Solo era el principio (27) ¡Tú serás el primero!..

Mientras tanto, Juanma bajó la mano hasta su culo y empezó a sobárselo a la vez que la apretaba contra él con toda la intención de que ella notara que su polla estaba bien dura. Y si la tenía como yo en aquel momento, seguro que la tenía a punto de reventar.

CAPITULO 27

¡Tú serás el primero!…

VIERNES, 05 DE DICIEMBRE DE 2008 (NOCHE)

Eran eso de las diez menos cuarto cuando por fin logramos aparcar y entrar al sitio.

El bar, como ya he dicho, lo conocíamos perfectamente. No era muy grande y dentro sólo había un par de parejas cenando y un par de chicos charlando en la barra. Con un rápido vistazo al lugar vi que Juanma no había llegado aún, así que mientras esperábamos nos pedimos, como otras veces, una jarrita de vino rosado.

- ¿De verdad que estás segura, no? - le volví a preguntar antes de que él llegase.

- ¡Yo, sí!, ¿y tú? - me volvió a preguntar usando nuevamente la técnica de acoso y derribo.

- ¡Parece que estás un poco dudoso!, ¿no? - me comentó al ver que no paraba de hacerle la misma pregunta.

- ¡No!, ¡para nada!, sólo quiero asegurarme de que lo haces por qué quieres.

- ¿Tú crees que si yo no quisiera iba a estar aquí? - me preguntó dejando bien claro que estábamos allí por una decisión de ambos.

Aquella respuesta me sirvió para dar por terminada la última ronda de dudas y cambiar de tema con un chiste tonto que había escuchado aquella misma mañana en la oficina.

  • ¡Cari!, ¿sabes cómo se llama la zona que tienen las mujeres entre el culo y el chochete? - le dije para animar el ambiente.

- ¿No sé?, ¿cómo? - me respondió un poco sorprendida al ver mi cambio de conversación.

- ¡Frontón! - le respondí.

- ¿Frontón?, ¿y eso por qué?

- ¡Porque ahí es dónde rebotan las pelotas!, ¿no? - terminé de decirle entre risas.

¡Sí!, soy malo contando chistes, ¡ya lo sé!, pero no se puede tener todo en la vida, ¡copón!

Aunque bueno, malo y todo, mi tonta ocurrencia hizo que Sandra empezase a reírse con ganas y consiguiese que de nuevo tuviese una preciosa sonrisa decorando sus labios.

Al cabo de un buen rato de agradable charla y casi una jarrita de vino, alguien se nos acercó por detrás.

- ¿Tienes fuego? - preguntó aquel desconocido dando un suave toquecito en el hombro de Sandra.

- ¿Juanma? - dijo Sandra dándose media vuelta al escuchar su voz.

¡Exacto, era él! Mi corazón dio un salto de la impresión. ¡Cuánto había deseado aquello y sin embargo, ahora que lo tenía delante de mis ojos, me chocaba un montón! La verdad es que era una situación bastante delicada, no puedo decir otra cosa.

Sin embargo, ellos, en contraste conmigo, en cuanto se vieron se dieron un beso en la mejilla cómo si se conociesen de toda la vida, y a mí, que me conocía mucho mejor que a Sandra, por lo menos en persona, me dio la mano. Bueno, la verdad es que a ella la conocía, cinematográficamente hablando, un poco mejor que a mí.

Tras los primeros saludos, se unió a nosotros. Pedí una copa vacía junto a una nueva jarra de vino y sin más comenzamos a charlar de cosas tontas, es decir, del tráfico, que de qué conocíamos aquel lugar, de nuestras vidas, de su vida, en fin de muchas cosas que nada tenían que ver con aquella situación que nos había llevado a conocernos. De nuevo, al igual que el día que le conocí, se repetía el saber estar de Juanma.

Durante la charla pude comprobar que Sandra había olvidado sus momentos de nerviosismo iniciales y se empezaba a portar bastante más relajada. Su conducta era mucho más parecida a su normal comportamiento extrovertido.

Su conversación era bastante amena y agradable con Juanma y este lo estaba haciendo bastante bien sin darle, de momento, ninguna importancia al sexo sino todo lo contrario, bastante educado en sus comentarios. Yo por mi parte, aunque participaba en la conversación, al igual que la noche de Messenger, escuchaba más que hablaba, me interesaba que ellos se conociesen muy bien si quería que Sandra terminase por aceptarlo.

- Si queréis, nos podemos ir a cenar al puerto a un restaurante italiano al que hemos ido alguna vez y que sirven una comida bastante buena - les sugerí cuando se acabó la segunda jarrita de vino rosado.

Tercera coincidencia. ¡Otra vez!, ¿no sé por qué?, había elegido el mismo restaurante de aquella noche con la primera pareja. ¿Quizás quería comprobar qué hubiese pasado aquella noche si todo hubiese salido bien?

- ¡Estupendo!, contestó Juanma.

- ¿Vamos en tu coche o en el mío? - le pregunté.

- Creo que lo mejor será que cada uno vaya en su coche. Así luego no tendremos que volver a recogerlo, ¿no os parece?

Me pareció perfectísimo. Aquella respuesta me confirmaba que Juanma nada tenía que ver con aquel hombre tan vulgar que conocimos hace ya algún tiempo. Si cada uno iba con su coche, tenía bastante claro que posiblemente no pasase nada.

- ¡Pues venga!, nos vemos en el restaurante - le dije dándole la dirección correcta del sitio y despidiéndonos, de momento.

Durante el camino le pregunté, a una Sandra realmente sonriente y contenta, varias cosas que me rondaban por la cabeza.

- ¿Qué te parece? - fue la primera de las preguntas que le hice para saber cuál era su idea sobre Juanma.

He de decir, que al igual que yo, Sandra era y es bastante crítica y directa con las nuevas amistades. Si algo no le gusta, lo dice y ya está.

- ¡No me parece mal tío!, e s muy simpático y está para hacerle un par de favores - me respondió entre risitas nerviosas, pero bastante convencida de lo que decía.

A pesar de estar conduciendo, mi cara se volvió de forma instintiva al escuchar aquel comentario, “un par de favores”.

¿A qué favores se refería?, ¿tendría aquel muchacho algún problema con la hipoteca o con las letras del coche para que Sandra le quisiera hacer un par de favores? (¡Sarcasmo, vale!, simplemente eso, ¡un poquito de ironía!)

- La verdad es que verlo por la cámara no es lo mismo que verlo en persona, ¡así me gusta más!

- ¿Te ha gustado entonces? - le pregunté de nuevo haciendo que mi rabo soltase un par de lágrimas por la emoción.

- ¡Sí!, ¿para qué mentir?… Es bastante parecido a ti en casi todo, pero tendré que estudiarlo un poco más.

Aquella respuesta me gustó y mucho, pero el siguiente comentario me gustó mucho más.

- ¿Y quién sabe?, ¡a lo mejor pasa algo algún día entre los tres! - me respondió mientras me acariciaba la cara suavemente con su mano y usando su siempre “a lo mejor” para no cerrarme ninguna puerta pero dejándolas todas medio entornadas.

Aquello hizo que mi corazón diese un salto y empezase a palpitar al ritmo que la sangre bombeaba en mi entrepierna.

Cuando llegamos al restaurante nos sentamos en una pequeña mesa redonda, uno a cada lado de Sandra, yo a la derecha y Juanma a la izquierda quedando los dos frente a frente.

Tras pedir la cena continuamos charlando de nuestras cosas pero llevando la conversación, entre unos y otros, un poco al tema que nos había traído hasta allí.

