Solo era el principio (34) La partida de póker...

No podía creer lo que estaba escuchando, Sandra estaba bien lanzada, no sabía adónde quería llegar, si a calentarnos como motos y jugar otra vez con nosotros cómo sus juguetitos o qué.

CAPITULO 34

La partida de póker…

DOMINGO, 07 DE DICIEMBRE DE 2008 (NOCHE) (2ª PARTE)

Tras salir del restaurante llegamos a una calle prácticamente oscura y solitaria dónde estaba el coche aparcado. Sandra, que iba un poco bastante desbocada y también un poquito borrachilla, sin importarle mucho el careto de Juanma y sin saber muy bien porqué, se sentó sobre el capó del coche, abrió las piernas y empezó a acariciarse el chumino. ¡En ese momento había perdido toda la vergüenza!

Yo, que jamás había pensado que ella fuese capaz de hacer algo así por sí sola, no quise perder la oportunidad y me puse delante de ella para sobarla por todas partes. Le levanté la camisa dejando el sujetador al aire y empecé a comerle el sobrante de las tetas que salía por la parte de arriba del sostén.

De repente oímos a gente y aquello nos puso un poco más nerviosos. Pasaron casi a tres metros de nosotros pero con la oscuridad no se dieron ni cuenta, pasó exactamente igual que aquella vez que le hice la paja en el coche en mitad de la calle. (¡Por cierto, aun no le he dicho si los guiris le vieron el culo o no el día del portal!)

¡Vaya!, – pensé - ¿cuántas cosas más se repetirán hoy de aquel día?

- ¡Ven, hombre!, ¡tú también puedes! - dijo Sandra al ver que Juanma estaba bastante cortado con la situación.

Al ver que ella estaba deseosa de que él también la tocase, me separé para dejarle mi sitio y así yo podría vigilar para que nadie nos pillase. Aunque bueno, y si nos pillaban ¿qué?

Juanma, a pesar de su careto de mala hostia, perdió la vergüenza en poco tiempo. No me dio tiempo a quitarme cuando él, más lanzado aún que yo, le había bajado el sujetador y ya estaba chupando sus traviesos pezones.

En aquel momento yo no hacía nada, sólo miraba. A pesar de lo que pensase cualquiera, a mi me gustaba ver como mi mujer era manoseada por otro tío en mitad de la calle, me gustaba tanto que lo único que hacía era tocar mi polla por encima del pantalón.

Mi trabajo en aquel momento era vigilar, pero la verdad es que ya me daba bastante igual que alguien nos viera. Estaba seguro que todo lo que hacía Sandra era para hacerme feliz, bueno, para eso y para que Juanma le diese las folladas que le daba, pero no podía quejarme. Aquello lo empecé yo y quería seguir hasta donde ella fuese capaz de llegar. Ya llegaría el martes, día de escuela y todo sería como antes, bueno, como antes no, un poco diferente, pero seguro que mucho más unidos si eso era posible.

De repente, Sandra me llamó para que me acercase a ellos y agachándose entre los coches me abrió la cremallera del pantalón, sacó mi polla y comenzó a chupármela. Juanma se puso a un lado para que todo fuese menos cantoso, pero Sandra de un empujón lo separó de nosotros dejando vista libre a todo aquel que pasase.

Y claro, tanto va el cántaro a la fuente, que pasa lo que pasa. Ahora sí que nos vieron, porque pasó un coche y hasta nos pitó.

Como si aquello le hubiese dado alas, (como el Red Bull , ¿os acordáis? ¡Red bull te da alas! ), Juanma abrió la puerta trasera del coche y le dijo a Sandra que apoyase las manos en el asiento, dejando el culo en pompa fuera del coche. Mi mujer, a sabiendas de qué buscaba Juanma, le hizo caso y poniéndose según sus instrucciones se levantó la falda a la espera de la inevitable follada callejera.

Yo, de nuevo me hice a un lado y él, sin perder el tiempo pero hecho un manojo de nervios, se bajó la cremallera y sacó a su primo el chico a tomar el fresco. Sin ningún tipo de barrera entre su polla y su coño, de un sólo empujón se la clavó hasta el fondo dando Sandra una especie de gemido que no sabría determinar si de dolor o de gusto.

Yo, tras el numerito que estaba presenciando, a mi esposa follada en mitad de la calle por otro tío, ya no me consideraba un cornudo, todo lo contrario, consideraba que tenía a mi lado un ejemplo de mujer capaz de cualquier cosa por disfrutar y hacerme disfrutar a mí. ¿Cuánto darían otros hombres por tener la misma suerte que tenía yo de tener a Sandra como mujer?

- ¡Estás cachonda, eh! - le dije acercándome a ella.

- ¿Cachonda?, ¡cachonda es poco!, ¡estoy como una moto! - contestó Sandra entre gemidos.

- ¡Pues si estás tan cachonda, seguro que ahora seguirás mi juego sin problema! - dijo Juanma sacándole el rabo y separándose de ella - Ahora vas a pagar lo mal que te has portado en el restaurante.

Sandra, que yo creo que no había escuchado lo que acaba de decirle Juanma, comenzó a rechistar al notarse vacía.

- ¿Pero por qué la sacas?, ¡yo quería correrme y lo único que has hecho es dejarme el chocho echando chrivitas!

Juanma no la contestó, simplemente le dijo a Sandra que se sentara en el coche, cerró la puerta de un portazo y se dio la vuelta buscando la puerta delantera del coche.

- ¡Vamos Leandro, tenemos algunas cosas que hacer! - me dijo casi gritando.

Aquello no me terminaba de gustar, ¿a qué venía aquel cambio de comportamiento?, de repente se había vuelto un poco agresivo con nosotros y ni de broma podía permitírselo. Aquello podía tratarse de parte de su plan, pero si era así, tendría que haberme consultado primero, no podía dejar que aquello se nos fuese de las manos en ningún momento. Así que antes de que entrase en el coche, me dirigí a él.

- ¿Qué te pasa chaval?, ¿a qué viene ese comportamiento? - le dije alzando un poco la voz para demostrarle que no me achantaba ante él.

- ¿Qué comportamiento? - me preguntó él levantando nuevamente la voz en plan chulo.

- ¡No te preocupes!, no hacen falta más explicaciones - le dije montándome en el coche y arrancando dispuesto a marcharnos de allí cuanto antes.

Pero Juanma, que tenía la puerta abierta, se sentó en su asiento justo antes de que el coche empezara a moverse.

- ¿Pero qué te pasa?, le pregunté de nuevo y dando un fuerte frenazo - ¿Crees que te estás portando bien con nosotros?, ¿crees que esto es forma de pagar toda la confianza que hemos demostrado en ti?… Nos haces venir hasta aquí, ella hace contigo algo que nunca había imaginado y ¿encima nos tratas de esta forma? Pues si es así, nos marchamos y encantados de haberte conocido - terminé diciéndole señalando a la puerta del coche para que se bajase.

Aquello le hizo darse cuenta de lo que estaba haciendo, de repente se echó a llorar como una nenaza.

- ¡Por favor, perdonadme!, ¿no sé lo que me ha pasado? - nos dijo entre sollozos - Quiero que sepáis que creí que sería capaz de llevarlo de una forma más valiente, pero he de reconocer que desde que os conocí, os he tenido envidia.

¿Ya estamos otra vez con la puta envidia? - pensé al escuchar su tonto argumento.

- Como os dije el otro día, para mí sois la pareja perfecta, gente que sin dañarse el uno al otro, sois capaces de repartir amor porque os sobra… Y eso me come por dentro, ¡lo siento! - terminó diciendo y abriendo la puerta para marcharse.

Justo en el momento que se bajó del coche, aceleré para marcharnos de allí.

