Solo era el principio (40) Brujas y zorras...

Gracias al pequeño, pequeñísimo pantaloncito que vestía Sandra, ante mis ojos aparecieron sus dos, también, ¿por qué no decirlo?, gordas y formidables cachas del culo que se salían de tan minúscula prenda, a la vez que se metía gran parte de la tela en la profunda ranura que dividía el cielo en dos,

CAPITULO 40

Brujas y zorras…

LUNES, 08 DE DICIEMBRE DE 2008 (TARDE) (2ª PARTE)

Miré a Sandra, miré a Elena y sin querer seguir echando leña al fuego, cogí de la mano a Sandra para calmarla un poco y me dispuse a salir de aquel dormitorio cuanto antes…

…pero eso sí, antes tenía que pedir perdón a Elena en nombre de mi mujer, si ella no quería hacerlo.

- ¡Cari!, no entiendo que está pasando, ¿me lo puedes explicar? - le dije con un tono de voz bastante bajo intentando calmar a la bestia que Sandra tenía dentro.

- ¿Aquí no hay nada que explicar? - replicó Sandra usando de nuevo su mal genio para contestarme.

- ¿Cómo qué no?, todo ha sido un malentendido y creo que deberías pedir perdón a Elena - le recriminé dándole un fuerte meneo en el brazo para que entrase en razones.

Pero mis intentos fueron en vano.

- ¿Yo?, ¿pedir perdón yo a una mujer que va con todo el culo al aire delante de mi marido?, ¡ni loca le pido perdón, vamos!

Aquello ya me tocó la moral. ¿No me podía yo haber quedado tranquilamente en el sofá?, ¡me cago en la puta que parió a Paneque !

- ¡Pues no te entiendo, Cariño!, no entiendo porque no quieres hacerlo, al fin y al cabo os habéis portado de una manera un tanto extraña las dos - dije haciendo referencia a los comentarios de culos y miradas de nabo que hace unos minutos habíamos vivido - Habéis estado jugando conmigo todo el tiempo sin que me enfadase y ahora las que os peleáis sois vosotras, ¡no lo veo justo, Sandra! - dije echándole la regañina a mi mujer.

A punto estuve de soltarle toda la retahíla de lo que había pasado el día de antes en casa de Juanma, es decir, su forma de jugar conmigo y de humillarme, su forma de comportarse entre tanto hombre, su forma de medir, comer, chupar, lamer y follar rabos, en fin, lo que ya sabemos…, pero por respeto a mis dientes, me mantuve callado.

- ¡Elena!, si te hemos molestado en algo, por mi parte te pido perdón - dije tirando del brazo de Sandra para llevármela de allí y dar por terminada la operación mudanza.

- ¡Espera, hombre!, no quiero que os vayáis así. Al fin y al cabo la que os ha jodido la partida de póker he sido yo - comentó Elena al ver que yo tenía un cabreo de tres pares de cojones.

¡Qué graciosa, la muchacha!, encima recochineo con lo de póker.

- ¡En eso estoy totalmente de acuerdo!, entre las dos me habéis jodido la partida y hasta el polvo que iba a echar después - les dije ya fuera de mis casillas y totalmente convencido de que aquella tarde no iba a mojar el churro.

¡Eah!, ¡pa chulo, mi pirulo! Si me tenía que meter en el baño y gastar kilómetros de papel higiénico pensando en lo corta que era la falda de Elena, lo haría.

- ¡Lo siento, cari!, ¡lo siento muchísimo! - manifestó Sandra con voz de preocupación y con la cabeza totalmente humillada.

- ¡Yo también lo siento y os pido perdón! - añadió Elena agachando igualmente la cabeza pero dejando ver una pequeña sonrisa en sus labios.

¿Aquella jodía cabrona me había jodido el casquete y encima se mofaba de mí?, ¡valiente zorra! ¿A que al final no iba a estar tan equivocada mi mujer?

- ¡Venga!, ¡vale!, acepto vuestras disculpas si os pedís perdón la una a la otra y luego me invitáis a una cervecita - dije con mejores ánimos y recuperando la ilusión de terminar la tarde ensartado en el coño de Sandra pero pensando en el culo de Elena.

Pero otra vez, Sandra me sorprendió, con una imaginación que yo creía inexistente hasta hacía solo cuarenta y ocho horas antes, dando un nuevo giro bastante radical a mis tontas expectativas. ¿Tanto había aprendido en aquellos días o ya lo traía aprendido de casa?

- ¡Pues yo no voy a pedir perdón a nadie! - dijo levantando la cabeza y mostrándome lo fruncidos que tenía los morros.

- ¡Joder, Sandra!, ¿no habías dicho que lo sentías?, ¿y ahora por qué?

- Pues por una sencilla razón - contestó Sandra ahora con un tono de voz un poco más suave pero sin quitar la cara de mosqueo.

- ¿Cuál?, ¿dime?...

¡Si me pinchan, ni sangro!, me encontraba totalmente aturdido.

- ¡Eso, eso!, ¡dile la razón! - agregó Elena con una alegría que para nada esperaba en aquel momento.

Esta tía, o está gilipollas o el que se está quedando gilipollas soy yo. La insulta, se medio pelean, luego se disculpan, luego volvemos a la gresca, ¿y encima se alegra? Lo dicho, ¡o estamos tos medio endrogaos o esto no hay quien lo entienda! - me dije a mí mismo al escuchar el comentario de Elena.

- ¡Pues porque no puede ser que esta zorra te quiera sólo para ella! - respondió mi mujer mirando fijamente a Elena y retándola como si fuesen dos gallinas en un corral.

De nuevo y por segunda vez aquella tarde, Sandra llamaba zorra a la desconocida Elena consiguiendo que todo mi trabajo de pacificación se fuese al traste, ¿no se estaba pasando un poquillo? Aunque aquella mujer nunca se enfadase y siempre tuviese cara de felicidad, tampoco era plan de insultarla así cómo así, ¿no?

- ¿Qué?, ¿cómo?, ¿qué has dicho? - repliqué un tanto molesto por aquella declaración de rivalidad pero con bastante curiosidad por la afirmación de Sandra.

- ¡Pues eso!, lo que has escuchado - contestó Elena levantando la cabeza y demostrándome una amplia sonrisa.

Si lo de antes era liante, lo de ahora no tenía nombre. ¿A que están jugando estas dos?, ¿a quedarse de nuevo conmigo? ¡No!, no creo que Sandra sea capaz de pitorrearse otra vez de mí - me dije a mi mismo queriendo pensar en que todo aquello no era una broma de mal gusto ideada, otra vez, por la santa de mi queridísima esposa.

Cabe recordar que si en algún momento de aquella tarde había pensado en que a lo mejor me podría acostar con las dos a la vez, ahora era lo último que pasaba por mi cabeza. Es más, ya ni tan siquiera tenía claro que cuando subiese a casa de Juanma, podría terminar de echar el birigüino que habíamos dejado a medias por ayudar a Elena. Sandra me había dejado bastante claro antes, que no todos los días eran fiesta.

Miré a Sandra, miré a Elena y tras quedarme perplejo por ver dos caras de niñas malas bastante risueñas, contesté a Elena soltando por la boca lo primero que pasó por mi mente.

- Que yo sepa sólo he escuchado que te ha llamado zorra… ¿te refieres a eso? - pregunté un tanto cortado porque no tenía claro si aquella respuesta valdría para cagarla un poco más o no.

¿Sería demasiado tarde para replantear mi pregunta?, la sonrisa que me regaló Elena y su posterior respuesta me confirmaron que no era necesario.

- ¡Bueno, sí!…, ¡a eso y a que me gustaría hacerte un completo! - matizó Elena con bastante despreocupación por la presencia de mi señora y el malhumor que esta estaba demostrando.

Aclarar para los no entendidos en el lenguaje erótico que un completo es una práctica sexual muy divertida y que empieza por una simple succión de verga y termina echando un quiqui de esos que hacen antología, y todo eso sin que el hombre tenga que hacer prácticamente nada, sólo tumbarse sobre la cama mientras que la mujer trabaja. Así que ya os podéis imaginar la cara que se me quedó cuando Elena me propuso lo que me propuso con mi mujer a escasos treinta centímetros de distancia.

De momento me quedé en silencio y sin saber qué decir, pero mi rabo que es bastante más listo que yo, entendió a la primera la propuesta de Elena y envió una fuerte descarga a mi cabeza.

- ¿Tú y yo solos?, ¿sin Sandra? - pregunté con cara de alucinado y con los ojos abiertos cómo platos pero sin tan siquiera querer volver la cara para no encontrarme con la de Sandra.

- ¿Acaso no te gustaría o qué?

- No puedo decir que no me gustaría, pero… - dije sin llegar a terminar la frase.

Cómo era previsible, Sandra quiso entrar en aquella conversación y lo hizo con el DRS encendido y el KERS a tope. Parecía Fernando Alonso en sus mejores tiempos.

- ¡Pero bueno!... - agregó Sandra ahora con un tono de voz que todavía hoy no sabría definir.

Ahora sí que se lían a hostias la dos - pensé al instante.

- ¿Y yo qué? - dijo ocupando el mejor sitio delante de mí y acercando su culo a mi cuerpo para moverlo en círculos contra mi más que venida a menos cebolleta, pero que al notar los roces enseguida empezó a protestar muy ligeramente bajo mis calzoncillos.

De inmediato sospeché por dónde podrían ir los tiros, pero debido a que en ese momento tenía un trastorno mental de tres pares de cojones, no supe reaccionar en consecuencia. ¿A qué va a resultar que yo no soy el bipolar y la que sí lo es, es Sandra?

- ¿Tú, qué? - dije demostrando mi asombro, pero eso sí, aprovechando para moverme un poquillo y rozarle el culo con mi insignificante cipote a ver si por lo menos conseguía ponerlo una mijilla entonado.

- ¿Cómo que yo qué?, ¿es que no eres capaz de comerte dos guindas a la vez? - añadió Sandra dándome un sobeo de nabo, nabo que cómo ya he dicho anteriormente, estaba como otras veces tras una pelea, metidito, metidito pa dentro pero babeando de tan solo pensar en lo que se estaba cociendo en aquel cuarto.

Definitivamente, Sandra era bipolar. ¡Yo también!, pero después de todo lo vivido, Sandra lo era más, ¡seguro!

- ¿Esta es mi sorpresa? - pregunté mientras tragaba saliva para digerir un poco mejor lo que Sandra me estaba proponiendo.

- ¿No te gusta? - me contestó acercando sus labios a mi orejita para darme un pequeño bocaito en el lóbulo.

Bocaito que consiguió que se me erizaran hasta los pelos del sobaco.

- Entonces, ¿todo ha sido otro montaje?

- ¡Bueno, todo no! - me contestó agachando nuevamente la cabeza y balanceándose sobre su propio cuerpo como si fuese una niña pequeña que cuenta algo malo a su papaíto.

