Solo era el principio (16) No te pierdas ningún...

Simplemente quiero contar una bonita historia de sexo, pasión y amor. Si os gusta lo que voy escribiendo, seguiré publicando más y más capitulos de esta larga, tórrida e increible historia. Vuestros comentarios e inquietudes a nuestro mail, por favor.

CAPITULO 16

No te pierdas ningún detalle…

SABADO 11 DE OCTUBRE DE 2008 (TARDE) (2ª PARTE)

Nada más coger las cervezas, me llegó algo de inspiración.

  • ¡Muy bien!, ábrete bien el coño y enséñamelo, ¡quiero ver cómo es!

¡Aunque bueno, más que inspiración fue una pamplina! Pedir aquello cuando ya llevaba con el chocho al aire toda la mañana, fue una gilipollez, pero es que fue lo primero que se me ocurrió. Así que queriéndolo mejorar sobre la marcha, seguí hablando mientras pensaba en una segunda opción.

  • Ahora te tumbas en el sofá con las piernas bien abiertas para que yo y la cámara podamos verte.

Creo que aquella segunda petición tuvo algo de mejor pinta.

  • ¿Qué pasa?, ¿qué todavía no sabes cómo es?, me preguntó Sandra.

Pero yo no quería que hablase Sandra, yo quería que me hablase la putita que para eso me estaba costando la pasta.

  • Eres una putita que estás a mis órdenes, ¿verdad?, le pregunté demostrando un poco de malestar.

  • ¡Sí, claro!

  • Pues entonces haz lo que yo te diga y ya está, ¿vale?

Y como si de un robot se tratara, siguió mis órdenes al pie de letra.

Al verla completamente abierta frente a la cámara no pude aguantarme. Me acerqué a ella y empecé a chupetear cada trozo de su piel desde sus labios, cuellos, orejas, sobacos, pezones, ombligo hasta llegar a la zona que tanto y tanto apreciaba.

Después de saborear cada poro de su piel, me puse de rodillas en el sofá para llegar con mi boca hasta su entrepierna. Y sin darle ni un segundo más de tregua metí mi lengua entre los pliegues de su coño empezando, primero a besuquearlo y a separarle los labios con mi dedo bien mojado de saliva, para luego acariciar su clítoris con mi lengua cada vez más y más rápido con la idea de llenarlo de saliva y que estuviera bien suave para lo que le esperaba. Tenía que hacerlo muy bien, ¡aún era joven para morir!

Tras un par de minutos de dulces lamidas, por unos segundos separé mi cara para mirar cómo iba quedando mi obra. ¡Perfecto!, seguía cachonda cómo una burra e incluso el sofá estaba mucho más mojado que antes.

Un fuerte temblor parecido a un terremoto recorrió el cuerpo de Sandra cuando notó que mi cara volvía a colocarse entre sus piernas para seguir bebiendo del pilón. Aquel gesto hizo que se abriese un poco más de piernas para facilitarme el trabajo de chupeteo de bajos.

  • ¡Cari!, si te pones ahí, en la pantalla sólo se ve tu espalda y a mi abierta de piernas pero no se ve que estás haciendo, sólo se intuye, me dijo Sandra señalando a la tele y dejando su papel de zorra por unos segundos.

¡Tenía razón!, tenía que cambiar de táctica para que la cámara no se perdiera detalle. Así que modificando la postura y sentándome en el suelo entre sus piernas pero sin ponerme en medio de la cámara, le metí dos dedos de una vez dentro de su coño. Sandra al sentir cómo entraban sin llamar, lanzó un suave gemido demostrando que aquello sí le gustaba.

Estuve metiéndole los dedos hasta el fondo durante un buen rato hasta que por orden de la actriz tuve que parar.

  • ¡Oye tú!, cómo sigas así me corro. ¡Tú sabrás lo que quieres!, me dijo retomando el papel de guarra que ella misma se había impuesto.
  • ¡Por mí puedes seguir, pero veo un desperdicio que tires el dinero así!

Automáticamente paré, aquello me pareció muy pronto. Había que alargarlo de alguna manera.

  • ¡Espera un momento que ahora vuelvo!
  • ¿Adónde vas?, me preguntó un poco contrariada.

  • ¡A por un par de amigos que me echen una mano!, le respondí mientras me ponía en pie.

  • ¡Pues no tardes, porfi!

  • ¡Y que sean jovencitos, por favor!, me dijo a voces mientras yo desaparecía por el pasillo.

Con la idea de hacer la peli un poco más larga me fui a buscar a varios de mis mejores y más jóvenes amigos.

Tal cómo llegué me volví a sentar cómo antes y empecé a meterle uno de los consoladores, (¡Sí, consoladores, he dicho!, ¿qué os creíais? ¡Ya quisiera yo haber tenido un par de colegas dentro del armario!).

Sandra, dejándome de nuevo de piedra, me hizo una sugerencia que jamás hubiese pensado que podría salir de su boca.

  • ¡Si quieres dame a tu amiguito el grandullón y me grabas jugando con él!, ¿quieres?

¿Quieres?, ¿me había preguntado, “quieres”? ¡Pues claro que quería!, ¿cómo no iba a querer grabarla jugando con mis tiestos?

Y sin perder tiempo le acerqué a mi amiguito el grandullón como ella lo había llamado, que no era otro que el inmenso cipote de goma que antes jamás había querido.

Aquel amiguete era cómo un reto para Sandra, era el primero que entró en casa, por lo tanto el más vejete, pero que casi nunca había logrado meter en su coño. Era color piel con las venas totalmente marcadas y con las dimensiones de una barra de salchichón de las grandes. Pero con lo del otro día con mi puño dentro de su coño, seguro, seguro que hoy entraba con total tranquilidad.

En cuanto lo tuvo en las manos lo miró con cara de sorpresa, se levantó del sofá y lo colocó en la raja que quedaba entre los dos cojines de forma que quedaba de pie y a su entera voluntad. Intuyendo lo que se proponía, cogí de nuevo la cámara y me dispuse a grabarla.

Poniéndose de rodillas en el sofá y de espaldas enseñándome el culito, dejó a la altura de su abierta raja el inmenso cipote.

  • ¡Así!, ¡muy bien! Échate hacia delante para enseñar ese culo de zorra que tienes, ¡pedazo de puta!

Ella me hizo caso pero volviendo la cara me echó una mirada de pocos amigos. ¿Qué es lo que le había molestado?, ¿qué la llamase puta? ¡Bueno!, ¡a lo mejor me pasé un poquillo!, pero ¿qué le vamos a hacer?

Ignorando su cara de mala hostia, me puse detrás de ella acercando la cámara todo lo que pude viendo cómo empezaba a bajar el culo. Y poniendo la raja de su conejo justo dónde el cipote tenía su enorme capullo, lo bajó con fuerza para metérselo entero de una sola vez. A pesar de que aquello le tuvo que producir un tremendo dolor, lo único que escuché fue un hondo gemido que me sonó más a placer que a calvario.