- ¡Perdónale! - me dijo Sandra desde el asiento de atrás - Creo que tiene razón, igual no es una situación fácil para él.

- ¿Fácil para él? - pregunté a Sandra parando el coche en seco por segunda vez - ¿Pero tú estás tonta o qué?, ¿crees que no es fácil para él? Después de todo lo que nosotros hemos puesto en juego, ¿tú piensas que es algo difícil para él? - respondí con un tono de voz bastante enfadado.

- ¡Pero bueno, vida!… - me respondió Sandra - ¡era un juego y quisimos entrar! Para nosotros, por la confianza que tenemos el uno en el otro, quizás haya sido relativamente fácil, pero él no lo ha sabido entender. Al fin y al cabo creo que es un niño grande que al ver que nosotros jugamos entre nosotros, ha tenido un berrinche.

- No creo que sea como dices - le respondí - Creo que él ha jugado con nosotros y como no le hemos seguido su juego, se ha enfadado queriendo imponer sus normas.

- ¡Sí, es verdad! - me respondió Sandra - Pero creo que debemos darle otra oportunidad, o por lo menos, llevarle a casa y no dejarlo tirado en la calle, ¿no crees?

Aquello hizo que una espinita se me clavase en el corazón y sin querer ser, como otras tantas veces, el malo de la película, accedí a la petición de Sandra de acompañarle a casa.

Bajé del coche y le hice un gesto para que volviese al coche, Juanma enseguida salió corriendo y entró.

Durante más de diez minutos estuvo pidiéndonos perdón y llorando como un bebé de teta. Al final nos prometió que no volvería a ocurrir. Pensando en todo lo que habíamos vivido juntos en tan poco tiempo, aceptamos sus disculpas pero sin intención de seguir con aquel juego.

- ¡Vale!, aceptamos tus disculpas, pero como comprenderás, ¡hasta aquí hemos llegado! - le dije mientras volvía a arrancar el coche - Dime dónde vives y te llevaremos hasta allí, ¡ha sido un placer haberte conocido!

- ¡Lo siento de verdad!, para mí también ha sido muy agradable el conoceros, siento haberme portado así. Espero que algún día os acordéis de mí y me llaméis para tomar unas cervezas - me contestó él con cara de pena y la voz bastante afligida.

Juanma nos dio un par de explicaciones más y me puse en camino. De repente Sandra se acercó a mi oído y me susurró algo que no llegue a comprender.

- ¿Quieres jugar? - me preguntó sorprendiéndome con la pregunta cuando realmente creía que todo había terminado.

- ¿A qué te refieres? - le respondí yo con otra pregunta.

- Juanma tenía un plan y no me gustaría marcharme sin saber cuál era - me dijo pasando su mano por mi pelo buscando mis labios para acariciármelos.

- ¿De verdad quieres seguir con el juego? ¿Confías en él después de su reacción? - le respondí con la idea de buscar su negación y dejarlo todo allí.

- ¡Creo que sí!…, después de lo vivido el día de ayer y de hoy, no creo que sea mal chico, creo que se merece una segunda oportunidad - respondió Sandra demostrando que estaba convencida de lo que estaba diciendo y volviendo a repetir lo de la segunda oportunidad.

¡Hay que joderse con las puñeteras segundas oportunidades, coño!

- ¡Vale!, si tú quieres, lo haremos, ¡no puedo negarte nada! Pero sólo una cosa más, ¿volverá a repetirse esto dentro de un rato? - pregunté dirigiéndome a Juanma.

- Prometo que jamás volverá a ocurrir - nos contestó - Es más, dentro de un rato, si vosotros queréis, iremos a mi casa y contaré todo lo ocurrido a mi pareja para que sepa lo que hemos hecho. Pongo en juego mi vida personal por vosotros igual que vosotros lo habéis hecho conmigo, ¿os parece bien?

- ¡Vale!, ¿cuándo o dónde empieza el juego que tenías previsto hacer conmigo? - respondió Sandra cortando de un plumazo toda la disputa y dispuesta a hacer lo que fuese necesario para que la noche siguiese de la misma forma que había empezado, de buen humor.

- ¡A ver!, tira hacia mi casa por esta calle hasta el fondo pero luego gira a la derecha, primero vamos a dar un pequeño rodeo - dijo Juanma ahora con la voz mucho más suave y casi saliéndole del culo.

Sandra, desde el asiento de atrás se acercó a los dos y cogiéndonos de la cabeza las apretó contra la suya dándonos un beso a cada uno en el cachete. Aquello fue el punto dónde dejamos todo lo ocurrido, quizás para otro día.

Después de un rato de camino empezamos a pasar por calles bastante oscuras dónde no se veía un alma cuando por fin, al final de una de las calles vimos a un hombre de mediana edad con barba. Al verlo, Juanma se acercó a Sandra y le quitó todos los botones de la camisa dejándole los pechos casi al aire.

- Leandro, por favor, cuando llegues hasta aquel tipo, para el coche para que Sandra pueda preguntarle por donde cae la calle Higuera.

Aun no tenía muy clara cuál era la idea, pero cómo habíamos dicho, íbamos a jugar. Así que sin comerme más el tarro, tal y como me dijo paré el coche para que Sandra, con las tetas casi fuera del sujetador, preguntase a aquel hombre.

Justo cuando paramos a su lado, el hombre se acercó a la ventanilla y Sandra, sin cortarse un pelo, asomó la cabeza.

- ¡Hola!, ¡perdone!, ¿me podría decir por dónde queda la Calle Higuera? - preguntó Sandra demostrando una calma asombrosa.

Yo, con la cabeza totalmente vuelta, veía como aquel hombre no atinaba ni tan siquiera a pensar, sólo tenía ojos para ver los dos preciosos melones que sobresalían por el escote de Sandra.

- ¡Lo siento, señorita, no soy de por aquí! - contestó farfullando pero retirándose de nosotros lentamente demostrando cierto temor.

Al recibir la respuesta y su forma de actuar, Sandra le dio las gracias y arrancamos hacia otro sitio.

En ese momento, cuando ya estaba todo bastante más relajado entre los tres pero no olvidado, fue cuando Juanma nos dijo que lo mejor sería que para el segundo intento ella se pusiese delante conmigo y él detrás. De esta forma Sandra podría ir totalmente acostada en el asiento delantero, cosa que a Sandra parece que le gusto ya que de inmediato me dijo que parase el coche para cambiarse de sitio.

Dicho y hecho, paramos de nuevo el coche y cambiaron de sitio. Sandra echó el asiento hacia atrás y se tumbó como Juanma había dicho.

Para darle un toque aún más caliente al asunto, cómo hice el día de la gasolinera, le remangué la falda hasta dejar al aire el inicio de su coñito. En ese momento pude comprobar que a pesar del mal rato vivido no hacía aún veinte minutos, su raja estaba bastante mojada.

¡Qué cabrona!, con el mal rato que hemos pasado, yo la tengo metida para dentro y ella sin embargo lo tiene bien “chorreoso”, ¿qué parte me he perdido?, me pregunté a mi mismo dándole vueltas aún al medio mosqueo.

Estuvimos dando vueltas otro buen rato, pero ninguno de los elegidos me gustaba. La verdad es aquello no tenía mucho sentido y aún me sentía bastante molesto.

Sandra dándose cuenta de mi malestar, se levantó de su asiento y se acercó a mi oído.

- ¡Vida, se feliz y disfruta!, ¡yo lo hago por ti, hazlo tú por mí!

- Dame un par de minutos y lo intento, ¿vale? - le respondí.

- El tiempo que te haga falta, mi vida, no tengas prisa - y terminó dándome un beso como sólo ella sabía darlo, con amor.

