Solo era el principio (14)

Simplemente quiero contar una bonita historia de sexo, pasión y amor. Si os gusta lo que voy escribiendo, seguiré publicando más y más capitulos de esta larga, tórrida e increible historia. Vuestros comentarios e inquietudes a nuestro mail, por favor.

CAPITULO 14

Ya sé lo que tengo que hacer…

DOMINGO, 05 DE OCTUBRE DE 2008 (TARDE) (2ª PARTE)

Y con mis dudas sobre a quién se la estaría chupando mi mujer, pero incapaz de aguantarse por más tiempo, sin avisarme ni nada apartó mi mano de su entrepierna y comenzó a quitarse las bragas y la falda, cosa que hizo en muy poco tiempo, pero sin llegar a alejarse de la polla de plástico que yo mantenía entre sus labios.

Segundos después se volvía a tumbar completamente abiertas de piernas.

  • ¿Vas a seguir haciéndome la paja o no?, me dijo Sandra con la sana intención de que yo continuase hasta que se corriera.

  • Te pongo un poco más cachonda y paro, ¿te parece bien?, le dije mientras que volvía a colocar, ahora mi mano totalmente abierta, sobre su empapado chocho aplastando con fuerza su pipa y continuando el masaje con el ritmo nervioso de antes.

No tuve respuesta. ¡Bueno, sí que la tuve! Un hondo suspiro salió de su garganta al notar que mi mano le daba placer justo dónde ella lo quería.

Pero parecía que Sandra quería algo más.

  • ¡A ver!, déjame verte la polla, me dijo dándose media vuelta acercándose a mis muslos para aferrarse a mi rabo como una lapa y metérsela en la boca hasta lo más profundo de su garganta.

En ese momento empezó a sacarme brillo cómo sólo ella sabe hacerlo. Recorría mi polla de arriba abajo, parándose en la punta y dándome suaves lametones mientras que con su otra mano me acariciaba las pelotas con la punta de sus uñitas.

Aquella íntima caricia hizo que me encorvase hacia delante y se me escapara un fuerte gemido, demostrando lo bien que Sandra sabía comerse un rabo. Y aunque inmediatamente noté que podía correrme en cualquier momento, sacando fuerzas de dónde no las tengo, la dejé seguir. Y no sólo eso, sino que además empecé a mover el culo haciendo que mi polla entrase y saliese de su jugosa boca cómo si fuese su dulce coño lo que me estuviese follando.

  • ¿Te gusta, mi vida?, me preguntó Sandra sacándose mi rabo de la boca pero sin dejar de jugar con mis pelotillas.

  • ¿Qué si me gusta?, le dije entre gemidos. No me gusta, cielo, ¡me encanta como me la comes!

  • ¿Y a ti?, ¿te gusta comérmela?, le pregunté, no sé muy bien porqué ya que tanto ella como yo estábamos disfrutando como enanos de aquella mamada y pajilla.

  • ¡Me encanta, vidita!, pero me gustaría más si me follaras un poquito , me dijo volviendo a insistir en que me la tirase cuanto antes.

  • ¿Quieres que te la meta?, ¿quieres que te folle?, le pregunté sacando mi rabo de su boca, intentando no correrme, y acercando el vibrador a su coño.

  • ¡Si, porfi!, no aguantó más, ¡fóllame, cabronazo!, me contestó mientras sus caderas se movían mucho más rápidas buscando mi nerviosa mano.

  • Pues si eso es lo que quieres, lo haré, le dije.

  • Pero primero tendrás que ganártelo, terminé diciendo mientras le acercaba la punta del consolador a las puertas de su embravecido coño.

  • ¿Qué tengo que hacer?, me dijo de forma casi desesperada.

Justo en ese momento sabía que ya era mía y que no había marcha atrás. Haría todo lo que yo le pidiese y además, muy importante, sin rechistar por nada.

  • ¿Quieres que llame a Duque?, le pregunté apretando el vibrante aparato sobre su clítoris.

  • ¿De verdad quieres que venga?, me respondió ella usando otra pregunta.

  • ¡Claro que sí!, si no quisiera no te lo habría sugerido, ¿no?

  • Pues llámalo y a ver cómo se le da comer coños.

  • Seguro que te lo chupa de puta madre. Haré que te lo coma hasta que te corras de gusto, ¡zorrona!

  • ¡A ver si es verdad y por fin me corro con otra lengua que no sea la tuya!, me respondió con una voz de putón calienta pollas que partía la pana.

¡Menuda indirecta me acababa de lanzar!, ¿sería capaz de hacerlo con otro?

  • ¡Duque!, ¡ven aquí, perrito!, le dije acompañado de un pequeño silbido para llamar su atención.

Duque, que cómo ya he dicho es más flojo que la chaqueta de un guarda, levantó su cabeza, me miró, resopló y se volvió a acostar cerrando los ojos para seguir con su siesta frente a la estufa.