Una vez que estuvo bien situada y que el cipote le estaba tocando el alma, empezó a subir y bajar lentamente. Pero justo en ese momento se produjo un inconveniente, el consolador no se quedaba fijo entre los dos cojines. Sin pensarlo dos veces, metí mi mano y agarré el vibrador por la base para que pudiese seguir con lo que estaba haciendo sin problemas. Sandra al darse cuenta de mi movimiento, directamente comenzó a follarse al sofá de la misma forma que un día de hace muchos años se folló la palanca de cambios del coche.

Aquel continuo sube y baja enseguida consiguió hacerla gemir de gusto. La cámara grababa cómo se lo sacaba lentamente para luego, con un rápido movimiento de su culo, volvérselo a meter hasta el fondo para hacerlo desaparecer entre medio de sus cachas. Yo mientras grababa, cómo una de mis manos sujetaba la cámara y la otra agarraba el cacho de plástico, queriendo darle más placer del que pudiera soportar, acerqué mi cara hasta la raja de su culo para sacar la lengua y empezar a lamer su lado oscuro. Aquel lado oscuro que tantas y tantas alegrías me había dado en las últimas semanas.

  • Espera un momento, tengo que darme la vuelta. ¡Así me duelen las rodillas!, dijo Sandra descabalgándose de su particular montura y poniéndose de pie.

¡Si ya lo sabía yo!, si ella nunca había querido en el sofá por eso mismo.

  • ¡Venga!, siéntate, nos fumamos un cigarrito y ahora seguimos, ¿te parece?
  • ¡Me parece!, contestó ella cogiendo la pitillera y sentándose nuevamente en el sofá.

Mientras tanto yo aproveché para ir al baño y pensar en cómo darle una vuelta de tuerca a la grabación.

Estaba meando, sentado en la taza cómo a mí me gusta, cuando de repente me vino a la memoria una nueva barbaridad. El bate de béisbol que tenía en la puerta de casa cómo medida anti cacos, ¿serviría?, ¿le gustaría? ¡Quizás luego lo intentaría!, de momento iba a seguir con los consoladores usando la misma técnica del otro día, es decir ir ensanchando la zona poco a poco y luego ya vería.

En cuanto llegué de nuevo al salón cogí el mando a distancia y me senté delante de ella.

  • ¡Toma!, ¡que yo se que tu eres más lista que yo para estas cosas!, le dije mientras le entregaba a Sandra el mando a distancia.

He de recordaros que ella siempre es y había sido bastante más técnica que yo y que yo siempre he y había sido bastante torpe con la tecnología aunque me dedique a ella.

Ella no contestó, simplemente lo cogió y con una sonrisa de satisfacción le dio al botón de grabar. Automáticamente, la cámara comenzó a funcionar para dejar constancia de nuestras locuras. En cuanto me volví a posicionar, sin perder más tiempo empecé a meterle los consoladores, primero el rosa y luego el negro haciendo que su coñito se fuese abriendo poco a poco y habituándose a cualquier cosa que luego me apeteciese meter. Según los iba sacando, mientras metía el siguiente, el anterior lo llevaba a su boca para que lo dejara bien reluciente y preparado para cualquier cosa.

Ahora Sandra no decía nada, estaba con la cabeza apoyada en el sofá disfrutando de mis locuras. ¡Qué bonita estaba!, desnuda, con el cuerpo un poco sudoroso y la respiración bastante excitada. Sus pezones eran cómo pequeñas piedras preciosas y los labios de su coño estaban tremendamente hinchados por culpa de mis sobeteos. Pero lo que más me gustaba de aquella situación era, sin duda, su silencio, a nada de lo que yo hacía, decía nada. Aquello daba la razón a aquel dicho “El que calla, otorga”. Y a mí me estaba otorgando todos los placeres con aquel silencio.

Pero todavía tenía a mí otro amigo, “el grandullón, que me serviría para abrir un poco más su gruta antes de pasar al plan B, el bate de beisbol.

Así, despatarrada cómo estaba y con los ojos cerrados, cogí el bote de lubricante y le eché una buena cantidad sobre su coño y otra buena cantidad sobre el inmenso cipote lleno de venas que dentro de poco estaría tocándole las entrañas. Al igual que el otro día, no quería, ni mucho menos, hacerle el más mínimo daño así que iría introduciéndoselo poco a poco con todo el cuidado del mundo. Pero cuál fue mi asombro cuando abrió los ojos, vio lo que me proponía y con qué y dejándome totalmente confuso me lo quitó de las manos y ella misma se lo fue metiendo abriéndose, si era posible, un poco más de piernas. Ella, sin poder aguantarlo más, comenzó a gemir y a menearse, disfrutando cómo una loca de la paja que se estaba haciendo.

En ese momento me eché a un lado, cogí el mando a distancia y tras rebuscar entre las ocho teclas cual era la correcta, hice un zoom para que en la pantalla saliese en primer plano el pajote que se estaba haciendo.

  • ¡Sigue, putón! ¡Eres la zorra más guara que jamás ha existido!, la animaba mientras ella se pajeaba.

Al verla con tantas ganas, cogí su otra mano y se la llevé hasta su clítoris. No tuve que decir nada, Sandra sabía perfectamente lo que yo quería. Quería que se rascara la pipa mientras que aquel nervudo miembro entraba y salía de su almeja para que la cámara de video pudiese grabar todos sus movimientos, cosa que hizo sin poner ni el más mínimo impedimento.

Y ocurrió lo que tenía que ocurrir, a los pocos segundos de tenerlo dentro y de estar dándose una gran paliza en la pipa del coño, empezó a correrse cómo si estuviese fuera de sí dejándome totalmente fascinado por haber sido capaz de metérselo hasta el fondo.

  • ¿Has visto qué cerda soy?, ¡soy tu puta!
  • ¡Me corro, vida!, ¡mira cómo me corro!

Tras varios espasmos producidos por los restos de aquella gran corrida, apartó la mano de su entrepierna y sin sacarse aquel zoquete se quedó quieta ante mi atenta y boba mirada de alucinado.

No quise molestarla con mis palabras en ese momento. Sabía perfectamente que insistir en ese íntimo instante hubiera sido cortarle el punto de descanso de su corrida, así que sólo me atreví a encender un par de cigarros, darle uno de ellos a Sandra y dejar que la cámara siguiese grabando aquel momento tan especial.

Pero en cuanto apagué el cigarro, cómo era de esperar volví al ataque con la idea de repetir algunas de las cosas que hicimos el día de la pizza, pero ahora queriendo dejarlas grabadas para la posteridad.

  • Si ha entrado ese monstruo de plástico en tu coño, podrán entrar otro millón de cosas, ¿no?

  • ¡No, cari, no puedo más!, sabes que soy de una sola corrida, ¡no seas cabrito!