En ese momento aproveché para explicar a Juanma lo que Sandra y yo habíamos hablado antes en casa, cómo era de esperar, este no se lo tomó mal, todo lo contrario, de forma totalmente respetuosa nos apoyó en la idea.

- ¡No os preocupéis!, esta noche no traigo ninguna intención de nada. ¡Os entiendo perfectamente!

- ¡Sí es que eres un cielo! - respondió Sandra muy cariñosamente.

- No quiero que pienses que te vamos a hacer perder el tiempo porque no nos decidimos a hacerlo - le dije intentando disculparme.

Si aquello nos hubiese ocurrido a nosotros, a lo peor nos hubiésemos enfadado y todo.

- ¡Qué no, hombre!, ¡qué no!, ¡lo digo de verdad!, lo estoy pasando muy bien con vosotros. Y si al final no ocurre nada, pues eso, no habrá ocurrido nada.

- ¡Eso sí!, si algún día Sandra se decide y quiere hacerlo, acordaos de mí.

- Ten clarísimo que si algún día lo quisiera hacer, tú serías el primero, ¡te lo juro! - dijo Sandra acercando sus labios a su cara para darle un fraternal besito y dejarme a mí, frio con su respuesta.

Tras aquella charla aclaratoria seguimos hablando cómo lo que éramos en aquel momento, tres amigos que estaban disfrutando de una cena perfecta. Aunque bueno, ¡perfecta!, ¡perfecta!, ¡no!, al final yo me quedaba sin mis deseados cuernecitos y tendría que dejarlos para otro día. ¡O para más tarde!, ¿quién sabe?

Cuando terminamos la cena, Juanma nos dijo de ir a un disco Pub que él conocía en el puerto. Era un local de unos conocidos suyos y que siempre había buen ambiente. A mí me pareció bien, así podríamos seguir con la charla y Sandra, que aunque parecía no estaba muy por la labor, se podría ir soltando poco a poco con él.

La sorpresa me la llevé cuando llegamos a la puerta del Pub.

¡Pues no!, ¡no!, ¡no era el mismo dónde habíamos estado la otra vez! ¡Menos mal que por fin algo cambiaba!, ¿sería aquello una buena señal?, ¡no lo sé!, lo que sé es que, de momento, no se cumplía la cuarta coincidencia que me hubiese llevado sin dudarlo a cumplir mis fantasías.

Cuando entramos vimos que estaba hasta la bola, pero él, que se conocía el local perfectamente, nos llevó a una zona con música suave dónde había algo más de luz, pero no mucha y dónde podríamos hablar sin tener que gritarnos.

Nos sentamos en unos sofás alrededor de una pequeña mesa y cuando llegó el camarero pedimos unas copas. ¿El club Swinger no estaba montado igual? ¡Ahora no sabía si estábamos en un pub del puerto o en club del otro día!

- Esperadme un segundo qué necesito ir al baño - nos comentó Juanma dejándonos a solas.

En cuanto desapareció, Sandra me abrazó y dándome un beso me dijo algo que me dejó, otra vez, totalmente sorprendido.

- ¡Cariño, lo estoy pasando en grande!

- ¡Eso me congratula, mi vida!, me gusta que te lo pases bien.

- Pero me gustaría comprobar una cosa…

- ¿El qué?

- ¿Te importaría si te pido que nos dejes a solas un ratito?

- ¿A solas?, ¿y eso por qué?

¿A qué venía aquella absurda petición?, ¿qué pasa?, ¿molestaba o qué?

- Porque así podremos hablar de un par de cositas que quiero contarle.

¿Y de qué quieres hablar con él sin que yo esté presente? ¡Para nada, vamos!, yo me quedo aquí y ya está, ¡estaría bueno que me dejase engañar a las primeras de cambio!

Cómo otras tantas y tantas veces, aquello fue lo que pensé, lo que dije fue algo totalmente distinto.

- ¡Pero!..., ¡pero si creía que no querías nada! ¡Me estás liando una mijilla, jodía! - le dije tartamudeando y un poco alucinado.

- No querrás que le diga que sí a las primeras de cambio y piense que soy una cualquiera, ¿no?

- ¿Pero entonces sigues decidida a continuar? - dije recobrando la alegría que da el pensar en tener unos lindos cuernecitos.

- ¡Pues claro!, parece que no me conoces, ¡cariño!

- ¡Joder!, cuéntame las cosas antes de hacerlas, que no me entero y parezco tonto, ¡coño! - le dije un poco, no mucho, enfadado.

- Si te las cuento no tienen gracia, ¿no? - comentó con carita risueña.

- Pero no te preocupes que a partir de ahora te lo cuento todo, ¡cielito mío! - me dijo de la forma más zalamera que sabía.

- ¿Entonces, qué?, ¿nos dejas solos o no?

- Pero por lo menos cuéntame tu idea, ¿no?

- Pues eso, hacer lo mismo que me pediste la noche que conocimos a Alex, quedarme a solas con él durante un rato y poco más… Así también podremos hablar más íntimamente, porque delante de ti, ¿no sé?, igual se corta.

- ¡Además, recuerda que me debes una noche para mí sola! - me dijo recordándome casi todo lo que ocurrió aquella negra noche para mí.

Aquel comentario no me hizo ni puta gracia, si me quitaba de en medio ya no era un trío, era una pareja y eso no es lo que yo quería. Pero bueno, yo no podía cortarle el buen rollo que tenía y además tenía razón con lo del tal Alex, así que decidí hacerle caso, de momento.

- ¡Vale!, te doy diez minutos y ni uno más. Pero eso sí, si haces algo con él, como siempre, grábalo en video, ¡por favor!, que yo lo pueda ver luego.

Sandra al escuchar mi tonta ocurrencia, comenzó a reírse ya que aquellas palabras le sonaban y mucho.

Cuando la cabeza de abajo envía un mensaje a la cabeza de arriba, esta última debe pensar dos veces antes de actuar y si hubiese estado un poquito más espabilado, le habría dicho lo que de verdad pensaba, pero cómo estaba totalmente aturullado no pensé en lo que le dije y me dejé llevar por sus palabras sin saber en qué lío me podría meter al quitarme yo de en medio.

- Os dejo solos un momento -  les dije cuando Juanma volvió del baño.

- ¿Y eso? - preguntó un poco extrañado.

- Pues porque me he quedado sin tabaco y cómo aquí no tienen máquina, voy a acercarme a algún bar de por aquí cerca.

- ¡Vale, vida!, ¡pero no tardes mucho, porfi! - me contestó la tía fulana con voz de pena.

- ¡No te preocupes que enseguida vuelvo! ¡Pero ten cuidadito con lo que pides, no sea que te lo concedan! - le dije acercándome a su oído para que Juanma no escuchara nada.

Me di media vuelta y despidiéndome de los dos, me marché hacia la puerta del local.

Pero como el lugar estaba bastante oscuro, al igual que el día que conocimos a Alex, lo que hice fue ponerme en una punta de la barra dónde ellos no me pudiesen ver a mí, pero yo a ellos sí. Me pedí una copa y me quedé observando.

En ese momento me volví a acordar de las palabras de Sandra y de aquella noche al principio de nuestras correrías, cuando le dije que se buscase un novio en el Pub y se medio folló a Alex en el sofá. Un chorro de sudor frío cubrió mi frente cuando pensé en cómo besó a aquel hombre delante de mí sin ningún reparo y en como hubiese terminado todo si yo no hubiese aparecido a tiempo.

Desde aquel día, aunque nunca lo he dicho, tengo el puto beso de Alex clavado en los huevos, ¿cómo había dejado que se lo diese?, y lo peor, ¿cómo mierda me quedé dormido después?, ¡hay que joderse!

Mientras mi cabeza funcionaba a mil por hora, desde mi oscuro rincón seguía espiándolos.

