Solo era el principio (41) ¡Eso, ni pensarlo!...

Con mi cabeza perdida entre sus carnes pero más a gusto que la hostia, aquella hija de su madre comenzó a moverse atrás y adelante frotando fuertemente su chocho por mi cara llegando hasta a meterse mi nariz dentro del coño y mi boca en su culo, logrando que incluso me faltase el aire y que varias..

CAPITULO 41

¡Eso, ni pensarlo!…

LUNES, 08 DE DICIEMBRE DE 2008 (TARDE) (3ª PARTE)

Al rato, no habrían pasado más de cinco minutos, levanté la vista y vi a Sandra con una cerveza en cada mano apoyada en el quicio de la puerta y riéndose sin parar mirándome como me sobaba los huevos con dulzura para que no se me decayese el ciruelo del todo.

- ¿Qué te parece tan gracioso si se puede saber? - pregunté un tanto molesto y cogiendo el pico de la sabana para taparme.

Aquello no sé muy bien porque lo hice, pero lo hice, ¿será que tuve un cierto recuerdo a Juanma cuando la vi allí y tuve miedo? ¿No sé?, ¡sería por eso!

- ¿Te acuerdas de aquel día que te dije que me iba a apuntar a un gimnasio?

¿A qué viene esa pregunta ahora? - me pregunté a mí mismo.

- ¡Sí!, ¡claro que me acuerdo!, ¿por?

- Pues porque con este ritmo que llevamos, ¿para qué es necesario un gimnasio si follando se pierde más peso y encima se hacen amistades? - me contestó volviéndose a reír con ganas.

¡Vaya con la señora!, ¡qué graciosa! Yo que creí que iba a estar un poco molesta por lo de Elena y sin embargo está de un humor de categoría.

- ¡Esto es cómo la dieta del cucurucho! - añadió sabiendo de antemano el final del chascarrillo.

- ¡Sí, claro! - respondí yo - ¡Comer poco y follar mucho!, ¿no?, ¡qué graciosa eres, vida! - le dije de forma burlona.

- ¡Equilicuá! - respondió ella.

- Entonces le podemos decir a Elena que nos acompañe más a menudo en nuestras sesiones deportivas y que nos entrene como es debido, ¿no? - comenté aprovechando la situación a ver si tenía suerte ya que, aunque aún no me la había podido pasar por la piedra, tampoco perdía la esperanza.

Eso sí, ese día no me la habría hincado aún, pero de momento me había hinchado de manosear su culo por dentro y por fuera. ¿Quién sabe?, con un poco más de presión por mi parte, en un futuro no lejano, caería.

- ¡Bueno!, quien dice Elena, también puede decir Juanma o César, ¿no crees?... Con ellos pierdo más calorías que con Elena - dijo soltando una maquiavélica sonrisa y acercándose a la cama.

En eso tenía razón, pero puestos a elegir yo me quedaba con Elena.

- ¡Habría que discutirlo! - le contesté quitándole la cerveza de la mano y dándole un buen trago.

- No creo que haya mucho que discutir - dijo mientras se encendía un cigarrito y me lo pasaba - Seguro que harás lo que yo te pida, mi amor - me replicó auto confirmándose que me tenía a sus pies y que ella lo sabía perfectamente.

- ¡Con ese culo que tienes, puedes conseguir de mi todo lo que quieras, mi vida!

- ¿Tú crees?, ¡yo sigo pensando que es demasiado grande! - me respondió dándose la vuelta y agachándose para que pudiera presenciar su amplio culo en su totalidad.

- ¡Yo creo que no! - dije sin querer entrar en peleas sobre si su culo era grande o pequeño - ¡Para grande el de Elena! - dije haciendo el gesto de su anchura con mis manos cortando la conversación.

Para nada iba a entrar yo en tontas disputas, en todo caso me quedaría con las putas y al “dis” , lo mandaría a tomar por el saco.

Pero aún me quedaba una duda sobre lo que me acababa de decir y que intenté esclarecerla cuanto antes.

- Entonces, ¿me estás diciendo que algún día podríamos repetir con toda esta peña? - pregunté pero demostrando claramente mi miedo a su respuesta.

Hasta aquel momento siempre me había dejado claro que ¡una y no más, Santo Tomás!

- ¡A ver, vida!, lo que decidamos hacer en el futuro aún está por ver. Ahora vamos a ver qué hacemos hoy, ¿te parece?

Aquella respuesta me sonó, como otras veces, a evasiva, ¿era un sí o era un no? Y como dije antes, no queriendo crear discordia, otra vez cambié radicalmente de tema.

- Por cierto, ¿dónde cojones está la Elena?, ¿va a volver para seguir con lo que hemos empezado o ya ha terminado la fiesta? - pregunté temiéndome lo peor por el tiempo que tardaba.

- Está en la cocina hablando y me ha dicho que viene enseguida - me dijo acercando sus labios a los míos para que la besara.

- Pues cómo tarde mucho te follo aquí mismo - afirmé al escuchar a Sandra.

- ¡Espérate hombre!, si tarda tanto es porque estará hablando algo importante, ¿no? - contestó Sandra demostrando un cierto nerviosismo.

- ¿Qué te pasa?, ¿por qué estás nerviosa? - le dije sin dejar de besar sus carnosos labios.

- ¡A mí, nada!, ¿es que siempre me tiene que pasar algo? - me rechistó.

Aquello me escamó un poco y me hizo pensar en algo que tenía dudas.

- ¿No será que Elena tiene problemas con la regla y nos va a dejar así, verdad?

Pero de repente, al oír mis propias palabras, Minga me hizo una terrible confirmación.

¡Elena no está con la regla, es mentira!

Y tras decirme aquello, una música espeluznante puso banda sonora a Minga. Automáticamente separé mi cara de la de Sandra y se lo pregunté.

- ¡Oye!, ¿Elena no estaba con la regla?

Sandra, sin apenas inmutarse y poniendo nuevamente su dedo sobre mis labios para que me callase, se acercó a mi oreja y me dio miedo, cada vez que se había acercado a mi oído aquel fin de semana me decía unas cosas que me dejaban frío.

Y cómo era normal, no me equivoqué.

- ¡Joder, cariño!, ¡con lo listo que eres para algunas cosas, hay veces que no te enteras de nada, mi vida!

- ¿Qué he hecho yo ahora? - pregunté sin saber a qué venía aquel insulto tan gratuito.

- ¡No!, ¡tú nada!, esta sorpresa estaba preparada de antemano, lo de la regla fue una pequeña mentira para que no te dieses cuenta de nada - me contestó Sandra.

Al escuchar aquello empecé a mover la cabeza demostrando mi desconcierto.

- ¿Otra vez?, ¿otra vez lo has hecho todo a mis espaldas?

- ¡Pues sí, otra vez!, pero esta vez tendrás que darle las gracias a Juanma y no a mí.

A pesar de intuir algo con todos los comentarios de antes, aún no tenía del todo claro el cómo había conseguido tener a dos preciosas mujeres en la cama para mí solito. Pero en cuanto escuché el nombre de Juanma, lo entendí todo.

- ¿El cabronazo de Juanma ha preparado todo esto para mí? - pregunté muy ilusionado.

- Sí, él ha sido quien lo ha preparado todo.Y aunque a mí no me hace ni puta gracia que te acuestes con otra mujer, he aceptado porque sé que era tu ilusión. Tú has hecho muchas cosas por mí y ahora me tocaba ceder a mí, ¿no?

¡Claro!, para eso había ido esta mañana Juanma a casa de su vecina y luego ella había bajado a por “azúcar”, ¡todo concuerda!

Ahora si tenían sentido algunas de las cosas que habían ocurrido aquella tarde. No me había acordado más de aquello pero era verdad, no me había dado ni cuenta. La rápida visita de Juanma a Elena, la de Elena con el tema del azúcar, la charla de los tres en la cocina, las pastillas para la regla, ¿qué regla?, la salida urgente de César y Juanma, el tener que ayudar a Elena con el papelito de marras y luego con las cajas, ¡joder, como me la habían vuelto a pegar! ¿Lo de las peleas entre ellas también era de mentira?, ¡da igual!

Por un momento creí ser un monigote, pero automáticamente pensé que si siendo un pelele había conseguido tener a dos preciosas e imponentes mujeres a mi total disposición, pues sí, ¡era un pelele!, el pelele más grande del mundo pero que en breve se iba a comer dos chochitos saladitos y tiernos y que encima no venían en paquete cómo los altramuces.

En aquel momento me iba a poner a filosofar sobre la vida y le iba a decir que aquello era una decisión que debía tomar ella, que se lo pensara dos veces, que si no quería no pasaba nada, en fin, todas esas cosas que se dicen pero que no se sienten, pero sin embargo yo creo que no queriendo escuchar nada para no cambiar de parecer, me puso el dedo en la boca sellando mis labios.

- ¡Espero que te guste!

- ¡Gracias, mi vida!, soy la persona más afortunada del mundo por tenerte cómo esposa.

Pero su último comentario al tema, me dio respuesta a la pregunta de antes.

- Disfrútalo, no creo que volvamos a hacerlo nunca más en la vida - me dijo mientras que con sus dedos recorría mis labios sensualmente.

Por lo que pude dilucidar de sus palabras, quise entender que en el futuro no tendría tanta suerte ni me volvería a encontrar a una Sandra tan permisiva como ahora, así que dejando la filosofía para Juan Carlos Aragón y para sus chirigotas de doble sentido, decidí que si debía ponerle los cuernos, ese era el momento idóneo, ¡o era ahora o no sería nunca! ¿Y por qué no?, ya metidos en faena, follarle a Elena su tremendo culo y acabar con mi puñetera obsesión de una vez.

En aquel momento, Sandra estaba apoyada en mi hombro y con una pierna flexionada, postura que me permitía poder entrever su linda almejita si me separaba un poco de ella. Y os parecerá increíble lo que os voy a contar pero es real, una de las veces que me separé para mirar disimuladamente su abertura,  claramente pude ver cómo un chorrito transparente y espeso salía de los labios de su coño y se escurría por entre sus muslos. Aquello me dejaba clarísimo que Sandra estaba cachonda perdida con lo que estábamos haciendo, ¡casi me meo de gusto de tan solo ver como estaba mi mujer!

Elena, que había estado todo el tiempo que Sandra hablaba escondida tras la puerta del dormitorio, pícara cómo ninguna y sabiendo la verdad de antemano, de repente hizo acto de presencia mirándonos a los dos con una maliciosa sonrisa en sus labios.

- ¿Entonces ya lo sabe todo, no? - preguntó Elena.

- ¡Yo creo que sí! - respondió Sandra demostrando que había sido totalmente sincera conmigo.

- ¡Pues entonces, no hay más que hablar!, a partir de ahora, ¡a follar como cosacos! - dijo con mucha alegría.

¡Eso, eso!, no hay más que hablar, ¡a follar!, ¡a follar! - gritó Minga desde mi interior.

Poco a poco se acercó a la cama y, ahora sí, dispuesta a todo, de nuevo se puso entre mis piernas.

- ¡Aunque bueno!, a lo mejor no lo sabe todo aún, ¿verdad, guapetona? - añadió Elena dejándome de nuevo en ascuas.

- ¿Quién sabe? - replicó Sandra pero sin tan siquiera separarse de mi boca.

Elena me miró, sonrió con cara de cómplice, me envío un beso y acercando su lengua a mis hinchados cojones, empezó de nuevo a olerlos y a lamerlos, mientras que Sandra continuaba comiéndome los labios.

¿Qué habrán querido decir? Ya me enteraré luego - me dije a mi mismo ya que en aquel momento empezaba a notar cómo, otra vez, la lengua de Elena relamía el interior de las cachas de mi culo.

En aquel momento no tenía ni idea nada más que de lo que Sandra me había contado, pero según me fui enterando con el paso de las horas, os puedo confirmar que Elena tenía toda la razón y que yo no sabía nada de nada. Lo que me había confesado Sandra no era ni la mitad de la mitad de lo que me esperaba por delante. ¡Qué digo la mitad!, ni una décima parte de lo que se me venía encima. Sólo os puedo adelantar una cosa y que creo que es bastante obvia, al final, todos terminamos… ¡No!, ¡mejor no os adelanto nada!, ¡cada cosa a su tiempo!

Y mientras que yo permanecía abrazado a Sandra y magreándola como si fuese la última vez que lo pudiese hacer, aquella víbora de Elena no paraba de hacerme maravillas en los Kinder Sorpresa, pero sin llegar a chupármela ni una sola vez para no conseguir el premio antes de tiempo.

Sandra, que aparentaba una inmensa tranquilidad pero que lo unía a un desenfreno extraordinario, jugaba con su lengua en mi boca con la habilidad que la caracterizaba. Mi mujer, a pesar de yo saber que a ella no le gustaba hacerlo, me pasaba sus apetitosas babas con besos realmente húmedos y yo me tragaba toda su saliva con un placer exquisito y dejando caer de vez en cuando algún que otro chorro que caía directamente sobre sus preciados melones. Cogiendo uno de sus pechotes con el cuidado que sabía que debía de tener en zona tan sensible, empecé a pellizcar sus pezones que estaban como rocas. Aquella leve caricia consiguió que empezase a soltar pequeños suspiros coincidiendo con la más o menos fuerza con la que yo le apretaba el pezón.

- ¿Te gusta? - preguntó una de las pocas veces que se separó de mis labios.

