Solo era el principio (42) Al primero que...

Y sin más, se abrió el albornoz y ante mí apareció una imagen sorprendente. Allí, delante de mí, estaba vestida de una forma realmente especial. Llevaba un body de cuero negro que dejaba sus pechos al aire y en el cuello se había colocado un collar de pinchos del cual salía una cadena...

CAPITULO 42

Al primero que se levante…

LUNES, 08 DE DICIEMBRE DE 2008 (NOCHE)

Nada más cerrar la puerta de la casa de Elena una extraña sensación, no de culpabilidad, no sé, una rara emoción mezcla de reproches y mansedumbre unido a un gran entusiasmo por la fantasía cumplida, invadió mi cabeza. No sabía que decir ni cómo reaccionar ya que aunque me sentía realmente feliz por lo ocurrido, era plenamente consciente de que aquellos tres días podrían haber dañado sensiblemente nuestra relación de pareja.

Sandra tampoco ayudaba mucho, la verdad, desde que habíamos abandonado aquella casa no me había ni tan siquiera mirado. Yo esperaba que por lo menos me dijese lo mal o lo bien que lo había pasado pero al igual que yo, permanecía en silencio sin saber qué decir.

De repente, se paró en el descansillo de la escalera y me miró.

- ¿Recuerdas lo que te dije el otro día durante la partida de póker? - me preguntó mirándome fijamente.

¡Joder!, ¿qué me dijo el otro día? - me pregunté intentando hacer memoria pero sin que ella lo notase.

- ¡Recuerdo tantas cosas de aquella partida de póker! - le contesté sin vacilar - ¿A qué te refieres exactamente?

- ¡Que nunca pasa nada si la mujer no quiere!… - me dijo secamente.

- ¿Qué significa eso, Sandra? - respondí un poco confundido.

- Pues fácil, que si yo no quiero, no pasa nada, pero si yo quiero, ¡sí que pasa!... - contestó a mi pregunta con aquel comentario yo creo que bastante cargado de segundas intenciones.

¿Eso quería decir que se había dado cuenta de mi mal estado mental y me estaba sacando del dilema?, al fin y al cabo todo lo había preparado ella junto a sus amiguitos.

Tras aquella respuesta, sin esperar mi réplica se acercó a mí y puso la mano abierta sobre mi susceptible cipote. A continuación siguió hablando.

- ¿Te has quedado a gusto con Elena?

¿Qué podía decir yo para no herir sensibilidades?, me lo había pasado de puta madre pero como no estaba seguro de si aquellas eran las palabras que quería oír Sandra, opté como otras veces por el camino intermedio.

- ¡Bueno!, no ha estado mal del todo, pero contigo lo paso mejor.

¡Dios!, aquel comentario y mi forma de decirlo dejaban bastante claro a Sandra que lo había dicho para no dañarla, ¡qué torpe estaba!

Tras un corto silencio me volvió a preguntar.

- ¿Qué no ha estado mal del todo?, pues a mí me ha parecido que te lo has pasado de puta madre con dos mujeres a tus pies.

En aquel momento tuve que reconocer que mentía muy mal.

- ¡Anda, dime la verdad! - me rogó soltando un gran suspiro.

- Me lo he pasado como nunca, mi cielo, ¡gracias!

- ¡Menos mal!, porque con lo que me ha costado prepararlo todo, cómo para que no te hubiese gustado - terminó diciendo para darme un beso en los labios

Después de aquel tierno beso, nos miramos y nos echamos a reír. Aquellas risas nos sirvieron a ambos para reconocer que habíamos disfrutado como jamás imaginamos.

- ¡Ahora venga!, vamos para arriba que Juanma nos estará esperando - dijo con el mismo tono de voz alegre que tenía siempre.

A continuación pasó su brazo por mi cintura y nos dispusimos a subir a casa de Juanma. Y cómo dos tetas pueden más que dos carretas, accedí de buen agrado y con un sentimiento, ahora sí, de felicidad plena. Aquellas pocas palabras que habíamos tenido en el rellano de la escalera nos habían servido a los dos para darnos cuenta de muchas cosas, entre otras, de lo mucho que nos queríamos el uno al otro.

Cuando llegamos de nuevo a la puerta de la casa, Sandra sacó las llaves del bolsillo y abrió directamente.

- ¿Qué haces? - pregunté al ver que iba a abrir la puerta directamente sin llamar.

- ¿Abrir la puerta? - me respondió con una buena carga de ironía.

- ¡Sí!, eso ya lo veo, pero no te olvides del acuerdo que tienen Juanma y César de llamar siempre antes de entrar.

- ¿Y tú crees que cualquier cosa que esté ocurriendo ahí dentro me va a asustar? - me contestó Sandra sabiendo muy bien lo que decía.

Realmente tenía razón, ¿qué podría ocurrir en aquella casa que no hubiese ocurrido ya en aquellos días?

Así que sin más discusión y con toda la tranquilidad del mundo, abrió la puerta como si fuese la de nuestra propia casa, entramos y nos fuimos directos al salón. Allí, en el salón, estaba Juanma sentado en el sofá mirándonos con una pícara sonrisa en sus labios, ¡el muy cabrón lo sabía todo y por eso se reía!

- ¡Vaya fiestón que os habéis pegado con Elena!, ¿no? - preguntó directamente sin tan siquiera saludarnos, pero eso sí, entregándome una lata de cerveza bien fresquita.

- ¡Joder!, ¡el mejor de mi vida, te lo aseguro!, ¡hemos sudado cómo cerdos! - le contesté sin ningún tipo de recato y dando un tremendo trago a aquella bebida que tanta falta me hacía para recuperar líquidos.

- ¡No esperaba menos de Elena! - añadió Juanma.

- Pero lo que más morbo me ha dado ha sido ver a Sandra con otra mujer, ¡eso ha sido realmente impresionante! - le decía mientras me secaba el sudor que me producía el volver a imaginarme a las dos juntas.

Sandra, que parecía cómo que si no estuviésemos hablando de ella, con el cansancio que tenía acumulado se tumbó en el sofá quitándose los zapatos y tirándolos al suelo.

- ¡Muerta!, ¡estoy muerta! - dijo cortando la conversación - Necesito descansar un rato antes de marcharnos.

Aquellas palabras que llevaba queriendo escuchar dos días, me sonaron a música celestial. Por fin Sandra estaba dispuesta a dar por finiquitado el asunto.

- ¡Vale!, descansas un poco y nos vamos a casa que ya es muy tarde.

No me dio tiempo a terminar la frase cuando Sandra ya estaba completamente dormida sobre el sofá. ¡Qué habilidad tiene la cabrona para pillar el sueño!

- ¡Quiero que me lo cuentes todo! - dijo Juanma.

- ¡Bueno ya veremos! - le dije queriéndome hacer el recatado o el interesante, ¿quién sabe? - Primero me ducho y luego hablamos que ya que se ha quedado dormida, la dejaré un rato para que descanse antes de pirarnos.

- ¡Vale!, yo voy a contestar unos mails mientras que se despierta - dijo Juanma marchándose del salón.

Y apagando la luz, lo dejó todo a oscuras para que Sandra durmiese tranquila.

Cuando salí de la ducha, totalmente en bolas para variar, vi que Sandra seguía dormida en el sofá y Juanma en el ordenador.

Él no se había dado cuenta de mi presencia así que para no molestar me fui al mismo dormitorio donde la pasada noche mi mujer gozaba como una perra. Sabiendo la confianza que nos unía a esas alturas y que cualquier cosa que encontrase en aquella casa no me iba a ruborizar, rebusqué en el armario algo de ropa para poder ponerme. Tras separar la singular ropa de César encontré un pantalón de chándal, un par de tallas más pequeño que la que suelo usar, y una camiseta limpia. Luego rebusqué en el cajón de la mesilla y, entre braguitas y sujetadores, encontré unos calzoncillos más o menos decentes, los cogí pensando que podrían ser de Juanma y me los puse. A continuación me eché sobre la cama, mandé un pequeño mensaje con el móvil a mi buen amigo Jesús para decirle que mañana por la mañana pasaría a recoger a Duque y encendí la tele para hacer un poco de tiempo antes de despertar a Sandra.

De nuevo cometí el mismo error de aquella condenada noche de borrachera, ¡me quedé dormido!

