Solo era el principio (21) Obligada a nada...

Simplemente quiero contar una bonita historia de sexo, pasión y amor. Si os gusta lo que voy escribiendo, seguiré publicando más y más capitulos de esta larga, tórrida e increible historia. Vuestros comentarios e inquietudes a nuestro mail, por favor.

CAPITULO 21

Obligada a nada…

SABADO, 01 DE NOVIEMBRE DE 2008 (TARDE)

Eran casi las cinco de la tarde y habíamos estado en la cocina, cómo el que no quiere la cosa, casi dos horas follando como animales y la verdad es que me encontraba como si me hubiese levantado ahora mismo de dormir la siesta, ¡estaba pletórico! Eso sí, aparte de helado cómo un cubito de hielo.

En cuanto escuché salir a Sandra del cuarto de baño, cómo si me hubiesen puesto un muelle en el culo me levanté del suelo de un salto y me dirigí hacia la ducha para darme un refrescón y quitarme la pringue pastosa que cubría casi todo mi cuerpo y que a la par que se iba secando, más iba tirando de los pelos de mi pecho y de mi culo, y la verdad es que aquella sensación de pequeños tirones dolía y mucho. (De los pelos de mis huevos, no, de esos no me tiraba. Recordad que las pelotas me las dejó bien peladitas unos días antes mi amadísima esposa).

Aunque tenía bastante claro lo que quería hacer a continuación, mientras me duchaba estuve pensando en lo que estuve leyendo en internet el otro día y cómo llevarlo a cabo para que Sandra entrara en mi juego pero sin que yo se lo pidiese, sino de forma espontánea.

Y tras cavilarlo mucho, por fin llegué a la conclusión de que antes de lograr lo que yo quería, tendría que dar un rodeíllo e írselo insinuando como el que no quiere la cosa.

Tras pensarlo mucho, cómo digo, e incluso imaginármelo, me dispuse a llevarlo a cabo, estaba decidido. En cuanto saliese del baño me iría en busca de Sandra para comentarle que hoy era mi noche, la noche en que ella me tendría que pagar su penitencia.

¡Dicho y hecho! En cuanto entré en el dormitorio y vi a Sandra, que a pesar del frío, estaba desnuda y tumbada en la cama fumándose el cigarrito de después, ¡que postal más bonita!, me acerqué a ella y me senté a su lado. Le planté un beso en uno de sus pechos y dándole una palmada en su precioso culete, se lo solté de sopetón. ¡Hala!, así suavecito para que vaya cogiendo cuerpo poco a poco, ¡que bruto que soy a veces!

  • Hoy me tendrás que pagar por haber perdido en el juego y no te puedes negar a ello, ¡que esto es cómo Cádiz, que aquí hay que mamar!, le dije con cierta entonación carnavalera a la espera de su, cómo casi siempre, respuesta negativa.

Pero la verdad es que su respuesta me dejó bastante asombrado.

  • ¡Bueno!, ¡vale!, ¡cómo te pones!, ¡qué carácter!, respondió ella usando otra estrofa carnavalera pero haciéndome entender que de nuevo estaba bajo mis maquiavélicos poderes.

  • ¿Entonces sí?, ¿eso es un sí?, le respondí totalmente excitado por su respuesta.

  • ¡Pues sí!, al fin y al cabo sabía que un día u otro me iba a tocar, me respondió dando una calada al cigarro. Además, ¿no sé por qué?, pero estaba casi segura de que iba a ser hoy.

  • ¿Tanto se me notan las ideas?, dije haciendo un gesto con la mano en mi cabeza cómo si me estuviese quedando calvo.

  • No, pero desde esta mañana esperaba alguna cosa rara de las tuyas. Así que nada, si quieres que sea hoy, pues que sea hoy.

  • Pero, ¿estás segura de que te apetece hacerlo hoy?, le dije a pesar de haberle dicho hace un minuto que no se podría negar.

  • ¿Me queda otra?, ¿no?, ¿verdad?, me preguntó y se auto respondió ella misma.

Mi cara respondió por mí. Era el hombre más feliz del mundo mundial.

  • Pero por lo menos dime de qué se trata, ¿no?, me respondió apagando el cigarro en el cenicero.

Al verla tan decidida, como ya le había anticipado la misma noche en que ella perdió y yo gané, empecé de nuevo a contarle mi idea.

  • Pues verás, cómo ya te dije la otra noche, mi idea es lucir tu precioso cuerpo al mundo y que todos disfruten de él, pero en esta ocasión dando un pasito más que las otras veces. Hoy haremos realidad eso de que “lo que se tengan que comer los gusanos, que lo aprovechen los humanos”, dije entre risas tontas y nerviosas.
  • ¡Tú estás chalao, chaval! ¿Qué pasa?, ¿qué se te está secando el cerebro y no tienes más ideas o qué?, me respondió ella al escuchar la primera parte de mi plan.

  • ¡Que sepas que me estás defraudando con tus ideas!, yo pensé que esta vez serías algo más original.

  • ¡No!, ¡ni mucho menos!, respondí de inmediato al ver su negativa.
  • Pero cómo ya lo hemos hecho otras veces y ha salido bastante bien pues he pensando en repetir. Además que yo sé que te pone cachonda como una burra hacerlo y luego me follas como nunca, terminé diciendo pasando mi mano por su entrepierna buscando nuevamente su escondida guarida.

  • ¡Joder!, ¡es que es otra vez lo mismo!… Una vez esta bien, dos puede valer, pero siempre lo mismo no es nada emocionante , me respondió con cara, otra vez, de mosqueadilla.