Me terminó de convencer con aquel beso, pero tenía bien claro que a partir de ahora yo llevaría la iniciativa, a no ser que ella me dijese lo contrario, claro. Al fin y al cabo, ella era la Reina de la fiesta.

De la boca de Juanma sólo salieron unas palabras.

- ¡Gracias!, ¡siento mucho lo ocurrido!

Comiéndome mi orgullo con patatas fritas, me decidí a hacerle caso a aquella mujer que tan pocas veces se equivocaba.

A los pocos minutos de estar dando vueltas vimos a otro hombre. Este tenía pinta de ser un poco más mayor que el anterior y por lo menos, parecía ser del barrio. Así que dispuestos a todo hicimos lo mismo que la otra vez, paramos. Pero esta vez, en vez de preguntar Sandra por la dirección, quien preguntó fui yo. De esta forma, aquel desconocido tendría que meter la cabeza en el coche para responderme y podría verla tendida en el asiento y casi desnuda mientras hablaba conmigo. La postura que Sandra tenía en el sillón dejaba muy poco a la imaginación, se le salían las tetas por encima del sujetador y sus dos muslos, acompañados de su preciosa rajita, estaban completamente al aire.

Encendí la luz interior del coche para que hubiese más claridad y apoyándome sobre los muslos de Sandra tocando su chochito, casi a gritos, le pregunté por la calle.

Al principio reaccionó exactamente igual que el anterior hombre, no atinaba a responder pero sí se la comía con los ojos en aquel momento. Viendo que aquel hombre se acercaba cada vez más al coche, empujando un poco a Sandra, hice que se sentará. Le cogí la mano y, sin saber aún porque lo hice, se la saqué por la ventanilla para ponérsela sobre el pantalón de aquel pobre hombre que se quedó completamente en silencio sin saber que decir.

En ese momento Sandra ya sabía que debía hacer. Suavemente le abrió el cierre del pantalón y metió su manita dentro buscando la polla de aquel tío.

Durante un par de segundos pasó por mi cabeza una extraña sensación, ¿qué estoy haciendo?, ¿qué hace Sandra con su mano dentro de una bragueta en mitad de la calle? me pregunté antes de hacer el intento de ponerme derecho para acelerar y salir huyendo de aquella insólita e inexplicable situación.

Pero cuando volví a mirar a Sandra y a su mano, que seguía buscando dentro de la bragueta de aquel extraño, me relajé bastante. Ella lo estaba haciendo porque quería, si no quisiese, seguro que no me hubiese dejado poner su mano en aquel escondido lugar, ¿verdad? Así que, aun sabiendo que aquello era una total locura, me dispuse a disfrutarlo con ella.

Mientras que todo aquello ocurría en mi cabeza, aquel pobre hombre, al ver que no tenía escapatoria, se había resignado a aguantar que aquella linda mujer le tocara la polla en mitad de la calle y sin más, se acercó un poco más a la ventanilla y se echó sobre el techo del coche esperando no sabía muy bien qué, pero algo agradable, ¡seguro!

- ¿Serás capaz de hacer que se corra? - le pregunté mirando hacia la ventanilla y viendo sólo una parte de aquel hombre toqueteado por las manos de mi esposa.

¿De verdad soy yo quien habla?, ¡no me lo puedo creer! - pensé al escuchar mis propias palabras.

Ella, sin contestar, pero tocando con su otra mano mi polla, comenzó a mover más rápido la mano que tenía dentro del pantalón de aquel extraño. La cosa duró más bien poco, porque a los pocos segundos de iniciar la paja, aquel hombre, totalmente indefenso, se corría como un niño pequeño dando pequeños gemidos.

Cuando terminó de correrse, Sandra, mi desconocida Sandra, sacó su mano llena de leche, se volvió a recostar en el asiento y mirándonos a los dos, a Juanma y a mí, se la restregó sobre sus tetas.

- ¡Ven Juanma!, quiero que me limpies las tetas de la leche de este tío.

En ese momento, al ver el gesto de Sandra y escuchar aquellas raras palabras salir de sus labios, me di cuenta de lo que había creado, ¡me sentí como el Doctor Frankenstein! Con un poco de aquí y un poco de allá había creado a la criatura perfecta y que tras conocer aquel mundo quería disfrutarlo de todas las formas posibles. No tenía límites ni yo tenía derecho a ponérselos.

Juanma, sumiso como un corderito después de la que nos había liado, se acercó a Sandra y comenzó a chupar sus tetas con toda la leche de aquella extraña polla.

- ¡Te gustan así más mis tetas, mariconazo!

- ¡No!, me gustan igual que siempre, ¡muchísimo! Pero el sabor de hoy es toda una novedad - dijo Juanma, ahora con una voz bastante más relajada y volviendo a entrar en el juego.

¡Valiente cerdo!

- Pues como castigo por lo mal que te has portado, Leandro me comerá el coño mientras que tú me sigues comiendo las tetas chupando esa leche - dijo Sandra demostrando su poderío.

- ¡Castígame todo lo que quieras, me lo merezco! - respondió Juanma mientras continuaba tragándose aquel líquido viscoso de una polla que no conocíamos.

A pesar de mi medio cabreo, aquello me había puesto a cien y sin dudarlo dos veces pero siguiendo las indicaciones de Sandra, cogí la difícil postura de cuando uno se va a comer un coño en un coche (¿os acordáis?, ¡pata pacá!, ¡pie pallá!, etc., etc., etc.…), bajé la cabeza hasta su chochito y comencé a besarlo y a chuparlo mientras Juanma hacía lo mismo con sus tetas.

En poco tiempo y con lo caliente que iba, conseguimos que tuviese un orgasmo y que se corriera totalmente espatarrada en el asiento del coche. Entre los dos le estábamos dando un placer enorme.

Aunque eso creía yo, que éramos sólo dos. Menuda sorpresa me di cuando levanté la cabeza y descubrí que durante todo el tiempo había estado el desconocido en la ventanilla, mirando como ocurría todo. Y lo peor de tono no era eso, lo peor era que aquel personaje tenía la polla en la mano, ahora fuera de su pantalón y se había estado pajeando durante todo el tiempo.

Un poco agobiado por pensar en lo que estábamos haciendo ante los ojos de aquel afortunado hombre, me levanté para volver a mi sillón y le dije a Sandra que se pusiese bien, quedando Juanma detrás como al principio.

Mi primera intención fue de arrancar el coche e irnos de allí directamente, pero la idea de Sandra era otra, quería continuar con su castigo.

- ¡Amores míos! - dijo mirándonos a los dos con unos ojitos muy tiernos, - antes de irnos, ¿os importa que baje los humos a este hombre?… ¡Se va a quedar muy mal si no lo ayudamos! - terminó diciendo con una voz bastante pícara.

- ¿A qué te refieres?, le pregunté.

- ¡Ya lo verás! - me respondió abriendo la puerta del coche.

En ese momento, me quedé un poco perplejo ante la nueva petición de Sandra, pero automáticamente y sabiendo que ella tenía bastante claro lo que quería hacer, puse la puntilla para vengarme del mal rato de antes.

- ¿Necesitas ayuda? - pregunté a Sandra pero señalando a Juanma.

Mis palabras fueron entendidas por ella a la primera y directamente me siguió el juego.

- ¡Pues sí!, no quiero hacerlo sola, ¡quiero que me ayude Juanma! Ven, baja del coche y arrodíllate aquí a mi lado.

Juanma tenía clarísimo lo que nos proponíamos los dos, así que no tuvo más remedio que obedecer a la petición de Sandra. Sin decir nada, bajó del coche y poniéndose al lado de Sandra cogió la polla de aquel hombre, dura como una piedra a pesar de haberse corrido hacía menos de cinco minutos (¡Vaya!, ¡otro come viagras!) Juanma se puso de rodillas, acercó su boca hasta el rabo y se lo metió hasta el fondo.

