Solo era el principio (39) La guinda del pastel...

Al llevar una falda tan sumamente corta, unas rollizas cachas, una grandísima parte de su insolente culo y el principio de unas diminutas bragas negras que se perdían en el interior de su raja, quedaron ante mis atónitos ojos.

CAPITULO 39

La guinda del pastel…

LUNES, 08 DE DICIEMBRE DE 2008 (TARDE) (1ª PARTE)

Los tres, Juanma, César y yo, una vez pasado el apuro de haberme pillado con Dani entre las piernas y ya vestidos por fin, estábamos sentados alrededor de la mesa de la cocina, charlando no sé muy bien de qué, mientras nos tomábamos una cerveza fresquita y esperábamos que Sandra terminase su ducha post-masturbal.

Creo, si mal no recuerdo que hablábamos de futbol y de que España , que aunque aquel año había sido Campeona de Europa , jamás llegaría a ser Campeona del Mundo . Todavía hoy pienso que aquella charla debía ser, entre otras cosas, para quitarnos las imágenes del día anterior y las de esa misma mañana y demostrar nuestra hombría, porque la verdad, yo no es que pierda la cabeza por el futbol, pero es que aquellos dos energúmenos no tenían ni puta idea de lo que hablaban.

Por cierto, dos años después me daría cuenta de que aquel coloquio futbolero fue totalmente erróneo y de que La Selección Española llegó a ser, entre bubucelas , Campeona del Mundo indiscutible derrotando a Holanda en la Final, pero bueno, ¿quién se iba a imaginar en aquel momento lo que pasaría dos años después?, ¡PODEMOS!, ¡ESPAÑA, ESPAÑA…! ¡OEH, OEH, OEH, OEH…! ¡A POR ELLOS, OEH!, ¡A POR ELLOS, OEH…!

Así estábamos entre charlas, risas y disputas balompédicas, cuando de repente la puerta de la cocina se abrió lentamente y apareció ante nosotros aquella hermosa y exuberante mujer de pelo rubio y ojos penetrantes que me volvía loco.

¡Ya quisiera España tener una delantera cómo aquella! - pensé todo orgulloso en cuanto la vi entrar.

De repente, su perfume, que no era el suyo habitual, llenó la habitación de un olor realmente fresco y agradable. Venía recién duchada, con el pelo aún mojado y sólo cubierta con un albornoz blanco, que debía ser de César por lo grande que le quedaba, pero que la hacía aún más graciosa y atractiva. Sus grandes ojos verdes estuvieron mirándonos fijamente y en silencio durante algunos segundos.

- ¡Bueno!, ¿y mi cerveza? - preguntó con un tono de voz bastante agradable y divertido.

Los tres a la par dimos un salto de las sillas en dirección a la nevera para coger la cerveza. Esta vez gané yo que era el que más cerca estaba del frigorífico.

- ¡La próxima vez tendrás que ser más rápido! - le dije a César recordándole lo que él me había dicho la noche de antes con las bragas de Sandra.

- La siguiente la gano yo, ¡te lo prometo! - me respondió César retándome en broma.

- Pues mucho vas a tener que mejorar para ganar en algo a Leandro - contestó Sandra saliendo en mi defensa aun sabiendo que por lo menos, en tamaño de nabo me daba una paliza.

- ¡Gracias, mi vida! - le dije dándole la cerveza y acercándome a su cuello para darle un beso y de camino aprovechar para olerla como si fuese un perrito faldero.

Si su olor desde lejos era agradable, desde cerca era maravilloso.

A continuación se sentó junto a nosotros y entre cervezas empezamos a charlar de todo y de nada, es decir, de cosas de diario cómo si se tratase de una reunión de viejos amigos.

Aquí he aclarar una cosita. Para nada creáis que me había olvidado de Duque y de su cuidador temporal.  Estando en aquella mesa sonó mi móvil y tras hablar un ratito con Jesús y sincerarme con él cómo él había hecho conmigo el día del restaurante, le conté la verdad de lo que me estaba pasando. Al escuchar mi relato, él mismo fue el que me dijo que se quedaría con el perro el tiempo que fuese necesario con la única condición de que luego le dejase ver lo grabado. Cómo era de esperar y sabiendo cómo se había portado conmigo, le dije que sí, pero eso es otra historia que no sé si os contaré aquí o me la guardaré para mí. Cabe recordar que al fin y al cabo, Jesús había sido la primera persona en ver el cuerpo desnudo de Sandra con todo mi permiso.

Ahora, a lo que iba.

Inevitablemente, y más después de varias cervezas, el tema fue, como no, derivando al sexo.

Y siguiendo el argot futbolístico, es decir, usando palabras cómo pelotas, regates, pichichis, aficionados y cómo no, penaltis y goles por toda la escuadra, comentamos en plan gracioso algunas de las mejores jugadas que habían ocurrido el día de antes y aquella misma mañana consiguiendo que de nuevo algún que otro poste y alguna que otra portería se volviese a humedecer, hasta que César, tan impaciente cómo siempre, cambió radicalmente la conversación lanzando un libre directo.

- ¡Si quieres podemos volver a empezar! - dijo dirigiéndose a mí pero mirando a Sandra.

Y al igual que le contesté esa misma mañana a Dani, se lo dije a César.

- Pregúntaselo a ella que está aquí delante, si ella quiere, por mí no hay problema.

¡Y puedo jurar que lo dije de verdad!, ¿qué más podía pasar que no hubiese ocurrido ya?

- ¡Mejor lo dejamos para otra ocasión que hoy estoy un poquillo cansada! - contestó ella dando por terminado el partido y cualquier opción de prórroga.

Aquella respuesta me resultó bastante coherente, tampoco era plan de quemar todos los cartuchos en el mismo fin de semana. Quizás podríamos dejarlo para otro día ya que, aunque la cera de la vela lo hubiese dejado algo más suavecito, debía de tener el coño y el culo “escocíos” de tanto follar.

- Además, ¿yo no sé vosotros?, pero yo tengo un hambre que devoro… - sugirió Sandra consiguiendo cambiar totalmente el rumbo de la conversación.

Era un poco tarde, casi las tres y la verdad es que yo también sentía un poco de hambre. Y aunque la pasada noche cenamos bien, el sobrehumano ejercicio realizado y las cervezas, ya estaban pidiendo a gritos algo desde mi interior.

- Pues ahora que lo dices, tienes razón, ¡yo tampoco he desayunado! - afirmó Juanma.

- ¿Y por qué no preparáis algo de comer mientras yo me visto un poco más decente?

- ¡Vale! - contestamos los tres casi al unísono.

- ¡Lo que no sé es que ponerme! - matizó Sandra al darse cuenta que allí tenía poca ropa que ponerse.

César y Juanma se miraron un poco confundidos cómo no sabiendo que contestar.

- Mira en el armario de Juanma, seguro que encuentras algo que ponerte - propuso César.

- O si no, te pones la misma ropa de ayer y te cambias cuando llegues a casa, porque en cuanto terminemos de comer, ¡ya estamos nosotros en casita tirados en el sofá! - dije totalmente decidido a hacer lo que acababa de decir.

Ahora la mirada, pero no de confusión sino de todo lo contrario, fue entre Juanma y Sandra, ¿a qué venía aquella mirada?

- ¡Bueno!, ya veremos lo que hacemos.

Su respuesta no fue nada aclaratoria.

A continuación y sin dar más explicaciones, se fue hacia el dormitorio y nosotros empezamos a rebuscar en la nevera algo que picotear.

Mientras Sandra se vestía, nosotros preparamos la mesa con varias viandas. Juanma preparó una ensalada “ Cesar ” (¡qué casualidad!) para acompañar una de las varias botellas de champán que tenía guardadas y que él decía que eran perfectas para celebrar algo tan especial cómo nuestra amistad, César metió un par de pizzas “ Margarita ” (¡otra casualidad!) en el horno, y yo, que no conocía muy bien la cocina, rebuscando entre los muebles saqué unas patatas fritas y unas aceitunitas “ enviolas ” para picotear un poco mientras esperábamos a que se terminaran de hacer las pizzas. ¿Qué raro que en aquella casa hubiese aceitunas “ enviolas ”, no?

Sentados y a la espera de las pizzas estábamos, cuando apareció Sandra con una camiseta de tirantes con dos aberturas laterales bastante amplias que dejaban bastante poco a la imaginación, y un pantalón cortito que le quedaba bastante ajustado y que le dejaba perfectamente marcadas la línea de su extraordinario culo y la raja de su monumental coño. Al verla, nos echamos a reír con ganas a la par que nos echábamos mano al cipote de forma disimulada, ¡estaba preciosa!

- ¿Qué “paisa”?, ¡yo sólo venía a jugar un ratillo al póker!, ¿vale? No os riais de mí que es lo único decente que he encontrado en el armario - dijo con toda la naturalidad del mundo y con una preciosa risa en sus labios.

La ocurrencia de Sandra nos hizo reír a los cuatro, pero ella quiso seguir hablando.

- Además, como no tenía braguitas limpias y las mías no sé quién las tiene, me he tenido que poner estas que estaban en el cajón con etiqueta y todo - dijo a la par que se subía la camiseta y se bajaba un poco el pantalón.

Cabe recordar que la vergüenza que teníamos la noche de antes era verde y se la comió un burro. A partir de ahí, que cada uno piense lo que quiera.