En aquel momento, yo más que un papaíto, parecía un pelele. No me podía creer lo que estaba ocurriendo, ¿qué es “ todo no ”?

- ¡A ver, Cari!, ¡te explicas cómo un libro cerrado!, ¿puedes ser un poco más clara?

La mirada que Sandra me lanzó fue bastante más explicativa que sus palabras.

-  Algunas cosas sí que han sido de verdad, pero al fin y al cabo buscando lo mismo.

- ¿Y “lo mismo” significa lo mismo para ti que para mí, o no?

- ¡Creo que esta vez, sí! - contestó Elena que desde hacía un par de minutos sólo miraba.

Al escuchar tal declaración de intenciones por parte de aquellas dos exuberantes mujeres, automáticamente cambié la vista hacia Sandra. Cuando vi su cara me quedé con las patas colgando viniendo a mi cabeza el recuerdo de aquella no tan lejana tarde de verano. Sus ojos estaban fuera de las orbitas y de su húmeda boca salía una viperina lengua que no paraba de pasearse por sus amoratados labios dejándolos realmente mojados y apetitosos. Sandra estaba tan excitada por la situación que incluso se podía ver a simple vista cómo su pecho subía y bajaba de lo fuerte que estaba respirando.

- ¿Le gusta a mi niño cómo lo estoy haciendo? - me preguntó con aquella perversa voz infantil.

Yo fui incapaz de responder. Una especie de mareo momentáneo me dejó totalmente desorientado teniendo que apoyar la mano en la pared para no caerme.

Sandra siempre me había calificado como un loco pervertido, y sin duda lo soy, pero con todo aquello, mi mujer me estaba dejando a la altura de un bebé de teta. ¿Por fin había conseguido desatar toda la lujuria que llevaba dentro?, y lo mejor de todo ¿la estaba liberando por ella misma y sin ayuda de terceros?…

…lo veremos después de la publicidad.

Repuesto de mi repentino vahído me puse a pensar en la situación con la mirada puesta en Sandra que aún esperaba mi respuesta.

Y no sé por qué y teniendo lo que tenía ante mí, mi olvidada neurona, ¡sí!, ¡aquella que desde hacía ya algún tiempo no me molestaba!, hizo acto de presencia consiguiendo que después de la simulada pelea y una apoteósica reconciliación, me replantease la situación y me diese cuenta de que lo que realmente estaba ocurriendo era algo que mi mujer me quería dar como gesto de gratitud pero que no creo, conociéndola cómo creo que la conozco, hiciese por su propia voluntad.

Y tras pensar en aquello tenía dos opciones bastante claras, o me rajaba para seguir fiel a mi esposa como siempre lo había sido pero me quedaba con las ganas de no serlo, cosa que no estaba dispuesto a que ocurriese, o tiraba “palante” dejando a un lado mis tontos prejuicios sobre la fidelidad, cosa que por otra parte ella se había pasado por el forro de los cojones durante todo el fin de semana, pero arriesgándome a que la pelea fingida llegase a ser realidad en el momento en que Sandra me viese en manos de otra mujer. Tras unos momentos de indecisión que solo consiguieron ponerme más cachondo aún, la respuesta la tuve clara.

¡Venga va!, “de perdíos al río” le dije a mi puta y solitaria célula nerviosa. Esta posibilidad no la voy a tener más en la vida y si Sandra me lo está regalando, será porque quiere, ¡vamos, digo yo! De todas las cosas que le he pedido en la vida, esta es la única que jamás le he mendigado. El resto de cosas sí, pero esta, definitivamente, no. Así que sin perder más tiempo y dejando a un lado todos mis alborotos emocionales, me dispuse a disfrutar de aquello cómo un enano.

Con una inquieta sonrisa en mi cara di un beso en los labios a mi mujer cómo respuesta a su pregunta y cómo gesto de agradecimiento, y acto seguido, no con cierto recelo y con mucho nerviosismo por desconocer aún la reacción de Sandra, con torpes movimientos pero decidido a hacerlo cuanto antes, cogí a Elena de la cintura y con bastante poco tacto la obligué a que se pusiese a cuatro patas sobre la cama ensenándome gran parte del impresionante culo que se escapaba de aquella corta, corta, corta, falda. Elena, que sabía desde el principio mucho más que yo de todo el tema, se dejó hacer sin oponerse a nada.

Sandra, que para nada es tonta, enseguida se dio cuenta de mi estado de nerviosismo y de lo que me pasaba por mi cabeza y en vez de recriminarme, que entre otras cosas hubiese sido lo más natural, me miró con cierta cara de recochineo aprobatorio consiguiendo que me relajase un poco y dejase atrás mis preocupaciones. ¿De verdad “lo mismo” es lo mismo para ti que para mí? Pues si es así, ¡ole mi mujer!

Menos mal que me convenció para bajar, si no lo hubiese hecho, igual no me encontraría ahora mismo dónde estoy - pensé al ver aquella considerable mujer ante mí, dispuesta, si Sandra no cambiaba otra vez de idea, a darme una paliza erótico-festiva.

En el momento que tuve el beneplácito de Sandra y a Elena con el culo en pompa, con menos vergüenza que un gato en una matanza levanté un poco más la falda, no mucho, y me dediqué durante unos segundos a contemplar el formidable cuadro que se exponía ante mí. Cuadro que para ser exactos, me ofrecía una fabulosa panorámica compuesta por unas muy amplias caderas con algunos cuantos kilos de más, pero eso sí, muy bien puestos, y dos monumentales cachas del culo cortadas por la mitad por una fina tira de tela, agravando la situación los constantes movimientos circulares que hacía con su colita dejándome claro lo bueno que debía estar aquel tremendo ojete. ¡Qué culo, por dios!

- ¡Joder, Elena!, ¡tienes un culo perfecto para plantar nabos! - le dije mientras pasaba suavemente mis dedos por la tela que sobresalía de su raja pero sin llegar a tocar nada más. ¿Quién dijo miedo?

- Te gusta entonces, ¿no? - me preguntó Sandra que seguía a mi lado mirando fijamente mis movimientos de mano y los constantes meneos de Elena.

- ¡Coño!, está para comérsela a mordisquitos de arriba abajo - respondí a mi mujer mucho más relajado y sin quitar la vista de aquellas dos lindezas.

¡Menudo pedazo y medio de pandero!, quien me iba a decir a mí esta mañana, cuando lo vi por primera vez embutido en un horrible pantalón de chándal, y que un rato antes había sido motivo de discordia entre mi mujer y yo, que ahora aquel culo iba a estar ante mis ojos en una posición tan paradisíaca y comprometedora, ¡no me lo podía creer! Pero por otro lado y cómo aun estábamos en los preliminares, no quería extremar la situación por miedo a que Sandra se creyese que no le prestaba a ella la suficiente atención y que le diese un ataque de celos.

- ¡Ven!, ponte como ella - le pedí a mi mujer no queriendo que pensase que la iba a dejar olvidada por Elena.

- ¿A su lado? - preguntó la retorcida Sandra.

¡No!, si te parece te vas al Mercadona más cercano y lo haces allí, ¡no te jode! - pensé al instante.

- ¡Sí, claro!, aquí a su ladito - contesté con una delicada voz.

¿A que fui políticamente correcto?, ¿a qué sí?

- Ahora quiero ser yo el que pueda comparar rabos, digo, ¡culitos! - comenté intentando coger las riendas del juego cuanto antes.

Sandra, que sabía perfectamente a que me refería con lo de comparar rabos, sin ningún inconveniente y con una maquiavélica sonrisa en los labios, aceptó mi petición. Dándome un suave beso en la mejilla, se puso de rodillas en la cama al lado de Elena.

Lo que vi a continuación no sé si seré capaz de transcribirlo conforme a la realidad pero lo intentaré.

Gracias al pequeño, pequeñísimo pantaloncito que vestía Sandra, ante mis ojos aparecieron sus dos, también, ¿por qué no decirlo?, gordas y formidables cachas del culo que se salían de tan minúscula prenda, a la vez que se metía gran parte de la tela en la profunda ranura que dividía el cielo en dos, creando dos medias lunas impresionantes.

Cómo habréis comprobado, siempre he sido un fiel amante del sexo anal pero si no lo hubiese sido, en aquel momento me hubiese hecho el Maestro de una “ Secta Culónica ” adoradora de los grandes placeres que un sitio tan sucio y pestilente como aquel puede ofrecer a un humano, tanto en plan visual y estético, como placentero y lujurioso.

¡Ah!, por cierto, si esto lo lee alguna vez mi preciosa esposa, quiero que sepa que puede comportarse otra vez así conmigo cuando le apetezca. No hace falta ni que me lo diga, con que de nuevo me lo ponga en bandeja cómo aquella vez, es más que suficiente.

- ¡Estos no son culos normales!, ¡estos son los mejores culos que he visto en mi vida! - casi grité totalmente emocionado por la situación.

- ¡Te gusta, eh! - comentó Sandra volviendo la cabeza para mirar la cara de gilipollas que debía tener en aquel momento.

- ¡Me encantan, cielo!, ¡me encantan los dos!, pero sobre todo el tuyo con esos pantaloncitos metidos hasta el sentido y que parece que va a reventar las costuras.

Aquello, aunque sonase a peloteo, era y sigue siendo verdad. Tiene un culo que levanta a los muertos y encima con la polla tiesa. ¡Pedazo de culo que tiene mi mujer!, ¡vamos, hombre!

- ¡Gracias, mi vida! - contestó de forma risueña.

- ¡El tuyo también me gusta, Elena!, no te vayas a pensar lo contrario.

Tenía que jugar a dos bandas, ¿qué podía hacer?

- ¡Gracias por lo que me toca! - respondió la culo gordo sin tan siquiera volver la cabeza pero moviéndolo otra vez en círculos.

A continuación, Sandra cogió su apretado pantaloncito y se lo bajó, no sin dificultad, mostrándome un bonito culo sin bragas y que conocía a la perfección.

Al verlos tan juntos y tan desnuditos los dos, me quedé paralizado igual que esta mañana en el cuarto de baño, ¡no sabía qué hacer! Con lo admirador que me declaro de los culos, y si son grandes como aquellos dos, ¡mejor!, aquello que jamás pensé que me podría ocurrir a mí, un chico del montón, pudo conmigo dejándome totalmente petrificado, ¡manda huevos, joder!, cuanto había soñado con aquella situación. Si hubiese querido, me podía haber corrido sin tocarme y con tan sólo el hecho de mirarlos. Tenía delante dos culos que si para cualquier otro no eran los más bonitos ni estéticos del mundo, para mí lo eran y además eran para mí sólo. Además, durante aquel fin de semana era la primera vez que no iba tener que compartir algo con nadie que me hiciese sombra en el tamaño de mi rabo y tenía que morir en el intento. ¡Y vaya si lo intenté!

Para empezar me surgió el primer conflicto, ¿por dónde comienzo sin que ninguna de los dos se sienta ofendida?

