Solo era el principio (32) Desayuno en la cama...

Durante casi un minuto estuvo revolviéndose en la cama, gimiendo como nunca la había escuchado hasta que poco a poco se fue tranquilizando, dándonos a entender que su enésima corrida había llegado al fin. Justo en ese momento, Juanma se acercó a su coñito y sin sacarlos, apagó los dos vibradores.

CAPITULO 32

Desayuno en la cama…

DOMINGO, 07 DE DICIEMBRE DE 2008 (MAÑANA)

A la mañana siguiente fui el primero en levantarme, y la verdad, a pesar de haberme quedado dormido casi a las cuatro de la mañana, me levanté mucho mejor de lo que esperaba. No sentía nada raro, todo lo contrario, tenía la sensación de estar alegre, de haber cumplido un sueño y que todo había salido más o menos según lo previsto. El único malestar que sentía se encontraba en mi parte trasera, aquello había sido demasiado y la verdad que aunque me había dejado llevar por el momento, tampoco quería repetirlo. Ciertas cosas es mejor hacerlas sólo una vez en la vida.

Lo dicho, fui el primero en levantarme a eso de las ocho, así que intentando no hacer ruido me asomé a la habitación encontrándolos dormidos aún, desnudos sobre la cama y tapados sólo por una sabana hasta la mitad de sus cuerpos. La verdad es que no sabía por qué, pero el frío había desaparecido de aquella casa, todo desprendía calor y nuestros cuerpos estaban a una temperatura que nada tenía que ver con la temperatura que hacía en la calle.

Lo único que me chocó fue ver sus bragas, las que tanto luché ayer por ellas, tiradas en el suelo. ¿Cómo se me había olvidado aquel detalle?

Me acerqué a Sandra y dándole un beso vi que, aunque dormida, tenía una sonrisa fija en su rostro. Me sentí bien al ver a Sandra tan feliz, así que para no molestarles y dejarles dormir un rato más, cogí mi ropa, me fui a la cocina a prepararme un café y luego bajar al pobre perro que seguro que tenía un apretón de tres pares de cojones.

¡Pobrecillo!, pensé nada más abrirle la puerta y ver que estaba todo el cuarto lleno de sus caquitas y el perro verdaderamente nervioso. ¡Cómo hoy lo dejemos encerrado otra vez, se muere!

No era ni es muy común en mí que me diese pena el puto perro, pero bien pensando tampoco hay que ser inhumano con él para poder pasarlo bien nosotros, ¿no?

Pensando en cómo solucionarlo, limpié la habitación y me dispuse a sacarlo a pasear. Y justo cuando pisé la calle, recibí un mensaje en el móvil que me dio la solución. Era Jesús que me decía qué si quedábamos para tomarnos algo.

Sin perder tiempo, cogí el teléfono y lo llamé. Tenía que intentar que hoy se quedase con el perro. (Como se negase siempre podía usar el chantaje diciéndole que la noche que estuvimos en casa, yo no estaba dormido, ¿no? ¡Qué cabrón, yo!)

- ¿Qué haces, león?, le dije en cuanto escuché su voz.

Pues mira, que dentro de un rato mi mujer se va al pueblo y cómo me quedo sólo he pensado que podíamos quedar a tomar algo - me dijo repitiendo lo que me había dicho en el mensaje.

- ¡Joder, tío!, hoy precisamente no puedo.

- ¿Por qué?, ¿qué pasa?

- Porque tengo algo entre manos y necesito que me hagas un favor.

- ¿Qué te pasa?, ¿necesitas que te ayude en algo?

Aquellas palabras me sonaron a música celestial y no quise desaprovechar la ocasión.

- Es que no sé cómo decírtelo, pero necesito que te quedes hoy con Duque, le solté del tirón.

- ¿Pero es que tienes algún problema o algo, o qué? - preguntó un tanto extrañado a la vez que preocupado.

Sabiendo que él me iba a entender perfectamente a punto estuve de contarle lo que me estaba pasando, pero tampoco quería que se enterase, de momento.

- ¡No!, ¡qué va!, pero es que vienen unos amigos del pueblo que hace un mogollón de tiempo que no veo y estoy seguro que vamos a estar todo el día y parte de la noche por ahí de juerga y no quiero dejarlo sólo tanto tiempo.

Durante unos segundos se quedó callado, ¿mi plan estaba fallando?

- ¡Pero bueno, no importa!, si no puedes ya veré lo que hago, ¡no te preocupes! - dije intentando demostrar mi pena y dando un apretoncito más a ver si colaba.

- ¡Joder!, es que lo de los perros sabes que no lo llevo muy bien.

Y de nuevo se quedó callado, yo también. Sabía perfectamente que el primero que hablase se llevaría la perra gorda, ¡y nunca mejor dicho!

- ¡Bueno, venga!, me quedo con él pero tengo que ir a recogerlo ahora mismo que luego tengo que llevar a Laura a la estación.

¡Ole los buenos amigos!, tengo que hacerle una copia de uno de nuestros videos y regalárselo. Fijo que se la va a menear con Sandra igual de a gusto que yo me la meneé con el de su mujer, pensé enseguida que escuché su aceptación.

- Yo estoy en la calle con el perro, si quieres te espero en el bar de enfrente de mi casa.

- ¡Pues voy para allá!, pero ni siquiera me bajo del coche, ¿vale?

- ¡Vale!, ¡vale!, ¡lo que tú digas, muchacho! - le dije con voz apagada intentando que no se notase lo contento que me había puesto aquella corta conversación.

- ¡Pues venga, en diez minutos nos vemos! - me dijo terminando la llamada.

No pegué un salto de alegría porque no era plan de hacer el indio en mitad de la calle a las nueve de la mañana, pero a punto estuve.

Y más contento que unas pascuas, me fui hacia el bar, me pedí un café, di dos patadas a Duque para que dejase de ladrar y me puse a esperar mientras que por mi cabeza pasaba lo que podría estar ocurriendo en mi cama, ¿cómo cojones se me había ocurrido dejarles tanto tiempo solos?

Aún no había terminado el café cuando vi aparecer a Jesús. Sin bajarse del coche, me movió la mano para que me acercase a él.

- ¡Joder, tío!, espero que te lo pases de puta madre porque no veas la putada que me haces dejándome al perro - me dijo Jesús arrepintiéndose de lo que había hecho.

- ¡Que si no quieres, me lo llevo a casa y lo dejo encerrado y ya está! - le dije intentando disimular que me estaba haciendo un favor del carajo.

- ¡Sí, hombre!, ¡ahora que estoy aquí, me lo llevo y ya está!

- ¡Eres un monstruo, chaval! - le dije mientras abría la puerta del coche y amarraba la correa del perro al cinturón de seguridad.

- ¡Sí, sí!, un monstruo pero esta me la debes.

- ¡Por cierto!, la otra noche con el futbol se me olvido decirte que el video de Laura, ¡impresionante! - le dije intentando cambiar de tema y sacarle otro más agradable.

- ¡Joder!, ¿lo viste y no me habías dicho nada?

- ¡Y no sólo lo vi! - le contesté dejando en el aire que me había cascado una paja de mil demonios con él.

- ¿Sandra también lo ha visto? - me preguntó un tanto nerviosillo pensando en que el otro día estuvo a solas con ella.

- De momento, no, pero me lo estoy pensando. Igual lo uso cualquier tarde estas para ponerla cachonda y echarle un polvazo.

- ¡Pues igual repetimos dentro de unas semanas!

- ¡Pues si repites, acuérdate de los pobres!

- ¡Ya veré lo que hago!, no siempre da tiempo a coger la cámara - me contestó con una amplia sonrisa en sus labios. - Ahora me voy que si no, vamos a llegar tarde al tren. ¡Venga, pásatelo bien con tus coleguitas!

- ¡Vale!, ¡mañana te llamo para recoger al perro!

Y tras decir aquello, Jesús arrancó el coche llevándose a Duque con él.

¡Un problema menos!, pensé al ver cómo desaparecían.

Me faltó el tiempo para pagar el café y salir corriendo para casa. Sandra y Juanma llevaban casi una hora solos y conociéndolos como los conocía, podría pasar cualquier cosa.