Al principio hablaban sin el más mínimo acercamiento el uno hacia el otro, me daba la impresión que lo que Sandra estaba haciendo era terminar de estudiarlo y que de momento no estaba por la labor de seguir adelante. Pero, al igual que ocurriría después otras veces, ¡me estaba equivocando!

De repente empezó a sonar una música un poco más lenta y por los gestos, pude ver que Juanma invitaba a Sandra a bailar. ¡Vas apañado!, pensé enseguida. Seguro que le va a decir que no porque no le gusta bailar.

¡Pero no!, me equivoqué otra vez y otra vez me dejó con un palmo de narices cuando los dos se levantaron del sofá y se pusieron a bailar. ¿Estaba repitiendo paso por paso la noche con Alex pero esta vez sabiendo que yo no estaba delante?, ¡qué cabrona!

Al principio todo era muy formal, el uno junto al otro, bailando sin más, pero todo cambió cuando Juanma acercó su cara a la orejita de Sandra y le empezó a hablar. No sé qué le diría en el aquel momento, pero cada vez bailaban más pegados y el ambiente entre los dos se estaba empezando a caldear. A punto estaba de mandarlo todo a la mierda cuando el muy mamón pasó su brazo por la espalda de Sandra abrazándola fuertemente contra su cuerpo, y sin mover la cabeza de dónde la tenía, comenzó a besar el cuello y las orejas de Sandra.

Aunque siempre creí que no sería capaz de hacerlo sin mí delante, la pelandrusca de mi mujer no lo impedía, todo lo contrario, giró su cabeza hacia un lado para dejarle a la vista su perfumado y sensible cuello. Me temo que ahí fue donde Sandra se rindió a sus encantos. Cómo ya sabéis, ella nunca había soportado que le comiesen el cuello y las orejitas sin ponerse cachonda como una burra.

Del cuello pasó poco a poco a su boca dándole en principio tímidos besos en sus labios hasta que Sandra abrió su boca y le metió la lengua a rosca. ¡Qué hija de puta!, lo estaba besando delante de mis ojos. Aunque bueno, ella no lo sabía, ¡no sé qué es peor!

Mientras tanto, Juanma bajó la mano hasta su culo y empezó a sobárselo a la vez que la apretaba contra él con toda la intención de que ella notara que su polla estaba bien dura. Y si la tenía como yo en aquel momento, seguro que la tenía a punto de reventar. Aquella mujer que tantas y tantas veces se había negado a hacer tantas y tantas cosas conmigo, estaba copiando, y digo copiando, todos y cada uno de los movimientos que había hecho la noche que conoció a Alex, pero esta vez sabiendo ella que yo no estaba delante, ¿por qué lo hacía?

Cuando acabó la canción, los dos volvieron a la mesa y se sentaron dejándome un poco más tranquilo. ¡Pero las alegrías duran poco en la casa del pobre!, en cuanto se sentaron siguieron con el manoseo mutuo. Él, que parecía un pulpo más que una persona, le había quitado un par de botones de su camisa y le estaba metiendo la mano por el escote tocándole las tetas, y Sandra, que tampoco era manca y no se cortaba un pelo, bajó su mano y comenzó a tocarle el paquete por encima del pantalón.

En aquel momento me di cuenta que Sandra se estaba cobrando el calentón de aquella noche en que me quedé dormido.

¡Aquello ya había pasado de marrón oscuro!, tenía que ponerme en medio cuanto antes si no quería que la idea del trío se convirtiese en una pareja con un mirón a escondidas, así que en ese momento me decidí a entrar. Si ella estaba decidida a seguir, yo quería participar en la fiesta pues esa era la idea. Os recuerdo que como hombre que soy, soy capaz de resistir todo menos la tentación.

En cuanto me vieron llegar, se separaron como si no hubiesen roto un plato en su vida ninguno de los dos. ¡Valiente par!, pensé al verlos moverse.

- ¿Qué?, ¿cómo ha ido todo en mi ausencia? - les pregunté mientras me sentaba en medio de los dos haciéndome hueco.

Yo también me acordaba, aunque con algunas sombras, de todo lo que pasó aquella noche y no quería que se repitiese nada sin mi consentimiento.

- ¡Bien!, ¡bien! - me contestó Juanma mientras se estiraba para coger su copa de la mesa.

- ¿De verdad, Cariño? - le pregunté a Sandra con cierto retintín para ver si me contaba algo de lo ocurrido mientras yo estaba “comprando tabaco”.

- ¡Sin dudarlo, mi vida!, ¡todo ha ido de puta madre! - me contestó ella dándome a entender que algo había pasado pero que no me lo iba a contar.

Lo que ella no sabía es que yo la había estado espiando y conocía de pi a pa todo lo ocurrido. Pero tampoco se lo iba a decir, eso me lo guardaría por si acaso fuese necesario más tarde.

Así que viendo “el buen rollito” que había entre todos, me lancé en plancha y sin paracaídas copiando las palabras que Laura dijese un día en un Hotel de Granada.

- ¿Qué os parece si la siguiente nos la tomamos en casa? - les propuse con la intención de seguir con aquellos magreos en casa y sin testigos.

Pero Sandra, que no era una mamona sino lo siguiente, me dejó fuera de lugar con su respuesta.

- ¡Cari, ya te dije antes que hoy no!

- ¿Por qué no?, si sólo será tomarnos unas copas y charlar un poco más tranquilos.

- Porque ya he quedado con Juanma en que mañana puede pasar el día con nosotros en casa. Podemos hacer una barbacoa, si te apetece, ¡claro!

¡Joder, tenía la polla dura como una piedra!, ¡no podía pensar! Me fije en la entrepierna de Juanma y la tenía igual que yo, a punto de reventar, ¿otra vez me había usado de juguete?

Pero bueno, no quise ser pesado y enseguida pensé en eso de sábado, sabadete. Al final no salía tan mal la cosa, con el calentón que llevaba Sandra me la iba a follar en cuanto llegase a casa y me desfogaría, pero Juanma, o se iba de putas o se la tenía que cascar en el baño, ¡menuda cabrita estaba hecha la jodía Sandra!

- ¡Vale! Entonces, ¡mañana quedamos! ¿A qué hora? - pregunté.

- ¿No sé?, que suba sobre las doce o así. Son casi las cinco de la madrugada, tampoco nos vamos a pegar un madrugón - respondió Sandra con una tranquilidad impresionante.

¡Joder, que bien pensado lo tenía todo la muy cabrona!

- ¿Queréis que lleve algo? - preguntó Juanma.

- ¡Tú cuerpecito serrano! - respondió Sandra con sonrisa picarona para seguir hablando y dejarnos con la miel en los labios. - Mañana, quizás, yo sirva de postre, ¿quién sabe? - nos soltó de sopetón consiguiendo que la conversación subiera del nivel S al triple X.

- ¡Ahora nos vamos para casa que ya es muy tarde y mañana quiero estar totalmente descansada! -** terminó diciendo.

Estaba realmente nervioso y con una fuerte punzada en los huevos, Sandra estaba dispuesta a entregarse a nosotros pero cuando ella quisiera. Y, cómo tantas veces habíamos hablado, ella quería mañana y sólo sería cuando ella quisiese. Si ella lo quería así, pues nada, ¡todos bocabajo!

Una vez que los tres estuvimos de acuerdo en lo hablado, nos tomamos la copa, ella le dio un beso en la mejilla a Juanma y nos despedimos hasta mañana.

VIERNES, 05 DE DICIEMBRE DE 2008 (MADRUGADA)

- ¿Qué?, ¿cómo te los pasado mientras yo fui a por tabaco? - le volví a preguntar mientras iba conduciendo.