Al bajarse el pantaloncito, ante nuestros ojos apareció un pequeño tanga de color blanco casi transparente, con unos lacitos de color oro. Y para rematar la broma, tiró de la pequeña braguita hacia arriba haciendo que se le metiese la tela del tanga en la raja y se le separasen los depilados labios de su coño.

¡Lo dicho!, la vergüenza que teníamos la tarde de antes era verde y se la comió un burro.

- ¿De quién son? - preguntó Sandra creando un molesto silencio en el ambiente que no llegué a entender.

- Son de una chica que estuvo viviendo con nosotros hace tiempo - dijo César prolongando un poco más el silenció.

- ¡Anda ya!, ¡confiesa, maricón! - dijo Juanma rompiendo aquel misterio y echándose a reír con las palabras de su compañero.

- ¡Bueno, sí! - volvió a decir César pero sacando otra vez, la vena que tan bien sabía guardar - Debo confesar que son mías y que muchas noches me las pongo para Juanma.

- ¡Pues son preciosas! - comentó Sandra agachando la cabeza para míraselas.

- ¡Es verdad!, debo admitir que tienes buen gusto, amiguete - dije yo torciendo la cabeza para mirar con más detalle la entelada raja de mi mujer.

- ¡Pues eso no es nada!, no veáis el montón que tiene en el armario - comentó Juanma mientras sacaba una hielera para meter la botella de champán - ¿Por qué te crees que te ha dicho que miraras en mi armario y no en el suyo? - añadió Juanma.

Y a partir de ahí, al igual que la noche de antes cuando tenía el rabo de Juanma entre los labios, de nuevo sacó la vena a relucir sin importarle una mierda lo que pensásemos los demás. Al fin y al cabo, poco importaba ya.

- ¡Pues sí!, ¿qué le voy a hacer? ¡Tengo toda esa ropa para las noches que él viene peleón! - dijo César con cierto aire de recochineo hacia su pareja.

Al hablar tan abiertamente sobre todo lo que tenía guardado y para qué lo usaba, me vino a la cabeza cierta noche de juegos que no quería recordar pero que ya formaba parte de mi historia sexual. ¡Escalofríos me entraron!

¡Dios quiera que Sandra no saque el tema a relucir! - me dije a mi mismo bastante preocupado. Ni de broma me volvía a poner unas medias o unas bragas y mucho menos, delante de aquellas dos lobas.

- Si quieres te las regalo, Sandra. ¡He de reconocer que te sientan mucho mejor a ti que a mí! - terminó diciendo con un suspiro bastante poco masculino pero pasando suavemente sus dedos sobre la raja, digo tela, del tanga de mi mujer con muy poca vergüenza.

Cómo digo, en ese momento le había salido la vena al aire y por la confianza con la que charlaba y manoseaba de vez en cuando a Sandra, se podía ver que estaba totalmente a gusto hablando de todo aquello entre nosotros, y nosotros de acuerdo con sus gestos y comentarios. Yo estaba tranquilo, según nos había dicho Sandra la fiesta había terminado y no tenía que preocuparme por nada.

- ¡Vaya!, menos mal que no es sólo mi mujer la que va regalando las bragas por ahí - contesté con cierto tono jocoso.

- ¡Muchas gracias! - respondió Sandra aceptando el regalo y mirándome a mí con cara de desconfianza por mi último comentario.

- ¿Quieres ver mi armario? - sugirió César a mi mujer.

- ¡Claro que sí!, enséñamelo todo - dijo Sandra cogiendo a César de la mano para llevárselo al dormitorio a ver la ropa y dándole la confianza que aquel “hombre” necesitaba - ¡Cariño, ahora vuelvo!, me voy de compras con mi mejor amiguita - me dijo dándose media vuelta y siguiendo los pasos de César.

¡Qué jodía!, ¡pues no le había cogido gusto a eso de tratarles cómo mujeres!

- Quiero pensar que cuando Sandra le ha dicho a César, “enséñamelo todo”, se refería a la ropa interior, ¿verdad, Juanma? - comenté un tanto angustiado.

Y no por lo que hiciesen, sino porque lo hiciesen sin mí delante y sin ninguna cámara de video cómo testigo.

- ¡Tranquilo, Leandro!, César a solas con una mujer no tiene ningún peligro, te lo aseguro.

- ¡Pero es que Sandra en un probador tiene más peligro que una piraña en un bidet! - contesté haciendo referencia al día de las compras, cosa que él sabía porque se lo habíamos contado la mañana del sábado en casa.

- ¡Ya verás cómo no!, César es fiel a mí cómo ninguna otra persona, ¡te lo aseguro!

- Por cierto, ahora que hablas de fidelidad, ¿le contaste lo nuestro a César? - le pregunté mientras me metía una patata frita en la boca.

Juanma ni tan siquiera levantó la cabeza.

- Mientras que tú terminas de aliñar la ensalada, ¿te importa que te deje sólo un momento?

- ¿Adónde vas?... ¿No irás en busca de Sandra? - pregunté un tanto intrigado y sin haber tenido respuesta a mí pregunta.

De César me podía fiar, pero de Juanma ni mijita y sabía que cómo este metiera baza, la baza terminaba dentro de Sandra.

- ¡Voy un momento a casa de la vecina pero vuelvo enseguida!

- ¡Ah, bueno!, pues aquí te espero y luego me respondes a lo de si le has contado algo a César o no, ¿vale?

No sé por qué, pero me daba en la nariz que aquel intento de escabullirse era para no decirme la verdad sobre si se lo había contado a César o no.

- Te dejo al cuidado de las pizzas, ¡que no se te vayan a quemar! - me volvió a contestar eludiendo mi pregunta.

Y tras decir aquello, se fue dejándome sólo en la cocina con mis dudas, momento que yo aproveché para ponerme a aliñar la ensalada cómo a mí más me gusta, con mucho vinagre y tan fuerte que haga hoyuelos, y pasando un huevo de la salsa “César” . Si a alguno no le gustaba, que se jodiese y que lo hubiera hecho él.

Al cabo del rato volvieron los o las dos, no sabría cómo llamarlo, y detrás de ellos llegó Juanma.

¡Sandra estaba alucinada!

- ¡No veas, Leandro!, no veas la cantidad de tangas que tiene César.

Y tras decir aquello, se acercó a mí y me enseño de nuevo el tanga blanco de lazos dorados.

- ¡Pero creo que elegí las más bonitas para ti, cariño! - me dijo.

- ¡Gracias, preciosa!, ¡espero que esta vez sea verdad!, porque últimamente se las regalas todas al jodío Juanma - le dije con cierto recochineo pero sin ningún rencor.

- ¡Te prometo que estas serán sólo para ti y que las usaré cómo guinda a mi sorpresa! - me respondió Sandra.

- ¿Sorpresa?, ¿qué sorpresa? - pregunté bastante extrañado - ¿No habíamos quedado en que esto ya era el punto final, comíamos y nos íbamos?

Pero cuando Sandra iba a contestar, Juanma, no queriendo seguir con aquella conversación no sé por qué, sacó las pizzas, que más que hechas estaban prácticamente quemadas, ¡se me olvidó echarles un ojillo, lo siento! y nos invitó a sentarnos en la mesa quedándome, otra vez, sin respuestas a mis dudas. Ahora, tanto Juanma cómo Sandra, me debían una explicación y no me iría de allí con más interrogantes.

- ¡Esperad!,antes de empezar quiero encender una vela por nuestra amistad – gritó César saliendo corriendo como una loca hacia el dormitorio.

¿Una vela? Mi corazón dio un vuelco ante las sospechas, sospechas que se confirmaron cuando vi entrar a César en la cocina.

Nuestras caras, la mía y la de Sandra, cambiaron de color y temperatura cuando vimos que César llevaba en la mano la vela-cipote que mi mujer había usado un rato antes para calmar el ardor patrio de su coño. Sandra y yo nos miramos con cara de complicidad e intercambiando una pequeña sonrisa recordando lo que pasó con aquella vela hacía más o menos dos horas, seguimos cómo si nada.

César, ajeno a lo que pasaba por nuestras cabezas, la puso en el centro de la mesa, la encendió y sin más, empezamos a comernos aquella pizza tan bien tostadita y aquella ensalada tan agria sin que nadie se quejase de nada, ¡cuando el hambre aprieta, cualquier cosa está buena!

Durante un buen rato estuvimos comiendo en silencio pero por mi cabeza pasaba continuamente la imagen de aquel velón en el interior de su chochito y que ahora se derretía en el centro de la mesa, ¡cómo había disfrutado con ella, la tía zorra! Aún debía estar manchada de su flujo y ahora se estaba quemando lentamente junto a la cera. Y no sé si sería por que la vela era perfumada o porque el olor que soltaba la cera quemada era la mezcla del fuego junto a los jugos de Sandra, pero aquel olor y la imagen de la vela dentro de su coño, me estaban poniendo cachondo otra vez.

Rompiendo el silencio que reinaba en la mesa, alguno de los cuatro sacó un tema de conversación y comenzamos a hablar. La charla, cómo ya era habitual, enseguida empezó a ser bastante amena. Nos reíamos y seguíamos bebiendo, ahora la segunda botella de aquel champán tan apreciado por Juanma que sinceramente, estaba bastante bueno. (¡El champán, vale!, ¡el champán!).