Entendí perfectamente su disgusto ya que sabía de sobra que el principio de su castigo era casi copiado a las otras veces, pero yo también sabía que le estaba contando sólo el veinticinco por ciento de mi plan, ¡qué para empezar no estaba nada mal!

  • ¡Te juro que esta vez será diferente!, no va a ser igual para nada, le dije para intentar convencerla.

Aunque bueno, tampoco tenía por qué darle muchas más explicaciones, al fin y al cabo yo era el ganador y ella no se podía negar, ¿verdad?

  • Además, que te tienes que ir acostumbrando a que otros hombres te vean desnuda por si algún día empezamos nuestra fantasía con Juanma.

Yo sabía que aquello último que le acaba de comentar unido al nombre de quien, con suerte, algún día estaría dentro de ella, serviría para convencerla. Sandra, aunque no lo admitiera, desde que leyó el correo de Juanma no había parado de comentar cosas, pequeñas cosas, sobre aquel hombre y lo que podríamos hacer entre los tres. (Se estaba comportando prácticamente igual que cuando conocimos a su amiguito Hulk)

  • ¡Bueno, vale!, pero no te prometo nada. Además, si luego me pongo cachonda y te follo en plan bestia, ¡te jodes!

Ni que decir tiene que su respuesta me gustó y mucho ya que era la que yo esperaba para poder llevar a cabo el setenta y cinco por ciento restante de mi plan, parte que ella no conocía aún. Además que con su último comentario, de una forma u otra saldría ganando. Si todo salía bien, daría un paso bastante importante para conseguir mi meta y si no salía como yo quería o ella deseaba, como terminaría cachonda como nunca, me follaría en plan guarro, ¿qué más podía pedir?

  • ¡Muy bien!, pues ya que estamos de acuerdo en hacerlo, en este momento empieza mi reinado, dije poniéndome de pie y simulando que me colocaba una corona en lo alto de mi cabeza.
  • Quiero que esta noche te pongas el traje vaquero, ese que se abre por delante, zapatitos de tacón de los que a mí me gustan y además debes ir sin bragas, le dije directamente sin darle tiempo a reacción.

  • ¿Y sin bragas porqué?, me preguntó un tanto extrañada.

  • ¡Por nada, cosas mías!, le respondí. ¡Pero de todas formas echa unas en tu bolso por si en algún momento te hiciesen falta!

  • ¡Ah!, y como sé que hace frío, ponte uno de esos pantis negros que parecen medias de liguero y que dejan tu coñito al aire, ¡mi amorcito!, le pedí para rematar la faena.

  • ¿Algo más?, respondió ella de forma cansina.

  • ¡Sí!, ¡claro que sí!, debes maquillarte justo como a mí me gusta.

  • ¿En plan puta?, ¡eso para salir a la calle ni loca, vamos!, respondió, esta vez sí, con un tono de cabreo que te cagas.

  • ¡En plan puta o como quieras, pero cómo a mí me gusta, mi cielo!, terminé diciendo y demostrando que por lo menos aquella noche, el que iba a llevar los pantalones era yo.

Al escuchar mi último comentario, al contrario de cómo yo esperaba, ni tan siquiera me replicó. Parecía que de nuevo estaba totalmente de acuerdo con mis planes. Tras escuchar mis raras exigencias, simplemente se levantó de la cama y se fue hacia el armario para rebuscar entre aquel montón de ropa, “submundo” como ella lo llama, todo lo que yo le había pedido.

En aquel momento me di cuenta de que con un poco de suerte y unas cuantas artimañas más por mi cuenta, cumpliría su penitencia a rajatabla según fuese transcurriendo la noche.

SABADO, 01 DE NOVIEMBRE DE 2008 (NOCHE)

A eso de las siete de la tarde salíamos de casa. Al llegar al garaje le di las llaves del coche a Sandra y me miró bastante extrañada, ya que era raro que yo la dejase conducir mi coche yendo conmigo a no ser que fuese bastante borracho o tuviese planes de estarlo.

  • ¡No te preocupes!, mi plan comienza así, le dije al ver su cara.

Cuando salimos a la carretera le dije que cogiese dirección al centro comercial al que normalmente vamos y en el que, “si mal no recuerdo”, ya habíamos hecho alguna exhibición que otra, ¿verdad?

En cuanto se lo dije me miró con más cara de vicio que otra cosa, yo creo que pensando en volver a encontrarse a los dos chavales del probador. ¿O quizás a la vendedora de bragas?, ¿o tal vez al chaval de las cervezas? ¡Da igual!, pero la cara de vicio que tenía no se la saltaba un galgo.

  • ¡Pues verás tú la que se va a liar como nos encontremos con el de las cervezas o con la de las bragas! , me dijo dejándome claro que yo no estaba equivocado sobre sus intenciones.

Aquel comentario nos produjo unas buenas risas, nerviosas, a los dos al recordar aquel estupendo y caliente día.

El único problema que me planteaba ese sitio, cómo ya expliqué la vez anterior, era que, aunque estaba un poco lejos de casa, varios conocidos nuestros hacían la compra allí, cosa que aumentaba el morbo por la posibilidad de que nos pudiese ver algún vecino o conocido. ¡Pero bueno!, ya veríamos como iba transcurriendo la noche, al fin y al cabo la otra vez lo hicimos sin preparar y todo salió bastante bien, ¡para qué vamos a mentir!

Mi plan ya estaba en marcha y para empezar lo primero que debíamos hacer era parar para echar gasolina, pero para que todo esto empezase bien tendríamos que encontrar una gasolinera de las antiguas, de las que aún te echan la gasolina y te sirven desde la ventanilla del coche. Automáticamente, mi cabeza comenzó a trabajar.