¡Valiente maricón!, - pensé al verle actuar - ¡Yo había insinuado que se la meneases, no que se la chupases, huevón!

Juanma, que por momentos demostraba más su vena bisexual cómo él la llamaba, se la comía de la misma forma que ayer me lo hizo a mí, metiéndosela hasta la garganta y volviéndosela a sacar poco a poco. Aquel nuevo desconocido, a pesar de ver que era otro hombre el que se la estaba chupando, estaba en la gloria, ¡cómo para no estarlo!, Sandra sobándole los huevos y Juanma comiéndole la polla. Allí estaban los dos haciéndole una soberana mamada a aquel hombre en medio de la calle, sólo tapados por la puerta delantera y trasera del coche.

A pesar de cómo ya sabéis que aquel hombre se había corrido hace un momento, aquello fue bastante más rápido de lo que imaginaba. Tras veinte o treinta chupadas de Juanma, aquel hombre empezó a respirar fuertemente y a menear todo su cuerpo con cada mamada que le daba Juanma, que estaba casi sin poder respirar por tener toda aquella polla dentro de la boca. Estaba, de nuevo, a punto de correrse y esta vez en su boca.

- ¡Me corro! - gritó el desconocido.

En ese momento Juanma fue a retirarse pero de un empujón le apreté la cabeza contra el cuerpo del otro hombre.

- ¡Mejor que no hagas eso! - me dijo a Sandra - ¡Juanma se puede enfadar otra vez!

Lo entendí, ¡bueno, lo entendí pero no lo comprendí!, así que le dejé sacarla de su boca pero justo cuando noté que empezaba a correrse, consiguiendo que aquel jodío soltase toda la leche sobre su cara.

El primer chorro fue a caer en sus cejas, el segundo en su barbilla y el tercero justo en sus labios, entrando finalmente un buen chorro de líquido blanco en su boca. ¡Pedazo de segunda corrida que se había pegado aquel tío sin esperarlo! No todos los días te la chupan en mitad de la calle, ¿no?

Aún sin soltarse de aquella polla y con los chorros de leche corriendo por su cara, Sandra dijo a Juanma que se montase en el coche y a mí que arrancara que nos íbamos. Así lo hicimos y cuando ya estábamos a unos quince metros del desconocido, Sandra sacó la cabeza por la ventanilla y le envío un beso de despedida.

Ahora los tres dentro del coche estábamos en total silencio, ninguno sabía que decir sobre lo que había pasado, hasta que Sandra, cogiendo un pañuelo de papel y dándoselo a Juanma, rompió el hielo.

- ¡Toma, límpiate!, ¡no veas cómo te ha dejado!…

- ¿Creéis que ese tipo le contará a alguien lo que ha vivido? - dijo quedándose unos segundos en silencio y pensativa - Y si lo cuenta, ¿alguien lo creerá?

Al escuchar aquella duda que le habíamos planteando al desconocido, nos echamos a reír pensando en la situación. Todo aquello había hecho que olvidásemos para siempre el pequeño rifi rafe que casi nos separa a los tres.

¡Pobre hombre! - pensé.

Bueno, más bien, ¡pobres nosotros!, que al final habíamos sido los únicos que no habíamos soltado la carga.

- Bueno, ¿y ahora qué?, ¿os atrevéis con el póker? - preguntó Juanma cortando mis pensamientos y con la intención de seguir con los mismos planes que teníamos desde el principio.

- ¿Tú qué dices, Sandra? ¿Vamos a echar un ratillo a las cartas o qué? - le pregunté a mi mujer pero con una voz que decía claramente que yo sí quería ir, al fin y al cabo, ¿qué más podía pasar?

- No me apetece mucho, pero bueno, si vosotros queréis, iremos. Ya buscaré algo en que entretenerme mientras perdéis el dinero - contestó Sandra poco convencida de lo del póker.

Creo que en ese momento, después de lo del coche ella quería jugar, pero me daba la impresión de no querer precisamente a las cartas.

- Un par de partidas y nos vamos - le dije al notar su voz aburrida pero intentando convencerla.

- ¡Vale! - contestó ella con tonillo de resignación.

- ¡Estupendo! - dijo Juanma - Entonces coge la siguiente calle a la derecha.

Los siguientes cinco minutos que pasaron hasta que llegamos a casa de Juanma fueron muy amenos, estuvimos bromeando y riéndonos sobre lo que había ocurrido. Todo aquello, aparte de ser poco normal, nos había dado mucho morbo a los tres y sin tan siquiera mirarlo, se podía ver el bulto que asomaba tanto entre mis piernas como entre las piernas de Juanma.

¿Qué sería lo siguiente?

DOMINGO, 07 DE DICIEMBRE DE 2008 (MEDIA NOCHE)

Cuando llegamos a una rotonda, Juanma me dijo que girase a la derecha y que aparcase frente a un edificio que había en el otro lado de la calle.

- ¡Es aquí!, vivo en un ático de este edificio - nos dijo mientras entrábamos en el portal.

Un poco más relajados pero en silencio y pensando cada uno en sus cosas, subimos al ascensor. Juanma, al llegar a su casa hizo algo que me llamó la atención, en vez de usar las llaves para entrar, llamó a la puerta.

- ¿No tienes llaves? - le pregunté un poco contrariado por no tener las llaves de su propia casa.

- ¡Sí!, ¡claro que sí! - me contestó enseñándome un juego de llaves que llevaba en la chaqueta - Lo que pasa es que tenemos esa costumbre para no molestarnos por si alguno de los dos tuviese rollito - terminó diciendo con una pícara sonrisa en los labios y mirando a Sandra.

- ¡Pues vaya!, ¡sí que sois liberales! - le contesté.

- ¡A ver si aprendes, vida! - me contestó Sandra dándome un suave empujón mientras se reía de forma nerviosa.

- ¡Eh, tú! - le respondí en broma al notar cómo me empujaba.

- ¡Pues anda que tú! - me respondió ella con tono orgulloso.

Pero no me dio tiempo a seguir con la riña, a los pocos segundos abrió la puerta un chico rubio, un poco más alto que yo y que nos saludó amablemente.

- ¡Pasad, pasad!, ya creí que no ibais a llegar. Aunque la verdad, sólo habéis llegado Dani y vosotros, aún falta Víctor - nos comentó aquel hombre de forma bastante agradable y que nos hablaba como si nos conociese de toda la vida.

Dio dos besos a Sandra y a mí la mano mientras que Juanma nos presentaba. Nos dijo que se llamaba César y que compartían casa. Un chico bastante amable que aunque no lo aparentaba, a mi parecer era un poco mariquita, más que nada porque cada tres o cuatro palabras soltaba un ¡huy! que yo creo que le salía directamente del culo.

Cortésmente nos invitó a pasar y nos acompañó hasta el salón dónde se encontraba Dani.

Juanma, al igual que hizo con César, nos lo presentó y como es costumbre en estos casos, estuvimos todos de pie en la entrada, charlando de esto y de lo otro durante unos cuantos minutos.

Cuando ya llevábamos un rato de cháchara, César nos dijo que nos sentáramos en el sofá mientras terminaba de preparar todo junto con Dani.

- Poneos una copa mientras que yo ayudo a estos dos a montar la mesa de póker - nos dijo Juanma señalando hacía una mesa que estaba repleta de botellas de alcohol.

- ¿Y tu pareja? - le pregunté al no ver a ninguna mujer en aquella casa.

- ¡Luego te cuento!, ahora poneos cómodos que vuelvo enseguida - nos dijo mientras se marchaba hacia la cocina.

En cuanto desapareció, me puse a fisgonear. El ático era bastante amplio y el salón bastante grande con dos sofás frente a una gran pantalla de plasma, todo montado con mucho estilo y colores muy femeninos.