De la misma forma que me fui, entré en silencio para no molestar por si acaso seguían durmiendo, ¡que eso es lo que esperaba! Me dirigí al dormitorio con más miedo que vergüenza y de nuevo eché un vistazo rápido. Los dos seguían en la misma postura que yo les había dejado, dormidos y a medio destapar.

Mucho más tranquilo, me dispuse a tomarme un nuevo cafelito para hacer tiempo hasta que se despertaran.

En ello estaba cuando por fin escuché ruidos por el pasillo, al asomarme pude ver como Juanma, completamente desnudo y despeinado, entraba en el baño.

¡Joder, este cabrito lleva casi veinticuatro horas en bolas y sin intenciones de vestirse!, pensé.

La verdad es que al verlo así recién levantado no se parecía nada al Juanma de ayer, siempre dispuesto. Su polla en ese momento no tenía ni la erección normal de antes de ir al baño, era una verdadera ruina lo que tenía entre sus piernas, ¡la tenía metida para dentro! Puedo decir con orgullo qué en aquel momento, el tío con la polla más grande en aquella casa era yo, luego ya veríamos, pero de momento era yo.

Me reí en silencio y pegando un sorbo al café pensé que Sandra había cumplido su promesa de acabar con él.

Yo seguía en la cocina cuando al cabo de unos minutos entró él y dándome un toquecito en la espalda me saludó y me dio los buenos días. Ya no estaba desnudo, ahora llevaba un pantalón de chándal y una camiseta. La maleta que había traído más que una maleta, era el maletín Sport Billy, ¡hay que joderse lo preparado que lo tenía todo aquel mamón!

- ¿Un café?, le dije viendo que no tenía cuerpo para mucho más.

- ¡Vale!, me contestó mientras se refregaba los ojos para espabilarse.

Mientras le preparaba el café comenzó a charlar sobre todo lo ocurrido el pasado día, ahora bastante más serenos que ayer.

No sé qué estaba pasando, pero por lo que me estaba contando, parecía como si el que tuviese que sentirse mal fuese él. Su cara era un verdadero poema, una cara de gran culpabilidad y con sus palabras se estaba disculpando por todo lo ocurrido. No entendía nada, si alguien se podía sentir mal, sin duda, era yo. Yo había puesto todo en juego, desde mi amada esposa hasta mi querido culito por satisfacer mis deseos y los de Sandra, pero sin embargo, me sentía totalmente despreocupado y feliz. Sandra había seguido mi juego y a ella le había encantado y lo había disfrutado muchísimo, tanto o más que como yo.

¡Joder!, si de algo se debe disculpar es del dolor de mi culo, pero el resto ya lo hablamos anoche y creo que quedó todo bastante claro, pensé.

- Creo que ayer me pasé un poco y antes de irme me gustaría pediros disculpas - dijo Juanma.

¡Vaya!, pensé, por fin me va a pedir disculpas por lo mío.

Pero no, me siguió hablando de qué si le había dicho cosas a Sandra que no se merecía y cosas así un poco sin sentido.

Yo, intentando aliviarle un poco la tensión le dije que no se preocupase, que todo había sido entre personas adultas y que todo aquello no había ocurrido por casualidad, sino todo lo contrario, había sido preparado hasta el último detalle y que sin duda habíamos conseguido disfrutarlo al máximo.

- Tú has sido una parte bastante importante en nuestro juego para que todo saliese como ha salido - terminé diciéndole para levantarle un poco el ánimo.

Aquella pequeña charla, que era casi calcada a la del día anterior con Sandra, parece que le subió la autoestima. Su cara había ido cambiando poco a poco y ahora dejaba ver una leve sonrisa entre sus labios.

- ¿Qué te parece Sandra? - le pregunté queriendo cambiar de tema.

- ¡La verdad es que está buenísima! Y no lo digo por quedar bien ni mucho menos, sin duda como tú me dijiste, es una gran persona con muchísima personalidad.

- Pero no sólo eso, también me dais un poco de envidia…

- ¿Por?, pregunté ante tal comentario.

- Pues porque yo tengo que buscar a alguien para que me de amor y vosotros en cambio tenéis amor para repartir entre gente como yo, ¡es algo increíble en una pareja! Y lo digo habiendo conocido a más de cinco parejas como vosotros - dijo usando un tono de voz bastante impresionado.

¡Valiente putero!, ¡claro!, así me dijo ayer que él sabía cómo manejar a las mujeres. Cómo para no saberlo después de haber probado tantos coñitos.

- Pero tú tienes pareja, ¿no?, le pregunté.

- ¡Sí!, tengo pareja y la quiero mucho, pero no es lo mismo, nosotros somos más bien folla amigos, cada uno hacemos una vida un poco separada.

- Nuestra forma de pensar y actuar no ha sido de un día para otro, esto ha sido gracias al paso del tiempo y así desde que nos conocimos. Quizás por muchas alegrías y algunos fracasos, hemos conseguido una confianza el uno en el otro que no es fácil conseguir para otras parejas. ¡Cada pareja es un mundo! - le dije lleno de orgullo por lo que le acababa de contar.

- Además, quiero que sepas que no siempre estamos de fiesta ni de buen humor -  quise recalcar para que no pensase que nuestra vida era una vida regalada ni mucho menos.

- Me lo imagino y sé que tienes razón, pero mi envidia es sana. Me gustaría tener una vida un poco más normal, como la que tú me cuentas. Pero bueno, cada uno debe vivir la vida según le venga, ¿no?- me explicó intentando convencerse él mismo de que su vida no era tan mala como él se la pintaba.

- ¡Exacto!, le contesté - Nosotros hemos hecho esto para dar un poco de morbo a nuestra vida y para evitar que con el paso de los años cayésemos en la monotonía del sofá, la tele y el aburrimiento.

- ¡No es mala filosofía! - me contestó terminando con aquel tema un poco más convencido - Lo que sí puedo decir es que Sandra tiene un gusto exquisito habiéndote escogido a ti como pareja - me dijo Juanma.

- Creo que el gusto fue mío no dejándola escapar - le contesté - Cada mañana me doy las gracias por haberla conocido y por qué siga a mi lado.

- ¿Y tú como lo pasaste? - me preguntó Juanma una vez que el disgusto se le había pasado.

Aquella pregunta me descuadró más que la otra.

- ¡Joder! - le dije - creo que esto ya lo habíamos hablado antes, ¿no?

- ¡Si, es verdad!, pero creo que el alcohol que tomamos ayer no me ha tratado demasiado bien y ha matado mi única neurona - me dijo riéndose.

- ¡Vale!, te refrescaré la memoria - le contesté usando un tono un poco cansino.

¡La polla la tendrás como la de un caballo, pero de seseras andas pelín flojito, muchacho!, pensé al tener que repetirle nuevamente lo que ya habíamos hablado.

- Ha sido uno de los mejores días de mi vida, sólo una vez había visto a Sandra tan diferente y feliz como ayer - le contesté recalcándome en la palabra diferente - La verdad es que lo pasé muy bien, la situación tenía mucho morbo. Después de los nervios del principio y el miedo del después, estoy más que satisfecho con lo que hemos hecho - le contesté dándole una palmadita en la espalda y zanjando el tema definitivamente.

- Pues me la podías prestar un par de  días para comprobar si todo lo que dices de Sandra es verdad - me dijo riéndose.

- ¡Nada de eso, carajote!, aquí o follamos todos o matamos a la puta - le dije siguiéndole la broma - Quédate hoy con nosotros, si quieres podemos ver como se nos da el día - le sugerí para saber de una vez por todas si se iba a quedar o no.

- ¿No sé?, tengo que ir a la agencia de viajes a mirar un par de cosas de mi trabajo, además, esta noche tengo algo que hacer y lo más importante, ver como arreglo lo del coche.

¡Mi gozo en un pozo! Tanto trajín para conseguir quitarme al perro de en medio y resulta que aquel cabrito tenía planes de marcharse, ¡hay que joderse con la gente que sólo piensa en ella!

