Solo era el principio (28) La mancha de vino...
Bajé una de mis manos y subiendo un poco la tela de su fino traje comencé a rebuscar entre su entrepierna la humedad de su rajita. Me llevé una agradable sorpresa al notar en mis dedos que estaba completamente mojada.
CAPITULO 28
La mancha de vino…
SABADO, 06 DE DICIEMBRE DE 2008 (A MEDIO DÍA)
Cuando llegué al sitio que me había dicho, vi a Juanma hablando con el chaval de la grúa. Segundos después, la grúa se marchaba con su coche.
Junto a él había una pequeña maleta que me imaginé que sería un poco de ropa limpia para luego ducharse. Acerqué el coche y le invité a que se subiera. Como si fuésemos viejos conocidos, nos saludamos y comenzamos a charlar sobre lo que le había ocurrido a su coche.
- ¿No sé qué le habrá pasado al puñetero coche? - me dijo.
- Parece que es algo del carburador, aunque no estoy muy seguro. Pero no importa, ahora que se lo lleven al mecánico y ya el lunes me preocuparé por él.
- ¡El martes! - le contesté.
- ¿Cómo?
- ¡Que el martes te preocuparás por él!, recuerda que el lunes es fiesta.
- ¡Joder!, ¡es verdad! - me dijo entre risas.
Mientras conducía camino a casa, íbamos los dos más o menos en silencio. Yo tenía claro lo que quería, pero no sabía si Juanma lo sabía o no, así que durante el trayecto quise sacar la conversación sobre lo que nos tenía a los dos dentro del coche.
- Mira Juanma, esto que vamos a hacer será la primera vez tanto para Sandra como para mí y nos gustaría que todo saliese bien y que los tres estemos a gusto. Una vez que ocurra, si llega a ocurrir, tampoco sabremos si algún día volveremos a repetirlo.
- Lo he hablado muchísimo con Sandra antes de llegar hasta aquí y ella, aunque con cierto recelo, está dispuesta a probarlo. Es por eso que queremos que sea una experiencia realmente grata e inolvidable - le dije.
- ¡No te preocupes!, ¡lo entiendo perfectamente!Lo que si tengo claro es que, si queréis, intentaré que los tres lo pasemos lo mejor posible y que sea una experiencia inolvidable para todos - me comentó con la vista puesta en la carretera.
- ¡Eso espero! - le respondí a sus palabras - Para mí es muy importante que todo salga bien y que ella esté contenta.
- También quiero que sepas que posiblemente esta sea la primera y la última vez que nos veamos. Esto sólo es sexo, no queremos una relación, ya tenemos la nuestra y es bastante buena - dije casi repitiendo las mismas palabras que Cristina nos comentó aquella estupenda noche.
Juanma me escuchaba totalmente en silencio como un colegial recibiendo una reprimenda, pero me dejó bastante tranquilo cuando abrió la boca.
- ¡Tranquilo, Leandro!, para mí también todo esto es un juego, yo no quiero complicaciones. Tengo a mi pareja, mi trabajo y no quiero problemas luego. Hoy intentaremos pasarlo bien y luego cada uno a su casita, sin problema.
En ese momento aprovechamos un semáforo para darnos un apretón de manos y cerrar aquella especie de perverso trato.
Y sin soltar mi mano, siguió hablando.
- ¡Follar se folla con cualquiera!, otra cosa es hacer el amor a quien amas. Y yo, por lo poco que os conozco, sé que entre vosotros hay mucho amor, se os nota - me dijo Juanma haciendo que me sintiera bien con sus palabras.
- ¡Tienes razón!, nos queremos y mucho, quizás por eso hemos llegado a este punto - le contesté a sus agradables palabras.
- Ahora, eso sí, un hombre no puede acostarse con todas las mujeres del mundo pero por lo menos debe intentarlo - me respondió él como intentando acabar la conversación con una broma.
- ¡Pero qué mamón eres ! - le contesté entre risas dando por terminadas mis explicaciones.
Llegamos hasta casa, aparcamos el coche en el parking y cómo no había recibido ninguna llamada de Sandra, entendí que seguía en casa. Subimos en el ascensor y para no cogerla desprevenida, en vez de usar las llaves llamé al timbre.
- ¡Ya voy! - escuchamos.
Y tras su voz, los escandalosos ladridos de Duque.
- ¡Joder!, ¿tenéis perro? - preguntó un tanto extrañado al escuchar los tremendos gruñidos del chucho.
- ¡Sí!, ¡pero no te preocupes!, es un perrillo que tan sólo sabe ladrar. No creas que es peligroso, es todo lo contrario, ¡un cobardón!
- ¡Pues con los ladridos que pega parece un dobermán!
- ¡Tranquilízate!, ahora ladrará cómo un loco pero un rato se le irá calmando, ¡ya lo veras! Además, le dije a Sandra que lo encerrase en la terraza, ¿no sé por qué no lo ha hecho?
Tras un pequeño ratito de espera, los ladridos del perro se hicieron más apagados, señal de que había encerrado al perro en alguna habitación. A continuación se abrió la puerta y tras ella apareció la inigualable Sandra.
- ¡Hola guapos!, habéis tardado muy poco, ¿no?
- ¡Hola! - respondió Juanma pero mirándome a mí cómo pidiendo permiso para entrar en mi cortijo.
Yo le devolví la mirada y le sonreí en señal de aprobación para que entrase en casa.
Sandra abrazó a Juanma y le dio un suave beso en la mejilla. Se mostraba tranquila y sobre todo feliz de que al final Juanma se hubiese decidido a venir. La verdad es que después de lo que vi anoche tampoco me pareció excesivo.
- ¡Pasad para dentro!, estoy terminando de preparar un pequeño aperitivo para ir abriendo boca.
- ¡Perfecto! - le dije.
Y tras aquello, cómo no queriendo estar delante, por lo menos de momento, Sandra se fue hacia la cocina.
Extrañado por su comportamiento, acompañé a Juanma al salón y le dije que se sentase que yo iba a la cocina a ver como lo llevaba Sandra.
- ¿Estás nerviosa? - le pregunté nada más entrar en la cocina.
- ¡Sí!, ¡un poco! - me contestó .
- ¡No te preocupes!, yo también lo estoy pero seguro que todo irá bien, ya verás. Además estás radiante y preciosa - le dije mientras apretaba mi mano contra su culo tocando las cintas de su liguero, cómo siempre hacia, y recordando que antes no le pude agradecer que se hubiese decidido a ponerse la ropa que yo le había escogido.
- ¡Gracias! - dijo Sandra mostrando una cara un poco más relajada.
- ¿Y el Duque?, ¿dónde lo has metido?, ¿en la terraza? - le comenté intentando cambiar de tema y conseguir que se relajase del todo.
- ¡No!, lo he encerrado en el saloncito. Así por lo menos, aunque se mee en el suelo, no se me morirá de frío.
- ¡Mejor así!, luego, cuando se vaya Juanma lo sacamos y ya está, ¿te parece?
- ¡Vale!, no creo que sea buena idea que esté por aquí en medio dando por saco.
Su respuesta aunque lógica, me dejó descuadrado. Puedo jurar que aquella fue la primera vez que Sandra, por lo menos por un rato, se despreocupaba del perro. Eso me dio a entender que en ese momento quería estar a lo que estábamos sin tener ningún tipo de distracción.
Y después de aquella breve conversación, para no dejar más tiempo sólo a nuestro invitado, nos fuimos al salón.
- ¡Lo siento, Juanma!, estábamos ultimando un par de detalles - dije a Juanma intentando disculparme por nuestra desaparición.
