Solo era el principio (13)
Simplemente quiero contar una bonita historia de sexo, pasión y amor. Si os gusta lo que voy escribiendo, seguiré publicando más y más capitulos de esta larga, tórrida e increible historia. Vuestros comentarios e inquietudes a nuestro mail, por favor.
CAPITULO 13
En la granja de Pin y Pon…
DOMINGO, 05 DE OCTUBRE DE 2008 (MAÑANA)
Aquel día había amanecido con lluvia y el frío ya empezaba a hacer un poco de mella en nuestros cuerpos, así que si nadie lo remediaba, la cosa se presentaba tranquila con sofá y mantita. Después del gran empacho chocolatero de la pasada noche tampoco había muchas ganas de seguir follando, ¡de momento, claro está! Además había Formula Uno y quería ver cómo quedaba Fernando Alonso. Quedaban sólo tres carreras más del campeonato y aquella era primordial para que se llevase el titulo mundial o no.
Así que aquel gris día decidimos quedarnos en casa tranquilitos viendo la tele y lo más importante, con el ordenador encendido para cada dos por tres poder mirar mi correo electrónico a ver si por fin llegaban las codiciadas vergas para el coño de mi mujer. ¡Huy, perdón, que locura he dicho!, codiciadas respuestas para que se follasen a mi mujer. Eso es, ¡así suena mucho mejor!
A eso de la doce saqué una botellita de vermut rojo de la nevera y la puse en la mesa junto a dos vasos con hielo, unas patatas fritas y unas aceitunitas de las que me gustaban, las “enviolás”, como yo las llamo, esas aceitunas gordas que vienen con un pepinillo clavado. ¡Qué rico sabe una aceituna bien clavada, joder!
Serví las dos copas brindando por nosotros y nos dispusimos a disfrutar de la previa de los coches con las historias que cuenta “el Calvo de Telecinco”.
En principio creímos que la previa iba a ser como siempre, coches, entrevistas a los corredores, bromas, etc., pero aquel día era bastante aburrida, así que tras casi una hora y pico viendo cómo iba el percal y tras habernos trincado casi el total del la botella de vermut, Sandra quiso adelantar acontecimientos para poder ver la salida tranquila.
- ¡Cari!, como esto pinta bastante aburridillo y aprovechando que ahora no llueve, voy a bajar al perro para que mee y así ya estamos tranquilos para ver la salida, ¿vale?
No sé qué coño me pasó, pero al escuchar unidas las palabras perro y salida en la misma frase, mi cabeza recibió algo parecido a una descarga eléctrica. De repente me acordé de mi comentario de la pasada noche,“¡Llamamos a Duque para que te de un limpiadito!” Y a continuación de la respuesta de Sandra, “¿Tú estás loco o qué?, ¿qué quieres que el perro coja un empacho?”
Mi cabeza estaba maquinando algo nuevo. ¿Sería posible?, ¡lo veremos en la segunda parte del cuplé!
¡Cómo iba diciendo, eran navidades…!
¡Cari!, ¿te has enterado de lo que te he dicho?, me preguntó al ver que no tenía ninguna respuesta por mi parte.
¿Qué?… ¡Ah!, ¡sí, sí!, ¡cómo tu veas!, le respondí pero sin hacerle el más mínimo caso ya que mi cerebro iba a mil por hora, mucho más rápido que cualquier coche de la Formula Uno.
A los pocos segundos escuchaba como se cerraba la puerta de la calle y yo me quedaba a solas durante unos quince minutos para aclararme si quería seguir con mi nueva idea o no.
Me llamareis raro, no lo dudo, pero desde hacía algún tiempo, mucho antes de tenerlo, tenía la fantasía, (otra más), de hacer algo con un perro, nada serio, ¡lo juro!, simplemente entre Sandra y yo jugar un poco con él y ¿por qué no?, ver cómo sería que otra lengua que no fuese la mía, chupase el chumino de Sandra a la par de demostrarme a mí mismo que sería capaz de aguantar ver cómo otra sinhueso que no era la mía sorbía el magnífico líquido que mi mujer guardaba entre sus piernas.
Cómo ya he comentado alguna vez que otra, también sabía que aunque a ella siempre le habían gustado las películas de perritos y que incluso alguna vez me había comentado que no le importaría probarlo, estaba completamente seguro que cuando se lo propusiese se iba a negar en rotundo poniéndome cualquier escusa. Pero claro, ¡cómo soy como soy!, pues aquella aburrida tarde pensé, sin llegar a planteármelo en serio para no llevarme un chasco, intentar hacer una nueva de mis locuras.
Cómo ya sabéis, mi perrito Duque no es muy grande además de tonto porque no sabe nada más que ladrar. Si a eso le sumamos el hándicap de que está castrado y tiene poco apetito sexual a pesar de pegarle unas palizas extraordinarias a su mantita, seguramente no serviría para mucho más que para unas chupaditas. Pero bueno, cómo de momento era el que tenía, pues era lo que había, tendría que intentar aprovecharlo para mis maquiavélicos planes.