No contesté, mis ojos hablaron por mí. Ella me miró con sus dulces y tolerantes ojos durante un par de segundos y enseguida volvió a lanzarse contra mis labios, pero esta vez no lo hizo con cariño, ahora lo hacía con vicio lamiendo mi boca, mi nariz y casi toda mi cara dándome un tibio baño de saliva cómo si se tratase de nuestro perro Duque.

Así estuvo un ratillo, jugando con su lengua en mi cara y cuello como si fuese una perra en celo hasta que Elena, creo que con el frenillo dolorido, levantó a la cabeza y llamó nuestra atención.

- ¡Sandra, necesito ayuda!, ¿puedes venir aquí?

- ¡Claro que sí!, ¿qué quieres que haga? - preguntó mi mujer poniéndose de rodillas sobre la cama.

- Sujétasela con la boca mientras que yo le como los huevos, ¿quieres?

- ¡Vale! - contestó Sandra con entusiasmo.

- Pero solo sujetarla, ¿vale?… Ni se te ocurra chupársela aún que este cabrón va a sufrir lo que nosotras queramos - añadió usando un tono bastante maléfico para mi gusto.

¡Eah!, ¿qué culpa tengo yo para que se comporten así conmigo? ¡Valiente tía puta!, ¡qué suerte he tenido!

- ¡Hazme hueco que voy para allá! - dijo la Sandra más desconocida que me podía imaginar - Y no te preocupes, que aunque no se la pueda chupar, este maridito mío se va a hartar de mujeres este fin de semana, dijo usando el mismo tono que la zorra de Elena.

Por mi cabeza pasó, durante un segundo, una sensación de miedo, ¿de verdad me voy a hartar?

Pero ese miedo infundado desapareció justo cuando Sandra bajó hasta mi polla y empezó a jugar con ella dejando frente a mí, su precioso culo. ¿Qué hombre en sus cabales se va a saciar de mujeres teniendo la que yo tengo?, ¡ninguno!

Al verlo tan expuesto a mis deseos, estiré la mano para tocárselo levemente. Cómo si tuviese un resorte entre los muslos, aquella suave carantoña logró abrir las piernas de Sandra poniéndose más en pompa para que pudiera tocar a placer y deleitarme con la vista de su coño en total plenitud.

Y en eso estaba, intentando meter mis dedos dentro de la húmeda raja de Sandra, cuando Elena con un fuerte tortazo en mi mano me separó de ella.

- ¿Qué haces?, ¿te pone cachondo tocar su culo mientras te comemos la polla, o qué?

No respondí, un gesto afirmativo de mi cabeza lo hizo por mí.

- ¡Pues prepárate que ahora me vas a comer el coño a mí!

¿Pero por qué regla de tres tengo que salir yo siempre perdiendo?, ¡no lo entiendo!

- ¿No querías coños?, ¡pues toma coños! - añadió Sandra casi a gritos.

¡Joder!, ¿en qué momento había dejado de ser una orgía para convertirse en una guerra abierta contra mí? Aquello, por su entonación y por sus gestos, me pareció más una orden que una sugerencia.

¿De verdad Sandra me estaba obligando a comerme otro coño que no era el suyo?, ¿iba a pasar por mis labios el segundo coño de mi vida? ¡Sí, hombre!, ¡y yo que me lo creo! Vale que ya me he follado su culo con mis dedos y ella me ha chupado un poquito el nabo, los huevos y el culo, pero de eso a dejar que me coma otro coño va un mundo - me dije a mi mismo aun sabiendo que todo estaba preparado, pero sin llegar a creérmelo todavía.

- ¡Si es lo que quieres, lo haré! - contesté de forma sumisa.

Sumisa, sí, eso he dicho. De forma sumisa pero más contento que unas castañuelas.

- ¡Y cómo no me guste lo que me haces y cómo lo haces, nos vamos al otro cuarto a seguir la fiesta entre las dos! - agregó Elena también a chillidos.

¡Venga, ya!, eso sí que no me lo trago ni loco. ¿Sandra a solas con otra mujer en un cuarto, desnudas sobre la cama y comiéndose la entrepierna la una a la otra?, ¿pero tú en qué mundo vives, Elena? - me volví a preguntar.

No las creía capaces de que me hiciesen algo así, al fin y al cabo yo era el plátano, digo, el plato principal, y sin mí no sería lo mismo. Pero por si acaso y para no jugar con mis pelotas, como Sandra no me terminaba de sorprender y ya que “ muy a mi pesar” me tenía que comer su coño, intentaría hacerlo lo mejor posible para que se quedase contenta y no se marchasen.

Y tal como terminó de darme aquellos tremendos graznidos, Elena se abrió de patas como si fuese a montar a caballo, puso mi cabeza entre sus dos gordos muslos y me dejó el mayor y más abultado coño que jamás había visto, incluso en fotos de internet, a unos cinco centímetros de mi boca.

- ¡Venga!, demuéstrame que lo que dice Sandra es verdad - dijo usando el mismo tono mandatario de antes.

- ¡Lo intentaré! - llegué a decir pero sin poder pronunciar mucho por tener aquellos dos inmensos jamones presionando parte de mi cabeza.

Debo admitir que una de las cosas que más me atraen en el sexo es comerme un buen coño, y si es sucillo como ya sabéis, mejor. Y también debo reconocer que después de tantos años de experiencia con el de Sandra, maña y destreza para hacerlo bien y conseguir que Sandra se corra como una burra, no me faltan, pero, ¿cuándo le había contado mi mujer a Elena lo que yo sabía hacer con los coños?, en la cocina no creo que le diese tiempo a tanto, ¿entonces cuando? ¡Eah! Otra duda al canto.

- ¿Sólo lo intentarás?, ¿no irás a dejarme en mal sitio, verdad, cielito mío? - escuché decir a Sandra que desde que Elena se había sentado sobre mí había dejado de verla.

Al escuchar la sugerencia de mi mujer, me decidí a entrar al trapo e intentar dejar mi pellejo en aquella única oportunidad que se me presentaba.

- ¡Claro que sí!, ¡esta va a ser la mejor comida de coño que le hayan hecho en la vida a esta zorra! - di como respuesta a Sandra pero sin apartar mis ojos de aquel titánico y chorreante chochete que me tapaba el cuerpo de mi amada.

He de admitir que si las mujeres no preguntasen tanto, los hombres mentiríamos menos, pero en fin, si había que exagerar un poco la cosa para que todo fuese como miel sobre hojuelas, se mentía de forma piadosa y ya está. Al fin y al cabo, todo aquello estaba basado en un gran pilar de falacias, ¿no?, ¿entonces qué más daba una más? Yo me lo comía cómo mejor sabía hacerlo, me pegaba un buen panzón de jugos de papaya y si a ella no le gustaba al final, pues nada, que se montasen un bollo entre las dos y ya está, ¡todos contentos! ¡Y yo ni te digo!

Y tal como dije aquello me puse a revisar a conciencia la suculenta merienda que en breve iba a devorar, pero en contra de lo que esperaba, al mirarlo de cerca descubrí un fallo técnico en aquel goteante chumino. Antes cuando lo había visto desde atrás y con tanga, debido a los nervios del momento no me había percatado bien, pero ahora desde tan cerca, observé como aquel chocho de inmensos labios y piponazo del veinte que yo creía bien depilado, ya le iba haciendo falta un buen repasito con la Gillete . Aquello parecía la barba de un hombre de dos días sin afeitar pero que debía estar rico, rico como un plato del Arguiñano .

Al ver que yo no hacía nada más que mirar, loca por sentir cuanto antes una lengua húmeda sobre su clítoris, con las dos manos se abrió los labios del coño y me enseñó una raja totalmente rosada, llena de jugos mezclados con unos hilitos blancos de flujo que lo hacían todavía más bonito y apetecible. Sin dejarme ni tan siquiera acercar mi lengua, se sentó sobre mi boca metiéndome todo el higo chumbo en la boca y pegando su pepitilla a mi nariz. No podía hablar, no podía respirar, pero si tenía que morir ahogado, ¡para nada me hubiese importado!

Con mi cabeza perdida entre sus carnes pero más a gusto que la hostia, aquella hija de su madre comenzó a moverse atrás y adelante frotando fuertemente su chocho por mi cara llegando hasta a meterse mi nariz dentro del coño y mi boca en su culo, logrando que incluso me faltase el aire y que varias veces tuviese que pellizcarla en los muslos para que se separase un poco de mí. Aquella leona estuvo refregándose contra mi boca durante bastante rato llegando incluso a hacerme daño con los alfileres que tenía cómo pelos. Ahora entendía porque a Sandra le gustaba que le comiese el coño cuando estaba recién afeitado y no con barba de varios días, ¡aquello parecía una lija!

Tras un rato de hacerme bucear en aquellas lindas aguas oscuras, por fin se separó un poco de mí, momento que aproveché para respirar y acercar mi lengua para jugar con su clítoris. Al notarlo dio un pequeño gemido de placer y su pipota, totalmente dura, apareció ante mí saliendo de su capuchón desafiando a mi lengua que en aquel momento se movía a gran velocidad. Le pasaba la lengua por él, bajaba por su raja hasta la entrada de su chochito y luego volvía a subir para empezar de nuevo. Elena, que por los gemidos que daba debía de estar pasándoselo de miedo, buscando un poco más, bajó su mano hasta su clítoris y comenzó a masturbárselo mientras que yo la seguía follando con mi lengua.

Así estuve, tocando el cielo con la punta de mi lengua, hasta que Elena empezó a decir que estaba a punto de correrse.

Sandra, que aunque no haya dicho nada de ella, continuaba haciendo su trabajo a la perfección y no había dejado en ningún momento de acariciarme la polla y los huevos pero sin tocarme el capullo, al escuchar los gritos de Elena se puso de rodillas en la cabecera de la cama para ver cómo le comía el coño.

- ¿Qué me dices ahora?, ¿a qué sabe comer coños como nadie? - preguntó Sandra acercándose a Elena que en aquel momento tenía la corrida a flor de piel.

Y sin esperar respuesta de Elena, entre otras cosas porque no creo que fuese capaz de emitir otro ruido que no fuesen gemidos, Sandra le soltó en sus macizas cachas una sonora tanda de azotes, azotes que consiguieron, además de ponerle el culo cómo un tomate, estimular sobre manera a mi particular merienda.

Y tras tres o cuatro “ plas ” en el culo que resonaron en toda la habitación, un escalofriante grito de Elena y un fuerte movimiento de sus anchas caderas sobre mi dolorida cara, nos anunciaron que se estaba corriendo como una mala bestia. Pero eso no fue lo peor, lo peor fue, si puede llamarse así, que tras varios enloquecedores gemidos de satisfacción se dejó caer sobre el cabecero, estrellando sus casi cien kilos de apetitosos michelines sobre mí y empotrando su empapado coño sobre mi carita llenándome de una impresionante cantidad de flujos que me mancharon completamente y que me dejaron aquel perfume impregnado en mi cara. Eso sí, si el olor de su coño antes era especial, ahora era distinto pero no maloliente, todo lo contario, ahora emitía un fuerte olor entre amargo y agrio, olor ácido que me confirmaba lo zorra que podía llegar a ser y que aunque se acaba de correr, necesita más.

Durante algunos segundos más estuvo moviéndose lentamente sobre mí cara y sacando todo el placer que podía de mis labios hasta que por fin se paró y volvió la cabeza para mirar a Sandra.

- ¡Joder, tía!, ¡ha sido tremendo!… ¡Nunca me habían comido el coño de esta manera! - afirmó entre jadeos.

- ¡Ya te lo dije!, ¡es un maestro con la boca! – ratificó Sandra sin dejar de sobar mis pelotas.

- ¡Gracias por lo que me toca! - dije ante tantos elogios a mi lengua.

- A mí me lo ha comido millones de veces, pero nunca había visto como lo hacía. Verlo me ha puesto tan cachonda que ahora quiero que me lo coma a mí - remató Sandra.

- ¡Vale!, pero me gustaría que fuese de una manera distinta, añadió Elena.

- ¿Distinta?, ¿qué es distinta? - pregunté pero sin mucha intención.

La verdad es que me daba bastante igual como querían hacerlo, yo haría lo que ellas quisieran y no me iba a preocupar nada más que de disfrutarlo y de que aquellas imágenes quedarán grabadas en mi mente para toda la vida.

- Quiero que le hagas a esta zorra lo mismo que me has hecho a mí, ¿entendido? - me decretó nuestra particular dictadora.

- ¡Lo que tú mandes!, ya sabes que yo soy muy bien mandado - respondí con cierto recochineo.

- ¡Así me gusta!, que seas un perro fiel – concluyó - ¡Ven, Sandra! - dijo, cogiendo desde aquel momento,  las riendas del asunto.

- ¿Qué quieres que haga? - preguntó mi mujer un tanto desorientada pero obediente como nunca.

- Ponte sobre él con tu coño pegado a su boca, así podremos comerle la polla entre las dos mientras que él te lo come a ti - ordenó Elena a Sandra como si la estuviese mandando al Mercadona a comprar patatas.

Bendito el hombre, porque tuvo que ser un hombre, que inventó el sesenta y nueve. Tendría que tener un monumento en La Puerta del Sol de Madrid .

- Pégaselo a la boca todo lo que puedas y no le dejes ni respirar…,  así estará obligado a comértelo más rápidamente para buscar aire.