Mientras que Sandra se ponía las copas y yo cotilleaba por allí, me acerqué a una cristalera que había en el fondo del salón y que daba a una terraza más o menos grande. Al ser un sexto tenía unas vistas realmente bonitas al mar.

- No lo tengo muy claro, pero estos tienen montado un picadero aquí de tres pares de cojones - le dije a Sandra acercándome a ella para darle un sobeo en su precioso y adorable culo - A ver si llega ya la mujer de Juanma y la conozco porque si es igual de liberal que él, ¡no me la quiero ni imaginar!

- ¡Por cierto!, ¿a ti te ha dicho Juanma cómo se llama su mujer? - pregunté un poco extrañado por pensar en que habíamos hablado varias veces de su pareja pero jamás nos había dicho su nombre, o por lo menos, yo no lo recordaba.

No tuve respuesta por su parte. La verdad es que, desde que llegamos a aquella casa, Sandra no había hablado mucho, parecía un poco cortada y me estaba sintiendo un poco mal por haberla obligado a estar allí con nosotros después del enfado de Juanma y sólo porque a mí me apetecía jugar al póker.

- ¡Cari, estás muy sería!, ¿te pasa algo? Si quieres nos marchamos a casa y ya está, no hay problema - le dije cogiendo la copa que me ofrecía.

- ¡No le des más vueltas, hombre! Lo de la pelea ya se me ha pasado y por lo del póker no te preocupes, si mientras que miro me aburro, ya encontraré algo con lo que pasar el rato. La casa es bastante grande para investigar - me dijo Sandra, dejándome un poco más tranquilo.

- Lo único que no entiendo es por qué no puedo jugar yo también, pero bueno, ¡me joderé! - me comentó sin esperar mi respuesta.

Y sonriéndome se fue hacia la cocina a ver si podía ayudar en algo.

Mientras, yo me quedé mirando una estantería que tenían en salón y que estaba llena de películas porno de todo tipo, pero sobre todo de temática gay. ¡Sabía que mi primera impresión con César no estaba equivocada!, aquel chico era maricón del culo y además compartía casa con Juanma, que ya sabía de primera mano que era bisexual, y con su pareja. Lo que no me quedaba claro aún es dónde estaría la pareja de Juanma.

Igual llega en algún momento de la noche y puede entretener a Sandra con “cosas de mujeres”, es decir, ¡rabos, pollas, vergas y cosas de esas! - pensé mientras miraba aquella colección de películas - Aquel vulgar pensamiento me hizo reír en medio de aquel salón tan grande.

Después de un buen rato y tras abrir casi todos los muebles y cajones de aquel salón para cotillear, apareció Sandra que venía de la cocina.

- ¿Qué haces, guapo?

- ¡Nada! - le contesté cerrando rápidamente un cajón con la misma sensación que un niño al que han pillado haciendo algo malo - Ver el montón de películas porno que tienen estos aquí, no me imagino las fiestas que se tienen que montar… ¡Si el sofá hablara, no veas lo que nos contaría!

Y volviéndome de nuevo a la estantería, seguí hablando.

- Seguro que hay alguna que me gusta, ¡igual le pido algunas a Juanma para verlas nosotros solitos en casa!

- ¿Alguna? - preguntó irónicamente Sandra - ¡Te gustan todas, seguro!, ¡con lo guarro que eres!

- Y tú, ¿dónde estabas? - le pregunté sin hacer mucho caso al último comentario - Hace un buen rato que no sé por dónde andas.

- En la cocina hablando con Juanma y recordando viejos tiempos - me contestó.

- ¿Viejos tiempos? - le pregunté en broma. - ¡Pero si no hace ni dos días que le conoces!

- Pues eso, ¡viejos tiempos! - repitió Sandra.

Riéndonos del comentario estábamos, cuando por la puerta aparecieron Juanma, César y Dani, cargados con todas las cosas para el juego. Sandra al verlos cambio de tema automáticamente y comenzamos a hablar de otras cosas, ya que hasta que el jodío Juanma no se lo contase a su mujer, no queríamos que los demás supiesen nada de lo vivido con él.

La mesa ya estaba casi lista, las cartas, las fichas, los vasos, una hielera de cristal, dos botellas de whisky, ¡sí, dos botellas! y un par de platos con pistachos y aceitunas.

Cuando ya estaba todo preparado, sonó el timbre.

- ¡Vaya hombre! - dijo Dani - Por fin llega el retrasado de Víctor.

Nada más entrar por la puerta saludó a sus compañeros, pero cuando llegó al salón y nos vio, se quedó callado mirándonos fijamente. Allí estábamos Sandra y yo, de pie al lado del sofá, recibiendo las miradas, o puñaladas según se mire, del recién llegado.

- ¡Vaya!, ¡creí que hoy teníamos partida!- dijo dirigiéndose a César.

- ¡Exacto!, todo sigue igual. Pero los he invitado yo, así somos más y el que gane se llevará más pasta - dijo Juanma sin tan siquiera mirarlo a la cara.

- ¡Pues a mí no me gusta jugar al póker con mujeres! Este es un juego de hombres y ella lo único que va a conseguir es despistarnos - dijo Víctor con cara de pocos amigos.

Aquel comentario le sentó a Sandra como una patada en el estómago, pero sin perder la sonrisa se acercó desafiante hasta Víctor.

- ¡Mira chaval!, no me apetecía venir y ni tan siquiera tenía pensado jugar, pero estoy aquí porque me han invitado. Pero si lo que tienes es miedo de perder con una mujer, no te preocupes, que yo no juego y así no te molesto.

Otra vez, por segunda vez aquella noche, se formó un poco de revuelo entre los seis que estábamos allí, pero César, de muy buenas maneras y poniendo de vuelta y media al tonto la polla de Víctor, supo calmar la situación.

A los pocos minutos Víctor se acercó a nosotros.

- ¡Siento muchísimo haber dicho eso! Si quieres, por mi parte no será ningún problema compartir la mesa contigo. Es más, será un honor que juegues con nosotros - le dijo a Sandra intentando arreglar la cagada inicial.

- Acepto tus disculpas - dijo Sandra de forma bastante relajada - ¡Pero prefiero no jugar!

¡Pero que chula es mi mujer! - pensé al escuchar el orgulloso comentario que le soltó a aquel idiota.

- Ya te he dicho antes que yo no tenía intención de jugar, sólo mirar.

- ¡Venga, animaos!… Yo no me he ido de juerga por ahí por culpa de la partida y ahora resulta que todo el mundo se enfada, ¡pues vaya rollo! - dijo Dani.

Tras escuchar las palabras de Dani, César cogió la baraja de cartas y se sentó en la mesa.

- ¡Esto no es lo que esperaba, pero bueno! - dijo Víctor al ver que Sandra aceptaba sus disculpas pero a medias - Jugaremos unas cuantas partidas a ver si os desplumo rápido y me marcho - comentó Víctor quitándole la baraja a César de las manos de muy malas maneras.

- ¡Ja, ja!, ¿tú y cuantos más, muchacho? - dijo Juanma de forma irónica.

Yo, como en aquel momento sólo podía escuchar los reproches de unos a otros y como no quería calentar más el ambiente, que ya habíamos tenido bastante aquella tarde, decidí sentarme a jugar y quedarme callado escuchando las críticas de unos a otros mientras que Sandra también se quitaba de en medio y se sentaba en el sofá que quedaba detrás nuestra, frente al televisor.

- ¡Bueno!, si no os importa, mientras vosotros jugáis a las cartas, yo puedo ver la tele, ¿verdad? - preguntó Sandra.

Y sin esperar respuesta, encendió la tele, se medio tumbó en el sofá y se puso a buscar algo que ver.