- Aunque pensándolo bien, lo de esta noche lo puedo arreglar por teléfono y mañana es lunes pero festivo, así que los talleres seguirán cerrados - dijo farfullando entre dientes mientras que ponía en claro las cosas que tenía que hacer durante el día para saber si se quedaba o no.

- Lo que te digo no lo digo en broma, sé que a ella le haría mucha ilusión y a mí ni te cuento - dije intentando persuadirlo.

- ¡Joder! - dijo pensativo.

- ¿Qué pasa?, ¿no te apetece o qué? - le pregunté.

- Poder disfrutar otra vez de esta delicia de mujer es una oferta sin igual. Sandra es increíble y una hembra maravillosa… ¡No creo que pueda rechazar tu invitación! - me contestó.

- ¡Disfruta, Juanma!, ¡disfruta de ella! Deja que mi mujer te saque toda la leche que tengas dentro - le dije - Después de esto no creo que tengas otra oportunidad de pasar una noche más con nosotros .

- Pues si quieres, esto sólo acaba de empezar - respondió Juanma confirmándome que se quedaría con nosotros aquella mañana.

Y terminándose el café de un sorbo, me miró a la cara.

- Anoche dejé una limpieza a medias, ¿crees que será un buen momento para hacerla y despertarla con una alegría? - me preguntó.

- ¿No sé? - le contesté - Ayer no te llevaste la patada en los huevos, pero si la despiertas de malas maneras es muy posible que te la lleves hoy. Sandra se levanta de muy mala leche si la despiertan, por eso yo siempre que me levanto antes que ella, la dejo durmiendo hasta que se levanta por sí sola.

- ¡Bueno!, si ayer conseguí evitar la patada, ¿por qué hoy no voy a poder? - me respondió realmente convencido de poder hacerlo - Además, ella misma fue la que me dijo que lo primero que tendría que hacer hoy era la limpieza, ¿no?

- ¡Tienes razón!, además, ella siempre hace la limpieza los sábados por la mañana y ayer con el ajetreo no la hizo. ¿Por qué no empezar temprano y tener todo el día libre para dedicarnos a otras cosas? - le contesté riéndome pero notando que aunque anoche no quería, ahora mi polla ya empezaba a reaccionar de nuevo formando una tienda de campaña con la tela del pantalón del pijama.

- Leandro, me habías dicho que tenías cámara de video y de fotos, ¿verdad?

- ¡Sí!, y además casi de estreno - le contesté pensando en mis doscientos euracos.

- ¿Por qué no la traes y guardamos un recuerdo de nuestra amistad?

Me pareció una estupenda idea, al fin y al cabo, una oportunidad de guardar un recuerdo así no se tiene todos los días.

Me fui a la terraza dónde tenía todo el material y me puse a prepararlo. Cogí las dos cámaras asegurándome de que las baterías estuviesen cargadas para no cagarla como el día del futbol y en pocos segundos ya estaba yo con todo el equipo en la cocina. A Juanma le di la cámara de fotos y yo me quedé con la de video que ya estaba sobre el trípode, ¡la cámara, claro, no yo! ¡Bueno, sí!, yo también, ¿para qué negarlo?

Entramos en la habitación casi de puntillas para no despertarla y allí estaba mi preciosa Sandra, mi deliciosa mujer tumbada sobre la cama con los pechos al aire y con las piernas un poco abiertas pero tapadas por la sábana. Juanma, sin perder tiempo, empezó a hacerle fotos desde todos los ángulos, unas desde lejos, otras desde cerca y otras desde muy cerca, pero Sandra seguía sin despertarse a pesar de los fogonazos del flash. La verdad es que siempre ha tenido un sueño bastante profundo y no me extrañaba para nada que no se despertara.

Yo, mientras tanto, coloqué la cámara de video justo en el mismo sitio que la coloqué el día que Jesús vino a ver el futbol y la puse en funcionamiento. Me fui hacia la ventana y abrí un poco la persiana para que entrase un poco de luz para poder grabar. Juanma, que seguía haciendo fotos, se acercó a ella y con todo el cariño del mundo para no despertarla, le quitó la sabana que cubría sus piernas para dejar al aire aquella flor de primavera que mi mujer guardaba entre las piernas y que aún seguía regada por nuestras corridas del día anterior.

Con sumo cuidado le abrió un poco las piernas dejando su intimidad a la vista para seguir haciendo fotos, pero esta vez desde muy, muy, muy cerca, a su lindo chochito que brillaba al chocar su humedad con el sol que entraba por la ventana. Mientras tanto, me senté en la cama, cerca de la carita de Sandra esperando a que terminase la sesión de fotos y pensando en el montón de pajas que nos haríamos en un futuro Jesús y yo con todas aquellas imágenes de su linda rajita, en el caso que me diese por compartirlas con él.

Después de casi un millón de fotos, bueno algunas menos, pero eso, después de un montón de fotos, por fin soltó la cámara y sin mediar palabra conmigo, con mucho cuidado se puso de rodillas en la cama delante de Sandra dispuesto a comenzar la limpieza mientras ella aún dormía. ¡Qué sueño más duro! De nuevo, la duda de aquella esplendida cena con Jesús volvió a mi cabeza ¿estará dormida o haciéndose la dormida? pensé.

Él, mientras tanto, le acariciaba los muslos por el interior y poco a poco iba llegando a su rajita. En ese momento, Sandra empezó a moverse pero no llegó a despertarse. Al ver que no despertaba de aquel profundo sueño, Juanma fue poco a poco metiéndole un dedo en su interior. Aquello hizo que Sandra diese un pequeño gemido, abriese los ojos y me mirase directamente, ¡por fin se había despertado!

- ¡Jo, cari!, ¡que estaba dormida! - me dijo pasándose las manos por los ojos para espabilarse, casi de la misma forma que antes lo había hecho Juanma en la cocina.

- ¿Me dirás que es mala manera de despertarte? - le dije riéndome.

- ¡No, para nada!, me gusta mucho, pero me has asustado.

- ¿Quieres que sigamos jugando contigo? - le pregunté.

- ¿Sigamos? - me respondió ella, como dando a entender que no se acordaba de que éramos tres.

- ¡Sí!, yo estoy aquí a tu lado, pero el que te está tocando entre las piernas es Juanma.

Y levantando un poco la cabeza, miró hacia dónde estaba él y con una sonrisa le saludó.

- ¡Seguid, pero no me despertéis! - dijo Sandra dejando caer su cabeza en la almohada y haciéndose de nuevo la dormida.

Aquello hizo que nos echásemos a reír los tres.

- ¡No te preocupes!, sigue durmiendo, mi cielo - le dije mientras una de mis manos cogía su pecho y lo empezaba a magrear suavemente.

Juanma, que tampoco era manco, aprovechó el momento y le metió dos dedos en su sucio chocho para automáticamente volver a hundir su cabeza entre sus piernas y empezar a limpiarle los restos de leche con su lengua.

- ¿Te gusta el sabor del coño de una zorrita mezclado con la leche de dos tíos? - le pregunté mirándolo fijamente para no perder detalle de lo que estaba haciendo.

- ¡Tiene un sabor delicioso!, ¡un delicioso gusto a guarra harta de pollas! - me dijo Juanma.

- ¡Huélela así, sin ducharse! ¡Huele su coño de puta!, verás cómo es un olor que jamás olvidarás. Se quedará pegado a ti para siempre de la misma forma que yo lo llevo conmigo desde el primer día que lo saboreé - le dije casi gritando por la emoción - ¡Es un olor a golfa en celo que te vuelve loco! Huele desde aquí, toda la habitación huele a ella, es como un ambientador natural que jamás cambiaría por otro.

- ¡Sí! - dijo Juanma mientras pegaba su nariz a aquella linda pero pringosa almeja y aspiraba con fuerza - Es un olor intenso a pescado y agridulce como la orina, pero que mezclado con la leche, es mucho más exagerado.

¡Vaya!, de nuevo sale el olor a pescado unido a las palabras “coño de Sandra”, ¡qué gracioso!, ¿no?

- ¡Ven, huélelo!, ¡seguro que tú nunca lo has olido así!

¿Y tú la orina?, pensé, pero no le contesté para que no me llamase borde. Aunque conociéndolo cómo creo que ya le iba conociendo, seguro que si conocía el sabor de la orina.