Pero aquello tendría que ser después de ver las carreras, tampoco era plan de tal como llegase Sandra soltarle de sopetón que quería que el perro le comiese el papo, ¿no? ¡Hubiese quedado un poco raro!
Y mientras que maquinaba todo por si acaso surgía el momento, encendí la estufa para que el ambiente se caldeara, saqué dos cervezas ya que lo que quedaba de vermut me lo había ventilado yo mientras esperaba a Sandra, miré de nuevo los correos para ver si había tenido suerte, cosa que no ocurrió y me volví a sentar delante de la televisión cómo si nada hubiese pasado por mi imaginación.
DOMINGO, 05 DE OCTUBRE DE 2008 (TARDE) (1ª PARTE)
¡Joder!, me ha dado el tiempo justo. ¡No veas como llueve ahora!, me dijo Sandra quitándose el jersey que llevaba puesto ya que estaba chorreando.
¡No me digas!, le contesté haciéndome el impresionado y levantándome para ir a la terraza a ver cómo llovía.
¿Y estos, qué?, ¿han hecho algo?, me preguntó refiriéndose a la carrera de coches.
¡De momento, poco! Aún son menos cinco y hasta las dos no empiezan, le contesté desde la ventana viendo como estaba cayendo en ese momento el diluvio universal.
¡Pues vente “pacá” conmigo que vamos a verlos!, me dijo invitándome a que me sentara a su lado mientras extendía sobre sus piernas una de las mantitas naranjas que tenemos en el sofá.
¡Las carreras, un pestiñazo!, ¡no puedo decir otra cosa! Si la previa había sido un rollo, ni os imagináis lo que fue la carrera. En la octava vuelta, el puñetero Hamilton en un intento de adelantamiento se llevó por delante a Alonso jodiendo la carrera y las posibilidades de ganar el campeonato esa semana. Habría que esperar a la próxima semana para cantar el alirón.
Un poco afligidos por la mala suerte de Alonso, sin llegar a ver el final de la carrera y con el perro a mis pies, cosa que nunca le dejo hacer, me puse a hacer zapping por los canales para ver si encontraba algo interesante que nos alegrara un poco la tarde del domingo. A la tercera vuelta de setenta y pico canales que tenemos y de no encontrar nada que valiese la pena, me di por vencido y puse lo mismo de siempre cuando no había nada que ver, los documentales de la Dos con sus animalitos. De forma instintiva, aún no sé por qué, si por puro aburrimiento o por puro vicio, agaché mi mano para acariciar al perro.
- ¿Qué amable estás hoy con Duque, no?, me preguntó Sandra un tanto extrañada por ver al perro a mis pies y mi mano acariciándolo de vez en cuando.
- ¿Porqué?, le pregunté sin llegar a entender sus palabras.
¿Qué pasa?, ¿que con sólo mirarme a la cara ya sabe cuáles son mis intenciones? ¿Tanto se me nota? ¡No!, ¡no puede ser!, ¡estoy obsesionado!, me dije a mismo.
¡Hombre!, cómo te veo así de cariñoso con él, pues me ha extrañado, me contestó ella.
¡Es que con el tiempo le voy cogiendo algo de cariño!, le dije intentando explicar mi comportamiento.
¡Si es que no es tan malo como tú lo ves!, dijo Sandra agachando la mano para acariciar al perro junto a mí.
¡Bueno!, basta de caricias y tráete otra cervecita, ¿no?, le pedí dando el último trago a mi lata de cerveza.
¡Ya estamos!, siempre tengo que ser yo la que traiga las cervezas.
- ¡No, vida!, ¡siempre no!, todas las anteriores las he traído yo.
- ¡Hay que joderse!, me dijo entre risitas pero levantándose para ir a por ellas.
En aquel momento, mientras que Sandra no me veía, acerqué la mano a la entrepierna del perro y rocé el rabo de este. Mi cabeza empezó de nuevo a funcionar al instante.
Pero sin esperarlo, el simple hecho de ver a Sandra entregándome la nueva cerveza y escucharla hizo que mis planes cambiasen de inmediato y olvidase la tétrica idea de darle al perro a mi mujer como una vulgar chuchería.
¡Toma vida!, me dijo Sandra entregándome la lata de cerveza.
¡Gracias!, ya estaba empezando a pensar que me iba a deshidratar, le contesté en plan broma pero sin dejar de acariciar al perro, ¡en el lomo, claro está!
¿Te apetece hacer algo especial esta tarde?, me soltó de sopetón.
¿Algo?, ¿algo cómo qué?, le pregunté un tanto extrañado pero, ahora sí, mirándola a la cara.
¿No sé?, jugar al parchís, a la Wii… dijo sin terminar la frase y quedándose pensativa.
Aquellas sugerencias me chocaron un poco, ¿al parchís?, ¿a la Wii? ¿Eso era hacer algo especial?, pensé sin llegar a abrir la boca a la espera de que Sandra terminase de hablar.
¡O quizás prefieras follar! Un polvete bien echado no vendría mal, ¿verdad?, me dijo con una pícara sonrisa y guiñándome un ojo.