¡Eso!, o corro chupándoselo o me muero, ¿no? ¡Qué zorra era aquella tremenda puta!, lo tenía todo bien pensado, nos estaba manejando a los dos y nosotros como corderitos nos dejábamos llevar. ¡Qué mal lo estaba pasando, por dios!

Elena, ocupando ahora el sitio de Sandra, se puso a mi lado dejando su tremenda raja a mi vista, tenía todo el coño mojada y brillante de la corrida que acababa de tener y el culo empapado en sudor, cosa que lo hacía aún más erótico y apetecible. Sin darle tiempo a reacción, de la misma forma que hice antes con mi mujer acerqué mi mano a su coño, pero esta vez, siendo bastante menos compasivo que con Sandra, sin darle tiempo a reacción y que se quitase, le metí tres dedos de un sólo golpe dando un respingo hacia delante pero sin hacer absolutamente nada para sacarlos. Los tres dedos entraron casi sin esfuerzo.

¡Ahora sí!, por fin podía hacer algo por mi cuenta, ¡otro punto para mí!

¡Ahora vuelvo!, necesito un paréntesis para ir al baño. Esto que acabo de escribir me va a obligar a meterme en el baño y machacármela cómo cuando tenía quince años y pensaba en algo así. ¡Lo siento pero no soy de piedra!…

………..

¡Perdonad!, ya estoy de vuelta y bastante más descargado. No veas que montón de soldaditos tenía acumulados.

Ahora voy a seguir haciendo memoria de aquella inolvidable tarde, que de momento me está sirviendo de mucho.

Sandra, que seguía las órdenes de Elena a pies juntilla sin censurar ninguna de las acciones de su experta monitora de gimnasia, se puso justo como le había pedido.

Os lo explico con detalle, colocó su precioso coño justo encima de mi cara apretándolo todo lo que pudo contra mi boca y al igual que Elena hizo antes, comenzó a refregármelo. El de Sandra estaba mucho más suave, este no hacía daño a mi cara y además su olor era mucho más dulce que el otro. Notando que ella se movía a placer, enseguida empecé yo a menear como pude mi lengua, que aún mantenía el fuerte sabor de los flujos de Elena, mientras que Sandra no paraba de zarandearse sobre mí. En cuanto se encontró a gusto con lo que estaba haciendo, sentí en mi rabo la boca de Sandra consiguiendo que me temblasen hasta las rodillas y que mis dedos se clavasen en Elena hasta los nudillos.

Pero aquella postura tan inusual para nosotros, duró poco. A los pocos segundos noté como Sandra, no sé si porque no aguantaba la postura o porque al fin y al cabo era mi queridísima mujer y algo me quería, separaba un poco su coño de mi cara dejándome respirar y poder realizar mi trabajo de lengua con un poco más de espacio, cosa que yo agradecí y creo que ella también.

Ahora, con un poco más de hueco y con gran placer por mi parte, paseaba la lengua por su coño mientras que las dos me chupaban el capullo notando como las dos lenguas deambulaban por la punta de mi rabo hasta llegar hasta mis huevos. Ni en la mejor de mis fantasías podría haber imaginado aquella situación, mientras me comía un coño, con mis dedos estaba follando otro a la vez que mi rabo era chupado por dos húmedas lenguas locas por mi leche. Sólo de pensarlo, mi columna, ¡jodía columna!, me dio un aviso de que me podría correr en cualquier momento. Pero aún tenía una cosa a mi favor, porque aunque estuviera cachondo como un perro, la corrida de esta mañana con Dani me daba ventajas y podría aguantar un poco más de lo habitual, ¡o por lo menos, lo intentaría!

Yo sé que algunos o casi todos de los que me lean pensarán que soy un fantasma mentiroso, otros que soy un fanfarrón e incluso otros pensaran que tengo un imaginación de la hostia por fantasear con todo lo que estoy contando, ¡los respeto!, están en su derecho de pensar lo que quieran. Pero es que a mí me entra un nerviosismo por el cuerpo, que yo les digo a estos que no se creen ni una palabra de lo que digo, que me da exactamente igual lo que piensen. Yo tan solo cuento lo que ocurrió, y además sin incluir ni un detalle de más. ¡No hace falta!, esta historia no va para personas resentidas, envidiosas ni desconfiadas sino para personas a las que realmente les gusta el sexo y disfrutar de él en todas sus variantes, ¡lo siento!

Ahora que ya he dejado claro que no miento y que tampoco me preocupa lo que los demás piensen, continúo.

En el dormitorio se podía apreciar un denso pero cautivante perfume, cóctel de la unión de nuestras sudorosas pieles y de nuestras segregaciones corporales. Nadie hablaba, nadie decía nada, tampoco había mucho que decir, la verdad, sólo había que actuar. Sólo se podía escuchar el sensual ruido del chapoteo de mi lengua en el clítoris de Sandra, las húmedas lamidas de ellas dos en mi herramienta y el acuoso y erótico sonidillo que producían mis tres dedos cuando penetraban en la intimidad de Elena, todo ello acompañado de suaves y ahogados gemidos que salían de nuestras gargantas.

Con ganas de que Sandra disfrutase el máximo posible pero sabiendo perfectamente que sin conseguirlo del todo por la incómoda postura de ella, yo seguía esforzándome al máximo en comerle el coño para que esta se corriera al igual que nuestra amiguita. Le pasaba mi lengua una y otra vez apretándola sobre mi cara, consiguiendo que empezara a dar pequeños gemidos de placer, pero yo, conociéndola cómo la conocía y habiendo clavado mi lengua en su interior más de un millón de veces, sabía perfectamente que ella no se iba a correr en esa posición, ella necesitaba forzosamente estar plana o a cuatro patas y que le rozase el clítoris a gran velocidad con los dedos para llegar al orgasmo. Pero aun así tenía que intentarlo, por lo menos con mi lengua, y tras pensar en aquello, puse todo mi empeño en conseguirlo.

Pero al rato de estar así y de que el frenillo de mi lengua empezase a decaer, Sandra paró y cambió de posición.

- ¡No puedo más! - dijo separándose de mi cara y poniéndose de rodillas en la cama.

- ¿Qué pasa?, ¿no te gusta cómo lo hago? - pregunté un tanto deprimido.

- Sabes que sí, ¡me encanta!, pero es que yo así no puedo y yo lo quiero es correrme como la zorra esta.

Veis cómo yo tenía razón. Sandra si no está tumbada o con el culo en pompa, difícilmente se corre.

- Si es más cómodo para ti, túmbate y te lo como - dije queriendo dar soluciones a su problema.

En esa postura lo habíamos hecho muchísimas veces y además con grandes resultados.

- ¡Anda ya, tumbarme!, ¡yo lo que necesito es una buena polla que me folle! -** contestó con cierto tono de ansiedad por sentirse penetrada cuanto antes.

¡Joder!, pues sí que ha cambiado el cuento.

- ¡Ah, pues yo también quiero! - espetó Elena.

Y ahora la otra fulana, ¡pero bueno!, ¿por qué cojones no podemos ir por partes?, primero me follo a una y luego, si puedo, me follo a la otra - pensé al ver que las dos estaban locas por un rabo y que yo solo tenía uno y encima, a punto de estallar en cualquier momento.

Pero lejos de achantarme, saqué pecho como los pavos.

- ¡Como queráis!, ¡aquí hay Leandro para todas! - les dije haciéndome el valiente y recordando las palabras de Sandra del otro día, “aquí hay Sandra para todos”.

Para ser sinceros, a mí lo de cambiar de postura me vino la mar de bien, entre otras cosas porque si llego a estar un par de minutos más en esa posición con ellas dos haciéndome guarrerídas , ni la corrida de esta mañana me hubiera salvado de esta otra. Así que cogiéndolas de las caderas, las puse de nuevo a las dos a cuatro patas en el filo de la cama. Cómo al principio de la tarde, otra vez las tenía delante de mí con sus culos abiertos a la espera de mi polla.

Cómo era de esperar en mí, ya que no me canso de hacerlo nunca, nuevamente me acerqué al coño de Sandra y empecé a olerlo, a continuación hice lo mismo con el de Elena. Aquello olía a vicio, a dos putas guarras deseosas de polla. Podía ver qué tanto por las piernas de una como de la otra, corrían, unidos a mis babas, los flujos que sus coños dejaban escapar. Metí un par de dedos en cada coño, los saqué y me los llevé a la boca.

De nuevo se me planteo el problema de tener que elegir.

¿Debo repetir la misma estrategia de antes?, ¡Sí!, eso es lo que haré - me pregunté y me contesté a mí mismo.

- ¡A ver, chochetes!, ¿quién quiere ser la primera? - les pregunté mientras limpiaba en mi boca los dedos manchados de flujos que aunque no os lo creáis, aún olían al culo de Elena.

Las dos al unísono, levantaron sus cabezas y se miraron desafiantes la una a la otra.

- ¡Déjame a mí, Sandra!, tú ya sabes muy bien como folla – sugirió Elena.

- ¡Joder!, tú te has corrido ya y yo aún sigo viéndolas venir - contestó Sandra.

- ¡Ya!, ¿pero para que has traído a tu marido a mi cama entonces?, ¿para qué folle contigo?, ¡pues vaya rollo! - recriminó Elena.

Ahí debo decir que la putona de Elena tuvo más razón que un santo. ¿Para qué quería yo un hueco nuevo si otra vez iba a meter la broca en el agujero antiguo? Sin ánimo de ofender a mi mujer, debo decir que no me hubiese importado follarme a Sandra para nada, al contario, con lo cachondo que iba me podía haber follado incluso a uno de los maricones del piso de arriba. Todo esto, dejando en el lugar que se merece Sandra, que quede claro, entre otras cosas porque bien pensado, más valen siete veces con Blancanieves que una vez con cada enano, ¿no creéis?

Pero yo no tuve que dar explicaciones, Sandra en un acto de humildad dijo lo que yo quería escuchar.

- ¡Bueno!, ¡vale!, ¡cómo tú eres la invitada, te mereces ese honor! - contestó Sandra.

A mí, con que se pusiesen de acuerdo entre ellas y no se volviesen a pelear, me daba exactamente igual el orden a seguir. Al fin y al cabo iba a hacerlo cómo me saliese de los cojones y yo ya tenía desde hace horas la vista clavada en el obsesivo culo de Elena.

- ¡Gracias!, ¡gracias! - festejó Elena con gratitud.

- Sí, gracias, pero la que se queda sin follar soy yo, ¡no te jode! - reprochó mi mujer a Elena.

- ¡Pero sólo de momento, mi vida!, primero me follo a mi regalito y luego te presto la atención que te mereces, ¿te parece? - añadí queriendo apaciguar el calentón vaginal que tenía mi mujer.

- ¡De acuerdo!, ya que hemos llegado hasta aquí no me voy a poner a pelear porque te la folles a ella antes que a mí… Pero ya que nos tienes a las dos a cuatro patas, también puedes ir cambiando de vez en cuando de coño, ¿no crees? - dijo un poco más calmada - Ella ya se ha corrido una vez y yo también necesito tu polla.

Si digo la verdad, Sandra también tenía razón y encima me estaba sugiriendo el perfecto plan de ataque. Ahora la meto aquí, la saco, la meto allí y así hasta que mi rabo reviente, ¿quién no ha soñado alguna vez con algo así?

Plan perfecto pero que enseguida le vi alguna que otra laguna.

- ¿Y si me corro dentro de ella antes de sacarla, que pasa?  - pregunté un poco aturdido.

Cómo ya he dicho antes, tenía el capullo a flor de piel y con cualquier roce un poco más fuerte de lo común,  se disparaba la Central Lechera Asturiana .

- ¿Tú sabrás?, pero como te corras antes de follarme, te corto la polla y la meto en un tarro con alcohol, ¿lo has entendido? - dijo con un tono de voz bastante dulce pero con cierto retintín perverso.

Aquellas palabras, justo aquellas, fueron las que soltó la otra tarde y después se hincho de pollas, ¿sería yo capaz de conseguir lo mismo? ¡Lo veremos en la segunda parte del cuplé!…

- ¡Si quieres empiezo contigo!, yo no quiero ver mi rabo en un tarrito de mayonesa - dije un poco en broma y un montón acojonado.

- ¡Vamos!, fóllatela que sé que lo estás deseando…

- ¿De verdad lo dices? – pregunté contento.

- ¡Pues claro, tonto!... Pero mientras tanto sigue toqueteándome con tus dedos - me contestó dando a la par otro fuerte, ¡no!, ¡fuerte no!, fortísimo cachete en el culo de Elena.

Aquella tarde, la zorra de Elena se llevó una buena tunda por parte de Sandra, pero he de admitir que se lo merecía por tener aquel desmadrado bullarengue.

- ¡Y si ves que te vas a correr, pues para una mijita y cambia de túnel, cariño! - terminó matizando el cómo debía hacerlo.

El plan de Sandra me pareció muy bueno. ¿Bueno?, ¡qué digo bueno!, ¡perfecto! Así que sin discutirlo y dispuesto a conseguir la gesta que me hiciera inmortal en todos los libros de sexualidad, me puse manos a la obra. Me coloqué detrás de Elena, hice que se agachara un poco más para dejar su culo a la altura de mi polla y bajé mi mano buscando su agujero. Metí mis dedos en su coño mientras que instintivamente iba buscando con mi otra mano en la entrepierna de Sandra. Cuando tuve mis dedos bien adentro de las dos, empecé a follármelas a la par.

- ¡Cógeme la polla y métetela en el coño! - le dije a Elena colocándome entre sus grandes muslos.