MARTES, 09 DE DICIEMBRE DE 2008 (MAÑANA)

Un fortísimo dolor de cabeza me despertó, me puse de pie corriendo sin saber dónde estaba. Miré el reloj y ¡joder, eran las nueve de la mañana del día siguiente! ¡Estaba totalmente perdido!

Me volví a sentar en la cama apretando mi cabeza entre mis manos para aliviar el dolor, estaba totalmente descentrado. De momento no me acordaba de nada, sólo de que aquella no era mi cama y de que Sandra no estaba conmigo.

Pasaron un par de segundos hasta que las piezas del puzle se fueron encajando en mi cabeza. Justo ahí fue donde de repente, me acordé de todo lo ocurrido. Sentí escalofríos desde los pies hasta la cabeza pensando en el cúmulo de cosas vividas el día de antes, ¡bueno!, el de antes, y el de antes y el de antes. Y para colmo me había quedado dormido, tenía que trabajar, no tenía ropa limpia, pero lo que más me martilleó la cabeza aún fue cuando pensé, ¿y dónde está Sandra?

Sin importarme, de momento, el resto de cosas, salí corriendo del dormitorio y me dirigí al salón, miré en el sofá en donde la dejé anoche pero no estaba, ¿dónde estaba? Un poco nervioso por sentirme responsable de lo que le hubiese podido ocurrir empecé a mirar por todas los rincones y por todas las habitaciones como un loco. Tras un rato de búsqueda, ya que aunque la casa no era tan grande como para tardar tanto tiempo en encontrarla me daba miedo abrir cualquier puerta por miedo a encontrarme algo como lo de ayer en el baño, por fin tuve suerte.

Lo dicho, tras un rato de búsqueda, por fin la encontré en una habitación pequeña al fondo del pasillo. ¡Allí estaba mi reina!, dormida como un tronco y vestida con la misma ropa de ayer, pero lo más importante, escasa ropa pero vestida. Al ver su carita tan angelical, incluso los tremebundos ronquidos que soltaba me parecieron música celestial.

El haberla encontrado dormida y además vestida como ya he dicho, cosa muy importante en aquella casa, me tranquilizó bastante, pero la calma del momento y el fuerte ruido de su respiración me hicieron recordar el impresionante dolor de cabeza que tenía en aquel momento, así que volví a cerrar la puerta para que siguiese con su reparador sueño un ratillo más y me fui hacia la cocina adónde había visto un pequeño botiquín el día de antes. Seguro que dentro habría algo que me ayudaría con mi particular tortura.

¡Bingo! En el mismo sitio dónde lo había visto el día anterior, estaba el botiquín. Lo abrí y para mi suerte encontré una caja de pastillas de las mismas que suelo tomar para las jaquecas, cogí dos y sin agua siquiera, con tan sólo un poco de saliva, me las tragué. No sé si por el efecto placebo de la medicina o por casualidad, pero a los pocos minutos estaba bastante mejor, por lo menos como para pensar en lo que debía hacer a continuación. Mi primera intención fue la de irme a currar cuanto antes pero primero prepararía un poco de café para despejarme, al fin y al cabo ya iba a llegar tarde de una forma u otra.

Pero claro, mi primera intención no estaba bien pensada del todo, si me iba a currar dejaría a Sandra sola en aquella casa, ¿estaba seguro de querer irme al curro y dejarla a ella sola?, ¡para nada!, ¡debía llamarla para que se viniese conmigo!

Y fue justo en ese momento, durante el segundo sorbo de café, cuando decidí no ir a currar. Llamaría a la oficina y les diría que me encontraba mal. ¡Ni loco la dejaba allí sola en aquella cueva de lobos!

Y eso fue exactamente lo que hice. Llamé, hablé con la oficina y echándole un poco de cuento, más de la cuenta, les dije que me encontraba bastante mal y que si en el trascurso del día me iba mejorando, pasaría por allí para terminar un par de cosas que tenía pendientes de antes del puente. No tuve problema, enseguida me dijeron que me quedase en casa.

¡Bueno, ese asunto ya estaba arreglado!

A continuación mandé otro mensaje a Jesús y le confirmé que esta tarde iría a recoger a Duque. Segundos después me llegó su respuesta.

¡Joder, cabronazo!, menudo fiestón os estáis pegando. ¡Disfrútalo, mamón!

Aquel simple gesto de mi buen amigo, me hizo reír por unos segundos y olvidar un poco mis delirios.

Ya más relajado y con bastante menos de dolor de cabeza, me di cuenta de otra cosa. Tenía claro que aquella no era mi casa, pero dónde estaba el dueño, ¿dónde estaba Juanma? Y justo cuando iba a salir de la cocina para ver si encontraba alguna pista sobre el paradero de nuestro anfitrión, vi una cosa que antes, quizás por los nervios de buscar a Sandra, no había visto, una nota pegada a la puerta del frigorífico con un imán. Sin más, la cogí y me puse a leerla.

AL PRIMERO QUE SE LEVANTE:

Antes de nada, buenos días y gracias por todo.

Me he ido a trabajar y a recoger el coche al mecánico. Si todo va bien volveré sobre la una. César no estará hoy en casa, así que si queréis, podéis quedaros. Si tenéis algún problema llamadme al móvil.

Sobre mi cama he dejado unos regalos para Sandra.

Sólo os pido un favor, que si os vais, acordaos siempre de mí y no me olvidéis.

Un beso

Juanma

¡Vaya, tan detallista como siempre!, pensé y solté la nota sobre la mesa.

Era un papel escrito en el ordenador y doblado con mucho cuidado. No me dio tiempo a mirarlo con más detalle, mi curiosidad era mayor que otra cosa así que salí corriendo hacia el dormitorio. Sobre la cama había dos paquetes muy bien envueltos en papel rojo brillante y un bonito lazo blanco en cada uno, uno era plano y del tamaño de un portafolios y el otro era parecido a una caja de zapatos, lo que no sabía era lo que podrían contener. No los quise abrir y tampoco debía, si eran para ella, tendría que abrirlos ella.

Mientras que esperaba a que Sandra se despertara y habláramos sobre qué íbamos a hacer, me fui al baño a buscar a ver si encontraba algo para poder afeitarme. Tras rebuscar por el mueblecito del baño encontré un paquete de cuchillas nuevas y un bote de gel de afeitar. Me afeité y aunque me había duchado la noche de antes, me di una ducha rápida para terminar de despejarme.

Recién duchadito y con la cara como el culete de un niño, me fui de nuevo al salón a la vista de que Sandra no tenía ninguna intención de levantarse. Me senté en el sofá y cogí unas revistas que había por allí de lugares exóticos para viajar, cosa normal sabiendo que Juanma y César trabajaban en una agencia de viajes.

Al mirar aquellos folletos empecé a darle vueltas a una idea que me rondaba desde hacía tiempo. De repente me decidí a llamar a Juanma para contársela y saber si él me podría ayudar a llevarla a cabo. Le llamé y estuvimos un buen rato hablando. Finalmente me dijo que ya que nos habíamos quedado, que por favor le esperásemos. Le dije que sí y le conté lo que me proponía, Juanma al escucharlo, aceptó encantado. Una vez terminada la conversación, me volví al sofá a esperar que Sandra se despertase.

¡Ya no sabía qué hacer!, había rebuscado por toda la casa, ya no me quedaban cajones por abrir, había visto la tele, había leído todas las revistas, había revisado hasta la última película porno de la estantería, me había guardado un par de ellas en el bolsillo de la chaqueta para llevármelas y ya no sabía qué más hacer, así que cuando vi que faltaban sólo cinco minutos para que dieran las once pensé que ya estaba bien y me decidí a despertarla.

Me fui hacia el dormitorio e intentando hacer el menor ruido posible para que se despertase de la mejor forma posible, me acerqué a la cama. Me senté justo a su lado y toqué con mis manos su cuello y parte de sus pechos que estaban destapados. Pasé mi mano por su pelo justo en el momento que poco a poco iba abriendo los ojos.

- ¡Buenos días!, ¿cómo ha dormido mi reina? - le dije entre susurros para no molestarla más de la cuenta.

- ¡Bien!, ¡muy bien! - me respondió con una sonrisa en su cara aún dormida.

- Estamos solos en casa de Juanma - le comenté - Él volverá sobre la una y quiere que le esperemos, ¿qué quieres hacer tú?

- Déjame despertarme, ¡todavía estoy un poco dormida!

- ¡No te preocupes!, luego hablamos pero son las once y creo que ya es hora de levantarse. Te prepararé el baño para que te relajes un rato y si quieres te hago algo para desayunar.