  • ¿Y lo que dijiste el otro día con el perro, qué?, pensé recordando cómo le pedía al chucho que la siguiese chupando para tener una segunda corrida sin tan siquiera haber descansado de la primera.

  • ¡No, cari, no puedo!, aquello fue sólo un calentón por lo bien que me lo estaba haciendo el perro, me dijo ella intentando rechazar mi propuesta de seguir.

Pero yo creo que Sandra no había entendido mis palabras, así que para hacérselas un poco más claras seguí dándole explicaciones.

  • ¡Vamos a ver, guarrilla! Si mal no recuerdo, eres mi puta, ¿verdad? Y por lo que me has dicho antes, una puta bastante cara, así que si quieres cobrar tendrás que hacer lo que yo quiera, le dije de forma irónica.

  • Y si no, en vez de la puta matar al mal follador, el buen follador puede cargarse a la puta, ¿no crees?, le contesté recordando sus palabras del principio.

Aquellas palabras tuvieron mejor resultado del que yo esperaba ya que otra vez, con mala cara pero sin rechistar, apoyó la espalda en el sofá y recogió sus piernas a la espera de que su coño fuese invadido por cualquier cosa que pasase por mi imaginación, que no era poca en aquel momento.

Aquella postura hizo unir el hambre con las ganas de comer, ¡a mí que no me hacía falta mucho impulso para pegar un salto mortal, al verla así no me corté ni un pelo y me tiré a la piscina dando un doble tirabuzón! Quería disfrutar de esa situación y además tenía que amortizar mis doscientos euros de cualquier forma, ¡tenía que dejar inmortalizado aquel momento fuese cómo fuese! Así que con las ideas medio claras y tras encender un nuevo cigarrito y dárselo a Sandra junto con una cerveza bien fría para que se refrescara el gaznate, sin darle explicaciones me fui corriendo a hacer una rápida excursión por la casa a buscar algunos posibles visitantes para su cueva.

  • ¡Fúmate el cigarrito tranquila mientras que yo vengo!

  • ¿Adónde vas otra vez?, me preguntó un tanto extrañada.

  • ¡Tú fuma y espérame ahí!, le dije sin querer dar más explicaciones.

Sandra, lejos de enfadarse, se abrió de piernas y me enseñó su enrojecido conejito.

  • ¿Y por qué no me lo comes y ya está?, me dijo haciendo un intento por qué me quedara a mi lado.

Yo creo que Sandra tuvo miedo a lo que yo pudiese hacer en aquel momento.

  • Cómo diría mi buen amigo Jack el destripador, ¡vamos por partes!, ¡vale!, le dije desapareciendo por la puerta del pasillo.

En menos de dos minutos ya estaba yo de vuelta con una caja de zapatos llena de extraños útiles de trabajo. Le di un trago a mi cerveza y sentándome en el suelo me dispuse a utilizar todas aquellas cosas que había cogido en mi corto viaje.

  • ¿Qué traes ahí?, me preguntó al ver aquella caja llena de misterio.
  • ¡Cosas mías!, le respondí escondiéndola para que no viese más de la cuenta.

Y sin darle más explicaciones puse manos a la obra para probar uno a uno todos los cachivaches que había recogido de la nevera, el salón, el dormitorio, en fin, de casi toda la casa.

  • ¡Ahora relájate que tengo ganas de jugar con tu coñito!, le dije dejándole claras parte de mis intenciones.

  • ¡Joder!, ¡pues cómo sigas así me lo vas a dejar para el arrastre!

  • ¡Si quieres, lo dejo y ya está!

  • ¡No!, ¡no!, ¡haz lo que tengas que hacer y ya está!, me contestó totalmente derrotada a mis exigencias. ¡Pero ten cuidaito, vida!, no vaya a pasar cómo el día que me arañé yo solita y después no podía ponerme ni bragas ya que si me rozaban el coño se me saltaban las lágrimas.

  • ¡No te preocupes y disfruta!, fue lo último que le dije antes de sacar el primer regalito de mi caja de cartón.

Así que mientras que ella bebía tranquilamente y se fumaba otro cigarrito, la cámara, cómo único testigo grabó el cómo yo revisaba la profundidad de su coño primero con un plátano, luego, de nuevo con el cuello de una botella pero esta vez de vino tinto Rioja Crianza, (¡nivelazo!), tres zanahorias bastante gorditas de una vez, mi mano hasta los nudillos otra vez más y por último, el invitado estrella, el bate de béisbol, notando cómo poco a poco iba  subiendo la excitación de Sandra con cada uno de aquellos inventos del demonio.

  • ¡Veo que este te gusta más que cualquier otro!, le comenté al ver como aquel trozo de madera había conseguido hacerla gemir de nuevo.

  • ¡Pues sí!, cómo es tan largo y tan suavecito, da un gusto que no veas.

Al escuchar sus palabras me puse tan nervioso que empecé a moverlo de forma violenta.

  • ¡Cuidado!, más despacio que me vas a destrozar el coño, ¡cariñito!, me dijo entonando toda su mala leche en el “cariñito”.

  • ¿Qué pasa?, ¿qué una puta cómo tú no tiene acostumbrado el coño a estas cosas, o qué?

Por toda respuesta tuve una mirada muy, pero que muy incómoda.

Y sin hacerle mucho caso pero bajando un poco el ritmo, continúe bombeando mientras que me estiraba un poco para dejar mi cara entre sus tetas y chupárselas mientras que me follaba aquel babeante chochito. Ella mientras tanto acariciaba mi pelo demostrándome que la bajada de velocidad en mis empujones había servido de algo.

  • ¡Hostias, cabrón!, ¡como me gusta este invento! ¡Déjame a mí y verás cómo me corro otra vez!

Y para corroborar sus palabras empujó mis manos para quitármelas y que ella pudiese cogerlo y ella misma se empezase a follar ante mis ojos. Era verdad, ¡aquel inventó sí que le gustó! Y digo que le gustó porque aquel cacho de madera, de más o menos el mismo tamaño que el consolador de antes pero tres veces más largo, fue el que consiguió que se volviese a correr aquella tarde por segunda vez. En pocos segundos su coño empezó a desbordar líquidos que resbalaban por todo lo largo del palo y que hacían que chapotease en cada embestida gimiendo cómo una loca mientras que yo hacía de espectador boquiabierto, mirando cómo entraba y salía de su interior aquel inmenso bate de beisbol. En aquel momento me olvidé de Sandra y me la imagine cómo la mayor de las zorras queriendo dar el máximo de gusto a su cliente, ¡era impresionante verla follarse con aquella estaca de madera!, ¡cuánta rentabilidad le estaba sacando a mi cámara!

Cuando por fin se sacó el bate y escuchamos el “pop”, pudimos ver, la cámara y yo, que tenía el coño más grande, rojo, húmedo y abierto que jamás había visto. Y no era de extrañar, nos habíamos tirado casi una hora sacando y metiendo objetos de todo tipo al cual más grande. Y lo mejor de todo, que Sandra, aparte de pedirme que bajara el ritmo, no se había quejado ni una sola vez, todo lo contrario, lo había disfrutado cómo una enana. Eso sí, todo bien regado con bastante lubricante y mucha cerveza. ¡Por cierto, con una lata de cerveza no lo había probado!, ¡bueno, ya habrá tiempo en el futuro!