Ella la cogió metiendo la mano entre sus piernas y la puso en la entrada de su lijadora almeja haciendo que mi capullo rozase los labios de su coñito. Me apoderé con firmeza del culo y de un sólo empujón y con todas mis fuerzas, se la metí hasta el fondo dando ella varios gritos mezcla de placer y de desesperación por ser follada. Por fin me la estaba tirando cómo más me gusta follar, a cuatro patas con la vista principal puesta en su rollizo culo, y lo más importante, con mi mujer al lado mirando.

Aquello me hizo tanta ilusión que para poder disfrutar del momento cómo se merecía, me quedé quieto con mi polla totalmente clavada en sus entrañas, notando el increíble calor húmedo que despedía aquella buena mujer. Mientras tanto, ella seguía jadeando como una desesperada. Tanto estaba disfrutando Elena de mí primer empujón que hizo que Sandra se sacara mis dedos de su coño y se agachara al lado para ver hasta dónde le había entrado mi polla.

- ¡Joder!, ¡menudo empujón! ¡Un poco más y te mete hasta los huevos!  - manifestó Sandra.

Aquel comentario nos pareció gracioso a los tres, pero la excitación del momento no nos dejó tiempo para reírnos y enseguida empecé a meterla y sacarla lentamente mientras que Elena seguía gimiendo, ahora con mucha más fuerza y volumen que antes. Juro que intentaba no tener prisas, pero me resultaba realmente difícil. Imaginaos que nervios puede tener un hombre que se follaba el segundo coño de su vida, ¡pues así estaba yo!

No podría explicar con palabras lo placentero que fue sentir cómo mi polla se deslizaba dentro de aquella elástica gruta. Entraba y salía con tanta facilidad que incluso llegué a pensar en llamar a Juanma o a César para metérsela los dos a la vez y poder tocar de una sola vez, todas las partes interiores de su caverna. Se me infundía tan grande su entrada, que incluso por un segundo me vino a la memoria aquella película tan guarra de la granjera, y que tanto juego nos dio con Duque, que terminaba siendo follada por un caballo. ¡Menudo coño tenía la Elena!

Pero cómo estaba solo y para nada quería perder tiempo buscando un caballo, deseando hacer disfrutar al máximo a aquella lujuriosa mujer empecé a trepanar su coño con una violencia inusual en mí, intensificando el movimiento de mis caderas por diez y llegando, o intentando llegar, hasta el fondo de su mollete. Conseguir tocar su útero no sé si lo logré, pero por los gritos de desesperación que daba aquella fulana, puedo decir que por lo menos, bien se lo estaba haciendo.

La verdad es que una follada con aquel vocerío, aunque me gusta muchísimo, no la había vivido nunca. Sandra, aunque sé que le encanta gritar como una posesa mientras follamos, normalmente por cautela con los vecinos, es bastante silenciosa mientras hacemos el amor y sólo se desgañita un poco cuando se está corriendo o cuando está muy cachonda y no puede aguantar más. En medio de aquellos gritos me dio tiempo a pensar que cuando estuviésemos en casa le tenía que pedir a Sandra que gimiera con esas ganas la próxima vez que me la follara.

Mientras que mi polla seguía explorando el coño de la invitada, Sandra seguía a nuestro lado con la cabeza casi debajo de las tetas de Elena, mirando desde muy de cerca como yo entraba y salía de ella, mientras que con su mano se tocaba el coño.

- ¡Me aburro! - dijo mi mujer con un tonillo de voz bastante conocido por mí y que Sandra usaba muy a menudo.

¿Quién ha invitado a Homer Simpson a la fiesta?

Sin querer desconcentrarme, limpiándome el sudor que tenía en la frente hice caso omiso de su comentario.

- ¡Me aburro!... - volvió a decir al ver que no le hacíamos caso - ¡Yo también quiero que me la metas!

Tenía razón, llevaba un buen rato con Elena y sin embargo a ella no la había tocado aún. Antes habíamos quedado en irme alternando entre ellas.

Entonces, para que no se enfadase hice el movimiento de salir de Elena pero esta, zorra como ninguna, empujó su culo contra mí para que no saliese.

- ¡Si te aburres, cómeme las tetas mientras que termina con mi coño! - gritó Elena de forma dominante pero entre gemidos.

Aquellas palabras sonaron en mi cabeza como si dentro de un sueño hubiese tenido otro mucho mejor.

Pero yo ya sabía de antemano la respuesta de Sandra y no me hice, no muchas, ninguna ilusión de que algo así pudiese ocurrir. Ella había aceptado de muy buenas maneras el estar en la cama con otra mujer, que la desnudase y le tocase los pechos, a compartir a su marido con otra mujer e incluso comerse mi polla a medias con otra mujer, pero de ahí a ella tocar a otra mujer iba un mundo.

- ¡No!, ¡eso ni pensarlo!...- respondió Sandra dando sentido a lo que yo acababa de pensar - ¿Tú que te crees que yo soy tortillera o qué?, ¡por ahí ni mijita!

Lo que yo sabía, ¡era de esperar!, pensé.

- ¡Venga, tonta! - escuché entre gemidos de Elena - Yo tampoco soy tortillera, yo soy bisexual - dijo Elena queriendo aclarar sus preferencias sexuales.

Aquello me sonó a la charla que mantuve con Juanma el pasado sábado sentados en la cama.

- ¿Y?, ¡yo no soy ni una cosa ni otra! - respondió mi mujer un tanto airada.

Al ver que aquello tenía tintes de ser el inicio de un dialogo persuasor por parte de Elena, paré de empujar pero sin llegar a sacarla. Quería ver con detenimiento si era capaz de lograr que mi mujer le tocase las tetas o no.

- ¡Eso es que no lo has probado todavía!Además, ser bisexual duplica mis posibilidades de ligar cuando me voy de fiesta - agregó con cierto tono de orgullo.

- ¡Ya!, pero es que a mí no me hace falta ir a ligar por ahí y mucho menos con tías, ¡no te jode!

- Yo tampoco, ¿qué te crees que soy una fulana? - expresó Elena.

Justo ahí, yo creo que Sandra no contestó por respeto, pero una media risita en su cara dio su respuesta. Yo también creo que un poco fulana sí que era, pero bueno, cada uno es cómo es. Si no lo fuese, ¿cómo nos explicamos que en ese momento tuviese mi rabo cobijado entre sus piernas?

- Yo sólo lo hago cuando el mariconazo de mi novio me deja tirada y no puedo pillar a ninguno de los de arriba - agregó, si no me equivoco, refiriéndose a Juanma y César.

- Si queréis seguir follando, follamos, pero si lo que quieres es que yo te toque las tetas, se acabó la fiesta, ¡lo siento! - expuso Sandra queriendo dar por terminada la discrepancia creada sobre la sexualidad de unos y otros.

- ¡De acuerdo!, yo no voy a insistir más, si no quieres, tú te lo pierdes… A mí con que tu marido me siga follando, me vale - dijo acompañando sus palabras con un meneo de culo atrás y adelante buscando el reinicio de la follada.

Pero claro, ya que había saltado la conversación y porque no, la posibilidad de que Sandra tocase el cuerpo de otra mujer en mi presencia, aprovechando el momento usé mis propias técnicas que desde hacía mucho tiempo no había sacado a relucir. Puse mis manos sobre el pandero de Elena y paré los culetazos que me estaba propinando.

- ¡Hazlo por mí, cariño!, ¿qué más te da? - pedí casi implorando.

- ¿Que qué más me da?, ¡muchísimo! - respondió, ahora sí, realmente molesta por mis palabras.

- ¿Pero por qué?, ¡yo hice lo que tú sabes por ti y porque me lo pediste! - le contesté haciéndome el dolido por lo que ella me había hecho vivir con Juanma.

Aquel recuerdo hizo que Sandra se callase durante unos segundos para reflexionar sobre lo ocurrido en nuestra cama

- ¿Y que gano yo tocándole las tetas a una tía? - preguntó Sandra pero un poco más interesada por el asunto, ¿quizás por mi último comentario?

¡Venga, Leandro!, un empujoncito más y la tendrás en bandeja - me sugirió Minga.

Al escuchar la voz de mi conciencia, la única voz sensata que había escuchado a lo largo del fin de semana, contesté.

- Tú no sé, yo verte y darme el mismo placer que tú te diste al verme a mí - le respondí secamente.

Al no tener respuesta por parte de Sandra, entendí que era una pérdida de tiempo seguir insistiendo. Esta fantasía, al igual que mi manía por la lluvia dorada, no se iba a cumplir nunca.

- ¡Vamos!, ¡relléname como a un pavo, cabronazo! - gritó Elena que también se había dado cuenta de que aquello era un sinsentido y que como siguiéramos así, al final ni follábamos ni ná de ná.

Aquel comentario de Elena que nos trajo a la memoria el principio de la historia, parece que hizo un rápido efecto sobre Sandra. Y digo rápido porque tras escucharlo, Sandra estiró una de sus manos buscando el cuerpo de Elena.

Mis ojos se querían salir cuando, dándose la vuelta en la cama y poniéndose boca arriba, empezó a manosear las tetas de Elena. Sandra para no ver lo que ella misma estaba haciendo, cerró los ojos, momento que Elena aprovechó para empujar con su culo hacia atrás obligándome a retroceder un paso. Pero esta vez no fue para que me la follase, que va, esta vez fue para algo bastante más pervertido.

Al dar yo el paso hacia atrás, los labios de Sandra quedaron justo a la altura de los labios de Elena y esta, ni corta ni perezosa le endiñó un profundo beso con lengua y todo. Mi mujer al notarlo se fue a separar, pero yo, aun sabiendo que aquello me podía costar los huevos, al igual que hice el día de antes cuando le chupó la polla a Dani, apreté sus dos cabezas, la una contra la otra, para que aquel beso no se cortase. La visión inexplicable de aquel beso hizo que mi cuerpo se estremeciera totalmente consiguiendo que mi rabo, por sí solo y sin ayuda de mis caderas, empezase de nuevo a entrar y salir de la gordita entrepierna de Elena.

No pasaron ni cinco segundos de morreo cuando Sandra, dándose por vencida, empezó a besar con ganas los labios de Elena. Aquello ya era mucho para mí y si antes me estaba follando a Elena con ganas, ahora con mis empujones le iba a sacar la polla por la garganta. Si había llegado hasta allí y Sandra había aceptado todo aquello, a partir de ahora no me iba a cortar en nada e iba a pedir todo lo que se me apeteciera.

Y claro, mientras que ellas seguían comiéndose los morros cada vez con más ganas y Sandra seguía tocando los pechos de Elena cada vez con más vicio, yo, que soy degenerado total, no contento con tener el coño de Elena a mi disposición y a mi mujer tocando chicha femenina, también quise participar en aquella fiesta particular. Ver cómo dos mujeres se regalan sexo entre ellas es una cosa realmente erótica, y más si una es tu propia esposa, pero si encima puedes participar con el beneplácito de ellas, es de lo más perverso, ¿no creéis? Así que con el propósito de conseguir que me invitasen, sacándola del coño de Elena me monté en la cama y acerqué mi rabo a sus labios.

Aquello fue como una reacción en cadena. Las dos, como si de un dulce se tratara, comenzaron a alternar los besos con lamidas en mi amoratado capullo que aún debía saber al coño de Elena. No me lo podía llegar a creer, Sandra, mi puritana Sandra, la que jamás quería romper un plato y que entre ayer y hoy había roto ya tres vajillas completas, en ese momento me estaba haciendo disfrutar como nunca comportándose como una verdadera cerda. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar?

Dispuesto a saberlo, puse manos a la obra.

- ¡Tengo que parar! - les dije cuando más lanzadas estaban las dos.

- ¿Qué pasa? - preguntó Elena.

- Que si sigo viendo como os coméis a besos con mi polla entre vuestros labios, me voy a correr irremediablemente - les dije de forma clara y concisa.

Otra vez usé la verdad a medias, pero esta vez, con un claro sentido, ver a mi mujer retozar sobre la cama con Elena, ¿lo conseguiría?

Las dos se echaron a reír al escuchar mi confesión. En aquel momento me dio un poco de igual que se rieran de mí, yo no quería que aquel sueño acabase. Dos mujeres, dos preciosas mujeres con pechos extraordinarios, culos impresionantes, coños alucinantes y que además me la estaban comiendo a medias mientras la una tocaba a la otra, no se tenía todos los días. Así que con la intención de seguir disfrutando todo el tiempo posible de aquella quimera hecha realidad, me tumbé en la cama haciéndolas creer que iba a parar durante un rato.

- ¿Qué queréis hacer ahora?

- ¿No sé?,¿qué os apetece? - dijo Sandra estirando el brazo para coger el paquete de tabaco y encender un cigarro.

- ¿Qué te parece si, para que nuestro hombre no se corra todavía, jugamos tú y yo delante de él un ratito, Sandra? - sugirió Elena quitándole el cigarro de la mano, darle una calada y entregármelo a mí.

¿Qué se proponía aquella zorrona para tener que dejar las manos de las dos mujeres desocupadas?, ¡seguro que algo bueno, no! ¡Sí!, ¡lo reconozco!, Elena era la más guarra de las guarras, pero la sugerencia que dio a la pregunta de Sandra era justo la que yo iba a dar. Eso sí, dándola ella a mí me dejaba libre de pecado ante mi adorada mujer.