Por la forma como me había descrito aquel perfume, a punto estuve de tirarme en plancha y meter mi nariz en su puerca raja para dejarla como los chorros del oro ante la indirecta de Juanma, pero aguanté como pude. Me hubiese encantado hacerlo, pero estaba seguro de que Sandra quería que lo hiciese él.

- ¡Sigue tú!, quiero ver como haces para sacar toda la leche - le dije acercando un par de dedos a su raja para intentar mancharlos de su olor y directamente acercármelos a la nariz para comprobar que era verdad lo que me había detallado Juanma.

No hizo falta insistir mucho. Sin dudarlo, agachó de nuevo la cabeza y con su lengua empezó a limpiarlo.

- ¡Déjame verlo! - le dije poniéndome a su lado para no perderme ningún detalle de aquella comida de coño que le estaba haciendo.

Juanma se apartó un momento y abriéndolo con sus dedos, me lo enseñó y pude ver como de su almeja aún salían algunos hilillos de los restos de la corrida de ayer. ¿Serán suyos o míos?, me pregunté.

- ¡Sigue, aún queda trabajo! - le dije apretando su cabeza contra la sudada y pestilente entrepierna de mi mujer.

Juanma no me discutió y de nuevo sacó su lengua para recoger todos los restos que colgaban de sus labios.

Sandra estaba inmóvil sobre la cama escuchando nuestros indecentes comentarios sobre su coño, con las piernas arqueadas y sin decir nada al respecto, sólo emitía, de vez en cuando, pequeños gemidos de gusto. Juanma, como si fuese un gatito, siguió recogiendo leche con su lengua durante un buen rato mientras que mi mano no paraba de sobar mi rabo sobre la ropa.

- Creo que ya no hay más, ¡está totalmente limpio! - nos dijo saliendo de su cueva.

Mientras me hablaba pude ver como su boca y barbilla estaban totalmente mojados y que ahora tenía el mismo brillo que ella en sus muslos e incluso algunos de aquellos hilillos blancos, pegados a la comisura de sus labios. Pero lo que más me excitó fue oler su cara a más o menos medio metro de mí, olía a coño, ¡olía a su coño! Cómo a mí me había ocurrido millones de veces, a él también se le había pegado todo aquel perfume francés a su cara.

- Para darte el aprobado tendré que comprobar que no hay más restos - le dije.

- ¡Tú mismo! - me respondió amablemente.

Y apartándose para coger la cámara de fotos, me cedió el sitio.

- Ahora quiero ver si el trabajito de Juanma está bien hecho o no - dije mirando a Sandra y colocando mi cara muy cerca de su mojada rajita.

- ¿Cómo lo vas a comprobar? - dijo Sandra levantando la cabeza de la almohada para mirarme.

- ¡Pues como si fuese tu ginecólogo! con un examen del interior de tu coñito - terminé diciéndole antes de poner uno de mis dedos entre los labios de su conejito.

Y sin decir nada más, apreté a fondo y empecé a moverlo en todos los sentidos, en círculos, dentro, fuera, buscando cualquier rastro de leche que hubiese, mientras que con mi otra mano restregaba su ya hinchado clítoris empezando a hacerle una rica paja mañanera, que por cierto, eran y son las que más me gustan a mí.

¿Qué puede haber mejor en este mundo que despertarte con la polla dura y aún medio dormido sin limpiarte las legañas, notar que te están sobando el rabo con la sana intención de hacerte un pajote? La paja mañanera tendría que ser una de las siete maravillas del mundo y nada de La Gran Muralla China o La Alhambra. ¡La paja mañanera al poder!

Pero vamos a lo que vamos.

Estaba tan entusiasmado con aquella pajita que no habían pasado ni un par de minutos de rápidos movimientos cuando de repente noté como su chochito se apretaba contra mi mano y cómo, otra vez, Sandra se empezaba a correr de gusto mordiendo la almohada para no gritar.

¡Qué jodía!, pensé enseguida. La muy cabrona siempre me dice que le cuesta correrse sin prolegómenos, y recién levantada y en menos de cinco minutos ya está corriéndose, ¡hay que joderse!, ¡está irreconocible!

Sin sacarle el dedo para no cortarle la corrida, pero parando de menear su pipitilla, le metí otro dedo apretándolo y moviéndolo rápidamente para llegar hasta el fondo de su cueva y sacarle el máximo de gemidos de su garganta intentando prologar su corrida. Pero ella, que tenía más desarrollados que nunca los músculos de las cachas, con una llave de kárate apretó las piernas para que yo no siguiera, así que como pude saqué mi mano totalmente empapada y vi como entre mis dedos aún quedaba un resto blanco de leche.

¡Juanma!, me parece que no lo hiciste del todo bien, aún quedaba algo en el fondo - le dije.

- ¡No me lo creo!, ¡a ver! - dijo Juanma acercándose a mí para comprobarlo.

Tras mirar mi mano durante un par de segundos, me la cogió (la mano) y comenzó a chuparla de arriba abajo hasta dejármela limpia de semen y líquidos del interior del coñito de mi linda y queridísima esposa.

- ¿Mejor ahora? - me preguntó enseñándome mi propia mano.

- ¡Mucho mejor, dónde vas a parar! - le dije limpiándome la mano en la sabana para quitarme todas sus babas.

- Y ahora nos toca a nosotros, ¿no? - dijo Juanma lanzándome un guiño de complicidad.

- ¡Hombre!, sabiendo que ella ha tenido ya su ración, creo que sí.

Y sin decir ni una palabra más, nos desnudamos y nos sentamos cada uno a un lado de ella y empezamos a besarla, mientras que con nuestras manos tocábamos todas y cada una de las partes de su cuerpo, sus tetas, sus muslos, su culo, dándole un masaje espectacular a cuatro manos, pero dejando, de momento, descansar a su coño.

Mientras tanto, Sandra manoseaba las dos pollas que estaban totalmente endurecidas por su culpa, ¡sí!, ¡por su culpa!, por culpa de estar tan rica y de ser como es.

- Habéis cumplido con vuestra parte, ¡así me gusta! - nos dijo dándonos un fuerte apretón a cada uno en el rabo.

¿Otra la vez la técnica del apretón?, ¡espero que no se ponga de moda porque conmigo no funciona!

- Si me dejáis ir a mear, en cuanto vuelva puedo intentar bajar esos postes que tenéis entre las piernas.

Y diciendo esto, se levantó.

- ¡Vale!, ¡pero no te limpies y tráeme un poquito! - le dije medio en broma, medio en serio, antes de que saliera del cuarto.

Ya que estábamos quería probar si era verdad lo del sabor agridulce que había dicho Juanma, ¿no?

- ¡Ya estás otra vez con lo mismo!, ¡sabes que eso no me gusta!

Pero aquel día, Sandra no estaba por la labor, más adelante tendría que seguir insistiendo en el tema para ver si la convencía alguna vez.

- Además que ya está bastante pringoso como para ensuciarlo más - terminó diciendo marchándose hacia el cuarto de baño.

Y allí nos quedamos nosotros, de rodillas sobre la cama y con las pollas duras como botellas de coñac.

Juanma, que cómo digo estaba enfrente mía, me la miró un par de veces y un pinchazo se me clavó en el estómago. ¿Este no querrá meneármela otra vez o algo peor?, pensé un poco nervioso. Así que para que no me mirase más, me dejé caer hasta sentarme sobre la cama y me tapé un poco con la sabana.

- Parece que ha refrescado un poco, ¿no? - comenté mientras tiraba de la sábana hasta ocultar mi duro garrote.

- ¡Ah!, pues yo no tengo nada de frío - comentó él con cierto tono sarasón y una pícara mirada a mi oculto cipote.

Ya un poco más tranquilo, con mi sabana salvadora sobre las piernas, pero sin perder de vista lo que hacía Juanma, mientras esperábamos a Sandra, comenzamos a charlar justo de lo que ocurrió ayer entre él y yo.