Con lo bien que lo habíamos pasado, me daba un poco de pena dar por terminada aquella sesión de tarde sin tan siquiera haberme corrido, pero no me importó mucho, había inmortalizado todo y podría verlo cuando me apeteciera. Habían sido, sin duda, los mejores doscientos cincuenta euros que nadie se hubiese gastado en “PUTAS”.

Mientras que medio recogí aquel mercadillo de verduras que había montado en el salón, Sandra se quedó tumbada en el sofá con las piernas y el coño totalmente abiertos, yo creo que intentando refrescárselo. Estoy casi seguro de que si en aquel momento le hubiese echado un chorro de agua fría sobre su chochete, hubiera soltado humo cómo un radiador de coche recalentado. ¡Cómo lo tenía, dios!

Su cara era de cansancio, no era para menos, pero su amplia sonrisa de felicidad me demostraba que lo había pasado bien, así que sin querer molestar su descanso me arrodillé frente a ella y puse mi cabeza en su estómago mientras acariciaba suavemente sus muslos. Estuvimos así un buen rato, sin hablar siquiera, intentando que Sandra se recuperase cuanto antes, entre otras cosas porque, como ya he dicho antes, ella se había corrido dos veces pero yo no había tenido suerte aún.

Cuando hubo pasado un buen rato, dos cigarros, otra cerveza y mi cuerpo de estar sobre el mármol ya empezaba a quedarse frío, le pregunté lo que tenía por costumbre preguntarle.

  • ¿Te ha gustado?

  • ¡No ha estado malamente del todo!, me dijo con aquel tono sarcástico de siempre.

  • ¡Venga tonta, dime la verdad!, le volví a preguntar.

  • ¡He disfrutado cómo una loca, vida!, ¡te quiero!, terminó diciéndome a la vez que me daba un suave beso en la mano que estaba sobre su pecho.

  • ¡Yo también lo he pasado muy bien!, continúe diciéndole.

  • Eres la mujer con la que siempre había soñado. Me gusta verte dispuesta a probar cosas nuevas, sexo diferente, distinto.Por perverso que sea lo que te pido, me sigues el juego.

Su respuesta me dejó totalmente perplejo. Juro que no era la que esperaba, pero debo decir que esta respuesta me gustó muchísimo más que cualquier otra.

  • ¡No me importa ser viciosa contigo!, no hacemos nada malo. Me gusta ser tu zorrita, sólo disfrutamos del sexo, ¿verdad?

Mientras tanto, la cámara seguía grabando toda nuestra conversación. Lo sé porque justo en aquel momento empezó a pitar avisando que la cinta estaba llegando a su fin.

Y sin dejarme responder pero mirando fijamente a la cámara, me volvió a hacer otra pregunta.

  • ¡Oye Leandro!, me gustaría saber una cosa.

  • ¿Qué?, le respondí con otra pregunta.

  • ¿Lo hemos grabado todo en vídeo, verdad?

  • Si no me han engañado los del servicio técnico y la cámara funciona bien, ¡sí!, le respondí.
  • ¿Y para qué lo quieres?

¿Cómo que para que lo quiero?, para luego matarme a pajas cuando lo vea, pensé. Pero no me atreví a decírselo por no ser más guarro de la cuenta.

  • ¿No sé?, porque me gusta tenerte grabada.
  • Además, a partir de ahora y para amortizar la cámara tendrás que grabarte de vez en cuando cómo me prometiste, ¿no?
  • Y si quieres, seguí hablando, veremos luego las cintas para calentarnos y echar unos buenos polvetes.Y si me das tu permiso, igual las vendo o las cuelgo en Internet.

  • ¡Venga, no digas tonterías! , me dijo poniendo cara de enfado fingido y con voz de niña mala.

  • ¡Bueno, ya veremos!, le terminé diciendo. Venderlo no, pero lo de Internet ya veremos.

  • Pues si esa es tu idea, déjame grabarte a ti para que yo también pueda hacer lo mismo, así estaremos en igualdad de condiciones.

  • ¡Vale!, te dejaré que me grabes, ¡guarrona!

En ese momento le demostré lo fácil de convencer que era yo para ciertas cosas.

  • ¿Qué hago?

  • ¿No sé?, sabes que mi imaginación no es muy grande y la poca que tenía la he gastado esta tarde.

  • Pero algo sí que podrás hacer, ¿no?, le dije con la clara intención de que fuese ella nuevamente la que llevase la batuta.

  • ¿No sé?, ¡ya se me ocurrirá algo!

  • ¡Vale!, pero antes tendrás que cambiar la cinta, que esa ya se ha acabado.

Y sin pensárselo se levantó del sofá, cambió la cinta y cogió la cámara trayéndosela con ella, ¿qué pretendía?

En cuanto estuvo lista, de nuevo me volvió a sorprender.

  • ¿Quieres que me grabe mientras te como la polla?, me preguntó Sandra pero enfocando la cámara hacia su cara cómo intentando que aquella sugerencia quedase grabada de por vida.

Aquello, aparte de querer tenerlo en video, tenía que ser una pregunta retórica porque respuesta no cabía. ¿Qué iba a decir?, ¿qué no? ¿Estamos locos o qué?

  • ¡Vale!, dije “to contento” y dejándome caer en el sofá como si me hubiese caído de un quinto piso.

Al escuchar mi aceptación, Sandra se acercó a mí y sin dejar de grabar, empezó a comerme la orejita echándome su caliente aliento en mi cuello. ¡Cuando se ponía, se ponía, la mamona!

A continuación empezó a bajar su mano por mi pecho rozándome uno de mis pezones y deslizándose por mí estomago hasta llegar al ombligo mientras que su otra mano guiaba a la cámara con extrema maestría. Tras meter su dedito de la forma más sensual que supo en mi “rin rin” (ombligo), siguió bajando hasta mi entrepierna pero sin llegar a tocarme el rabo. ¡Joder!, aquel roce por el interior de mis muslos hizo que mi polla se endureciese al máximo levantándose como un militar cuando escucha el himno nacional.

Pero si aquello hizo que me pusiese en situación de revista, otra alarma sonó en mi rabo cuando noté como sus manos masajeaban mis huevos que se pusieron duros como piedras al contacto de sus hábiles dedos y que se esforzaban por darme todo el placer del mundo. ¡Joder, me iba a correr de gusto y todavía no me había tocado la polla!

Y más complicado se me puso el seguir cuando, dando suaves tirones a mis pelotas, se me volvió a acercar a la oreja y me dio un pequeño pero fuerte mordisco en el lóbulo consiguiendo que perdiese todos los papeles.