De nuevo, la respuesta de Sandra se hizo esperar. Volvió la cara hacia la pared y estuvo unos cuantos segundos, que me parecieron horas, en silencio. En aquel angustioso y difícil momento, yo ya sabía que no iba a permitirlo.

- ¡Me parece buena idea! - respondió por fin, dejándome con cara de gilipollas, pero eso sí con la cara del gilipollas más feliz del mundo.

No podía hacer nada más, si a ella le parecía buena idea yo no era nadie para decir lo contrario, ¿no creéis? Así que resignado cómo nunca y actuando igual que la noche anterior cuando Sandra pidió a los chicos un numerito especial, me pegué al cabecero de la cama dejándoles el suficiente espacio para que ellas jugaran con sus brillantes y sudorosos cuerpos a mis pies y que compartiesen saliva de sus húmedos y rojos labios que seguramente caería sobre sus pezones y que ellas mismas tendrían que limpiarse con suaves lamidas de lengua la una a la otra, ¡qué asco más rico, por dios! Mientras, yo tendría que aguantar aquella “espantosa” visión de ver como la jugosa entrepierna de mi mujer era devorada por otra mujer con unos lindos y preciosos pechos, que se bebería los flujos tan exquisitos que saliesen de su coño y que luego los llevarían a sus labios para compartirlos entre ellas en un húmedo beso, mientras luchaban con sus lenguas dentro de sus bocas. ¡Joder!, ¡qué mal lo iba a pasar sufriendo aquel suplicio! ¡Sólo de pensarlo casi me corro!

Y exactamente igual que se había recreado en mi cabeza unos segundos antes, Sandra y Elena comenzaron a comerse la boca mutuamente con pequeños besitos, mientras que yo, en mi labor de mirón, disfrutaba embobado y con la boca abierta sin dejar de sobarme la bolsa que guarda mis pelotas.

El espectáculo que tenía ante mis pies era digno de presenciarlo sin prisas y con la máxima atención por mi parte. Encendí otro cigarro y me cogí la cerveza.

- ¿Te gustan mis tetas, Sandra? - preguntó Elena con una voz realmente melosa.

¿Cómo para no gustarle?, aquellos formidables pechos eran dignos de una escultura.

- ¡Creo que sí! - contestó Sandra dejando claro que de tetas no entendía mucho.

- Las dos tenéis unos pechos preciosos, distintos pero preciosos - agregué yo pero creo que sin llegar a llamar la atención de aquellas dos preciosidades.

Sin hacerme de menos, las dos estaban totalmente concentradas en lo que estaban haciendo. No es que yo sobrara en aquel momento, pero me daba la impresión de que yo había servido para colocar el punto de apoyo y ahora ellas iban a mover el mundo. Pues nada, si yo tenía que ser la barra de aquel puntal lo sería, aunque intentaría por todos los medios que no sólo fuese de espectador.

- ¡Tócalos! - dijo Elena estirando el brazo para coger la mano de Sandra y ponerla sobre su ubre izquierda.

Sandra, aparentando estar bastante nerviosa, con la punta de sus dedos rozó levemente su pezón consiguiendo que tanto la piel de Elena, cómo la suya propia e incluso la mía, se erizaran y se nos pusiera la piel de gallina a los tres. En aquella erótica secuencia, queriendo ser algo más que un simple espectador como ya he dicho antes, poniéndome de rodillas en la cama me acerqué a sus cuerpos, cuerpos que sin hacer un calor extremo como en casa de Juanma, estaban cubiertos de una fina capa de sudor, posiblemente producido por la tensión del momento y que los hacía brillar de una forma realmente lujuriosa. Ahora, con Sandra a mi derecha y Elena a mi izquierda, me disponía a por lo menos, hacer lo mismo que ayer, mirar cómo disfrutaba mi mujer. La pena es no haber tenido la cámara de video a mano, pero, ¿quién me iba a decir a mí que esto terminaría así?, es más, ¿quién me iba a decir a mí que esto empezaría alguna vez?

- ¿Te gustan? - preguntó Elena que estaba mucho más confiada que Sandra y que en ese momento le magreaba el pecho derecho con toda la mano abierta.

Un sonoro pero dulce suspiro fue la única respuesta de Sandra que poco a poco se había ido animando y cada vez apretaba con más ganas la inmensa areola del pecho de Elena consiguiendo que su pezón aumentase tanto de tamaño cómo de consistencia. Esa dulce y excitante visión me obligó a poner a prueba la mansedumbre de Sandra y calibrar hasta qué punto sería capaz de llegar una vez alcanzado aquel nivel de excitación y desenfreno jamás imaginado por mí, y yo creo que incluso por Sandra, y para nada comparable con cualquier cosa que hubiésemos hecho juntos.

Ni corto ni perezoso, aprovechando mi privilegiada situación entre la dos, puse mis manos abiertas en aquellas dos aterciopeladas espaldas y recorriendo las dos columnas con las yemas de mis dedos, fui presionándolas a acercar aún más sus cuerpos y a dejar sus labios a pocos centímetros de distancia entre ellos. Elena, al verse tan cerca de aquella suculenta boca y de entender a la primera mi propósito, con toda la ternura del mundo acercó la suya y unió sus labios con los de mi mujer.

Sandra, que hay que dejar claro que en un principio no quería ni muerta, cerró los ojos para dejarse hacer y cómo si fuesen mis labios, inició un apasionado beso clavando su lengua en la garganta de Elena mientras que las manos de ambas continuaban masajeando los pechos de la otra.

Casi me desmayo de gusto cuando me separé un poco y eché un vistazo al frente. En aquel momento estaban abrazadas, con sus labios más unidos que nunca y sus tetas, juntas y pegadas por el sudor, se desbordaban por el lateral de sus cuerpos formando una imagen realmente maravillosa. Recuerdo incluso que tenían los cuerpos tan sudados, que mis manos se resbalaban cuando los tocaba.

¡Dios!, ¿qué he hecho tan bueno en la vida para merecerme esto? - volví a preguntar al cielo pero sin levantar la vista.

Y digo que sin levantar la vista porque justo en ese momento hice todo lo contrario. Aprovechando el desparrame de mamas que se presentaba ante mis ojos, bajé la cara y durante unos segundos chupé con ternura y dedicación la delicada galleta María que remataba la teta izquierda de Sandra. Luego, para no ser descortés, cambie de teta e hice lo mismo con la oscura areola que remataba el pecho derecho de Elena. Pero con ella, ya que era la novedad, me entretuve un poco más en mamárselo con lujuria y juguetear con mi lengua y dientes en él.  Aquella cata pezonera, para nada tierna caricia, tuvo que satisfacer a Elena porque al notar mi avispada lengua y sus hábiles movimientos sobre su piel, poniendo su mano sobre mi cuello me apretó contra aquella tremenda masa de carne caliente y sudada, sudor que la dejaba en su punto perfecto de sal.

Sandra, siguiendo mi ejemplo en degeneración, se metió el pezón izquierdo de Elena en la boca y empezó a chupárselo como si fuese un bebé. Aquella doble caricia consiguió que Elena disfrutara como una enana por tener a un matrimonio tan especial como nosotros, colgados de sus tremendos pechos.

Pero Elena, que parecía que aquello no era suficiente y quería más, estirando su mano fue buscando por el cuerpo de Sandra hasta encontrar el triángulo perfecto. Aquel leve contacto de sus dedos con la piel de mi mujer, supuso una sacudida nerviosa por todo el cuerpo de Sandra pero sin conseguir que soltase el pecho que tenía entre los labios.

- ¿Te gusta? - preguntó Elena con una voz realmente sensual.

La respuesta de Sandra fue evidente, sin dejar de amamantarse hizo un gesto positivo con la cabeza.

De pronto noté como Sandra se movía un poco y se abría ligeramente de piernas para dejar paso a que los dedos de Elena acariciaran su coño y jugaran con su clítoris.

- Antes has dicho que querías correrte, ¿sigues pensando lo mismo? - preguntó de nuevo Elena usando el mismo tipo de voz y logrando, casi sin ninguna dificultad, meter un dedo en el interior de Sandra.

De nuevo, el gesto afirmativo de Sandra acompañado de un fuerte suspiro que salió de su alma, fue más que evidente.

Elena, que por su forma de moverse me confirmó que aquella no era la primera vez que acariciaba el cuerpo de una mujer, cogiendo la mano de Sandra se la llevó hasta su entrepierna y la puso sobre su húmedo y caliente coño. Sandra, al notar el tacto de aquel hinchado mollete, la retiró automáticamente.

- ¿No quieres? - preguntó Elena a la par que aumentaba un poco el ritmo de la mano que masturbaba a Sandra.

- ¡Me da un poco de vergüenza! - confesó Sandra que en ese momento tenía la cara roja como un tomate.

- ¡No te preocupes, cariño!, déjame hacer a mí y ya verás que bien lo vas a pasar - le dijo dándole un suave beso sobre sus labios.

Aquellas dulces palabras de Elena, acompañadas de aquel apelativo tan romántico como era “cariño” parecieron tranquilizarla a la par que le daba ánimos para seguir.

- ¡De acuerdo! - susurró la que iba a dejar para siempre de ser mi heterosexual esposa para convertirse en algo que era bastante habitual por aquellos lares, ¡bisexual!

Elena al ver que las tenía todas con ella, con un leve empujón y una provocadora mirada, me insinuó que las dejase un momento a solas. Yo que aún estaba intentando creerme mi suerte por aquella caliente situación, hice algo que creí conveniente y que además tenía experiencia, me bajé de la cama y me senté en el sillón que había en el dormitorio para deleitarme viendo como disfrutaba mi esposa.

Elena, con todo el cariño del mundo hizo tumbar a Sandra boca arriba en medio de la cama y ella se colocó de rodillas entre sus piernas. Sus manos acariciaban los pechos para lentamente, muy lentamente, ir bajándolos para recorrer el interior de sus muslos y sacar leves gemidos de la garganta de Sandra cada vez que algún malvado dedo rozaba su hinchado. Sin parar de calentarla, con sus caricias se iba acercando hasta su conejito consiguiendo que Sandra se abriese cada vez más hasta poner uno de sus dedos sobre su monte de Venus y bajar lentamente por toda su raja hasta pararse en su clítoris que sobresalía de entre sus labios. Pero no sé por qué, la cara que tenía Elena me decía que no iba a resignarse a ponerla cachonda.

Y exacto, no me equivoqué. Cuando más rendida la tenía, la cogió por los muslos y le abrió las piernas dejándose caer sobre ella para darle pequeños mordiscos en los michelines y besitos en el ombligo e ir subiendo hasta sus pechos para luego llegar hasta su boca y volver a meter su lengua hasta la garganta de mi mujer.

Sólo por la dulce visión de verlas estrechamente abrazadas, con sus cuerpos y pechos pegados por el sudor en un intenso morreo que dejaba escapar la inquieta respiración de ambas, valía la pena estar excluido por un momento y verlo desde el sillón. Si no me hubiese apartado a tiempo, quizás no hubiese tenido el privilegio de disfrutarlo cómo lo hice.

Sería de tontos recalcar lo bien que se lo había pasado mi mujer durante el fin de semana, pero debo hacerlo ya que en aquel momento tan delicado y acordándose de mí, sin separarse de los labios de Elena, me miró con un aspecto realmente obsceno. Si durante el fin de semana había visto miles y miles de gestos de todos los tipos en la cara de Sandra, aquel era uno totalmente nuevo que me insinuaba que no se creía lo que estaba ocurriendo. Yo, para ser condescendiente con ella, le devolví la mirada acompañada de una mueca con el que le daba a entender que yo era feliz si ella lo era.

Elena, que iba por libre y que ni se percató de nuestras miradas, de la misma forma que subió por el cuerpo de Sandra, ahora hizo el camino inverso hasta la entrepierna de mi mujer interrumpiendo la trayectoria para pararse en su ombligo y llenarlo de saliva que después usó para embadurnar toda su barriga con la lengua.

- ¡Quiero ver tu coño!, ¿puedo? - preguntó Elena rompiendo el silencio reinante.

Y sin esperar respuesta, ya que Sandra desde que todo empezó estaba con los ojos cerrados y los labios sellados, siguió gateando hacia atrás para colocarse entre sus piernas, y de la forma más lenta que supo, separó sus labios mayores dejando a Sandra totalmente desarmada y a mí con la preciosa vista de su tremendo culo entreabierto.

Al verlo solo me faltó levantarme y ponerme aplaudir, ¡qué culo tenía la zorra, por dios!

- ¡Qué coño más bonito tienes, mi vida! - añadió Elena agachando la cabeza para olisquear el conejo de Sandra de la misma forma que hizo antes conmigo.

Y tras olerlo intensamente, levantó la cabeza y soltó un fuerte suspiro que sonó coincidiendo con otro aún más fuerte que liberó Sandra.

- ¡Cómo me gusta el olor de tu coño! - soltó cerrando los ojos queriendo quedarse con el aroma grabado en su mente.

¡Joder, que gracia!, había repetido el mismo chiste que hizo cuando me olió las pelotas. Pues nada, si hay que repetir, repitamos - me dije haciendo memoria para recordar que se dijo a continuación.

- Pues más te gustará su sabor, ¡cómeselo, zorra! - dije queriendo que no se olvidasen que yo estaba allí.

- ¡Sin dudarlo! - agregó Elena con una sugerente voz.