Y sin esperar respuesta salí de la habitación yéndome para el baño.

Ya en el cuarto de baño rebusqué en el armario y al ser aquel un cuarto de baño de alguien tan femenino cómo César, encontré prácticamente todo lo necesario. Cogí una toalla grande, un albornoz blanco y un par de botes de sales, abrí el grifo y lo deje correr. Repitiendo aquel baño tan ejemplar que un día se diese delante de la cámara de video, le iba a preparar a mí más querido ángel un baño calentito con espuma y sales minerales para que se limpiase de todos los restos que aún pudiesen quedar en su cuerpo.

A los pocos minutos cuando ya lo tenía todo preparado, apareció como una diosa en la puerta del baño. Me fui hacia ella y le di un beso en los labios mientras que iba desnudándola, tirando al suelo la ropa que le iba quitando.

Sin hablar, como si de un ritual se tratara, metí la mano en el agua para comprobar la temperatura, estaba caliente pero ideal para un baño de espuma. La ayudé a que entrara en la bañera, cogí la ducha y comencé a echarle agua mojando todo su cuerpo desde el pelo hasta los pies. Cogí una esponja, la cubrí de una gran cantidad de gel y se la pasé por todo el cuerpo para dejarla totalmente limpia. Me entretuve en enjabonarle bien los pechos, dando vueltas con la esponja alrededor de sus pezones. A continuación busqué su entrepierna con mi mano repleta de jabón y limpié con mimo el interior de su chochito y su culito intentando no dejar ni la más mínima huella de otro hombre ni mujer en su cuerpo.

Sandra no decía nada, sólo se dejaba hacer, ella sabía perfectamente que la quería dejar sin ninguna marca en su precioso cuerpo.

- ¡Túmbate una mijita y relájate! - le dije cuando terminé de limpiarla.

Al tumbarse, la bañera que estaba prácticamente llena de agua y con una gran cantidad de espuma, empezó a sobresalir por el borde de la bañera.

- ¡Cari!, ¡el agua!, ¡que se sale! - comentó Sandra un poco exaltada al ver cómo se desbordaba el baño.

- ¡Déjalo así, luego lo limpio! - le dije pasándole la mano por la carita para que se relajase.

Tras decirle aquello, salí del baño y cómo a ella le gusta, le traje un cigarrito encendido con un cenicero.

Allí estaba, acostada en la bañera, sonriendo y con los ojos cerrados, estaba disfrutando del agua caliente en todos los poros de su piel. Sus hombros y sus pechos asomaban entre la espuma dejando ver unos preciosos y duros pezones que estuve tentado de tocar, pero decidí dejarla disfrutar de aquel maravilloso momento. Le preparé el albornoz y lo dejé sobre el lavabo.

- Juanma ha dejado un par de regalos para ti en su cuarto, ahora cuando salgas puedes ir a verlos.

- ¿Qué es? - me preguntó Sandra pensando qué, cómo soy tan cotilla, ya los habría mirado.

- ¡No tengo ni idea!, cómo son para ti no he querido abrirlos - le contesté - Ahora quédate ahí un ratito y llámame si necesitas algo - le dije saliendo del cuarto de baño.

No tuve respuesta, pero sabía que me llamaría si necesitara algo.

Me fui de nuevo al salón y me senté en el sofá. En ese momento estaba en la gloría, el silencio era total, después de todos aquellos días y tanto jaleo, sin duda me apetecía disfrutar de aquel silencio.

De repente escuché el sonido de la puerta del baño y tras aquel ruido, el sonido de Sandra acercándose hasta mí, vino completamente desnuda hasta el sofá donde yo me encontraba y me dio un beso en los labios.

- ¡Voy a vestirme y a ver mis regalitos! - dijo Sandra bastante ilusionada.

- ¿Quieres que vaya contigo? - le pregunté.

- ¡No!, mejor prepárate un par de cervecitas y algo de picar, que tengo un hambre que devoro. Que ya son casi las doce y ya sabes lo que dicen, ¡él que a las doce no ha bebido…!

- ¡Ni tiene vergüenza ni la ha conocido! - respondí entre risas terminando su frase mientras que me levantaba en dirección a la cocina.

Aquel momento era nuestro y sólo nuestro, nuestra complicidad de siempre no había sido perjudicada por ninguna de nuestras locuras y era visible ante los ojos de cualquiera, que nos queríamos como nunca. Nada ni nadie podría interponerse a nuestro amor.

Sandra se metió en la habitación y escuché como rompía el papel de las cajas nerviosamente. De repente se hizo un silencio y escuché como cerraba la puerta y echaba el pestillo de esta.

¡Cuánta intimidad!, igual cree que la voy a volver a espiar. ¡Menos mal que ya no está la vela gorda en el dormitorio! - pensé acordándome de las cosas que Sandra era capaz de hacer con un poco de cera.

Y sin hacerle más caso del necesario, cogí las cervezas y otra vez un poco de queso, que fue lo único que encontré en la nevera, y me fui al salón.

Tras tomarme la cerveza y comerme casi todo el queso, Sandra aún no había salido del dormitorio, así que para que no se le calentara, cogí la suya y empecé a bebérmela.

¿Cuánto tiempo necesita esta mujer para vestirse? - pensé.

Al cabo de casi veinte minutos escuché la puerta del dormitorio.

- ¡Vaya!, ¡por fin has terminado! - le dije cuando llegó al salón pero sin volverme a mirarla.

No me respondió, se puso delante de mí con el albornoz blanco con los cuellos levantados y unos ojos desafiantes.

- ¿Qué haces? - pregunté sorprendido.

- ¡Cállate! - casi me gritó, dejándome totalmente pillado.

Y sin más, se abrió el albornoz y ante mí apareció una imagen sorprendente. Allí, delante de mí, estaba vestida de una forma realmente especial. Llevaba un body de cuero negro que dejaba sus pechos al aire y en el cuello se había colocado un collar de pinchos del cual salía una cadena que se unía en sus pezones con unas pequeñas pinzas. El modelito lo remataba con unas botas negras, también de cuero, que llegaban hasta la mitad de sus piernas y resaltaban perfectamente la anchura de sus muslos. Estaba realmente apetitosa y así quise decírselo, pero no me dejo.

- ¡Cállate! - me volvió a gritar mientras se sentaba en el sofá a mi lado - ¡Desnúdate! , me exigió.

Todo lo que me decía, me lo decía a gritos, pero que recuerde, ¡yo sordo no era! Me estaba mosqueando un poquillo el asunto de los chillidos, pero como realmente soy bastante vicioso, si se había puesto aquel conjunto habría que aprovecharlo, así que dejé que ella actuara como quisiera y sin más le hice caso y me desnudé por enésima vez en aquel salón.

En cuanto estuve desnudo me miró con cara de pocos amigos y empezó a hablarme de forma muy, pero que muy autoritaria.

- ¡Arrodíllate delante de mí y bésame las botas!

¡Joder!, me podrían llamar lo que quisieran, pero yo estaba disfrutando de aquello y mi polla ya iba cogiendo fuerzas, así que aceptando la orden me puse a sus pies lamiendo sus botas.

- Creo que ha llegado el momento en que dejes de ser el que manda y sea yo quien coja las riendas de nuestra relación.A partir de ahora tendrás que dejar de ser desobediente y acatar todas mis órdenes - me dijo mientras empujaba mi cara con la punta de su bota metiendo un buen trozo de la puntera dentro de mi boca.

¿Cómo?, ¡si aunque pareciese que yo mandaba algo, ella siempre había tenido la última palabra! Prácticamente nunca, por no decir nunca, había dicho un no a algo que ella quisiera. Quizás al principio de alguna cosa si había dicho alguna vez que no, pero ella con sus formas de mujer siempre hacía que cambiara de idea - pensé mientras que chupaba de nuevo una de sus botas y soportaba su otro pie que estaba ahora encima de mi cabeza.

- ¡Sí!, lo tengo bastante claro… - siguió hablando cómo intentando auto convencerse de lo que estaba diciendo - Desde ahora quiero que me trates como me merezco, con el respeto que me daría un perro cornudo como tú.

A pesar de aquel insulto tan gratuito pero recordando lo bien que se portó conmigo el día del sex-shop o el día del video porno o el día de las pizzas, decidí seguirle el juego y sin contestar, seguí lamiendo sus botas.