  • ¡Hay que joderse!, ¡menuda mierda de perro que tenemos, Cariño!, le dije a Sandra sabiendo que lo que pretendíamos hacer iba a ser más complejo de lo que creíamos.

  • ¡Verás cómo no!, me contradijo Sandra. ¡Duque, ven aquí, bonito!, ¡ven con mamaíta!, dijo Sandra con una voz bastante más dulce que la mía.

Y el puto perro, que parecía que me tenía manía, al escuchar la voz de su Ama se levantó lentamente, se desperezó y con lentos movimientos se fue acercando hasta dónde nosotros estábamos. A los pocos segundos el jodío perro estaba pegado a las manos de Sandra, moviendo la cola cómo si supiera lo que iba a pasar en un rato.

Sandra, desconocida por mí en aquel mundo hasta ese momento, poco a poco y dejándome realmente alucinado fue bajando la mano hasta llegar a su rabo empezando a masturbarlo lentamente por encima de la piel. El perro, que aunque era más flojo que el copón para nada era tonto, automáticamente se pegó a lo largo de su brazo y empezó a jadear.

  • ¡Vaya!, ¡si parecíais tontos los dos!, le dije bastante sorprendido por la actitud de ambos.

  • ¡Es que no hay macho que se me resista!, dijo Sandra totalmente orgullosa de lo que estaba haciendo.

  • Pero la idea era que el perro te comiese el chochete, ¿no?

  • Cómo diría tu buen amigo, ¡vamos por partes!, ¿no?, me contestó Sandra soltando el paquete del chucho y recostándose de nuevo sobre el puf.

  • ¡Ahora mira y disfruta de lo que vas a ver, cariño!, me dijo con una dulce voz y con sus piernas bien abiertas mostrándonos, al perro y a mí, su tremenda y abultada raja.

A continuación empezó a empujar al perro para colocarlo justo entre sus piernas a pocos centímetros de su caliente y aromática cueva.

  • ¡Ven, bonito!, ¡cómete esto!, ¡chupa aquí!, dijo señalándose el coño con uno de sus dedos mientras que con la otra mano se lo abría como una flor en primavera.

Aquellas palabras me desgarraron el alma e incluso me hicieron sentir algo de celos del perro. Si mal no recuerdo, ni a mí siquiera me había dicho palabras tan bonitas como aquellas que le acaba de dedicar al perro.

Duque, cómo si lo hubiese hecho toda la vida, obedeciendo fielmente a su dueña metió su cabeza entre las piernas y empezó a olfatear el fuerte olor que despedía aquella fogosa zona.

La primera reacción de Sandra al notar aquella fría nariz fue la de poner su mano en la cabeza del perro para alejarlo, pero no lo hizo con mucho esfuerzo ya que automáticamente separó la mano y dejó que el perro siguiera husmeando por sus interioridades. En aquel momento un repelús recorrió todo su cuerpo haciendo que las areolas de sus pechos y sus pezones se erizaran cómo nunca.

  • ¿Te gusta?, le pregunté a Sandra para saber que sentía.

Pero no tuve respuesta, en aquel momento el perro se daba la vuelta y se alejaba de nosotros.

  • ¡Duque!, ¿qué haces?, ¡ven aquí!, no me dejes a medias, dijo Sandra estirando los brazos para intentar atrapar al maldito perro.

  • ¡Si quieres sigo yo!, le dije viendo que el perro sí era tonto, tonto, tonto.

  • ¡No!, quiero que me lo chupe para que tú lo veas y lo voy a conseguir , me dijo totalmente convencida de querer lo que quería.

  • ¡Duque, ven!, mira lo que tengo, le dije al perro iniciando un segundo intento pero sin conseguir una mierda.

  • ¡Igual tienes que decirle las palabras mágicas!, dijo en broma para quitarle un poco de seriedad al asunto.

  • ¿Palabras mágicas?, ¿qué palabras?, le contesté un poco sorprendido por su chascarrillo.

  • ¿No sé? Chupaalacabra, mamalapatata ó lámeme sésamo, dijo entre risas haciendo que yo también me riese de la ocurrencia.

Por si alguien no lo entiende “Abracadabra”, Akuna matata y Ábrete Sésamo, ¡vale!

  • ¡Vale, voy a probar! ¡Mamalapatata!, dije en voz alta para ver si de verdad, aunque fuese en broma, funcionaban aquellas palabras.

  • ¡Lámela Sésamo!, volví a repetir pero esta vez con voz más dulce al ver que no había reaccionado a mis primeras palabras mágicas.

Y aunque conseguí se le levantase y que nos mirase con cara extrañada, de nuevo hizo caso omiso a mi llamada.

  • ¡Es que tú no sabes!, ¡verás como si yo lo llamo viene!