- ¡Me ha encantado, cariño!… Pero tengo que contarte algo.

- ¿Algo?, ¿algo cómo qué? - pregunté un tanto mosqueado pero casi sabiendo lo que iba a decir.

- Pues que cuando fuiste a por tabaco, Juanma me sacó a bailar y me besó en el cuello, cosa que sabes que me pone cachondísima. Después nos fuimos al sofá y comenzó a tocarme las tetas.

- ¡Joder!, le dirías algo, ¿no? Eso es abusar de ti ya que yo no estaba delante.

- ¡No!, ¡no le dije nada! En vez de eso, yo no pude resistir la tentación y le metí mano.

- ¡Anda, que bonito!, yo comprando tabaco y tu metiéndole mano a otro, pues no me parece bien, ¡dijimos un trío! - dije en un intento de simular un enfado.

Pero como ya es sabido en mí, la excitación siempre puede más que yo.

- ¿Y cómo la tenía cuando se la tocaste?

- ¡Cómo una piedra, vida!, ¡la tenía como una piedra! - me contestó ella sin cortarse un pelo.

Mientras me contaba todo aquello que yo ya sabía de antemano, se fue subiendo poco a poco la falda dejando al aire sus preciosos y gorditos muslos tapados solo por aquellas suaves medias de seda.

- ¡Tócame las bragas, cari!, ¡están totalmente empapadas! ¡Ese cabrón me ha puesto cachondísima!

La respuesta sobre lo que había palpado y lo que me pidió después me tocó el alma, tanto que tuve que dar un volantazo para no comerme un contenedor de basura que estaba en medio de la calle.

En cuanto me repuse y cogí el control del coche, sin pensármelo acerqué mi mano y se la fui metiendo por la entrepierna buscando sus calientes muslos. Cuál no sería mi sorpresa cuando llegué a sus bragas y las toqué. Era verdad, ¡estaban realmente empapadas! Mi acaloramiento hizo que mis dedos se apretasen contra la tela, intentando pringarlos de aquel líquido que rezumaba de entre sus labios mayores a la par que conseguía que ella se abriese el máximo que le dejaba el asiento del coche.

- ¡Quítatelas y me las das!, quiero olerlas - le pedí pero sin apartar de nuevo la vista de la carretera.

Sandra, que cómo he dicho estaba cachonda como una burra y no se cortaba un pelo con nada, metió sus manos bajo la falda y se las quitó como pudo. A continuación me las dio dejando su coñito libre de cualquier atadura y dejando, al igual que el otro día cuando me estaba contando lo de los niños del súper, las piernas abiertas encima del salpicadero del coche pero esta vez con un punto de morbo añadido a mis ojos, sus medias de seda negra y aquellos ligueros tan eróticos y provocativos que las sujetaban.

Tras dármelas y para rematar la faena, se acercó ella misma la mano y se la mojó de todo el líquido que empapaba su coño para luego llevárselo hasta la nariz y aspirar el fuerte olor que en aquel momento despedía desde su caliente chochito. Olor que por otra parte había invadido el interior del coche cómo si de un ambientador de pino se tratase.

- ¡Joder, vida!, ¡huelo a hembra en celo! - susurró tras oler durante unos segundos su perfumada mano.

Aquel comentario tan peculiar sólo lo había oído otra vez de sus labios, la noche que conoció a Pablo. Después de aquello, lo dejó seco a pajas durante mucho tiempo, ¿se repetiría la historia con Juanma?

Lo veremos después del intermedio…

- Y ya que te has puesto tan cachonda, ¿por qué no quisiste seguir con el juego e invitarle a casa? - le pregunté mientras olía y refregaba sus sucias bragas por mi boca.

- Es mi cuerpo el que está en juego, por lo tanto decido yo cuando apostármelo, ¿no?

- Además hoy ya era muy tarde, vamos medio borrachos y no hubiese salido bien. Y con la idea que tengo entre manos, tenemos todo el día de mañana para jugar - me dijo mientras se tocaba nuevamente la raja de su chochito con los dedos.

¿Idea?, ¿pero es que tenía una idea?, ¿y por qué no me la había contado?, ¡antes habíamos quedado en eso!

- ¿En qué has pensado? - le pregunté sin querer mirar lo que ella estaba haciendo para no matarnos.

- ¡Tranquilo!, ya te irás enterando de todo lo que tengo preparado - me contestó mientras se sacaba los dedos del coño y me los acercaba a la boca para que se los chupara.

¡Aquel sabor era realmente delicioso! Aquel jugo, que salía de su interior y que últimamente, como otras veces, no había sido yo quien lo había puesto así de mojado, ¡estaba buenísimo!

- ¿Le has besado? - pregunté aprovechando que en ese momento no tenía los dedos en mi boca.

Yo lo había visto, pero quería saber si ella me lo diría o no.

- ¿Y eso a que viene ahora? - preguntó ella separando la mano de mi cara.

- ¡Por saberlo!, me gustaría saber si le has comido los morros igual que a tu amiguito Alex.

- ¿Y después de decirte que me metió mano en las tetas y que yo le cogí el rabo, te preocupa que le haya besado? - me volvió a preguntar pero esta vez con voz de decir “no me entero de na”

Igual tenía hasta razón con lo que me estaba diciendo, pero es que yo lo que quería era sentir el morbo de que ella me lo dijese, ¡verlo ya lo había visto!

- No es que me preocupe, es que quiero saberlo y que tú me lo digas, ¡simplemente! - le respondí sin apartar la vista de la carretera.

- ¡Pues sí!, le he besado. Pero no igual que a Alex, ¡a este le he besado con lengua y todo! - me dijo quedándose más ancha que larga y volviéndose a pasar la mano por su peladita raja.

Durante un par de segundos giré mi cabeza y la miré con cara de satisfacción.

- ¡Lo hecho, hecho está!, lo que yo quería era escucharlo de tus labios y me los contado, ¡gracias por no mentirme!

- ¡Y para qué te iba a mentir yo a ti, cielito mío! - dijo mientras me metía nuevamente sus húmedos y apestosos dedos en mi boca.

Aquella respuesta me dejaba bastante tranquilo. Aun sabiendo lo que podría pasar mañana, estaba seguro que ella siempre sería mía y que no me engañaría.

En ese momento supe que la cosa iba muy bien y que por fin me iba a convertir en lo que yo tanto deseaba, un cornudo consentido, algo que llevaba mucho tiempo esperando. Mañana, con un poco de suerte, otra polla se iba a follar, con mi ayuda, a la dueña de mi corazón, delante de mí cara y poniéndome un buen par de cuernos.

Tras chuparle los dedos, mojaditos cómo los tenía, bajó su mano hasta mi cipote apretándolo con tanta fuerza que si no llego a llevar pantalones me hubiese dejado las uñas clavadas. Poco a poco fue bajándome la cremallera y haciendo muchos esfuerzos por sacármela, separando la tela de mis calzoncillos apareció la punta de mi ciruelo. Sin pensárselo se mojó la mano de nuevo en los calditos de su coño y comenzó a frotármelo.

Cómo conducir así no podía ni debía, a punto estuve de parar el coche en un descampado y repetir lo de la otra noche, hacernos unas pajas para calmar momentáneamente nuestros ardores. Pero pensándolo un poco mejor, quise aguantar y esperar a llegar a casa para desfogarnos cómo era debido. Y para poder conseguirlo sin correrme cómo un toro en el asiento del coche o darnos una torta contra la primera rotonda que pillásemos, aparté su mano y dirigí la mía hacia su desnudo mollete. En cuanto lo tuve entre mis manos, comencé a acariciar suavemente “su botoncito” haciendo que ella diese a la palanca del asiento y se recostase un poco más notando como mis dedos se mojaban cada vez más.