- ¡No te preocupes!, mientras he estado leyendo esta revista que tenéis aquí encima - dijo soltando la revista encima de la mesa.
Y tras la disculpa, de forma premeditada me senté en el sillón pequeño, dejando el sofá más grande a Sandra y Juanma para que se sentasen el uno al lado del otro.
Allí estábamos los tres, Sandra, Juanma y yo, casi sin saber que decir. A pesar de lo de la webcam, lo del teléfono, lo de anoche y de lo bien que se nos había dado el saludo inicial, en aquel preciso momento la situación era un poco tensa y Sandra, que de momento no ponía mucha intención, respondía a todas las preguntas de Juanma y mías con sólo un sí o un no. La verdad es que no sabía qué hacer para romper el hielo, así que tras pensármelo un poco, decidí hacer como las otras veces, inventarme una excusa y quitarme de en medio durante un par de minutos.
Y tal como lo pensé, lo hice.
- ¿Queréis una copita de vino?
- ¡Sí! - dijo directamente Juanma.
- ¡Muy bien!, entonces voy a la cocina a por una botella de vino tinto y a cortar un poco de queso - les dije para poder marcharme y dejarles solos.
- ¡Pero si no hace falta!, si ya lo tengo todo preparado. ¡Quédate aquí y ahora vamos! - me dijo Sandra casi suplicándome porque no me fuese.
- ¡Que sí, mujer!, que para el vino lo mejor es el queso, ¿verdad, Juanma?
- Siempre han dicho que cómo a los ratones, al vino le va muy bien el queso - respondió Juanma dándome pie a que me marchase.
Me fui hacia el pasillo y, cómo ya expliqué el día de las pizzas que desde la entrada de la cocina se podía ver prácticamente todo el salón y la espalda del sofá dónde estaban sentados, directamente me puse a espiar de la misma forma que hice aquel día.
Otra cosa no sé si sabré hacer, pero como espía os juro que me podría ganar la vida fácilmente.
¡Pero no había tu tía! Tras un rato de vigilancia, Sandra seguía igual que antes, sin hablar mucho mientras que Juanma no paraba de hablar y hablar. Me daba la impresión que los dos estaban bastante nerviosos.
Juanma, que para nada era tonto y que poco a poco había ido ganando terreno en el sofá, ahora estaba prácticamente pegado a Sandra pero sin apartar la boca de la orejita de mi mujer. En un momento dado, Juanma hizo un movimiento que me volvió a recordar a nuestras noches de discoteca, se acercó a su oído y le dijo algo a lo que ella reaccionó con una amplia sonrisa.
¡Joder, que rápido se ha aprendido este cabrito el truquito de la orejita!, pensé.
Al apartar la cabeza, sin querer queriendo, rozó sus labios con los de Sandra. Yo pensé que Sandra iba a retirarse, pero no se apartó y al igual que la noche de antes, recibió un ligero beso de Juanma en la boca. ¡Otra puñetera puñalada en mi corazón!, ¿por qué siempre lo hacía cuando yo no estaba?, ¿le molestaba mi presencia? Creo que no, creo que Sandra lo hacía para que yo no me sintiese mal.
Pero a pesar de lo que yo pensaba, algo me hizo creer en ese momento que Sandra dio por hecho el por qué estábamos en casa los tres. Aquel algo fue el ver a Sandra sonreír al sentir aquel leve roce en sus labios. Además, me pareció que los comentarios de Juanma en su oído, le habían abierto los ojos.
Juanma, al verla sonreír, sin perder tiempo agarró a Sandra por la cintura. Como ya vi que la cosa iba mejorando, decidí volver. Me fui a la cocina, cogí la botella de vino, las copas, corté un trozo de queso deprisa y corriendo y regresé al salón.
Sandra, al verme entrar con la botella y el plato en la mano, al igual que hizo la noche de antes, se separó bruscamente de él y se puso de pie para ayudarme, momento en el que Juanma aprovechó para acariciar su culo de forma disimulada. Sandra no se molestó, simplemente volvió la vista hacia él y directamente me miró a mí. Aunque en aquel momento noté como se me clavaba una aguja de hacer punto en el corazón, no hice ningún movimiento extraño, no podía darle importancia al asunto.
- ¿Qué?, ¿ya hemos roto el hielo o aún no? - les pregunté soltando el plato de queso sobre la mesa.
- ¡Sí!, ¡pero es que Sandra es muy tímida! - respondió Juanma sonriendo.
- ¿Qué quieres?, no es que sea tímida, ¡necesito algo más de tiempo! Todo esto es nuevo para mí y de momento la situación es un poco incomoda. ¡Que una no está acostumbrada a estas cosas! - respondió Sandra entre nervios y sonrisas haciendo que nosotros también nos riésemos .
Aprovechando el medio chiste de Sandra, llené las copas de vino y nos volvimos a sentar como antes, los dos juntos en el sofá y yo enfrente, en el otro sillón.
- ¡Tienes una mujer preciosa, Leandro!, ¡tienes mucha suerte! - me dijo Juanma.
Mi respuesta fue directa.
- Hoy, si Sandra lo permite, quien realmente tendrá suerte serás tú. Tú eres nuestro invitado, ¿verdad, Sandra?
Prometo que la mirada que Sandra me lanzó al escuchar mi comentario fue impresionante y llena de vicio.
Y ahora que ya estábamos más relajados, para poder seguir hablando tomándonos la copa de vino y conocernos un poco mejor, saqué un tema de conversación que nada tenía que ver con el asunto. Saqué un tema relacionado con la nueva ley del tabaco que en aquel momento se estaba anunciando por parte del Gobierno y que yo sabía perfectamente que a Sandra no le hacía ni puta gracia qué la aprobasen.
- ¿Qué te parece que ahora no nos dejen fumar en los bares? - pregunté a Juanma mientras me encendía un cigarro.
- ¡Una putada! - contestó Sandra al escucharme.
- ¡A que sí!, yo pienso exactamente lo mismo - dijo Juanma haciendo lo mismo que yo, coger un cigarro.
¡Y bingo!, tuve suerte, a los pocos minutos estábamos charlando los tres amistosamente sobre si debían aprobar dicha ley o no.
Tras un rato de conversación y tres copas de vino más, Sandra se levantó para ir al baño quedándonos Juanma y yo solos en el salón, momento que aprovechamos para analizar la situación.
- ¿Qué?, ¿cómo lo ves? - pregunté a Juanma para que me diese su parecer.
- La veo un poco tímida, pero yo creo que si le insistimos un poco más podemos terminar de convencerla, ¿no?, ¿tú qué crees?
- ¡Sí!, pero no sé cómo sacar el tema… Yo creo que debería ser ella la que diese el primer paso.
- ¿Qué es lo que más le gusta en el sexo? - me preguntó Juanma para ver si encontraba algún tema por dónde empezar la fiesta.
- ¡Joder!, lo que más le gusta, sin duda, es comerse un buen rabo.
Hay debo admitir que me tiré al charco. Yo también estaba loco por dejar la puta ley del tabaco y hablar cuanto antes de otras leyes.
- El otro día vi cómo te lo hacía, ¿pero de verdad lo hace tan bien? - me preguntó con los ojos totalmente abiertos.
- ¡Cómo nadie, Juanma!, ¡cómo nadie! Es más, ¿has visto el piercing que lleva en la lengua?
- ¡Cómo para no verlo!, lo tiene todo el tiempo en movimiento sacándolo y metiéndoselo en la boca.
