Solo esta noche 2

...

Esa noche no volví a casa, pero la noche trajo la madrugada y con ella volvió la realidad, golpeándome con dureza, allí en aquella cama donde había pasado la noche más alucinante de mi vida.

—Tengo que irme Gabriel –le dije notando que estaba despierto, aunque aún no hubiera abierto los ojos.

—Lo sé por eso no quería moverme, ni despertar del todo.

Mientras me sentaba en la cama dándole la espalda, él se colocó de rodillas detrás de mí, y apartando mi pelo a un lado, empezó a repartir mil besos por mi cuello.

—Ummm Gabriel...

Sus manos aferraron mis pechos, abarcándolos por completo, moviéndolos ligeramente, frotando mis pezones con las palmas de sus manos.

Unos segundos antes pensaba en vestirme e irme, ahora ya solo podía pensar en esa boca que dejaba un rastro de humedad, y calor en mi piel. Mientras esas manos, que ya conocían cada rincón de mi cuerpo, masajeaban mis pechos con suavidad.

Me apoyé en su cuerpo, levanté la cabeza, y él bajó la suya para buscar mi boca, nuestras lenguas se encontraron a medio camino, se lamieron, se enroscaron...

Colocándose a un lado, volvió a tumbarme en la cama, y esa boca ansiosa ahora volvió a devorar mis pechos, con gula, con hambre, con necesidad...como solo lo hacía Gabriel, como si le fuera la vida en ello.

Mientras sus manos, descendían por mi torso, mi estómago, mi pubis y terminaban entre mis piernas. Sus dedos ya separaban los labios de mi sexo, y recorrían mi rajita, que ya había empezado a rendirle pleitesía, mojándose...

—Me encanta tu respuesta, tus ganas... –dijo Gabriel

—Y a mí, la manera en que las despiertas.

—Cielo mío, es tan fácil tenerte ganas...

Dios, Gabriel parecía manejado por mi mente, era como si cada palabra, cada caricia, cada gesto, fuera orquestado para proporcionarme un placer absoluto.

—Córrete preciosa, enséñame como lo haces, me muero por ver esa cara de puta, que pones cuando te corres –dijo acentuando el movimiento de sus dedos...

—Sí, no pares, voy a correrme, muérdeme –gimoteé

Y sus dientes se clavaron en uno de mis pezones, sus dedos pellizcaron, y tiraron del otro, mientras sus dedos me llevaron una vez más al paraíso.

Se tumbó en la cama, en el centro, con las manos detrás de la nuca, mientras yo aún temblaba cruzada en la cama, formando una cruz entre ambos cuerpos.

—Que rico te corres puta, me encanta ver como lo haces, y saber que yo te he llevado a ello. Ahora se buena, y móntame, necesito que te folles mi polla, porque ya no puedo más...mira como me tienes... –dijo agarrándose el falo, moviéndolo ante mis ojos, que en ese momento me había puesto de lado

De un salto subí a la cama, me agarré al cabecero arriba de su cabeza, con un pie a cada lado de su cuerpo, él no soltó su polla, yo flexioné mis rodillas y bajé, colocándome en cuclillas, acercando mi coño a esa polla brillante ya. Solo le coloqué el coño en la punta, y él mirándome con deseo, la paseó, la arrastró, por mi rajita encharcada tras el orgasmo...

—Baja puta, despacio...clávate en mi polla

Y lo hice, bajé lentamente empalándome, sintiéndole, llenándome de Gabriel, resoplando agarrada al cabecero, hasta sentarme, casi sobre sus huevos.

—No te muevas nena, quieta cielo –dijo sin dejar de mirarme encendido

— ¿Y si no te hago caso? ¿Y si me muevo así? –le dije, meneando el culo

—Por favor cielo mío, por favor –suplicó

—Quiero que llenes mi coño, quiero irme de aquí llenita de tu semen

Él cerró los ojos, se mordió los labios, y yo agarrándome con más fuerza, empecé a moverme con prisas, con necesidad, con ansia, con ganas de vaciarle, le estrujé con mi vagina, y no tardé en que me diera lo que había subido y bajado a buscar...Dio un alarido y llenó mi coño a borbotones, mirándome, suplicando que no parara, con sus ojos, con su boca, con sus manos en mis pechos... y volví a correrme llena de él, sintiendo su placer, contagiada de él.

Una hora después, estaba sola en casa, bajo la ducha, sin saber cómo había sido capaz de irme, en silencio, aprovechando un momento en él que el dormitaba tras el placer, sin despedidas, sin escusas, sin mentiras, y sobre todo... sin promesas.

Pasaron las horas y me hice a la idea, me obligué a volver a mi vida, a mi realidad sin Gabriel. Convertí esas horas en días, esos días en semanas y esas semanas en un mes, sin él. Sin paseos, sin ese parque, sin su figura recortándose al final del mismo, sin acercarme a él, ni oler su aroma, acariciar su piel...me volvían loca los recuerdos de esa noche, mi única noche de placer a su lado.