¡Fácil!, ¡pregunta y que ellas sean las que decidan! - me dijo mí, aunque única, queridísima neurona.

¡Vaya!, ¡por una vez en la vida, estoy de acuerdo contigo, Minga!

¡Sí, Minga!, la he llamado Minga, ¿pasa algo? Si hablas muy a menudo con alguien o con algo tan apegado a ti, al final terminas por ponerle nombre y cogerle cariño. Me pasa igual que con el perro y con mi ordenador.

Y haciéndole caso a mi Minga, les pregunté.

- Son muy bonitos los dos y no sé por dónde empezar, ¿cuál elijo? - les dije.

- ¡No es necesario que elijas, mi niño!, ¡los dos son para ti! - me dijo con una agradable y emocionada voz.

¡Gracias, Minga, por ser tan espabilada!

¡De nada, hombre!, ¡de nada!, aquí estamos para servir - respondió Minga.

¡Ni diez mil palabras más!, aquella declaración de Sandra acompañada del lindo paisaje montañoso que tenía ante mí, hicieron, como podréis comprender, que la polla se me pusiera cómo la cachiporra de policía que un día viésemos en aquel escaparate de artículos eróticos.

- ¿De verdad?, ¿lo dices de verdad, mi vida? - pregunté sin creerme aun del todo lo que me estaba ocurriendo.

- ¡De verdad, mi vida!, ¡sólo para ti! - añadió Sandra.

- ¿No te importa? - volví a preguntar.

De nuevo, mi vena de gilipollas había hecho acto de presencia. ¡Pero bueno!, ¿qué cojones te pasa, Leandro?, ¿no te enteras o qué?

- ¡Para nada, mi niño! - contestó Sandra con voz firme y decidida y volviendo la cara para lanzarme un guiño de los suyos.

Aunque normalmente no lo soy, en ese momento me sentí orgulloso, engreído, presumido… Aquel mismo guiño que tantas veces había visto salir de sus ojos dirigido a mí pero para entregarse a otros, ahora iba dedicado a mí, entregándose a mí y encima, junto a otra mujer. Tenía el total beneplácito de ella para disfrutarlo. Mi cabeza, bastante más relajada gracias en parte a mi adorable Minga, empezó a funcionar a mil por hora como en sus mejores tiempos, sacando de mí todo lo perverso que se podía sacar, ¡que no es poco!

- Pues ya que son los dos para mí… - dije quedándome un momento callado para añadir un poco de tensión al momento - ¿Os los podríais abrir con vuestras manos para verlos mejor? - pregunté con bastante entusiasmo.

Si aquella primera petición funcionaba, habría triunfado como Los Chichos y habría valido la pena dejar el polvo a medias.

No terminé de hacer la pregunta cuando Sandra, sorprendiéndome muchísimo más que en cualquier otro momento, que ya era difícil si pensamos en todo lo ocurrido, cogió sus dos rollizos cachetes y me dejó a la vista un precioso portal abierto en su total plenitud. Al no tener bragas, enseguida pude ver su precioso agujero marrón, un poco más abierto que de costumbre, ¿por qué sería?, que no paraba de llamarme a gritos.

Cómo yo no tenía ninguna prisa y ellas por lo que se veía, tampoco, y como la situación requería de todo el tiempo del mundo, acudiendo a su aullido anal dediqué a mi amada mi primer ejercicio de depravación por ser tan benevolente conmigo. ¡Sin duda, se merecía ser la primera en todo!

Doblando el tronco hasta casi ponerme en cuclillas y arrimando mi cara hasta su precioso y voluminoso cuerpo, lentamente comencé a recorrer con la punta de mi lengua el interior de sus muslos hasta llegar a su abierta raja, consiguiendo con tan mojada carantoña que ella ronroneara de gusto como una gatita en celo cada vez que mi húmeda lengua acariciaba su suave piel. Cuando mi morro llegó hasta su oscuro objeto de deseo, aquel agraciado y natural olor que Sandra emanaba inundó mi nariz poniéndome cómo un toro de lidia, logrando que enterrase mi cara entre sus cachas y comenzase a olerla y lamerla como un día hiciese Duque con ella.

Durante unos segundos tuve mi cabeza totalmente enterrada entre sus dos colosales muslos chupando, lamiendo y absorbiendo todos los jugos que su lindo orificio expulsor de aires aromáticos quiso regalarme. Ese olor a hembra en celo era y es, único en el mundo, ¡os lo juro!

Pero claro, aunque me hubiese gustado seguir mucho más tiempo haciendo disfrutar a Sandra con mi lengua, aquellos no eran los planes. Elena estaba allí y seguro que también quería un trato especial. Dándole un cachete a mi mujer, suave cachete para no tener problemas como el pasado sábado en casa, me puse de pie y cambie la vista hacia la propietaria de la casa. Y debo decir que lo que vi a continuación, me gusto y mucho.

Ante mí, sin ningún pudor por parte de su dueña, se mostraba un tremendo culo totalmente abierto con la ayuda de sus propias manos. Aclarar que la raja así abierta era un poco más fea que la de Sandra y encima estaba tapada por la fina tela de la tirita del tanga haciendo que no pudiese apreciarla en su totalidad, pero aprovechando que mi mano pasaba por allí por casualidad, separé la pequeña cinta hacia un lado y cómo el que no quiere la cosa, apareció ante mi otro gran agujero marrón algo más oscuro que el de mi mujer y muchísimo más abierto pero igual de limpio que el de mi señora. ¿Qué se habría metido aquella mujer para tenerlo aún más grande que el de Sandra?, ¡a saber!, sólo de pensarlo me puse nervioso. Lo único malo fue que me gritaba aún más fuerte que el de mi mujer y tendría que hacerlo callar de cualquier manera.

Con aquel inmenso culo, bastante más grande que el de mi amada Sandra, no pude contenerme. Instintivamente lancé mis manos sobre él y comencé a apretar aquellas inmensas cachas que no hacía aún media hora miraba sin ningún disimulo pero que jamás creí podrían estar a mi disposición.

Rendido ante tal magnitud de belleza, quise hacer un poco de espeleología y descubrir la cavidad subterránea que guardaba entres sus piernas, así como estudiar detenidamente la posible flora y fauna que aquella mujer pudiese ocultar en aquellas dos cuevas naturales. Al igual que hice con Sandra pero un poco más ansioso por ver tan de cerca el segundo culazo de mi vida, acerqué el cuerpo y coloqué un poco la cabeza buscando su gruta.

¡Qué sorpresa me llevé cuando vi aquel tremendo chochazo! Lo que pude ver cuando pegué un buen tirón de la braga para incrustársela en la raja del higo, era un chocho, un gran chocho regordete, que se podría haber comido mi puño y parte de mi antebrazo sin ningún problema, rematado por dos largos labios que se salían por los laterales del tanga y que colgaban entre sus piernas, ¡pedazo de coño que se gastaba la Elena, joder!

Al igual que el de Sandra, a primera vista también estaba totalmente depilado y suave, aunque bueno, luego me di cuenta que no era así, pero lo que sí es verdad es que tenía una apariencia realmente apetitosa y que por el olor que desprendía a fulana, debía estar en su punto justo de sal. Yo, que como ya sabéis me gusta comerme un buen mollete más que a un tonto un palote, a punto estuve de darle la vuelta y lanzarme sobre aquel cacharrito de mear para morir de un atracón. Pero pensando en que las beneficiadas debían ser las dos, busqué la mejor forma de hacerlas disfrutar a la par sin que ninguna se sintiese ninguneada por mí.

Aunque siendo sincero y sin querer despreciar para nada el precioso y cálido cuerpo que Sandra posee, las manos se me iban sin querer a la novedad que me ofrecía el desmesurado pero bien formado cuerpo de Elena. ¿No creéis que fue una reacción normal?, yo creo que sí. Mi mujer está como un tren, pero la novedad es la novedad, ¡ya sabéis!

Con mis dos manos, ahora una en cada culo, y queriendo alargar aquella situación todo lo posible, estuvimos varios minutos en silencio, ellas aceptando mis suaves caricias y yo, sobándolas y pasando mis manos por sus carnosos cachetes, mis dedos por sus íntimos agujeros para luego llevarlos a mi nariz y boca para chuperretearlos con devoción, y a veces bajándolos hasta sus lindos chochitos, acariciándolos con todo el cariño que la situación se merecía.

Pero antes de seguir contando las virtudes y excelencias de aquellos dos portentos carnales que se presentaban ante mí, debo confesaros algo que, aunque es bastante evidente por lo que he narrado hasta ahora, nunca se lo he expresado abiertamente a nadie. Y esto es que, aunque me gusta el sexo en casi todas sus variedades, por no decir todas, y que me declaro amante del cuerpo femenino en cualquiera de sus variantes, sin duda prefiero los que nadan en la abundancia. Esto no quiere decir que me gusten las mujeres que tengan la talla XXXXXXL , con una XXL me conformo. A las mujeres extremadamente carnosas no las considero desagradables, ni mucho menos, sino más bien un intento de suicidio por parte de aquella persona que usa dicha talla.

Pero bueno, a lo que iba. ¿Os habéis deleitado alguna vez haciendo el amor con una mujer de sugerentes curvas?…, ¿no? ¿Y nunca habéis comprobado el placer de lamer dos impresionantes pechos coronados por unos conmovedores pezones?…, ¿tampoco?, ¡joder! ¿Y jamás os habéis regalado el placer de tener entre vuestras manos unos carnosos muslos rematados con un oloroso y abultado Monte de Venus ?…, ¿menos aún?, ¡pues no tenéis ni idea de lo que os habéis perdido!, sin duda es algo que cuando lo probéis, os dejara huella para siempre.

A mí personalmente, y sé que también a muchísima gente que no lo quiere reconocer, me encantan las mujeres con grandes y jugosos pechos con extensas areolas y duros pezones, me fascinan las que tienen un desbordante culo de carne blandita dónde hundir mi cara y morir en el intento, me embrujan un buen par de rollizos muslos que cubran con su carne parte de la preciosa rajita que tienen en medio, me embelesa una desigual barriguita donde lo primero que se vea sean un par de redondos y suaves michelines para poder amasarlos y ¿por qué no?, incluso follármelos buscando su redondo y profundo ombligo, en fin, me hipnotiza cualquier mujer que no siga los cánones de belleza impuestos por la sociedad. Hoy por hoy, la delgadez e incluso la extrema delgadez es algo que se nos impone en la televisión, cine, revistas, e incluso se nos obliga a pensar que lo contrario es totalmente antiestético e incluso mal visto, sin embargo, desde tiempos lejanos se ha dado culto al cuerpo lleno de curvas. Simplemente recordad un par de ejemplos de cuadros muy antiguos y que hoy por hoy son declarados verdaderas joyas de arte y que valen su peso en oro cómo pueden ser “La creación de Eva” de Miguel Ángel o “La Afrodita” de Tiziano , hasta llegar a nuestros días para poder contemplar los impresionantes bustos y exuberantes esculturas de Botero que plagan la ciudad de Madrid .