- Pues la cabrona lo usa cuando te la está chupando y te pone la polla a punto de estallar - le dije a Juanma en el colmo de la calentura.
- ¡Pues tenemos un problema! - dijo Juanma.
- ¿Otro?
- ¡No!, el mismo, ¿cómo cojones hacemos que ella dé el primer paso?
Es verdad, Juanma tenía toda la razón, teníamos un pequeño problema. Tanto Juanma como yo estábamos de acuerdo en cambiar el tema cuanto antes, pero también algo nerviosos porque no sabíamos cómo llevar el tema al sexo sin que Sandra se molestase. Tampoco era plan el sacarse las pollas ahí sin motivo y pedirle que nos pasara el piercing por el capullo, ¿no? Si Sandra no estaba bien metida en la fiesta y nos veía a los dos con el rabo colgando, seguro que nos mandaba a tomar por el culo.
- Podemos alargar la situación un poco más y aprovechar que Sandra se pone cachonda cuando bebe un poquito de más - dije intentando buscar una solución.
- ¡Tú sin duda, la conoces mejor que nadie!, si crees que eso puede funcionar, lo haremos así - respondió Juanma de forma alegre.
Lo dicho, lo haríamos así, el alcohol nos ayudaría a los tres a conseguir lo que queríamos y dejar los nervios a parte.
Cuando Sandra volvió del baño, yo estaba sentado al lado de Juanma.
- Me has quitado mi sitio, ¿ahora dónde me siento yo?
- Siéntate aquí en medio de los dos. Si me pongo en el sofá de enfrente me siento solito - le dije a Sandra con carita de pena pero con la idea clara de tenerla cuanto antes entre dos hombres.
Sandra, haciéndose hueco con sensuales movimientos de su culo y dejándose caer justo entre los dos, se sentó en el sofá. Aquel brusco movimiento hizo que su corta falda dejara fuera gran parte de sus muslos pudiéndose ver el inicio del liguero de sus medias, cosa que nos impactó a los dos pero que intentamos no hacerle el más mínimo caso para no joder el invento.
Y cómo el que no quiere la cosa, pero con dos muslos de impresión a pocos centímetros de nuestros dedos, volvimos a la charla anterior por donde la habíamos dejado.
Durante un par de minutos intenté seguir aquella conversación, pero sin poder remediarlo, pasé mi mano por la parte interior de su muslo, rozándolo con mis dedos.
- ¡Mmmm! - soltó Sandra al notar la suave caricia de mis dedos.
- ¿Qué te pasa? - preguntó Juanma que no se había dado cuenta de nada, o por lo menos eso aparentó.
- ¡No, nada!, que me ha dado un repelús del frío.
- Pues si tienes frío, enciendo la estufa y verás cómo se caldea el ambiente - dije enseguida aprovechando aquella media mentirilla que Sandra le acababa de contar a Juanma.
Pasó casi media hora más entre charlas y copas de vino y me decidí a abrir la segunda botella de vino. La charla tonta, el vino, el roce de mi mano en su muslos, el calor que emitía la estufa y que hacía que la habitación ahora estuviese totalmente caldeada, ¿no sé qué fue?, pero Sandra cada vez tenía las piernas más separadas, la falda más subida e incluso se podía ver un poco el principio de su pequeñísimo tanguita blanco.
Al rellenar la copa de Juanma, sin querer queriendo, se me cayó un buen chorro de vino sobre su entrepierna mojándole todo el pantalón.
- ¡Joder!, ¡que torpe soy! - dije rápidamente intentando arreglar la “cagada” que acababa de cometer.
- ¡No te preocupes, hombre!, ¡no pasa nada! Dicen que derramar vino es alegría - me respondió Juanma intentando quitarle importancia al asunto.
- ¡Y un huevo! - respondió Sandra.
- ¡Derramar vino es una pena! ¡Anda!, estate quieto que voy por una bayeta a la cocina - dijo Sandra haciendo el intento de levantarse del sillón.
Pero por mi cabeza pasó rápidamente una idea y la puse automáticamente en funcionamiento.
Empujé a Sandra contra el sillón para que no se levantase y cogiéndole la mano, la utilicé como bayeta para secar el paquete de Juanma restregándosela sobre la tela del pantalón que le cubría la verga.
- ¿Qué coño haces, Leandro?, ¿estás loco o qué? - me dijo Sandra totalmente enfadada, pero eso sí, sin ni siquiera intentar quitar la mano del bulto de Juanma .
- ¡Había que secarlo!, el vino mancha la ropa y había que buscar una solución rápida. Además, mírate, ¡el vino te ha manchado a ti también! Anda, quítate las medias que se te han mojado por completo - le dije tragándome mis nervios e intentando transmitir tranquilidad.
Juanma también se había quedado un poco pillado, no se esperaba mi reacción en aquel momento pero por el bulto que se formó en tan poco tiempo en su entrepierna, me dio la impresión que le había gustado y mucho.
Juanma, sin decir nada pero con la cara como un tomate, se levantó y fue a ponerse otro pantalón mientras que Sandra seguía enfadada conmigo por lo que había hecho.
- ¡Vamos, Sandra, no seas así!, es solo un juego. ¡No te enfades, por favor!
- Si no te ha gustado no lo vuelvo a hacer - le dije totalmente apenado y con ganas de que se me tragase la tierra por haber metido la pata de aquella manera.
- Pero por lo menos podrías avisar, ¡me has pillado por sorpresa!, me dijo con una voz suave y dulce.
Y mientras lo decía, con la misma mano que había tocado la polla de Juanma hace unos segundos, ahora me tocaba a mí la entrepierna dándome cuenta que lo que realmente había hecho era darme una hostia sin manos.
Tras aquel pícaro comentario, se levantó y se fue a la habitación a cambiarse dejándome sólo en el sillón.
A los pocos minutos volvió Juanma.
- ¿Y Sandra?, me preguntó al verme sólo.
- ¡Ahora mismo vuelve!, ha ido a cambiarse - le dije llenado su copa y volviéndosela a dar.
Cuando Sandra salió de la habitación y se acercó hasta nosotros, supe que aquel día iba a ser un gran día. ¡De nuevo, ella había tomado la iniciativa!
No sólo no se había cambiado las medias que se le habían manchado de vino, estaba totalmente cambiada. Verla así nos dejó a los dos realmente impresionados. ¡Era y es todo un sueño de mujer!
Se había puesto un traje de gasa negra casi transparente que le regalé el año anterior en la playa de Tarifa. Debajo se podía ver perfectamente el corsé blanco, que apretaba tanto sus tetas, que prácticamente se le salían por arriba viéndose incluso el principio de sus pezones a través de la fina tela del traje. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que esa fuera la única prenda que llevase sobre su cuerpazo?
Sin mediar palabra se puso de pie frente a nosotros para que pudiésemos verla. Los dos estábamos completamente en silencio, excitados y sin saber qué hacer, mirando con cara de bobos el precioso cuerpo de Sandra.
Yo, cómo era de esperar, fui el primero en hacer un movimiento extraño estirando mi mano hasta su culo, tocándolo lentamente mientras ella bebía un sorbo de vino y miraba con cara de zorrita a Juanma. Él, al ver lo que yo hacía, intentó imitarme pero le paré la mano.
- De momento sólo puedes mirar, así que quédate sentadito, ¡muchacho! - le dije mientras me ponía de pie.
Él no puso ningún impedimento y obedeció mi orden sin rechistar.
De pie como estábamos, me acerqué a ella y comencé a besarle el cuello al igual que él le hizo la pasada noche.