  • ¡Lámeme Sésamo!, dijo Sandra en un último intento mientras que se metía dos de sus dedos en el coño.

¡Esta vez sí lo consiguió la jodía cabrona! El puto perro de nuevo se acercó, pero de muy mala gana, demostrando poco o ningún interés por nuestras intenciones.

Sandra que seguía con los dedos dentro de la cueva de Alí Babá, se los sacó y se los puso a Duque delante del morro logrando que el perro empezara a husmear el olor de los cuarenta ladrones.

  • ¡Ven, toma!, ¡mami tiene algo que te va a gustar!, le decía mientras el perro le chupaba la mano llevándose con su lengua el montón de babas que mi mujer había dejado en su mano.

Intentando llamar la atención del perro, y por supuesto la mía, empezó a masturbarse pero esta vez dándole un soberbio espectáculo a Duque que ahora se había vuelto a sentar entre las piernas de Sandra y delante de su chochete mirando, con más detenimiento que antes, los intensos movimientos que mi mujer se estaba regalando a ella misma.

  • ¡Qué tonto eres, Duque!, ¿porqué no lo pruebas para saber a qué sabe?, ¡seguro que te gusta!, le preguntó la ingenua Sandra al embobado perro.
  • Seguro que cuando lo pruebe, no va a querer separarse, le contesté yo a falta de respuesta del desobediente Duque.

  • ¡Ven, Duquecito!, aprovéchate de mí que no sé cuando nos veremos en otra igual, le volvió a insinuar Sandra demostrándome que estaba caliente como un horno.

Pero al ver que no había tu tía y que como siguiéramos así aquello se iba a enfriar, enseguida pensé en otra estrategia.

Haciendo que Sandra se sentase en el puf y cogiendo su mano, se la llevé hasta el rabo del perro. Sandra me entendió enseguida y directamente comenzó, al igual que antes, a sobar lentamente el cipote del perro. Ahora, con mejores resultados que antes, las suaves caricias de Sandra no tardaron en surtir efecto haciendo que la verga de Duque comenzase a salir escupiendo pequeños chorritos de líquido contra el suelo y la manta naranja. Automáticamente curvó su espalda y empezó a moverse delante y atrás como si estuviese tirándose a su mantita.

  • ¡Tócate tu mientras, mi vida!, le dije a Sandra que tenía los ojos fuera de las orbitas al ver el pedazo de rabo que el puto perro estaba sacando de la funda.

  • ¡Igual esto se nos está yendo de las manos!, dijo Sandra, creo que pensando que lo que estábamos haciendo era una verdadera locura.

  • ¡Que no!, no seas aguafiestas, verás como al final lo conseguimos, le dije intentando que no se rajara y pudiésemos seguir con aquel juego tan diferente a todos los demás.

  • ¡No sé!, ¡no sé!, me dijo haciendo evidente el que no tenía muy claro lo que estábamos haciendo pero sin llegar a soltar el rabo del perro que cada vez se meneaba más rápido.

  • ¡Tócate tu mientras, vida!, le volví a repetir.

Sandra, haciendo caso a mi sugerencia, acercó su mano libre hasta su entrada y cómo estaba tan mojada, ya que sus flujos escurrían entre sus piernas, se metió tres dedos de golpe iniciando un placentero mete y saca acompañándolo de suaves gemidos y perversas miradas a mis ojos y a mi rabo que estaba a punto de romper la tela del pantalón del pijama.

Cuando más interesante estaba el asunto, ya que tenía casi toda la mano metida en su amplia abertura vaginal y sabiendo que Sandra, cómo siguiera con aquel ritmo mucho más tiempo se iba a correr en nada dejando mis planes a medias, corté la situación de un plumazo.

  • ¡Cari, yo creo que ahora sí lo vamos a conseguir!, le dije a Sandra retirándole al perro de su brazo. Túmbate otra vez y deja que te vuelva a oler. Ahora tú estás híper mega súper cachonda y el también.

¡Qué mariconada me ha salido!, ¿me estaré convirtiendo en un Borja Mari? ¡Ojalá que no!

  • ¡Vale!, me contestó simplemente a la vez que hacía lo que yo le había dicho, pero eso sí, sin sacar la mano de su suave coño.

  • ¡Ahora ábrete bien el coño con las manos!

Sandra, que hacía caso a mis órdenes como si se tratase de una perrita fiel, cogiéndose los labios del coño con las dos manos, se los separó al máximo dejando al aire aquella imagen suave, brillante y sonrojada que tantas y tantas veces había pasado por mi lengua y que ahora se la estábamos ofreciendo al perro. (¡Que depravación, por dios!)

  • ¡Duque, ven!, siéntate aquí, le dije señalando nuevamente el hueco que Sandra tenía entre las piernas.

Obediente como nunca y jadeando como jamás lo había visto, se sentó allí a la espera de su siguiente orden.