- Si queréis aplazamos la partida para otro día - dijo César al ver que el ambiente estaba bastante cargadito.

- ¡Cállate ya, tonto! - le contestó Juanma soltándole una soberana colleja.

- ¡No, por favor!, juguemos. No quiero que se os joda la partida por nosotros. Además a Sandra ya se le ha olvidado todo, ¿verdad, Cariño? - dije volviendo la cabeza para mirarla.

A lo que ella, mirándonos desde el sofá y con un movimiento de cabeza, afirmó que todo estaba bien, dándonos el permiso para empezar a jugar.

Y por fin, después de tanta historia, Víctor empezó a repartir las cartas.

Cómo he dicho, la partida comenzó y, raro en mí, empecé ganando, cosa que me hizo llenarme de ilusiones al pensar la pasta que me iba a ganar aquella noche.

Tras casi una hora de juego, el que iba perdiendo a marchas forzadas era Víctor, que veía como su montón de fichas disminuía y que sólo le quedaban unos cuantos euros. Se lo merecía, sobre todo por su mala leche.

- ¡Hoy no ganas ni a las chapas, chaval! - le dijo César.

- ¿Qué pasa? - contestó Víctor - ¡Tengo un mal día! Además, si pierdo esto que me queda me marcho, que vosotros mañana no curráis, pero yo sí.

Mientras todo esto ocurría, Sandra había quedado un poco olvidada en el sofá y estaba dando cabezadas de aburrimiento.

Aprovechando un momento en que Juanma y Víctor se fueron al baño, me levanté y me acerqué a ella.

- Cuando quieras nos marchamos, ¿vale?

- ¡Venga, te dejo un ratito más!… Nos tomamos otra copa y casi que nos vamos, ¿vale? - me dijo con los ojillos casi cerrados por el aburrimiento.

- ¡Vale! - le contesté.

Le serví la copa, se la di y me senté de nuevo en la mesa.

En la siguiente partida, Víctor volvió a perder y como había prometido, se levantó dando un fuerte golpe con el puño en la mesa demostrando su enfado, y se dispuso a marcharse. Se despidió de todos nosotros y se acercó al sofá donde estaba Sandra para despedirse.

- ¡Siento lo ocurrido!, espero que me perdones pero es que hoy he tenido un mal día y lo he pagado con vosotros, ¡lo siento! - dijo Víctor con voz que parecía que de verdad estaba arrepentido de lo que había dicho.

- Te prometo que el próximo día que quedemos todos para jugar, serás bienvenida por mi parte - terminó diciendo el vaina del Víctor.

Sandra se levantó del sofá y sin apenas mirarlo ni hablarle, le dio dos besos de despedida y se volvió a sentar.

Mientras que Víctor se marchaba y los demás salían a despedirle, me acerqué de nuevo a Sandra

- Si quieres nos marchamos nosotros también - le dije al ver lo poco a gusto que se encontraba en aquel momento.

Y justo en aquel momento me llevé una de las primeras sorpresas de aquella noche.

- ¡Ja!, ¡ni loca me voy yo ahora! Ahora que ese imbécil no está puedo entrar yo en la mesa, ¿no? - dijo Sandra dejándome con dos palmos de narices.

- ¡Vale! - le contesté - Ahora se lo digo a los demás a ver qué les parece.

- ¡No!, no digas nada aún… Ahora cuando empecéis, según vea yo el ambiente, decido si me apunto o no. ¡No quiero más cabreos de nadie!

- Como quieras, tú decides - le contesté al ver que todos entraban de nuevo al salón.

Una vez que se había marchado Víctor, todos se acercaron a Sandra para, sobre todo, hablar mal de éste.

Le dijeron que seguían soportándolo porque eran muchos años de amistad y que en el fondo no era tan mal chico. César mientras tanto sirvió una nueva copa y las puso en la mesa de juego, pero a Sandra se la llevó hasta el sofá.

- ¡No te enfades, mujer! - le dijo dándole un pequeño beso en la frente - Aunque os haya conocido hace unas horas, prefiero vuestra amistad a la del mamarracho de Víctor, sobre todo por la gran amistad que sé que os une con Juanma.

- ¿A qué te refieres?, pregunté un tanto extrañado.

¿Le habrá contado Juanma lo nuestro a César? - pensé al escuchar aquel último comentario.

- Pues porque si él os ha escogido como amigos es porque lo valéis, ¿no?

Aquello, aparte de relajarme por no tener que pensar mal de Juanma, nos agradó a los dos agradeciéndoselo con una gran sonrisa, pero sin saber muy bien si él sabía o no todo lo que nos unía a Juanma.

Y sin alargar más la situación, a los pocos minutos ya estábamos los cuatro sentados en la mesa continuando con la partida.

Ya eran las dos y pico de la mañana y la verdad es que la primera botella de whisky ya empezaba a temblar. Y para colmo, ahora al que no le iban muy bien las cosas eran a mí, ¡tonto de mí por hacerme ilusiones antes de tiempo! Antes había ganado casi cuatrocientos euros, pero ahora sólo me quedaban unos doscientos. Había tenido un par de manos en las que creía que iba a ganar, pero la había cagado de pleno. Me jodía más el tener que dejar de jugar que el perder la pasta, la verdad, lo estaba pasando bastante bien.

Pasadas unas cuantas partidas más, Sandra se levantó del sofá y sin decir ni pio, se fue hacia la mesa dónde Juanma tenía las bebidas, cogió una botella de tequila y cinco vasos de chupito.

- ¡Venga!, si os animáis y no os importa, yo también jugaré con vosotros - nos dijo cogiendo mi cartera y sacando cien euros.

Soltó el dinero sobre la mesa y sirvió un chupito de tequila para cada uno.

- Como yo soy pobre sólo me juego cien euros, así que venga dadme fichas.

- ¡Vale!, ¡estás invitada! - dijimos todos ofreciéndole la silla que antes tenía ocupada Víctor y brindando con los chupitos.

Y con mucho mejor humor que antes, cien euros más en juego y una preciosa chica haciéndonos compañía en la mesa, nos pusimos a jugar de nuevo. Ahora los cinco teníamos en juego mil seiscientos euracos. ¡Una pasta, la verdad!, pero ahora nosotros teníamos en juego cuatrocientos euros, mucho dinero para nuestra débil economía en aquel momento. Tenía que buscar la forma de por lo menos, no perderlo todo y la única solución era o que ganase yo o que ganase Juanma para que, como le habíamos prometido, entregárselo a Sandra.

Tras casi media hora de juego, César nos estaba desplumando a todos. La verdad es que ya eran casi las tres, y entre el humo del tabaco y el whisky todos estábamos bastante contentos y ya ni nos acordábamos del mal rato que nos había hecho pasar Víctor, ni Juanma, claro.

Hay que decir que desde la charlita en el coche, Juanma había sido realmente respetuoso con Sandra y conmigo, ya que ni antes ni durante la partida tuvo una mala palabra para nosotros, además no había hecho el más mínimo comentario con sus amigos sobre lo ocurrido los pasados días entre nosotros, y a esas alturas y con el medio cebollón que llevábamos todos, se podía notar que ni César ni Dani sabían absolutamente nada de nuestra relación.

Lo que yo tampoco sabía a esas alturas pero que luego más tarde me enteré, era que César era la pareja de Juanma, ¡el mariconazo lo había tenido bien oculto durante todo el tiempo! ¡Claro!, cómo cada vez que había hablado de él siempre lo había llamado como su pareja y jamás por su nombre, ¡pues claro! En aquel momento no entendí muy bien porque lo ocultaba, pero bueno, tampoco me importó mucho, la verdad. Sabíamos que Juanma era bisexual y César no podía esconder la vena, así que tarde o temprano nos hubiésemos enterado.