Creía que el tiempo mitigaría la necesidad de volver a sentirle, que alejarme me haría olvidar su olor, su sabor...pero no era cierto, no podía seguir engañándome; no había una sola hora del día, que mi cuerpo y mi mente no añoraran a Gabriel.

Y un día, ni siquiera sé porque, fue insoportable, y sin darme cuenta terminé en el parque, me apoyé en la pared baja, donde hacia el primer parón, donde veía a las mujeres pasar. Pero hoy era más tarde, habrían pasado y no importaba, porque estaba allí por él, por esa sombra que intuí en el balcón, pero al buscarla con la mirada no estaba. Seguí como siempre, como una autómata hasta el final del camino, y al llegar a la fuente, levanté la mirada, y vi su silueta, esta vez no llevaba libreta en sus manos, simplemente me miraba, esperando, como si estuviera allí desde el día que me fui, hacía ya más de un mes.

Nuestras miradas se encontraron unas décimas de segundo, y a pesar de la distancia la intensidad de la suya, provoco un escalofrió en mi cuerpo, entonces sonrió, se dio la vuelta, y empezó a alejarse lentamente.

De alguna manera quise ver aceptación en su sonrisa, y su partida me indicaba que no iba a presionarme, que era yo quien debía decidir, pero no podía pensar, mi cerebro estaba paralizado, pero mi cuerpo ya había tomado la decisión. Pensé andando lentamente tras sus pasos. Siguiéndole una vez más, saliendo tras él de ese parque, llegando a su portal, subiendo tras él las escaleras en silencio, abriendo la puerta que él había dejado entornada para mí.

—Gracias por volver –dijo simplemente antes de besarme, mientras cerraba la puerta con mi cuerpo.

Sus manos desabrocharon mi blusa, mientras su boca se apoderaba de la mía, haciéndome sentir por fin en casa, porque así me sentía en ese instante, solo porque él estaba tras esa puerta, solo porque sus caricias me esperaban entre esas paredes.

Mi lengua volvió a entrelazarse con la suya, y no sé cuantos minutos simplemente nos respiramos mutuamente, nos devoramos hambrientos, mientras sus manos acariciaban mi piel y las mías las suya bajo nuestras camisas.

—Necesito más –dijo, desbrochando mi falda, que al momento cayó al suelo

Y mientras yo luchaba con su cinturón, luego con su pantalón... finalmente los dos estábamos en ropa interior sin dejar de lamernos, de mordernos...

A trompicones terminamos en el sofá, mis manos bajaban el elástico de su calzoncillo, mientras me movía como una serpiente sobre su cuerpo, y sus manos deslizaban mis braguitas. Logré deshacerme de ellas con su ayuda, sin moverme, sobre su cuerpo, sintiendo su erección entre ambos, abrí mis piernas colocando una rodilla a cada lado, mientras sus manos en mis caderas, me guiaban, me elevaban, para que su polla resbalar entre mis piernas. Mi coño la buscó, y el glande se apoyó en mi entrada, para que bastara un solo movimiento de caderas, junto con sus manos para entrar en mí, para acoplarnos entre jadeos.

—Dios como echaba de menos de menos tu coño, nena

—Y yo tu polla, Gabriel; y yo –jadeé clavándomela más, apoyándome en su pecho, mirándole con la intensidad del placer que sentía, que su polla me daba...

—No voy a parar Gabriel, no puedo hacerlo –jadeé unos minutos después, ya al borde del orgasmo

—No te he pedido que lo hagas, Marian –dijo sin soltar mis caderas, ayudándome en mi vaivén

Los dos gemíamos extasiados, nos movíamos al unísono, él apoyo los pies y subía el culo para recibir cada unos de mis envites con más fuerza, la habitación olía a sexo, a deseo, y los sonidos de nuestros cuerpos golpeándose, el chapoteo de nuestros cuerpos al hacerlo, junto con su mirada, me estaban llevando al paroxismo total.

—Voy a correrme Gabriel, no puedo más.

—Si Marian, vas a correrte, y lo harás con el coño lleno de mi semen cariño, hazlo; quiero que empiece la fiesta, estruja mi polla, y te daré lo que has venido a buscar mi niña.

Dios, todo empezó a dar vueltas, mi cuerpo estalló en pedazos y exploté en un glorioso orgasmo, que hizo que mi cuerpo convulsionara, que mi coño apretara esa polla, que la succionara con fuerza, y cuando estaba arriba, muy arriba un potente chorro caliente se estrelló muy adentro, cuando él subió más y yo bajé, un segundo y un tercero, los dos aullábamos, los dos nos derretíamos y el placer más absoluto recorría nuestros cuerpos, como una corriente eléctrica.

