Solo esta noche
Entonces bienvenida, porque posiblemente mañana serás lo que más eche de menos cielo, pero hoy eres lo que más me apetece.
Por problemas tecnicos ayer borre sin querer el relato y hoy lo vuelvo a subir, por si alguien quiere leerlo
Ya empezaba a oscurecer, cuando me adentré en el parque. Sin miedo, ya que a pesar de las horas, era un sitio de lo más concurrido. Siempre me ha gustado esa hora, en la que todo el mundo regresa a sus casas, yo en cambio aprovechaba para perderme, y andar sin rumbo, moverme un poco, y desentumecer mis músculos, tras una larga jornada de oficina.
Tampoco me apetecía volver a casa, a mi rutina, a mi vida siempre igual de plana. Me encantaba deambular sin rumbo, estirar mis músculos después de una larga jornada en la oficina, sentada ante el ordenador, y además de paso retrasaba la llegada a casa.
Como siempre, y a pesar de ir sin rumbo, una sigue un poco la misma dirección, y empieza a toparse con las mismas caras días tras día, y en mi mente siempre activa, me encantaba formarme historias sobre esas gentes que al igual que yo, deambulaban sin un rumbo demasiado fijo. Creaba historias sobre por ejemplo el grupo de mujeres, cuatro o cinco de mediana edad, que enfundadas en ropas y zapatos cómodos, andaban por el parque a ritmo rápido, suponiendo que con ello esperaban un poco hacer ejercicio, pero también imaginé que un poco para escapar también de sus rutinas, al igual que hacia yo cada tarde-noche, por ese parque. Con los días fui conociendo sus rostros e inventándoles a sus parejas, situaciones y vidas que debían surgir paralelas, a esos paseos rápidos en grupito.
Me encantaba fantasear, mientras paseaba, espiando a la gente, como por ejemplo a ese hombre, que cada noche paseaba impertérrito a su mascota, hablándole como si fuera uno más, intuyendo en ello su soledad, e imaginándole en un vida triste y solitaria.
También estaban la parejita de chiquillos, con la que siempre me cruzaba, casi al final del recorrido, saliendo de algún rincón más escondido, del que salían colorados, azorados a veces al verme, pudorosos, al ser cazados tras un más que posible achuchón ente la maleza. Era casi enternecedor, la manera en la que se miraban mientras se alejaban, cogidos de la mano en sentido contrario, y haciéndome sentir aún más mayor de lo que ya era, a mis cuarenta y pico; me sentía como si esa época en la que se sentía todo eso, ya hubiera pasado por mi vida, y lo peor de todo, es que tenía la practica certeza, que no volvería a sentir esa pasión arrolladora, que debían sentir ellos.
Con tristeza seguí mi camino, para encontrarme con el grupo de señores mayores, que discutían siempre de política, conglomerados socialmente, para discutir de cualquier tema, aunque parecían hacerlo casi siempre de política, por lo que llegaba a mis oídos mientras pasaba por su lado, junto con alguna mirada caliente por parte de alguno, que me hacían sonreír mientras seguía mi camino.
Y entonces llegaba a mi rincón favorito, al final del camino, donde estaba “el”. Desde el primer día su presencia allí me cautivó, siempre ajeno a todo lo que le rodeaba, con una libreta en la mano, parecía no hacer nada, salvo pensar a veces, escribir otras y simplemente parecía limitarse a estar allí, ocupando un sitio en el que no parecía estar ni cómodo, pero del que no parecía tener prisa por marcharse. Nunca llegué hasta él, porque entre esa figura y yo había una fuente, el punto donde daba la vuelta y retrocedía sobre mis pasos. Sin poder evitar sentir su presencia allí y mientras me alejaba curiosamente siempre tenía la misma sensación, como si mis días tuvieran sentido solo por ese momento.
De vuelta a casa pensaba en ese hombre que apenas era una figura, reconocible, pero poco más, de edad indescifrable en la distancia, ni su rostro, ni poco más que una silueta lejana, medio apoyado, caminando y poco más al final de ese parque.
Cuando llegué a casa estaba como siempre mi novio, que apenas levantó la mirada de la tele para saludarme, yo fui directa a desnudarme para darme una ducha, y al acabar volví al salón para decirle que me ponía algo e iba a preparar la cena, lo hice desnuda y sin esperar ni siquiera que me mirara, mucho menos que la acción de pasearme ante él completamente desnuda le excitara, ya que hacía mucho tiempo que nuestra relación carecía de esa pasión desenfrenada, y nuestro sexo, cada día más escaso, parecía pactado, como pillar cita en la peluquería.