La sensualidad de una verdadera fémina no es precisamente la que nos quieren vender en esos anuncios que usan mujeres delgadas para difundir productos de adelgazamiento, algo realmente incongruente, o en esos otros que usan verdaderos maniquíes de melena rubia y con pechos de silicona casi al aire, para intentar dar propaganda a unos u otros tipos de perfumes entre hombres de poca sesera, y que sólo ven guapas a mujeres de plástico y no a la mujer gordita que está a su lado y que lo daría todo por su hombre sin miedo a equivocarse. Eso no es sensualidad, eso simplemente es una obscenidad y una desvergüenza por parte de los anunciantes que juegan con los sentimientos de muchas mujeres de baja auto estima. La sensualidad de una mujer puede estar en muchos sitios, está en saber disfrutar de la vida tal y cómo se es, estar orgullosa de su cuerpo ya sea gordito o no, y lo más importante, que la persona que tenga a su lado la vea como a la mujer más bonita del mundo y encima se lo demuestre, pero no día a día, ¡segundo a segundo!

Yo, que comparto mi vida con alguien orgullosa de sí misma y de su extraordinario cuerpo, reconozco que poseo un tesoro al que tengo la obligación de amar un poco más cada día, si eso es posible. Cuando en mis tiempos mozos busqué pareja, tuve suerte cuando me tropecé con ella, nunca mejor dicho, y conseguí que se uniese a mí. Ella era y es una mujer realmente guapa, verdaderamente inteligente y sin duda, desde un tiempo a esta parte, totalmente liberal en el más amplio sentido de la palabra, y de mente abierta a cualquier tipo de cambio. Esa mujer es Sandra y cumple al cien por cien todas mis expectativas, tanto físicas como mentales.

Lo difícil de todo esto fue encontrar a otra mujer que fuese casi calcada a Sandra. ¡Exacto!, os hablo de Elena. Ella también cumplía con mis enfoques de mujer perfecta y ahora tenía ante mí a dos chicas diez, a las dos tías más macizas que jamás había visto en mi vida, y muy importante, completamente desnudas ante mí y para mí.

Y ahora, tras esta profunda reflexión y casi discurso político apoyando a las clases trabajadoras unidas por la desigualdad, continúo con todo lo que recuerdo de aquella tarde.

Estaba situado justo en el centro de las dos y cualquiera de mis manos tenía suficiente material para estar jugando toda una vida. Era como si a un niño le regalasen dos juguetes nuevos. No sabía por cual decidirme y ante la duda, ¡la más tetuda! ¡Qué cojones la más tetuda!, me quedaría con los dos y jugaría con ellas. Me los habían regalado y no tenía que elegir uno, ¿verdad?

Y como eran míos, decidí preguntarle a mi buena amiga Minga cual sería el siguiente paso. Reconozco que estaba loco por meterla en caliente, pero a ver quién era el listo de no correrse en cuanto le tocasen la polla con cualquiera de aquellos dos estupendos conejos.

¿Y tú qué harías, Minga?

Yo haría lo que tú estás deseando hace un millón de años, ¡escarbar en dos culos a la vez!, ¿no ves que lo están deseando?,¡pídeles que se los follen ellas mismas!, ¡vamos ataca! - me respondió Minga.

Loco no estoy, de eso estoy seguro, pero al escuchar la voz de mi conciencia, miré primero al culo de Sandra y luego al de Elena y en los dos vi lo mismo, dos redondos agujeros que en ese momento eran como dos pequeñas bocas de dulces labios y que me repetían exactamente lo mismo que me había dicho Minga, ¡ataca!, ¡ataca!

¡Gracias de nuevo, Minga!

¡De nada, guapetón!, a más mandar.

Tras aquella breve alucinación, me propuse a atacar de forma drástica y por la retaguardia.

- ¿Os importa que juegue con mis dedos en vuestros culitos? - pregunté parando las manos y dejando mis dos dedos índices justo en el sitio correcto, ¡sus lindos y calentitos ojetes!

¡Antes de entrar a matar tenía que confirmar la faena!, tampoco era plan de actuar por mi cuenta y que se me jodiese el invento, ¿no?

- Si quieres, por mí no es problema, ¡me encanta que me follen el culo! - contestó Elena sin tan siquiera levantar la cabeza del colchón.

Cómo entenderéis, la inmediata respuesta de mi rabo fue impepinable, nunca mejor dicho, se me puso como un martillo pilón y en aquel momento me prometí a mí mismo que más tarde o más temprano, tendría que follarme aquel pedazo de cacho de culo delante de Sandra.

Lo único malo fue que al final, mi iluso deseo por follármelo se convirtió en obsesión, y si no, seguid leyendo y lo entenderéis.

Al escuchar la rotunda afirmación de Elena, Sandra de un salto se puso de pie y se colocó a mi lado.

- ¿Qué haces?, ¿tú no quieres o qué?

- ¡Yo quiero otra cosa! - me dijo cogiéndome de las cachas del culo y pegándome un buen masajeo.

- ¿Quieres que te folle delante de ella?, pregunté pensando cómo sería el ver a Elena pajeándose su gordo coño mientras yo me tiraba a Sandra.

Cabe recordar que todo empezó más o menos así la noche del póker, ella pidiéndome que me la follase en el sofá delante de todos y yo dudando si aquello era buena idea o no.

- ¡No!, otra cosa.

- ¿Otra cosa?, ¿cuál, mi vida? - volví a preguntar un poco perplejo.

A ver qué me pide ahora la dulce princesa del cuento - pensé mientras miraba fijamente a sus ojos.

- ¿Me dejas ver cómo le metes los dedos en el culo?, ¡se me moja el coño de sólo pensarlo! - añadió mi desbocada mujer.

¡Caramba con mi mujer!, cómo ha cambiado el cuento. De dulce princesa ha pasado a bruja malvada en menos de nada, ¡qué jodía!

- ¿Qué has dicho? - pregunté, ahora sí, totalmente alucinado.

- ¿Qué pasa?, ¿es que acaso no puedo ver cómo mi maridito del alma juega con un culo, o qué? - me dijo en voz baja y con un tono bastante sensual.

- ¡Por mí, encantado, cielo! - respondí to contento.

De los cinco trillones y medio de cosas distintas que Sandra me podría haber pedido en ese momento tan delicado, esa era la única que jamás pensé que me podría proponer. ¿De verdad estaba dispuesta a mirar mientras yo le trabajaba el culo a Elena o sólo era un farol más?

Y cómo Sandra se mostraba tan servicial, quise dar una vuelta de tuerca más al asunto para llevar a cabo otra de mis fantasías que me rondaba por la cabeza desde el día que estuvimos en los probadores, ¡una experiencia lésbica! ¿Os acordáis de las bragas sin plastiquito?

- ¿Y no sería mejor si me ayudas a hacerlo? - pregunté con un nudo en la garganta pues sabía de antemano que ella se opondría a cualquier cosa que implicase tocar a otra mujer.

Sus gestos, más que sus palabras, me dieron la respuesta.

Sin llegar a contestar, me cogió la mano que estaba sobre el tremendo pandero de Elena y se la llevó a la boca de una forma realmente provocativa. Separó mis dedos y el más largo se lo metió varias veces hasta la garganta para sacarlo totalmente mojado. Al sacárselo y ver la suave saliva de Sandra correr por mi dedo me entraron ganas de chuparlo, pero no pude ya que guiando mi mano con la suya, puso mi erecto dedo en aquel punto marrón que resaltaba en el fondo de las dos inmensas colinas traseras que Elena poseía. ¡Sandra me estaba ayudando a perforar con mi dedo el culo de otra mujer! En dos palabras, ¡IM-PRESIONANTE!

- ¡Ábrete más! - le exigió Sandra a la par que le daba un buen cachetón en el culo que hizo que vibrasen sus carnes cómo si fuesen de gelatina.

- ¡Uuhhmm!, ¡como me gusta! - gimió Elena al sentir la fuerte palmada sobre su culo.

¡Joder!, aquí lo de los azotes es un riesgo - pensé al ver la reacción de Elena.

- ¿Te gusta, eh? - pregunté mientras veía como aquella mujer, haciendo caso a Sandra, separaba un poco más las rodillas para quedar totalmente abierta.

He de reconocer que a pesar de sus anchas caderas y de su abultada barriga, aquella mujer tenía una flexibilidad realmente increíble.

Al verla tan abierta no me pude contener y, sin separar mi mano de la Sandra, que ya empezaba a empujármela para que me fuese abriendo camino pero sin conseguirlo aún, tuve que acercar mi cara hasta las tremendas cachas que se abrían ante mí. Mi instinto animal podía más que yo.

Al aproximarme por segunda vez aquella tarde a la retaguardia de Elena, pude notar que de sus ardientes coño y culo brotaba un poderoso olor mezcla de sexo, sudor y a saber qué más, que me impregnó la cara y que incluso llegaba a perfumar la habitación por completo mejor que cualquier ambientador de pino. Si antes cuando la olí por primera vez me pareció deliciosa, ahora me pareció sublime incluso logrando que mi nabo mojase de nuevo los calzoncillos.

- ¿Te gusta cómo huele, verdad? - preguntó Sandra al ver cómo yo olfateaba aquel impresionante olor igual que un perrillo.

- ¡Sabes que me encanta cómo huele un coño, cariño! - dije acercando un poco más mi nariz para embriagarme totalmente.

- ¿Quieres probarlo?, ¡seguro que sabe mejor que huele!

Aquellas perversas palabras unidas a un tremendo empujón de la mano de Sandra sobre la mía, consiguieron meter en el culo de Elena las dos primeras falanges de mi dedo sin ningún miramiento. Si antes con sólo verlo por poco me corro, ahora hizo que me estremeciera de placer y casi lograra que me desmayase de gusto. Pero no lo hice porque Elena, al verse invadida de forma tan brusca, pegó un fuerte grito no sé si de dolor o de asombro que me quitó, de momento, las ganas de hundir mi morro en tan suculento manjar.

- ¡Ehh!, ¡ten cuidado!, sé que tengo un culo bastante grande, ¡pero no soy ningún pavo que tengas que rellenar, colega! - chilló Elena agarrándose fuertemente a las sabanas para reducir el posible dolor producido.

Justo en ese momento miré a Sandra y con un gesto de mi cara le di a entender que se había pasado un pueblo con el empujoncito. Ella, en vez de acobardarse con mi mirada, me respondió con una maquiavélica sonrisa. La cabrona sabía perfectamente lo que había hecho, ¿estaría buscando venganza de nuevo?, ¿y ahora por qué?

- ¡Perdona!, no era mi intención hacerte daño, ¡lo siento de veras! - dije intentando disculparme y sacando mi dedo de su culo de un tirón.