- Lo que ocurrió ayer entre tú y yo no debió pasar, algo así no lo esperaba - le dije con un tono de voz bastante preocupado - Me gusta que me toquen el culo e incluso que Sandra me meta un dedo o algo más mientras me la chupa, pero jamás imaginé que otro tío me follara. Si lo hice fue por Sandra, ella quería verlo y se lo merecía por todo lo que ha hecho por mí, pero no quiero que pienses que por qué me dejase hacer sea maricón - le dije queriendo dejar clara mi posición y cortar definitivamente aquellas miradas que me soltaba en el rabo.

- Yo tampoco me considero maricón como tú lo llamas, yo siempre he sido bisexual, creo que ya te lo había dicho ayer.

- ¡Sí! - le contesté asintiendo con la cabeza.

- Antes de un nabo, prefiero comerme un buen conejito en salsa como el de Sandra, sin duda, pero una vez metidos en lío como anoche, no me importa probar cosas nuevas. Anoche éramos tres, dos nabos y un conejo, ¿por qué no hacer un buen guiso y repartirlo entre los tres? - me preguntó.

- ¡Bueno!, entiendo tu forma de pensar y la respeto, pero a partir de ahora, ¡sólo conejo!, ¿vale?

- ¡Vale!, ¡entendido!, ¡no más nabos en tu cazuela! - terminó diciendo usando la voz del Genio de Aladdin.

De repente me llevé una alegría al darme cuenta de que la cámara seguía grabando y que al igual que había grabado la gran comida de coño pastoso de antes, habría grabado nuestra conversación.

- ¡Joder, tío!, todo lo que hemos hablado se ha grabado - le dije señalando a la cámara - Igual le digo a Sandra esta tarde que la vamos a ver y que me diga qué opina sobre lo que acabamos de hablar.

- ¡Cómo quieras!, pero no creo que ella tenga una mala opinión sobre ti y mucho menos sobre lo que hicimos anoche. ¡Por cierto!, ¿habéis probado alguna vez el sado suave? - me dijo Juanma cambiando de tema de forma radical.

- A ver ahora por dónde sales, ¡ya me das un poco de miedo, muchacho!, le dije.

- ¡Que no hombre, que no! Es que como hablamos ayer de que os podría enseñar muchas cosas para disfrutar los tres, pues había pensado en algo nuevo.

- ¡Entiendo! - le respondí.

Aunque pensándolo bien, ya que estábamos hablando del tema de mariconeo, no sé si “entiendo” fue mi mejor respuesta en aquel momento.

- ¿Entonces qué?…, ¿habéis probado alguna vez o no? - me volvió a preguntar.

- ¡Bueno!, cómo ya te contó Sandra ayer, alguna vez hemos hecho algo aquí en casa - le respondí - Y hace algunos meses fuimos a un sex-shop y en una cabina la traté como si fuese mi zorrita y yo su amo y la verdad es que lo pasamos muy bien los dos, pero poco más. ¿Por qué lo dices?, ¿cuál es tu idea?

- Es que he estado pensando que ella nos tiene una gran ventaja, nosotros como mucho podemos corrernos dos veces cada uno.

¡Bueno, algún cabronazo como tú, unas cuantas veces más!, pensé.

- Sin embargo, ella puede correrse las veces que le venga en gana o que nosotros consigamos, ¿verdad?

De nuevo asentí con mi cabeza dando por verdadero lo que acababa de decir.

- Entonces, había pensado en atarla a la cama y entre los dos hacerla disfrutar durante toda la mañana… ¿Qué te parece? - me volvió a preguntar.

- ¡Joder, y yo que pensaba que mi mente era calenturienta!, ¿entonces cómo podemos llamar a la tuya? - le dije haciendo que nuestro comentario nos hiciese reír a los dos.

- ¡Vale!, me parece una buena idea, así podremos saber cuántas corridas puede tener en una mañana - le contesté finalmente tras las risas.

- ¡Bien!, antes de que vuelva Sandra del baño saca los juguetes de los que me hablasteis el otro día en el Messenger - me pidió Juanma.

Sin perder tiempo me levanté y me puse a buscar en el armario mi caja de sorpresas. ¡Sí, exacto!, esa que tengo guardada y que tiene en su interior todas las cosas que íbamos a necesitar y que sólo la saco de vez en cuando para darle gusto a ella y a mí, sin duda. La última vez que la saqué, si mal no recuerdo, fue el día de la cámara. ¿Os acordáis de aquel día?, ¡qué montón de cosas pasaron por su rajita aquella mañana!

Pero a lo que iba. La cogí y poniéndola encima de la cama, la abrí para enseñarle mi exclusivo material de trabajo y me volví a tapar con la sabana, por si las moscas.

- Esto son cuatro muñequeras negras para poder atarla a la cama, dos para los brazos y otras dos para las piernas. Los cierres son de velcro, fáciles de poner pero una vez puestos, es imposible desatarse sin usar la otra mano - le iba relatando un poco que era cada cosa a la par que los iba sacando y dejándolos sobre la cama.

- También hay tres consoladores, uno negro con unas alitas para rozar a la par su clítoris y su culito, de diecinueve centímetros de largo y cuatro de ancho.

Por cierto, muy parecido a la polla de él, pero bastante más finito.

- Y aunque el preferido de Sandra cuando juego con ella es el negro, este segundo rosita - le dije cogiendo el más usado por nosotros - es mucho más pequeño y también lo uso bastante a menudo para darle gustito.

Juanma al verlo lo reconoció enseguida.

- ¡Hostias!, este es el de la otra noche, ¿no?

- ¡Sí!, cómo ya te he dicho, el negro es su preferido, pero cuando ella elige, siempre elige este. Este es cómo yo, ¡chiquitito pero matón! - le dije haciendo alusión al juego de medidas de ayer por la mañana.

Siempre se ha dicho que una mujer busca más el jugueteo de un nabo pequeñín que el sentirse rellenas con un nabo impresionante como si fuesen un pavo en navidad, ¿no? ¡Ji, Paco!, esto último que acabo de escribir no me lo creo ni yo, ¡vamos!, ¿a quién quiero engañar?

- Y por fin, ¡el rey de mi colección! - le dije enseñándole aquel inmenso cipote de goma de color carne y con las venas marcadas - Debe medir unos veinticinco centímetros de largo y, cómo ves, es bastante ancho, unos ocho centímetros de diámetro - le dije intentando abarcar con mis dedos el ancho del aparato.

- Este fue el primero que compré - seguí contándole - pero el menos usado de los tres porque a Sandra le da miedo su anchura. Aunque bueno, el último día que lo usamos lo tengo grabado en video. A ver si luego nos acordamos y te lo enseño.

- ¡Vale!, ¿y ya no hay más? - preguntó Juanma echando un vistazo al interior de la caja.

- ¡Claro que sí!, por último tengo uno más que está entre los tres, tanto en tamaño como en anchura, pero ese es de carne y lo tengo guardado debajo de la sabana - comenté, señalando a mi rabo comparándolo con los tres y haciendo que nuevamente nos riéramos los dos con la broma.

Durante un ratillo, entre bromas bastante agradables estuve sacando cosas de la caja mientras que Juanma miraba con cara de sorpresa todo lo que había dentro de aquel cofre de los tesoros. Cada cosa que iba sacando la iba mirando, tocando y disfrutando o pensando que se podría hacer con cada uno de aquellos tesoros. Juanma no hablaba, sólo escuchaba mis explicaciones y cortas historias de cada uno de los juguetes con mucha atención.

¿De verdad estaba alucinando o simplemente me seguía el rollo?, me sonaba extraño que un hombre tan vivido como aquel, se quedase tan asombrado con unos juguetes de plástico. ¡El tiempo me daría la razón!

Lo siguiente que saqué fueron dos juegos de bolas chinas, unas anales y otras para su chochito y un huevo vibrador. Juanma, al ver el huevo lo cogió y lo puso entre sus piernas justo debajo de sus huevos y lo encendió dando un leve respingo al notar la vibración y el gusto que le producía aquel trozo de plástico entre sus pelotas.

- ¡Joder! - exclamó con alegría - ¡Si me da este gusto en los huevos!, ¿qué no le hará a Sandra en el coño?

- ¡Locuras! - le respondí yo.