Sandra, al finalizar la comida y queriendo ser servicial se levantó para retirar los platos, pero al estirarse para recogerlos, como era de prever de antemano por lo ancho de su camiseta, se le salió una teta a través de los grandes tirantes de esta. Sin ninguna malicia, ¡tonto de mí!, estiré mi mano para intentar colocársela en su sitio pero sin éxito. Aquello, que juro que lo que intentaba en aquel momento era simplemente taparla, pareció más un magreo mamario que un intento de colocársela.

- ¡Qué buena está la jodía, eh! - dijo César por enésima vez en aquellos dos días al ver el sobeo de melones que le estaba pegando.

- ¡Sí! - respondí con cara de agradecimiento pero tomándomelo cómo eso, un simple piropo.

Aquel comentario, aunque no me lo esperaba, no me molestó viniendo de quien venía, pero lo que sí me dejó a cuadros fue su siguiente reacción. Tirando de mi mujer, la cogió por la cintura, la sentó en sus piernas y empezó a sobarle la teta que aún seguía fuera de su camiseta, ¿qué coño hacía el maricón?

Sandra, que yo creí que iba a protestar, no dijo nada. Aquello era como una broma para ella, pero una broma que otra vez conseguía que sus pezones volviesen a ponerse de punta marcándose por debajo de la tela de la camiseta.

- ¡Menudos melones tienes, Sandra! Si es que estás para follarte hasta reventar, ¡hija de mi vida! - siguió diciendo.

Sandra volvió a no contestar, se limitó a devolver el piropo con una sonrisa.

César, al ver que nadie se quejaba por lo que estaba haciendo, quiso dar un paso más a ver si conseguía su objetivo. Yo creo que aquel jodío maricón o no había entendido muy bien lo que había dicho Sandra de no seguir o no quería darse por enterado. Ya sabéis lo que dicen, “cuando las ganas de follar aprietan, ni los culos de los muertos se respetan”

- ¡Joder, Sandra!, si me dejas, ahora mismo te mato a polvos y luego te resucito para volver a matarte follando.

¡Vaya piropos que se gasta el coleguita! - pensé al escuchar aquella soez lindeza.

Y aunque dando por sentado que Sandra sería, por lo menos aquella vez, fiel a sus palabras, lo dejé hacer, al fin y al cabo era un juego entre caballeros dónde la dama no se oponía a jugar pero tampoco daba pie a más, ¿no?

Y toqueteándole el pecho estaba cuando viendo que Sandra no estaba por la labor, sin saber por qué, César sacó un tema bastante espinoso que desde esta mañana yo tenía ganas de aclarar pero sin suerte.

- Leandro, ¿la habías visto follar alguna vez con otro aparte de lo de anoche? - me preguntó César mientras amasaba la tierna y voluminosa mama de mi querida esposa.

- ¡No! - respondí un poco liado y mirando a Juanma que tenía la cabeza agachada.

Aquello, que aunque casi lo tenía claro desde antes de comer, me dio a entender que aunque durante la pelea en el coche nos había prometido que se lo contaría, lo que Juanma había vivido con nosotros aún seguía siendo un secreto para César.

Pero César, que a pesar de su venazo era más burro que la hostia, siguió insistiendo con aquellas preguntas tan indiscretas.

- ¿Entonces nunca habías visto como se la cepillaban?, ¡yo creí que sí!

Todos nos quedamos en silencio sin saber qué contestar, no sabíamos adónde quería llegar con tantas preguntas. ¡Bueno!, sí que lo sabíamos, pero no podíamos contestar sin dejar en mala posición a Juanma.

Pero aunque no obtuviera respuesta, él seguía insistiendo.

- ¿Entonces nunca habíais hecho esto antes?

- ¡No! - le contesté un poco agobiado.

- ¿Y lo del pizzero que dijisteis ayer? - agregó para terminar de joderla.

- ¿Y a ti que más te da si lo hemos hecho antes o no? - respondió Sandra viendo que aquello no iba a terminar bien.

- ¡Culturilla, nada más! - contestó César haciéndose un poco el listillo.

- ¡Vale!, lo del pizzero es mentira, pero una vez estuvimos a punto de hacer un intercambio con una pareja que conocimos por Internet, pero al final sólo quedó en una cena - le respondí secamente intentando conseguir que dejara el tema.

¡Mentira no era!

- ¿Y nunca se la había tirado otro delante de ti?, ¿anoche fue la primera vez entonces? - me preguntó a mí pero mirando fijamente a su pareja.

¡Y seguía el tonto de los cojones dando por culo! ¡Normal!, con lo maricón que era, ¿qué se podía esperar?

- ¡Que yo sepa, no! - dije mientras me levantaba de la mesa y empezaba a retirar los platos.

¡Le mentí!, ¡ahora sí que le mentí! Todos los que estábamos en esa mesa sabíamos, ¡bueno, César no!, que Sandra había estado con Juanma hasta la saciedad pero no podíamos decirlo, era él quien tenía que contárselo y no Sandra o yo. Pero sin embargo, Juanma no decía nada y aquello estaba llegando a crispar mis nervios. No sabía cómo zanjar el tema para que, aunque estuviese loco por contárselo, no saliese el rollo de su novio con nosotros y se nos montara una escenita de celos entre dos marías .

Juanma, maricón cómo él sólo, se tomó el resto de su copa y la dejó encima de la mesa.

- ¡Voy al baño! - dijo justo en el momento en que sonaba el timbre de la puerta.

Aquella música me sonó a gloría, a campanas del cielo. Por fin, fuese quien fuese el que estuviese detrás la puerta, nos ayudaría a cambiar de tema.

Mientras que Juanma se iba al baño para escurrir el bulto, César se quitó a Sandra de encima de las piernas y se dirigió a la puerta para abrir. Por fin, después de tanto tiempo conseguíamos estar los dos a solas en la cocina, momento que aproveché para hablar un poco con Sandra sobre el tema.

- ¡Ufff!, ¡menos mal que han llamado al timbre! - comenté pasándome la mano por la frente como si me estuviese secando el sudor - Este mariconazo me estaba metiendo en un lío y si no me equivoco, Juanma no ha cumplido su palabra de contárselo todo y me da la impresión de que este se huele algo - le dije a Sandra.

- ¡Ya lo sabía! - contestó Sandra con una tranquilidad que ya me estaba irritando los nervios.

¡Vaya con la pitonisa esta!, ¿es que en esta puta casa nadie se pone nervioso por nada o qué?

- ¿Cómo? - pregunté un tanto contrariado.

- Pues eso, que Juanma me dijo ayer que no podíamos decirle nada a César. Él es bastante liberal pero siempre en pareja…, si supiese que hemos estado a solas con Juanma se podría enfadar y hasta echarlo de casa - me contestó Sandra.

- ¡Vaya!, pues con todo lo que ha ocurrido, cualquiera diría que César es celoso, ¡vaya gilipollez! - le dije a Sandra y nos echamos a reír.

¡Hombre!, bien visto, a Juanma no le faltaba razón. Si me pongo a mirarlo desde el punto de vista de César, yo tampoco entendería que Sandra, a solas, se fuese follando por ahí al primero que llegase, o al contrario, que yo fuese desvirgando vírgenes por el mundo sin contar con mi esposa, ¡qué más quisiera yo! Pero llegados a este punto, también podía haber sido un poco menos cabrón y por lo menos sacarnos de aquel atolladero que habíamos vivido en la cocina, ¿no?, ¡al fin y al cabo le estábamos salvando el culo! ¡No!, su culo ya no tenía salvación.

- ¡Ahora en serio!, - le dije a Sandra agarrándola de la barbilla para que me mirase a la cara - ¡ya podías haber avisado!, sabes que no quiero líos y menos líos de parejas y cuernos que bastante tengo con los míos.

- ¿Cómo?, ¡que yo sepa, tú no tienes cuernos! - contestó Sandra con cierto tono de remordimiento - Tú siempre has dicho que acostarse con alguien con el consentimiento de la pareja no es engañar a nadie, ¿no?

¡Hombre!, bien visto, a Sandra tampoco le faltaba razón. Esos siempre han sido mis ideales y no podía despreciar mis propias creencias.

- ¡Quizás tengas razón!, pero creo que lo mejor será irnos a casa y dejarlo todo como está hasta este punto.

- ¡Bueno, ya veremos! - me contestó Sandra - Primero nos termínanos la copa de champán, luego el resto de la botella y ya veremos si nos vamos o abrimos otra.

- ¡Como quieras!, - volví a decirle - pero yo sigo pensando que deberíamos irnos. Ya son las cuatro, podríamos ir a recoger a Duque y luego pasar la tarde tirados en el sofá de casa.

- ¡Todavía es temprano!, quizás quede alguna sorpresa más - me dijo dándome a entender que aún le quedaban ganas de algo más.

- ¡Hostias, es verdad!, aún me queda la guinda que me habías prometido.

Siendo sincero, aunque me hacía muchísima ilusión saber cuál sería el secreto tan bien guardado que me tenía preparado, yo estaba un poco seco y otra corrida no creía que la pudiese aguantar, pero ¿quién sabe?, si había que ponerse, pues nos poníamos. Todo sea por que al final apareciese Isabel Gemio de una vez con lo de ¡Sorpresa, Sorpresa! , ¿y por qué no?, ¡con la guinda entre los labios! Los de arriba o los de abajo, me darían exactamente igual.

- ¡Aunque no creo que sea capaz de correrme otra vez! - le dije sabiendo perfectamente que aquello podría ser una misión imposible.

Quería ser sincero con ella ya que ella no lo era del todo conmigo.

- ¿Quién ha hablado aquí de correrse? - me contestó Sandra.