- ¡Pero ahora que estaba dentro no lo saques, hombre ! - rechistó un tanto molesta por el mete y saca sin sentido.

- ¡Joder!, es que estoy tan nervioso que no doy ni una - volví a disculparme.

- ¡No pasa nada, vida!, vuélvelo a meter pero primero mójatelo un poco más - agregó Sandra, con cierto tono de recochineo, al ver que yo no daba pie con bola.

Y tal como lo dijo, me cogió de nuevo la mano, la llevó hasta su propio coño y se la pasó por entre sus labios dejándome el dedo indicador, empapado, empapado, de suaves fluidos vaginales, y a mí, con cara de idiota.

- ¡Ya está mojadito!, verás con qué facilidad entra ahora - dijo mi mujer volviendo a colocar mi dedo en la entrada trasera de Elena.

¡Eah!, y todo aquello sin tan siquiera ponerse nerviosa. ¡Manda huevos!, si me pinchan, ni sangro. ¡Tonto de mí por pensar un día que yo era el rey de la perversión y el desenfreno! Mirara hacia dónde mirara, estaba rodeado de personas realmente perversas, entre ellas mi irreconocible esposa que me daba lecciones de lujuria cada dos por tres. Así que viendo que tenía que seguir actuando como otras tantas veces, es decir, a marchas forzadas para no quedarme el último en el pelotón, me dispuse a saborear el momento cómo mejor sabía, usando mis técnicas exploratorias con el más que delicioso culo de Elena.

Sabiendo perfectamente lo que quería hacer a continuación para que Elena no volviese a quejarse, escupí una buena cantidad de mi espumosa saliva sobre su culo que fue a parar directamente a la parte más alta de su raja y que se fue escurriendo por su canalillo hasta dónde yo tenía puesta mi mano. En cuanto mis babas se mezclaron con los suaves jugos de Sandra que aún tenía en mi mano, me dediqué a embadurnar su vestíbulo aprovechando aquel explosivo cóctel cómo tarjeta de visita. Cuando ya creí que estaba lo suficientemente lubricado, hice un poco de presión. Cuál sería mi sorpresa que al estar tan mojadito, mi dedo, centímetro a centímetro, entró hasta el nudillo sin ningún problema mientras ella apretaba su cara contra las sabanas para ahogar los gemidos.

Elena al sentirse de nuevo invadida por mi dedo, soltó un fuerte suspiro de aprobación que luego acompañó con otros muchos gemidos más suaves, y no de dolor precisamente, que salían de su garganta al ritmo que mi dedo entraba y salía de su interior, ¡cada vez era más fácil entrar y salir de su ojete! Aquella digital follada anal me pareció lo más excitante del mundo. Estaba siendo infiel a mi esposa y todo ello, con ella delante, ¡qué pasada!

Y mientras que el dedo índice de mi mano derecha estudiaba con satisfacción la temperatura interna de Elena, mi otra mano, la izquierda, de forma inconsciente se fue hasta el otro culo que nos acompañaba a la fiesta, y que de momento estaba desatendido, el de Sandra. Bajando mi mano por su culo buscando su raja, me puse a rebuscar la pequeña entrada que mi mujer tan bien guardaba y que sólo la sacaba a pasear cuando le apetecía o cuando un tío con un rabo cómo el de Juanma o César se lo pedía.

Sandra, indecisa por saber que me proponía me miró a la cara. Yo le devolví la mirada y con miedo a su reacción pero sin esperar más, le introduje la punta de mi dedo en su culo.

- ¡Quieto!, ¡no tengas tantas prisas, muchacho! - gritó echándose hacia delante para separarse de mi mano.

Pero su estrategia de retirada no funcionó. Estaba tan cerca de mi cuerpo que apenas consiguió liberarse de mi astuto dedo.

- ¿No me dejas hacerte lo mismo que a Elena? - pregunté al ver su rechazo pero empujando suavemente sobre la diana.

- ¡De momento, no! - me contestó apoyando su cuerpo contra el mío y poniendo su mano sobre mi embravecido paquetón a la par que estiraba de mi rebuscona mano para sacarla de su raja y colocarla sobre su pecho.

Y cuando quise preguntarle el porqué, Sandra siguió hablando, esta vez con la perforada Elena que no dejaba de dar suaves gemidos al ritmo que yo le marcaba.

- ¿Te gusta lo que te hace mi marido en el culo?

- ¡Sí!, ¡ahora sí! - respondió esta con voz agitada.

- ¡Pero qué putón estás hecho! - añadió mi mujer dándole otro fuerte azote que le dejó el culo bien moradito.

- ¡Ni te imaginas cuanto, guapa! - respondió Elena entre gemidos.

Yo creo, sin temor a equivocarme, que aquella mujer a pesar de parecer bastante liberal sexualmente hablando, y de haberse follado a todo lo que se meneaba, jamás había sentido tanta satisfacción cómo la que estaba sintiendo con nosotros. Y digo esto porque mientras que ellas hablaban, mi dedo no descansaba de jugar a sus anchas y Elena no paraba de remover su culo y jadear de forma acelerada.

Pero claro, yo sabía que aquella dulce situación tenía que terminar en algún momento y acto seguido, ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Sandra que estaba viendo que mi devoción por aquel culo ya empezaba a ser un poco cansina, despertándome de mi sueño pero llevándome del sueño más exquisito a la realidad más placentera, me cogió la mano, sacó mi dedo de aquel calentito lugar, me agarró la cara y unió sus labios con los míos en un beso de película mientras se llevaba de nuevo mi mano a su culo para que se lo magrease.

Elena, que cómo ya he dicho, era más guarra que “ Ajú ”, al verse liberada, hizo lo mismo. Se levantó y me empezó a comer el cuello con dulces mordiscos que hacían que mi piel se erizara y mis pelos se pusiesen cómo escarpias. Para no ser descortés con ella, estiré mi mano libre y volví a llevarla hasta el culo de Elena. Esta, que era bastante más espabilada de lo que aparentaba a primera vista, cogiendo el mejor sitio delante de mí, fue subiendo desde mi cuello hasta mi boca y cuando llegó a ella, apartando a Sandra a un lado, me metió su empapada lengua hasta la garganta.

Sin poder ni querer evitarlo, ya que lo estaba deseando desde hacía un buen rato, mis labios se unieron a los de Elena en un profundo beso con lengua y mis manos se posaron en su nuca acariciándola con verdadera furia y deseo. Ella en correspondencia, estiró su mano y me empezó a magrear el culo buscando mi más íntimo secreto. Debe ser que lo tengo precioso, porque si no, no entiendo porque todos, todos, todos, todos, los que se me acercaban, terminaban buscando mi culo, ¡hay que joderse!

Sandra, al ver que Elena estaba intentando cumplir parte de su deseo de hacerme un completo, sin quejarse ni una sola vez, se conformó con bajar sus manos hasta mi polla y comenzar a tocarla por encima del pantalón. En ese momento estaba como nunca había estado, yo creo que debía ser por la situación. Estaba totalmente entregado a lo que quisieran hacer conmigo y me temía que ellas me usarían para sus deseos como les viniese en gana. ¡No todos los días tiene uno a su disposición dos preciosas y curvilíneas mujeres como aquellas dos que tenía entre mis manos!

¡Qué sepas que a mí me da igual!, pero cómo sigas así, esto va a ser un empezar y acabar, ¡tú verás lo que quieres! - me comentó Minga.

Tenía toda la razón mi voz de la conciencia, si quería follarme al menos a una de las dos, no podía achantarme ante los requerimientos de ellas y cómo fuese, tenía que coger de nuevo las riendas de la situación. Nunca me había visto en algo parecido y como siguieran tocando mi cuerpo de aquella manera, me iba a correr enseguida y me iba a quedar con las ganas de disfrutar de aquel glorioso momento como realmente se merecía.

Y como pude, me liberé de ambas bestias y me intenté recuperar un poco antes de seguir con la pelea.

- ¡Quitaos la ropa de arriba la una a la otra! - ordené con voz firme demostrando mi virilidad.

Pero claro, como suponía de antemano, Sandra no se iba a dejar doblegar tan fácilmente.

- ¿La una a la otra? - exclamó Sandra dando sentido a mi idea de que no iba a estar por la labor de tocar el cuerpo de otra mujer.

- ¡Sí!, ¡eso he dicho! Quitaos la ropa la una a la otra y me enseñáis las tetas - les dije sin cortarme un pelo. ¡Pa macho yo, no te digo!

Para empezar no estaba nada mal. ¡Yo quería verlas desnudarse mutuamente!, quería ver cuatro preciosos pechos ante mis ojos y poder chupar sus pezones. Y así, a lo mejor, incluso conseguía que Sandra le tocase las tetas a Elena.

Y mi suerte, dando un giro excepcional, a pesar del primer intento de negativa por parte de Sandra, cambió. A partir de aquel momento ninguna de las dos discutió mi decisión, al contrario, automáticamente se separaron un poco de mí y Sandra se dedicó a quitar los pocos botones que quedaban de la camisa de Elena y a dejar sus tremendos pechos al aire confirmando el dicho de que a un buen culo siempre le acompañan dos esplendidas tetas. Y puedo decir que Elena no era la excepción, tenía dos tetas impresionantes, ¡grandes, grandes, grandes!

Elena, metiendo sus manos por debajo de los tirantes de la camiseta de Sandra, a la par que iba subiendo la camiseta para quitársela, empezó a sobar sus pezones poniéndoselos duros como diamantes.

- ¡Eh!, ¿qué haces, guarra? - gritó Sandra al sentir las manos de Elena sobre sus pechos.

-¡Perdón!, ¡perdón!, – imploró Elena – sólo ha sido un roce sin intención.

- ¡Es verdad!, ha sido sin intención, yo lo he visto - añadí automáticamente para que Sandra no se enfadase.

¡Por mis cojones me iba a quedar yo a medias! Yo mentía, engañaba, fingía, calumniaba y lo que hiciese falta para que mi despelotada consorte no fuese a más.

- ¡Bueno!, si ha sido sin querer, te perdono… - dijo Sandra añadiendo un gesto de benevolencia con sus manos como dándole a entender a Elena que le acababa de indultar la condena.

Después de dar por terminado aquel nuevo encontronazo tras el despelote mutuo, que por cierto duró bastante menos de lo que a mí me hubiese gustado, por fin pude deleitar mi vista con lo tenía delante de mí, dos cautivadoras leonas con sus pechos expuestos ante mí. Al fin, después de casi una hora y media aguardando aquella oportunidad y casi cuarenta años esperando ver a dos mujeres totalmente desnudas delante de mí, pude presenciar el espectáculo más grande del mundo. Os puedo asegurar que el circo no tiene ni comparación con lo que yo tenía delante de mis ojos.

Primero os hablo de las tetas de Elena y luego os comento las de Sandra, ¿vale? No se trata de ningún rechazo a Sandra, pero es que teniendo aquella primicia ante mí, como os podréis imaginar, se me iban los ojos detrás.