Y cuando se la iba a dar, Sandra, rompiendo su silencio me dejo nuevamente boquiabierto.

  • ¡Ven, chupa a tu perra!, chupa el coño de tu perra y haz que me corra.

No me dio tiempo ni a pensar en aquellas calientes palabras ya que el perro, que ya había cogido confianza, olfateaba con ansiedad los lindos labios del coño de mi mujer.

  • ¡Al final va a ser que es un vicioso!, le dije a Sandra sacándome la polla del pantalón para darme unos meneos.
  • Tú es que siempre lo miras con malos ojos, pero no es malote. Déjame a mí y veras de lo que es capaz tu perrito, me dijo mucho más animada mientras acariciaba la cabeza del perro intentando pegarse el hocico al chocho para ver si ahora tenía más suerte que antes y sacaba la lengua.

Pero el perro seguía sin saber cuál era su objetivo y se mantenía indiferente ante las ricuras de mi mujer.

Para ayudarlo, Sandra que no estaba dispuesta a darse por vencida, volvió a meterse dos dedos y mojándoselos se los fue acercando a la boca del perro que lentamente empezaba a lamerlos. Usaba esta estrategia para conseguir poco a poco, irlo acercando a ella.

  • ¡Vamos, bonito!, ¡chúpame! ¡Anda, porfi!, ¡hazlo por tu mamaíta!

De repente se hizo un silencio sólo roto por los lametones del perro en el coño de Sandra, acompañados de leves suspiros producidos por la garganta de mi amada esposa al recibir lo que tanto estaba deseando.

Verla así creó en mí una inexplicable imagen que creo que jamás olvidaré. Escuchar aquellos gemidos, los primeros que mi mujer emitía delante de mí sin que fuese yo o ella quién se los provocase, hicieron que me atrincará el rabo y me la empezase a menear disfrutando o deseando disfrutar tanto como ella lo estaba haciendo.

Cómo si por fin lo hubiese entendido, Duque metió su lengua hasta lo más profundo de su almeja mientras que ella, de forma automática, seguía metiéndose los dedos. Sandra se estremecía de gusto cada vez que el puñetero perro sacaba y metía la lengua en su interior. Era tan veloz que no dejaba ni un solo hueco sin lamer. Podía ver en primer plano como su larga lengua entraba y salía sin descanso en el interior del chocho de Sandra. Aquel cabrón sabía lo que hacía y lamía desde su clítoris hasta su precioso y abierto culo consiguiendo que a mi mujer le temblasen las piernas.

He de decir, que aunque al principio no querían ninguno de los dos, ahora estaban tanto el perro como la dueña disfrutando cómo enanos. El perro cada vez lamía con más fuerza como queriendo gastar aquel helado de mil sabores mientras que los gemidos de Sandra eran cada vez más parecidos a los de la granjera.

Sandra gemía como nunca y me miraba con los ojos abiertos de par en par haciendo que, con sólo su mirada, yo disfrutase tanto como ella de aquella comida de coño tan especial.

  • ¿Te gusta, Cariño?
  • ¡Muchísimo!, esto es mucho mejor de lo que yo esperaba, me respondió Sandra entre gemidos y suspiros.

  • ¡Qué gusto, dios mío!, ¡qué bien lo hace!, ¡es una máquina!

Debo decir que aunque me sentí un poco decepcionado, tuve que darle la razón. No veas como movía la lengua el puñetero perro. Si llego a saberlo le hubiese propuesto que me la chupase a mí.

  • ¡Muy bien, perrito!, sigue moviendo la lengua a esa velocidad y verás como tu Ama se corre enseguida, le dije al perro acompañado de unas suaves caricias en el lomo para que se tranquilizase.

No sé si, porque soy más salido que el quicio de una puerta o porque simplemente soy como soy, de repente me acordé de una historia que había escuchado hacía tiempo y la mezclé con la imagen de ayer del cuerpo de Sandra totalmente embadurnada de chocolate.

  • ¡Cari, espérame un momento que ahora mismo vuelvo!, le dije a Sandra poniéndome de pie para salir del salón.

  • ¡Tú mismo!, como tardes mucho me corro. Así que ya sabes, no me tardes, creo entender que me dijo entre suspiros y quejidos pero sin importarle un huevo el que me fuese.

En una carrera me levanté y me fui hacia la cocina a coger unas natillas. Quería dárselas a Duque como premio por su buen comportamiento.

En cuanto volví al salón y tras sentarme junto a ella igual que antes, quité la tapa y metí la mano dentro del vaso para coger un buen pegotón de natillas.

  • ¿Eso para qué es?, me preguntó Sandra, yo creo más por preguntar que por saber.

No era difícil entender para qué era aquello.

  • ¡Un regalito para Duque!, le contesté mientras chupaba la tapa de las natillas para no mancharlo todo cómo la pasada tarde.