- ¡Me parece que te estás comportando como una buena putita! - le dije entre susurros para que Juanma no los escuchase.
La respuesta de Sandra fue de esperar. Apartándose el pelo del cuello para que se lo pudiese lamer a mis anchas, soltó un leve suspiro.
- ¡Cuánto me gustaría verte follar con él mientras que yo os miro! - le insistí a ver si por fin se lanzaba al charco.
- ¡Me lo tendré que pensar!, me respondió abrazándome fuertemente y soltando otro suspiro, que sin duda, salió de lo más hondo de su húmedo coñito.
¡Sandra estaba muy cachonda!, en aquel momento podría haber hecho lo que me apeteciese con ella mientras Juanma miraba, pero lo único que se me ocurrió fue bajar mi boca hasta sus tetas y comenzar a besárselas sobre la ropa.
Mi mujer mantenía los ojos cerrados disfrutando de la situación, así que aprovechando que a ella le daba igual ocho que ochenta, bajé una de mis manos y subiendo un poco la tela de su fino traje comencé a rebuscar entre su entrepierna la humedad de su rajita. Me llevé una agradable sorpresa al notar en mis dedos que estaba completamente mojada.
Tras un pequeño rato de mojados toqueteos, me separé de ella y me volví a sentar en el sofá.
- ¡Cariño, hoy somos dos los que queremos disfrutar de ti!, ¿serás capaz de ponernos cachondos?
Lo de ponernos cachondos sólo era un forma de hablar, ¡claro está!, ya que eso lo pregunté mientras que yo tenía una erección de caballo y Juanma no paraba de tocarse la polla por encima del pantalón.
- ¿Tú crees que será un problema para mí? - me preguntó mientras que sus manos se paseaban por su cintura sensualmente.
- ¿Tú has visto cómo estamos? - le pregunté señalando a mi entrepierna y mirando a la de Juanma.
- Pues ahora que os tengo bien cachondos, os mantendré un rato más así. De momento vamos a sentarnos a comer algo, que como sigamos bebiendo vamos a terminar hechos polvo - dijo Sandra mirando nuestros paquetes y viendo el par de bultos que se ocultaban tras la tela de los pantalones.
Y tras decirlo, se dio media vuelta y se dirigió a la terraza.
Nos dejó a los dos con un palmo de narices, pero ¿que podíamos hacer?, era lo que ella quería y a ninguno de los dos nos molestaba su forma de actuar. ¡Lo estaba haciendo realmente bien!, ¿qué podría ser lo siguiente?
SABADO, 06 DE DICIEMBRE DE 2008 (TARDE) (1ª PARTE)
Eran casi las cuatro de la tarde. El tiempo había pasado volando, el vino ya empezaba a hacer mella y cómo Sandra había dicho, teníamos que comer algo o terminaríamos derrotados por el alcohol. La verdad es que la idea inicial era hacer una barbacoa, pero a la hora que era y con el calentón que llevábamos encima, cualquiera se ponía a encender fuego, ¡qué peligro!
Así que para no perder más tiempo y dedicarnos en cuerpo y alma a lo que de verdad importaba, preparamos la mesa en la terraza interior dónde, a pesar de tener las cortinas cerradas, daba el solecito y estaríamos más a gusto. Al fin y al cabo, para comernos las cuatro cosillas que Sandra había preparado y unas latas a la aventura, cualquier sitio era bueno. Pero eso sí, ¡con una nueva botella de vino!, ¡la tercera!
Para el que no lo sepa, latas a la aventura son esas que tienes en la nevera y cómo han perdido el envoltorio, no sabes de qué son.
Entre risas y bromas de lo más normalitas empezamos a comer, y aunque al principio hacía un poco de frío en la terraza ya que la estufa se había quedado en el salón, cómo he dicho antes sentados al sol se estaba muy bien. Además, el vino había conseguido entonarnos pero no emborracharnos y eso también hacía que poco a poco entrásemos en calor y que nuestra conversación fuese subiendo de tono haciéndonos perder un poco la vergüenza con comentarios cada vez más directos a lo que íbamos.
Pero yo no había preparado todo aquello para charlar, yo quería algo más cuanto antes. Así que de nuevo di un paso más para empujar un poco el inicio de la fiesta.
Cualquiera puede pensar que iba demasiado deprisa, no lo dudo. ¡Pero no!, no iba deprisa ni mucho menos. Llevábamos casi tres horas de preliminares y en algún momento había que hacer algo, ¡vamos, digo yo! Aquello más que un intento de orgía parecía más bien una reunión de abuelas, ¡joder!
Armándome de valor y levantándome de mi silla para ponerme detrás de la de Sandra, sin vergüenza ninguna empecé a sobarle las tetas por encima del traje, notando enseguida como sus pezones se habían salido completamente del corsé y se marcaban desafiantes bajo la fina tela de aquel vestido negro.
- ¡Cari!, ¿qué haces?, ¡estate quieto! - me dijo un poco sorprendida al ver mi maniobra de acoso y derribo, pero dejándome hacer.
- ¡Déjame!, verás cómo esto nos sirve para quitarnos el frío - contesté a Sandra sin parar de masajear aquel sorprendente par de melones.
Juanma, a pesar de haber escuchado la negativa de Sandra, no dejaba de mirar con cara de asombro, o por lo menos a mí me parecía de asombro, aquel sobeo de pechugas que le estaba dando.
Mi mujer, quejándose pero sin oponer ninguna resistencia, cerró los ojos para disfrutar de aquellas caricias que sin duda iban dirigidas al hombre que estaba frente a nosotros.
- ¡Menudas tetas tienes, Cariño!, ¡qué buena que estás, coño! - le dije dándole unos tremendos meneos de peras a ver si alguien decía algo.
Pero Sandra no contestaba, simplemente, ahora con los ojos abiertos, miraba fijamente a Juanma con una nada forzada sonrisa, sonrisa que también tenía Juanma en la cara, yo creo que pensando que el pescado ya estaba todo vendido y que en breve se iba a merendar a mi mujer empezando por el coño.
- ¡Desde luego, Vida, estás para echarte cuatro polvos sin sacarla! - dije en un nuevo intento.
Pero nuevamente, no contestó. Simplemente cogió su mano y la puso sobre la mía moviéndola al ritmo que yo marcaba. En ese momento yo también creí que la fiesta empezaba. Aquella mirada de vicio descarado no era para menos.
Una de las veces, Juanma que estaba a punto de saltar sobre mi mujer, soltó un ¡Ufff! mientras que se pasaba la mano por la frente cómo queriendo quitarse el sudor. No me extraño ni un poquito su reacción, ¡era imposible no clavar la mirada en aquellos dos maravillosos melones!
- ¡Joder, tío!, qué pedazo de tetas tiene mi mujer - le dije a Juanma apretando con fuerza aquellas dos lindezas.
Él, al igual que ella, no contestó, se limitó a seguir mirando lo que yo hacía mientras bajaba una de sus manos para colocarse bien el rabo dentro del pantalón.
Me hubiese gustado que en ese momento se hubiera levantado de su silla y me hubiese ayudado a dar aquel caliente masaje a Sandra, pero al no reaccionar, tuve que seguir yo sólo intentando que él se decidiera o a que Sandra le invitase a probar aquellos lindos pechos.
- ¡Joder Sandra, que tetas tienes! - volví a decir - Seguro que son las mejores tetas que Juanma ha visto en su vida, ¿verdad Juanma?
- Y lo que más me gusta es que, si tú quieres, este se va a poner las botas con ellas, ¿le vas a dejar que te coma las tetas, Sandra? - le dije a mi mujer refiriéndome al empalmado Juanma.