Elena poseía dos formidables globos redondos cómo sandías y blancos como la leche, ¡cómo se notaba que era diciembre!, que a pesar de su colosal tamaño, luchaban más o menos bien contra la ley de la gravedad. Los pezones, un poco más grandes que los de Sandra, pero duros cómo diamantes, parecían estar allí puestos para que yo me los comiera, ¡qué ricura! En su amplio canalillo, unas gotas de sudor producidas por la excitación y el calor del momento, hacían que su piel brillase y que aquellas dos lindezas fuesen aún más apetecibles de lo que por sí ya eran.

Sandra, que como ya sabéis todos tiene unas tetas de película, al verlas junto a las de Elena que eran bastante más grandes y algo más caídas, hacía que las de Sandra pareciesen aún más atractivas. Como ya he dicho un millón de veces, era imposible no clavar la mirada, y lo que haya que clavar, en aquella extraordinaria pechera. Son tan magníficos que es imposible hablar de ellos sin babear, así que imaginaros teniéndolos a vuestra plena disposición.

Ahora pasamos a la acción…

Antes había notado a través de su ropa que Sandra tenía los pezones totalmente duros, así que aprovechando la situación, estiré mi mano y cogí uno de ellos entre mis dedos. Elena, demostrando lo caliente que iba, se cogió las suyas con sus manos y me las ofreció para que se las chupara. ¡Qué demonios!, ¡si Elena me las ofrecía, Leandro iba! Y si a eso le sumamos que estaba loco por hacerlo, pues imaginaros. Sin dudarlo un segundo estiré un poco mi otro brazo y cogí una de aquellas dos ubres por el pezón mientras que ella cerraba los ojos y empezaba a respirar bastante más fuerte. Estaba claro que a aquella mujer, la tocaras por donde la tocaras, se corría de gusto.

Ahora, con una mano distinta en cada teta, hice lo que todo hombre en sus cabales hubiese deseado hacer. Agarrándolas todo lo que pude pero sin llegar a abarcarlas enteras a ninguna de las dos con mis manos, empecé a amasarlas y a jugar con ellas.

- ¡Joder!, que tetas tan preciosas tenéis, ¡qué suaves! - comenté sin dejar de apretar aquellas carnes tan distintas la una de la otra.

Ninguna de las dos hablaba, no sé ni tan siquiera hacia donde estarían mirando. Yo no era capaz nada más que de decir tonterías por la boca y desviar mi vista de una a otra teta. Pero no me importó mucho, yo estaba en el cielo de las tetas y ni por todo el oro del mundo me iba a bajar de aquella nube.

Con la punta de mi lengua me acerqué al pezón de Elena y comencé a lamerlo sin soltar el pecho de Sandra. Al sentir en mi boca aquel brillante, que era tremendo en comparación con los dulces y suaves pezones de Sandra, no pude resistirme y como un bebé hambriento me puse a chuparle y magrearle las dos tetas soltando por un momento, el pecho de mi libidinosa compañera del alma.

- ¿Pero qué estás haciendo, gilipollas? - me dijo cortándome aquel puntito tan guapo que tenía en aquel momento - ¿Te gustan las tetas de Elena más que las mías o qué?

- ¡No te equivoques!, me gustan las cuatro…, - dije yo quedándome en silencio antes de continuar hablando usando el mismo método de ella - ¡pero entiéndelo, cariño!, las de Elena son toda una novedad para mí - le contesté casi sin separar mis labios de aquellas dos grandes montañas de carne.

Ella me miró indignada pero sus pezones, que estaban duros como pepitas de oro, me decían lo contrario. Sabía perfectamente que si habíamos llegado hasta allí, es porque la tenía en la palma de la mano. ¿O era al revés?

- Me pasa lo mismo que a ti con César, ¿no crees? - dije mientras le exprimía las tetas con fuerza a Elena.

- Creo que sé a qué te refieres - comentó Elena dándose ella misma una mirada a sus grandes pechos, de una forma muy coqueta y comparándolos con el tamaño del miembro viril de César.

Sandra se apartó de nosotros haciéndose la enfadada, cogió la almohada de la cama y la tiró en el suelo justo delante de mí. Yo ya no sabía qué hacer, estaba completamente descontrolado, pero ella actuaba con una naturalidad que me desconcertaba y realmente no sabía muy bien cómo actuar.

- ¡Te vas a cagar!..., - me dijo - como castigo, te voy a hacer una mamada que sólo vas a querer follar conmigo.

Hasta aquel preciso momento no llegué a entender que mi mujer se había convertido en un volcán y que estaba a punto de la erupción.

- ¡Castígame todo lo que quieras, cariño!, ¡castígame!, no te cortes ni un pelo - le respondí entre balbuceos ya que, para el que no lo haya probado, es muy difícil hablar mientras te comes un pezón del tamaño de aquel.

Esa última frase de ¡castígame! me suena un huevo, ¿no la había usado ya ese fin de semana unas cuantas veces?

Dándome cuenta de mi posible error y haciéndole un poco más de caso a Sandra para que no se me jodiese la gallina de los huevos de oro, con todo el dolor de mi corazón me separé de las tetas de Elena y empecé a aflojarme el cinturón. Sandra que vio lo que me proponía, levantando la vista, me miró a los ojos.

- ¿Qué pretendes hacer? - preguntó un tanto extrañada.

- ¿Quitarme el pantalón? - respondí usando un poco de sarcasmo.

Tampoco hay que ser muy inteligente, ¿no? - me dije a mí mismo - ¡Cómo te pongas muy chula conmigo me vuelvo a meter las tetas de Elena en la boca y que te dan por saco, cariño!

Cómo otras veces, eso fue lo que pensé pero no lo dije. Ya he dicho que si quería que me durase un poco más la suerte, tenía que ser bastante tolerante con ella.

- ¿Puedo?... - pregunté haciéndome el gracioso.

- ¡Déjame a mí, anda! - añadió con bastante seguridad en lo que decía.

A continuación separó mis manos y comenzó el más dulce de los castigos. Menos mal que no le dije nada antes, si se lo llego a decir, al que le hubieran dado por saco hubiese sido a mí. Os puedo jurar que el castigo que me aplicó no tenía nada que ver comparado con el que me dio aquella grata noche, ¿os acordáis? ¡Seguro que sí!

Mi mujer, que permanecía de rodillas sobre la almohada, sin tan siquiera quitarme el cinturón, me abrió la cremallera e introdujo su mano para apretarme con fuerza el cipote por encima del calzoncillo.

- ¿Qué has estado haciendo aquí solita? - susurró Sandra que hacía como si estuviese hablando con mi niño pequeño.

Yo a pesar de la tensa situación y de tener bastante claro lo que quería, me esforcé por no decir ni pio para no poner puertas al campo, si ella quería hablar con mi picha, pues nada, ¡a conversar! Lo único malo que podía pasar era que mi rabo se enfadase y le escupiese en to la cara, porque eso sí, educación, poquita, poquita.

- ¿Le gusta a mi niño lo que le estoy haciendo? - me preguntó con aquella perversa voz infantil mientras sacaba su mano y de un tirón me bajaba los pantalones incluso sin quitarme la correa.

Yo era incapaz de responder y lo único que tenía claro era que quería cuanto antes que alguien me desnudase y me diese una buena comida de rabo.

Sin poner ninguna traba cómo he dicho antes, con los pantalones en los tobillos me empujó y me hizo sentarme en el filo de la cama. Enseguida me imaginé su propósito, aquella postura era la ideal para hacerme una buena comida de pelotas y yo lo estaba desando.

Elena, al verme totalmente sometido a las ambiciones de Sandra, poniéndose a mi lado me quitó la camisa y empezó a chuparme los pezones consiguiendo que mi cipote se apretase fuertemente a la tela del slip.

Yo por mi parte, tumbado boca arriba y mirando al techo, obediente como nunca, me dejé hacer por aquellas dos perfectas mujeres.

Sandra, que deseaba más que yo el tener mi rabo entre sus manos, levantándome un poco el culo, me quitó los calzoncillos haciendo aparecer en escena al penúltimo invitado de la tarde, mi miembro. Y digo el penúltimo porque a esas alturas, aún no había podido ver en todo su esplendor el impresionante coño de Elena.

En cuanto me tuvo desnudo, Sandra empezó a acariciarme la polla con suavidad y a besarme el capullo mientras que Elena la miraba fijamente y se le hacia la boca agua. Finalmente, Sandra se metió la polla en su ardiente boca logrando que me vibraran hasta las membranas del culo. Ni besitos ni lamidas ni gilipolleces, en aquel momento Sandra confundió su boca con una aspiradora y me absorbía el capullo con una fuerza que jamás había experimentado en ella, cada vez que succionaba, el cosquilleo subía por mi espina dorsal hasta el cerebro dándole fuertes meneos a mi querida amiga Minga, ¡era tremendo!

Al cabo de unos pocos minutos de este delicioso castigo, que dudo que una meretriz de polígono lo hubiese hecho mejor, Sandra empezó a chupármela con una soberbia habilidad e incluso controlando los gestos de mi cara para aligerar o frenar sus chupadas, ¡dios, qué mamada!, chupó, chupó y chupó durante por lo menos, por lo menos, ¡cuarenta y cinco segundos…! en fin, ya sabéis cómo se las gasta Sandra, ¿no?

Elena, que en ningún momento había dejado de mordisquear mis pezones y de mirar de reojo cómo Sandra se castigaba la garganta con mi garrote, poniéndose de rodillas sobre la cama decidió que ella también quería ser verdugo de mi castigo.

- ¡Yo también quiero castigarlo!

- ¡Ya me extrañaba a mí que no te hubieras apuntado antes! - contestó Sandra demostrando que no le apetecía para nada que la acompañasen a tocar la flauta.

- ¡No pasa nada!, tengo rabo para todas - dije mostrando lo orgulloso que estaba de lo que tenía entre las piernas.

Aquel burdo comentario, que Sandra entendió a la primera, sirvió para consentir que Elena degustase mis pelotas. Pero antes, con bastante picaresca, me miró con una sonrisa en sus labios, ¿qué habrá querido decir con esa carita? - me pregunté al verla.

¡Sí!, sé que fui un poco de farol, pero ¿qué podía decir ante dos mujeres que se estaban disputando mi ciruelo?, y lo más importante de todo, que a ambas les gustaba un rabo más que a un tonto un lápiz. La situación que tenía ante mis ojos había sido soñada por mí miles de veces, ¿qué digo miles?, ¡millones de veces! Imaginar que aquello me que había servido para hacerme unas pajas impresionantes desde que tenía doce años, ahora lo tenía para mí, sólo para mí, ¡era inexplicable! ¿Cómo llegar a entender que tenía a dos preciosidades luchando por mi rabo mientras que yo me dejaba hacer lo que ellas quisiesen? ¡No hacía falta entenderlo, con disfrutarlo bastaba!