Entre chupeteos de dedos y sobeteos de coñito llegamos a casa más calientes que nunca, totalmente dispuestos a follar como enanos. Juro que si tardo un par de minutos más en llegar, Sandra se corre en el coche como una perra, ¡no veas como gemía la cabrona a la par que yo conducía y me deleitaba con su pepitilla!

Y tras aparcar el coche en el garaje y entrar en el portal de casa deprisa y corriendo, fue meternos en el ascensor y Sandra actuar cómo jamás la había visto, ¡se puso de rodillas para comerme el nabo! Sin mediar palabra y cómo otras veces, pegado al espejo, me abrió la cremallera, me sacó el cipote y cómo si su boca fuese una campana, se metió mi badajo en la garganta dispuesta a hacerle competencia desleal al cura del barrio con aquel sólo de campana que me estaba dando.

Cómo otras veces, me cagué en la puta por no vivir en un piso cuarenta y siete. ¡Qué poco tarda en subir cuando te la están chupando y cuánto tarda cuando te estás meando!, ¡hay que joderse con el puto ascensor!

Intentando calmarla un poco, cuando el ascensor paró, la cogí de la barbilla y la ayudé a ponerse de pie.

- ¡Cari, sé que soy irresistible!, pero tenemos que entrar en casa - le dije dándole un suave beso en los labios, labios que sin duda sabían a mi polla y seguramente a los labios de Juanma.

- ¿No me dejas seguir? - me consultó antes de empujar la puerta del ascensor con el culo.

- Mejor en el sofá, ¿no? - le sugerí volviendo a darle otro beso en la mejilla.

- ¡Pues el día del jueguecito no te hubiese importado que te la comiese aquí en medio del portal! - me dijo sacando la vena zorrona.

- ¡No!, ni ahora tampoco, pero si entramos en casa, por lo menos puedo seguir haciéndote la pajilla mientras tú me la chupas a mí, ¿no?

Aquella sugerencia la convenció. No hizo falta que insistiera más, ella misma abrió la puerta dispuesta a conseguir que su perro más fiel, o sea yo, le diese lengüetazos a mansalva.

Pero antes de mi ración de lamidas, en la casa había otro perro que iba por libre, así que para variar primero habría que limpiar las caquitas de este.

Y mientras que ella lo hacía, aunque ya era casi las seis de la mañana, cogí dos cervezas y me senté en el sofá a su espera para acabar la noche antes de entrar a matar, momento que aproveché para sacar sus plateadas bragas de mi bolsillo y volver a olisquearlas.

Poco tiempo me dio para disfrutar de sus puercas y pringosas bragas. Cuando más ensimismado estaba con aquel lujurioso trozo de tela en mis narices, Sandra se sentó a mi lado abriendo su cerveza.

- ¡Pero qué guarro eres! - me dijo al ver lo que estaba haciendo.

- ¡Y más que puedo llegar a ser! - le dije pasándole el tanga por su boca.

Y tras darle un trago a la cerveza, se lanzó sobre mí y comenzó a ponerme malito con sus labios chupando mi cuello y mordiendo mis orejas de la misma forma que antes lo había hecho Juanma con ella.

- ¡Cari!, hoy me he puesto muy cachonda y no me apetece quedarme así, ¡así que no te vayas a quedar dormido! - me dijo mientras que escuchaba el ruido que hacía su lengua en el fondo de mi oreja.

¡Joder, menuda indirecta me acababa de lanzar! Pero no me importó, aquel día no me dormía a mí ni un kilo de aspirinas con vino tinto, ¡vamos, hombre!

- ¿Qué me dijiste que me ibas a hacer? - me expresó haciendo alusión, no cabe duda, a la comida de coño que antes le había prometido.

- ¿No sé?, ¿quieres que te haga un sándwich? - dije yo queriendo ser irónico.

- ¡No, gracioso! - me dijo con cierto tono de sarcasmo.

- ¡Eso lo dejamos para mañana cuando Juanma esté aquí!, ¡vosotros pan y yo jamón de pata negra en medio del bocadillo!, ¿no? - me dijo insinuando que mañana aquel conejo iba a estar entre medias de las dos barras.

- ¡Sin duda!, ese debe ser un bocata de los que hacen historia - le respondí al escuchar aquel caliente comentario.

- ¡Ahora lo que quiero es que me comas el coño!, ¿eso fue lo que me prometiste no?

- ¡Ah, sí!, ¡es verdad! - dije yo intentando hacerme el tontito que no se entera de nada pero sabiendo mejor que nadie lo que a mi mujer le hacía falta en aquel momento.

- ¡Pues si me lo chupas bien hasta que me corra, igual luego te dejo mi culo para que me lo llenes de leche!, ¿qué te parece? - me volvió a decir entre susurros.

¿Que qué me parecía?, me parecía que estaba en el cielo, que había muerto y estaba en la gloria, ¡todo era placer aquella noche!

Así que sin decir nada y dispuesto a hacerla temblar de gusto, me levanté y me puse entre sus rodillas mientras que con la ayuda de mis manos le abría los labios para dejar a la altura de mi boca su rojo y húmedo clítoris.

Justo antes de darme un atracón de almeja en salsita, me quedé un poco embobado mirándolo pensando en mañana y en cuanto podría disfrutar aquel lindo conejo si se lo proponía, cuando de repente escuché la voz de Sandra bastante nerviosa.

- ¿A qué esperas?… estoy más caliente que el cenicero de un bingo, ¡cómeme el coño ya!, ¡vamos! - casi me gritó de forma desesperada.

Para nada quería hacerla esperar, así que siguiendo sus órdenes a rajatabla, acerqué mi cara hasta su caliente mollete recibiendo como regalo especial su olor a “hembra en celo”. Aquel agrio aroma despertó mi más puro instinto animal haciendo que con mis labios comenzara a besarla desde arriba hasta abajo, sacando mí lengua que iba buscando tragar toda la humedad que soltaban aquellos dulces pero malolientes labios. ¡Qué perfume más rico, por dios!

No tuve que esperar mucho, en cuanto pegué mi caliente lengua a su clítoris, Sandra comenzó a dar pequeños suspiros, pero más que de placer me sonaron a desesperación, eran los gemidos de una mujer salida, loca por correrse cuanto antes.

- ¡Ahí cariño!, ¡ahí me gusta!, ¡sigue, no pares de chuparlo! - me decía entre susurros mientras que con sus manos pegaba mi cabeza contra su entrepierna dejándome casi sin respiración.

Seguí chupando su chochito con total devoción hasta que pasados unos minutos Sandra me empujó la cabeza para que parase.

- ¡Cómo sigas, me corro!, ¡tú verás!

Cómo era de esperar, no le hice ni puto caso ya que no tenía ni la más mínima intención de parar, así que sin contestar, apreté aún más mi lengua contra la pipa de su coño haciendo que sus gemidos aumentaran casi al doble del volumen de antes.

- ¡Quiero tu polla en mi coño!, ¡métela!, ¡quiero correrme con ella dentro!

¡Bueno, ya estaba bien de hacerla sufrir!, así que abandonando aquel calentito lugar y poniéndome de rodillas frente a ella, puse mi polla a la altura de su coño y de una sola vez entró sin ninguna dificultad hasta el fondo.

¡Qué bonito es el amor cuando tienes a alguien que te folle!, pensé cuando noté que mi polla se encontraba de nuevo a buen recaudo.

Pero si en algún momento pensé que la vez anterior que me la follé en el sofá y se corrió enseguida fue el polvo más corto de mi vida, de nuevo me equivoqué. Aquella sí que fue la follada más corta de mi vida. No tardó en correrse prácticamente nada ya que después de darle varias veces con mi huevos en el “frontón” de su coño, empezó a correrse dando gemidos y diciéndome lo mucho que me quería.