Y de nuevo, ninguno de los dos respondió, en aquel momento sólo se dedicaban a escuchar mis palabras, mirar sus pechos y sentir mis manos sobándola por encima de la ropa.
- ¡No me has contestado! - le dije insistiendo en mi pregunta - ¿Te gustaría que te comiese las tetas? - repetí subiendo bastante el tono de voz.
- ¡Pero bueno!, ¿qué pasa contigo?, ¿tú no tienes pelos en la lengua o qué? - dijo Sandra con cierto tono de mala leche en sus palabras.
La respuesta, sin ella saberlo, me la puso a huevo.
- ¡Pues si no los tengo es porque tú no quieres! - dije con muchísima ironía.
Aquella tonta respuesta nos hizo reír a los tres, momento que Sandra aprovechó para cortar en seco sin dejarme terminar lo que aún no había empezado.
- ¡Jo, cari!, vamos a terminar de comer y luego vemos que pasa, ¿no? - me dijo quitándome las manos de sus pechos sin entender yo muy bien aquel nuevo cambio de parecer.
Al ver que la cosa se volvía de nuevo para atrás y que otra vez, para variar, ella no estaba muy por la labor, no quise seguir insistiendo de momento. Así que soltando sus pechos me volví a sentar en mi sitio sirviéndoles una nueva copa de vino. Posiblemente yo estaba demasiado lanzado y quizás aquello les cortó un poco a los dos, así que pensé que lo mejor sería dejar que la cosa se relajara un poco y dentro de un rato volvería al ataque. Realmente eran mis huevos, que estaban cargados de leche hasta la bola y no yo, los que manejaban la situación. Sandra, que sabía más que un ratón colorao pero no lo quería demostrar, se dio cuenta enseguida de aquello, ya que sin disimular ni un poquito, lanzó una picara mirada a mi polla que estaba tiesa como un bate de béisbol.
A punto estuve de decirle que se pusiese de rodillas y me comiese el rabo, pero en vez de eso, hice una pregunta de lo más tonto posible.
- ¿Os apetece algo de postre? - les pregunté para calmar la situación y en cualquier caso, cambiar de tema hasta el próximo empujoncito.
- ¡Podéis elegir lo que queráis! - dije de forma subliminal para ver si alguno se elegía al otro cómo postre.
- ¡No!, ¡a mí no me apetece! - me respondió Sandra, cosa que esperaba ya que ella no era muy de tomar postres ni, cómo ya sabéis, de elegir tíos para follárselos.
- ¡Ah, pues a mí no me importaría tomar algo dulce! - respondió Juanma.
- ¿Algo cómo qué? - le pregunté a la espera de que su respuesta fuese la que yo esperaba.
- ¿No sé?, ¡una fruta o un yogur!
¡Veis!, esta respuesta sí que me descuadró.
¡Este tío está tonto!, pensé al escucharlo. Tiene a una preciosa mujer, dulce como la miel casi en bandeja y sólo piensa en comida, ¿está loco?, ¿no quiere hacerlo?, ¿o es que quizás quiera retrasar la situación el máximo posible? ¡Pues qué Dios me dé paciencia, porque como me de fuerzas, me lío aquí a hostias con los dos!
Pero no quise ser más rebuscado de la cuenta y dejando mis pensamientos a un lado y sacando paciencia de dónde no la tenía, me levanté y fui a la cocina a buscar no sé qué y así aprovechar para dejarlos a solas de nuevo a ver si estando cara a cara por segunda vez aquel día, por fin hablaban y se decidían.
¡Y esta vez no me equivoqué! En cuanto salí por la puerta se volvió a repetir la misma escena de siempre. Nada más irme los escuché cuchichear, pero por más que lo intenté no me enteré muy bien de que hablaban, así que sin perder tiempo fui corriendo a la cocina y cogí dos manzanas, lo primero que encontré en la nevera, saqué una botella de champán, que esa misma mañana había metido en el congelador, y me volví a la terraza para saber de qué habían estado hablando en mi ausencia.
No había tardado ni un minuto, pero luego me daría cuenta de que había sido tiempo más que suficiente para que se aclarasen las dudas entre los dos.
Las caras de los dos ahora eran diferentes, parecían más relajadas, sobre todo la de Sandra que reía con ganas sobre algo que le había contado Juanma. Lo dicho, ¿le molestaba a mi mujer que yo estuviera presente?
- ¡Vaya!, parece que ha cambiado un poco la cosa, ¿no? - le pregunté a Sandra - ¡Pareces muy feliz! - dije con cierto tono sarcástico.
- ¡Anda tonto, que al final te saldrás con la tuya! - me respondió Sandra dándome una suave caricia en el culo.
- ¿De verdad?, ¡no me lo creo!, ¿te estás quedando conmigo?
Sandra, usando de nuevo la técnica de los silencios, no respondió, simplemente me miró. Juro por lo que más quiero qué jamás la había visto con esa cara de viciosa depravada. Cara que si la cosa no cambiaba, me aseguraba cuernos aquella misma tarde.
Y mientras pensaba en lo que me acababa de decir, me acerqué a su mejilla para darle un beso.
- ¡A ver cuánto tiempo te dura ahora el nuevo cambio de idea!, espero que esta vez sea el definitivo, porque si no, esto va a ser un cachondeo - le dije entre susurros al oído.
- ¡Te prometo que al menos esta tarde, seré tu zorra!
Viendo que la cosa prometía, para subir un poco más los ánimos y celebrar aquellas palabras de Sandra, abrí la botella de champán dando un fuerte taponazo.
- ¡Brindemos por algo! - le dije a Juanma mientras que llenaba las copas.
- ¡Bueno!, qué mejor que brindar por nosotros, por nuestra nueva amistad y ¿cómo no?, porque todo vaya como la seda, ¿os parece ? - terminó diciendo y levantando la copa para brindar.
Aquella copa nos la tomamos de un sólo trago y automáticamente cogí la botella para volver a llenar las tres copas.
- ¿Por qué brindamos ahora? - pregunté de nuevo.
- ¿Por qué no lo hace Sandra? - dijo Juanma.
Durante un par de segundos se creó un pequeño silencio mientras que Sandra hacía como si estuviese pensando a qué o a quién dedicar su brindis. De repente abrió su linda boquita de piñón.
- ¡Vale!, ¡ya sé por qué vamos a brindar! - nos dijo levantando la copa al aire.
- ¿Por qué, mi vida? - pregunté queriendo saber cuánto antes su respuesta.
- ¡Brindaremos por las dos buenas pollas que me voy a comer hoy! - dijo Sandra con una amplia sonrisa en sus labios y dejándonos con risa de capullos a los dos.
¡Joder!, ¡y yo que pensaba que el que había roto el hielo era yo!
Mis piernas se pusieron temblonas y casi me caigo al escuchar aquel peculiar brindis. Escuchar de la boca de Sandra aquellas palabras hicieron darme cuenta de que ahora sí estaba decidida y de que no se iba a echar atrás, así que dispuesto a todo, me propuse disfrutarlo al máximo tanto como ella quisiera.
Aunque jamás había escuchado un brindis tan particular cómo el que acababa de hacer Sandra, puedo jurar que a día de hoy, me son mucho más familiares. Y si no me creéis, ya veréis cómo al final me dais la razón.