¡Toma lección de sinceridad, Leandro!

- Yo me refería a otras cosas, otros regalitos, ¡no todo es sexo en el mundo, muchacho!

Cuando iba a preguntarle qué de qué estaba hablando, tuvimos que terminar la conversación ya que Juanma entró de nuevo en la cocina.

- ¿Quién ha venido? - preguntó aquel mariposón resoplando por saber que de momento, había salvado el pellejo.

- ¿No sé?... - le respondí con pocas ganas - Cesar ha ido a abrir y aún no ha vuelto.

- Pues vámonos para el salón y vemos quien ha venido ¿no?,

- ¡Como quieras!, pero ya me podías haber dicho que no se lo ibas a contar a César, le dije un tanto molesto.

Y sin responderme pero casi corriendo, cruzó la puerta de la cocina en dirección al salón. Sandra al verle salió directamente detrás de él, y yo, sin querer quedarme sólo otra vez en cualquier habitación de aquella casa, salí detrás de Sandra.

Cuando llegamos al salón vimos a César que estaba charlando amigablemente con una chica.

En un principio no me fijé muy bien en ella, pero si mal no recuerdo era una chica de unos cuarenta y pocos años, morena de pelo largo con mechas rubias y ojos negros como el carbón. Muy guapa no era, era más bien diferente, pero no era fea, como se suele decir cuando no sabes determinar si una persona es fea o guapa, ¡atractiva! Un poco más gordita que Sandra pero con unas bonitas y sugerentes curvas, unos muslos bastante importantes y un culo muy pero que muy interesante, tirando a grandote, que llenaba de sobra el pantalón de chándal que llevaba puesto. Lo que más me llamó la atención fue su par de domingas, unas tetas grandes como dos melones de pueblo. En definitiva, que para unos buenos polvetes y una par de cubanas estaba de puta madre.

Lo dicho, ¡no me fijé muy bien en ella!

César al vernos nos la presentó diciéndonos que se llamaba Elena y que era la vecina del piso de abajo de ellos. Además nos dijo que eran muy amigos desde hacía varios años y terminó diciéndonos qué lo que quería Elena era que se había quedado sin azúcar y venía a que le diesen un poco.

- ¡Vaya, siempre hay un vecino jartible en cada edificio! - comenté a Sandra entre susurros.

- ¡Ya te digo! - me contestó ella recordando, al igual que yo, algún vecino pesado que otro.

- Este es mi cuñado y su esposa que están aquí pasando el fin de semana - dijo Juanma.

¡Vaya, otra mentira más pal bote! - pensé.

Tras aquella nueva pamplina de Juanma, nos saludamos, nos dimos dos besos y César le dijo a la chica que le acompañase a la cocina para darle el azúcar.

- ¡Ahora volvemos! - agregó Juanma.

Desde el salón se escuchaba el murmullo pero no se entendía nada de lo que hablaban. Mientras tanto, Sandra y yo, bastante despreocupados por lo que ocurría en la cocina, encendimos la tele y nos pusimos a ver una película que estaban echando en no sé qué canal pero que era bastante pesada. Sandra, con el aburrimiento de la película y por el cansancio acumulado, empezó a dar cabezadas en el sofá y la verdad es que al verla, tentado estuve por volver a decirle lo de irnos a casa, ¡a aquella fiesta no le quedaba mucha más vida!

Pero cuando se lo iba a insinuar, escuché la voz del Súper Tacañón , digo, de César.

- ¡Sandra!, ¿puedes venir a la cocina? - le dijo César que en ese momento llegaba a nuestro lado.

- ¡Shsss!, ¿no ves que está dormida? - le respondí en voz baja.

Pero a César le importó un carajo lo que yo le había dicho y le dio un toquecito en el hombro para despertarla, cosa que no me hizo ni puta gracia.

- ¿Qué?, ¿qué pasa? - preguntó Sandra que aún seguía en estado semi inconsciente.

- Es que Elena tiene un problema con no sé qué de la regla y aunque yo sea un poco maricón, no puedo ayudarla mucho con ese tema. ¡A ver si tú puedes ayudarla, Cielo! - dijo César.

Sandra se refregó los ojos con las manos y se levantó un poco adormilada para dirigirse a la cocina, mientras que César se sentaba a mi lado para ver la tele. Al verle a mi lado, enseguida pensé que iba a seguir con la retahíla de antes.

- ¿Qué estás viendo? - me preguntó.

- Pues si te digo la verdad, no lo tengo muy claro. Creo que es una película de policías, pero cómo estaba medio dormido no le estaba haciendo mucho caso - le respondí sin querer hablar más para no sacar ningún tema espinoso.

A continuación giramos la cara hacia la tele y seguimos viendo la película en silencio, ¡lo había conseguido!

Tras diez minutos de hacerme el dormido para no tener que cruzar ninguna palabra con César, Elena, Sandra y Juanma salieron de la cocina manteniendo una conversación que debía ser bastante graciosa porque ninguno de los tres paraba de reír.

- ¡Vale!, entonces, mañana hablamos - dijo Elena.

- ¡De acuerdo!, pero pórtate bien y sé buena, ¿vale? - contestó Juanma.

- ¡Eso, eso!, se buena que te conozco - dijo César levantándose del sillón y yéndose hacia la cocina.

- No sé lo que haré porque dicen que las chicas buenas van al cielo, pero las malas van a todas partes… - contestó la exuberante pechugona consiguiendo que todos nos riésemos de su chascarrillo.

A continuación, Elena se despidió de nosotros y salió por la puerta. Juanma cerró y se fue hacia el baño. Sandra se sentó junto a mí a ver la tele.

- ¿Qué le pasaba a esa mujer? - le pregunté.

- ¡Nada importante! - contestó Sandra - Que tiene muchos dolores con la regla y no sabía si podía tomarse unas pastillas… Y cómo ni Juanma ni César están muy puestos en eso, pues me quería preguntar a mí.

- ¡Ah!, ¡sólo era eso! - le respondí - ¡Menos mal!, creí que me ibas a engañar otra vez.

- ¿Engañarte yo a ti?, ¿por qué piensas eso?

- Pues porque cada vez que vas a la cocina sin mí pero con Juanma y tardas un rato, después no sé lo que puede pasar - le contesté con cierto retintín maquiavélico.

Sandra me miró con cara, creo que de extrañada, pero con una media risita en sus labios.

- ¡Qué no, tonto!, ¡no todos los días son fiesta!... Por cierto, Juanma me ha dicho que tiene que salir con César a hacer unas cosillas, pero que vuelven en un par de horas y que por favor, les esperemos aquí que como despedida nos quieren invitar a cenar algo a un restaurante de aquí cerca.

- ¡Joder!, ¿otra vez? ¿Y mañana qué?, ¡yo curro chavala!… Y si mal no recuerdo, ¡tú también! - le dije.

- ¡Venga, tonto!..., - me respondió - ¿qué más te da ya a estas alturas?, cenamos algo y luego nos vamos directamente a casa.Además, si nos quedamos solitos aquí, igual te dejo que me hagas alguna guarrería en el culito.

¡La guinda!, ¡ya tenía a la guinda del pastel en bandeja!

Aquella guinda que podría ser el colofón de un fin de semana prácticamente perfecto, me terminó de convencer. A esas horas y después de haber revisado el gran cuerpazo de Elena, ya me volvía a apetecer echar un quiqui, y si era en su culito, que ya debía estar casi cerrado después de lo de ayer, mejor que mejor.

En eso estaba pensando cuando Juanma y César se acercaron a nosotros y nos repitieron lo mismo que me acababa de decir Sandra, que se marchaban pero que en un par de horas estarían de vuelta.

- Relajaos en el sofá como si estuvieseis en casa y esperad a que volvamos, ¡por favor! - añadió Cesar.

- Portaos bien y sed buenos, ¿vale? - remató Juanma.

- ¿No sé?,ya habéis escuchado antes a Elena, ¿no? - contestó Sandra añadiendo una provocativa caída de ojos.

Al igual que antes cuando lo dijo la “ teutona ”, de nuevo nos echamos a reír con la gansada de Sandra.

Y tras aquella pequeña broma de Sandra pero que me confirmaba que iba a ser una chica mala conmigo, se marcharon.

No perdimos ni un segundo. En cuanto se cerró la puerta, Sandra se lanzó sobre mí y nos empezamos a meter mano mutuamente y a ponernos cachondos como burros recordando lo ocurrido, consiguiendo que en sólo unos minutos, mi rabo ya volviese a tener vida propia y que de su almeja brotasen espumarajos cómo si de una babosa se tratase.

Pero para joder la situación, cuando más a gusto estábamos, sonó el teléfono. Sandra al escucharlo, paró de sobarme y fue a cogerlo.

- ¿Pero qué haces?, ¡no lo cojas! - le dije - Al fin y al cabo nosotros no deberíamos estar aquí y los dueños de la casa están fuera.

- ¡Pues tienes razón! - agregó Sandra volviendo a meterme mano como si se le fuese la vida en ello.

Pero el teléfono sonaba, sonaba, sonaba y sonaba… Si hubiésemos estado en casa sabría perfectamente quien podría ser el pesado o pesada que estaba al otro lado del teléfono, pero estando allí no tenía ni puta idea de quién podría ser aquella persona tan sumamente cansina.

- Espera un momento, lo cojo, le digo que no están en casa y ya está.

- ¡Joder!, ¡que dura eres, cariño! ¡Deja que reviente el puto teléfono, cojones! - dije un poco malhumorado por el repentino corte.