Con la mano bien pringada e intentando, sin mucho éxito, retirar un poco al perro para que me dejase hacer, empecé a untárselo en el coño separándole los labios e incluso metiéndole una buena cantidad de aquella dulce crema en el interior del chochete y por la raja de su culo. Durante un buen rato estuve aplicándole aquella crema que cada vez se hacía más líquida al mezclarse con los jugos de su coño y las babas del perro, rato que Sandra disfrutó sin duda ya que mis roces acompañados por la rugosa lengua del perro conseguían que ella siguiese gimiendo como jamás la había escuchado hasta entonces. ¡Ahora sí entendía a la jodía granjera!

Cómo digo, el efecto para Duque fue instantáneo, aquel puto perro lamía cómo un descosido el coño de su querida dueña intentando aprovechar hasta la última gota de aquel dulce ungüento.

Yo, no queriendo ser menos ni quedarme atrás, cogiendo otro buen pegote de natillas, se lo eché sobre las tetas y empecé a lamerle los pezones.

  • ¿Te gusta, vida?, le pregunté por enésima vez aquella noche.

  • ¡Hombre!, no es por dejarte mal ni mucho menos…, me dijo con un tono de voz bastante excitado. pero es que el perro me está comiendo el coño como nunca me lo habían comido, ¡que gustazo!

Y yo sin embargo, en vez de mosquearme y mandarla a tomar por culo, al escuchar sus palabras un calambrazo recorrió toda mi columna llegando hasta mis huevos dándome una placentera punzada.

  • ¡Pues sigue, disfruta de su lengua! Ojalá algún día sea la de otro hombre la que lo haga, dije dejándole bien claro que mis ideas de que se acostase con otro que no fuese yo seguían en pie.

Pero no tuve respuesta, el perro no la dejaba contestar. Duque se desvivía por su Ama. Aquel mamón me ganaba con creces en el tamaño de su lengua que cada vez parecía que era más larga. No paraba de pasársela del coño al culo, del culo al coño, metiéndosela hasta tocarle los ovarios, mientras que Sandra se abría el coño cada vez más para que tuviese todo el terreno limpio para sacarle unos gemidos que seguramente estarían oyendo desde la otra punta del barrio.

Muy de vez en cuando, Sandra abría los ojos y me miraba con una maquiavélica sonrisa demostrándome lo bien que lo estaba pasando.

La velocidad que llevaba el perro era increíble. Jamás había visto algo así. Lamía con fuerza haciendo que Sandra se volviese casi loca de placer. Aquellos largos y calientes lengüetazos sobre su clítoris la hacían retorcerse de gusto sobre el puf. Y si a los lametones añadimos las metidas de lengua que le hacía dentro del coño cómo intentando sacarle todos los suspiros de una vez, debo admitir que lo hacía mucho mejor que yo y que sin duda le estaba dando a Sandra un placer que yo jamás le hubiera podido proporcionar con mi humana pero pequeña lengua. El puto perro retorcía la lengua y se la metía como si fuese un pequeño cipote de goma blanda que entraba y salía a toda velocidad buscando hasta la última migaja de natillas.

Embobado como nunca estaba, cuando escuché la voz de mi amada perra, digo, esposa.

  • ¡Sí!, ¡sigue, guapo!, no pares, ¡me corro!, le dijo al perro aumentando el nivel de su voz al doble.

¡Sandra se estaba corriendo ante mis ojos con una lengua que no era la mía y gritando como nunca la había oído!

¡Pero eso no era lo peor! Duque seguía chupa que te chupa y ella ni tan siquiera hacía algo para que se retirase. (Si hubiese sido yo el que le estuviese comiendo el coño, seguro que me pide, amablemente eso sí, que me quitara rápidamente). Metía su lengua hasta el fondo haciendo que Sandra arqueara el cuerpo hacia atrás soltando fuertes gemidos a la par que lamía desesperadamente todo el líquido que Sandra expulsaba tras su corrida. Chuperreteaba su mollete haciendo ruidos de chapoteo provocados por la inmensa corrida que mi mujer acababa de tener.

  • ¡Sí, bonito!, sigue, no pares, ¡quiero correrme otra vez!

¡Ehh!, pensé enseguida. ¿Otra vez?, ¿pero tú no eras de una sola corrida?

  • Echa un poco más de natillas, quiero correrme otra vez, me sugirió entre suspiros.

Pero aquello ya me empezaba a aburrir un poco. ¡Sí!, que era lo que yo quería, ¡perfecto!, pero también quería participar un poquito, ¿no?, aunque no fuese follando, pero si contribuir en la segunda corrida.

Así que dispuesto a darle un poco más de emoción al asunto, sin decirle nada separé al perro de su coño y metiéndome entre medio de sus piernas, con la polla mirando al techo me dispuse a continuar con el trabajo que el chucho había dejado a medias. Su coño estaba chorreando e incluso la manta que cubría el puf estaba totalmente empapada de jugo y natillas y su chumino rojo como un tomate. ¡Menuda paliza le había dado el jodío perro!