Cómo he dicho antes, aquellas palabras de Sandra rompieron con todos los miedos que hasta ese momento había en la mesa. Pero esta vez en vez de ser yo el primero en demostrarlo, fue Juanma el que dio el primer paso. ¡Y hostias!, para ser el primer movimiento no veas cómo empezó. Aquello no fue un primer paso, fue una carrera de cien metros lisos.
Sin esperarlo vi como Juanma se estiraba hacia Sandra y uno de sus brazos se perdía por debajo de la mesa a la par que Sandra se estiraba en la silla poniéndose cómoda.
- ¿Te importa? - le preguntó a Sandra.
- ¡Para nada, guapetón! - respondió mi mujer acomodándose aún más en la silla para dejar vía libre a su mano.
Al escuchar aquella corta conversación entre los dos, mi mano se fue directamente hacia mi polla, ¡la tenía a punto de reventar!
- ¿Sabes que ahora mismo estoy tocando sus muslos y que los tiene realmente calentitos? - me dijo mirándome a la cara y yo mirando a la cara de Sandra que aparentaba cierto falso nerviosismo.
Sandra, sin dejar de mirarme con cara de vicio, se dejaba manosear los muslos sin ningún tipo de pudor mientras que yo, sin sacarme la polla, había abierto mi cremallera y me había cogido el nabo y me lo estaba meneando suavemente.
- ¡Pues si tiene los muslos calientes, no veas cómo debe tener el coño! - dije directamente.
¡De perdidos al río!, ¿no?
- ¡A punto de estallar, cariño!, ¡caliente, caliente! - dijo Sandra con un tono de voz de puta calientapollas cómo jamás la había oído.
Y tras decir yo aquello, vi como la mano de Sandra se hundía entre sus muslos para coger la de Juanma y llevarla al sitio mejor guardado, su “perla”. En ese momento la cara de Juanma cambio de rojo a morado, justo cómo aquel cabrón se estaba poniendo con el chocho de mi mujer.
Mientras me apretaba el cipote con todas mis fuerzas, pero sin menearlo para no correrme, solamente podía ver el brazo de él por debajo de la mesa y a Sandra cada vez más tumbada. El imaginar dónde estaba su mano me excitaba, y lo mismo le debía pasar a Sandra ya que me miraba con una gran sonrisa mientras que guiñando un ojo me confirmaba dónde estaba la mano de Juanma.
- ¡Joder, Leandro!, no me habías dicho que tiene el coño totalmente afeitado.
- ¡Es que esas cosas no se dicen, se palpan! - añadió Sandra a aquel impresionante momento.
La verdad es que no me podía creer lo que estaba pasando, Juanma tocando el coño de mi mujer mientras yo me la meneaba alegremente.
- ¿De qué color es el tanga? - preguntó Juanma moviendo la mano cómo queriendo adivinar el color con sus dedos.
¿Y qué cojones importa el color de sus bragas en este momento?, si hace más de una hora que está con el traje de gasa transparente enseñándonos su diminuto tanga ¡Lo que tiene que hacer es decirle que se las quite!, pensé sin parar de menear mi capullo que en ese momento estaba mojado cómo jamás pensé que pudiese estarlo.
- ¡Blanco y muy pequeñito! - respondió Sandra dando un suave gemido producido por la mano de Juanma en su coño.
- ¿Me lo enseñas? - preguntó sin tan siquiera dejar de mover la mano.
Pero Sandra dudó un poco antes de ponerse de pie para quitárselo.
- ¿Te importa que lo haga, cariño? - me preguntó.
A estas alturas aquella pregunta era una de aquellas típicas preguntas que Sandra hacía tan a menudo, es decir, preguntas sin respuestas. ¡Pues claro que no me importa!, ¡llevo mil años esperando este momento, chocho!, ¿cómo me va a importar?
- ¿Por qué no te lo quitas y se lo das a tu marido para que vea lo mojada que te pones cuando otro te mete mano? - volvió a insistir Juanma viendo que Sandra, a pesar de tener uno de sus dedos rozándole la raja, no se decidía.
- ¡Yo estoy loco por vértelas! - dije sacando la mano de mi bragueta y poniéndosela en su gordito muslo.
- ¡Vamos, yo también quiero vértelas!, ¡quítatelas! - le dijo con descaro olvidando el recato que hasta hace un minuto reinaba entre nosotros.
Y sin decir nada, pero seguramente más caliente que nunca, poniéndose de pie metió sus manos por debajo del traje para quitárselas poco a poco, no sin antes pasarse la mano abierta por encima de la tela. Al estar tan cerca de mí, le agarré el traje para que ella lo soltase y tuviese más libertad de movimientos.
Poco a poco, a ritmo de melodía erótica pero sin música, se fue quitando el tanga dejándonos ver cómo este se iba enrollándolo en sus muslos a la par que bajaba.
- ¡Joder, mi vida!, ¡qué buena que estás! - dije sin dejar de mirar aquel bendito y precioso coño.
He de decir que después de tantas dudas, después de tantas noches sin dormir, después de darle tantas vueltas a la cabeza, después de tantas veces oír a Sandra decirme que sí pero luego que no, por fin se estaba llevando a cabo aquello que tantos y tantos dolores de cabeza me había creado dándome cuenta de que estaba más preparado de lo que inicialmente pensaba.
Cuando por fin lo dejó caer al suelo, me agaché para recogerlo y ella me lo puso en la mano ayudada por uno de sus hábiles pies. En cuanto lo tuve en mis manos, de forma nerviosa lo desenrollé y pude comprobar que estaba muy, muy, muy, pero que muy mojado, casi como si se hubiese meado encima. ¡A punto estuve de escurrirlo igual que hice la otra vez en la discoteca!
Cómo era de esperar en mí, lo acerqué a mi nariz y lo empecé a oler y pasar mi lengua justo por la parte dónde estaba más mojado, ¡sabía a reina!, ¡sabía a gloria!, ¡sabía a fulana a punto de hacerme feliz con la polla de otro tío!
- ¡Anda, deja de esnifarte mis bragas y dáselas a Juanma! A ver si él también piensa que mi olor es único - ordenó Sandra quitándomelo de las manos de un tirón y entregándoselo a él.
Aquella sugerencia por parte de Sandra, entre otras cosas, impensable para mí ya que a ella no le gustaba que yo las oliese, así que imaginaros dándoselas a otro para que lo hiciese, me indicó que estaba fuera de sí y dispuesta a comportarse como a mí más me gustaba. Pero lo que de verdad me dejaron alucinado fueron las palabras de Juanma mientras se restregaba aquellas húmedas y malolientes bragas por la cara.
- ¿No sé cuál será ese olor que dice Leandro?, pero te puedo asegurar que huelen a zorrita en celo - contestó Juanma haciendo el mismo gesto que yo con su nariz - ¡Si tu coño huele exactamente igual que tus bragas, debes tener a todos los hombres detrás de ti como perros!
- ¿Ves? - contesté yo - ¡Eres única!
- ¡Bueno, ya será menos!… Seguro que huelen a coño como todas las bragas sucias, lo que pasa es que vosotros sois unos cerdos.
- ¡Qué va, qué va!, estas son únicas, ¡lo confirmo! - respondió Juanma - Deberías regalármelas para guardármelas de recuerdo.
- ¡Pero qué cerdos sois los tíos! - terminó diciendo medio mosqueada.
Y quitándole las bragas de las manos con otro tirón, un poco más fuerte que el mío, las puso sobre la silla para luego sentarse sobre ellas.
- ¡Bueno, haya paz! - dije yo en broma al ver que la conversación sobre las bragas no tenía fin y que la acción no llegaba nunca - Ahora ábrete de piernas y enséñanos tu coñito, ¡queremos verlo! - le pedí en el colmo de mi locura.