¡Ahora sí! Ahora por fin sentí cómo su mano me agarraba el nabo y cómo escurría hacia atrás el pellejo que ocultaba a mi adorado capullo. ¡Ahora sí!, ahora ya sólo quedaba que se la metiese en la boca.

Y a la espera de sus labios estaba cuando su mano volvió a soltar mi empinado tarugo para seguir jugando con mis pelotillas.

  • ¡Esto está demasiado caliente, cariño!, me dijo dándome un soberano apretón de huevos.

Y sin decir nada más, pero dejándome sin habla, se fue hacia la cocina llevándose la cámara.

En el silencio de la casa escuché como abría la nevera y tras un ratito, la volvía a cerrar. Yo no tenía muy claro lo que ella pretendía hacer pero estaba verdaderamente impaciente de que empezara a hacerlo. En eso estaba cuando la vi aparecer de nuevo revelándome cuáles eran sus intenciones.

  • ¡Vamos a enfriar un poco la zona!, me dijo tarareando y mostrándome un cuenco con dos piedras de hielo.
  • ¿Estás segura de ello?, le dije un poco mosqueado al pensar para qué podrían servir aquellos dos cubitos.

  • ¡Estoy segurísima!, respondió Sandra soltando una agradable pero maquiavélica sonrisa.

Y sin más, cogió uno de los hielos y se lo acercó a los labios para chuparlo mientras que la cámara era testigo de su fechoría.

A continuación me agarró el ciruelo y, con el hielo entre sus dientes, comenzó a recorrer todo el tronco de mi rabo con la fría nieve.  En ese momento no sabría definir que sentí, frío, calor, no tengo ni idea, lo que sí está claro es que me lo pasé de puta madre sintiendo cómo aquel trozo de escarcha se derretía con mi calor y me chorreaba de fría agua los huevos que cada vez estaban más encogidos por el bajón de temperatura.

  • ¡Joder, vida!, ¡menos mal que no sabías que hacer!, exclamé realmente maravillado por sus dotes cinematográficas.

  • ¿Te gusta de verdad?, ¡pues eso no es nada para lo que viene ahora!, dijo soltando el hielo de nuevo en el cuenco para volver a metérselo en la boca una vez que terminó de hablar.

Y tal como lo dijo, lo hizo. ¡Se metió mi polla en la boca y empezó a chupármela!

Cuando mi rabo notó el contraste de su caliente boca mezclada con la frialdad del hielo pensé que me iba a desmayar. ¡Aquello era lo mejor del mundo! Incluso tuve que empujar el culo hacia dentro para no correrme de gusto. Es más, si me llego a correr en aquel momento seguro que en vez de lluvia hubiese sido granizo, ¡fijo! Aquello que me estaba haciendo era tan bueno que hasta debía ser ilegal, pero sí lo era, pues nada, otra regla que nos saltábamos.

Mientras tanto, Sandra seguía chupa que te chupa con mi polla atrapada en su boca. De vez en cuando la sacaba, atrapando el cubito entre los labios y de nuevo lo deslizaba por todo lo largo del tronco para a continuación volver a metérsela en la boca, jugueteando con su lengua con mi afortunado rabo y el cada vez más derretido hielo. Estaba claro que yo, con el descomunal calentón que llevaba encima, a pesar del hielo no iba a aguantar mucho más.

  • ¡Cari!, para un poco, por favor, le dije entre suspiros a mi fría esposa.
  • ¿No te gusta lo que estoy haciendo?, me preguntó ella repitiendo la misma escena de antes, dejar el cubito de hielo en el cuenco.
  • ¡Me gusta tanto que si no paras me corro!, le dije dejando bien claro cuál sería el fin si no paraba cuanto antes.

  • ¡Ah, no!, ¡entonces paro! Yo quiero gastar una cinta entera igual que tú, me dijo ella enseñándome el visor de la cámara para demostrarme que sólo habían pasado diez minutos de la segunda cinta.

En aquel momento no me reí por que iba a quedar feo, pero enseguida pensé que a ese ritmo ni loco iba yo a aguantar los ochenta minutos que aún quedaban de grabación.

  • ¡Pues piensa en otra cosa porque a este ritmo, difícil!

Aquello hizo que Sandra se pusiese de pie, se fuese hacia la terraza y cogiese otras dos cervezas.

  • ¡Ya sé cómo seguir!, me dijo señalando al tanga que se había quitado hace un rato.

  • ¡Póntelo y ponte a cuatro patas en el suelo!

  • ¡No jodas!, otra vez mariconeos no, ¡por favor!, le contesté al pensar que quería repetir lo de la noche del juego.

  • ¡Vamos a ver, muchacho!, yo hago lo que tú quieres, así que yo también me lo merezco, ¿no crees?

Y claro, mi polla que estaba cómo una botella de coñac con hielo, contestó por mí. Pero no lo hizo con palabras, lo hizo con gestos. Me agaché a coger el tanga, me lo puse intentando colocarme el rabo dentro cómo pude y automáticamente me obligó a ponerme a cuatro patas encima de dos cojines.

  • ¡Muy bien, cariño! Ahora voy a jugar con los consoladores en tu culo.

¡Joder!, ¿otra vez? ¡Últimamente mi culo esta a la orden del día!, me dije a mi mismo pero aceptando mi postura de sumiso. ¡Que sí!, que me gustaba muchísimo, pero es que con tanto follarme el culo mis andares estaban cambiando, iba con las piernas abiertas cómo un vaquero del oeste, ¡y ya se me notaba, cojones!

Al igual que hice yo al principio, dejando la cámara sobre la mesa grabando sola y cogiendo uno de los consoladores más pequeños, el rosa para ser exactos, empezó a rozarlo suavemente y a empujar sobre el agujero de mi culo. La verdad es que la punta entró bastante fácil, se notaba que sus trabajitos de los días pasados habían surtido efecto.

Al estar a cuatro patas no podía ver nada de lo que me hacía, pero enseguida me acordé de que todo estaba saliendo por la pantalla grande, así que cambiando un poco mi postura, empecé a ver la película porno que estaban poniendo. Aluciné en colores cuando vi a Sandra cómo se metía la parte de atrás del consolador en la boca y me empezaba a follar moviendo su cabeza, cómo si me estuviese haciendo una estupenda mamada mientras que su mano me sobaba suavemente los huevos y el cipote. (¡Que afición le había cogido aquella mujer a metérselo todo en la boca!)

Yo no quitaba ojo de la tele para poder verlo todo en primera fila.

  • ¡Ahora a lo mejor incluso te cabe el negro! ¿Lo probamos?, ¿quieres?

No hablé, sólo solté un gemido de gusto, cosa que le dio a entender perfectamente a Sandra que podía hacer con mi culo lo que le viniese en ganas.