- ¡Es que si no, no va a parar de sonar, vida! - me dijo Sandra mientras descolgaba el teléfono y me dejaba con el walkie talkie cargado de baterías al máximo y a punto de estallar bajo la tela del pantalón.

A continuación, Sandra empezó una conversación más o menos corta.

- ¿Quién cojones es? - pregunté a Sandra aunque sin saber por qué o para qué.

Al fin y al cabo no podría ser para mí ni para ella ya que nadie en el mundo, excepto Jesús, mi buen amigo Jesús, sabía que estábamos allí.

- Es la vecina de abajo preguntando por Juanma - me dijo Sandra con gestos desde el teléfono.

- ¡Hay que joderse!... - refunfuñe como gesto de protesta mientras escuchaba la molesta conversación.

Sandra le dijo que había salido y que tardaría un buen rato en volver. Luego dijo un par de veces que sí y se despidió de la vecinita con un hasta ahora. Un “ hasta ahora ” que me sonó bastante extraño porque Sandra no solía despedirse así sino siempre con un “ hasta lueguito ”.

Cuando colgó el teléfono me miró con cara de pena.

- ¿Qué pasa?... - pregunté al ver su cara de circunstancia.

- ¡Pues que se nos ha jodió el invento, mi vida!

- ¿Y eso por qué? - pregunté un tanto extrañado.

- Porque Elena necesita que la ayudemos a mover un mueble. Se le ha caído detrás un papel muy importante y lo necesita cuanto antes.

- ¿Y…? - volví a preguntar mucho más extrañado que antes.

- Pues que dice que ella sola no puede moverlo y no he podido negarme, ¿te importa que le haya dicho que la ayudaría?

- ¡No!, pero ahora “que estamos tan a gustito” - le contesté señalando el bulto que tenía en el pantalón y entonando la canción del Ortega Cano .

Al fin y al cabo no era una cancelación sino un aplazamiento.

- ¡Ya lo sé!, yo ya estaba pensando en el polvo que íbamos a echar y cómo - me dijo pasándose de forma sensual los dedos por la raja del coño - Si quieres voy yo sola un momento y si no puedo te llamo, que con ese bulto entre las piernas no creo que seas capaz de mover nada.

- ¿Te importa que yo no vaya? - le pregunté dejándole claro que no tenía ni putas ganas de moverme del sillón.

- ¡Para nada!, seguro que entre las dos movemos en mueble enseguida. Pero eso sí, ¡vete preparando para mi vuelta!

- Aquí ya está todo preparado, ¡la tengo que parte almendras! - le dije entre risas y meneos de rabo.

- ¡Pues mantenla así, que es como me gusta que esté!

- ¡No te preocupes que esta no la baja ni dios!

- Ahora vengo, pero primero voy al baño, ¡qué me meo viva! - terminó diciendo mientras se dirigía al cuarto de baño.

- ¿Voy contigo?

Por intentarlo que no quedara, ¿no?

- ¡Cari!, si vienes vamos a tardar mucho, así que mejor que no.

¿Aquella respuesta había sido un “a lo mejor” ?, ¡a negación no me había sonado!

¡Igual cuando lleguemos a casa, se lo propongo de nuevo para hacerlo en la bañera! - me dije a mi mismo dándome de nuevo otra oportunidad para conseguir que su gran torrente de tibio líquido, corriese por mi cara y cuerpo. ¡Casi me corro de sólo pensarlo!

Cuando salió del baño se fue directamente a la puerta de la calle.

- ¡Ahora sí que me voy! - dijo abriendo el pestillo.

- ¡Espera un momento, vida!

Levantándome del sofá, fui corriendo hacia ella y sin darle tiempo a nada y sin que ella me lo impidiese, la agarré por la cintura, le quité el ajustado pantaloncito casi a tirones, le quité las bragas, metí mi nariz en su raja durante un par de segundos y le volví a poner el pantalón justo como antes lo tenía, es decir, metido entre los dos labios de su coño pero ahora sin tela que lo molestase, cosa que ella me dejó hacer sin poner ni el más mínimo obstáculo, !raro!, ¿verdad?

- Ya que no puedo tener el pastel de momento, me quedaré con la guinda, ¿no? - le dije oliendo la parte que estaba mojada y que cómo era normal, olía a su coñito recién meadito - Así también me la puedo seguir meneando mientras las huelo y pienso que estás sin bragas con otra mujer - añadí a mi comentario.

- ¡Pero qué cerdo eres! - dijo mientras se metía la mano en el pantalón para intentar ponerse un poco más decentes los labios del coño.

Tampoco era plan de plantarse en casa la vecina con la marca de pantalones más conocida en el mundo, ¿no? ¿Qué no sabéis cual es esa marca?, ¿qué no? ¡Pues cual va a ser!, pantalones “Marcatolcoño ”, de venta en rastros y gasolineras de toda España .

Chistecillo barato pero contundente, ¿eh?

- Ahora ya puedes irte, así me aseguro que volverás pronto - le dije recordando el trato que hicimos con Juanma y con las llaves de mi coche.

- ¡Pervertido!, ¡cuando vuelvas te vas a cagar!

- Cuando regreses ya veremos qué pasa - le dije paseando mi lengua por aquel trozo de húmeda tela de forma bastante exagerada.

Pero sin esperarlo, de nuevo me insistió en que la acompañase.

- ¿Y de verdad que no quieres venir conmigo? - me dijo con carita de pena - ¡Si vienes, iremos más rápido y seguro que estamos follando en menos de cinco minutos!

Ante tal sugerencia y aquella carita de tristeza no pude negarme. ¡Pero qué tonto soy, por dios! De nuevo, con aquella sutileza que la caracterizaba y que la caracteriza aún, había conseguido llevarme al huerto.

- ¡Venga!, ¡vamos! - le dije.

¿Qué le vamos a hacer?, dicen que tiran más dos tetas que dos carretas, ¿no?

Me guardé las bragas de César, digo, de Sandra, en el bolsillo del pantalón para que nadie pudiese agenciármelas y salimos. Entre bromas y tocamientos impuros bajamos una planta y nos metimos en la única casa que tenía la puerta abierta. Cómo era de esperar, acertamos a la primera. Pasamos dentro y Sandra cerró cuando entramos.

- ¡Elena!, ¡ya estamos aquí! - gritó Sandra desde la puerta.

- ¡Voy ahora mismo! - contestó Elena, también a gritos, desde el interior.

Llegó hasta dónde estábamos y nos recibió dándonos las gracias por querer ayudarla.

Directamente nos llevó hasta el salón dónde estaba el mueble que había que mover. El mueble era un viejo arcón de madera bastante grande pero que no parecía que fuese tan pesado cómo para que aquella corpulenta mujer no pudiese moverlo sola. Pero no quise perder el tiempo con explicaciones, le pegué un meneo con ganas y el mueble se separó de la pared, estiré la mano por detrás, cogí la puñetera hoja de papel escrita a ordenador por las dos caras y se la entregué a su dueña.

- ¡Bueno, ya está! - dije mientras que las dos me miraban.

¡No entendía nada!, cómo he dicho antes, el mueble era pesado pero no tanto como para que una chica con el cuerpo de Elena no pudiese moverlo.

Tras darle el papel me dio un beso en la mejilla agradeciéndome el trabajo y automáticamente cogí a Sandra de la mano para marcharnos y seguir con lo nuestro.

- Ya que estáis aquí, ¿os importaría ayudarme con unas cajas que tengo en la cocina? - dijo de repente cortándome nuevamente el rollo.

¡Hay que joderse!, ¿a qué vienen estas confianzas?, ¿esta tía no tiene nada mejor que hacer que joderme el polvo? - pensé.

- ¡Claro!... - dijo Sandra - ¡Ya que estamos aquí te ayudaremos!

¡Pero bueno!, ¿esta mujer mía es gilipollas o qué?, vámonos y que la ayuden Juanma o César mañana. Yo no me he quedado aquí para currar, yo lo que quiero es follarme a mi mujer tranquilamente en esa puñetera casa.

Pero no me atreví a decir que no, como otras tantas veces, le tendría que hacer caso más que nada por quedar bien.

- ¿Dónde están las cajas? - pregunté con bastante pocas ganas.

- ¡Seguidme! - dijo Elena - Están aquí en la despensa.

¿No sé qué le pasaba?, pero ahora que me fijaba con un poco más de atención, la noté mucho más contenta que antes, quizás gracias a las pastillas para la regla que le habían quitado los dolores, ¡digo yo!

Además, se había cambiado de ropa y ahora llevaba una camisa con varios botones desabrochados dejando ante mis ojos unas estupendas vistas de sus hinchados globos. Igualmente me pude fijar que no llevaba sujetador, pues a cada movimiento que hacía, sus tetas se meneaban de lado a lado como dos flanes. La falda que ahora vestía no tenía nada que ver con el feo pantalón de chándal de antes, ahora llevaba una falda bastante corta que dejaba al aire una buena porción de sus gorditos y apetecibles muslos, ¡vamos, justo para terminar de arreglar el dolor de pelotas que tenía! En cualquier otro momento ese detalle no se me habría escapado desde el principio, pero yo lo que quería era acabar para irnos cuanto antes a terminar, bueno, a empezar, el polvo que teníamos entre manos y piernas.

Cuando llegamos a la despensa vi que había un par de cajas no muy grandes y que al igual que con el arcón, ella sola podría haber hecho el trabajo sin molestar a nadie.