Mientras que él disfrutaba de todos los juguetitos que tantas veces habían estado en el interior de Sandra, yo seguía con mis explicaciones.

- También tengo un látigo de cuero, este es el que te comentó Sandra ayer que habíamos usado alguna que otra vez - le comenté mientras lo estiraba entre mis manos - No hace mucho daño, pero está muy bien para dar unos cuantos azotes.

- ¡Igual te dejo que lo uses conmigo!

-  ¡Ni loco, chaval!, yo ya te toqué el culo ayer todo lo que tenía que tocártelo, ¿entendido?

- ¡Bueno, bueno!, no te pongas así.

- Yo, si Sandra quiere, que lo use contigo, ¡pero yo contigo ni mijita, que quede claro!

- ¿Y tú crees que querrá?

- Pues no lo sé, lo único que te puedo decir es que lo ha usado sobre mi culo y espalda un par de veces, pero le da miedo hacerme daño y se corta bastante cuando lo hace - le dije a Juanma.

- ¡Si es que es tan buena! - me dijo Juanma usando el tono de una mamá cuando habla de su niñita.

- ¡Ya te digo!, pero sólo cuando quiere - le contesté yo usando un poco, sólo un poco, de ironía.

- Y por último, una de las cosas que más disfruta Sandra sin tan siquiera tocarla - le dije continuando con mis explicaciones vibratorias y metiendo la mano en la caja para sacar otra cosa - ¡Mis botes de gel!, que además de lubricante llevan una mezcla de menta que hace que su chochito se suavice a la vez que, con el frío de la menta, se caliente por sí sólo. ¿Quieres probarlo? - le pregunté.

Y sin esperar respuesta, cogí el bote de gel y le eché un buen chorro sobre su polla que la tenía a media asta.

- ¿Qué haces, loco? - me dijo al verse sorprendido por mi acción.

- Cállate y restriégatelo sobre el capullo, ¡verás cómo funciona!

Juanma, que era más obediente que un perrito amaestrado, se llevó la mano hasta el capullo y comenzó a masajeárselo.

La reacción no se hizo esperar. A los pocos segundos, tenía la polla durísima como el cemento por el efecto del frio calor del gel y del huevo vibrador que aún seguía bajo sus pelotas.

Justo en ese momento entró Sandra de nuevo en la habitación y se quedó un poco sorprendida al ver todo aquello sobre la cama y la polla de Juanma a punto de reventar.

- ¿Qué hacéis? - nos dijo bastante impresionada - ¡Es que no se os puede dejar solos!, ¿no podíais esperar o qué?

- ¡Tranqui, chavala!, que yo sólo le estaba enseñando nuestro arsenal, pero cómo este chalao es cómo un niño, pues no puede evitar ponerse a jugar con todo - le dije intentando echarle las culpas a Juanma y dejar claro que para nada estaba disfrutando viendo cómo se la meneaba.

Sandra se echó a reír al escuchar mi explicación y se sentó a los pies de cama haciendo un triángulo con nosotros dos y en medio todo aquel material.

- ¡Pues prepárate, porque hasta ahora sólo los he mirado!

- ¡A qué te refieres! - preguntó la inocente de Sandra.

- Pues que ahora quiero verlos en funcionamiento - dijo Juanma mirándola fijamente y soltando una pícara sonrisa.

Sandra no contestó a la propuesta de Juanma, simplemente de dedicó a mirar todos los juguetes y sonreír pensando en que podría significar “en funcionamiento”. Parecía contenta con todos aquellos aparatitos delante de ella.

Sin cortarse un pelo y para terminar de arreglar la situación, cogió el preferido por ella, el negro, y se lo metió en la boca haciéndole una mamada a aquel rabo mientras que nosotros mirábamos como pasaba su lengua por él. Sabía que se estaba poniendo cachonda otra vez porque se estaba imaginando lo que le podría esperar estando allí con nosotros.

Sin perder más tiempo, me levanté de la cama y empujando a Juanma para que se pusiese de pie, eché todos los juguetes a un lado.

- ¡Túmbate en la cama, Cariño!, nosotros también queremos jugar con los juguetitos - le dije intentando quitarle el cipote negro de sus labios.

Sandra sin decir nada pero sin sacar de su boca el consolador, se tumbó en la cama a la espera de nuestros deseos. Cogí las muñequeras y entre los dos la atamos, uno por las muñecas y otro por los tobillos, dejándola totalmente indefensa.

Estaba boca arriba con las piernas abiertas, totalmente desnuda y ofrecida delante de nosotros dos cuando le pregunté cómo estaba.

- ¡Un poco nerviosa!, ¿no sé qué vais a hacer?

- ¿No sé? - le contesté - ¿Tú qué harías, Juanma?

- ¿Así como está?, ¡lo que nos apetezca!

- ¿Y qué es lo que te apetece? - pregunté a Juanma intentando que los nervios de mi mujer se pusiesen a flor de piel.

- ¿Qué te parece un pequeño castigo por zorra, Leandro?

A aquella última pregunta no me dio tiempo a responder. La zorra de mi mujer contestó por mí.

- ¡Vale!, os dejaré que me castigues por puta, pero por favor, ¡no me hagáis daño!

- ¡Ya veremos! - dije contradiciéndome yo mismo por lo que le había dicho ayer por la tarde a Juanma - ¡Ahora cierra la boca! - le dije cogiendo el mismo lazo marrón que ayer sirvió para que nos tocase el rabo sin mirar y que otras tantas veces había servido para otro millón de cosas guarrillas, y me dispuse a vendarle los ojos para que no supiera lo que estaba pasando.

- ¡Eso no vale!, ¡así no os veo! - protestó Sandra al ver que el lazo le cortaba la visión.

- ¡O te callas y nos dejas hacer o te haremos callar!, ¡tú eliges! - le dijo Juanma al ver que Sandra no paraba de charlar por culpa de los nervios.

- Es que las ataduras no me gustan, a mí me gusta tocar, teneros entre mis manos.

Juanma al ver que no se callaba, cogió del suelo las braguitas sucias que sirvieron ayer para limpiarnos de la primera corrida y que de nuevo se me habían olvidado guardármelas esta mañana, y se las metió en la boca. Aquello me recordó al día en que me afeitó las pelotas y ella misma usó sus bragas para taparme la boca.

Ahora estaba ciega y muda. No podía hablar ni vernos, sólo podía escucharnos. Todo aquello y el pensar que íbamos a disfrutar de ella sin que se pudiese quejar de nada, aunque con mucho respeto, me producía muchísimo morbo. Al ver su cuerpo desnudo y con los pezones como el timbre de un castillo, me vino una macabra idea a la cabeza.

Dentro de la variedad de mis juguetes había dos pinzas para pezones unidas a una cadena. Las pinzas estaban preparadas por mí para que cuando se las pusiese no le hiciesen mucho daño, sólo el justo. Así que las cogí y acercándome a ella para besarle las tetas, se las coloqué en los pezones, pero eso sí, sin poder resistirme a darle un bocaito en aquellas dos preciosidades antes de colocárselas. Instintivamente, aunque el dolor fuese bastante llevadero, ella comenzó a moverse intentando quitárselas.

- ¡O te estás quieta y obedeces de buena gana todos nuestros caprichos o seremos más malos! - le dije intentando engañarla porque yo sabía que sería incapaz de hacerle ningún daño.

Aquella pequeña reprimenda parece que surtió efecto y automáticamente dejó de convulsionarse sobre la cama para quedarse tranquilita y relajada aguantando todo lo que nos apeteciese hacer con ella.

- Dejémosla aquí un ratito, ¿te apetece un cafelito? - me preguntó Juanma.

La idea no me pareció correcta del todo, pero bueno, viendo que sólo sería tomarse un cafelito y que yo podría estar al cuidado de ella en todo momento, acepté de buen agrado. Además, un cuarto cafelito me vendría bien para los nervios. ¿O era al revés?, ¡bueno da igual! A lo que iba, la dejamos sobre la cama totalmente abierta de piernas, atada de manos y pies, con el tanga dentro de su boca y las pinzas en los pezones y salimos del dormitorio para dirigirnos hacia la cocina.