Ella me miró un poco asombrada al ver que aquello ya eran palabras mayores.
- ¿Qué pasa?, es lo mismo que hiciste con él en la webcam, ¿no? - le dije al ver que estaba pelín reacia a hacer lo que le había dicho.
- ¡Casi, mi vida!, ¡casi! - me respondió.
Pero sin cortarse, se volvió a levantar y separando sus piernas, se levantó un poco más que antes la falda y dejó ante nosotros su hermoso chochete totalmente depilado. Sin poder resistirme, acerqué mi mano y la pasé suavemente por sus abultados labios.
- ¿Quieres tocarlo? - le pregunté a Juanma ya totalmente lanzado.
- ¿Pero tú que te crees que mi coño es una guitarra o qué? - respondió a mi sugerencia bajándose el traje para volverse a tapar.
- ¡Venga mujer, no seas así!, si sólo será un toquecito de nada, ¿verdad Juanma?
Juanma asintió con la cabeza como si de un niño malo se tratara al que no le habían dado su piruleta.
- ¡Bueno, vale!, pero un poquito nada más y terminamos, ¡que todavía hay que recoger la mesa! - dijo Sandra volviéndose a levantar la falda para dejar vía libre a su mano pero intentando poner un poco de orden.
¡Sí!, ¡lo que tú digas!, ¡la cosa está como para ponernos a recoger la mesa, no te jode!, pensé al escuchar aquel absurdo comentario.
- ¿Puedo? - me preguntó Juanma.
¡Dichoso respeto! ¡Lo que tienes que hacer es meter mano ya y dejarnos de tonterías! ¡Cómo no me está costando trabajo ni ná el que esté abierta de piernas esperando que tú la toques, como para andarnos con remilgos ahora!
Eso, como otras veces, fue lo que pensé. Lo que dije fue un sí ahogado acompañado por mis babas y un gesto afirmativo de mi cabeza.
Tras recibir mi permiso y sin ningún tipo de recato, cómo era de esperar en ese momento, ahora sin tela por en medio, acercó su mano a mi propiedad y empezó a acariciarla suavemente de arriba abajo con la yema de sus dedos, parando uno de sus dedos en aquel lugar tan delicado que escondía Sandra entre sus piernas, logrando que ella soltase un pequeño suspiro mientras cerraba los ojos para disfrutarlo.
- ¡Estas chorreando, Princesa! - dijo Juanma nada más tocarla.
Aquel comentario consiguió, no sé cómo, que mi mano se volviese a meter en mis pantalones para de nuevo agarrarme el nabo.
- ¡Pues cómo sigas así se va a correr de gusto! - le dije a Juanma al ver los pequeños suspiros que Sandra soltaba cada vez que aquel extraño dedo recorría su raja de arriba abajo.
Al escucharme, Sandra soltó una sonrisa que afirmaba lo que yo estaba diciendo.
- ¡Pues no creo que yo sea la única que se va a correr si sigue tocándome! - dijo Sandra mirando de forma directa y con gula, mi mano y el bulto que agarraba.
- ¡Vaya!, parece que Leandro también se pone cachondo viendo cómo te toco - dijo Juanma mirando, de la misma forma que Sandra, el tumor que se había producido entre mis piernas.
En aquel momento no me disgustó que me mirase, es más, no le hice ni caso, pero luego más tarde me di cuenta de que aquella mirada iba con doble sentido.
Ninguno de los dos contestamos, simplemente suspiramos y seguimos a lo nuestro.
- ¡Pues no te preocupes, Leandro!, si ella quiere os puedo dejar mi polla a los dos para que lo deseéis.
¿Dejarnos su polla a los dos?, yo no la quiero para nada, yo lo que quiero es ver a Sandra disfrutando de ella. Espero que sólo haya sido un error al hablar, pensé al escuchar aquel desacertado comentario.
Y mientras que Juanma la acariciaba y hablaba de aquella pervertida manera, Sandra estaba de pie delante de mí con las piernas totalmente abiertas y con la mano de nuestro nuevo amigo en su coño. ¿Ya había empezado la fiesta?
¡No!, ¡qué va, qué va! Aquello sólo había sido una estratagema de Sandra para dejarnos con la miel en los labios.
- ¡Bueno!, ¡ya vale! , dijo Sandra cerrando las piernas y sentándose nuevamente en la silla.
- ¿Ya? - dije al ver que aquello había sido muy cortito.
- ¡Ya! - me contestó ella bastante segura de lo que decía.
- ¿Te importa que mientras nos comemos el postre siga tocando sus piernas? - me preguntó Juanma, más convencido que yo de que de momento se acababa la juerga.
- ¡Para nada! - le dije pensando en que de esa forma podría no cortar el espectáculo - Si ella te deja, por mí no hay problema. Después de lo visto, al fin y al cabo es ella es la que pone los limites, no yo - dije de nuevo de forma irónica dejando bien clarito que quien mandaba allí era ella y no yo.
Sandra al darse cuenta de mi tono de voz, me miró y frunciendo el ceño me envío un besito dándome a entender que no me enfadase porque ella lo quería hacer así.
- Ahora no, pero tranquilo, ¡hay tiempo para todo! - dijo Sandra poniendo su mano sobre la de Juanma para que la quitase y la dejase quietecita.
Y a al ver que de momento Sandra no quería continuar, todas nuestras manos volvieron a estar sobre la mesa.
A pesar de aquel “precalentamiento de motores” y de una empalmaera de mil pares de cojones, la comida terminó entre risas y miradas. Creo, sin temor a equivocarme, que los tres deseábamos terminar cuanto antes y poder seguir, ¡bueno!, más que seguir, empezar cuanto antes, en el salón o en el dormitorio.
- ¡Venga!, ¡recogemos la mesa rápido que Leandro nos va a invitar a una copita! - dijo Sandra levantándose de la mesa y empezando a recoger los platos.
¿Una copita?, ¿y cuando se folla aquí?, pensé para mis adentros.
Pero, cómo otras tantas veces, para no ser desagradable, no dije nada, simplemente seguí sus órdenes.
En cuanto que vi que se había levantado, cogí sus bragas y me las guardé en el bolsillo para que no terminase regalándoselas a Juanma cómo él le había pedido antes. Ese, sin duda, sería el mejor trofeo de todos los que tenía, ¡las bragas de cuando conseguí que mi mujer me pusiese los cuernos!
Cómo ya sabéis, desde hace algún tiempo, mi cabeza almacenaba un montón de información sobre varios juegos de los que me había descargado de Internet y que me podrían servir para animar la fiesta si en algún momento de mi vida me encontraba en aquella misma situación, así que cuando vi a Sandra recogiendo la mesa, se me vino a la mente un juego rápido para que mi linda esposa no se ensuciase sus preciosas manos.
Y tal como lo pensé, se la conté a ellos a ver que les parecía.
El juego consistía en que Sandra se quedara a mitad de camino entre la cocina y la terraza, se pusiera cara a la estantería de madera y se levantara el traje enseñando su lindo culito libre de bragas. Nosotros, mientras recogíamos la mesa, tendríamos permiso para tocarla de forma rápida cada vez que nos cruzásemos con ella por el camino, pero sólo eso, tocarla.
- ¡Ya empezamos!, siempre soy yo el juguete. ¿Y vosotros para cuándo? - dijo Sandra.
- ¡Tranquila! - le dije - Cómo tu bien dices, ¡todo llegará! Hay tiempo para todo y para todos, además tengo muchos juegos para luego seguir, si queréis.