- Tú que eres el macho, ¡cógelas! - dijo Sandra.

- ¡Sí!, ¡claro!, ¡no faltaba más!... Después dicen que los hombres abusan de las mujeres - maticé irónicamente.

- ¡Anda ya, quejica! - me respondió Sandra dándome un golpecito en el hombro.

Con más bien pocas ganas, pero con el deseo de acabar cuanto antes, cogí una de las dos cajas, que aunque no eran muy grandes si pesaban bastante, y seguimos a Elena hasta su habitación que era dónde quería ponerlas, en la parte alta del ropero.

- Déjala en el suelo mientras que yo voy a por las escaleras, ¡no te canses antes de tiempo, Leandro!

Acto seguido, desapareció por unos segundos.

- ¡Sandra, por favor!, no digas que sí a nada más - la regañé sin hacerle caso al comentario de Elena e intentando recolocarme la hinchazón con un soberano magreo de cojones.

- ¡Joder, cari!, ¿qué hago si me lo pide?

- ¡Bueno, vale!, pero cómo pida otra cosa, primero subimos, te follo y luego la ayudamos, ¿vale?

- ¡Vale! - contestó Sandra con una amplia sonrisa justo en el momento que Elena volvía con una escalera de tres peldaños.

En cuanto vi la escalera supe que Elena, aun no siendo bajita, no iba a llegar bien al fondo del armario.

- ¿De qué habláis? - preguntó mientras colocaba la escalera delante del ropero dispuesta a subirse a ella.

- Leandro que está impaciente por marcharse para acabar una partida de póker que teníamos a medias - respondió mi mujer pero mirándome fijamente y de una forma bastante desvergonzada, a la casa de campaña que tenía montada entre mis piernas.

Y claro, aquella indiscreta mirada por parte de Sandra fue tan descarada, que Elena también se fijó sin ningún tipo de rubor en mi cipote, dándose cuenta al instante del porqué mi estado de desesperación.

- ¡Ah!, ¡pues no te preocupes, Leandro!... - contestó sin dejar de mirarme el bulto que formaban mis hinchadas pelotas - Nos damos un poco de prisa y enseguida podrás estar de nuevo con las manos en la masa, digo, ¡en la mesa!, respondió Elena de forma sarcástica sabiendo perfectamente que al póker precisamente no es a lo que yo quería jugar.

Ahora las dos tenían la cabeza ladeada mirándome fijamente.

¿Cómo se atreve Sandra a dejarme en evidencia de esta forma?, ¿le gusta que otra mujer me mire así?, en cuanto la pille arriba le tengo que decir cuatro cosillas para que me lo aclare, ¡pero primero, me la follo por el culo! - me dije a mí mismo poniendo de forma discreta mis manos para tapar mi tumor, de la misma forma que ella hiciese con sus tetas el día del póker.

Y recolocándome un poco el badajo, pero esta vez con mucho menos cuidado de que me mirasen, me dispuse a terminar con aquella pantomima.

- ¡Anda!, déjame a mí que te puedes hacer daño - le dije, no queriendo ser gentil pero si queriendo meter bulla y dejar aquella conversación para otro momento.

- ¡Qué va, hombre!, tu dedícate a las cajas, que con lo nervioso que estás te puedes caer - me contestó subiéndose a la escalera.

¡Joder el cinismo que se gasta aquí el personal! No sé por qué, pero me da la impresión de que en este barrio hay más cabrones que botellines en la fábrica de Cruzcampo .

- ¡Sandra!, ¡aguanta la escalera, por favor!, no vaya a ser que me caiga, que con todo esto yo también me he puesto un poco nerviosa.

- ¡Tranquila!, la estoy aguantando - dijo Sandra con una tranquilidad pasmosa, en contraste conmigo y con Elena.

Lo dicho, Sandra o estaba drogada o yo que sé, ¡no se ponía nerviosa por nada, la tía zorra!

Y mientras que Sandra aguantaba y Elena recolocaba un poco el armario, yo aproveché para ir de nuevo a la cocina a por la segunda caja y dejaba el tema de los nervios para otro momento.

¿Una tía me mira la polla de forma descarada y Sandra no dice nada? - me pregunté a mi mismo mientras iba camino a la cocina pero sin tener respuesta. ¡Estaba totalmente sorprendido, lo juro!

Cuando regresé al dormitorio, con el nabo un poco más relajado pero aun dándole vueltas al tema de las mironas, me encontré que todo seguía igual, es decir, Elena organizando el hueco del ropero para dejar un espacio libre para las cajas y Sandra mirando hacia arriba mientras aguantaba la escalerita.

Sandra, que estaba justo debajo de ella, al verme entrar me hizo una señal y con la mano me indicó que me acercara.

¡Vaya sorpresa que me llevé!, ¡bueno!, sorpresa a medias porque parte de lo que ocurrió ya lo había imaginado. Cómo yo ya había supuesto anteriormente al ver el tamaño de la escalera, al no alcanzar bien hasta el fondo del armario para mover las cuatro cosas que había, Elena tuvo que ponerse de puntillas en el último escalón para llegar. Pero en lo que yo no había pensado y que fue lo que realmente me sorprendió fue que al llevar una falda tan sumamente corta, unas rollizas cachas, una grandísima parte de su insolente culo y el principio de unas diminutas bragas negras que se perdían en el interior de su raja, quedaron ante mis atónitos ojos.

Si mal no recuerdo, ya os comenté en algún capitulo anterior que Sandra conocía perfectamente mi debilidad por los culos y que cuando veía uno que valía la pena, siempre me invitaba a verlo y a deleitarme con tales vistas, así que aquello no me extrañó para nada.

- ¡Mira, se le ve el culo!, ¿te gusta? - me dijo entre susurros.

- ¡No está mal! - respondí intentando demostrar menos interés del que realmente tenía.

¡Joder!, ¿no está mal?, ¿eso dije? No lo entiendo, aquel culo estaba que no veas. ¡Me estaba poniendo cardiaco de sólo mirarla!

- Tiene una raja del culo bastante apetecible, pero el tuyo me gusta más - le susurré a la par que ponía mi mano abierta en su culo y le pegaba un buen pellizco sin dejar de mirar hacia arriba y disfrutar de las vistas con las que nos estaba deleitando Elena.

- ¡Quita, guarro!... - me dijo mientras meneaba el culo - ¡Y deja de mirar que te vas a quedar tonto, carajote! - terminó diciendo dándome un suave manotazo en la cara para que cambiase la vista.

Primero que mire, luego que soy un guarro, ahora que no mire, y encima para rematar la faena, me insulta. Cómo esto no cambie para bien y no me folle cómo me merezco, no sé qué puede pasar, lo prometo.

- ¡Anda, Cari!, ¡vámonos ya que estoy loco por comerte el coño! - casi le rogué entre susurros.

Tampoco era plan de ponerse borde y quedarme a dos velas. La pelea podría ser después, pero primero lo primero.

- ¡Quita, guarro! - me volvió a decir con un grito mientras meneaba el culo.

- ¿Qué pasa?... - preguntó Elena un tanto sorprendida por la voz de Sandra.

Otra vez, aquella desconocida mujer pero a la que estábamos ayudando a arreglar su casa, se metía en nuestras conversaciones privadas.

- ¿De qué habláis?

A ver ahora por dónde sale Sandra, pensé al escucharla.

- ¡No!, ¡de nada! - respondió Sandra - ¡Este, que está tonto!

¡Eah, ya está!, cómo siempre el que salía perdiendo era yo.

Y haciendo un disimulado gesto con la mano sobre mi polla, le di a entender a Sandra que se diese prisa, que quería marcharme a follar. Sandra sacó la lengua y se la pasó por los labios de forma provocativa.

- ¡Dame la otra caja, por favor! - dijo Elena desde lo alto de la escalera.

La cogí y la llevé hasta dónde estaban ellas, la subí con pocas ganas y ella la cogió. Al soltarla y por el peso de la caja, Elena perdió un poco el equilibrio y por poco se cae si yo no la llego a sujetar poniendo mis manos en su redondo y magro culo. La caja, que la soltó inmediatamente cuando notó perder la estabilidad, terminó en el suelo a pocos centímetros de Sandra y con dos de las esquinas totalmente reventadas. No sé qué tendría dentro, pero menos mal que no era cristal, si no, no veas la que se hubiese liado.

- ¿Estás bien? - pregunté entre nervioso y preocupado, pero eso sí, sin retirar mis manos de su voluminoso pandero.

Nervioso por el trompicón y preocupado porque se hubiese hecho daño y tuviésemos que salir corriendo a urgencias y de nuevo se me jodiese el polvo que teníamos pendiente, no por otra cosa.

- ¡Sí, sí!, ¡no te preocupes! - respondió un poco angustiada por el susto.

- ¿Seguro que estás bien? - preguntó Sandra que también tenía la cara un poco desencajada por el sobresalto y por el susto de haber visto cómo la caja caía tan cerca de ella pero sin llegar a rozarla.

- ¡Que sí, mujer!, no os preocupéis, no ha pasado nada - agregó Elena agachándose un poco y acercando sus labios a mi mejilla para darme otro pequeño besito de agradecimiento.

- ¡Gracias! - respondí alegremente a su recompensa.

- ¡De nada, guapo!, te lo has ganado a pulso - dijo poniendo su mano sobre la que yo tenía en  su culo como sopesando el lastre que poseía en su enorme trasero y obligándome a seguir tocándola.