Y sin más, cómo la que no quiere la cosa, clavando la lengua en la raja de Sandra empezó a lamer su almeja haciendo que se recogiese las piernas con las manos para dejarle mejor acceso, mientras se retorcía de gusto en la cama. Una de las veces atrapó su clítoris entre sus dientes y tiró suavemente. Aquella desconsiderada caricia en vez de hacer que Sandra se quejase, consiguió el efecto contrario. Sandra estiró sus manos para ponerlas sobre la cabeza de Elena y enredar sus dedos entre los largos cabellos de su cabeza. Mi mujer estaba cómo loca ante los hábiles movimientos de lengua de aquella experimentada mujer que al ver como Sandra disfrutaba, con más ganas le abría el coño y con más ganas le hundía la lengua en él.

Elena al ver que Sandra aceptaba lo que ella quisiera, soltando la pequeña porción de carne que tenía entre los dientes comenzó a dar pequeñas lengüetadas sobre su abierto coño. Al notarlo, Sandra dio tal suspiro que creí que era su último aliento antes de morir.

Mientras que mi adorada mujer disfrutaba como nunca creí que pudiese hacerlo, yo, arrinconado en el sillón pero feliz cómo jamás, con mi polla a punto de reventar y con una gran cantidad de líquido espumoso en la punta del capullo, más del que nunca imaginé que podría expulsar, me cogí el nabo con dos dedos a la altura de los huevos y empecé a masturbarme muy lentamente mientras que Elena lamía y lamía el caramelo líquido que Sandra emanaba sin parar. No sin dificultad pude presenciar como la insaciable Elena introducía uno de sus gorditos dedos en el almibarado melocotón que en aquel momento era el coñito de Sandra consiguiendo que mi esposa pegase aún más su nuca a la almohada y que se apretase su propio pezón en cuanto notó como estaba siendo invadida.

Sandra, ahora con las dos manos, se amasaba las tetas con ansia mientras que Elena restregaba con deseo su cara entre los muslos y la perforaba con dos dedos logrando sacar palabras sin sentido de la garganta de Sandra. Sólo unas pocas, las más importantes, se entendieron perfectamente.

- ¡Me corro!, ¡no pares!, ¡me voy a correr! - dijo lanzando un fuerte chillido.

Aquel grito, que me sonó a un grito de desesperada, nos anunció lo que yo tanto esperaba y tanto había deseado en silencio, el orgasmo de Sandra producido por la boca de una mujer. ¡El primer orgasmo lésbico de su vida!, casi me muero de gusto.

Elena, queriendo dar el máximo placer a Sandra, seguía apretando su cara contra su cuerpo logrando que en pocos segundos se me corriera la parienta de una forma realmente abundante y desconocida por mí y por ella hasta aquel momento. Yo, que creí que Elena me iba a invitar a beber de aquella inédita fuente, lejos de hacerlo, clavó aún más su cara no dejando escapar ni una sola gota de aquel desbordante tajo mientras que Sandra se retorcía en la cama temblando de satisfacción.

- ¡Para, por favor!, ¡para! - gritó Sandra entre espasmos de nerviosismo.

Elena al escucharla, lejos de parar siguió moviendo sus dedos lentamente hasta que mi mujer estiró la mano y la puso sobre la de Elena pero sin llegar a conseguir que parase. Esta al entender lo que ocurría, sin sacar los dedos pero parando de moverlos, se dejó caer sobre la barriga de Sandra que subía y bajaba de forma rápida gracias a la entrecortada respiración que Sandra emitía.

Si el silencio que había antes era sorprendente, ahora era impresionante. Sólo se escuchaba el nervioso jadeo que Sandra emitía sin cesar y los leves besos que Elena no paraba de dar en la barriguita de mi mujer.

Como podréis entender por lo que he contado, yo estaba más caliente que el palo un churrero. Estaba a punto de ver estallar entre mis manos las venas de mí duro y caliente cipote. Estaba deseando ponerme en pie y lanzarme entre aquellas dos magníficas mujeres y repartir todos los besos y caricias que tenía guardados, pero no sé por qué, un sexto sentido o quizás fue Minga, no lo sé, me dijo que no lo hiciese y que las dejase continuar a solas. ¿Pero cómo podía quedarme indiferente antes dos monumentales mujeres que se estaban magreando a escasos centímetros de mí?, ¡ni idea! Así que haciendo caso a Minga, mejor preferí seguir dando cera a mi mástil, pero eso sí, muy despacito, muy despacito, ¡no quería correrme a solas otra vez!

- ¿Parece que no te disgustado, no? - preguntó Elena que, como todo el tiempo, era la única que hablaba.

- ¡No ha estado malamente del todo! - respondió Sandra usando nuestro particular chascarrillo.

Aquel dicho y su cara de felicidad me dieron a entender que se lo había pasado de miedo.

Satisfecha como pocas veces la había visto, levantó un poco el cuerpo para darle un beso en la mejilla a Elena rozando levemente sus tetas en la cabeza de esta, Elena al notarla giró su cabeza para recibirlo. Se notaba, no sé por qué, pero estaban encantadas las dos por lo que acababan de hacer, y yo ni os cuento. Y aunque nadie se acordaba de mí, de momento no me importó, ellas estaban disfrutando el instante y yo no debía romper la magia del momento, ya llegaría mi oportunidad.

- ¿Serías capaz de hacer lo mismo conmigo? - preguntó Elena al creer que Sandra estaría dispuesta a darle el mismo placer que antes había recibido de labios de Elena.

Mi mujer no contestó, se limitó a bajar de nuevo la boca y besar otra vez sus labios.

- ¿Qué me respondes? - volvió a preguntar Elena al ver que no tenía una respuesta clara.

Sandra, que no paraba de suspirar, no sé si por tener la intención de hacer caso a Elena o por excitación del momento vivido anteriormente, con un gesto suave empujó la cabeza de Elena para que se levantase de su cuerpo y con otro gesto, aún más cariñoso, le cambió el sitio logrando que ahora quien estuviese tumbada con la cabeza a los pies de la cama fuese Elena. Acto seguido se puso de pie y se acercó hasta donde yo estaba y me dio un suave beso en los labios que me dejó impregnado de un extraordinario olor a vicio.

Sin decir nada pero sin dejar de mirarme con aquella maliciosa cara que tanto me gustaba y me gusta, cómo buena perrita que es, se puso de rodillas en el suelo quedando entre mis piernas a escasos centímetros de mi nabo. Con mi fusta lista para soltar latigazos a troche y moche y con una yegua desbocada tan cercana a él, sin pensarlo me la cogí y me lie a zurriagazos con su cara dejándola toda manchada de mis suaves líquidos. Ella, sabiendo lo que quería hacer, parándome se la introdujo en la boca y empezó a chupar con desvergüenza pero lenta, muy lentamente, logrando que me tirase hacia atrás para disfrutar de aquella imprevista mamada. Los muchos fluidos de mi cipote mezclados con sus abundantes babas hacían que cada vez que se la metía en la boca, sonara ruidosamente.

De repente, paró. ¡Menos mal!, si no para, ¡la lío parda!

Sin dejar de mirarme, abrió su boca para que pudiese ver el montón de babas y jugos que tenía en su boca. A continuación, haciendo burbujas de espuma con la mezcla como si fuesen pompitas de mistol, empezó a soltarla dejándola correr por su barbilla y llegando hasta sus lindos melones. Aquella espectacular atracción de feria me obligó a cogerla por el cogote y llevarla hasta mi ciruelo para que no desaprovechara tanto lubricante natural, pero ella, que mantenía aquella cara de vicio sin quitar ojo de la mía que debía de ser de total angustia por qué me la chupara de una vez, echando la cabeza para atrás con fuerza se resistió a mis encantos.

- ¿Por qué no? - pregunté sin llegar a entender.

Sandra se quedó un silencio y luego me contestó.

Lo que mi mujer me preguntó a continuación, me produjo una reacción nerviosa que aún no sabría explicar.

- ¿Te gustaría que me comiese su coño? - me preguntó directamente.

- A mí me encantaría verte, pero eso lo tienes que decidir tú, ¿no crees? - respondí poco convencido.

Y sin responder de nuevo, bajó su cabeza y me dio un sonoro beso en lo alto del capullo, agradeciéndoselo este con un par de viscosas lagrimitas.

De rodillas como estaba y con el sabor de mi ciruelo en sus labios, su cara y sus tetas, se dio media vuelta y empezó a reptar dirección a la cama. ¿De verdad lo iba a hacer?, el último día que la vi gatear fue para comerle el nardo a Juanma, ¿haría ahora lo mismo con el gran coño de Elena?

Ahora mismo os lo cuento pero primero he de confesar que si lo del sábado con Juanma y sus amigos lo he relatado tan al detalle es, sin duda, gracias a las cuatro cintas de video que grabamos con la cámara de Juanma y que veo cada dos por tres, pero todo esto que os estoy contando ahora y que sucedió sin ningún tipo de preparación una libertina tarde de lunes, está saliendo de mi mente. De mi mente pero no de mi fantasía, todo es real como os he comentado antes, ¡os lo juro! Es más, lo tengo todo tan bien grabado y tengo un tan agradable recuerdo de aquellas apenas tres horas, que soy incapaz de olvidarlo e incluso soy capaz de contarlo con tanto lujo de detalles que yo mismo me asombro de mi capacidad de almacenamiento.

Ahora al turrón…

Gateando y ronroneando como si un gatito celoso fuera, se fue subiendo a la cama para cumplir con su palabra. Al llegar al lado de Elena, se paró justo a la altura de sus inmensos melones que al estar tumbada los tenía planos y desbordados. Sandra haciendo una locura más, agachó su cabeza y se metió uno de los tremendos pezones de Elena en la boca empezando a mamar de aquel generoso pecho, luego, dándose poco a poco la vuelta sobre sí misma para colocar una pierna a cada lado del cuerpo de Elena, fue deslizando su lengua por el amplio estómago de esta y se puso a dar lamidas alrededor de su ombligo.

Elena, que estaba que se subía por las paredes, levantando un poco el cuerpo, empujó con fuerza la cabeza de Sandra para que se dejase de tonterías y gilipolleces y de verdad se dedicara a lo que realmente tenía importancia, el interior de sus muslos y sus colgantes labios vaginales.

Ahora el molletón de Elena quedaba justo a la altura de su boca y el de mi mujer quedaba otra vez a merced de los labios de Elena. Sandra lo miró, se giró a un lado para mirar a Elena, se giró al otro para mirarme a mí y finalmente terminó por claudicar y meter sus labios entre los de ella para hacer un perfecto sesenta y nueve, empezando una preciosa y húmeda comida de coños la una a la otra.

- ¡Joder, como me come el coño la cabrona!, ¿no decíais que era novata?, ¡pues menos mal! - gritó Elena girando un poco la cabeza para mirarme.

Y dicho aquello, de nuevo sumergió su cara en la entrepierna de Sandra para comenzar a lamer aquella almeja de una forma bastante ruidosa. Sin duda, Elena se iba a llevar una buena ración de coño.

Cómo podéis imaginar, mientras presenciaba aquel espectáculo tan “bochornoso” de ver cómo mi mujer se encontraba barriga con barriga y buceaba con su lengua entre los sabrosos labios de un inflamado coño que hacía un ratillo yo me había merendado, yo, obligado por las guarras escenas que mi mujer me estaba brindando me empecé a estrujar los huevos con todas mis fuerzas casi hasta el punto de hacerme daño, mientras que con la otra mano me apretaba de forma exagerada el capullo haciéndome una paja súper lenta pero con unos fregoteos extraordinarios. ¡Cómo me dolía aquel castigo que me estaba aplicando en el nabo, pero cómo me gustaba!

Aquel singular intercambio de flujos en el que cada una lamía el chocho de la otra fue mejorado cuando vi que Elena, que era a la que tenía más cerca de mí, fue metiendo un par de dedos en el coño de Sandra mientras que un tercero se empeñaba en conocer el interior del culo de mi mujer. Sandra al notarlo, soltó un pequeño gemido de desagrado y movió las caderas como diciendo que no, pero un rápido pase de la lengua de Elena por la pepitilla de mi mujer hizo que se convulsionase de gusto y dejase de menear el culo. Inesperadamente, Elena sacó los dedos de su coño y prolongó el lametón hasta llegar al oscuro objeto del placer que Sandra tanto protegía, dejándoselo totalmente bañado de salada pero suave saliva.

Si digo la verdad, en aquel momento seguía sin tener ni puta idea de qué había hecho yo tan bueno en mi puñetera vida cómo para encontrarme en aquella situación y para colmo, en compañía de Sandra.

Elena, con una lengua que valía su peso en oro, insistía e insistía en dejar el privado conducto de mi mujer lo más mojado posible. Y tanto y tanto insistió que os prometo que lo consiguió. Vale que Sandra ya no sea aquella mujer de culo estrecho que yo conocía, y mucho menos desde que coincidió con César aquella dura noche, pero aun así, su semi cerrado culo fue cediendo a la presión de sus dedos. Se lo introdujo y una vez que lo tuvo dentro, comenzó a menearlo en su interior. ¡Quién hubiera conocido a Elena mucho antes para que me hubiese dado lecciones de abrelatas!