—Follarte, que me folles, hacer que te corras, correrme en ti, contigo...Marian esto es lo mejor que me ha pasado en la vida –dijo acariciando mi pelo, cuando caí rendida sobre su cuerpo aun teniéndole dentro.

—Y en la mía Gabriel, pero nada ha cambiado...no puedo darte más que estas noches...

—Yo no te he pedido más –dijo poniéndome a su lado, abandonando mi interior.

Creí que todo había acabado, que se había enfado, cuando se puso en pie. Miré sin poder evitarlo su polla, aun morcillona a pesar de haberse corrido copiosamente.

—Ahora estas aquí, el resto nada importa –dijo tendiéndome la mano

Me llevó a su habitación, donde terminamos de desnudarnos, me tumbo en el centro de su cama, separó mis muslos y colocándose entre mis piernas, bajó a lamer mi sexo con devoción, deleitándome con el placer de su lengua en cada rincón de mi sexo, mientras sus dedos se encargaban de llegar donde no lo hacia esta, hasta hacer que temblara de nuevo.

Aun temblaba cuando me dio la vuelta, y empezó a sembrar de pequeños y húmedos besos mi columna, hasta llegar a mi culo, para besarlo, para lamerlo y terminar mordiéndolo antes de sacar la lengua y pasarla sin prisas por mi rajita.

—Sube nena –dijo colocando una almohada bajo mi pubis

Siguió lamiendo mi rajita, bordeando mi agujerito y terminó penetrándome con ella, una y otra vez. Luego uno de sus dedos, siguió la estela de su lengua, dilatando esa parte hasta entonces inexplorada de mi cuerpo.

—Gabriel, yo nunca...

— ¿Quieres que pare?

—No

—Lo quería todo, necesitaba ser suya, que me poseyera por completo.

Y tras unos minutos, cuando mi estrecho canal se acostumbró a su dedo, volvió su lengua un par de veces, y al volver su dedo, añadió un segundo, mientras seguía besando, lamiendo y acariciándome lentamente.

—Voy a follarte Marian –dijo tirando de mí, colocándome a cuatro patas en el borde de la cama.

Poniéndose de pie, se acercó, colocó su glande en mi entrada, me agarró de las caderas y presionó...

—Me duele

—Lo sé y eso me pone más cachondo, te duele porque no estas acostumbrada, porque nadie ha estado ahí antes que yo, porque espero que solo mi polla este ahí, voy a abrirte solo para mi, princesa; para que seas solo mía.

Su voz sonaba ronca y excitada, me ardía el culo, pero me ponía a mil saberle excitado, saberme suya...

—Así relájate, ya casi estoy Marian, y casi estoy dentro de tus entrañas...

Sus dedos se clavaban en mi carne, su polla abría mi culo, lo dilataba, me sentía llena, poseída y completamente entregada a mi macho, a Gabriel, el hombre que más placer me había dado, con el que más había vibrado y al que le pertenecían cada uno de mis orgasmos desde el momento que compartimos el primero.

Noté sus huevos golpear mi cuerpo, él suspiró y paró unos segundos, luego poco a poco empezó a moverse, a salir y entrar abriéndome, acostumbrándome, haciéndose sitio, marcando cada rincón de mi cuerpo a fuego con su presencia.

—Estás tan estrecha cielo...tan caliente...me vuelves loco –dijo, ahora aferrado a mis hombros

Apenas se movía, horadando en mi interior, jadeando, suspirando...me subió pegando mi espalda a su pecho, agarrando los míos, masajeándolos, pellizcando mis pezones, jadeando en mi oído.

—voy a llenar tu estrechito culo de semen golfa

—Sí, la quiero toda –le dije dejándome llevar, acompañando su ligero vaivén

—Tócate para mí, porque quiero que te corras mientras me vacío en tu culo

Y llevé mi mano entre mis muslos, busqué mi botoncito excitado, y lo estimulé, mientras él empezaba a moverse más, pegándome a él, aplastando mis tetas con sus manos.

—No puedo más Marian, voy correrme, voy correrme nena, me corro...

Y note el calor húmedo en mis entrañas, sus suspiros y jadeos en mi oído, sus manos, y todo volvió a estallar a mi alrededor empapando mis dedos.

Caímos rendidos y sudados en la cama, sus manos acariciaban mi cuerpo laxo, mientras nos relajábamos, mientras nuestras respiraciones intentaban regularse.

— ¿Vas a volver a irte sin decir ni adiós, y no volver en más de un mes? –preguntó en la penumbra ya, de la habitación

— ¿Acaso crees que es fácil para mí?

—No, no creo que sea fácil, no creo que quieras irte, no creo que no quieras volver. Pero lo haces

— ¿Qué quieres que pase, Gabriel?

—Quiero que vuelvas, porque compartirte duele, no tenerte es insoportable.