Al día siguiente era viernes y de nuevo paseaba tranquilamente, ese día con más tranquilidad, ya que en casa no me esperaba nadie; mi novio estaba en una de esas reuniones con los amigotes en una casa de campo, y no volvía a dormir ya que iban a pescar al día siguiente.
Volví a cruzarme con casi todos, menos con los señores del ultimo banco, debían estar ya recogidos, puesto que ese día era un poco más tarde, incluso las mujeres ya iban de bajada. El parque ese día parecía más solitario, a pesar de solo ser media hora más tarde, y aceleré el paso, dispuesta a llegar al final, dispuesta a ver mi silueta favorita si es que estaba.
Pero antes de llegar a la fuente, y de detrás de esta, salieron un grupo de chavales, y en un segundo me rodearon, y mientras uno me pedía algo de dinero, otro intentaba agarrar ya mi bolso, sin que yo fuera capaz ni de gritar, intenté agarrar el bolso, y en el forcejeo caí de rodillas, entonces cerré los ojos esperando lo peor, mientras notaba como se rompía el asa.
—Ya se han ido, tranquila, toma tu bolso...vamos ponte en pie –cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue su libreta en el suelo, y supe quién era al instante.
—Gracias –le dije a ese rostro cercano, ahora que me ayudaba a ponerme en pie.
— ¿Cómo estás? –preguntó esa voz que me hipnotizaba
—Estoy bien, no pasa nada –le dije cogiendo el bolso
—No estás bien, estas temblando y necesitas curar esas heridas –dijo, mirando mis rodillas.
—No pasa nada de verdad, ahora me curaré al llegar a casa –le dije, mientras un escalofrió recorría mi espalda
—Si pasa mujer, estas temblando, ¿quieres que te lleve a alguna parte, que llame a alguien? –si temblaba, era cierto, lo que no tenía claro era el porqué.
—No hay nadie a quien llamar hoy, y mis heridas no necesitan curas especiales, muchas gracias por su ayuda –le dije, intentando alejarme con dignidad
De repente volvió a mi lado, me asió del brazo, y mirándome como nadie me había mirado jamás me dijo:
—Sé que no me conoces de nada, me llamo Gabriel y no puedo dejar que te vayas así. Vivo a dos minutos, deja que cure esas heridas, y luego te vas donde quieras, porque si no lo hago no me lo perdonare jamás.
Dios, sus palabras dichas del tirón, casi atropelladamente, su mirada, sus dedos agarrando mi brazo sin apretar, pero calentando mi piel...
—Vale –me oí decir sin más.
Sus ojos incrédulos, no pudieron disimular la sorpresa que le produjo mi respuesta, ni yo misma me creía que acababa de aceptar, irme a casa de ese desconocido.
—Vamos
Andamos en silencio, saliendo por la parte de atrás, y en la misma calle frente al parque al final de esta, entramos en un portal, en un edificio antiguo, subí tras ese desconocido. Las escaleras eran de piedra, los escalones altos y él subía sin prisas, yo tras él, relajándome a cada escalón; como si dejara atrás todo lo que no fuera ese momento. Abrió la puerta de lo que parecía un pequeño apartamento, con vistas al mismo parque.
—Pasa, iré a buscar lo que necesito –dijo, mientras yo echaba un ojo al apartamento reformado por completo.
—Me llamo Marian –le dije, mientras se alejaba por el pasillo.
Dos minutos después, volvió con lo necesario, y cuando empezaba a limpiar con mimo las raspaduras de mis rodillas lastimadas dijo:
—Encantado de conocerte por fin, Marian –comentó, colocándome unas tiritas al acabar de limpiar y poner yodo
— ¿Por fin? –pregunté, saliendo al balcón que había tras esas cortinas que se mecían por la brisa
Me sentía extraña, bien, cómoda, pero al mismo tiempo ansiosa y algo nerviosa; mirando desde ese balcón que podía verse el parque, pero la parte más alejada, más a la izquierda el punto donde me tomaba un descanso, donde me encontraba con las mujeres y paraba unos minutos antes de seguir en horizontal, hasta la fuente donde estaba siempre él, al final.