Aquel rabo negro, que conocí en mi interior el día que leí la conversación de Sandra con Hulk, era perfecto para darme gusto. Debo admitir que servía para cualquier cosa, para su coño, su culo, el mío, lo que hiciera falta, era un multiusos. Además la idea de dejar grabado cómo entraba y salía de mi interior me ponía más cachondo aún. (Sí, ya sé que lo tenía grabado de cuando me hice la paja, pero que queréis que os diga, no es lo mismo hacértelo tú mismo que, cómo en aquel momento, te lo hiciese tu mujer, ¡así era mucho más cómodo y la verdad es que me estaba dando un gustazo del demonio!)

Y tras un par de intentos por hacer que aquel monstruito entrase a formar parte de mis entresijos mientras que su mano meneaba mi rabo de forma desmesurada, escuché la voz de Sandra regalándome una nueva sorpresa aquella tarde.

  • ¡Esto no estaba incluido en los cincuenta euros!, ¡esto me lo tendrás que pagar como un extra!, me dijo Sandra retomando nuevamente el papel de putita.

Aquel nuevo giro que Sandra daba a sus virtudes cinéfilas, me encantó. Me gustó tanto que quise seguirle la corriente.

  • ¿Después de haberte corrido dos veces me vas a decir que también quieres cobrar más?, ¡puta!

  • ¡Si quieres tratarme cómo una puta, eso es lo que hay!, me dijo dejando de menear mi rabo pero sin parar de empujar el consolador en el agujero de mi culo.

  • ¿Y si te pago que gano yo?, le pregunté mientras que la jodía zorra continuaba empujando la cabeza del consolador contra mi estrecho culito.

En ese momento pegó un fuerte empujón con el consolador que hizo que el pequeño capullito desapareciese para entrar dentro de mí.

  • ¡Te follaré el culo que sé que te encanta!, me dijo poniendo el vibrador al máximo pero sin moverlo.

Al sentir el movimiento en mi interior me tuve que dejar caer hacia delante para poder aguantar aquel inmenso placer.

  • ¿Y si te pago más me dejarás que te folle ese gran culo de puta que tienes?, le dije entre pequeños gemidos de placer.
  • ¡Pues claro que sí!, ¡cómo buena puta que soy, por dinero me dejo hacer de todo!

¡Joder!, si lo que me estaba haciendo era de lo mejorcito que me habían hecho en la vida, escucharla hablar así y además dejándolo grabado, era inmejorable. ¿Qué habría hecho yo para tener tanta suerte?

Tras escuchar aquella última insinuación me quedé en silencio disfrutando de tan particular momento.

  • Antes me has dicho que vas a colgar el video en internet, ¿verdad?, me preguntó Sandra mientras que los movimientos de su mano seguían de forma constante contra mi culo.

No contesté, mi cabeza lo hizo por mí de forma afirmativa.

  • Te pone cachondo que los tíos se pajeen viendo mi coño bien abierto, ¿verdad?

  • ¡Sí!, logré decir entre espasmos de placer. ¡Eres una guarra y me encanta que los demás lo sepan!

  • ¡Exacto!, una guarra a la que le encanta poner bien duros los rabos de los tíos, terminó diciendo justo en el momento que notaba cómo mi culo se abría un poco más por el efecto del vibrador y sus impulsos sobre mí.

  • ¡Pero qué zorra eres!, dije al borde de un ataque de nervios.

  • ¡Sí!, ¡soy una zorra, una puta!, ¡tu puta!, dijo gritando en el instante que casi todo el rabo negro estaba dentro de mí y ella empezaba a follarme de una forma atroz pero extraordinaria.

Aquello me crispó los nervios y no pude aguantarme más.

  • ¡Vamos, zorra, me quiero correr! Agárrame el rabo y hazme una paja mientras me follas, le dije usando el mismo nivel que el suyo, es decir, a voces.

  • ¿Quieres correrte ya, verdad?, me dijo echando mano a mis pelotas para retorcérmelas.

Sus fuertes palabras y su apretón de huevos en vez de conseguir que me relajase un poco, hicieron el efecto contrario.

  • Y seguro que querrás que me beba tu leche, ¿a que sí?

Mientras que Sandra movía sus dos manos, una en mi culo y otra en mis huevos clavando sus uñas, mis ojos seguían clavados en la pantalla viendo cómo lo hacía. ¡Estaba irreconocible!

  • ¿Pues sabes qué?… ¡que ahora mismo estoy tan cachonda que voy a darte ese gusto!, terminó diciendo soltando mis doloridas pelotas y agarrándome el manubrio con la misma fuerza que en ese momento me follaba el culo.

De rodillas cómo estaba y sujeta al consolador para no caerse, agarrada a mí dura y emocionada polla a punto de reventar a chorros comenzó a meneármela de forma que su mano me rozaba el capullo hinchado una y otra vez.

  • ¿Te gustaría ver cómo me trago la corrida de otro tío cómo si yo fuese una simple puta?, me dijo, yo creo que rematando la faena.

Aquel intenso manoseo unido a sus poéticas palabras me hizo cerrar los ojos y respirar hondo durante un segundo en señal de aceptación a su sugerencia.

Y cuando a punto estaba de soltar todo lo que mis huevos contenían, escuché la voz de Sandra.

  • ¿Sabes qué?…, me dijo frenando el ritmo de su mano pero sin parar de sobarme el capullo.

Aquel frenazo ya me puso de los nervios. ¡Me quiero correr, joder!, me dije a mi mismo para mirar de nuevo a la pantalla y así poder ver la cara de Sandra para saber qué pasaba ahora.

  • ¡En cuanto pueda me voy a comer una polla delante de ti y voy a dejar que se corra en mi boca mientras que tú lo ves sentado en el sofá!, me soltó de sopetón mientras mantenía la vista perdida cómo imaginándose la situación.

Y diciéndome esto como si fuese lo más normal del mundo, se agarró de nuevo a mi cipote para seguir con los meneos pero continuando con la vista perdida, yo creo que fantaseando con las palabras que acababa de largar.

Casi al instante de cogerme de nuevo la polla con su mano derecha y empezar a pajearme, no pude más. Desde el punto, bueno, desde los dos puntos que Sandra me estaba manoseando, sentí cómo una ola de placer invadía mi cuerpo. A los pocos segundos exploté y un fuerte gemido acompañado de un primer chorretazo de leche a presión cayó sobre el frío suelo de mármol disparando todo el amor que tenía almacenado en mis huevos.

  • ¡Así, así!, ¡córrete, cabronazo!, me dijo viendo como seguían saliendo chorros de mi rabo y sin dejar de sacudir su mano.

  • ¡Vaya pedazo de corrida!,¡qué cantidad de leche!

  • Con lo cachondo que estabas no me extraña que tuvieras toda esa leche dentro de tus huevos, me dijo mientras que con un dedo recogía la última gotita que se había quedado en la punta de mi capullo, dedo que luego se llevó a la boca para chuparlo como si fuese un rico néctar de dioses.

Y de repente y sin esperarlo, me soltó el rabo, sacó el consolador de mi culo de la forma más suave que supo y la cámara y yo fuimos testigos de la situación más caliente y erótica de toda la tarde.