  • Antes de nada tenemos que parar para echar gasolina, así que tira para la gasolinera de la Costa, dónde compramos el butano, le dije obligándola a cambiar de rumbo ya que se encontraba justo en la otra dirección.

Al decírselo me volvió a mirar bastante extrañada.

  • ¡Me lo estás poniendo difícil, chaval!, a ver si te aclaras y me dices de una puñetera vez adónde vamos.

A lo que yo le respondí igual que antes.

  • ¡No te preocupes!, todo es parte de mi plan, le dije de forma bastante misteriosa e intentando ocultar mi bipolaridad.

Cuando llegamos a la gasolinera y después de esperar en la cola a que una tía torpe terminara de pagar, pudimos ponernos a la altura del surtidor.

  • ¿Cuánto le pongo?, preguntó amablemente el chico de la gasolinera acercándose a la ventanilla del coche para que Sandra le entregase las llaves.

Debo reconocer que la pregunta “ ¿Cuánto le pongo?” me sonó un poco chocante si no hubiese sido porque aquella misma pregunta debía hacerla aquel muchacho un millón de veces al día sin ningún tipo de maldad, pero si llega a ser en otro contexto, ¡otro gallo hubiese cantado!

  • ¡Llénamelo, por favor!, respondió Sandra entregándole las llaves.

Al igual que antes, la respuesta de Sandra también me sonó un poco chocante. Debo admitir que mi calenturienta mente había convertido una tonta conversación en una escena de película porno. ¿Me estaría volviendo majareta con todo esto del sexo? ¡A lo mejor!, ¡pero qué más da si era así!

Y sin mirarla siquiera, el muchacho (se) cogió la manguera para empezar a llenar (le) el depósito a Sandra, digo al coche.

Mientras tanto, yo inicié la primera parte de mi perverso plan.

  • ¡Cari!, súbete la falda todo lo que puedas hasta que se te vea el encaje de las medias y aflójate un par de botones del traje para que se te vea bien el canalillo, le dije a Sandra mientras que aquel hombre hacía su trabajo.

  • ¿Ya empezamos con las tonterías?,¿no veníamos a echar gasolina nada más?, me respondió de forma tajante y dejándome extrañado por su respuesta.

¿Pero no me había dicho antes que sí?, ¿porqué ahora no? ¡Nunca llegaría a entender a Sandra!

  • ¡No, Vida!, le dije. No son tonterías, es mi premio, ¡así que hazlo!, le contesté un poco malhumorado.

Con cara de pocos amigos, pero al fin y al cabo haciéndolo, se subió un poco la falda y se quitó un par de botones del traje. Al verla hacerlo solté una risa irónica.

  • ¿Te estás quedando conmigo o qué?

  • ¿Qué “paicha”?, me respondió Sandra sin entender a que me refería.

  • Tira “parriba” de esa falda y enseña carne, ¡joder!, le dije cogiendo la tela de su traje y pegando un buen tirón hacia arriba.

Ahora el que tenía cara de pocos amigos era yo, tenía que imponerme un poco desde el principio porque si no, conociéndola cómo la conozco, al final sería yo el que pagara y ella la que pusiera las condiciones.

No sé si por obligación o por devoción, pero haciéndome caso, de un tirón de la solapa y demostrando su mala leche, se quitó dos botones más de la pechera. Tras aquello, levantó un poco el culo del asiento para subirse la falda justo hasta dónde yo le había dicho, hasta dónde se podían ver el inicio de sus muslos. Lo que me dejó fuera cacho fue que, de la misma forma que lo hizo aquella loca noche en el restaurante, al quitarse los botones del traje, se subió el pecho y se bajó un poco el sujetador dejando, aparte de lo que yo le pedía, el principio de sus dos pezones. ¿Qué quería decir aquello?, ¿qué aceptaba mi juego o que me retaba?, no me importó, tendría toda la noche para comprobarlo.

Una vez el depósito lleno, el gasolinero se acercó a la ventanilla para cobrar y Sandra, con todos sus encantos al aire, le ofreció la tarjeta de crédito y el carnet de identidad al chico para que se cobrara cómo si lo que estuviese haciendo fuese lo más normal del mundo. ¡Qué sangre más fría tenía la cabrona!

Al mirar hacia dentro para comprobar su cara con la del DNI, al igual que el reponedor de cervezas, aquel chavalote se quedó totalmente embobado demostrando que no podía creerse lo que estaba viendo.

Tras un buen ratillo de atrevidas miradas y tontos balbuceos, le devolvió el carnet con toda la parsimonia del mundo y se dio media vuelta para salir corriendo hacia la tienda. Tal y como entró en la tienda vimos cómo avisó a su compañero, charlaron durante un par de segundos entre ellos y automáticamente se asomaron por la ventana del local para mirarnos, bueno, para mirarla a ella.

Al sentirse observada por aquellos dos hombres, por primera vez aquella tarde, pude comprobar cómo disfrutaba de lo que estaba haciendo a pesar de hacerme creer que estaba forzándola a hacer algo que ella no quería. ¡Que zorrona era la jodía! Sandra se notaba admirada por dos desconocidos y eso la hacía sentirse bien, incluso pavoneándose un poquito, levantó su cabeza hacia el retrovisor como si se mirase algo en el ojo para que se pudiesen ver mejor sus pechos desde la ventana.

Cuando el chico volvió con el comprobante de la tarjeta para firmar, se lo entregó a Sandra. Ella, haciendo como si estuviera muy interesada en leer lo que ponía el papelito, alargó el tiempo todo lo posible para que el chico le pudiese ver bien y con todo tipo de detalles, sus dos morenos y puntiagudos pezones que estaban luchando por salir corriendo de la tela.