Y dicho aquello, me dispuse hacerlo. Pero antes, sacando un poco mi lado más compasivo, tomé otra decisión que si no era la correcta para mí, si era la mejor para Sandra. Y digo esto porque aunque aquel fin de semana lo había hecho varias veces delante del rabo de otros, yo sabía que a ella no le gustaba mucho lo de estar de rodillas en el suelo porque decía que luego le dolían, así que para que todo fuese más fácil, la cogí suavemente del pelo separándola un poco de mi cipote.

- Dejadme que me tumbe en la cama. Así estaremos más cómodos, ¿verdad, cariño? - dije con doble intención.

¡Hostias!, ¿eso no fue lo mismo que dijo Sandra la noche de antes, antes de mandarme a grabar? ¡Se la debía! Otra vez, ¡punto y mini punto pa mí!

Haciéndome caso a mí pero no a mi doble intención, se levantó del suelo mientras que yo, completamente desnudo, me ponía en el centro de la cama dejando un hueco a cada lado para cada uno de mis dos juguetitos.

En cuanto vi a Sandra de pie, desnuda, delante de mí y delante de otra mujer mientras que yo estaba tirado en la cama como si me hubiese caído de un quinto, me puse cómo una moto, ¿cómo demonios lo había conseguido? Pero si algo me excitaba de verdad y que aún no había conseguido era presenciar al último invitado a la fiesta, el gordo coño de Elena. Cosa que no dudé y enseguida lo invité a que se sumase a nuestra particular bacanal.

- ¡Elena!, antes de tumbarte, quítate las bragas y dámelas, ¡quiero olerlas! - le sugerí de forma autoritaria pero sin perder mi pizca de agrado.

- ¡Vaya!..., - dijo Elena - si llego a saber que eres así de cerdo, te espero sin lavarme el coño y no perdemos el tiempo con el numerito de las cajas.

- ¡Habérmelo preguntado y te lo hubiera dicho enseguida! - le contesté.

Y riéndose de mi respuesta se quitó las bragas.

Ante mí apareció otro coño de carne y hueso, bueno, de hueso no, sólo de carne, de mucha carne, pero que no era el de Sandra. Un coño grande, gordito cómo ya sabía, y totalmente rasurado que habiéndolo olido antes pero sin llegar aún a catarlo, ya intuía que debía saber a gloria bendita.

A continuación, usando una de las técnicas que todas las mujeres tienen para poner cachondo a un tío, puso una pierna sobre la cama y abriéndose al máximo de piernas, me mostró en toda su grandeza sus largos labios entreabiertos y húmedos, mientras que jugueteaba con el tanga sobre sus tetas.

- ¿Te gusta? - preguntó mientras se separaba los labios con la mano y me mostraba un rojo y apetecible clítoris por lo menos tres veces más grande que el de Sandra.

¡Pedazo de coñaco se gastaba la Elena, por dios!

- ¡Me encanta, Elena!, ¿me dejarás probarlo, verdad?

- ¡Ya veremos! - dijo bajando la pierna al suelo y poniéndose nuevamente a los pies de la cama.

- Eso digo yo, ¡ya veremos! - añadió Sandra rompiendo aquel segundo de complicidad que se había creado entre Elena yo.

¿Cómo que ya veremos?, le he olido el culo, se lo he follado con mis dedos, le he comido las tetas y todo eso delante tuya, ¿cómo que ya veremos?, ¿estamos tontos o qué?

- ¡Ahora dale las bragas y verás que hace! - dijo mi mujer de forma animada conociendo perfectamente cómo iba a reaccionar yo en cuanto las tuviese en mis manos.

- ¿El qué? - preguntó Elena mientras me las lanzaba y yo las cogía al vuelo.

No hizo falta que Sandra respondiese, en cuanto lo tuve en mis manos hice lo que Sandra esperaba, me lo llevé a la nariz y lo olfateé con ansias. La pequeña braga estaba totalmente mojada y manchada en su interior de un líquido blanquecino y baboso que sin duda eran todos los zumos de su pomelo. Para no dejar en mal sitio a Sandra, puse mi boca en aquella sucia zona y me los llevé hasta mi garganta, arrastrados por mi lengua, ¡qué manjar!

- ¡Pero qué cerdo eres, cariño! - me dijo Sandra poniendo cara de asco.

- Lo que tú digas, mi vida, pero como su coño sepa la mitad de bien que sus bragas, ¡he triunfao! - contesté sin dejar de chuperretear la parte donde hacía unos segundos estaba posado el chochete de Elena.

Aquella fragancia, sin duda enloquecedora pero totalmente distinta a la de Sandra, quise compararla con la de mi mujer y de paso saber que sería oler dos coños a la vez. ¿Os lo imagináis?, ¡pues yo ya lo sé!, es lo mejor que os puede pasar en la vida.

- ¡Sandra!, mira en el bolsillo de mi pantalón y dame tus bragas, ¡porfa!

Sin rechistar y de forma totalmente sumisa por primera vez en mucho tiempo, se acercó hasta dónde había dejado mis pantalones y las cogió, pero antes de dármelas, se las acercó al coño y se las metió casi enteras dentro de su cueva, luego se limpió bien en ellas para dejarlas bien perfumadas y me las echó sobre la cara.

En cuanto las cogí, las acerqué a mi nariz y olí aquel preciado olor de su coño. Luego, para compararlo hice lo mismo con las de Elena, ¡lo sabía!, tenían dos olores totalmente distintos, ningún mal olor, todo lo contario, eran dos esencias que indicaban lo mismo, olor a putitas en celo que pedían con urgencia una polla en sus coños.

Mientras que yo me deleitaba las papilas olfativas con aquel intenso y agradable aroma a marisco fresco de un par de días, las dos se sentaron en la cama, una a cada lado de mi cuerpo, pegando sus hermosos culos a mis caderas. Parecía que no querían que me escapase, pero no tenían por qué preocuparse, mi última intención en aquel momento era huir. ¡Pues no estaba yo bien ni nada, vamos!

- ¿Y porque huele las bragas teniéndonos a nosotras aquí? - preguntó pícaramente Elena a Sandra.

- Ya sabes cómo son los tíos, Elena, ¡mucho lirili pero poco larala! - contestó Sandra con mucha más picardía aún.

La verdad es que tenían razón, ¿qué cojones hacia yo chupando el papel si tenía la magdalena entera? ¿No sé?, debe ser que a los tíos nos gustan las mujeres cómo los yogures, primero chupas la tapa y luego te comes el interior lentamente, ¿no?, ¡así dura más!

Y tal como lo pensé, lo dije.

- Ya he chupado la tapa, ¿a qué yogurín me como ahora? - pregunté demostrando que no me molestaban sus comentarios sobre los hombres y que Leandro iba sobrado de larala .

Elena, que cómo ya he dicho un millón de veces, era bastante guarrilla, fue la primera en entrar en acción.

- Tu estate ahí quieto que ahora nos toca a nosotras jugar contigo y olerte, ¿vale?

¡Joder!, ¡qué bien!, ahora viene el completo y encima a cuatro manos, cuatro tetas, dos coñetes y un par de colosales culos - pensé en cuanto oí su comentario.

- ¿Me dejas a mí los preliminares? - preguntó a Sandra con voz y carita de niña mala.

- ¡Claro que sí!, ¡faltaría plus! - contestó mi mujer siguiéndole el juego - ¿Cómo piensas hacerlo?, preguntó riéndose, por primera vez aquella tarde, con verdaderas ganas.

¡Eah!, de nuevo me había convertido en el juguete de mi mujer. ¡Perfecto!

- Es que he visto una cosa que Leandro tiene entre las piernas que sube y baja a mí antojo - comentó Elena que al igual que mi mujer, no dejaba de reírse de mí.

¿O era conmigo?

Reíros, reíros todo lo que queráis, ¡si a mí lo que me gusta es que me la chupen!

Aquella broma de Elena me confirmó un dicho que había escuchado hacía mucho tiempo y que cómo sólo había tenido la suerte de acostarme con una mujer, con Sandra, no lo había podido confirmar al cien por cien, “todas las mujeres son brujas, pues levantan cosas sin tocarlas” ¡Cuánta razón! Pero yo lo hubiera mejorado un poco, “todas las mujeres son unas brujas y unas zorras, que levantan cosas sin tocarlas y luego las dejan a medias” , ¡qué cabronas!

Ahora entenderéis porqué digo esto.

- ¿Te refieres a esto? - dijo Sandra entre risas atrincándome del manubrio y relamiéndose los labios y la boca que los tenía hechos agua de tan solo mirarme el cipote.

- ¡Bingo para la señorita! - gritó Elena a la par que estiraba su mano para posarla sobre mis desnudas pelotas.

- ¿Te gusta como es o crees que es pequeña?

- ¡Hombre!…, a primera vista parece pequeña, pero no sabría decirlo hasta que no la haya catado en condiciones - contestó Elena a la insultante pregunta de Sandra.

- ¡Bueno!, pequeña sí que es, pero gorda cómo ninguna, ¡eh! - matizó Sandra dándome un fuerte apretón justo encima de los huevos para de esa forma mostrar toda su anchura.

¡Pero bueno!, ¿esto qué es?, ¿se están riendo de mí o qué? ¡Pos vale!, a mí mientras que no me dejen a medias, que hagan y digan lo que les dé la gana - me dije a mi mismo soltando una leve sonrisa de satisfacción.

- ¿No sé?, ¡está bien!, pero la de César es más grande, ¿no crees? - comentó la zorra separando las manos para representar el tamaño del ciruelo del tal César.

¡Joder con los vecinitos!, ¿aquí también me iban a hacer sufrir?

- ¿En serio?,¡no sé yo, eh! - respondió Sandra haciéndose la sorprendida por la comparación cómo si nunca la hubiese catado - ¡Mi Leandro la tiene como la tiene pero folla como nadie! - afirmo mi mujer mientras me acariciaba suavemente el prepucio.

¡Menos mal!, porque si llega a decir lo contrario, me levanto y me voy. ¡Ji, Paco!, ya podían haber dicho misa en latín y jurar en arameo que a mí no me movían de allí ni con agua caliente. ¡Pos no estaba a gustito yo ni nada entre mis dos tetonas!

Yo no decía nada, ¿qué se puede decir cuando dos mujeres, dos preciosas y macizas mujeres, te están poniendo verde pero a la par que te están sobando la polla y huevos con una gran delicadeza?

- ¡Tócasela!, veras que gorda y dura está - dijo mi mujer invitando por primera vez en su vida a compartir mi cipote con una mujer.

Aquellas palabras de Sandra en comparación con las del pasado sábado con Juanma cuando me invitó a mí a tocársela a él, no tenían ni punto de semejanza. Para nada eran parecidas las manos, tetas, culo, caderas, muslos y coño de Elena con la, por muy grande que fuese, polla de Juanma.

- ¡Espera!, se me ocurre una idea para ver si se pone más dura todavía - añadió la guarra de Elena.