- ¡Por cierto!, ¡qué fuerte está tu marido, Sandra! - nos dijo cuando por fin se estabilizó sobre la escalera pero sin dejar de mover su mano y su culo bajo la mía de forma bastante provocativa.

Aquello me hizo mirar de reojo a mi mujer para saber qué pensaba sobre mi actuación. Sandra seguía con la cabeza levantada y mirando a Elena con mucho interés sin prestar ninguna atención a lo que yo y ella hacíamos. Yo creo que con el susto, no se había percatado de en qué lugar permanecían nuestras manos.

Mientras tanto, y sin saber por qué, o sí, ¿quién sabe?, mi mano, que seguía pegada cómo una lapa a la fina tela de la falda que cubría el abrasador culo de Elena, había conseguido que el bulto que ocultaba mi pantalón volviese a crecer hasta ponerse como una bolsa de palomitas en el microondas. En aquel momento estaba más caliente que el palo de un churrero y deseando terminar cuanto antes con aquella historieta para recibir de Sandra mi bien merecida gratificación.

En ese preciso instante tuve una mala tentación que luego nunca pude llevar a la realidad, pero que a punto estuvo de suceder. Aquella mala tentación no fue otra que en cuanto subiésemos a casa de Juanma, iba a aprovechar el calentón que me había provocado el sobeo a aquel nuevo culo ayudado por su propia dueña para, sin duda, follarme el de Sandra pensando en el de Elena. Seguro que a Sandra no le hubiese gustado la idea si se la hubiese sugerido, pero cómo ya os he dicho en varias ocasiones, mi imaginación va por libre.

¿Qué puede tener de malo follar con tu esposa pensando en otra mujer pero dándole un infinito placer a tu pareja?, a mí me encanta que ella lo haga de vez en cuando y me ponga los cuernos de forma ficticia. ¡Vale!, ¡de forma verídica también!, pero no todos los días son fiesta ni siempre hay un Juanma en la mesita de noche esperando.

Y digo que no la pude hacer realidad por lo que os voy a contar a continuación…

- ¡Gracias por el piropo, Elena! - respondí al halago que me acababa de enviar esta.

- ¡No!, ¡si fuerte sí que es!, pero… - dijo mi querida esposa quedándose unos segundos en silencio y, ahora sí, mirando fijamente y con cara de pocos amigos, nuestras traicioneras manos.

Fijo que ahora me dice algo sobre la mano - me dije a mi mismo pero sin llegar a quitarla e intentando simular que no estaba haciendo nada malo. ¡Es que estaba tan a gustito allí que no quería quitarla!

- ¿Pero qué…, Sandra? - preguntó Elena al ver que mi mujer se había quedado cortada con lo que acababa de ver - ¿A qué viene esa cara de repente?

Yo me podía hacer una idea del porqué, pero no hablé porque debía demostrar que aquello lo estaba haciendo de forma inconsciente para que no se volviese a caer de las escaleras.

- ¿Os parece bonito? - dijo Sandra principiando una especie de ataque de celos.

- ¿El qué, mi vida? - pregunté un tanto atónito y retirando, por fin, la mano de aquel apetecible ojete.

Para nada quería yo que Sandra se pusiese celosa por algo así y quedarme a dos velas.

- ¡Pues que no paras de tocarle el culo a esta zorra!

- ¡Vamos a ver, Sandra!... - dijo Elena poniéndose cara a cara con mi mujer pero sin bajarse de la escalera.

¡Buah!, ya se ha liado el asunto. Ahora se va a mosquear como una mona y encima me voy a quedar con las ganas de follar, ¡qué putada! Y todo por tocar un culo cuando ella se había estado comiendo las pollas a pares desde el sábado por la mañana.

- ¡Que yo sepa me he resbalado sin querer, tu marido me ha sujetado para que no me cayese y por casualidad me ha agarrado por el culo!, ¡tampoco creo que sea nada tan malo!, ¿no?

Si ya lo decía yo, baja tú, mueve el arcón en un momentito y vente “parriba” a follar, ¿por qué mierda no me hiciste caso, cariño?

- Además, si me ha cogido del culo es porque es el sitio más llamativo y grande que tengo, ¿verdad, Leandro? - dijo con un tono de voz que no debía haber usado en aquel momento.Un tono demasiado provocador para aquella situación.

¿Y a mí porque me metes en medio, Elena?, ¿no ves que vas a enredar más la cosa? - me dije a mi mismo.

Y queriendo arreglar la situación, salí en ayuda de Elena.

- ¡Razón no le falta, Sandra! - dije con una voz conciliadora.

¡Pa qué dije ná!, la cara de Sandra se transformó.

- ¿Qué no le falta razón?, ¿qué no le falta razón a qué?, a que tiene un culo que te ha llamado la atención desde el primer momento que lo viste, ¿verdad? ... ¡Si ya lo sabía yo!, ¡es que eres un salido que sólo piensa en culos, tetas y coños, joder!

- ¡Bueno, vida!, tampoco te pases conmigo. Recuerda que yo no quería venir y que tú has sido la que me ha dicho que se lo mirase.

- ¿Qué?, ¿que tú le has dicho qué?

Ya está liado, ahora se pondrán a echarse en cara la una a la otra lo que cada una había hecho conmigo.

- ¡A ver!, estás montada en la escalera con todo el culo fuera, ¡como para no vértelo! ¡Seguro que antes o después te lo hubiese mirado! - añadió Sandra en voz alta pero con un tono bastante más amable.

- ¿No me digas que no le ha gustado mi culo a tu marido?

¡Elena, cállate!, que como sigas por ese camino, fijo que terminamos mal.

- ¿No sé?, a mí no me gustan los culos de las tías, que te conteste él.

¡Vaya con mi mujer!, de nuevo me mete a mí en sus problemas, ¿qué digo yo ahora?

- ¿Qué dices tú, Leandro?, - preguntó Elena haciendo caso a mi santa esposa - ¿te gusta mi culo?

Y sacando tranquilidad de dónde no la había, contesté cómo mejor supe.

- Si digo que sí, Sandra se va a mosquear y si digo que no, mentiría y no suelo hacerlo, así que no digo nada, ¿vale?

Pienso que aquella respuesta fue la más correcta si quería seguir con mi plan de terminar cuanto antes y marcharnos de allí.

Pero de repente y tras escuchar mi argumentación, algo, no sé qué, consiguió que aquella conversación de besugos y de la que no me estaba enterando de nada, entre otras cosas porque tenía las cabezas en otro sitio, diese un giro radical.

- ¿Sigues pensando en que mi marido está fuerte? - preguntó Sandra a Elena.

¿A qué viene esa pregunta?, ¡ah!, ¡ya sé!, Sandra quiere acabar con los problemas del tirón y directamente ha cambiado de tema - me dije yo mismo para llegar a entenderla.

- ¡Pues claro que sí!, ¡fuerte cómo un toro!, sólo hay que ver con qué facilidad levanta las cajas.

¡Vaya!, ¡muchas gracias por los elogios, guapetona!, pero lo de toro sobra, ¡vale!

- ¿Y tú crees que podrá con las dos? - preguntó Sandra señalando a la destrozada caja de cartón que aún permanecía en el suelo.

¡Pues claro que puedo con las dos cajas!, ¿qué te crees? - pensé mientras miraba aquel partido de tenis, ahora a la derecha, ahora a la izquierda.

- ¡No creo!, está fuerte pero no tanto…Pero espera que las termine de colocar y lo comprobamos - respondió Elena a la pregunta de Sandra - ¡Venga, dámela! - terminó diciendo y estirando de nuevo los brazos para que le acercase la caja.

¿Veremos?, ¿veremos qué?, ¿de qué hablan estas dos?, ¿qué no puedo con qué?, ¿con las dos cajas?, pero si las he traído yo solito desde la cocina. Lo dicho, ¡no me estaba enterando de nada!

- ¡Claro que puedo!, ¡ya las he cogido antes! - les respondí totalmente indignado y cogiendo la caja demostrando que yo era el más fuerte del mundo.

- ¡No te enteras de nada, cariño! - me dijo Sandra dejándome aún más confundido.

- ¿Cómo que no me entero?, ¿de qué coño hablas entonces?

De repente, otro nuevo silencio, el silencio número un millón setecientos veinticinco mil trescientos diecisiete, se hizo en los labios de Sandra.

- ¿Me lo dices o tengo que imaginármelo? - dije rompiendo el puñetero silencio.

- ¡Yo tampoco sé de qué hablas, pero me lo puedo imaginar! - añadió Elena a aquella confusa charla.

- ¡Ya!, es que tú eres muy lista pero mi marido parece que no.

¡Y si me insultas un poco, tampoco pasa nada, mi vida!

- ¡Pues hablaba de nosotras dos, bobo!

¿Vosotras dos?, ¿a qué te refieres con vosotras dos?, ¿a qué os levante en peso a las dos?, ¿eso es lo que quieres?, ¿o acaso me estás proponiendo que me vaya a la cama con las dos? - pensé de forma confusa haciendo que mi pobrecita neurona empezase a rebotar de forma acelerada de un lado a otro de mi cabeza.

- ¿Eh?, ¿estás hablando de lo que yo pienso? – pregunté de forma inocente.

- ¿Y de qué crees tú que estoy hablando, guapito de cara? - contestó de manera bastante chulapona.

De nuevo los genes madrileños y de nuevo la técnica de pasarme el marrón.