- ¡Bien hecho perrito!, ¡bien hecho! - me decía mientras me acariciaba el pelo y me daba golpecitos en el lomo como si fuese un chucho callejero - Desde ahora quiero que seas mi esclavo, yo mandaré sobre ti y tú no te podrás quejar.

¡Sigue!, ¡sigue hablando!, que en cuanto pueda te voy a dar una ración de polla en toda la boca para que te tragues tus palabras - pensé mientras mi rabo empezaba a soltar líquido que al estar a cuatro patas iba cayendo al suelo

- ¡Túmbate en el suelo, cabronazo!, ¡quiero jugar contigo!

Por culpa de mi puto vicio al sexo le hice caso sin rechistar y me tumbé boca abajo justo como me había ordenado pero colocando mi rabo hacia atrás para no romper el suelo, mientras que ella se ponía de pie entre mis piernas y con la punta de una de sus botas rozaba la sensible piel de mis cojones. De repente empezó a jugar con sus botas en mi polla, pasando de suaves roces a darme suaves golpes en las pelotas como si fuesen patadas. ¡Cada vez que sentía su pie sobre mis huevos, me encogía!, así que para no pensar en nada más que en placer, cerré los ojos para disfrutar lo que me estaba haciendo.

Inesperadamente empecé a notar un extraño pinchazo en la parte baja de mi espalda, o sea mi culete, ¡aquella zorra me estaba clavando, con poca fuerza, la suave y puntiaguda puntera de uno de sus botines en el culo! Abrí los ojos, volví la cara para mirar y automáticamente los volví a cerrar, aquello me gustaba, aquel juego de locos me hacía disfrutar, ¡soy un puto vicioso!, lo reconozco.

Tras un ratito de suaves pero calientes juegos de pie, dándome un suave empujón me obligó a darme la vuelta para ponerme bocarriba, se sentó en el suelo junto a mí, y sin esperarlo pero deseándolo, empezó a menearme la polla.

¡Vaya!, ¡por fin!, ¡ya estaba durando demasiado el jueguecito de los cojones!, ¡y nunca mejor dicho!

Así que lleno de orgullo masculino por haber conseguido que mi hembra meneara la polla del macho alfa, estiré la mano y la puse en su culo dispuesto a darle su merecido.

¡Joder, vaya hostia que me pegó!

La miré con cara de pocos amigos, pero cuando fui a hablar, ella se adelantó a mí.

- Tú no puedes tocarme sin mi permiso, ¿te enteras?

- ¡Te has pasado tres pueblos, chavala!, ¿a qué viene eso? - le dije con una cara de mosqueo que hubiese acojonado al más valiente.

Pero la respuesta no se hizo esperar, me soltó otra bofetada, esta mucho menos dolorosa que la de antes, pero al fin y al cabo, otra.

- ¡Soy tu Ama y así me tendrás que llamar si quieres seguir! ¡Yo ordeno y mando, y eso es lo que hay!... ¡Sólo sigo tus enseñanzas! - me dijo haciéndome recordar una tarde no lejana en un sex shop cercano.

Yo no quería dejar de jugar, pero sin golpes claro, que si había que dar hostias nos podíamos poner los dos a repartir. Así que para calmar los nervios decidí seguir con el juego dejando caer de nuevo mi cabeza en el suelo. Y sin saber cómo, salió de mi boca aquello que le dio total libertad a ella de hacer lo que quisiera conmigo.

- ¡Sí, mi Ama! - contesté mientras mi mano aun intentaba aliviar en mi cara el dolor de las dos hostias recibidas.

En ese momento me había convertido, si no lo era ya desde hacía tiempo, en su perrito sumiso dispuesto a recibir todas las órdenes que ella desease, de la misma forma que ella lo había hecho conmigo las veces anteriores.

- ¡Muy bien!, ahora dame las gracias por tocarte esta polla tan pequeña que tienes. ¡Piensa que este fin de semana he tenido muchas y mejores pero que al final me he quedado con la tuya!

Se está pasando un poco ¿no?, ¿a qué vienen ahora esos comentarios sobre mi polla? Mi rabo es el que es, pequeñito, según ella, pero es el único que tengo y a mí me da mucho placer usarlo - pensé.

Pero al contrario de tener un cabreo del quince y levantarme para que dejase de insultarme, me quedé tumbado a la espera de no sé muy bien qué. Sin duda lo estaba pasando bien y era algo que me hubiese gustado que lo hiciese hace mucho tiempo, me encanta estar sometido a ella, así que no le di importancia. ¡Eso sí!, ¡se iba a enterar de lo que valía mi rabo en cuanto terminase el puto jueguecito de los cojones!

- ¡Gracias, mi Ama!, ¡te quiero mucho! - le dije de forma bastante sarcástica pero con voz sumisa.

- ¡Lo sé cabrón!, yo también te quiero mucho, pero que sepas que un rabo como el tuyo no me da mucho gusto.

¡Sandra!, ¡Sandra!, ¡te estás pasando un huevo, bonita!

- Voy a tener que volver a buscar más machos como los de ayer, que me follen y me dejen bien follada.

¿Lo estará diciendo en serio o sólo lo dice para ponerme cachondo como un toro?

- ¿Te gusta verme cómo me follan otros tíos?­

Ahí sí que no pude negarme.

- ¡Sí, mi Ama!, me encanta verlo.

Yo en ese momento no podía más, tenía el capullo a punto de reventar.

- ¿Y te gusta que me dejen el coño bien lleno de leche, verdad?

- ¡Muchísimo, mi Ama!

- Pues a partir de ahora voy a follarme a tantos tíos que no habrá una puta en el mundo que haya tenido más rabos en el coño que yo - afirmó casi gritando.

Yo sabía que aquello era un juego y que del dicho al hecho había un trecho, pero sí de aquellas palabras podía sacar por lo menos un “a lo mejor repetimos”, me sentiría satisfecho.

- ¿Me lo prometes? - pregunté con voz de no creerme nada.

- ¡Te lo prometo! - contestó ella.

La verdad es que los dos estábamos totalmente excitados con el juego, pero de repente y cortándonos totalmente el rollo, sonó el timbre de la puerta.

- ¡Perrito, ve a cuatro patas a abrir la puerta!, ¡seguro que es Juanma! - me ordenó Sandra.

Sin pensar tan siquiera en mi desnudez, le hice caso y a cuatro patas como me había ordenado me dirigí hacia la puerta pensando en seguir el juego a tres en cuanto entrara Juanma y darle su merecido a Sandra.

Pero cuál sería mi sorpresa cuando abrí la puerta y pude comprobar que detrás de la puerta no estaba precisamente la persona que esperábamos para seguir con la juerga.

¡No!, no era Juanma precisamente, ¡era una señora con una escoba en la mano!

No podría describir la cara que se me quedó. Allí estaba yo completamente desnudo a cuatro patas en el suelo, con el rabo a punto de explotar y mirando desde abajo, los ojos totalmente abiertos y sorprendidos de aquella señora. Con miedo de que me diese un palo en la espalda con la escoba, como pude me puse de pie casi cayéndome al suelo de nuevo al tropezar con un mueble de la entrada, salí corriendo al salón y me puse el pantalón de chándal y la camiseta.

Sandra, que también se vio sorprendida al ver que no era quien esperábamos, salió corriendo con el albornoz en la mano en dirección al dormitorio.

Una vez que me puse el pantalón, que como ya dije antes me quedaba pequeño y por lo tanto bastante pegado y que ni por asomo tapaba mi erección, volví a salir a la puerta y un poco, bastante nervioso, me puse a hablar con aquella señora.

- ¡Buenas tardes! - dije con la voz entrecortada.

- ¡Hola, buenas!, soy la limpiadora y venía a darle un repasito al polvo - dijo aquella señora.

Esas últimas palabras, “repasito al polvo” , creo que las dijo con cierto recochineo pues mientras las decía no paraba de mirarme el rabo y el bulto que formaba bajo el pantalón, ¡joder con la señora!

Señora que luego me enteraría que era la limpiadora del edificio y que un par de veces por semana pasaba por casa de Juanma a, cómo ella había dicho, “darle un repasito al polvo”.

- ¡Si molesto me voy y vuelvo en otro momento! - me dijo.

- ¡No, por favor!, pase y haga su trabajo - le contesté.

Ya un poco más relajado tras la primera impresión, le dije que éramos unos cuñados de Juanma, (yo también sabía mentir), que habíamos venido a pasar unos días con él.