Mientras preparábamos el café, desde la cocina no paraba de escuchar los gemidos de Sandra y la verdad es que aquello me dio un poco de miedo.

- ¿No se nos irá esto de las manos, verdad? - le pregunté a Juanma demostrando un poco mi nerviosismo por haberla dejado allí atada y con las bragas en la boca.

- ¡Verás cómo no! …, nunca se me ocurriría hacerle daño a una cosa tan bonita como a tu muñeca de porcelana - me contestó él.

Lo de “mi muñeca de porcelana” me agradó. Él había visto todas las que teníamos en casa y con qué mimo las trataba Sandra, así que si la intención de él era tratar a Sandra como ella trataba a sus muñecas, podía estar mucho más que tranquilo.

Pasaron unos diez minutos en los que apenas hablamos escuchando los ruidos de Sandra, cuando decidimos regresar a la habitación a ver qué tal estaba nuestra muñeca particular. Al entrar vi que estaba mucho más relajada que cuando nos fuimos, ahora se movía y se quejaba pero mucho menos que antes. Poco a poco se había dado por vencida y había, otra vez, entrado en nuestro juego.

Le quité las pinzas de los pezones y se los besé. Si antes estaban duros como piedras, ahora estaban como rocas, pero eso sí, un poco aplastados por la presión. Por su suspiro de alivio que soltó al quitárselos noté que aquello le había dolido más de la cuenta. Revise las pinzas y me cagué en mis mulas. Aunque yo les había aflojado el muelle un poco, eran prácticamente nuevas y apretaban más de lo que yo creía. ¡Bueno, que le vamos a hacer!, pensé, ¡el mal ya está hecho!

De cualquier forma, días después me daría cuenta de que Sandra aguantaba más dolor en sus pezones del que yo jamás podría imaginar.

Mientras todo aquello ocurría entre mi cabeza y sus pezones, Juanma aprovechó y como siempre que podía, se colocó entre sus piernas y comenzó a acariciarle el chochete.

- ¡La muy puta esta encharcada! - me dijo Juanma - Las pinzas no le gustarán, pero te aseguro que han hecho efecto.

¡Vaya!, apretaban bastante pero le habían gustado. ¡Si es que se queja por nada!, pensé.

Y sin más, le metió los dedos en el coño con tanta fuerza que hizo que Sandra se retorciera sobre la cama. A continuación se los sacó y se los lamió hasta dejarlos sin rastro.

- ¡Ahora ya está preparada y podemos seguir con los juegos! - me dijo Juanma.

Y cómo yo sabía perfectamente que era lo siguiente que quería hacer, cogí el bote de gel de menta y echándole un grandísimo chorro, se lo comencé a esparcir por toda su entrepierna y por dentro de su coño. Automáticamente después, agarré el consolador más grande, el de color carne (que sabía que no le gustaba pero después de haberse follado el pollón de Juanma, no se podía quejar), y al igual que él antes le metió los dedos, yo se lo metí en el coño de golpe hasta el fondo haciendo que tuviese otro espasmo brutal. Por lo mojada que estaba y por el efecto del lubricante, la polla de plástico entró con suma facilidad, mucha más de la que yo esperaba. Momentos después lo encendí y aquello comenzó a vibrar.

Al principio lo puse a velocidad lenta pero en pocos segundos lo puse al máximo, ahora vibraba muy rápido y por sus gemidos ahogados por el tanga, puedo asegurar que le estaba dando mucho placer.

Juanma, al ver lo bien que reaccionó al primer vibrador, cogió el consolador rosa y lo acercó al culo de Sandra, metiéndoselo poco a poco para no hacerle daño. Pero entre el día de ayer y gracias al montón de lubricante mentolado que recubría sus cachetes, parecía que no había ningún problema para que aquel mini cipote entrara con total suavidad a pesar de estar tumbada boca arriba y con el coño bien lleno de plástico móvil.

En cuanto lo tuvo dentro, Sandra reaccionó como nunca la había visto, incluso llegué a asustarme. Se movía en la cama como la niña del exorcista, gemía y gritaba, pero no de dolor, sino todo lo contario, ¡de gusto!

Así la mantuvimos durante un buen rato mientras Juanma y yo nos dedicábamos a besar y morder sus pechos y sus doloridos pezones.

Cómo digo, Sandra no paraba de retorcerse sobre la cama. No sabría decir si se estaba corriendo continuamente o disfrutando como nunca sin poder ni tan siquiera gritar. Desde el día de la cabina no habíamos vuelto a hacer algo parecido, pero viendo lo bien que lo pasó aquella vez y lo bien que lo estaba pasando en ese momento, a partir de ahora sería un juego más para apuntar en mi libro secreto de diversiones privadas y repetirlo alguna que otra vez.

Al verla tan entregada, cogí el látigo y comencé a pasárselo por sus pechos, ¡tenía los pezones hinchados!

Sin que ella lo esperase, entre otras cosas porque aún tenía la venda en los ojos, le di un pequeño azote en las tetas para luego darle otro y otro, cada vez un poco más fuerte, así varias veces hasta que los melones se le empezaron a poner colorados cómo sandías. Cada latigazo iba acompañado de un quejido o suspiro, no lo sabía bien, de mi amada esposa.

Me encantaba lo que estaba haciendo pero quería saber si a ella le estaba gustando tanto como aparentaba y si aquellos ruidos que salían de su garganta eran quejas de dolor o jadeos de gusto, así que sin pensármelo dos veces, le saqué las bragas de la boca para que pudiese hablar.

Mientras que todo esto ocurría, Juanma había cogido la cámara para inmortalizarlo todo sin perderse ni un solo detalle.

- ¿Te gusta, zorrita? - le pregunté en cuanto le saqué las bragas de la boca.

- ¡Mucho, cariño!, ¡me encanta!, pero suéltame, ¡quiero tocaros! - dijo con una voz realmente melosa con la intención de camelarme y que la soltase.

- ¡No! - contestó Juanma de forma autoritaria - ¡Eres nuestro muñequita!

- ¡Anda, por favor!, haré lo que me pidáis. ¡Soltadme que no puedo más!

- ¡No! - dije yo ahora siguiéndole el juego a Juanma - Vas a correrte más veces de las que nunca te imaginaste.

- ¡Cari, por favor!, ya me he corrido dos veces con los consoladores dentro de mí y no puedo más, ¡me duele el coño!

Yo creo que me estaba engañando, porque aunque se quejaba de estar atada y a mí me daba mucha penita oírla sufrir, la cabrona no paraba de gemir y de moverse en la cama al ritmo que le marcaban los dos vibradores que aún seguían dentro de su cuerpo.

Pero no me podía dejar engañar a la primera, los consoladores estaban haciendo bastante bien su trabajo y aún me quedaban muchas, muchísimas más pilas en el cajón, esto podía durar horas o incluso días si nos apetecía.

- ¡Cari, por dios, páralos!, ¡páralos!, ¡me corro otra vez! - dijo volviendo a hacer temblar la cama al compás de su nueva corrida.

Durante casi un minuto estuvo revolviéndose en la cama, gimiendo como nunca la había escuchado hasta que poco a poco se fue tranquilizando, dándonos a entender que su enésima corrida había llegado al fin. Justo en ese momento, Juanma se acercó a su coñito y sin sacarlos, apagó los dos vibradores.

- ¡Gracias! - dijo Sandra - ¡Me estaban matando!

- ¡No te preocupes!, sólo quiero que te des la vuelta para continuar jugando - dijo Juanma.

Yo no sabía cuál era la idea de él en este momento, pero le deje que hiciera.

- ¿Qué me vais a hacer ahora? - preguntó Sandra.

- ¡Nada! - dijo Juanma sin dar más explicaciones ni a ella ni a mí.

Le soltó las piernas de las ataduras y le dijo que se diese la vuelta, ayudándola para que se pusiera a cuatro patas como a ella le gustaba que me la follase. Los brazos aún los tenía atados a la cama, así que la postura la obligaba a tener los brazos cruzados por delante de su cabeza.