Tras firmar el recibo le pidió las llaves del coche al chaval, me dio el papel a mí para que lo guardase, tranquilamente arrancó el coche y salimos de la gasolinera, no sin antes echar una mirada al chico y enviarle un pícaro guiño de despedida, cosa que debo admitir me chocó un poco.

  • ¡Joder, estoy nerviosa! , me dijo parando el coche a la salida de la gasolinera antes de incorporarse a la carretera.
  • ¡Cómo para no estarlo!, respondí demostrándole que yo también lo estaba.
  • ¡Por cierto!, ¿te ha gustado el muchachillo?, le pregunté al ver aquel insinuante guiño que le había lanzado.

  • ¡No estaba malamente del todo!, pero para mí que estaba un poco agilipollao ¿no? Si hubiera sido otro, igual me mete mano y todo.

  • ¡Eso es lo que tú hubieses querido, zorrona!, le contesté agarrándole un pellizco en el trozo de carne que sobresalía de la falda.

  • ¿Y ahora estás dispuesta a seguir?, le pregunté a continuación.

  • ¡Más que nunca, mi vida!, me respondió con voz nerviosa pero alegre.

  • Pues esto no ha hecho más que empezar, le contesté demostrándole serenidad y ocultando los nervios que también los tenía a punto de estallar.

Camareros de bar, reponedores de cerveza, niñatos, pizzeros y ahora gasolineros. ¿A qué gremio de este pueblo le quedaba por ver las tetas de mi mujer?, seguro que alguno quedaba. Enseguida me puse a pensar en cual.

Yo estaba como una moto, cachondo perdío, pero ella estaba igual o más que yo. Lo noté porque mientras conducía, sobre la tela de mi pantalón había puesto su mano abierta y agarrándome la polla empezó a sobármela.

  • Me gusta la nueva palanca de cambios, esta es más gorda y más suave que la que tenía antes tu coche. Ahora sólo me falta desembragar…
  • Pero no puedo porque como no me has dejado ponerme bragas, ¡pues no puedo!, me dijo con voz picantona mientras meneaba mi polla como si fuese la palanca.

Naturalmente, no dije ni pio. Aquel sobeteo unido a la excitación del momento solo consiguió que me recostase sobre el asiento para disfrutar de aquel suave manoseo.

Esto que acabo de contar me trae a la memoria otra de nuestras locuras de juventud. Os la cuento:

Recuerdo que hace años teníamos un coche que era muy viejo y más lento que el caballo del malo. Cuando yo no conducía aún y hacíamos largos viajes, Sandra se aprovechaba de mí mientras que conducía y me hacía unos pajotes impresionantes. Incluso recuerdo que una de las veces, un camionero al adelantarnos nos pegó un pitazo que te cagas, señal de que nos había pillado, a mí en la gloria y a Sandra con la palanca de cambios equivocada. Sé que podía ser una locura hacer esto mientras conducía, y de hecho, lo es, pero la juventud, es la juventud, ¿no?

  • ¡Bueno!, ¿y ahora qué?, ¿para dónde tiro?

  • Ahora sí, ahora tira para el centro comercial…

  • Te quiero regalar unos zapatos bonitos por ser tan buena conmigo, le dije pensando en el gremio de zapateros que era uno de los que aún no le habían visto las tetas.

Debo admitir que en aquel momento jugué con ventaja, ya que yo sabía que al truco de los zapatos no me iba a decir nunca que no. Sandra es una loca de los zapatos, le encanta comprar zapatos, tiene un montón de pares y no pierde nunca la oportunidad de comprarse otro par.

Mi siguiente idea era clara y sencilla, entrar en una zapatería dónde Sandra pudiese mostrar sus encantos al zapatero. Pero para poder hacer esto, la tienda debería tener un dependiente más o menos jovencito y que sólo estuviese él, nadie más, entre otras cosas para evitar riesgos ya que nunca se sabe que pueda pasar. ¡O sí!, ¿quién sabe?, cualquier cosa era posible después de lo vivido en aquel mismo centro en un tiempo pasado.

Cuando llegamos y tras aparcar dimos un par de vueltas buscando una zapatería y al final de uno de los pasillos encontramos una que cumplía con los requisitos necesarios.

  • ¡Mira, Sandra!, estos me gustan, le dije señalando a un escaparate lleno de zapatos.

  • ¡Mira esos que bonitos!, me dijo Sandra señalando, como siempre, a otros que no tenían nada que ver con los que yo había elegido.

  • Pues venga, entramos y te los pruebas, terminé diciendo a la par que entrabamos en la tienda.

Lo que ella aún no sabía era que yo ya había decidido que allí sería su siguiente demostración.

Nada más entrar vi al fondo de la tienda a la perfecta víctima, un chico jovencito, alto, guapote y por lo que pude comprobar luego, con muy poquita experiencia en todo, lo dicho, ¡la victima perfecta!

Pero cuando iba a poner mi plan en funcionamiento, al igual que la otra vez con los dos chavales, un grupo de mujeres entró en la tienda para mirar zapatos. ¿De dónde mierda sale siempre un grupo de zorras para joderme la fiesta?

Pero bueno, al ver que aquellas guarras me iban a joder el plan, decidí contárselo a Sandra para que se fuese haciendo la idea de lo que quería. Esta vez Sandra no me contestó, sólo me miró y me dio un beso en los labios, se dio media vuelta y siguió mirando zapatos. ¿Qué era aquello?, ¿un sí?, ¿un no?, ¿un de acuerdo?, ¿qué mierda era aquello?