- ¡Vale!, lo haré todo lo más rápido posible para que puedan seguir jugueteando.

¡Vaya con la señora, menuda zorra!, ¿qué se imaginaría que habíamos estado haciendo? La verdad es que cualquier cosa que se imaginara, no se iba a equivocar. ¡La jodía señora sería algo mayor, pero de tonta no tenía un pelo!

La limpiadora, que me dijo que se llamaba Adela, era una mujer de unos cincuenta años si no me quedo corto, de estatura más bien bajita y que a ojo de buen cubero podría pesar aproximadamente unos ciento treinta kilos en canal que se distribuían en unas amplias caderas, un culazo enorme que ella trataba de disimular sin éxito con un gran batón de flores raído por el uso, por cierto, demasiado corto para ser la limpiadora, abotonado por delante y que dejaba entrever un canalillo impresionante por la parte norte y dos grandes y rollizos muslos por la zona sur. Pero eso sí, no todo era extremo en aquella hermosa mujer, para ser justos con ella debo decir que poseía unos bonitos ojos marrones, una carita gordita pero muy bonita y un tanto picarona, una larga cabellera de pelo negro teñido y dos grandiosas tetas, exageradas diría yo para la altura de la señora pero no para mi gusto, y que dejaban a las de Elena a la altura del betún. ¡No estaba nada mal para su edad, todo hay que decirlo! Esa extraña enfermedad que tengo y que me hace ver a todas las mujeres guapas de una forma u otra, en aquella precisamente me hizo ver un cierto atractivo sexual fuera de lo común que animaba a meterle mano, especialmente en sus voluminosas mamas de mujer madura. Ya sé que anteriormente he comentado lo de que la talla XXL era la perfecta para mí, pero es que jamás lo había tenido tan a huevo. Y si a eso sumamos que mi polla aún estaba como el mango de un paraguas, pues no te quiero ni contar.

Y tras los primeros minutos de presión, por fin pasó hacia la cocina y se puso a hacer su trabajo mientras que yo me fui al dormitorio en busca de Sandra.

En cuanto estuve a su lado, le conté todo lo hablado con Adela y que ahora estaba en su faena de la limpieza. Nos empezamos a reír, pero con una risa un poco nerviosa sin saber qué pensaría aquella señora de nosotros y cuáles serían los comentarios luego en la escalera. Tampoco es que nos importara mucho, pero bueno, contra menos te critiquen, menos te pitan los oídos, ¿no?

- Vámonos al salón y vemos la tele mientras que termina - le dije a Sandra.

- Vete tú ahora y yo voy en un ratito, ¡si no te importa, claro!

De momento se le habían bajado todos los humos de Ama, ahora más que Ama era un corderito.

- ¡Bueno!, ¡vale!, pero prométeme que en cuanto esta fulana se marche, seguimos con lo nuestro, ¿quieres?

- ¡Vale! - me contestó sin muchas ganas.

- ¡Joder!, tampoco ha sido tan malo lo que ha ocurrido...

En aquel momento creí que mi argumentación era bastante sincera y que su reacción era un poco ilógica. Luego me daría cuenta de que otra vez estaba equivocado y que Sandra se movía por intereses ajenos a mí, pero relacionados totalmente conmigo.

- Peores cosas hemos hecho en este puto edificio - le dije queriendo subirle un poco el ánimo.

- ¡Venga, sí!, vete para el salón… En una mijita estoy allí contigo dándole cariñitos a tu rabo, ¿te apetece? - me contestó con un tono un poco más alegre que me sonó más a quítate de en medio y déjame a solas, que a otra cosa.

- ¡Te espero!, no me tardes mucho que se calientan las gambas y se enfría la berza - le contesté pero sin entender muy bien por qué tanta insistencia en quedarse a solas en el dormitorio si como ya he dicho antes, la vela estaba quemada.

Y tras ver que de momento no quería dar la cara ni seguirme el juego, dándole un besito en la frente me fui hacia el salón. Tampoco quería que aquella señora pensase que estábamos follando como malas bestias mientras que ella estaba de limpieza, ¿no? No hubiese pasado nada y mucho menos que nos hubiese espiado mientras lo hacíamos, eso incluso me hubiese puesto más cachondo aún, pero cómo Sandra no estaba por la labor, tampoco quería dar a entender algo que no estaba ocurriendo. Si me tenían que reprochar algo, que fuese por algo real, ¡coño!

Inmerso en mis pensamientos y más caliente que un jarrillo lata pero con las ilusiones puestas en que aquella señora tardase menos de lo que yo creía en marcharse para rematar la faena masoquista que tenía a medias con Sandra, me fui hacia el salón. Pero como no estábamos en nuestra casa, donde todo es más o menos plano y casi nunca ocurre ninguna locura de tipo lujurioso sino que estábamos en una casa de perturbados, pues ocurrió lo más lógico que podía ocurrir en aquel sátiro lugar, que la Señora Adela se pusiese a mear con la puerta abierta como si fuese lo más normal del mundo.

Os cuento. Al pasar por la puerta del baño vi a Adela de espaldas y en pompa intentando subirse las bragas que las tenía en los tobillos después de mear. ¡Pedazo de culo, dios mío!, ¿qué digo pedazo?, ¡tremendo pandero! Y de los muslos ya ni os cuento, ¡vaya muslos se gastaba la señora Adela! Apenas si fueron cinco segundos los que estuve admirando tal cantidad de celulítica carne, ya que me quité de en medio antes de que Adela se diese la vuelta y me pillase allí de miranda, pero os prometo que fueron más que suficientes para ponerme el ciruelo, que ya venía calentito de casa, como un martillo pilón. No quise ni pensar que se sentiría metiendo mis manos entre sus muslos para luego regocijarme en la raja de su culo. ¡Bueno!, sí que lo pensé e incluso consideré la idea de meterme yo en el otro baño y machacarme el nabo hasta la saciedad pensando que sería jugar con su culo de la misma forma que jugué el día de antes con el de Elena, pero por respeto a la raja del coño de mi mujer que se merecía que se lo llenase de calostros cuanto antes, no lo hice, simplemente continué hacia el salón pero eso sí, loco por follar y descargar los quince o veinte mil litros de leche merengada que tenía acumulada en mis puñeteras e hinchadas pelotas.

Al cabo de veinte minutos, Sandra apareció. Cogió otras dos cervezas y se sentó en el sofá a mi lado para fumarnos un cigarro mientras que Adela terminaba.

- ¡Joder!, cómo tienes el nabo, ¿no? ¿Todavía no se te ha pasado el calentón? - me preguntó Sandra al ver que a pesar de haber pasado el tiempo, mi cipote seguía en perfectas condiciones de ataque.

Y cuando iba a contarle a Sandra lo que me había ocurrido antes y porqué seguía empalmado como un burro, detrás de mí escuché la voz de la limpiadora.

- ¡Perdone!..., - me dijo mientras se ponía entre la televisión y nosotros.

En cuanto la vi, mi cerebro actuó de muy malas maneras y me jugó una mala pasada. Sin esperarlo, la imagen de su ancho cuerpo y de sus amplias caderas repletas de michelines, surgió en mi mente haciéndome babear por verla sin ropa.

- ¿Sabe usted a qué hora llegará Juanma?, es que este mes aún no me ha pagado.

De momento no supe que contestar, mi mente estaba en otro sitio.

- Es que me dijo que, como otras veces me dejaría un sobre aquí en el mueble - añadió viendo que no le estaba haciendo ni puto caso.

- Si le digo la verdad, no he visto el sobre del que me habla - le respondí después de un ratito de espera.

¡Yo lo único que he visto es el tremendo buzón que tienes por culo, zorra!, escuché en mi cabeza. De nuevo Minga, hacía de las suyas.

- No lo entiendo, ¡qué raro!, el nunca tarda tanto en pagarme - dijo aquella fulana agachándose un poco para limpiar la mesa y dejándome a la vista una panorámica impresionante de su canalillo y de sus dos gordas tetas.

¿Por qué cogía aquella postura y encima delante de mi mujer?, ¿qué se proponía?

- ¡Quizás se le haya olvidado! - agregó sin dejar de menear las tetas.

Lo que nunca se me va a olvidar a mí es la imagen de tus gigantescos muslos y tus inmensas tetas. ¿Cómo tendrá el coño, Leandro?, ¿peludo?, ¿afeitadito?, ¿con los labios grandes?, ¿cómo olerá?, ¿mal?, ¿fatal?, ¿lo tendrá sudado y asqueroso? - me cuestionó Minga.