Pero bueno, a lo que íbamos, César no paraba de ganar, pero a pesar de que yo estaba un poco mejor que antes y que Sandra no lo llevaba mal del todo, ya me estaba mosqueando un poco.

- ¡Basta ya, hombre!, ¡nos vas a dejar sin dinero! - le dije un poco en serio, un poco en broma.

- Pues si no queréis perder más pasta, no juguéis - dijo sacando la vena a relucir - Además, para una buena noche que se me da, no la voy a dejar pasar - me contestó César recogiendo el dinero de la mesa de la última apuesta que había ganado.

- Lo que tenemos que hacer es jugar a las prendas y dejarnos de peleas - dijo Juanma, que en esos momentos aparentaba estar bastante borracho.

En ese momento se escuchó en el ambiente el ruido del silencio. Todos nos quedamos callados por unos segundos.

- ¿Estarás de broma, verdad? - le pregunté un tanto contrariado - Cómo sólo está Sandra como mujer, no te importaría perder prendas ¿no?, ¡La verdad es que a veces pareces carajote, muchacho! - le contesté un poco enfadado pero pensando en que lo que estaba proponiendo era una broma de borrachos.

En ningún momento había pasado por mi imaginación hacer nada relativo al sexo esa noche, por lo menos mientras que estuviésemos en la mesa con los otros dos. Es lo que habíamos hablado con Juanma anteriormente. Y lo de dejar a mi mujer en bolas delante de todo el mundo ni pensarlo, ¡vamos!

Pero lo que realmente me dejó frío no fue el comentario de Juanma sino la respuesta de Sandra a mi enfado.

- ¡Oye, que yo ya soy mayorcita para cuidarme sola!Si queréis jugamos a prendas, tengo bastante claro que yo no voy a perder - dijo desafiándome.

- ¿Tú estás loca o qué?, ¿a qué viene esa tontería de jugar a las prendas? - le dije.

- ¡Vamos, tonto!, déjame, que me hace ilusión. ¡Nunca he jugado a algo así con otra persona que no seas tú!

¡Vaya!, ¿y lo de ayer con Juanma que fue? - pensé al escuchar el argumento tan pobre de Sandra.

- Te prometo que antes de quedarme desnuda y enseñar algo, dejo de jugar.

Mi cara en aquel momento debía ser un poema. ¿De verdad me estaba proponiendo Sandra el desnudarse delante de cuatro hombres? ¡Que sí!, ¡lo sé!, que hacía dos o tres horas le estaba haciendo una paja a un desconocido en plena calle y que no hacía ni doce horas que se estaba follando a Juanma, pero una cosa es una cosa, dos cosas son dos cosas y tres son tres, ¡por favor!

- ¡Que no, vida!, ¡no creo que sea la mejor idea!

- ¡Te lo prometo!, ¡te lo prometo!, ¡te lo prometo!, ¡venga porfi!, ¡venga porfi! - me dijo con cara de escuichi y ojos de gatito.

Aquello me parecía una verdadera locura. Sí, es verdad que todo lo que habíamos vivido durante el fin de semana también era de locos, ¡pero esto pasaba de marrón oscuro!

- ¡Venga porfi!, ¡venga porfi! - me volvió a repetir al ver que no le respondía.

Pero ante su inagotable insistencia y confiando plenamente en su palabra de parar antes de desnudarse, acepté a jugar un par de partidas. Lo peor que podía pasar es que viese a Dani o al marica de César desnudos. El que viese a Juanma o a mí desnudos no me importaba mucho.

Y antes de aceptar, la miré a los ojos y vi su cara de excitación, era la misma cara que tenía aquel día de verano. ¡Me dio miedo!

- Si ella quiere, por mí no será problema. Pero por favor, que nadie se sobrepase con ella, lo podemos hacer como un juego y sólo de prendas - les dije poco o nada convencido de lo que estaba diciendo.

- ¡Vale! - respondieron todos a la par.

- Pero como norma hay que decir que zapatos, medias, calcetines, gafas y accesorios, no valen - puntualizó Juanma.

¡Cómo te pases te hundo la cabeza a hostias! - pensé a la par que echaba una mirada llena de cuchillos a Juanma.

Pero tuve que aceptar ya que Sandra, totalmente lanzada, fue la primera que me dejó, otra vez, boquiabierto.

- Si son prendas, son prendas, ¡nada de mariconadas! - dijo mirando sin querer a Cesar que en aquel momento, por los nervios del juego, se le notaba bastante más la vena.

César, sin hacerle ningún caso al comentario de Sandra, para hacer más interesante la partida nos propuso algo nuevo.

- ¡A ver!, yo lo de las prenditas no me parece mal, pero yo he venido aquí a ganar pasta.

¡Toma, y yo! - pensé al escuchar su sugerencia.

- ¿Y qué pretendes entonces que hagamos?,preguntó Sandra.

- ¿No sé?, ¿qué os parece poner todo el bote en el centro de la mesa y que se lo lleve el que consiga desnudar completamente a los otros cuatro? -propuso Juanma.

En aquel momento mi estrategia dio un vuelco, aquello significaba que para poder ganarse la pasta, Sandra no podría dejar de jugar cuando ella quisiera y que para poder llevársela, podría perder toda la ropa menos una prenda, dejando a cuatro tíos en bolas delante de ella.

El comentario de antes de Juanma sobre lo que eran o no eran prendas y el de ahora de César me mosquearon un poco, daba la ligera impresión de que no era la primera vez que aquellos dos cabrones jugaban a esto, lo tenían todo demasiado preparado.

A punto estuve de decir que no pero una vez más, Sandra me convenció para seguir jugando.

- ¡Vale! - dijo Sandra - Tengo bastante claro que al final os desnudaré a los cuatro y yo me llevaré el gran premio.

- ¿Estás segura? - le pregunté al verla tan convencida.

- ¡Claro que sí!, pase lo que pase esta noche, no pienso perder - respondió totalmente segura de sus palabras.

- Sabes que tendrás que aguantar hasta el final para poder ganar, ¿verdad? Y también sabes que posiblemente te tendrás que desnudar y quedarte en bolas delante de cuatro tíos calientes cómo motos, ¿verdad? - le dije en un nuevo intento de que abortara aquella misión imposible.

- ¡Te he dicho que no pienso perder! Esta noche yo seré la ganadora de una forma u otra - me respondió empujando su montón de monedas hasta el centro de la mesa aceptando la apuesta.

Bien mirado, tenía razón. Ella, aunque terminase en pelota picada, tenía tres veces más posibilidades de llevarse el dinero que cualquiera de los que estábamos allí. Al fin y al cabo, como ya he recordado antes, si ganábamos Juanma o yo, le habíamos prometido darle la pasta.

Al ver la reacción de Sandra, todos aceptamos y pusimos cada uno nuestra parte de dinero que nos quedaba. Ahora, quien consiguiera al final mantener una sola prenda en su cuerpo, se llevaría el asombroso bote de mil seiscientos euros.

¡Buen premio!, aunque no sé cómo terminará todo esto – pensé - Espero que tenga suerte y gane la cabrona de mi mujer sin perder muchas prendas.

Al ver que todos estábamos de acuerdo en empezar, Dani cogió la baraja y comenzó a repartir, pero antes volvió a repetir las reglas del juego para que luego no hubiese confusiones.

- Los dos que se queden últimos en cada partida, perderán una prenda y el que se quede sin prendas dejará de jugar. La partida terminará cuando sólo quede un jugador con alguna prenda de ropa y haya conseguido desnudar a los otros cuatro. Ese será el ganador y quien se lleve la pasta - dijo Dani de carrerilla como si todo aquello ya se hubiese repetido mil veces en aquella mesa de juego.