Desde mi posición sofaril veía como Elena una y otra vez hundía suavemente el dedo hasta el nudillo en las mullidas carnes de Sandra para luego volverlo a sacar y conseguir con ello que mi mujer dejara de quejarse y que cada vez se menease con más placer sobre ella y diese ahogados gritos de satisfacción, ya que su boca se encontraba totalmente hundida sobre la tremenda raja del coño de su recién conocida amante. Acompañando el ritmo de su dedo con mi mano en mi cimbel, estuve siguiendo con mis ojos como mi amada esposa era follada analmente por los dedos de una tortillera, ¡perdón, bisexual!, convirtiéndola a ella, sin saberlo aún, en otra bollera más, ¡perdón otra vez!, ¡bisexual! Pero después de varios minutos deleitándome de aquella combinación de lamidas coñeriles , chupeteos clitorianos, incursiones anales y finalmente follada rectal, a pesar de no querer que aquello terminase porque no me imaginaba a Sandra una segunda vez comiéndose un chumino, no pude más.

Levantándome del sofá de forma impulsiva dispuesto a follarme a Sandra mientras ella se comía un coño, me puse de rodillas en la cama sobre la cabeza de Elena dejando mis huevos a la altura de su frente. Juro que aquello que hice lo hice sin intención, pero puedo asegurar que tuvo un resultado inmejorable.

Al notar en mis pelotas el roce de la piel de su frente sudorosa, una especie de repelús nervioso corrió por todo mi cuerpo. Escalofrío que yo creo que ella notó porque sin decir nada, dejó por un momento el jugoso conejo de Sandra para empezar a juguetear con su cálida lengua en la bolsa cojonera que colgaba entre mis piernas. Si al tocar su frente me estremecí, cuando sentí la humedad de su lengua sobre mis pelotas casi me corro, ¡joder!, que desmesurado gusto puede dar una mujer con una caricia tan pequeña.

- ¡Hostias!, cómo me gusta el olor de tus pelotas - comentó Elena desde las profundidades.

Yo, en vez de contestar posé mis manos sobre los cachetes de Sandra y empecé a recrearme en su piel y en la amplia raja que lo dividía en dos. Sandra al notar que eran mis manos las que la acariciaban, estirando uno de sus brazos hacia atrás, cogió mi mano y al igual que hizo antes con el agujero de Elena, puso mi dedo en su entrada empujándolo ella misma para guiarlo hasta el interior pero sin dejar de lamer y chuperretear los tremendos labios vaginales de Elena.

Si durante todo el tiempo anterior estuvo gimiendo de placer sin parar de chupar, ahora con mi mano hurgando en su culo se retorcía sobre el chorreante cuerpo de Elena y aullaba cómo la niña del exorcista . ¡Cuánto vicio tenía mi mujer dentro y cómo lo estaba demostrando!

Estaba en la gloria, no puedo decir otra cosa. Imaginaos la escena por un segundo, mi mujer con su cara clavada en el coño de otra mujer, aquella otra mujer con mis pelotas entre sus labios y yo, que había dejado de ser un invitado de piedra para convertirme en el Rey del Mambo , estaba taladrando con todo el fervor del mundo, el castigado culo de mi mujer, ¿creéis que habría algo más en el mundo que mejorara mi situación?, yo tampoco lo creía, pero sí, sí que lo había. Os cuento.

Aquella incansable lengua que me lamía las pelotas y que me las estaba dejando totalmente empapadas en saliva, era bastante más curiosa de lo que yo me hubiese imaginado nunca. La guarra de Elena, olvidando por un momento a mi mujer, sacó sus brazos y los puso sobre mi culo para obligarme a levantarme un poco. Una vez que lo consiguió, una mano la dirigió hasta mi bien engrasado cipote para darle las caricias que se merecía mientras que con su otra mano me separaba un poco las cachas del culo para clavar su viperina lengua en mi adorado cerito. Al notar aquella caricia que tantos y tantos placeres me había provocado en mi vida, me abrí de piernas todo lo que pude para dejarle el camino libre y enterrara su lengua hasta dónde ella desease.

Ya sabéis que aquella caricia la había recibido miles de veces por Sandra y que una vez vino de la boca de Juanma y también sabéis, cómo dije en su momento, que no me disgustó, pero el que me lo hiciese Elena mientras que Sandra hacía lo que hacía, no tenía ni punto de comparación. Elena había dejado a Juanma a la altura del betún, ¿qué digo del betún?, ¡por debajo de este!

Cerrando los ojos y parando el ritmo que llevaba mi mano en la intimidad de Sandra, me dediqué unos segundos a disfrutar de aquel momento cómo realmente lo merecía. Y sin esperarlo pero sabiendo de antemano que aquello iba a ocurrir, la mano que no me tenía agarrado por el estoque empezó a hurgar en el agujero de mi culo. Cuando su dedo desapareció en mi interior casi me desmayo de gusto.

Cómo ya os habréis percatado por lo que he contado que soy de corrida fácil, para alargar la situación saqué mi dedo del culo de Sandra y obligué a Elena a que me soltase el badajo y que se dedicase en cuerpo y alma a lo que realmente me estaba matando de gusto, mi culo. A aquella zorra poco le importó que le quitase la mano, a la primera entendió perfectamente lo que yo quería y sin decir nada, siguió chupándome los huevos mientras que masajeaba de una manera casi perfecta mi próstata con su regordete dedo índice.

Y si antes tenía el cipote duro como el acero, ahora lo tenía como un burro. Aquella pegajosa lengua se revolvía entre mi escroto y mi perineo, es decir aquella zona tan sensible que tenemos los hombres entre el culo y los huevos o entre el coño y el culo las mujeres, y unos cuatro centímetros de su dedo tocaban el interior de mi recto haciéndome sentir el hombre más afortunado de la tierra.

- Sandra, esto no me lo habías contado, ¡qué calladito te lo tenías, guarra! - gritó Elena.

- Si te lo cuento todo desde el principio, ¿qué gracia tendría? - contestó mi mujer entre risas sin saber muy bien a qué se refería Elena, pero consiguiendo que por primera vez en los últimos diez minutos, separase su cara de la piel de Elena.

Al escuchar la voz de mi Sandra, abrí los ojos y la miré. La imagen que vi me llenó de esperanzas. Su cara, su preciosa cara estaba totalmente llena del brillante y espeso líquido que Elena rezumaba por el higo.

- ¡Pues tendré que seguir investigando! - añadió Elena.

Acto seguido, empezó a follarme con más fuerza y a lamer polla, culo y huevos sin parar hasta que no pude aguantar más.

- ¡Al carajo!, ¡si me corro, pues me corro! - dije dispuesto a acabar con aquel suplicio por el que estaba pasando.

Aquello que dije lo dije realmente para mí porque aquellas cabronas ni tan siquiera levantaron la cabeza para hacerme caso, pero bueno, yo a lo mío.

En la misma postura que estaba, acerqué la polla al coño de Sandra. Elena, sin dejar de menear su dedo, me cogió la polla con la mano para dirigirla al punto de entrada, pero antes pude comprobar por enésima vez que Elena pertenecía a un notable círculo de chuponas a las que les encanta tanto la carne como el pescado. Levantó la cabeza cómo pudo, estiró de mi rabo hacia atrás y me dio una mamada de apenas diez segundos que me dejó a punto de reventar. ¡Aquella mujer era el vicio personificado!

En cuanto me liberó de sus labios, me agarré a las anchas caderas de mi mujer y con el calentón que tenía, de un empujón, aún más fuerte del que le di antes a Elena, se la clavé con toda la fuerza que pude consiguiendo que Sandra y su cabeza se separasen un buen trozo del coño de Elena. Eso sí, la polla entró sin ninguna dificultad pues el coño de mi mujer estaba totalmente mojado gracias a sus flujos y sin duda, gracias a la espumosa saliva de Elena que incluso corría por los muslos de Sandra.

Y cuando di con la punta de mi polla en lo más hondo de su ser, Sandra dio un gran gemido de placer haciéndome el hombre más feliz del mundo.

- ¡Elena!, ¿han entrado los huevos? - preguntó Sandra con la voz entrecortada y riéndose ella misma de su comentario de antes.

- ¡No! - contestó Elena - Pero será mejor que mire por delante por si te ha salido por la boca. ¡Qué empujón más bestia te ha dado este cabronazo!

Sin hacerle caso a aquel comentario, empecé a meterla y sacarla a gran velocidad para darle a Sandra todo el gusto que se merecía. Mientras que me la follaba podía notar como Elena, aun debajo de Sandra y muy cerquita de mis pelotas, ahora sólo pasaba sus manos por mis huevos llegando a veces a tocarme el agujero del culo con sus dedos.

Hubiera firmado por quedarme así para toda la vida pero tuve que bajar el ritmo para poder aguantar y no ser el primero que se corriese. Y por suerte aquella tarde, raro en mí, no fui yo el primero. Sandra de repente levantó la cabeza y dio un grito que se tuvo que escuchar en toda la casa.

- ¡Me corro, vida!, ¿te gusta cómo se corre tu puta? ¡No pares Elena, no pares de tocarme el coño!

Al escuchar de los labios de Sandra el nombre de Elena entendí que mientras yo me la follaba, Elena desde abajo no había parado de tocarle la pipa y se estaba corriendo gracias a los dos, a mí por la follada y a Elena por la pajita. Aquella situación, aunque no pudiese verla, me puso aún más cachondo.

- ¡Sí, córrete, cielo mío! - le contesté mientras que me la follaba mucho más rápido.

La corrida de Sandra hizo que se quedase sin fuerzas.

- ¡No puedo más, me rindo!… No sé ni cuantas veces me he corrido este fin de semana - dijo Sandra dejando caer su cuerpo sobre el cuerpo de Elena, restregando sus sudadas tetas con la barriga de ella.

Al tumbarse, mi polla salió directamente de su coño. Bajé la vista para mirarme el cipote y me encontré la cabeza de Elena que sobresalía entre los muslos de Sandra. No me lo pensé, tumbándome sobre el cuerpo de Elena y dejando caer mi cabeza entre la raja del culo de Sandra, le metí la polla en la boca siguiendo con el mismo ritmo de follada que antes tenía con mi mujer.

Me hubiese gustado seguir así hasta correrme, pero para Elena tenía preparada otra idea y a la par, ver hasta dónde era capaz de aguantar Sandra. Así que sin dejar pasar más tiempo, la saqué de su boca.

- ¡Hacedme hueco en la cama! - les dije, cosa que hicieron automáticamente para yo poder tumbarme en medio de la cama con la polla mirando al techo.

A continuación estiré mi brazo y le hice un hueco a Sandra para que se acostase a mi lado con su cabeza en mi hombro y dejándome espacio para que le pudiese tocar los pechos

- Antes me la he follado yo a ella, ¿quieres ver ahora cómo me folla ella a mí? - le dije a Sandra mientras que mis dedos jugaban con uno de sus pezones - ¡Igual nuestra profesora particular nos enseña algo nuevo!

- ¡Si tú quieres, vale!, pero no creo que me enseñe nada nuevo - contestó usando su típica chulería.

- ¿Quién sabe? - contesté más ilusionado un niño el primer día de escuela.

Y tras decir aquello, le pedí a Elena que se sentara sobre mi rabo y que me follase.

Yo sabía que en cuanto aquella imponente jamona de rollizas caderas se sentara sobre mí y me follara un par de minutos con su calentito coño, me costaría sudores y lágrimas no correrme de forma inmediata y que mi leche saldría a chorros, lo sabía perfectamente, nunca fallaba con Sandra. Pero no importaba, en aquel momento solo pensaba en cuál sería la reacción de mi mujer viéndolo en primer plano. Sí, es verdad, no hacía aun ni quince minutos que me la había follado delante de ella, pero antes Sandra estaba más caliente que un jarrillo lata y sin embargo, ahora en frio tras la segunda corrida, ver cómo mi polla entraba y salía de otro coño que no era el suyo podría ser harina de otro costal e incluso podría llegar a ponerla celosa.

Mientras tanto, Elena, que cómo ya he dicho otras veces era más puta que las gallinas colorás , al escuchar mi petición, no se paró ni a pensarlo. Se puso en cuclillas sobre mi cuerpo, me agarró el nabo y se lo puso en la entrada de su horno dejando caer todo su peso sobre mí y metiéndosela hasta el tope de mis huevos, para quedarse sentada sobre mí y lentamente empezar a follarme de forma majestuosa.

Mientras que con mi mano izquierda tocaba los pechos de Sandra, con la derecha magreaba el culo de Elena notando como subía y bajaba con mi polla en su interior. Aquella mujer no me estaba follando, aquella mujer me estaba ordeñando la polla. Pero la divina visión de aquel par de inmensas tetas rebotando con la follada me ponía malito. Ver cómo se balanceaban de un lado a otro, cómo subían y bajaban, era todo un espectáculo digno de presenciar, tan digno que tuve que dejar de sobetear su culo y con mi mano libre abalanzarme sobre aquel par de gigantescos melones. Sandra al verme cómo la manoseaba, dejándome de una pieza estiró su mano para coger el pecho de Elena que le quedaba más cerca y comenzar a acariciárselo conmigo.

Elena, que se sentía grandiosa por tenernos a ambos a su merced, no paraba de jadear como una zorra mientras que en su cara de golfa se marcaba una amplia sonrisa de victoria. Me miraba a mí, miraba a Sandra, luego me volvía a mirar a mí, ¿cómo explicarlo?, ¿no sé?, sólo sé que aquella mujer que no paraba de examinarnos con una maliciosa mirada, saltaba y saltaba sobre mí haciendo que sus gordas tetas y su prominente barriga botasen de alegría. Aquella mujer, que por un momento pensé esta mañana cuando la conocí que tenía carilla de inocente, en aquel momento me di cuenta que realmente lo que tenía era cara de furcia complacida. Y si lo tenía claro, más claro me lo dejaron sus palabras.