¡Eso!, ¡muy bien, amiguita!, tú como siempre, arreglando las cosas - le repliqué a mi neurona que de vez en cuando, en vez de ayudar, la cagaba más.

La obsesión por aquella nueva mujer se cernía sobre mí, pero con la suerte que tenía, seguro que me iba a quedar con las ganas de verla desnuda de la misma forma que ayer me quedé con las ganas de follarme el culo de Elena. Eso sí, esperanzas de clavar mi polla no tenía, tampoco lo iba a intentar, pero me iba a poner hasta el culo de verle las tetas si seguía provocándome de aquella manera.

- Pero si no me equivoco, estará aquí en breve - contestó Sandra al ver que yo estaba ensimismado viendo las inmensas curvas colgantes de Adela que limpiaba y limpiaba la mesa como si se le fuese la vida en ello.

- ¿A qué hora cree que llegará? - preguntó la impertinente asistenta.

- ¿No sé?, nos dijo que llegaría sobre la una, pero no lo puedo asegurar - le contesté a la señora que todavía cuando nos miraba, nos miraba con ojos asesinos pero cómplices.

Lo que ella no sabía era que yo me la estaba follando con la vista desde el momento que se puso delante de nosotros.

Y sin más, dejó de limpiar la mesa, se dio la vuelta y volvió a su trabajo. A mí me dejó con un mar de dudas en mi cabeza.

- ¿Has visto con qué cara me ha mirado?, seguro que está pensando que soy una guarra - dijo Sandra que por lo que me dijo, no se había dado cuenta de nada.

- Que piense lo que quiera, ¿que más te da? - le dije - Yo lo único que me he fijado ha sido en cómo se movía su gran par de tetas bajo el batón que lleva. Esas tetas más que tetas son ubres, incluso más grandes que las de Elena - le dije a Sandra riéndome.

- ¡Qué cerdo eres!, siempre pensando en lo mismo - me dijo con voz nerviosa.

- ¡Pues claro!, en que voy a pensar si todavía tengo la polla dura de tus jueguecitos de antes.

No quería insistir. Si Sandra hubiese sabido en aquel momento que me moría de ganas por verle las tetas a Adela, igual se me cabreaba. Hay que reconocer que desde el principio, Sandra había demostrado cierta antipatía hacia aquella mujer, lo que no llegaba a entender el porqué de su intranquilidad.

- ¿Y por qué estás tan nerviosa? - le pregunté.

- ¡Nada, cosas mías! - me contestó - La situación me ha dejado un poco fuera de cacho y yo tenía pensadas muchas cosas para abusar de ti.

La verdad es que sus palabras y el imaginarme aquel par de tetas, que aunque nunca fuese a verlas en vivo, tenían una pinta estupenda para darles unos buenos sobeteos, me volvieron a poner cachondo. ¡Con aquel tamaño debía tener unos pezones gigantescos!

Mientras tanto, Sandra seguía vestida con el modelito que le había regalado Juanma, incluyendo botas y collar de perro, pero con el albornoz puesto encima. La imagen de ella así vestida me chocaba, en cualquier otro momento se hubiese cambiado y se habría puesto el pijama de perritos o la batita de guatiné, justo el anti morbo, así que para salir de dudas se lo pregunté y su respuesta me lo dejó claro.

- ¿Por qué no te cambias?, ¿no tienes calor con ese albornoz?

- ¡Fácil!, ¡porque te voy a follar vivo en cuanto esta zorra cruce la puerta!

No pude aguantarme ante aquellas bonitas y tentadoras palabras de Sandra y pasando un huevo de la gorda, empecé a sobarla por encima del albornoz metiendo mis manos entre la tela buscando sus tetas. Cuando llegué a sus pezones noté que aún tenía puestas las pinzas y con el roce de mis manos dio un pequeño gemido de dolor.

- ¡Quítate eso si quieres! - le dije.

No respondió, se limitó a poner su mano sobre mi pantalón rozando mí, como siempre últimamente, endurecida polla. Si a ella le gustaba aquello, pues nada, que se lo dejara puesto, a mí me encantaba que lo llevase puesto.

Seguí sobándola por todo el cuerpo pero justo cuando iba a llegar a su entrepierna, me dio un tortazo en la mano, tercero de la tarde, obligándome a que dejara aquella zona.

- ¡Quieto!, de momento tienes prohibido tocar ahí. ¡Dedícate a mis tetas y deja el resto para luego, mi vida!

- ¡Cómo quieras! - le dije - ¡Pero te voy a destrozar los pezones a mordiscos, si es lo que te gusta!, dije simulando ser un león que se tira sobre su presa.

Abrí el albornoz para poder chupárselos y justo cuando me iba a lanzar a reventarle los pezones a mordiscos sonó de nuevo el timbre. Me cagué en todos los santos del cielo, iba a meter fuego a aquel timbre, ¿cada vez que la cosa se ponía interesante tenía que sonar un puto timbre o un puñetero teléfono?

- ¡No se preocupen!, sigan con lo que están haciendo, yo abro - gritó Adela desde atrás.

Vaya con la puñetera limpiadora, ¿es qué nos estaba espiando o qué?, ¡valiente zorra!

Para no llevarnos más sorpresas como la de antes, nos tapamos un poquito y nos levantamos del sofá a ver quién demonios era ahora. Nos quedamos bastante más tranquilos cuándo, cómo siempre, con una sonrisa en la cara, vimos aparecer a Juanma. Aquello nos dejó más calmados, ¡por lo menos a este lo conocíamos!

- Veo que habéis conocido a Adela - nos dijo.

- ¡Sí!, ¡y muy a fondo! - contestó la puñetera limpiadora con una pícara sonrisa en los labios.

Sandra y yo sólo supimos bajar un poco la cabeza dando a entender nuestra vergüenza.

- ¿Qué pasa? - preguntó Juanma sin entender nada.

- ¡Ven!, vamos a la cocina, te tomas una cerveza y te cuento - le contesté.

- ¡Tú quédate en el sofá! - le exigió Juanma a Sandra de forma seca y usando el mismo tono de voz que la otra noche durante la peleílla, pero a la par guiñándome un ojo para demostrarme que no iba en serio.

Más que un comentario me pareció una orden, pero mi cabeza en aquel momento no estaba del todo clara, quería explicarle a Juanma lo que había pasado y lo más importante, quería preguntarle si había hecho lo que le había comentado por teléfono esta mañana.

- ¿Hiciste lo que te dije esta mañana por teléfono? - le pregunté a Juanma mientras los dos nos íbamos hacia la cocina.

- ¡Sí, todo está listo! - me contestó él - Pero luego hablamos de eso más tranquilos, ahora cuéntame tú.

Nos sentamos en la cocina y se lo conté todo tal y como había pasado con pelos y señales desde el principio. Juanma estuvo sin parar de reírse más de cinco minutos, ¡ya me estaba tocando los huevos tanta risita!

- ¡Sólo a vosotros os podría ocurrir algo así! - me dijo riéndose sin parar - ¡Tetona!, ¡ven aquí! - gritó Juanma desde la cocina dirigiéndose a la chacha.

¿Tetona?, ¿por qué la insulta de esa manera? ¡Hombre, razón no le falta!, pero igual es una forma de llamarla amigablemente, ¿quién sabe? - pensé.

La doméstica llegó casi instantáneamente a la llamada de Juanma. Venía con el batón aún más entreabierto que antes mostrando casi la totalidad del canalón que había entre sus enormes pechos y dejando ver el sudor de estar trabajando, corriendo entre ellos. Me llegó incluso un chocante olor a sudor hasta mi nariz. Aquella situación, no sabía muy bien por qué, me estaba poniendo nuevamente cachondo y no podía dejar de mirar aquel pedazo de escote húmedo por el sudor.

Juanma que le sacaba casi una cabeza de altura, se puso detrás de ella agarrándole las tetas.

- ¡Anda, cabronazo!, te quejarás del material que manejo. Lo tengo de todo tipo y seguro que en la vida has visto unas tetas como estas.

- ¡Bueno!, Elena tampoco va mal despachada - le dije no queriendo quitarle méritos a mi amiguita del alma, pero loco por ver las tetas de Adela.