Todos, incluido yo a pesar de seguir pensando en que no era la primera vez que aquellos cabrones jugaban a ese juego, aceptamos las normas y nos dispusimos a jugar.

Y cómo era de esperar, la cosa no pudo comenzar peor, los primeros en perder fueron Sandra y Juanma.

- ¡Vaya!, ¡bien empezamos, Cariño! - comenté a Sandra con cierto tono sarcástico.

- ¡Tranqui, colegui!, ¡que sólo es la primera mano! - contestó ella demostrando que iba sobrada de autoestima.

Y tras escuchar el comentario de Sandra, Juanma se dispuso a pagar su prenda.

Él, como si fuese la cosa más normal del mundo, se quitó la camisa rápidamente y la tiró sobre el sofá a la espera de que Sandra hiciese lo mismo o algo parecido con alguna de sus prendas.

Automáticamente, las cuatro cabezas se giraron para mirar a mi mujer.

Sandra, a pesar de su afirmación de seguridad unos segundos antes, ahora se la notaba que no estaba muy segura de querer continuar e intentó hacerse un poco la estrecha para esquivar el momento.

- Yo sólo llevo tres prendas, la camisa, la falda y el sujetador y estoy en desventaja.

- ¡Pues haberlo dicho antes cuando se explicaron las normas! - dijo César con cierto tono de cabreo.

Automáticamente empezaron a discutir con Sandra y los ojos de aquellos tres hombres me miraron fijamente a mí.

- ¡A ver, colegas!, ha sido ella la que ha decidido jugar y la que ha perdido, por lo tanto las explicaciones se las pedís a ella, ¡vale! - les dije intentando quitarme el muerto de encima.

Al fin y al cabo ella había sido la que nos había retado a los cuatro, incluido yo.

Pero Juanma, que en ese momento estaba bastante más tranquilo que yo, le echó un cable a Sandra. ¡O no!, ¿quién sabe?

- Has dicho que sólo llevas tres prendas, ¿verdad?, camisa, falda y sujetador - dijo señalando las prendas una por una.

Y tras un breve silencio, siguió hablando.

- ¿No llevas bragas o qué?

Aquel comentario hizo que a Cesar y Dani se le saliesen los ojos de la cara esperando la respuesta de Sandra.

- ¡Es verdad!, ¡no me acordaba!¡Cómo casi nunca llevo, pues no me acordaba! - respondió Sandra con voz de niñita y consiguiendo dejarme atontado ante aquella chabacana respuesta.

Y de una forma realmente inexplicable para mí, se puso de pie, se acercó al bolsillo de mi chaqueta y sacando el tanga que me había guardado tras la cena, se lo acercó a la cara, lo olió profundamente y de una forma muy arrogante lo tiró sobre la mesa. Acto seguido se volvió a sentar cómo si nada.

Mi cara en aquel momento debía ser del color de las amapolas, ¿cómo coño mi mujer estaba haciendo lo que estaba haciendo?

- ¡Venga, ya!, eso no vale, tiene que verse como te lo quitas - exigió César.

¡Vaya con el maricón, si parecía tonto! ¡A que al final le tengo que dar una hostia! - pensé.

Debo admitir que perdí el mejor momento para levantarme de la silla, liarme a sopapos con todo el personal y habernos marchado de aquella casa, ¡qué tonto fui! ¡O no!, ¿quién sabe? Juzgad vosotros mismos con lo que ocurrió a continuación.

- ¡Aquí hemos hablado de perder prendas, no de ver cómo te las quitas! - le reprochó Sandra al escuchar las palabras de César.

- ¡Ya!, pero lo gracioso del asunto es verlo - respondió César.

- Ella ya ha pagado prenda, ¿qué más quieres? - dije un tanto indignado por la situación.

- ¿Qué te parecería a ti que yo fuese al armario a por unos pantalones cuando me toque a mí? - añadió Dani echando un poquito de leña al fuego.

Y tras escuchar tan rotunda afirmación, se levantó totalmente vencida y en silencio se fue hacia la cocina dejándonos a los cuatro sin saber que decir, ¿se había enfadado?

A los pocos segundos, no más de treinta, volvió con cara de mosqueo y se sentó de nuevo.

Cómo queriendo convencerme a mí mismo de que mi mujer seguía siendo aquella recatada mujer que siempre había vivido conmigo, cuando vi que se sentó pensé, por un segundo, que iba a decir que la partida se había acabado, cosa que me hubiese alegrado muchísimo porque no tenía nada claro que se estaba cociendo allí.

¡Y un carajo pa mí!

Sentada como estaba y con menos vergüenza que un gato en una matanza, abriéndose la falda todo lo que la raja de la tela le permitía, se fue quitando las bragas ante los atentos ojos de Juanma, César y Dani, que aunque tuvieron que ponerse de pie para verlo, no perdían detalle de los muslos y las medias de rejilla de mi mujer. Yo, por estar a su lado, tenía la mejor posición para verlo en primer plano y disfrutar de aquellos movimientos tan sensuales que Sandra hacía para quitarse las bragas delante de cuatro hombres salidos sin que se le viese más carne de la precisa.

Una vez que se lo quitó, enrollado cómo estaba cogió el tanga y de la misma forma que lo había hecho antes, lo volvió a oler y lo tiró al centro de la mesa encima del montón de fichas.

Allí estaban los tres mirando, bueno, los cuatro, yo también, al centro de la mesa, ocupada ahora por las olorosas bragas de mi mujer. A continuación la miré a ella un poco contrariado pero ni tan siquiera se molestó en devolverme la mirada. Aquello no me pareció bien del todo y estiré mi mano para quitarlo de allí.

Pero no me dio tiempo, César fue más rápido que yo y lo cogió.

- ¡Lo siento Leandro!, debes ser un poco más rápido la próxima vez - dijo riéndose.

Eso lo decía, el muy cabrón, mientras que copiaba el gesto de Sandra y se pasaba por la nariz la parte del tanga que hacía unos segundos cubría la perfumada rajita de mi mujer y que muy posiblemente estaba mojada.

- ¿Qué haces, cojones?, ¡eso no es lo que habíamos dicho! - repliqué un tanto malhumorado por lo que aquel hijo puta estaba haciendo con las braguitas de mi pudorosa mujer.

- ¡Lo mismo que ella! - exclamó pero sin dejar de olerlas.

- ¡Estate quieto ya, idiota!, no ves que Sandra es toda una señora y eso le puede molestar - gritó Juanma dándole una nueva colleja y quitándole las bragas para devolvérselas a Sandra.

¡Joder!, menos mal que alguien pone algo de cordura en todo esto - pensé al escuchar cómo Juanma corregía la mala actuación de César.

Pero cuando aún no se me había pasado el mal trago de las bragas, mi mujer ayudó a “mejorarlo”.

- ¡No, Juanma!, déjalas en la mesa como premio especial. Él que gane el juego se las lleva, ¿os parece bien? Yo puse menos dinero y espero que eso nivele las apuestas.

No podía creer lo que estaba escuchando, Sandra estaba bien lanzada, no sabía adónde quería llegar, si a calentarnos como motos y jugar otra vez con nosotros cómo sus juguetitos o qué.

Simplemente, para no dejarla en evidencia, la miré y le hice un gesto con la cabeza diciéndole que se tranquilizara un poco o esto se nos iría de madre. Ahora, eso sí, si lo que quería era ponernos cachondos, con lo de apostar sus bragas ya lo había conseguido y además con creces (de rabos, sobre todo).

Tras aquella primera extraña partida de prendas, la reprimenda de Juanma y el sí quiero de Sandra, el juego empezó a ser mucho más divertido. Después de asimilar lo de la segunda apuesta de las mini braguitas aquella noche, y algún comentario güarrete que otro por parte de César y Dani, seguimos con la partida.