Cuando por fin estuvo colocada cómo le había dicho, Juanma se acercó a Sandra y le puso la polla en sus labios para que se la chupase. Como nerviosa, se metió de una sola vez toda la barra en la boca y de forma ansiosa comenzó a chupar aquel trozo de carne dura. Mientras, yo me acerqué por detrás de ella y en la postura que estaba le saqué los dos consoladores.

- ¡No, ahora no los saques!, ¡ahora es cuando estaba disfrutando de verdad! - me dijo Sandra sacándose el tercer consolador de carne de la boca pero sin tan siquiera mirarme.

¡Joder!, ¡que complicada es esta mujer!, pensé en ese momento. Ahora sí, ahora no, lo dicho ¡que complicado!

- ¡No te preocupes! - le dije al ver su insistencia por tener algo duro que la rellenase bien rellena - ¡Esos lindos agujeritos estarán llenos de nuevo en breve!

Y haciendo caso a sus exigencias, cogí el único consolador que aún no había tocado su cuerpo, el negro con alitas y se lo metí en el coño poniéndolo a vibrar al máximo. Seguidamente cogí las bolas chinas, pero no las anales sino las gordas que usaba normalmente para su coño, y embadurnándolas bien de lubricante mentolado, se las fui metiendo poco a poco en el culo. En aquel momento debía tener el culo y el coño más fresquitos que si los tuviera dentro del congelador.

En el momento que empecé a apretar la primera bola contra el agujero de su culo creí que se iba a quejar, pero todo lo contrario, cuanto más empujaba para meterle las gordas bolas, con más fuerza se comía aquella polla. Cuando por fin las tuvo dentro y tras mirar, como siempre, el agujero que le había creado, comencé a follármela con el consolador negro, moviendo ella el culo sin parar pidiendo más, pero sin sacarse el rabo de la boca. Sandra seguía con la polla de Juanma en la boca, mientras que este, por primera vez en aquellos dos días, disfrutaba viendo como yo me la follaba y no al revés.

Después de un buen rato en esta posición, saqué las bolas de su culo y al ver aquel enorme agujero que había quedado, metí mis dedos que entraron sin ninguna dificultad. El interior estaba realmente húmedo y fresquito, lo que me dio pie a intentar meter el consolador grande, aquel que tanto miedo le daba a ella, dentro de su culo. Así que lo cogí y poniendo el gordo capullo de plástico sobre su agujero, empecé a apretar poco a poco. Este si me costó un poco más de trabajo meterlo e incluso hizo que Sandra apartara el culo un par de veces. Pero echando un nuevo chorro inmenso de lubricante, cómo buen tío de pueblo que soy, ¡lo volví a intentar!

¡Et voila!, en pocos segundos ya estaba dentro de su culo más de la mitad, pero un segundo gemido de Sandra me hizo pensar. ¡Ya está bien!, me dije a mi mismo para no hacerle más daño del necesario.

Y justo cuando lo iba a dejar así para no hacerle más daño, vi como Sandra se sacaba el rabo de la boca y se giraba para mirarme.

- ¡Ahora que está dentro no pares, jodío!, ¡métemelo hasta el fondo y prepáramelo para la polla de Juanma!

¡Joder!, aquellas palabras me sonaron un poco raras. ¿Ella no me había dicho siempre que su culo sólo sería para mí?, ¿por qué se lo quería dar a él si era sólo mío?, ¡tendré que preguntárselo luego!, pensé. Pero mientras tanto, ahora con su permiso, empujé el consolador hasta el fondo, con cuidado de no dañarla, pero con fuerza hasta conseguir tocar, con aquellos veinticinco centímetros de goma, su estómago por dentro.

Ahora tenía la polla negra en su coño, el monstruo totalmente dentro de su culo y la maravilla del rabo de Juanma en su boca. No se podía quejar y la verdad es que por sus gemidos, no se quejaba para nada, lo estaba pasando en grande.

Juanma, con la polla entre los labios de Sandra y viendo lo que yo hacía, estiró la mano y cogiendo el látigo le dio un fuerte latigazo en el culo. Sandra no lo esperaba y se quejó de dolor, pero él sin hacer caso a sus quejas, le siguió dando más latigazos en las piernas y el culo, pero un poco más suaves que el primero, cosa que hizo que los quejidos de dolor pasaran a suspiros de gusto en cuanto empecé a mover el rabo de su culo copiando los movimientos de su mamada.

- ¡No pares, mi vida!, ¡me corro otra vez! - dijo Sandra con una enorme voz de agotamiento.

Y como era de esperar, ¡no paré!

El culo de Sandra estaba completamente rojo, pero a más latigazos, más fuerte le chupaba la polla y más movía las caderas haciendo que la follada de su culo fuese de lo más intenso.

- ¡Sí!, ¡me corro, no pares, por favor!, ¡no pares, cabrón!

¡Qué bien hablaba mi niña, educada en los mejores colegios! Con lo de años que llevaba esperando que hablara así y por fin lo había conseguido.

En aquel momento era un simple mirón, pero es que no podía remediarlo, había soñado muchas veces con ese momento. Disfrutaba viéndola disfrutar y puedo jurar que en aquel momento lo estábamos haciendo los dos. Aquellos pensamientos me obligaban a mover el consolador con más ganas aún, lo movía dentro de su culo, empujándolo hasta el fondo, justo como ella me había pedido.

¡No quiero ni pensar lo que le va a doler mañana!, pensé en aquel momento pero sin dejar de menearlo en su interior.

A Sandra le llegó el nuevo orgasmo justo cuando Juanma dijo que también se corría. Y aunque lo intentó, creo que aquel chavalote avisó un poco tarde. Y digo esto porque sin sacarla de su boca, se corrió dando bufidos y empujones de cadera llenándole de pastosa leche blanca toda la garganta.

Sandra, que no le gustaba desaprovechar un buen vaso de leche caliente, al notarlo, en vez de apartarse para que se corriese en sus tetas, siguió chupando sin parar aquella polla que soltaba chorros de semen sin parar. O eso o es que estaba tan a gusto con el rabo dentro del culo que no quiso separarse, ¡a saber!

Lo que sí sé es que cuando los huevos de Juanma estuvieron totalmente vacíos, se sacó la polla de la boca y se dejó caer en la cama boca abajo. ¡Estaba hecha polvo y eso que sólo acaba de empezar el día!, ¿cómo terminaríamos aquello? ¿Cuántas veces me había hecho esa misma pregunta desde ayer? me pregunté a mi mismo sin querer saber la respuesta.

- Juanma se ha corrido pero tú no, ¿por qué? - me preguntó mientras le sacaba los dos consoladores para que descansara un poco.

- ¡Me guardo para el desayuno!, le contesté de forma irónica pero pensando en que ahora sería el momento perfecto para iniciar mi venganza por el dolor que aún tenía cuando me sentaba.

- ¡Pues podías haber aprovechado y haberme follado el culo con tu polla en vez de con el cipote de goma! - me dijo medio tumbada y con las manos aún cruzadas en el cabecero de la cama.

¡Valiente jodía!, pensé.

- ¡Cállate y no me toques los cojones! - le dije un poco decepcionado por su comentario - ¡Ahora, por chunga, te quedarás aquí otro ratito mientras que hablo un par de cosas con Juanma! - le dije mientras la volvía atar de pies y manos a la cama.

- ¿No jodas?, ¿otra vez? - me respondió un poco incrédula a lo que le estaba diciendo.

- ¡Y tanto! - le respondí sin darle más explicaciones.

Después de esto, la dejamos sobre la cama, atada y tumbada boca abajo. Pero para darle más suspense al asunto, le volví a meter las bolas chinas en el culo, el consolador grande en el coño y lo puse al mínimo.

- ¡Descansa que te va a hacer falta! - le dije dándole un suave azote en su colorado culo. - ¡Juanma!, vamos a preparar el desayuno y se lo traemos a la cama - terminé diciendo.

Sandra, que aún seguía con los ojos vendados y encima boca abajo, no podía ver nada de lo que hacíamos, así que con movimientos de mi mano le dije a Juanma que me acompañase.

Salimos del dormitorio y nos fuimos a la cocina, él completamente desnudo, otra vez, con la polla decaída y yo con el pantalón del pijama, que me había vuelto a poner, más que nada por decencia, pero con la polla a punto de romperlo.