- ¿Elena?, Elena al lado de Adela se queda en nada - comentó casi de forma despectiva - Es más, si Elena es una puñetera viciosa, te aseguro que cuando conozcas bien a Adela te vas a dar cuenta de que en la vida has conocido a una guarra como esta - me dijo mientras que rebotaba aquellas dos grandes tetas como si fuesen pelotas de baloncesto.

- ¡Joder!, no me lo quiero ni imaginar - le dije un tanto pillado por pensar qué nivel de perversión podría manejar la limpiadora.

- Pues no te lo imagines, si tú quieres, nos lo vamos a pasar poco bien con ella. Yo me la follo desde hace mucho tiempo

¡Estaba alucinado!, aquel puto mariconazo la manejaba como si de una putilla cualquiera se tratara, pero lo más morboso es que mientras hablaba, ella me guiñaba un ojo y se pasaba la lengua por los labios pidiendo guerra a gritos.

Y mientras que ella me provocaba con los ojos y los labios y el jodío Juanma sobaba sus tetas con verdadera dedicación, este se puso a contarme la vida de Adela y el por qué había entrado a formar parte de su harén particular.

- ¿Y sabes quien la enseñó a ser tan guarra? - me preguntó Juanma.

La respuesta era obvia pero no queriendo cortarle, hice un gesto con los hombros contestando que no tenía ni idea.

La señora gorda, en vez de avergonzarse por cómo estaba hablando de ella y por cómo la estaba magreando delante de mí, estirando la mano hacia atrás, cogió el paquete de Juanma.

- Pues yo te lo voy a contar, así sabrás cómo conseguir hacerte con un buen par de lindas putillas para tus ratos libres o para lo que quieras.

- ¿Para lo que quiera?, ¿a qué te refieres? - pregunté un poco intrigado.

Hay que recordar que al fin y al cabo, Sandra sin saberlo ya formaba parte de su grupito de fulanas.

- ¿A qué viene esa pregunta?

- ¿Qué a qué?, ¡porque dudo un poco de tus intenciones, maricón!

- En eso tienes razón, pero no te preocupes tanto que después de tanto tiempo, ninguna se ha quejado - me contestó dándome un buen razonamiento.

- ¡Bueno!, confiaré en ti una vez más - dije para dar por terminada la argumentación.

De nuevo y sin darme cuenta, me había convencido en un tiempo record a hacer lo que a él le apetecía, ¡qué monstruo!, ¡qué labia tenía el maricón!

- Entonces, ¿quieres que te cuente como logré convertir en puta a esta puerca o no?

- ¡Sí!, ¡sí!, claro que sí - respondí tímidamente.

Para nada quería perderme aquella historia.

Y diciendo aquello, puse toda mi atención en escuchar. Aprender no ocupa lugar, ¿verdad?

- Pues bien, su marido es un puto borracho que ni por asomo le da lo que una cerda como esta necesita, ¿a qué no, Adela?

- ¡Ya te digo!, después de tirarme más de veinte años sufriendo las cogorzas de Indalecio y de que se quedase dormido cada vez que a mí me picaba el coño, me harté - contestó Adela con decisión.

¡Joder!, mi nombre no es muy común, pero sólo el simple hecho de llamarse Indalecio le daba un grado de sensatez a lo que iba a escuchar a continuación. Aquel tío por su nombre, seguro, seguro que era un gañan de pueblo más cerrado que las bellotas.

- Y claro, harta de hacerse pajas y de meterse en el coño todo lo que pillaba para poder aliviarse los calentones, lo mandó a freír espárragos - añadió Juanma.

- O sea, que lo echaste de casa, ¿no? - pregunté.

- ¡No!, ¡qué va!, le dije qué o me daba lo que yo necesitaba o que ya me lo buscaría yo por ahí.

- ¡No entiendo!, entonces le pones los cuernos, ¿no? - le dije un poco ofendido.

¿No sé por qué me sentí ofendido por aquello?, al fin y al cabo ambos, el Indalecio y yo, pertenecíamos a la misma ganadería, ¿no?

- ¡Qué va!, él al verse tan viejo y sólo, llorando como un cobarde se ofreció a buscarme a alguien a cambio de que no le dejase… Y por suerte para mí coño, tres días después me presentó a Juanma - dijo Adela dándole un fuerte apretón de pelotas a su amiguito.

- ¿Y ya está?, ¿y se quedó tan contento? - pregunté, ahora sí, con cierta curiosidad por conocer el final de la historia.

- ¡Ya está! - contestó Juanma.

- ¡Bueno!, ¡ya está, no!, de vez en cuando me pide que le haga alguna que otra pajilla y yo, dependiendo de cómo me pille, pues se la hago o no - respondió ella toda orgullosa.

¡Joder!, pues sí que tiene mala leche la puta gorda - pensé imaginándome la situación. Encima de viejo y sin que se le levante la polla, cornudo y apaleado por no perder a su esposa.

- Y desde entonces, llegamos a un acuerdo y uso a esta guarra cómo me da la gana - añadió Juanma.

Juanma, con todo el descaro del mundo, mientras hablaba de aquella barriobajera forma de la oronda limpiadora, no paraba de sobar sus dos sinuosas y poco disimuladas ubres.

- Ahora me la follo cuando ella está cachonda y por unos cuantos eurillos me limpia la casa y le mantengo el coño en calma.

- Pero todo eso no te da derecho a tratarla como la tratas, ¿no? - cuestioné bastante molesto.

Pero no molesto por lo que me habían contado, sino más bien incómodo por el trato tan humillante que empleaba en todo momento con aquella señora. Hay que recalcar y dejar bien claro que jamás hay que tratar de pisotear ni ofender a nadie. Todos somos iguales y aquella mujer la única diferencia que tenía con el resto de personas es que era un poco más gorda y puta de lo normal, pero ya está.

- ¡A ver, Leandro!, ¿dime quien se va a fijar en esta mujer, por muy guapa que sea, que tiene el culo como un bombo y unas tetas que más bien parecen dos globos de feria, eh?

- ¡Hostias!, sabía que eras un poco cabrón, pero esto ya pasa de castaño oscuro. Eso que dices, aunque sea verdad, es bastante cruel, ¿no crees? - dije intentando ayudar a Adela a ponerse en su lugar.

Pero en vez de contestarme Juanma le pidió, eso sí, de forma bastante correcta, que ella me respondiese.

- ¡Adela, cariño!, dile a mi amigo lo que realmente eres.

¡Y vaya si me lo dijo!, me lo dijo dejándome bien clarito que ella no estaba allí por obligación sino más bien, por devoción, ¡devoción al nabo de Juanma!

- Vamos a dejar las cositas claras, ¿vale? - dijo la puñetera limpiadora separándose de Juanma por primera vez desde que estábamos en la cocina - Mientras que este hombre me tenga el chocho tocando palmas, el culo to contento y el estómago bien lleno de leche, puede hacer conmigo lo que le venga en gana, ¿de acuerdo?

- ¡Por mí como si tiras de un puente! - le contesté al ver que se ponía farruca.

Si llego a saber que se iba a poner como una vaca brava, un carajo hubiese salido en su defensa.

- Y si además lo hace como él lo hace, que además de ponerme cachonda como una perra salida, me busca otros rabos para llenar todos mis agujeros a la vez, pues nada, que siga… ¡Tiene todo mi permiso para humillarme!

- ¡Lo siento!, no te pongas así, yo solo intentaba salir en tu ayuda - dije malhumorado y dispuesto a irme pero ya.

Una vez más tuve que pedir perdón, pero es que no había cabeza en el mundo en la que cupiese tanta inmoralidad. Mira que yo soy indecente, pero es que aquellos nuevos amigos que nos habíamos echado iban más allá del desenfreno y la lujuria.

- ¿Pero qué haces, Leandro?, ¿por qué le pides perdón a esta zorra?, ¿no te ha dicho ya que lo que la pone cachonda es que la desprecien como a una cualquiera? - me replicó al ver mi indulgencia con aquella mujer - ¡Vamos!, ¡hazlo!, ¡no te cortes! - me dijo Juanma cogiendo de nuevo a Adela por la cadera y atrayéndola hacia él para colocarle el cipote entre las cachas del culo.

A continuación bajó una de sus manos y empezó a restregársela por el coño de forma bastante agresiva mientras que ella cerraba los ojos y ponía cara de estar pasándoselo de puta madre.

Mi rabo y mi neurona, que como yo sabéis de antemano no entienden de estilos de mujer, reaccionaron como tenían que reaccionar, una presionando nuevamente sobre la apretada tela de mi pantalón y la otra animándome a meterle mano a la gorda pero sin conseguir hacerlo.