—Si por fin, Marian. Porque todo esto no empezó hace unos minutos... ¿Saldrás corriendo si te cuento, que te vi desde aquí por primera vez hace mucho tiempo? –dijo con voz suave, detrás de mi
—No puedo correr –le dije, con el corazón al galope
— ¿No te asustaras si te cuento, que enseguida me quedaste lejos y tuve que bajar a esperarte? ¿Qué me moría por cruzar esa fuente, y mucho más aún porque la cruzaras tú?
—Esta noche, no creo que ya me asuste nada, después de lo sucedido –le dije osada, como me sentía en ese instante.
Dio un paso, y sus brazos me aferraron por detrás, pegó su cuerpo al mío, y lo primero que noté fue su cálido aliento en mi cuello, lo segundo, su erección en mi trasero.
—Gabriel, tengo que irme. Porque hoy no me espera nadie, pero el resto de los días sí.
—Era algo que imaginaba, pero al menos para mí, no cambia nada. No te vayas esta noche Marian, mañana no importa ahora, no te imaginas como necesito que te quedes conmigo, aunque sea esta noche –y sus labios rozaron la piel sensible de mi cuello.
La brisa de la noche refrescaba mi cara, su cuerpo pegado al mío hacia bullir la sangre en mis venas y por fin después de mil años, mi cuerpo volvía a sentirse deseado. Tenía que irme, tenía que volver a mi vida, Carlos me amaba, yo le quería, habíamos construido una vida juntos, teníamos un futuro en común...
Los labios de Gabriel, recorrían mi cuello, la punta de su lengua recorrió mi oreja, mientras sus fuertes brazos me apretaban por el torso, justo bajo mi pecho ya inflado, pegándome más a su cuerpo cálido, caliente.
Mi vida estaba llena de rutinas, le faltaba pasión, pero fuera de eso, el resto era perfecta, el futuro creado en nuestras mentes lo era...pero el presente es ahora, y mi presente pasaba por ese balcón, por esa pasión que me ofrecía Gabriel, su boca, sus manos que ahora acariciaban mis pechos sobre la blusa, sus dedos que buscaban mis pezones consiguiendo endurecerlos a pesar de la tela que los cubría.
—He soñado contigo tanto, con la manera de hacerte mía, Marian...
Joder su voz me envolvía, me hipnotizaba, mis braguitas se humedecían, mientras bajo ellas, mi sexo palpitaba enfebrecido, necesitado de sus caricias. Porque por más que tuviera la vida organizada, esa vida, la mía, pasaba por este presente, por este balcón, por estas ganas de ser suya esta noche.
—Solo puedo quedarme esta noche, Gabriel.
—Entonces bienvenida, porque posiblemente mañana serás lo que más eche de menos cielo, pero hoy eres lo que más me apetece.
Dios, Gabriel besaba como...Gabriel, no sé ni cómo explicar cómo su boca poseyó la mía, sus labios apenas rozaron los míos, la punta de su lengua los recorrió, y después los separó, lamiéndolos por dentro, antes de succionar cada labio, y mordisquearlo, para volver a lamerme, mojándome, morreándome sin pausa. Era provocador, erótico, excitante...
Estábamos medio resguardados de las miradas ajenas de la calle, pero en un balcón, y no era capaz de pensar en nada que no fuera su boca, y lo que esta me hacía sentir, sin importarme quien pudiera vernos, incluso disfrutando un poco del hecho de saberme expuesta, y terriblemente excitada, por ese hombre tan casi desconocido para mí, y tan reconocido por mi cuerpo respeto al placer que le profería.
Me sentía apretada contra la pared, y su cuerpo, sentía la erección pugnando en mi cadera ya que era más alto, y en ese instante me sentía tan viva, tan necesitada, tan yo...
Su boca demandaba, y la mía ya no solo le cedía el paso, sino que le devoraba con la misma intensidad que lo hacia él. Sus manos ahora recorrían mis costados, el contorno de mis pechos, y podía sentir como mis pezones se endurecían contra el sujetador, por esa suave caricia.
Sin apenas despegar su pelvis de mi cuerpo, y sin dejar de besar mi boca, despegó un poco el torso, y sus manos sacaron la blusa de mi falda, colándose debajo, subiendo por la piel de mi torso, erizándola a su paso.
—No sabes cuantas veces he soñado con tocarte Marian –indicó, pellizcando mis pezones sobre el encaje del sujetador.