  • ¡Coge la cámara y enfoca bien!, ¡no te pierdas ningún detalle de lo que voy a hacer!, me dijo dándome la cámara y mirándome con una cara de satisfacción extraordinaria demostrándome lo bien que lo estaba pasando con lo que estaba haciendo.

Se acercó gateando por el suelo hasta dónde había caído mi corrida y sacando la lengua empezó a lamer toda la leche del suelo, limpiándola y relamiéndose cómo una verdadera gatita. Tenía la mayor cara de vicio que jamás le había visto. Y yo, con mi querida cámara, dejamos constancia de todo aquello. Un verdadero documento histórico para mi filmoteca particular y que con la ayuda de Sandra haría algún día pública. (Que aunque no era lo más importante en aquel momento, seguro que unas pocas de pajas caerían en mis noches solitarias frente al ordenador).

Cuando terminó de limpiar el suelo y dejarlo totalmente reluciente se acercó a mí y de nuevo, con un beso impresionante empezó a compartir el resto de semen que todavía quedaba en su boca. (¡Otra cosita que últimamente estaba de moda con lo poco que me gustaba! ¡Cómo siguiese así al final iba a conseguir que me gustara el sabor de mi semen!)

Con su lengua dentro de mi boca noté aquel sabor entre amargo y salado de mi corrida y que tanto le gustaba a Sandra. Me besaba con tantas ansías que mi leche resbalaba de su boca mezclada con su saliva cayendo hasta mi pecho.

Al separarse de mis labios vi cómo me había dejado todo el pecho.

  • Límpiame un poco ¿no?, le dije en el primer momento de tranquilidad que tuve aquella tarde.

Y claro, aquello se lo dije pensando en que usaría la camiseta que llevaba antes, pero no, otra vez más me equivoqué. Sin dudarlo empezó a lamer todo el semen que quedaba sobre mi cuerpo tragándose toda la leche intentando no perderse ni una sola gota. Luego, tras ver cómo su garganta se movía tragando los restos de mi corrida, acercándose nuevamente a mi reducida polla, abrió la boca y se la metió dentro empezando a chupar y sorber mis restos hasta dejarla completamente limpita.

Cuando se separó de mi vi que tenía un poco manchado el pelo de leche, pero casi nada en comparación de cómo tenía la cara. La tenía totalmente mojada por la mezcla de mi corrida y su saliva. Estaba preciosa, y me alegré muchísimo de sólo pensar que la estaba grabando. Era la escena perfecta para terminar un video recordatorio de aquella tarde tan caliente.

Sandra, ahora sí, cogió la camiseta para limpiarse la cara y el pecho pero estirando la mano se la quité, no quería que se limpiase. Mi leche y algunas gotas de saliva brillaban en su cara haciendo de ella la mujer más preciosa del mundo.

  • ¡Eres preciosa!, le dije mientras que con mi mano libre extendía los restos de mi leche por sus pechos cómo si le estuviera dando un masaje con la crema más cara del mundo.

Sin dejarme terminar mi masaje se puso de pie.

  • ¡Lo que tú quieras!, pero ahora tengo que mear y tiene que ser ya, ¡me meo viva!, me dijo mientras cogía una última gota de mi corrida de mi pecho con el dedo y se lo metía en la boca.

Si digo la verdad, si aquella mañana de octubre alguien me hubiese dicho lo que iba a pasar, me hubiese reído en su cara, pero después de haberla vivido, he de reconocer que, a pesar de tenerla grabada no la olvidaré en la vida. Aunque cómo luego contaré hubo otras muchas tardes de nervios y tensión, hasta aquel momento aquella había sido realmente la más especial de todas con diferencia y además entre nosotros dos sin ningún tipo de ayuda externa, (sin pizzeros, discotecas, niñatos, ni dependientas…).

Así que cuando escuché aquellas sugerentes palabras diciéndome que se meaba, aprovechando la predisposición que Sandra había tenido durante todo el día, quise dar un nuevo rodeo para ver si conseguía llevarla a otra de mis fantasías no realizadas.

  • ¡Si quieres hazlo aquí!, le dije sin dudarlo a sabiendas de su respuesta, acercando la cámara a mi boca y poniéndola en forma de cuenco.

Y sin darle tiempo a reacción y que se marcharse, puse la cámara sobre la mesa mirando a su entrepierna y metí mi cabeza entre sus muslos, colocando mi boca abierta justo debajo de su coño, esperando que empezase a llover todo el líquido que tenía dentro de su vejiga.

  • ¡Quita cerdo!, ¿estás loco o qué?, eso no me gusta y mucho menos aquí en medio del salón , me dijo empujando mi cabeza para que me pusiese derecho y usando un tono bastante más serio del que había usado anteriormente.

Sin levantarme siquiera de mi posición la agarré de las piernas para que no se marchase animándola para que se meara en mi boca.

  • ¡Quita idiota, que me meo! Deja de jugar, tengo que ir al baño, ¡vamos!

Pero yo me agarré más fuerte aún a sus piernas y esta vez acerqué mis labios a su coño para no dejarla marchar.

  • ¡Leandro! ¿eres tonto o qué?, ¡que me estoy meando, joder!, me dijo bastante malhumorada.

  • Quítate de ahí que sabes que me da mucho asco.¡No seas bruto, joder que me haces daño!

Al ver el poco éxito que había tenido mi insistencia y que se empezaba a mosquear, me di por vencido pero a medias. Me puse de pie y de nuevo me puse a grabar.

  • ¡Por lo menos déjame que te grabe mientras meas, porfi!

  • ¡Déjate de tonterías que la peli se ha acabado por hoy!, ¿vale?

  • Sólo un poquito y lo dejo, ¡te lo prometo!

Ante tanta insistencia por mi parte, Sandra sin mucha ilusión pero con muchas ganas de mear, me dejó que la acompañase.

  • ¡Bueno, ven!, pero sólo un poquito, ¡que eres muy “pesaito”, cojones!

De momento ya tenía el permiso para ir con ella, lo otro lo intentaría mientras que ella descargaba.

Cuando llegamos al baño, con las prisas que llevaba, se sentó directamente en la taza y yo me puse de rodillas delante de ella esperando a grabar todo lo que saliese de su linda almeja.

Yo esperaba un lindo chorro de orina amarillento y humeante, pero el miedo escénico hizo aparición y ahora no podía mear.

  • ¡Hay que joderse!, ya me has cortado la meada, me dijo con cierto tono de mosqueo.

  • ¡Que no, mujer!, aprieta y verás cómo sale el chorrito. No pienses que yo estoy aquí con la cámara.

  • ¡Pero mira que eres pesadito, colega!, me contestó dándose por rendida.

Sandra tuvo que hacer fuerzas para que empezase a salir, pero en cuanto empezó a mear pude ver que en su cara iba aumentando el placer a la par que la fuerza con la que salía el chorro de la meada.