  • ¡No me gusta ningún zapato!, y él que me gustaba está en las manos de una de esas zorras, así que nos vamos, me dijo.

  • ¿Y si esperamos un poquito a ver si se van?, le dije intentando convencerla para que no nos marchásemos.

  • Vamos a dar una vuelta a ver si hay otra tienda disponible y si no volvemos más tarde, ¿te parece?, terminó diciéndome totalmente convencida de hacer lo que yo le había pedido.

¡Bien!, pensé, ¡el beso de antes era un sí! ¡Qué feliz me puse al escucharla!

  • ¡Me parece perfecto!

Al salir de la tienda pude notar la carita de felicidad que yo llevaba al verla tan decidida, seguro que tenía hasta cara de gilipollas, pero no me importaba ni un pelo. Yo era el hombre más feliz que había sobre la tierra en ese momento, mi mujer me quería y me seguía el juego para darme todo lo que yo deseaba.

Pero claro, no todo podía ser felicidad y cómo estábamos en crisis y la gente no salía a comprar, después de tres vueltas al centro, en ninguna de las tiendas tuvimos la posibilidad de llevar nuestro plan a cabo porque estaban hasta la bola de gente. ¡Sí!, ¡he dicho nuestro plan!, ahora era de los dos, ella ya había entrado en mi juego y ahora yo creaba la teoría y ella la ponía en práctica.

  • ¡Esto no va como yo pensaba!

  • ¡Pues va a ser que no!, me respondió ella, con el mismo tono de voz triste que yo había usado antes.

  • ¿Vamos a algún bareto de estos y nos tomamos un cervezón?

  • A ver si mientras tanto se va yendo la gente y se queda esto un poco más tranquilito ¿no?, le comenté al ver que aquello no fructificaba, de momento.

  • ¡Venga, sí!, me contestó ella de forma un poco mustia.

  • ¡Venga, mujer!, que seguro que en un ratillo esto está más vacio que un solar, le dije intentando alegrarla un poco.

Tampoco me esperaba que ella se lo tomase tan a pecho, es más, incluso esperaba que se alegrase por no tener que hacerlo, pero bueno, así es la vida. Aunque la verdad era que lo que yo quería era estar seguro de que Sandra no se echaría atrás ante nada y menos ante lo siguiente que le iba a proponer, saliera bien o no lo de la zapatería.

Como ya me vais conociendo, al entrar en el bar hice lo que era de esperar en mí, busqué una mesa justo a la entrada desde dónde cualquiera que entrase lo primero que se encontrara fuesen las tetas asomadas al balcón de mí querida esposa. Tras dejar a Sandra sentada mirando la carta del restaurante, me acerqué a la barra y pedí un par de cervezas.

  • ¡Aflójate los botones como antes, anda!, le pedí tal y cómo me senté junto a ella en la mesa.

Sin rechistar, como lo buena esposa que era y como la perfecta zorrona en la que se estaba convirtiendo, lo hizo. Pero esta vez lo hizo de forma un poco más recatada que antes, no se llegó a sacar los pezones ni nada pero si una buena porción de su tierna y suave pechera.

  • ¡Joder!, si yo fuese un tío que entra en el bar y ve esto, lo primero que haría sería venir a preguntarte si quieres follar, le dije acercando mi mano a sus melones y pasando mis dedos por su piel.

Ella me miró y sonrió. Sus ojos volvían a estar brillantes de alegría.

  • ¿Cómo estás?, le pregunté.

Su respuesta fue de lo más morboso. Cogió mi mano y disimuladamente se la metió entre las piernas hasta chocar con su caliente y desnudo coño. ¡Estaba mojadita, mojadita!

  • ¿Respondida tu pregunta, amor mío?, me dijo sacando mi mano lentamente y metiéndosela en la boca para chupar sus propios jugos.

¡Joder!, cuando tengo que buscar una buena respuesta, nunca la encuentro, pensé. El nerviosismo que me produjo aquella pícara situación hizo que me tomase la cerveza de un trago.

  • ¡Ma meo toa!, ¡ahora vengo!, me dijo arreglándose un poco la ropa y levantándose para ir a los servicios.
  • ¿Voy contigo?, le pregunté, cómo siempre.

  • ¡Vale, si quieres!, me respondió con un tono bastante provocador.

Esa respuesta, como ya habré dicho antes, era una broma común entre nosotros y a pesar de haberla escuchado un millón de veces, siempre me chocaba. Ella, cada vez que la usaba, la usaba para ponerme los dientes largos por lo que iba a hacer, entre otras cosas porque sabía perfectamente que en un lugar público no iría.

Lo que ni ella ni yo sabíamos aún era que algún tiempo después utilizaría aquella frase para darle un buen sustito.

Ya eran más de las nueve y faltaba menos de una hora para que el centro comercial cerrara, así que mientras ella vaciaba la vejiga, para hacer tiempo aproveché para pedir otras dos cervezas y pagar, así nos podríamos ir directamente en cuanto Sandra volviese y nos tomásemos la birra.

Cuando volvió del servicio, se acercó hacia mí.

  • ¡Ya no me aguantaba más, mi vida! , me dijo mientras me metía un par de dedos en la boca.

Mi sorpresa fue tremenda. Aquellos dos dedos tenían un sabor salado bastante conocido por mí. Sabían a la mezcla de su orina con su flujo. ¿Se había estado metiendo los dedos en el coño mientras meaba?, ¿se había hecho una paja? Aquel sabor y la imagen en mi cabeza de Sandra metiéndose los dedos en su chocho en aquellos lavabos públicos, hicieron que mi polla diese un salto y se pusiera dura como una piedra. ¡Qué guarra era mi mujer!, ¡cómo me gustaba!