Hablaba sobre mi boca húmeda de nuestras salivas, mientras sus dedos apartaban la tela, la bajaban, y se apoderaban de esas puntas endurecidas, jugueteando, pellizcando, tironeando...lanzando oleadas de placer que estallaban directamente entre mis piernas, haciendo que mi sexo se humedeciera, y empapara mis braguitas.
Su boca ahora bajaba por mi cuello, desde dentro desabrochó los primeros botones, y sus labios besaron la piel de mi escote, para que a continuación su lengua trazara mil caminos en mis pechos, lamiéndose hasta los dedos que aun jugaban, y estimulaban mis pezones, mientras su muslo, ahora instalado entre mis piernas, había subido mi falda lo suficiente para presionar mi braga, y pegarla a mi sexo caliente.
La brisa, hacia que sintiera más la humedad de su saliva en mis tetas medio desnudas, y el estrujón de su muslo, hacia que el calor en mi sexo fuera insoportable, me bajé apoyándome, frotándome, como una gata en celo contra ese muslo, al borde del éxtasis.
—Joder Marian, me vuelve loco notar el calor de tu coño, el sabor de tu piel... –susurro antes de atrapar uno de mis pezones.
Dios, todo me daba vueltas, podía oír de fondo el murmuro de la calle, el martillear de mi sangre en las sienes, el calor que subía y se repartía por todo mi cuerpo...sus dientes en uno de mis pezones, sus dedos en el otro, su pierna, mi frote...
—Voy a correrme
—Hazlo cielo, córrete para mi –pidió con voz ronca
Y su voz fue el detonante, me dejé llevar por todas esas sensaciones que sacudieron mi cuerpo, mis entrañas, mi vida y todo lo que había pasado en ella hasta ese momento.
El orgasmo fue intenso, corto, de esos que te doblan, te sacuden el alma, y te dejan con ganas de más.
—Fóllame Gabriel, te necesito ahora –supliqué con voz lastimosa
Gabriel se incorporó, y cogiéndome la cara me besó por todo, me lamió y me dijo:
—Sácala, libérame
Y no dudé un instante, desabroché con prisas su pantalón, saqué su polla y el subió mi falda tiró de mis bragas, y las dejo caer al suelo de ese balcón, me llevó a un rincón del mismo, aun mas aislado, y subiendo uno de mis pies a una maceta que había de unos dos palmos, flexionó las rodillas, agarró su sexo y lo paseó por mi coño encharcado.
—Estas tan caliente cielo y yo me muero por tenerte...
Su glande rozaba la entrada, se ofrecía, presionaba, pero no hacía nada por penetrarme, solo lo dejo ahí y volvió a besarme, volvió a lamerme, volvió a coger mi cara con ambas manos y solo entonces, fue empujando lentamente, abriéndome, llenándome, haciendo que sintiera como la cabeza de su polla rozaba las paredes de mi vagina, mientras esta la apretaban. Yo gemí desesperada, mordí su labio inferior, tiré de él cuándo iba a la mitad y entonces de un solo golpe de caderas me la metió hasta los huevos. No era la mejor postura, entraba forzado y no del todo, pero en contrapartida le notaba muchísimo, le veía, nos lamiamos, nos disfrutábamos como locos, y de paso al no estar cómodos retardábamos lo inevitable. Nunca había follado de pie, y me encantaba esa incomoda sensación.
—No podría correrme así, y en cambio no me importaría pasarme así la vida –dijo como intuyendo mis pensamientos
Apenas se movía, solo se limitaba a estar, a llenarme, a besarme, a tocarme...nos mecíamos, nos espachurrábamos y nos respirábamos...
—Tú vas a coger frio y yo te necesito más –dijo cuándo temblé
Se apartó y fue saliendo de mi cuerpo, dejándome completamente vacía, como no me había sentido jamás, pero al momento cogió mi mano, aparto las cortinas y entramos.
Tras dejar caer su pantalón, se deshizo de el y se sentó en un sillón, arrastrándome sobre él. Su polla quedó entre ambos, él la empujó con dos dedos colándola entre mis piernas, yo subí ligeramente y resbaló entre los pliegues de mi sexo, encontrando el camino, penetrándome de nuevo, y esta vez clavándose por completo, haciéndonos jadear a ambos con el acople perfecto de nuestros sexos.
Le desabroché la camisa, y mientras sus manos aferradas a mis caderas me ayudaban, con el vaivén cadencioso de las mismas, empecé a quitársela, la abrí y me arqueé para besar sus tetillas, lamerlas y morderlas, como él había hecho con las mías, alentada por sus gemiditos.