Tras correrse tuve un par de momentos de dudas, pero dudas de otro tipo, no de las de siempre. Me explico, ella, aunque en ese momento no estaba seguro de que quisiera, me había prometido su culo si se corría con mi lengua. Pero claro, con mi lengua no se había corrido, lo había hecho con mi rabo. Pero claro, no había sido porque yo quisiera, había sido porque ella me había obligado. ¡Pero claro!, ¡pero claro!, ¡pero claro! ¡Veis como sí tenía dudas!

Y como siempre que tengo dudas, intenté aclararlas cuanto antes.

- ¿Lo de tu culo era verdad? - le pregunté un poco confuso por no saber su respuesta pero sin sacar aún mi rabo de su coño.

- ¡Sí tú quieres! - me dijo con vocecita de cansancio.

- ¡Si tú me dejas! - respondí con vocecita de salidillo.

- ¡Bueno, vale!, pero mejor en la cama, allí me puedo abrir un poco más de piernas -** me contestó completamente desganada después de su corrida pero dispuesta a pagar su deuda.

Sin darme tiempo a nada y cómo otras tantas veces, mandé a Sandra a la cama para que me esperara en posición de ataque mientras que yo encerraba al perro, apagaba las luces y recogía el cenicero y las latas de cerveza vacías.

Cuando entré en el dormitorio la pude ver justo como yo la esperaba, en la cama, con su culo en alto y con sus manos ayudándose a abrirlo hasta el máximo, ¡la imagen perfecta!

Sin dejarlo que se enfriara, me puse detrás de ella con mi polla pegada a su agujero y empecé a refregársela por los cachetes buscando su negro agujero.

- ¡Despacio, cari!, ¡no me hagas daño!

En aquellos momentos yendo como iba, no le hice mucho caso a su petición, pero pensándolo bien, en esos últimos meses había visitado su culo más veces que en toda mi vida y puedo jurar que ya entraba en él como Pedro por su casa. Pero bueno, si a ella le gustaba despacito, pues nada, a hacerlo despacito. ¡Por lo menos ahora me dejaba!, cosa que antes ni se me pasaba por la imaginación. Y esto no quiere decir que no se lo pidiese cada dos por tres, el que me lo diera era otra cosa distinta.

Y ahora sigo con la historia.

Quité sus manos y con las mías separé sus cachetes para poder ver bien su agujerito. Tenía que ser mío esa noche y no podía esperar más, así que con un dedo empecé a jugar con él metiendo la puntita de mi dedo dentro de su culo.

- ¡Te lo voy a follar!, ¡quiero que sea mío otra vez! - le dije mientras empujaba un poco más mi dedo hacia su interior.

- Haz lo que quieras con él, ¡es tuyo y sólo será tuyo! - me respondió mientras movía el culo y repitiendo las mismas palabras que la otra noche me dijo “Sólo es y será tuyo”.

Con la intención de lubricarlo sin tener que usar ningún liquido de los míos, que tan poco le gustan a Sandra, puse mi boca en su culito y empecé a lamerlo. Alternaba entre mis dedos y mi lengua para ir abriéndolo poco a poco y que cupiesen dos dedos dentro para dilatárselo al máximo. Cuando ya vi que su boquetito estaba bien expandido y listo para mi particular visita, coloqué la punta de mi rabo en su entrada.

Me alegré y mucho al ver que aquella maniobra de apertura anal que en total habría durado apenas un par de minutos, hace unos meses duraba hasta diez o quince minutos y no siempre con la misma suerte que iba a tener hoy, a veces me dejaba terminar y otras no.

- ¡Por favor, cari, con mucho cuidado!, no quiero estar dolorida para mañana.

¡Para qué me dijo nada, ya me había vuelto a poner nervioso!

- ¡No te preocupes!, si te duele, la saco, ¡tranquilízate! - le dije.

- ¡Vale, vida!, ¡métemela!

Aquellas fueron las palabras más bonitas que había escuchado en mi vida después del “Sí quiero” del día de nuestra boda. (Creo que esta comparación ya le he usado antes ¿no?, ¡Bueno, da igual!).

Aún hoy estoy sorprendido, cualquiera diría que hace unos meses ni se le hubiera ocurrido pedirme que le follase el culo y ahora me lo daba con ganas cada vez que se ponía cachonda.

Y sin perder la oportunidad empecé a empujar con mi polla que fue entrando poco a poco y con mucha menos dificultad que hace unos meses.

Cuando por fin se la metí hasta el ombligo, paré un segundo para que se volviese a acostumbrar a mi rabo. Tras una pequeña espera empecé a moverme poco a poco para no lastimarla.

- ¡No te preocupes, hazlo más rápido! Hoy necesito rabo, ¡quiero que me folles fuerte cómo tú sabes, cabrito!

¡Joder, me traía loco, no sabía ni cómo comportarme! Primero que si con cuidado para no lastimarse, ahora que a lo bestia porque necesitaba rabo, ¡qué lío de mujer, hostias!

Lo único malo que le veía al plan es que si me la follaba rápido como me pedía, me iba a correr como un mono en menos de “ná”. Pero nada, si era lo que quería, a mi plin, yo duermo en Pikolin.

Dicho y hecho, empecé a moverme más rápido hasta que ella empezó a gemir junto a mí. Mi rabo entraba y salía de su culo dando placer a mi polla, un placer increíble. Había aprendido rápido y ahora Sandra apretaba su culo contra mí, logrando que su interior rozara toda la cabeza de mi nabo haciendo el momento más agradable de mi vida. Se movía tan rápido que sólo podía ver su culo moviéndose atrás y adelante, ni tan siquiera me daba tiempo de ver como mi rabo entraba y salía.

Sandra tenía la cara contra la almohada para que no se escuchasen los gemidos que estaba dando que eran casi gritos. Lo estaba pasando muy bien, sin dudarlo, pero eran casi las siete de la mañana y no era plan de liarse a grito “pelao”, como comprenderéis.

- ¡Cariño, me gusta!, ¡fóllame más rápido!, ¡me quiero correr otra vez! - me dijo en un momento que levantó un poco la cabeza para que escuchase su voz y no sus gritos.

Cómo sabía de antemano y ya había dicho, no tardé mucho en correrme llenándole el culo de espesa leche a la par que ella se corría nuevamente pajeándose la pipa del coño entre sus dedos.

Sin dejarme que la sacara, bajó el cuerpo hasta quedarse plana sobre la cama con mi polla aún en su agujero. Menos mal que aquel día no llevaba condón, que si no se hubiese quedado atascado como el día de los coquitos.

Se la saqué muy despacio y como siempre cuando me la follo por el culo, abrí sus cachetes y vi como había quedado su boquete. ¡Precioso!, bien abierto y lleno de mí espesa y caliente leche, ¡había quedado precioso!

Tras la inspección ocular por mi parte, nos pusimos cada uno en nuestro lado de la cama y nos encendimos un cigarrito.

- ¿Qué crees que podrá pasar mañana? - me preguntó Sandra.

- ¡Sólo lo que tu desees, Cariño!, ¡nada más! Tú eres quien debe poner los límites - le dije.

Era bastante tarde y Sandra tenía los ojos casi cerrados, así que la besé y dejé que se diese la vuelta para dormir.

Sé que es incongruente, pero en ese momento tenía tanto sueño que no me podía dormir, estaba nervioso. Así que sin poder conciliar el sueño, apagué la luz, me puse los tapones en los oídos y en un absoluto silencio me quedé pensando en la pregunta de Sandra, “¿qué pasaría mañana?”