¡Qué ilusión!, pensé nada más verla. Aquella intensa meada y su cara de placer eran sin duda, el mejor colofón a una tarde de una temperatura tan extremadamente alta a pesar del frio mes de octubre. Aquello para variar, me hizo pensar en cómo conseguir futuros planes con ella, con insistencia y sin dejarla pensar. De esa forma seguro que nos llevaríamos gratas sorpresas los dos.

Mi pensamiento lo cortó Sandra.

  • ¿Qué?, ¿te gusta mi meada?…
  • ¿Que si me gusta?, ¡joder!, pues claro que me gusta.

  • ¡Se nota que te gusta!, ¡si hasta te estás empalmando otra vez!, me dijo sin apartar la vista de mi ciruelo que aunque no estuviese duro, estaba morcillón cómo en los mejores tiempos.

Y de repente dijo las palabras mágicas, que por suerte para mí no fueron las mismas que usó con Duque el otro día.

  • ¡Al salir el pipí y mojar mi coño, noto lo caliente que está!

Aquellas palabras me sonaron a gloria pero lo que hizo a continuación me hizo ver el cielo.

Sin tan siquiera pedírselo, ella acercó su mano a su entrepierna y estirando un dedo se lo metió debajo del chorro para meárselo y sacarlo rápidamente. A continuación y parando la meada, lo sacó y me lo acercó a la boca. Cómo era de esperar, empecé a chupetearlo intentando absorber hasta la última gota de aquel agrio líquido que había entre sus dedos.

Pero claro, al meterlo y sacarlo con tanta rapidez, apenas si se lo había mojado y yo quería un poco más.

  • ¿Me dejas meter la mano para tocarlo?, le pregunté en el colmo de mi insistencia.

  • ¡Bueno, anda!, mete la mano pero no me toques que me cortas el chorro.

¿Ves, Leandro?, ¿ves cómo tenias razón?, ¡si sólo era cuestión de insistencia!, pensé.

Y sin pensármelo ni un segundo más y antes de que cerrase el grifo, hice un zoom con la cámara para que no se perdiese ni un sólo detalle de cómo iba a meter la mano con cuidado de no tocar nada que no fuese orina.

De repente mi mano sintió un calor realmente nuevo, ¡lo había conseguido!, ¡Sandra estaba meando en mi mano! No sentía su sabor, pero el líquido que me mojaba era caliente y de color amarillo. ¡Era su meada y me la estaba regalando!

  • ¡Sigue meando, guarra!, quiero sentir tu orina caliente sobre mi mano, ¡no pares!, le dije sin poder aguantar la tentación de pasar uno de mis dedos por los labios de su coño.

Aquel leve roce hizo que Sandra diese un suave gemido dándome pie a seguir tocando con más ganas.

Mientras me seguía meando en la mano, mis dedos recorrían su coño e incluso le llegué a meter la punta de uno de ellos en su agujerito. Ella no pudo más y al notarlo se recostó en la cisterna con sus piernas bien abiertas de la misma forma que lo hizo la noche en que me vistió de mujer, pero hoy con unos cuantos litros menos de alcohol.

  • ¡Mueve despacito tus dedos en mi coño!, ¡si lo haces así te seguiré meando, vida!, me sugirió con los ojos cerrados y totalmente espatarrada sobre la taza del baño.

Ahora mismo sí podía decir que se estaba meando de gusto.

Con sumo cuidado para no molestarla le metí un dedo que entró fácilmente. Al ver que el primero lo había acogido sin rechistar, metí otro dedo para a continuación empezar poco a poco a follármela de nuevo mientras que por mi mano escurrían sus sucias y asquerosas aguas menores. (Aguas sucias y asquerosas que por otra parte no me hubiese importado beber, ¡todo hay que decirlo!)

Sabía que aquello iba a terminar irremediablemente, a los pocos segundos de estar disfrutando de aquella maravillosa lluvia, la tromba dejó de caer. Y obligándome a sacar mis dedos de su interior estiró su mano para coger un poco de papel higiénico.

  • ¡No lo hagas, déjalo así, sucio!, ponte de pie y deja que las últimas gotas se te resbalen por el interior de tus muslos. Luego yo me encargaré de limpiarte, le dije al ver el sacrilegio que quería hacer con aquella lluvia bendita.

  • ¡Pero qué cerdo eres!, me dijo soltando el papel sobre el lavabo pero haciendo caso a mi asquerosa sugerencia.

  • “¡Po zí!”, le contesté confirmando que era el más cerdo de todos los cerdos.

Y corroborando lo guarro que realmente era y soy, no pude aguantar la tentación y la mano que hace un segundo estaba recibiendo su meada ahora estaba dentro de mi boca compartiendo todo el sabor que ella había dejado en mis dedos.

  • ¡Qué asco!, ¡eso debe saber fatal!, me dijo con cara de repugnancia al ver lo que estaba haciendo.

¡Qué jodía!, ¡ahora que lo hago yo me dice eso, pero antes bien que me metía su dedo meado en la boca!

No le respondí con palabras, no quise ser desagradable, pero en cuanto se puso de pie metí mis manos entre sus muslos, obligándola a abrirlos para ver cómo las gotas amarillas aún seguían resbalando por su blanca piel.

Con la ayuda de mi mano le abrí la raja y pude ver cómo un pequeño chorrito de pipí, escondido entre los pliegues de su coño, empezaba a salir y corría por entre sus piernas. Yo era un cerdo y sin duda era un guarro, pero ella era una puerca, la muy cabrona había guardado un último chorrito para regalármelo. Al verlo correr por sus piernas no pude aguantarme más y acerqué mis labios queriendo beberme el último trago de aquel precioso envase y saborear su orina.

  • ¡Anda!, no seas más puerco y vamos a vestirnos que tengo frío , me dijo mientras cerraba las piernas a cal y canto sin dejarme disfrutar de aquel poquito que quedaba.

Y cómo no me quedó más remedio, empecé a besarle su precioso coño pudiendo oler la mezcla perfecta de su perfume de hembra y orina. Ya intentaría en otro momento que aquel líquido cálido cayera sobre mi cuerpo, tendría que intentarlo más adelante, ¿quién sabe si a lo mejor tendría más suerte?

La tarde había sido perfecta, todo un cúmulo de nuevas cosas que jamás pensé en realizar con Sandra. ¡Bueno!, si que las pensé, lo que nunca imaginé fue que ella quisiera hacerlas conmigo.

Ya más relajados y con un poco más de ropa, nos sentamos en el sofá para descansar un rato. Eran casi las cinco de la tarde. Llevábamos liados con el tema más de tres horas y ni tan siquiera habíamos parado para comer algo, así que picoteamos cuatro tonterías y nos quedamos fritos en el sofá mientras veíamos una gran película de la primera, ¡la mejor para dormir! ¿O era La Dos?, ¡da igual!, ¡nos quedamos frititos!