...

Y yo me escapé al baño, no quería que nadie me viera en ese estado, y para mi sorpresa, él me siguió, me empujó dentro de uno de los cubículos, y empotrándome contra las baldosas me dijo:

—No te escondas, no huyas de lo que sientes, yo hace tiempo que lo acepté... te necesito y no me importa el resto –dijo subiendo mi vestido desde atrás.

Apenas podía respirar, mientras bajaba mis bragas y estas caían al suelo, mientras notaba su erección, aun con el pantalón, apretarse en mi culo, mientras lamia mi cuello.

— ¿Notas cómo te deseo Marian? Yo noto como me deseas tú, y eso es lo que necesito –dijo pasando sus dedos por mi rajita

Mientras con la otra mano se desabrochó el pantalón, sacó su polla y agarrándome de las caderas tiró de mí, inclinándome ligeramente hacia adelante.

—Quieres mi polla Marian, dímelo, dime que quieres que te folle, que a pesar de tenerlo todo, es mi polla la que deseas que perfore tu coñito

—Si Gabriel, por favor, fóllame, fóllame –supliqué sin pudor, con necesidad, sin importarme nada ni nadie

—Ves mi amor, aunque no me ames, esa necesidad que siento en ti, es lo único que me mantiene cuerdo cuando te vas, saber que volverás al menos a por más polla –dijo clavándomela hasta los huevos

Dios subí el culo poniéndome de puntillas, el clavo sus dedos en mis caderas y me follo salvajemente unos minutos, empotrándome contra las frías baldosas, lamiendo mi nuca, mi cuello...

—Voy a llenarte el coño de semen, mi semen Marian, para que lo sientas encharcado toda la noche mientras estés sentada a su lado. Voy a hacer que te corras para que recuerdes quien te dio placer cada vez que cierres tus piernas...

—No pares Gabriel, no pares...voy a correrme...

Me empotró más contra las baldosas, pegó su cuerpo completamente al mío y profundizó más, casi levantándome del suelo...

—Si mi amor, yo también voy a correrme mi vida, yo también me corro –dijo soltando un primer chorro

Agarré su culo echando las manos hacia atrás, mientras me arqueaba corriéndome, sintiendo los trallazos de semen inundando mi vagina, sus dientes clavándose en mi hombro...

Pero entonces nada más correrse salió de mí, se subió el pantalón y me dijo:

—Ya sabes dónde encontrarme Marian, los dos sabemos lo que hay ahora más que nunca, antes tenía claro a por que venias, hoy se porque vuelves a casa. –dijo saliendo de ese cubículo

Diez minutos después volví al salón algo más recompuesta, y tras el brindis final de despedida, cerré mis muslos, sus palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez. A mi lado la fría expresión de mis suegros, al otro la de mi marido igual de fría y en la otra punta la mirada triste de Gabriel despidiéndose, poniéndose en pie con un grupo para irse.

Él me ofrecía la luna cada tarde sin pedir nada a cambio, desde el principio me había confesado su amor, me había hecho volar sin intentar plegar ni un poquito mis alas, dándome siempre opciones, dejando que siempre fuera yo quien volviera, a pesar de no querer que me fuera.

Nuestras miradas se encontraron y entonces tuve la certeza. No podía vivir sin Gabriel, le amaba como jamás había amado nada, porque solo él sabía quién era yo lo que deseaba, lo que en verdad me gustaba y a pesar de ello me quería y acababa de dejar claro en ese baño que siempre estaría ahí, volviéndose loco por follarme, volviéndome loca follándome. Y no iba a conformarme con menos.

—Tengo que hablar contigo –le dije a mi marido

— ¿Tiene que ser ahora? –dijo cuándo le pillé tonteando con sus amigotes

—Si

— ¿Qué quieres, no podemos hablarlo mas tarde en casa?

—No porque no voy a volver a casa. Lo siento pero me voy, me planto, no soporto seguir viviendo esta pantomima, siento decírtelo así, pero es que no puedo más –le dije, alejándonos a un rincón

—Ya sospechaba yo que había otro, ¿estas segura de lo que haces, yéndote ahora que mejor nos va?

—Ahora te va bien a ti, a mi hace mucho tiempo que dejó de irme bien

—Eso lo dicen todas, pero en el fondo se largan porque otro les da mandanga, admítelo al menos –ni siquiera parecía dolido, solo cabreado por la situación

—Que poco tacto tienes últimamente, pues si quieres saberlo si hay otro

—Pues que sepas que también hay y ha habido otras –dijo resentido

—Pues me alegro por ti chavalote, eso lo hace aún más fácil. Despídeme de tus padres. Iré a por mis cosas

—Solo te llevarás tus cosas, no vas a sacarme nada –dijo con rabia

—No quiero nada de ti –le dije furiosa por su comportamiento pueril

Cuando salí a la calle, vi un grupo y enseguida vi a Gabriel alejándose de ellos caminando, como todo lo que hacía, sin prisas, con las manos en los bolsillos de la americana.

—Gabriel, ¡espera! –le grité, y se paró al instante

—Que pasa Marian están viéndote correr, te estas comprometiendo –me dijo cuando llegué a su altura

Me enamoró aún más que se preocupara por mi imagen, aun en esos momentos.

—Un día me dijiste que compartirme te dolía, pero no tenerme era insoportable, ¿sigues pensando lo mismo?

—Por supuesto vida, pero tienes que entrar, nos están mirando y sacaran conclusiones

— ¿Y si te digo que y no vas a tener que compartirme más? ¿Que si quieres tenerme, soy tuya para siempre? –me miraba, como si estuviera loca

—¿Que me estás diciendo Marian? –dijo, con los ojos como platos

—Que me he dado cuenta de que tienes razón, que es cierto que vuelvo cada tarde a por más polla, que la adoro, que me vuelves loca, que me follas como nadie y siempre querré mas, quiero ser tu zorra, tu puta y quiero polla siempre, la polla del hombre al que amo.

—Repite eso

— ¿Todo lo de la polla? –le dije, con una sonrisa picara

—No boba, sabes a los que me refiero

—Te amo Gabriel, bésame

— ¿Aquí, no te importa que nos vean? –pidió con cara de felicidad incrédulo, mientras me agarraba de la cintura

—Cariño, no te suplico que me folles aquí mismo, por no terminar en la cárcel, imagínate si me importa que esos nos vean o no –le dije, colgándome a su cuello

—Pues mi amor vamos a mi casa, si no quieres terminar en la cárcel por escandalo publico zorra. Y mientras te como la boca, no dejes de repetirme que esta noche no te iras.

—No me iré esta noche, ni ninguna más amor.