Así que poniendo mis rodillas en el suelo y acercando mi polla hasta su coño, empecé a masturbar su pipitilla con mi rabo, caricia que sabía que le encantaba y mucho más ahora que la debía tener realmente sensible. Pero el problema era que yo también estaba demasiado cachondo y que aquel contacto no me estaba haciendo nada bien, todo lo contrario, me estaba poniendo a punto de estallar. Así que sin pensármelo dos veces, me recosté sobre ella y de un solo empujón le metí la polla hasta los huevos empezando a follármela a lo bestia consiguiendo que Sandra empezase a gemir de nuevo y a arañarme la espalda con sus uñas mientras que mis huevos chocaban continuamente contra los cachetes de su culo.

Pero el puto, que parecía que le había cogido gusto al asunto, metiéndose entre medias de los dos empezó a lamer todo lo que pillaba, es decir, parte de mi polla o parte de los labios de su chocho que seguían húmedos como nunca. Debo decir que aquellas lamidas eran extraordinarias, si dijese lo contrario mentiría. Ver y sentir la rugosa y caliente lengua del perro chupándonos era alucinante. Ahora sí que entendía tanto los gemidos de la granjera, como los de Sandra.

Sandra, que estaba irreconocible, al estar tumbada y el perro chupa que te chupa, justo a la altura de su mano quedó el culo del perro y entre medio de sus patas, un buen trozo de polla roja y bastante grande para el tamaño de nuestro perro. Sandra al verla no dudó en cogerle la tranca y comenzar a meneársela al igual que antes. Justo en ese momento el perro dejó de chuparnos a los dos y encogiendo el culo para dentro, empezó el mismo a follarse la mano de Sandra.

  • ¿Quieres que sea un poco más guarra para ti?, me preguntó dejándome un poco dubitativo.
  • ¿Más?, le pregunté dejando de bombear sobre su coño. ¿Qué quieres hacer?

  • ¿Ves lo que tengo en la mano?, me preguntó apretando aún más el rabo del perro.

  • ¡Cómo para no verlo!, ¡menudo cipote se gasta el hijo puta perro!

  • ¿Te gustaría que se la chupase como hacía la de la peli?, me preguntó señalando hacia la tele.

Justo en ese momento levanté la vista y miré hacia la pantalla. La campesina estaba siendo enculada, sí, enculada, por un pastor belga del tamaño de un caballo con la polla más grande que jamás había visto. Le estaba dejando el culo abierto totalmente mientras que por sus piernas corrían chorros y chorros de un amarillento líquido que no paraba de soltar el perro por el capullo.

¡Claro!, mi mente es mi mente y no paraba de maquinar y mucho más si encima tenía un aliciente como el de la pantalla.

  • ¿Quieres que te folle el perro?, le solté de sopetón.

  • A tanto no llego, pero una buena mamada sí que puedo intentar hacerle, ¿te parece?, me respondió ella totalmente convencida de querer comerle el cipote al perro.

Así que viendo que no la iba a convencer, por lo menos de momento, para que se dejase follar por el perro, saqué mi polla de su calentita cueva. La tenía como una botella de coñac, jamás había visto mi cipote con aquellas dimensiones. ¡Hay que joderse lo caliente que me estaba poniendo el puñetero perro!, me dolía de lo dura que la tenía.

  • Si a ti no te da asquito hacerlo, a mi no me importa, le contesté mientras que mis dedos se paseaban por su cálido coñito.

  • ¡Ven, gordo!, que ahora te toca correrte a ti, dijo Sandra acercando el perro aún más hacia ella y dejando claro que de asco, ni mijita.

Sandra no dijo nada más, simplemente se tumbó en el suelo, se metió entre las patas del perro y cómo si lo hubiese hecho un millón de veces, se metió en la boca aquel trozo de rabo que le asomaba. ¿Que qué sentí en ese momento?, ¡me sentí pletórico! ¡Sí, llamadme loco, guarro, cerdo, gilipollas, lo que queráis!, pero disfrutar de aquel momento en la intimidad de nuestro salón fue algo realmente asombroso, brutal, no sabría ni definirlo.

El perro, sabiendo yo cómo la chupa Sandra, debía estar en la gloria. Que digo en la gloria, debía estar en el séptimo cielo. Estaba tan a gusto que podía ver como su polla iba creciendo poco a poco más y más.

Siempre pensé que Sandra le daría unos cuantos lametazos y ya está, pero en aquel momento estaba disfrutando tanto de lo que estaba haciendo que se la metía en la boca hasta el fondo y sólo se la sacaba para tomar un poco de aire ya que aquel vergón lleno de venas se ponía más gordo por momentos. Sandra lamía y relamía el cimbrel de Duque e incluso se lo pasaba por los labios humedeciéndolos de lo que el perro soltaba, para luego meterse, centímetro a centímetro la desmedida salchicha perruna que a duras penas entraba en su boca por la anchura que aquello había tomado. Es más, estaba tan ensimismada en lo que estaba haciendo que yo creo que no se daba ni cuenta de que yo estaba allí en aquel momento.