  • ¿Te has hecho una paja y te has corrido?, le pregunté.

  • ¡Sí y no, pero casi!, me contestó .

  • ¿Eso cómo es?, le pregunté un poco contrariado, pero más cachondo aún sabiendo que por lo menos se había estado tocando.

  • ¡Pues fácil!, me he estado toqueteando un poco pero sin llegar a correrme.

  • ¿Cómo?, pregunté casi gritando y con los ojos abiertos de par en par imaginándome la situación.

  • Pues eso, lo que viene siendo un fregoteo en la pipa del coño para ponerme un poquito más cachonda y aguantar lo que venga , me dijo de sopetón quedándose más larga que ancha, ¡la hija de puta!

  • ¿Y eso a que ha venido?, le pregunté para ver si me contaba más y me ponía aún más malito.

  • ¡Por qué sé que eres un cabronazo, que lo sepas!

Aquella respuesta me dejó claro que ella sabía que podía haber algo más, pero la excitación de aquel momento no me dejó seguir hablando. La poca sangre que me quedaba en las venas la tenía concentrada en la punta de la polla y el dolor de huevos que tenía en aquel momento no era ni tan siquiera comparable a los dolores que me había provocado durante nuestro noviazgo en la Dehesa de la Villa, ¡me dolían cómo nunca!

Si no llega a ser porque aún quedaba mucha noche, la hubiera cogido y me la hubiese follado aunque hubiese sido en el parking dentro del coche. (Por cierto, pensar en el coche me dio otra idea que llevaría aquella misma noche a la realidad). Yo estaba alucinando, como otras veces en los últimos meses me estaba dando una lección de perversión como si fuese la más aplicada de las maestras. Era increíble lo que había conseguido con ella, sólo tenía que presionarla un poco para que aquella recatada Sandra se volviese una depravada de categoría.

  • Nunca creí que pudieses cambiar tanto y muchísimo menos esperaba este cambio tan radical, le comenté.

  • ¿Hasta dónde me dejarás llegar?…

  • O mejor aún, ¿hasta dónde crees que seré capaz de llegar?, me preguntó, no sé si con preocupación por cómo estaba actuando o con ganas de saber más sobre mis planes.

  • Si te lo propones, hasta y dónde tú quieras llegar. Sé que eres muy capaz, mi vida. Sé que eres única, lo único que te faltaba era un poco de confianza en ti misma y creo que lo has conseguido, le respondí.

La siguiente pregunta de Sandra fue la mejor para sacarnos de dudas a los dos.

  • ¿Quieres ver si podemos probar en la zapatería de antes?, ¡a ver si ahora está el chico sólo!

  • ¡Vale!, le dije tomándome de un trago el resto de cerveza que me quedaba en la caña y esperando a que ella se tomase la suya.

Con poco cuidado de ser vistos, me acerqué a Sandra y metí mi mano entre los botones del traje buscando su mojada entrepierna, muy mojada diría yo, y le di un pellizco en sus labios mayores, que cómo sabéis, los llevaba al aire.

  • ¡Qué guarra más linda tengo, por dios! Bueno, ¿qué?, ¿nos vamos? le pregunté poniéndome de pie.

  • ¡Sí, anda!, que cómo sigas así, no sé qué puede pasar, ¡anda tira!

Y diciendo aquello de tira, se puso de pie y nos dirigimos hacia nuestra víctima, que intentaríamos que fuese la misma de antes.

Cómo ya eran casi las diez y el centro cerraba en quince minutos, las luces estaban a medio nivel y el gentío era muchísimo menos, tan sólo quedaban algunos despistados deambulando por los largos pasillos, así que mucho más tranquilos que antes entramos en la zapatería.

Cómo la vez anterior, el muchacho estaba sólo detrás del pequeño mostrador, le saludamos al entrar y nos pusimos a mirar algunos zapatos. Tras unos minutos de mirandeo, cogimos dos pares para que Sandra se los probase.

  • Ven, siéntate aquí para probártelos, le dije a Sandra para que se sentara justo enfrente de un gran espejo que había en el último rincón de la tienda y que por casualidad estaba enfrente del mostrador.

De esa forma, el muchacho la podría ver desde atrás y en caso que entrara alguien le daría tiempo a cerrar las piernas.

Al sentarse en aquel asiento tan bajito, tres botones de su falda se abrieron solos, bueno, solos, solos, no, Sandra los ayudó un poquito, pero prácticamente solos. En esa postura se le quedaron fuera prácticamente todos sus regordetes muslos enseñando una buena cantidad de la carne que no tapaban sus medias. Sandra, para calentar un poquito más el ambiente y llamar la atención del muchachete, cruzaba una y otra vez las piernas a lo instinto básico, para que el muchacho pudiera ver bien su chochito totalmente depilado a través del espejo.

Tras medio probarse los dos primeros pares, llamó al zapatero y le pidió otros dos pares más que estaban en la parte alta de la estantería, justo al lado del espejo. Mientras ella se los pedía y el chico los cogía, yo me hice, al igual que la primera vez que lo hicimos en el súper, un poco él marido iluso que miraba por la tienda buscando otros pares para su linda esposa sin enterarse de nada, de esta forma el muchacho no tendría ningún miedo de mirar libremente.

El chico, antes de empinarse para coger los zapatos, cambió la mirada hacia el espejo llevándose una agradable sorpresa. Justo en ese momento, mi pudorosa mujer abrió un poco, (muchísimo), las piernas, dejando ver a través del espejo y con total claridad, la deliciosa raja de su coñito totalmente rasurado. El muchacho, que tardó un siglo en alcanzar los zapatos, ¡estaba temblando!