SABADO, 06 DE DICIEMBRE DE 2008 (MAÑANA)

A pesar de haber dormido una mierda, apenas dos horas, y de un fuerte dolor de cabeza, aquella mañana me levanté a eso de las nueve de la mañana totalmente pletórico y bastante contento pero con los nervios metidos en el estómago. Tras abrir a Duque y recoger sus putas mierdas, me fui a tomar un café con dos “nolotiles”. A continuación me duché a ver si me despejaba y se me pasaba el puñetero dolor de tarro. Todo esto lo hice mientras que Sandra seguía dormida y sin intenciones de despertarse.

Bien es verdad, que la noche anterior había sido muy larga y me imaginaba que hasta estaría cansada, pero no entendía como era capaz de seguir durmiendo tan plácidamente mientras que a mí me comían los nervios. ¿Ni tan siquiera estaba un poquito nerviosa?, ¡qué sangre más fría tenía la jodía! Pero bueno, no me importó, si todo salía según me imaginaba, el día de hoy también sería muy largo y especialmente ella, iba a terminar bastante cansada y con sus partes nobles pelín escocidas.

Así que tras tomarme un tercer café, esta vez descafeinado, cómo otras veces para despertarla le preparé un zumo de naranja de bote y se lo llevé a la cama.

- ¡Hola!, ¿sigues viva? - le pregunté a media voz para que se despertase poco a poco.

Sandra no contestó. Simplemente emitió un ruido bastante raro y se tapó la cabeza con la sábana.

- Son las diez y pico y Juanma llegará en un rato, ¿por qué no te levantas y te das una ducha para espabilarte un poco? - le dije dándole una suave caricia en su celestial carita.

- ¡Voy! - fue lo único que me dijo con aquella típica voz de acento grave que dejaba el alcohol, o sea, de resaca.

Se bebió el zumo de un sólo trago y dando un salto se levantó de la cama, me dio un beso de buenos días y se fue hacia la ducha.

Normalmente necesitaba un ratillo para despertarse y cómo ya he comentado, lo acompañaba con un cierto tono de mal humor, pero aquella mañana no fue así, al igual que yo se levantó con una alegría fuera de lo normal, algo que me gustó mucho porque eso quería decir que seguía con la firme idea de hacerme el mayor cornudo de la historia.

A los pocos minutos de irse a la ducha, mientras que yo hacía la cama y me excitaba con mis pensamientos sobre lo que podría pasar en unas horas en ese mismo sitio, escuché la voz de Sandra.

- ¡Leandro! - me gritó desde el baño.

  • ¡Dime, vida! - le grité desde el dormitorio.

- ¿Puedes ayudarme? - me preguntó a voces.

- ¡Claro! - le respondí, pero esta vez sin gritar.

Tampoco estábamos tan lejos el uno del otro como para pegar aquellas voces.

Enseguida dejé lo que estaba haciendo y me fui directamente al cuarto de baño

- ¿Qué quieres? - le pregunté al entrar en el cuarto de baño.

Al verla, el corazón me dio un brinco por tener una estampa tan bonita ante mis ojos. Ver la imagen de Sandra, totalmente desnuda y con el agua chorreando sobre su cuerpo es una imagen verdaderamente provocadora, el agua resbalaba por sus pezones y su pelo mojado caía sobre su espalda.

- ¡Quiero que me dejes lista para lo que pueda pasar! - me manifestó con una voz suave que nada tenía que ver con la que tenía hace quince minutos.

- ¿Y eso como lo hago? - le pregunté pero haciéndome a la idea de que me iba a pedir que le hiciese una pajita o algo así.

Enseguida me vi con mis dedos dentro de su húmeda cueva intentando calmar el acaloramiento que le producía pensar en nuestro encuentro.

- ¿Me haces el favor de repasarme un poquito con la cuchilla?

Sin duda, lo que me había pedido tenía un doble significado. ¡Pero bueno!, bien mirado, aquello también era una forma de empezar una pajilla, ¿no?, ¡otras veces había sido así!

- ¿Y eso? - le pregunté demostrando cierta extrañeza.

- ¡No, es que he pensado que si a ti te gusta tanto que lo tenga peladito, seguro que a él también le va a gustar! - me dijo a la par que se abría de piernas y me señalaba a su chochete con una cuchilla de afeitar.

A pesar de que me podía haber molestado ante indecente sugerencia, ya que para mí nunca quería pero a él se lo quería entregar limpio de polvo y paja, aquello me dejó mucho más feliz que antes, ahora si estaba totalmente seguro de que ella no se echaría para atrás ante mi ilusión de verla, por lo menos una vez en la vida, en brazos de otro hombre.

Nervioso perdido, cómo la vez anterior en la que os conté como la afeité, no tardé ni dos segundos en tener todo el material preparado. En cuanto lo tuve todo dispuesto, poniéndome de rodillas delante de la bañera y con su coñito casi pelado ante mis ojos, cómo Benito y compañía me puse manos a la obra, pero no con la intención de hacer una chapuza sino todo lo contrario, hacer el mejor trabajo de mi vida aunque fuese para que otro lo disfrutase conmigo.

En silencio los dos, ¿para qué hablar?, pero notándose la tensión y el calor del momento en el aire, le eché gel de afeitar y con sumo cuidado de no hacer ningún corte con la cuchilla empecé a disfrutar de mi trabajo.

¡Sí!, ¡lo sé!, suena extraño pero estaba disfrutando cómo nunca mientras preparaba aquel coñito para que luego otro hombre lo usara a medias conmigo. Sólo imaginarme que ese precioso chochete iba a ser devorado por otro dentro de un rato me excitaba y mucho. Y por los suspiros que Sandra emitía cada vez que notaba la fina cuchilla pasar por su monte de Venus, pude comprobar que ella también lo estaba, sobre todo cuando puse mi dedo sobre su clítoris y empecé a masturbarlo lentamente a la par que le decía lo primero que se me pasaba por la cabeza.

- ¡Vaya!, me parece que esta putita está bastante caliente. ¡Tienes el coño a punto de caramelo, justo cómo para que un par de pollas hagan con él lo que les apetezca!

Y diciéndole esto, pellizqué su botoncito y empecé a moverlo rápidamente. Aquello le produjo un escalofrío por todo el cuerpo.

- ¡Cómo me gustaría verte follar con él mientras yo me hago una paja, Vida!

- ¡Cari, si empiezas tendrás que acabarlo!, ¡no me vayas dejar a medias! - me dijo Sandra agarrándose a la pared para no caerse.

¡Lo sabía!, ¡sabía que tarde o temprano me lo pediría!

A punto estuve de hacerle caso y no parar hasta el final, pero me aguanté la tentación de saborear aquel rico manjar y quedarme con las ganas para luego comérmelo con más deseo si era posible.

- ¡No, Cariño! - le contesté sin dejar de tocar su clítoris - ¡Quiero que estés muy caliente para cuando venga Juanma!

- ¡Pues entonces, estate quietecito! - me dijo dándome un pequeño tortazo en la mano que mecía la cuna, digo, que acariciaba su hinchado clítoris.

- ¿Y eso por qué? - le pregunté acercando nuevamente mis dedos a su raja.

- ¡Porque ya estoy demasiado caliente cómo para que tú me toques más la moral! - me respondió dándome un nuevo tirón de mi mano para que la retirase del todo.

Sin querer ser pesado y evitar un enfado mañanero, quité la mano y mientras que Sandra farfullaba en hebreo por haberla dejado a medias, yo seguí con mi trabajo de barbero sin querer hacerle caso a lo que me decía porque sabía que como me insistiera un poco más, terminaría con mi cabeza entre sus piernas.