  • ¿Quieres que te folle mientras se la chupas?, le pregunté.

Y como vi que no tenía respuesta, de nuevo me puse entre sus piernas y empecé a rebuscar con mis dedos un agujero, me daba igual cual fuera, dónde calmar mis ardores. En cuanto lo encontré se los metí de un buen empujón haciendo que ella se metiese la polla del perro un poco más en la boca.

El perro, excitado como nunca lo había visto, no paraba de hacer movimientos follándose literalmente la boca de mi mujer.

Cómo es de esperar cuando Sandra tiene un buen rabo entre los dientes, el perro no pudo aguantar más. Sandra al notarlo, al igual que hizo la mujer de la película, se sacó el badajo de la boca haciendo que el chucho se le corriese en toda la cara y las tetas llenándola de una extraordinaria cantidad de leche canina.

  • ¡Joder!, ¡no entiendo como un perro tan pequeño puede soltar tanta leche! , dijo Sandra usando un tono bastante ingenuo para lo que acababa de hacer.
  • ¡Es que eres implacable, mi vida! ¡Polla que coges, polla que revientas!

  • ¡Y a ti que no te gusta!, me dijo intentando limpiarse con la manta naranja todos los restos de caldo que le había dejado Duque en la cara y las tetas.

  • ¿Y a ti?, ¿te ha gustado?, le pregunté.

  • ¡No ha estado mal!, tiene un sabor distinto pero no estaba mala.

  • Me apetecía hacerlo y la verdad es que me ha gustado sentir mi boca bien llena con este pedazo de carne tan diferente a la tuya, me dijo mientras que se intentaba encajar las quijadas.

¡Qué cabrón!, con aquel pollón le había descuadrado hasta la mandíbula.

  • Además, no veas como notas que se le hincha dentro de la boca. Algún día tendrás que probarlo tú y verás cómo te gusta, me dijo quedándose más larga que ancha.

¡Ji, Paco! Y un cojón de pato le chupo yo la polla al perro, pensé enseguida. Pues no tengo yo otra cosa que hacer que lamerle las pelotas al puto chucho. Pero no quise ser descortés con ella y salí por la vía de Tarifa.

  • ¡Bueno!, ¡aquí todo el mundo se ha corrido menos yo! ¿Qué pasa conmigo?, pregunté intentando cambiar de tema antes de verme chupándole el nardo a Duque.

  • ¡A ver!, ven “pacá” que te la voy a chupar a ti, envidioso.

  • Ponte a cuatro patas como el perro y te la chupo de la misma forma, ¿quieres?

No voy a decir que me anduve con remilgos sobre si aún tenía leche del perro en la boca ni nada de eso, sino que enseguida hice lo que me pidió y en pocos segundos tenía mi cipote metido en la garganta que hace unos minutos acogía con sumo agrado el rabo de nuestra mascota.

Y, por enésima vez aquella tarde, cuando más a gusto estaba escuché la voz de Sandra que sonaba desde mis bajos.

  • ¡Espera, cari!, tengo una idea mejor, me dijo de repente empujando mi pecho para que me pusiese de pie y la dejase en libertad.

  • ¿Qué pasa ahora?, le pregunté un tanto inflado de pelotas, y no lo digo por decir, ¡justo en ese momento tenía los cojones a punto de estallar!

  • Lo has visto pero no te imaginas lo que este cabrito es capaz de hacer con la lengua. Estoy totalmente convencida de que te la chupa mejor que yo.

¡Vaya!, pensé enseguida. ¿Mi mujer quiere montar una orgia con el perro? ¿Realmente es tan viciosa?

  • Veo que eres bastante retorcida, ¿no?, le dije mirándola a la cara.
  • ¡Ni la mitad que tú, cariño!, ¡ni la mitad!, terminó diciéndome.

  • Ven, túmbate sobre el puf, dijo Sandra cediéndome el que hasta ahora había sido su trono.

En cuanto estuve tumbado, cogiendo el vaso de natillas lo volcó echando el resto sobre mí, en aquel momento, dolorido rabo.

  • ¡Ven, Duque!, ¡toma!, dijo dirigiéndose al perro.

Si al principio de todo esto aquel mamón de perro no quería ni loco, ahora, sin pensárselo dos veces, se lanzó directamente sobre mi helado de ciruelo al punto de natillas.

Mientras que mi mujer me sujetaba el rabo cogiéndomelo por los huevos, Duque empezó a dar rápidos lametazos sobre mi capullo intentando comerse toda la nata que me la cubría. Aquella lengua era cómo un vibrador que no me dejaba descansar haciendo que me encorvase de gusto con cada pasada “lengueril”.