Cuando se los entregó, sin hablar siquiera, se dio media vuelta y se volvió a su mostrador para mirarla, ahora de forma descarada a través del espejo, oportunidad que Sandra no desaprovechó y pasó su mano por entre sus muslos para llegar hasta su conejo.

Al cabo de un buen rato de calentar al muchachito, me acerqué a Sandra.

  • Creo que de momento, está bien, le dije poniéndome a su lado, pero de cara al espejo para ver, en una sola imagen a mi mujer abierta de piernas y al mirón de turno.

  • ¡Vale!, pues me gustan estos, me dijo Sandra dándome el par de zapatos elegidos y poniéndose de pie para darme un ligero beso en los labios.

Tras todo aquello, que de momento nos había salido de puta madre, nos acercamos a la caja para pagar.

Mientras pagábamos, Sandra, que me estaba dejando helado con su forma de actuar, cogió mi mano y se la metió entre los botones del traje a la altura de sus tetas mientras me daba un morreo de los de película. Cuando el chico lo vio se quedó totalmente sorprendido, no atinaba a hacer nada. Estaba tan nervioso que se equivocó un par de veces al cobrar, me dio mal el ticket de compra, en fin que se puso muy malito.

Aquel chaval, en cuanto pudo se tuvo que hacer una paja impresionante pensando en el muslamen, la raja y las tetas de mi mujer. Y no me lo quiero ni imaginar contándoselo a sus colegas, “Joder tíos, esta tarde ha llegado una guarrilla a la tienda y me ha enseñado el coño de par en par, y luego el pavo que iba con ella le metió manos en las tetas delante de mí, ¡que putón!” . Sólo de pensarlo se me ponía y aún se me pone, la polla como una barra de hierro.

Salimos de la tienda aguantando el tipo, pero en cuanto estuvimos medianamente lejos, nos echamos a reír con ganas por lo que acabamos de hacer hasta que empujándome contra la pared, me dio un beso impresionante.

  • ¡Joder, vida!, ha habido un momento en el que he estado a punto de meterme los dedos y terminar delante del espejo la paja de antes, me dijo Sandra.

  • ¿Y por qué no lo has hecho?, le pregunté.

  • ¡Porqué no lo has hecho!, ¡porqué no lo has hecho!, ¡estás tonto, chaval!, me replicó de forma irónica.

  • ¡Venga!, te invito a una cervecita por ahí, ¿te apetece?, le dije al ver que las luces del centro ya estaban prácticamente apagadas.

  • ¡Pues claro!, lo que no sé qué hacemos aquí todavía.

Tenía más razón que una santa, ¡huy… perdón!, tenía razón, a secas. Lo de santa lo borramos, ¡vale!

Tras aquello salimos al parking y nos pusimos dirección a cobrarme mi segunda parte del premio. ¡Sí, esa parte que aún no conocía Sandra, pero que pronto sabría!

La calentura de Sandra era tan grande en aquel momento que nada más montarse en el coche se metió de nuevo la mano entre las cachas y empezó a tocarse el potorro sin importarle una mierda el que estuviésemos en medio del parking o que alguien pasase por su lado, luego los sacó de su interior y me los volvió a meter en la boca para que se los chupase, cómo digo, importándole un carajo que alguien nos pudiese ver. De todas formas no había por qué preocuparse, era de noche, había poca luz y tampoco hubiese sido fácil que alguien la hubiera visto.

Aquello de que estuviese tan cachonda, me provocaba un problema y gordo. Lo que pronto le quería contar para que ella lo hiciese conmigo, tendría que ser decidido por ella y no por su coño. Tenía que conseguir que se corriera antes de arriesgarme a contárselo y que tuviese la mente fría para decidir, ¿pero cómo lo haría?

Eso me hizo quedarme en silencio durante un buen rato pensando mientras que ella paseaba nuevamente sus manos por el interior de sus muslos de forma casi involuntaria.

Tras un rato de carretera, al llegar a la zona de los pinos me acordé de una noche, no muy lejana, en la que tras estar hasta las tantas en una discoteca de transformistas nos fuimos a una zona apenas habitada y nos hicimos unas pajillas dentro del coche. ¡Eso era lo que necesitaba, justo eso!

  • ¿Adónde vamos?, me preguntó Sandra un tanto extrañada al ver que me desviaba de la carretera.
  • ¡A ver, Sandra!, llevas todo el tiempo tocándote el coño y poniéndome cachondo y así no puedo seguir. ¡Yo también quiero tocarlo!

  • Pues vámonos para casa y allí lo tocas todo lo que quieras, me respondió pasándome por la nariz su perfumado dedo.

  • ¡No, mejor aquí!, le dije parando el coche en una zona más oscura que había entre dos farolas.

En cuanto me quité el cinturón de seguridad, me lancé sobre ella intentando quitarme la espinita que se me quedó cuando me quedé con las ganas de hacérselo aquella mañana de viernes después del paseo en el rastro.

Aquí tengo que decir que el coche, para unas pajas es perfecto, para un polvete rápido en el asiento de atrás, ¡genial!, para que te la chupen, lo mejor, pero para comerse un coño, ¡para comerse un coño, una mierda!

Pero bueno, a lo que iba.

Mientras me clavaba la palanca de cambios en el estómago, el freno de mano en el hígado, inclinaba el culo y la rodilla izquierda de forma extraña para meterlo debajo del volante y encogía la pierna derecha para no reventar el cristal de la ventanilla, mi lengua no paraba de rebuscar y rebuscar hasta encontrar aquel duro interruptor que tenía entre las piernas y que la haría volar en cuanto se lo chupase.