—Despacio cielo, estoy muy excitado.
Pero no podía ir despacio, no quería aflojar, lo quería todo, lo necesitaba. Le miré advirtiéndole, le sonreí apoyando mis manos en su pecho, y cuando él frenó mis subidas y bajadas entre jadeos, empecé a balancearme, a frotarme, a resbalar sobre su polla, a frotarme con su pubis...
—Por favor Marian...por favor...
— ¿Quieres que pare, Gabriel?
—No joder, no quiero pero debes...
—Quiero que te corras, quiero que llenes mi coño de semen...lo quiero todo, Gabriel
—Joder cielo, pues vas por muy buen camino
Y aullando, noté el calor del primer chorro, un segundo, que disparó mi orgasmo, mientras frotaba mi clítoris él aulló más fuerte, subió el culo del sillón penetrándome aún más, gritando con un tercer chorro de semen, estrellándose en mi interior mientras estrujaba su polla con los espasmos de mi orgasmo.
Caí rendida sobre su pecho, sintiendo su respiración acelerada, mientras Gabriel acariciaba mi pelo y supe entonces que pasara lo que pasara tras esa noche, nada volvería a ser igual, habría un antes y un después de Gabriel. Porque nada de lo vivido se parecía a esto, porque nada de lo sentido se podía comparar...
Unos minutos después me levante con la ayuda de sus manos, y note como su semen escurría por mis muslos, él se sentó en el borde del sillón, mirándome con lujuria y eso prendió de nuevo la mecha. No soltó mis caderas, simplemente se inclinó y Dios, sacó la lengua para lamer mis muslos, por los que caía su semen y mis juguitos...juro que fue el momento más excitante de mi vida.
Se arrodilló ante mí y separando mis piernas lamió con gula mi sexo empapado de nuestro placer, de nuestros orgasmos, me sentó donde él había estado, y siguió hasta que volví a correrme agarrada a su pelo, tirándole como una loca, aplastando su cabeza contra mi sexo enfebrecido.
Y cuando acabó de limpiar mi sexo tras otro orgasmo, se puso en pie, gloriosamente excitado de nuevo, y me quedé extasiada mirando su preciosa polla, su glande marcado, y esta vez fui yo quien me arrodillé ante él, quien agarró sus pelotas y sacando mi lengua relamí las gotitas que tapaban su agujerito, mi lengua relamió la cabeza, la succioné y le di golpecitos con la punta, luego repasé el anillo, metí mi lengua bajo su piel y volví a succionar antes de dejarla resbalar entre mis labios, mientras seguía masajeando sus pelotas.
Él me agarró del pelo cuando llevaba media polla, y con un golpe de caderas me la metió hasta la garganta, tirando de mi pelo, me mantuvo ahí unos segundos, y liberó presión para que volviera a recorrerlo, para que volviera a succionar ese glande gordo, que me enloquecía ya.
—Vas a matarme
—No es mi intención –le sonreí, dejando que viera el hilillo de saliva que aún me unía a su polla
Y sus dedos, enredados en mi pelo volvieron a tirar, y mi cara volvió a pegarse a su pubis, mientras su polla se alojaba en mi garganta.
Finalmente con los muslos temblando se sentó en el sillón, y aproveché el momento para lamer sus huevos, mientras le masturbaba cadenciosamente, pausadamente, sin más fin que mantenerle duro. Bajé por el perineo y lamí su rajita hasta su agujero, y tras ensalivarlo metí mi lengua alentada por sus gemidos, por el palpitar de su polla en mi mano...
—Marian cómeme cariño, hazme correr...
Y subí de nuevo, atrapé ese glande con mis labios, una mano en la base y un dedo en su entradita ensalivada, empecé a succionar, a menear y a entrar al mismo tiempo.
El dio un alarido y un chorro de semen lleno mi boca, la abrí y dejé que el segundo cayera en mis labios, mi cara, y hasta mis tetas, mientras me frotaba su polla, la lamia y le masturbaba con una mano, mientras la palma de la otra sobaba sus pelotas, y mi dedo medio le penetraba.
Aun jadeando me miró agradecido mientras yo me relamía su semen de los labios, y el que podía de la cara.
Aun respiraba con dificultad cuando volvió a coger mi cara entre sus manos y me dijo:
—Dime que volverás Marian, que esto no acaba aquí esta noche...
...