Debo decir que si alguien no lo ha probado que lo pruebe. Nadie sabrá lo que es que tu mujer te esté pajeando la polla mientras una lengua de perro a mil por hora te chupe el capullo, hasta que no lo pruebe. ¡Yo prometo repetir el primer día que pueda, lo juro!

Mi perro seguía lamiéndome la verga de una forma que jamás había sentido. Era una sensación totalmente extraña pero realmente agradable el sentir esa áspera lengua contra mi rabo. Su lengua rasposa, húmeda y caliente se concentraba en mi enrojecido capullo que me provocaba una sensación realmente inexplicable. Ahora sí le daba la razón a Sandra, jamás alguien me había comido la polla de aquella forma.

  • ¡Te gusta, eh!, ¡qué cerdo que eres!, me dijo Sandra con cierto “cachondeito” al ver como disfrutaba con el perrito.

  • ¡Sí!, ¡cómo me gusta!, le contesté yo entre jadeos.

Ya sé que soy muy raro, pero no hace falta que me lo recuerdes, pensé para mis adentros.

Mientras tanto, Sandra seguía con la mano sube y baja sobre mi polla chocando continuamente con la caliente lengua del perro.

Sin esperarlo, paso a lamer mis huevos y parte de mi culo de la misma forma nerviosa, aquello era delicioso. Sentir aquella lengua tocar el agujero de mi culo era realmente extraordinario. Pero al perro le daba igual mi placer, el simplemente seguía y seguía y seguía, y yo, como era normal en mí, estaba a punto de correrme.

Queriendo alargar la situación intenté retirarlo pero Sandra no me lo permitió. Al ver que mi mano empujaba al perro, de muy buenas maneras me la quitó mirándome a los ojos con cara de vicio. Duque, al ver vía libre siguió lamiendo. Se notaba que aquel cabrito, aunque fuese perrito, era un cabronazo compinchado con mi esposa por querer sacarme litros y litros de leche en menos de nada.

En pocos segundos note unos tremendos calambres que se agolpaban en mis cojones haciendo que mi polla se pusiese a tope. ¡Me iba a correr si nadie lo remediaba!

Duque daba lametazos de arriba abajo, recorriendo el tronco de mi polla y de vez en cuando también los huevos que me colgaban debajo y que Sandra no dejaba de apretar. La sensación era extraña, aunque debo admitir que la disfruté como un chiquillo chico. Tenía la polla empapada, llena de babas, aquel puto cabrón acompañado de la zorra de mi mujer me estaban haciendo la mejor paja de la historia. He de reconocer que aquello era mucho mejor que hacérselo uno mismo, o incluso que me la cascara Sandra a solas. (¡Lo siento, vida!, al igual que tú, ¡sinceridad ante todo!)

Yo ya no podía más, así que me dediqué en cuerpo y alma a disfrutar de los dulces espasmos que mi perro y mi perra me estaban provocando. Los chorros de mi leche empezaron a salir sin remedio. Chorros de leche que Duque se tragaba en cada lamida que me daba.

  • ¡Chúpamela, Sandra!, dije en un momento de locura a mi mujer.
  • ¡No!, deja que siga el perro, me contestó ella apretándome los cojones con las uñas.

El perro, que en ningún momento entró en la disputa sobre quien chupaba a quien, siguió comiéndose mis restos de lefa sin despegarse ni un solo momento de mi rabo. ¡La sensación de sentir como te corres a la par que te la menean y te la chupan es impresionante, lo juro!

Tras la corrida quedé completamente agotado. Me cogí la polla con las dos manos para intentar que se separasen de ella y cerré los ojos para disfrutar de aquel dulce momento. Sandra al ver que había terminado la fiesta, se tumbó a mi lado cogiendo el paquete de tabaco y dándome un cigarro encendido. Duque se tumbo a nuestros pies quedándose dormido casi instantáneamente. ¡Qué rápido sacó la vena flojera, el jodío!

  • ¡Bueno!, ¿qué me cuentas?, le pregunté casi sin voz.

Mi mujer miró hacia Duque, que seguía durmiendo a nuestros pies y luego me miró a mí.

  • No estoy yo muy segura de que esto haya sido buena idea, me dijo Sandra con voz seria dejándome un poco fuera de juego.

  • ¡Joder!, ¿y eso porqué? ¡Cualquiera diría que lo has pasado mal!, le contesté un poco descuadrado.

  • Pues por eso lo digo, me respondió mirando nuevamente a Duque.

  • ¡Ya sé que tengo que hacer cuando me aburra y tú no estés a mano!

La verdad es que no supe que contestar. Simplemente me acerqué a ella y le di un beso en los labios, aquellos labios que hacía media hora se estaban comiendo el rabo de nuestra mascota.