- ¡Me corro, Sandra! - dijo de repente Elena por segunda vez aquella tarde.

Y aunque debo decir que aquella putona fue bastante rapidilla en correrse y yo muchísimo más lento de lo que esperaba, esas eras justo las palabras que yo deseaba escuchar.

Al oírla dejé los pechos de Sandra y las tetas de Elena y puse las dos manos en su culo apretándola contra mi cuerpo para que parase la follada dejando la corrida a medias y con un calentón del quince. Cómo era de esperar, de inmediato empezó a protestar pero casi no le di tiempo, le levanté un poco el culo y empecé a metérsela y sacársela a toda velocidad. La muy zorra al notar aquel roce tan intenso entre las paredes de su coño, haciéndome un daño tremendo me clavo las uñas en los hombros justo en el momento que empezó a gemir con cada metida de polla que le daba.

- ¡Me corro!, ¡me corro!, ¡no pares, quiero tu leche! - gritaba la muy puta, clavándome las uñas hasta el sentido.

- ¿Sandra, te importa que me corra dentro de ella? - pregunté entre gemidos a mi mujer que miraba totalmente ensimismada cómo empujaba con fuerzas dentro de otra mujer que no era ella.

- ¡Hazlo cabrón!, ¿qué más da lo que diga ella? ¡Córrete dentro y lléname de tu leche! – gritó Elena sin tan siquiera abrir los ojos ni soltar las uñas de mis hombros.

- ¿Te importa? - le pregunté nuevamente a quien realmente debía decidir si sí o si no.

- ¡Córrete dentro, mi vida!, ¡qué sé que lo estás deseando! - me dijo acariciándome el pelo y dándome un sincero beso de amor en la mejilla.

Aquellas palabras y aquella aceptación plena por parte de Sandra me excitaron aún más, entre otras cosas por sólo pensar en la idea de poder correrme dentro del segundo coño de mi vida.

Y en aquellos dulces pensamientos estaba cuando escuché la voz de Elena.

- ¡Me estoy corriendo! , ¡no pares ahora, por dios!, ¡no pares! - me dijo con voz entrecortada y dejando caer el cuerpo sobre sus brazos para dejar sus tetas colgando a la altura de mí pecho.

Su cabeza, a pocos centímetros de la mía, se balanceaba de un lado a otro mientras gritaba y gritaba como una verdadera puta. Aquel movimiento de cabeza unido a los fuertes meneos de cadera que me estaba propinando y que estaban consiguiendo que mi polla entrase hasta el fondo y que mis pelotas chocasen contra el frontón de su mojado coño, lograron que mis huevos entrasen en ebullición y se pusiesen duros como piedras. Elena me estaba follando como si mañana se fuese a acabar el mundo y yo, que creía que podría morir en el intento, no paraba de gemir y besar los preciosos labios de Sandra.

- ¡Si sigo, yo también me corro! - le dije mientras que empujaba mi pelvis contra su coño para parar un momento.

- ¡No!, ¡no pares, por favor!, ¡sigue! - suplicaba Elena que continuaba con los ojos abiertos pero mirando a no sé muy bien dónde.

Pero cómo soy más cabrito que otra cosa, sin dejar de follármela, aquel veloz movimiento lo convertí en un suave zarandeo en el que le metía el nabo hasta los huevos, se lo sacaba hasta la mitad y se la volvía a clavar con fuerza, una y otra vez logrando que los gemidos de aquella fulana recién corrida y con el coño realmente sensible, volviesen a ser desgarradores. Estaba gozando cómo lo que realmente era, una puta barata.

Pero a pesar de llevar un ritmo lento y constante, mi corrida estaba más cercana que nunca, así que sin querer reprimirme por más tiempo, me agarré a las tetas de Elena cómo si fuese el manillar de una bicicleta y tripliqué el ritmo de mis caderas hasta por fin reventar dentro de su coño como si fuese un volcán, rellenando el gordo coño de Elena de todo mi magma.

- ¡Sí, cabrón, córrete!, ¡córrete dentro de mí!

Aquella jodía zorra al notar cómo mi leche le achicharraba las entrañas, sin poder remediarlo empezó a gritar de nuevo diciendo que se corría. Un segundo y brutal orgasmo se derramó como un gran manantial de flujos que incluso corrían por el interior de mis muslos.

Ahora mismo no sabría decir cuánto tiempo me la estuve follando, no creo que mucho, pero he decir que aquella estupenda corrida me recordó a los mejores polvos que había echado con Sandra. Casi siempre nos corremos los dos a la vez y siempre que puedo le dejo el coño totalmente empapado en mi leche.

Tras aquella gloriosa corrida a dúo, me quedé hecho una verdadera bazofia, pero eso sí, la bazofia más feliz del mundo. Elena se había dejado caer completamente sobre mí clavando sus puntiagudos pezones en mi pecho y esparciendo sobre mi cuerpo la gran cantidad de sudor que aquella mujer había acumulado en sus tetas. Ninguno de los dos teníamos fuerza para más.

A los pocos segundos y recordando que Sandra estaba a nuestro lado, empujé a Elena para que se quitase de encima de mí y yo pudiese agradecer a Sandra su guinda sorpresa. Elena se echó hacia el lado vacío que quedaba en la cama y se quedó tumbada de lado con los ojos cerrados dejándome a la vista como sus dos enormes melones se agolpaban el uno sobre el otro, ¡qué foto!

En cuanto me sentí liberado, me abalancé sobre Sandra. De sus ojos salían dos pequeñas lágrimas. Un agudo dolor invadió mi corazón, ¿qué había hecho mal?

- ¿Qué te pasa, mi vida? - pregunté un poco atemorizado.

Realmente me sentía incómodo viendo la cara de impresión que tenía mi mujer y que daba la sensación de no creerse lo que acababa de ver.

- ¿He hecho algo mal?

Cómo respuesta tuve un silencio. Simplemente se limitó a pasarse la mano por los ojos para limpiarse las lágrimas.

He de decir que todo lo que pasó, yo lo busqué y tarde o temprano estaba seguro de que pasaría. Lo deseaba, lo quería y fui sugiriendo cosas a mi mujer para que fueran pasando cosas hasta que al final paso de todo. Ahora no me podía quejar si ella se sentía mal, aunque bueno, ella tampoco podía ¿no creéis?

- ¡Contéstame, por favor!, me siento fatal en este momento. ¿Te he hecho daño?

En aquel momento mis ojos se nublaron y se llenaron de lágrimas.

- ¡Claro que no, tontorrón!, realmente fui yo quien te trajo hasta aquí para cumplir otra de tus locas fantasías, ¿no? - me respondió acercando su mano a mis ojos para limpiarme.

Mis pelotas, que estaban a la altura de mi cuello, al escuchar sus palabras bajaron directamente adonde siempre debían haber estado.

- ¿Lo dices de verdad? - pregunté un tanto apabullado.

- ¿Cuándo te he mentido yo? - preguntó ahora sí, con carita bastante más alegre.

No contesté para no romper la magia, pero mi Minga que estaba bastante más centrada que yo, me hizo un comentario.

¿Cómo que cuándo?, en los últimos cuatro días más que nunca, ¡mamona!

Mis labios, aun impregnados con el sabor de los pechos de Elena, se acercaron hasta su boca para unirnos en un tierno beso de amor, beso que ella correspondió pero sólo durante un par de segundos.

- Ahora déjame que te limpie la polla, que seguro que esta guarra te habrá pegado algo - dijo mirando hacia mi nabo que en aquel momento, a pesar de estar flojilla por la reciente corrida, aún brillaba por los flujos de Elena y de mi leche.

No me negué, no me reí, no hablé, simplemente me encogí de gusto cuando agachándose hasta mis pelotas, me la cogió y empezó a darme con la punta de su lengua en el capullo para limpiar la poca leche que podía quedar.

Si alguna vez habéis tenido la suerte de que os la coman recién ordeñado, sabréis de lo que estoy hablando, si no lo habéis probado nunca, no tenéis ni idea de lo que es el verdadero placer. Y aunque te da incluso un cierto dolor el que te lo hagan, no desaprovechéis la oportunidad. Es algo sublime, ¡lo prometo!

Y mientras que Sandra me hacía el trabajito de chapa y pintura en el descapotable, Elena levantó la cabeza para mirar a Sandra.

- ¡Pero qué buena idea has tenido, guapetona!…,¿qué mejor fin de fiesta que una buena mamada a dúo? - sugirió Elena.

Y sin esperar respuesta, se puso a comerme los huevos como a mí más me gusta, con la punta de la lengua. A los pocos segundos las dos chupaban con ansia pero esta vez, en contraste con la primera vez que lo hicieron, no había problema cuando sus bocas se rozaban, es más, yo creo que incluso más de una vez dejaron mi rabo a un lado para comerse un poquito los morros.

Así estuvieron durante varios minutos, pero mi rabo a pesar de lo contento que debía estar, como sabéis que va por libre, no quiso reaccionar. Ya me hubiese gustado a mí porque la obsesión por el culo de Elena aún rondaba mi cabeza.

Tras unos cuantos lametoncillos más a mi reducido capullo y viendo que de momento no había más petróleo que buscar, dándonos por vencidos nos quedamos los tres tumbados en la cama sin hablar, ¡no podíamos!

De repente, un familiar politono rompió aquel agradable silencio.

¡Perrea, perrea!

El chiqui-chiqui mola mogollón, lo bailan en la china y también en Alcorcón.

Dale chiqui-chiqui a esa morenita, ¡que el chiqui-chiqui la pone muy tontita!

Lo baila Rajoy, lo baila Hugo Chávez, lo baila Zapatero, ¡mi amol, ya tu sabeh!

Lo bailan los brothers, lo baila mi hermano, ¡lo baila mi mulata con las bragas en la mano!

¡Me cago en to los muertos del Chiquilicuatre de los cojones!, ¿otra vez, por dios?

Y el chiqui-chiqui se baila así:

Uno, ¡el breikindance!

Dos, ¡el crusaíto!

Tres, ¡el maiquel yason!

Cuatro, ¡el robocop!

Miré el reloj que había en la mesilla de noche, y que por suerte era digital, y vi que eran las siete menos cinco.

Elena lo cogió rápidamente y tras unas risitas y un par de frases que no llegué a entender, colgó el teléfono.

- Era Juanma que ya ha vuelto - nos dijo.

- Dice que si ya estamos bien follados, que bajéis para ver qué vais a hacer esta tarde - terminó diciendo volviéndose a acostar a mi ladito y pegando sus inmensas y sudadas ubres sobre mi costado.

No sé de dónde carajo sacó las fuerzas mi mujer, pero de un salto se levantó de la cama y se empezó a vestir.

- ¡Vamos cari, que es tarde! - me dijo con voz inquieta y metiéndome bulla.

- ¿Tarde?, ¿tarde para qué? - pregunté un tanto extrañado.

Pero no queriendo ser desagradable, sin esperar respuesta me levanté con muy pocas ganas y me vestí. Si digo la verdad, me hubiese quedado a dormir entre las gordas tetas de Elena, pero claro, no era la idea, (por lo menos la de Sandra).

Elena, que yo creo que fue la más inteligente, no hizo ni tan siquiera intento de levantarse y se quedó tumbada en la cama. Era una imagen digna de exposición, sus piernas semi abiertas dejando entrever la entrada de su coño con unos labios rojos y llenos de mi leche, y unos pechos que si estando de pie ya eran tremendos, así aplastados y cayendo sobre su costado, eran aún más dignos de admirar.

Quería que aquella imagen quedase en mi cerebro para toda la vida y como si de una fotografía se tratase, me paré frente a ella durante unos segundos y dejé la vista fija en su cuerpo.

- ¡Hay que joderse!, esta mañana viniste a por azúcar y al final te has llevado un bote entero de leche - bromeó Sandra al ver lo mismo que yo vi, el coño de Elena totalmente encharcado de mi semen.

Aquel comentario, por la poca fuerza que nos quedaba no tuvo respuesta pero sí consiguió la risa floja de los tres.

Una vez vestidos nos dirigimos a la puerta para irnos.

- ¡Adiós, Elena!, ¿nos veremos otro día? - le pregunté.

- ¡Si sigues follando igual de bien, cuando quieras! - me contestó - Sandra, a ver si te estiras y preparas otra fiestecita - añadió Elena.

- ¡Con lo zorra que eres me lo tendré que pensar! - le dijo Sandra mientras se acercaba a la cama para tocarle otra vez uno de los pechos a Elena y darle un beso en los labios cómo despedida.

¡Joder con mi mujercita, que rápido aprende!

Antes de irnos me agaché a recoger el tanga de Sandra que aún estaba sobre la cama. Lo recogí, me lo guardé en el bolsillo, no sin antes darle un repasito por mi nariz, y me di la vuelta para marcharme.

- ¡Toma!, ¿quieres el mío? - dijo Elena desde detrás de mí.

Me di la vuelta al escucharla y desde la cama, acostada como estaba, me lo lanzó.

- Guárdalo y me lo tendrás que devolver el próximo día que nos veamos los tres a solas.

Al igual que hice con el de Sandra, me lo llevé a la nariz y lo olí.

- ¡Gracias, te lo devolveré algún día! - le dije mientras lo metía en el bolsillo de mi pantalón junto con el de Sandra.