Sin saber aún porqué, mi cara cambio de color y temperatura al escuchar sus palabras. Si decía lo que yo estaba pensando y luego no era eso, la iba a cagar seguro, ¿qué podía decir para no liarla parda? Al igual que la última vez que tuve que tomar un camino difícil, cogí el de en medio y les seguí la corriente para que ellas me diesen la respuesta.

Como si de una broma se tratase y sabiendo perfectamente que aquello me sonaba a chiste barato, ya que no me podía ni tan siquiera imaginar que Sandra me dejase hacer lo que yo creía que ella estaba pensando, les seguí el juego. Y sin darle más importancia que a cualquier otra cosa, les respondí a las dos con una verdad cómo un castillo.

- No sé si me voy a equivocar con lo que voy a decir o no, y poder no sé si podré con las dos, pero a Elena ya le he visto las bragas y manoseado bien el culo y tu tanga lo llevo en el bolsillo - les contesté para dar a entender que no me venía abajo ni con una caja ni con dos.

¡Pues no soy macho yo ni ná, vamos!

Aquella respuesta por mi parte, siendo totalmente verídica, no me comprometía a nada. Y si no se referían a lo que yo estaba pensando, simplemente podría pasar por una anécdota.

- ¿De verdad que no llevas bragas? - preguntó Elena al escuchar mi comentario.

Aquella pregunta no me aclaraba nada y sólo conseguía calentar un poco más el ambiente logrando que mi frente empezase a sudar, entre otras cosas porque aún tenía la puñetera cajita a cuestas.

Y hasta que Sandra no siguió con la conversación no tuve nada claro.

- ¡Ya te digo!, Leandro me las quitado antes de venir.

- ¿Y eso porqué, Leandro? - preguntó la mujer con el culo más grande y suculento que yo había visto en mi vida (Pero sólo hasta aquel día, luego vi otro mucho mayor, ya lo leeréis)

No sé muy bien por qué, pero aquella pregunta de Elena me envalentonó.

- Pues porque me pongo cómo una moto cuando sé que va con la almeja al aire delante de los demás - dije dando un suave roce a toda la raja del culo de Sandra.

- ¿De verdad? - preguntó Elena un tanto aturullada por mis palabras pero queriendo saber más.

- ¡Y tanto que de verdad!, y si además lo tiene sucio y con mi semen corriendo por sus muslos, todavía más - agregué a mi barriobajero comentario señalando hacia su entrepierna y haciendo el gesto de chorrear.

Al escucharme me miraron fijamente las dos, ¿había acertado a la primera?, ¡creo que no!, es más, creo que me equivoqué y bastante. ¿Por qué seré siempre tan mal pensado?

- ¡Qué guarro!, ¡valiente cerdo! - comentó Elena con cierta cara de repugnancia al ver mi explicación tan ilustrativa.

- ¿Guarro?, ¡qué va, mujer!, mi marido es lo siguiente - agregó Sandra dejándome un poco en evidencia por pensar en algo que seguramente no había pasado ni por la imaginación de aquellos dos inocentes angelitos.

- Pues yo pensé al verle que sería un hombre un poco menos descarado.

- ¡A veces las apariencias engañan, Elena! - agregó la santa de mi mujer.

- ¡Y tanto, Sandra!, ¡y tanto!

- ¡Pues no te preocupes, Sandra!, acabo con esto enseguida y ya os dejo que os vayáis - terminó diciendo Elena cogiéndome la caja con bastante desaire y demostrando un cierto malestar por mis palabras.

Y cuando yo creía que aquella molesta conversación ya había llegado a su fin, Sandra volvió a hablar.

- ¿Pero?…, - volvió a decir y a repetir aquel jodido silencio hasta que continuaba hablando - ¿te gusta su culo o no?, antes no me lo has dejado claro - me dijo señalando a aquella infinita raja que desaparecía por el norte con el inicio de su tanga y por el sur por su ardiente chochera apenas tapada por un trocito de húmeda tela que debía oler a gloria bendita.

¡Coño!, aunque todo aquello me sonaba a cuento chino, su pregunta, directa a la yugular para retomar nuevamente la tonta conversación sobre el bullarengue de Elena, me dejó tonto por un momento. Si lo que quería era jugar con mis sentimientos, lo estaba consiguiendo de puta madre. Pero, con lo cabezón que puedo llegar a ser a veces y queriendo saber adónde quería llegar, no me dejé amedrantar. Y digo esto porque, aun sabiendo que yo estaba totalmente equivocado, toda aquella parafernalia me sonó un poco a que mi mujer quería llevarme a un camino sin retorno pero dando un largo rodeo, ¿sería capaz?

- ¡Pues claro que sí! - le dije enseguida - Sabes que si hay algo en el mundo que me guste, es un culo como ese, y lo digo con todo el respeto, ¡vale, Elena! - casi grité para que se enterase ya que tenía medio cuerpo metido dentro del armario.

- ¡Hombre, gracias por la parte que me toca! - agregó Elena pero sin tan siquiera sacar la cabeza del armario.

- ¡De nada, mujer!

- ¿Y qué es lo que te gusta tanto de su culo que no tenga el mío? - preguntó Sandra.

¿Adónde quieres llegar, vida?, ¡me estás liando y no sé qué pretendes!

- No me gusta ese más que el tuyo, me da igual uno que otro - respondí haciéndome el gallito.

- ¿Cómo? - gritó Sandra consiguiendo que me tuviese que parar a puntualizar mis palabras que podían llevarse a error.

- ¡Bueno!, ¡igual no!, el tuyo me gusta mucho más, pero ya sabes que un culo es un culo… Y si encima es tremendo como ese, ¡pues de puta madre! - le respondí señalando hacia la parte trasera de Elena.

Elena, que no se cortaba un pelo al igual que todos los amigos de Juanma, al escuchar mis palabras desde encima de la escalera empezó a moverlo mientras que terminaba de empujar la segunda caja para dejarla en su lugar.

- ¡Pero qué cabronazo estás hecho! - me respondió entre susurros y con cara de pocos amigos.

Sin abrir la boca, me encogí de hombros y solté una media sonrisa dándole a entender que yo era cómo era y no pretendía cambiar a estas alturas.

- ¡Vale!, ¡ya están en su sitio las cajas! - dijo mientras cerraba la puerta del armario y se iba bajando de la escalera de forma sensual y con eróticos movimientos de su pandero.

Una vez en el suelo, y mirándonos a los dos, Elena siguió hablando.

- ¡A ver!,¿por dónde íbamos?...

Y sin esperar respuesta ni darnos tiempo a contestar, ella mismo se dio respuesta.

- ¡Ah, sí!, hablábamos de mi culo…, y además habías dicho que te gusta mucho ¿no?

- ¡Sí! - atiné a decir mientras que tragaba saliva a raudales.

- Pero realmente lo has visto desde abajo y desde lejos, lo mejor será que te agaches a su altura y lo mires desde cerca, ¿no? - me propuso con la voz que una niña usaría para conseguir algo.

Yo, como tantas veces aquel par de días, volvía a alucinar. ¿Qué pasaba?, ¿qué lo que no me había comido en casi cuarenta años me lo iba a comer en un fin de semana?, ¡pues nada!, si esa era la idea, ¡moriría de indigestión!, al fin y al cabo, cuando terminara me tomaría un par de Omeprazoles con unas cuantas cervezas y como nuevo.

Y mientras mi calenturienta cabeza seguía dándole vueltas al asunto sin querer mirar a Sandra, Elena volvió a hablar.

- ¡Ven!, ¡acércate para verlo más de cerca! - me dijo al ver que yo no reaccionaba.

Ella, mientras hablaba, se levantaba la falda y se estiraba de las bragas metiéndoselas totalmente en el culo y dejando toda, toda, toda su blanca y reluciente carne al aire.

- ¿Cómo?, ¿pero esto qué es? - dijo Sandra con gritos de cólera - ¿Estás buscando rollo con mi marido delante de mí? , ¡hay que joderse!

¡Mucho había aguantado! Sandra estaba realmente enfadada y lo estaba demostrando y yo había metido la pata hasta el fondo, ¿cómo había sido capaz de pensar por un solo segundo en que Sandra hiciese algo así por mí? Yo lo sabía, no era normal lo que estaba ocurriendo allí y en aquel momento pensé que mi sueño se iba a convertir en eso, en un simple sueño al ver que Sandra no iba a permitir aquello.

- ¡Pero!…, ¡es que…! - contestó Elena bastante nerviosa.

- ¡Ni es que, ni pollas!, ¿cómo te atreves? - volvió a gritar Sandra haciendo que Elena bajase la cabeza de vergüenza.

No puedo negar que por mi cabeza había pasado por un segundo la idea de acostarme con las dos, pero sólo si Sandra quería, ¡claro está! Además, si ellas habían sido las que habían iniciado aquella lujuriosa acción, ¿cómo que ahora mi mujer se estaba desgañitando contra Elena?, ¿qué cosas, por dios?

En ese momento me di por vencido, sabía que mi sueño, tonto sueño por otra parte, no se iba a cumplir.

Y totalmente convencido de mis pensamientos, me dije a mi mismo que lo mejor sería marcharnos y dejarlo todo donde estaba, tampoco iba a conseguir nada haciendo sufrir a Sandra con algo que ella jamás permitiría.

Miré a Sandra, miré a Elena y sin querer seguir echando leña al fuego, cogí de la mano a mi parienta para calmarla un poco y me dispuse a salir de aquel dormitorio cuanto antes…