- ¡Vamos!, no te quedes ahí pasmado. Métele mano que esta zorra tiene carne para parar un tren - me sugirió Juanma al ver que me había quedado un tanto pillaillo .

La verdad es que la invitación no era para nada despreciable, carne, sin duda, había mucha, pero tensión en mí había aún más. Esa tensión, que para nada era provocada por la presencia de aquella desmadrada y voluminosa mujer, era más bien provocada por la falta de otra mujer, la mía, ¿por qué no estaba Sandra con nosotros?, ¿había algo que tenía que saber y nadie me lo había contado?

- Primero llamo a Sandra, me gustaría que estuviese aquí con nosotros.

- ¡No!, aún no, primero vamos a terminar de calentar a la gorda, ¿quieres?

Y sin llegar a entender el por qué había que hacer esperar a Sandra, me dispuse a dejar la cocina para irme a su lado, pero justo antes de salir, escuché de nuevo la voz de Adela.

- ¡Espera!, ¡no te vayas!, con lo caliente que estoy ahora mismo, si tú quieres puedes hacer conmigo lo que te apetezca - me dijo Adela estirando su mano para agarrarme el culito y darme un buen sobeo.

Se me pusieron de punta hasta los pelos del sobaco cuando noté como su pequeña pero robusta mano bajaba suavemente por la raja de mi culo hasta llegar a mi entrepierna y se perdía en ella para intentar tocarme las pelotas por detrás.

- ¡Pero es que Sandra está solita en el salón! - dije en mi defensa.

- ¡Bueno!, ¡no importa! - replicó Juanma al ver que yo no entraba al trapo - ¡Él se lo pierde, Adela! - terminó diciendo y cogiendo de nuevo a esta por un brazo para  acercarla hasta él y de nuevo comenzar con un magreo de melones extraordinario.

- Pero si solo sería ir a buscar a Sandra y enseguida vuelvo - protesté de forma insistente.

Mi intención era esa, ir a por Sandra, traérmela conmigo y seguir disfrutando de lo que la vaca foca aquella nos quisiera demostrar, ¿por qué se ponía así?

- ¡De acuerdo! - contestó Juanma pero esta vez con un tono de voz más sereno como intentando convencerme de que me quedara - Pero primeros ponemos caliente a la Adela y luego la llamamos, ¿te parece? - me contestó sin parar de magrear además de sus tetas, ahora también su rollizo pandero consiguiendo que sus manos pareciesen más pequeñas de lo que eran al compararlas con el tamaño del aquel culo.

No entendía nada, pero al ver que la idea de Juanma no era otra que poner a la gorda bien caliente, entré en razones igual que siempre me pasaba.

- ¡Bueno!, me quedaré pero que sepas que no me gusta que Sandra esté allí sola - respondí señalando hacia el salón.

Pero no tuve respuesta, Juanma al ver mi aprobación, se dedicó en cuerpo y alma a Adela.

- ¡Vaya culo que tienes, zorra!, ¡pero qué cacho de culo!

Así que apoyándome en la encimera, me dispuse a ver como aquel cabronazo magreaba a aquella extensa mujer y cómo aquella mujer se dejaba hacer de todo delante de mí sin poner ningún impedimento. Finalmente, viendo la poca vergüenza que había en aquel momento en la cocina, perdiendo yo la mía, me empecé a tocar la polla totalmente tiesa, por encima del pantalón.

- ¡Joder, Leandro!, según veo tu polla, esta jodía zorra te pone igual de caliente que a mí, ¡cabronazo!

Aquello lo decía aquel cabrón mientras sus manos manoseaban sus muslos, sobaba sus tetas y le pellizcaba el culo sin compasión.

- No te cortes, métele mano - me dijo una de las veces que levantó la cara de sus tetas que estaban totalmente mojadas de sudor y babas - ¡A ella le gusta! - dijo Juanma que no paraba de pasar sus manos por todo el cuerpo de aquella mujer.

Aunque deseándolo pero sin tener muy claro lo de querer meterle mano sin que Sandra estuviese allí conmigo, para hacer tiempo cogí mi cerveza y le di un buen trago. Pero Juanma, que era de lo más hijo puta que hay, de un empujón me pegó a la limpiadora a mi cuerpo. Su boca quedó a la altura de mi pecho y sin pensárselo me levantó la camiseta y se metió uno de mis pezones en la boca dándome suaves pero largos lametones.

- ¡Joder!, ¡como mueve la lengua esta zorra! Si todo lo hace igual de bien con esa lengua de vaca que tiene, lo vamos a pasar de puta madre – argumenté al instante.

Si había que insultar para subirse al carro, pues se insultaba y ya está. ¡Todos contentos!

Juanma al escucharme, se acercó a nosotros y le puso la lengua en el cuello dándole un baboso lametón mientras volvía a recorrer con sus manos aquel cuerpo lleno de curvas. Poco a poco dejó su cuello y metiéndose entre nosotros dos, bajó hasta su voluminosa panza dándole sensuales bocaítos por encima de la ropa.

- ¡Por favor, dejadme!, ¿qué diría mi marido si nos viese así? - dijo Adela entre súplicas haciendo que me sintiese un poco mal por aquella situación.

- ¡Tu marido!, tu marido es un mierda picha floja. Si ese cabrón te viese, lo único que podría hacer es chuparme la polla - gritó Juanma a sus protestas.

De nuevo, para variar, me perdí. ¿No había dicho antes que su marido era consciente de todo?, ¡voy a preguntar! - me dije a mismo.

Pero no hizo falta investigar mucho. Adela, con una mirada de mujer salida en busca de algo que meterse en el coño cuanto antes, al escuchar las burdas palabras de Juanma me dio las explicaciones necesarias para entender que aquello que había dicho solo había sido una vulgar mentira más.

- ¡Soy la gorda más guarra y caliente de todo el mundo!, me encanta sacar brillo con mi lengua a una buena tranca y poner buenos cuernos al cabronazo de mi marido - dijo con voz pícara pasándose a la vez un dedo por sus gruesos y húmedos labios.

- ¡Muy bien! - dijo Juanma con toda la parsimonia del mundo - ¡Pues vamos a comprobar lo que dices!

- ¿Quieres que te la chupe ya? - preguntó Adela deseando enseñarnos cuanto antes lo guarra y cachonda que podía llegar a ser.

- ¡Sin prisas, gordita!, ¡sin prisas! - contestó Juanma.

- ¿Cómo que no tenga prisas?, ¡llevo más de quince días sin follar, por favor! - dijo Adela demostrándonos lo faltita que estaba en aquel momento.

- Dame una cerveza a mí y otra a mi buen amigo que tú ya tendrás mucho que beber dentro de un rato - le exigió de una forma bastante grotesca.

Al ver que la cosa se relajaba un poco y que la limpiadora estaba a punto de caramelo, me decidí a llamar a Sandra para que por fin se uniese a nosotros.

- ¡Sandra, ven con nosotros!, ¡verás que lío tienen estos dos! - grité desde la cocina para que mi querida mujer me oyese.

- ¡No!, ella no puede venir aún - me dijo Juanma.

- ¿Por qué?, ¿aún no está lo suficientemente cachonda Adela o qué? - pregunté un poco contrariado - ¡Ella debe estar aquí conmigo! Hace tiempo que nos prometimos el uno al otro no hacer nada sin estar los dos presentes - afirmé mientras miraba de forma desafiante a Juanma.

Juanma sin darme respuesta, se separó de Adela y se fue hacia el dormitorio. Acto seguido se fue al salón. A los pocos segundos apareció de nuevo en la cocina, pero esta vez acompañado de Sandra.

La imagen que tenía ante mis ojos no era muy normal, pero después de todas las cosas extrañas que habíamos compartido en aquella casa, no me extrañó para nada. Mi mujer venía andando a cuatro patas y el muerde almohadas de Juanma tiraba de una cadena que había puesto en el collar, ¡la traía como si fuese una perra!

Sandra, al ver mi cara de asombro se acercó a mí y sin hablar, me entregó un sobre que traía en la boca. Sin saber qué significaba todo aquello, abrí el sobre y me dispuse a ver lo que había dentro. Cómo era de esperar, dentro había un papel muy bien dobladito y con algo escrito a ordenador. Sin querer prorrogar más mi inquietud, lo saqué y me puse a leerlo.

Lo que leí me dejó asombrado…