La verdad es que no me costó mucho trabajo convencerla, así que como yo le había dicho, se colocó a mitad de camino apoyada en el mueble y se remangó la falda dejando su precioso culo al aire. Cada vez que nos cruzábamos con ella, dependiendo lo que lleváramos en las manos, entre bromas y risas pasábamos nuestro culo por su culo, una manita por la raja de su culo, nos agachábamos para mordérselo de forma rápida e incluso una de las veces que sólo llevaba una de las botellas de vino vacía, me puse detrás de ella y le empecé a refregar mi rabo mientras rebuscaba con mis dedos en su depilado chochete.
- ¡Oye!, ¡esa no es la idea! Déjate de arrimar cebolleta y démonos prisa para acabar cuanto antes - me dijo Juanma medio regañándome.
Al principio me sorprendió un poco que un extraño me riñera mientras que tocaba a mi propia mujer, pero lo entendí de inmediato, si éramos tres con unas condiciones, había que cumplirlas.
En ese momento Sandra se separó de mí, dando por finalizado el primer juego de la tarde. Con su falda aún levantada se fue hacia la cocina moviendo el culo de una manera realmente provocadora y Juanma entró en el baño para hacerle hueco al vino. Aprovechando el momento en que nos quedamos solos, me fui detrás de ella.
- ¡Gracias, mi vida! - le dije metiendo mano por todos lados sin que nadie me regañase.
- ¡De nada, mi vida!, pero estate quietecito si no quieres que Juanma se enfade.
- ¿Y por qué se va a enfadar? - dije al escuchar su comentario pero cogiéndola por detrás y sobándole las tetas mientras le volvía a refregar mi cebolleta por el culo.
Y sin esperar respuesta, le metí una mano en el coño y empecé a pajearla suavemente.
- ¡Déjame, joder!, ya has escuchado antes a Juanma, ¿no? - me riñó quitando mi mano de su coño de malas maneras.
- ¡Pero bueno!, ¿esto de que va? - respondí bastante extrañado.
En menos de cinco minutos había recibido dos regañinas por meter mano en mi propiedad, ¿qué me había perdido?
- ¡No te enfades, cariño!, pero es que me da no sé qué hacerlo sabiendo que Juanma está ahí.
¿Qué te da no sé qué? ¿Hace un ratito te estaba tocando el coño con to la mano abierta y ahora te da no sé qué?, ¡esto es de locos!, lo juro ¡no hay quien te entienda, mi vida!, pensé al escuchar aquello.
Pero tenía dos opciones, o me mosqueaba y me quedaba sin mi deseado par de cuernos o me metía mi orgullo en el culo. Obviamente, elegí la segunda opción.
Y sin poder remediarlo, para dar por zanjada aquella contradictoria situación, le di un cariñoso tortazo en el culo. Tras dárselo, escuché un curioso comentario de Juanma que por lo visto llevaba más tiempo del que yo creía detrás de nosotros.
- ¡No sabéis cuanto me gustaría recibir un cachete cómo ese en mi culito!
¡Pero bueno!, pensé yo, ¿a qué viene eso ahora?, ¿estamos locos o qué?
- ¡Dale uno, Leandro! - respondió Sandra poniéndome en un verdadero aprieto.
¡Vamos a ver!, esto ya empieza a degenerar, pensé.
- Mi idea para hoy no era el que yo le tocase el culo a un tío - le respondí un poco contrariado.
- ¡Venga hombre!, si sólo es un juego. ¡Que yo sé que tú sabes mucho de juegos! - comentó Sandra al ver mi cara de pocos amigos.
De nuevo, mi orgullo dentro de una caja de zapatos, ¿qué podía hacer?
- ¡Vale!, ¡pero sólo porque tú me lo pides! - le contesté, dejándome convencer en un tiempo record.
Él, al ver que yo estaba dispuesto a dárselo, se puso de espaldas para recibirlo y no me lo pensé. Solté mi mano abierta sobre su culo dando un sonoro manotazo. Lo que más me preocupó fue que Juanma soltó un suspiro en vez de un grito de dolor.
- ¡Leandro te dará los que quieras! - le dijo riéndose al notar que aquello le había gustado más de la cuenta.
- ¡Bueno, eso tendremos que discutirlo! - les dije yo dejando claro que su culo no me llamaba para nada la atención.
- ¡Gracias!, me habéis hecho recordar viejos tiempos - dijo Juanma.
- ¡Vale!, ¡vale! - dije yo - Pero ahora vamos a terminar de recoger que no estamos aquí para recordar viejos tiempos, si no para nuevas experiencias. Así que mientras que vosotros termináis de recoger esto, yo voy poniendo las copas - les dije saliendo de la cocina.
Aunque no quería pensarlo así, sabía que aquella era una situación bastante extraña. Mientras que los dos hablaban y reían en la cocina, yo estaba apartado para no molestar, pero sin embargo lo estaba disfrutando, me encantaba la situación de que Sandra estuviese en la cocina con un hombre que no era yo, con su trajecito totalmente transparente y sin bragas llevando su coñito al aire. Sin duda, una situación de lo más “corriente”.
Y claro, pasó lo que tenía que pasar. Tantas risas entre los dos mientras que yo estaba sólo en el salón me hicieron sentirme un poco apartado, así que para no sentirme aislado me fui con ellos para ver aquello tan gracioso y poder reírme yo también.
- ¿Qué es tan gracioso? - les pregunté tal como llegué.
Y sin pensar en las consecuencias, le di otro cachete al culete de Sandra.
- ¡Nada!, el tonto de Juanma que no para de hacer el indio - dijo Sandra realmente risueña.
- Por cierto , si quieres darme un azote, hazlo bien - me dijo Sandra con voz picarona y moviendo el culito.
No entendí lo que me decía hasta que apoyándose en aquella encimera que tanta historia tenía para mí, se levantó otra vez la falda y dejó al aire su precioso y regordete culo.
Al verla tan dispuesta le solté otro tortazo, pero ahora directamente sobre su piel, dando Sandra un suave gemido de dolor. Pero mi sorpresa fue mayor cuando Juanma se me quedó mirando como si fuese un gatito pidiéndome su ración.
En ese momento me di cuenta de mi error.
- ¿Y a nuestro amiguito, qué? ¡Él también quiere! - me volvió a pedir Sandra.
Un poco cortado, ya que como he dicho antes, mi idea no era ni por asomo el sobar el culo de un tío, pero siguiéndoles el juego, me puse detrás de aquel cabronazo que ya se había bajado los pantalones dejando sus calzoncillos a la vista. Tal como lo vi le solté otro azote, pero esta vez el doble de fuerte que el de Sandra y con un poco bastante de mala leche, ¡buscando venganza!
Tal y como se lo di, me quedé en silencio algo avergonzado por lo que había pasado, pero su risa me hizo ver que al fin y al cabo era lo que él quería.
- ¡No veas cómo te ha puesto el culo! - soltó mi mujer por la boquita mientras que le separaba el calzoncillo para verle el cachete del culo bien morado.
A estas alturas de nuestra fiestecita privada me di cuenta de que Sandra estaba bastante más metida en el tema de lo que yo creía, así que no quería que ocurriese lo de otras veces, o me daba prisas o Sandra me adelantaría y al final haríamos lo que ella quisiese. Aunque bien pensado, ¡tampoco era tan mala idea!
- ¡Venga!, ¡vamos al salón que el hielo de los cubatas se está derritiendo! - les dije mientras salía de la cocina intentando cortar el rollito de los azotes.