¡Menuda bruja estaba hecha!

Y sin decir nada más, ¿para qué?, se puso de rodillas a mi lado y escupiéndose la mano con un buen chorro de caldosa saliva, me agarró la polla y empezó a acariciármela de arriba abajo lentamente, esparciendo todas sus jugosas babas por mi cipote consiguiendo hacerme suspirar de placer y que mi verga creciese aún más como por arte de magia. Por primera vez en mi vida, una mujer que no era Sandra tocaba mi rabo. ¡Sí!, es verdad que Cristina la tuvo bastante cerca, pero cómo ya dije en su momento, jamás llegó a tocármela.

Mientras pajeaba mi rabo suavemente, se arrodilló ante mí y metió su nariz entre mis huevos y mi culo y empezó a aspirar fuertemente.

- ¡Cómo me gusta el olor a polla! - soltó cerrando los ojos queriendo quedarse con el aroma grabado en su mente.

- Pues más te gustará su sabor… ¡chúpasela, zorra! - contestó Sandra al horrendo comentario de Elena.

- ¡Eso, eso!, ¡chúpamela! - dije casi en tono de desesperación y apuntando con mi rabo hacia su cara.

Tanto yo como Sandra sabíamos perfectamente que si seguía así unos segundos más, explotaba. En cambio, si me la chupaba, duraría mucho más.

Elena levantó por un momento la cabeza para mirar a Sandra y al ver que mi mujer no sólo no se oponía sino que encima se estaba tocando el coño suavemente con sus propios dedos, respiró fuertemente como cogiendo aire y volvió a meter su boca entre mis huevos y mi culo.

- Antes te voy a dejar bien limpito, ¿vale? - dijo antes de perderse en mis ocultas profundidades que después de un día y pico sin ducharme, precisamente a limpio, no debía oler.

De repente, con una habilidad sorprendente, me empezó a comer el agujero del culo sacando de mi garganta un profundo gemido y un agradable estremecimiento de todo mi cuerpo.

- ¡Pero qué zorra!, ¡luego llamas guarro a mi maridito! - añadió Sandra, ya sin ningún tipo de pudor, al ver cómo mi cuerpo se contraía completamente cada vez que ella chupaba.

Y después de decir aquello, apoyó su cabeza en mi barriga para ver en primer plano cómo aquella mujer jugueteaba conmigo.

Es curioso que se le denomine sexo oral a la práctica sexual en la que menos se puede hablar. Y digo esto porque en aquel momento manteníamos tal silencio los tres, que en el ambiente solo se oían los húmedos sonidos que producía Elena cada vez que intentaba meter su viperina lengua en mi interior mientras que yo, entre sacudida y sacudida, no me podía creer lo que estaba ocurriendo.

Antes de ayer vi por primera vez a mi mujer follar con otro hombre que no era yo, luego ese mismo tío me viola a mí por mandato de mi mujer, luego nos la beneficiamos entre los dos, anoche después de muchos dires y diretes, se la follan a ella entre tres bigardos dejándole el culo como un bebedero de patos mientras que yo solo puedo mirar y grabar en video, más tarde ella me la chupa a mí mientras que vemos como aquellos tres se daban por culo los unos a los otros, esta mañana me la chupa uno de los tres que anoche se la tiraba mientras ella mira tranquilamente, luego ella se masturba con un cirio pascual, y ahora, ¿no sé porque regla de tres?, después de perforar un grandioso y desconocido culo con estos deditos que dios me dio, una mujer que está más buena que todas las cosas me come el culo mientras que mi mujer se deleita con sus acciones y se toca el coño delicadamente, ¿qué ha cambiado en el mundo para que mi suerte de un giro tan radical en sólo un fin de semana? ¡Da igual!, ¡ha cambiado y ya está! - pensé.

Allí estaba yo, sumido en mis pensamientos, tumbado cómodamente y acariciando el pelo de Sandra, disfrutando cómo un enano de aquel majestuoso beso negro con el que Elena me estaba obsequiando. Pero lo mejor es que aquel beso tan íntimo no era el ósculo de una novata que lo hace deprisa y corriendo para terminar cuanto antes, ¡qué va!, la Elena chupaba con un ardor, que a pesar de haberlo probado muchas veces con mi mujer, jamás había sentido. Tendría que pedirle a Elena que le enseñase a Sandra como mejorar la técnica.

Y tras un buen rato de intentos fallidos por meter casi toda la lengua en mi interior pero de darme todo el placer del mundo y casi hacerme revolcarme por la cama, se dio por vencida pasando a deleitar sus papilas gustativas con otras zonas más duras de mi cuerpo. El siguiente tramo al que le tocó recibir los suaves mimos de Elena fueron mis huevos que con el mismo ansia que antes chupaba mi culo, ahora lamía mis pelotas y recorría el inicio de mi rabo con su lengua para terminar paseándomela por la parte interna de mi capullo. Aquellas suaves caricias consiguieron que si mientras me comía el culo, mi rabo estuviese casi dormido, ahora se me pusiera de nuevo cómo un mazo de partir almendras. Tanta excitación era inaguantable y todos mis nervios los estaba pagando con el pelo de Sandra que, sin poder remediarlo, por momentos masajeaba con más fogosidad. Pero si antes con mis manoseos desmelenaba el cabello de Sandra, cuando sentí cómo mi capullo desaparecía entre los cálidos labios de Elena y notaba los primeros lametazos de su lengua jugando con mi ciruelo, por poco le arranco una mata de pelos. Aquel tirón de pelos, que debo decir que tuvo que dolerle bastante, hizo que Sandra rompiese su silencio con una leve pero sonora queja de dolor y entrase en acción.

Sin romper en ningún momento el silencio reinante en el dormitorio pero demostrando que no estaba dispuesta a quedarse atrás en lo de guarrilla y sobre todo, de no recibir más tirones de pelo, al ver como la puerca de Elena disfrutaba haciendo cerdadas con mi rabo, Sandra se puso a competir usando un comportamiento realmente indecoroso. O sea, más o menos que se acercó a mi ombligo y escupiéndome en él, empezó a jugar con su lengua repartiendo sus deliciosas babas yendo desde allí hasta mi pecho y subiendo hasta mi boca para terminar dándome un beso enloquecedor donde su saliva corría por entre la comisura de mis labios. Si existía algo realmente imposible de realizar en mi vida era aquello, pero puedo decir que en aquel momento se me hizo real. Ni por un segundo me había imaginado lo que podría ser sentir mis labios unidos a los de mi mujer en un beso de amor verdadero mientras que otra mujer que también estaba como un tren, albergaba mi hombría entre sus envidiables labios. Lo dicho, ¡realmente sublime!

¡Perrea, perrea!

El chiqui-chiqui mola mogollón, lo bailan en la china y también en Alcorcón.

Dale chiqui-chiqui a esa morenita, ¡que el chiqui-chiqui la pone muy tontita!

Lo baila Rajoy, lo baila Hugo Chávez, lo baila Zapatero, ¡mi amol, ya tu sabeh!

Lo bailan los brothers, lo baila mi hermano, ¡lo baila mi mulata con las bragas en la mano!

Y el chiqui-chiqui se baila así:

Uno, ¡el breikindance!

Dos, ¡el crusaíto!

Tres, ¡el maiquel yason!

Cuatro, ¡el robocop!

- ¿Qué mierda es esa música? - pregunté un tanto alucinado por creer saber de dónde podía proceder.

- ¡Greo gue ez mi movi! - contestó Elena sin tan siquiera sacarme mi nabo de la boca.

¡Perrea, perrea!

El chiqui-chiqui mola mogollón, lo bailan en la china y también en Alcorcón.

Dale chiqui-chiqui a esa morenita, ¡que el chiqui-chiqui la pone muy tontita!

Lo baila Rajoy, lo baila Hugo Chávez, lo baila Zapatero, ¡mi amol, ya tu sabeh!

Lo bailan los brothers, lo baila mi hermano, ¡lo baila mi mulata con las bragas en la mano!

- Pues déjalo que suene y que le den por el culo - dije un poco irritado por pensar que de nuevo, un puto teléfono me iba a bajar de la nube.

Y el chiqui-chiqui se baila así:

Uno, ¡el breikindance!

Dos, ¡el crusaíto!

Tres, ¡el maiquel yason!

Cuatro, ¡el robocop!

- ¡Eg gue no ze zi zega aggo impogtante! - contestó Elena al ver que el teléfono no paraba de sonar.

- ¡Déjalo que suene, verás como al final se cansa! - añadió Sandra que tampoco estaba dispuesta a volver a dejarme a medias por una llamada.

Y tras aquellas sabias palabras de Sandra, el teléfono dejó de sonar. Elena, cerrando los ojos y metiendo sus manos bajo mi culo para apretarse un poco más a mi cimborrio, volvió a su trabajo como si no hubiese ocurrido nada.

No pasaron ni veinte segundos cuando de nuevo el puñetero chiqui-chiqui , nos volvió a cortar el rollo.

¡Perrea, perrea!

El chiqui-chiqui mola mogollón, lo bailan en la china y también en Alcorcón.

Dale chiqui-chiqui a esa morenita, ¡que el chiqui-chiqui la pone muy tontita!

Lo baila Rajoy, lo baila Hugo Chávez, lo baila Zapatero, ¡mi amol, ya tu sabeh!

Lo bailan los brothers, lo baila mi hermano, ¡lo baila mi mulata con las bragas en la mano!

¡Me cago en to los muertos del Chiquilicuatre de los cojones!, ¿otra vez, por dios?

Y el chiqui-chiqui se baila así:

Uno, ¡el breikindance!

Dos, ¡el crusaíto!

Tres, ¡el maiquel yason!

- ¿Otra vez?, ¡qué pesadito!

- ¿Gue hago? - respondió Elena abriendo los ojos y mirándome con cara de agobio.

- ¡Cógelo de una puñetera vez, por favor! - dije entre suspiros de desesperación.

Automáticamente se levantó y se fue a por el teléfono. Eso sí, antes de irse me dio un besito de despedida en mi enardecido capullo.

- ¿Quieres seguir tú? - pregunté a Sandra en cuanto vi que Elena desaparecía.

- ¡No!, yo lo puedo hacer todos los días. Hoy quiero que sea tu guinda sorpresa la que te lo haga - me contestó quedándose más larga que ancha.

Acto seguido se levantó y se fue detrás de Elena.

- ¿Adónde vas?, ¿cómo me vas a dejar otra vez a medias?, ¡cari, por dios!

- ¡Ahora vuelvo! - terminó diciendo y dejándome con la polla mirando al techo y con la moral por los suelos.

Con un mosqueo de mil pares de cojones, cogí el paquete de tabaco y me encendí un cigarro para calmar mi fogosidad mientras esperaba si tras la llamada de teléfono habría una segunda parte o no.

¿Entendéis ahora lo de brujas y zorras?, pues por eso lo dije.