Cuando por fin lo conseguí, y cómo llevaba casi media hora tocándose el coño tras el calentón zapateril, ocurrió lo que tenía que ocurrir. En cuanto conseguí la postura correcta, cosa que me costó lo mío, y lamí quince o veinte veces seguidas aquel hermoso puntito rojo acompañado con un fuerte fregoteo de sus dedos, Sandra se corrió dando fuertes gemidos, y digo fuertes porque, a pesar de tener la música a medio volumen, dentro del coche resonaron sus gritos el doble de lo normal. ¡Menudo corridón acababa de tener mi caliente esposa!

Una vez que se corrió, ya que tenía la postura bastante conseguida, quise seguir, pero ella no me dejó y empujando mi cabeza, cómo hizo la otra vez que se corrió en el coche, se acercó a mi polla queriendo hacerme una mamada.

  • ¡No, porfi!, ahora no. Tengo que mantenerme en condiciones para el fin de fiesta.

  • ¿Fin de fiesta?, ¿a qué te refieres? ¿Es que no has tenido suficiente todavía?, me dijo bajando el nivel de la música que ahora sí que parecía que estaba demasiado alto.

  • ¡Ufff!, esas son muchas preguntas juntas, le contesté queriendo dejar el tema para no tener que contarle nada, de momento.

En aquel momento lo único que tenía claro es que había conseguido bajar el nivel de su excitación hasta por lo menos a la mitad.

  • ¡Venga!, te invito a cenar algo y luego te cuento, le dije cambiando de tema. Fíjate la hora que es y en todo el día sólo nos hemos comido un bote de queso.

Aquel tonto comentario nos hizo reír al recordar la buena mañana que habíamos pasado los dos.

Lo malo de mi plan fue que no me fijé en el reloj. Ya era demasiado tarde, casi las once y media, cómo para ir a algún restaurante decente y comer algo en condiciones, así que sin más remedio nos fuimos a cenar algo rápido a un turco que había en el centro. Favor que le hice a Sandra ya qué a ella le encantan los shawarmas.

Tras comernos el rollo de ¿carne?, convencí a Sandra para tomarnos una copa al puerto con la excusa de querer celebrar mi victoria en el juego. Cosa que ella aceptó a la primera.

Tras un par de vueltas buscando un sitio tranquilito, acabamos en una terracita cubierta. Después de la tercera cerveza y cuando creí que Sandra estaba prácticamente dispuesta a todo pero menos caliente que antes, le solté mi otro setenta y cinco por ciento de la prueba.

  • ¿Te atreverías a ir esta noche al local de intercambios?, le pregunté del tirón

¡Tonterías, las justas, vale!

A Sandra casi se le atragantó la copa de cerveza al escucharme y cómo era de esperar, enseguida empezó a poner excusas más o menos tontas.

  • ¿Estás loco?, no iría a un sitio de esos por nada del mundo, me contestó totalmente indignada.

No era precisamente aquella la respuesta que yo esperaba, pero en fin, como ya sabréis, seguí insistiendo.

Yo sabía que después de las dos corridas de hoy, Sandra estaría prácticamente servida, pero también sabía que ella decía que no por costumbre aunque estuviese loca por hacerme caso. ¡Claro!, ella no lo podía reconocer a la primera, aquello hubiese sido un paso atrás en sus más de veinte años de negativas.

En aquel momento, al ver que sus negaciones no eran del todo firmes y que me dejaban alguna que otra puerta abierta, pensé que Sandra lo que realmente quería era que yo la animase a ir y que la decisión y la responsabilidad de entrar en un local de aquellos fuese mía. ¡Vale!, pensé. ¡Si es lo que quieres, lo haré!

  • Si sólo será entrar, tomarnos una copa y ver el ambiente, no te pido más.

  • ¡Que no!, ¿qué pasa si nos encontramos con alguien conocido?, me respondió para a continuación quedarse en silencio y echarse a reír.

  • ¿Qué pasa?, ¿de qué te ríes?, le pregunté al ver su risa floja.

  • ¡Joder!, pues que no había caído en que si nos encontramos con alguien conocido, estarían en la misma posición que nosotros, ¿no?

Aquel comentario me hizo reír a mí también y me ayudó a que aceptase a entrar en el local, eso sí, después de hablar otro buen rato sobre el tema y tomarnos otras dos cervecitas.

  • ¡Vale!, iremos, pero…
  • ¡Vaya!, ¿ya empezamos con los peros?, le dije cortando su conversación.
  • ¡Déjame hablar, por favor!
  • ¡Vale, venga!, ¡habla!
  • Iremos pero siempre y cuando no esté obligada a hacer nada, sólo iremos a mirar y cuando yo lo diga nos marchamos. Sólo haremos lo que yo quiera hacer, ¿vale?

Y en aquel momento, para demostrarme que realmente estaba dispuesta a entrar en aquel tugurio conmigo, de nuevo abrió sus piernas y me dejó acercar mi mano hasta su húmedo túnel.

Al verla tan decidida y aunque estuviese “obligada” a hacer lo que yo le dijese por haber ganado en el juego, no pude negarme a sus exigencias. Así que tras remojar mis dedos con “eau de chouchó”, pedí un par de cervezas más, más que nada para asegurarme que Sandra estuviese un pelín chispadilla y así perdiese la vergüenza que tanto la limitaba o por lo menos eso creía yo. Aunque viendo lo visto, no sé yo, ¡eh!