- ¡Ya está, mi amor! - le dije cuando vi que estaba terminado y con el chochito totalmente depilado de nuevo.

Sin hablarme, dando sensación de enfado, cogió la alcachofa y siguió con la ducha. Yo, al verla tan atareada con su baño, me recoloqué el rabo entre los calzoncillos, salí y me fui hacia el dormitorio dónde le preparé una nueva sorpresa.

Sin que ella lo supiera, al igual que hice la otra vez, de nuevo le preparé la ropa encima de la cama. Una camisa blanca casi transparente, un corsé blanco que hacía juego con un pequeño tanga, una falda vaquera bastante cortita, unas medias negras de liguero que seguramente quedarían al aire gracias a lo corto de la falda y unos zapatos negros de tacón, brillantes como el charol. Si se lo ponía todo, iba a tener la pinta que yo quería que tuviese, una aspecto precioso pero de zorrona de campeonato.

Al entrar en el dormitorio, tapada con una toalla que apenas la cubría y que le dejaba al aire casi la totalidad de su agraciado culo y sus esplendidos melones, se acercó a mí y dándome un suave empujón me tumbó sobre la ropa que estaba en la cama. Acto seguido y sin dar ningún tipo de explicaciones, desabrochándome el pantalón se metió mi rabo en la boca empezando a darme los mejores buenos días que jamás me hubiese imaginado. Aquellos buenos días fueron tan buenos, tan buenos, que casi a punto estuve de correrme enseguida.

Tras unos quince o veinte lengüetazos en mi inflamado y caliente capullo, soltó mi cipote y se tumbó sobre mí dejando su boca muy cerquita de mi oreja.

- ¡Hoy, pase lo que pase, te dejaré con la boca abierta! - me dijo entre susurros, susurros que retumbaron en mi cabeza.

- ¿Me lo prometes?

- ¡Prometer hasta meter, pero luego de metido nada de lo prometido! - me respondió de forma sarcástica.

¿Qué quería decir con aquel refrán? ¿Qué sí?, ¿qué no?, ¿qué a lo mejor sí pero después ná de ná?

Y tras decir aquello, se levantó y me estiró de la mano para que yo también me levantase dejándome con la duda en la cabeza.

- ¡Venga, vamos!, ¡que es tarde!

Nervioso por su ocurrente sugerencia y por haber tenido sus labios sobre mi capullo y no haber terminado el trabajo, recoloqué la ropa que se había quedado totalmente arrugada con mi cuerpo.

- ¿Te vas a poner esta ropa que te he preparado? - le pregunté mientras la estiraba un poco.

Sin decir nada, se puso a mirarla.

Cuando la vio, al contrario de lo que yo pensaba, Sandra no hizo ningún comentario. En aquel momento tenía dos opciones o le había gustado y se la pondría, haciendo mis deseos nuevamente realidad, o se pondría la que ella desease dejándome con dos palmos de narices. Así que sin esperar respuesta, fuese la que fuese, me di media vuelta y me fui hacia el salón a esperar a ver lo que hacía pensando de nuevo en qué sentido tenía aquel refrán.

Mientras que ella se vestía yo me senté en el sofá a la espera de mi amada esposa. Justo en ese momento mi cabeza, para variar, empezó a funcionar a marchas forzadas.

¿Vendrá Juanma? Y si viene, ¿será Sandra capaz de acostarse con él?, ¿se echará mi mujer atrás cuando se dé cuenta de lo que está pasando? ¿Y yo?, ¿seré yo capaz de dejarla que se acueste con él?, ¿me arrepentiré luego cuando vea que otro hombre entra dentro de mi mujer?

Cómo veréis, mi cabeza de nuevo era un mar de dudas, pero eso sí, dudas que cada vez me ponían más nervioso y que a la par conseguían que el morbo de saber las respuestas, me dijeran que siguiese adelante con todo.

Inmerso en mis dudas estaba cuando al cabo de veinte minutos la vi aparecer.

Cuál fue mi sorpresa cuando salió de la habitación llevando puesta la ropa que yo le había elegido. ¡Estaba realmente preciosa! Y además, sin tan siquiera insinuárselo una vez, se había maquillado un poco, sin ser excesiva, y dado un tono rojo a sus labios que sumado al color natural de estos, los hacía realmente apetecibles.

- ¿Te gusta? - me preguntó dándose una vuelta sobre ella misma para que viese lo bien que le quedaba aquel descarado conjunto.

No contesté, simplemente solté una amplia sonrisa de aceptación.

Ella al ver mi cara de bobo, se empezó a reír con ganas.

- ¡Pues esto no es nada para lo que te espera, mi vida!

- ¿Qué me espera, Vida?, ¿qué tienes preparado? - pregunté con la sana intención de que me contase aquellas ideas que tenía desde la pasada noche y que aún no me había querido contar.

- Pues todavía no lo tengo claro del todo, pero estoy tan cachonda que yo misma me doy miedo.

Y tras decir aquello, de nuevo se echó a reír pero de forma bastante nerviosa.

Aquella respuesta no pude por menos que agradecérsela con un beso. Y justo cuando me fui hacia ella para darle dos besos y decirle lo guapa que estaba, sonó mi móvil. Automáticamente, me di media vuelta y lo cogí.

- ¡Es Juanma! - dije a Sandra con la voz un poco nerviosa al ver la pantalla del teléfono.

Sandra me miró con cara de pena pues seguramente pensó lo mismo que yo, que al final no vendría.

- ¡Tranquilízate! - le dije al ver su carita triste - ¡Voy a ver qué quiere!

Un poco nervioso descolgué el teléfono y cómo era de esperar, sonó su voz. ¡Si llega a ser la de Fernando Alonso, me cago!

Tras un breve saludo le pregunté que qué pasaba, si tenía algún problema. Me dijo que a mitad de camino su coche se había estropeado, que la grúa se lo iba a llevar y que si yo podía pasar a recogerlo.

- ¡Sin problema! - le dije con una voz bastante más animada.

A continuación me dijo dónde estaba y que no tuviese prisa que la grúa no había llegado aún.

- ¡Vale, pues entonces en un ratito estoy allí! - terminé diciendo antes de colgar.

Sandra, que según había ido escuchando mis comentarios, le había ido cambiando la cara, ahora lucía de nuevo su linda y amplia sonrisa en los labios.

Que a Juanma se le hubiese estropeado el coche no era razón para que se nos estropeara a nosotros el día, ¿verdad?, así que tras contarle a Sandra lo que habíamos hablado y sin pensármelo más, cogí las llaves del coche y me dispuse a salir en su busca al lugar dónde me había dicho.

- ¿No sé cuánto tardaremos?, así que si te apetece, nos esperas en la terraza del bar, ¡tú decides! - le dije a Sandra antes de marcharme.

- ¿No sé? - me dijo - ¡Me lo pensaré, que con estas pintas de zorrón no sé si será buena idea salir sola a la calle!

La verdad es que tenía bastante razón. Si llega a salir así vestida, el titulillo de putona no se lo quitaba ni el Tato.

- Cómo quieras, pero si cambias de idea, llámame al móvil para saber qué hacemos, ¿vale? - le dije mientras abría la puerta.

No contestó, simplemente asintió con la cabeza.

- ¡Ah, por cierto!, antes de que lleguemos encierra al perro en la terraza de fuera, que si no luego no hay quien pueda charlar con tantos ladridos.

- ¡Vale!, ¡no te preocupes! - me contestó con el mismo tono de voz que si me hubiese dicho ¡Ji, Paco!

Y dicho aquello, cerré la puerta y me dispuse a ir a la búsqueda del que yo pretendía que fuese el mengano de mi fulana.