¡Así, de buenas a primeras!, le contesté más emocionado que otra cosa pero pasándome la mano por encima del paquete que ya se había puesto nervioso de sólo escuchar la sugerencia de Sandra.
¿Y por qué no?, me contestó levantándose, cómo ya estaba cogiendo por costumbre, la falda cómo la mas zorra de las zorras y enseñándome su precioso tanga que se metía entre los abultados y brillantes labios de su chochete.
Y cuando me iba a tirar en plancha para comerle “to lo negro”, aunque no tuviese nada negro, Sandra me volvió a sorprender.
- ¡Pero bueno, si quieres podemos alargarlo un poco!, me dijo retirando mi cabeza de entre sus piernas y volviendo la falda a su sitio.
¡Eah!, verás como al final terminamos jugando al parchís.
- ¿Y que propones para alargarlo?, le pregunté un poco mosca y viéndome en poco tiempo con el mando de la Wii en la mano.
- Cómo no hay nada que ver en la tele, ¿por qué no te pones primero una de tus peliculitas mientras nos tomamos la cervecita?, me sugirió mientras aposentaba su precioso culete en el sofá.
- ¡Vale!, le contesté un poco contrariado por su sugerencia pero realmente admirado por la actitud de mi amada esposa.
¡Por fin mi suerte cambiaba! Al final iba a cambiar el mando de la Wii por el mando del Scalectrix. (Chiste, ¡ja, ja, ja!)
Automáticamente, sin dejar pasar ni un solo segundo para que no se me enfriase el caliente plato que tenía en el sofá, me levanté, me fui hacia la terraza dónde, cómo ya sabéis, tengo mi ordenador y me puse a rebuscar entre mis archivos privados buscando la película porno más idónea para terminar de calentarla.
¿Eliges tu o elijo yo?, le pregunté desde el ordenador para ver si tenía la misma suerte y ella volvía a elegir al igual que el día de la cabina del Sex Shop.
¡Elige tú, vida!, tú sabes que yo no valgo para elegir esas cosas.
¡Joder!, pues cualquiera diría lo contrario después de lo bien que elegiste el día de la cabina.
¡Ja!, ¡me parto y me troncho! ¡Qué gracioso eres!
¡Anda, elige una cualquiera y vente para acá cuanto antes si no quieres que cambie de idea! , me dijo demostrando un poco de desagrado por mi anterior comentario.
Ni loco quería yo que cambiase de idea. Ya me costaba la misma vida que ella decidiese algo de vez en cuando cómo para que ahora que la tenía medio convencida, cambiase de parecer. Así que agaché la voz, no dije ni pio y seguí rebuscando entre mis archivos más queridos.
No sé si fue casualidad, si una jugarreta del destino o qué, pero nada más abrir la carpeta me topé con una película que ni tan siquiera recordaba que tenía pero que cumplía con todos mis objetivos. “El perro del hortelano, que come y se deja comer en la Granja de Pin y Pon”, menudo título más rebuscado para una película. ¡A saber qué se comía aquel perrito o qué se dejaba comer!
En cuanto lo tuve todo preparado cambie la imagen de mi ordenador a la pantalla de plasma del salón y cogiendo el ratón inalámbrico me senté en el sofá junto a ella no sin antes cruzarme por delante de su cara, bajándome el viejo pantalón del pijama y ofreciéndole mi rabo para que le diese unos cariñosos besitos.
¿Te gusta mi rabo?, le pregunté mientras me lo apretaba con todas las fuerzas para que mi capullo aumentase su tamaño al doble.
¡Mucho!, respondió ella a la par que sacaba la lengua y me la paseaba por la punta del ciruelo.
¡Pero primero, lo primero!, me dijo tirando de la cintura de mi pantalón para colocármelo en su sitio y que la dejase en paz, ¡de momento, claro está!
Tras aquellos leves besitos me senté en el sofá y con dedos nerviosos por saber lo que podía aparecer en la pantalla le di al archivo para que se empezase a reproducir. En silencio empezamos a ver la película.
Al principio parecía una peli porno del montón. Como siempre, dos tíos con pollas impresionantes se follaban de forma bestial a una pobre campesina de unos cuarenta y muchos años con botas de agua hasta la rodilla, más bien rellenita y peluda como Chewaka, en un corral rodeada de cerdos, vacas y moscas que se posaban en el blanco y amplio culo de la rústica señora. Hay que decir que aquella señora, a pesar de tener una tremenda mosca de caballo en la raja del culo, disfrutaba como una enana mientras que uno de aquellos dos verracos le metía más de veinte centímetros por el culo a la par que el otro le metía una tremenda tranca por el coño dejándola ensartada como un pinchito moruno.
¡Joder, con la guarrilla!, no veas como la están poniendo. ¡Menudo pedazo de pollón tienen los dos colegas!, le dije a Sandra intentando que se fijase, con más ahínco aún, en aquellos dos rabos.
Son muy grandes para mi gusto. Tú ya sabes cómo me gustan a mí y esas son muy grandes , contestó pero sin apartar la vista de aquellos dos estupendos zagalotes y agarrando la mía para darme el primer sobeo de la tarde. (¡Bueno, el segundo!)
¡Y para mi culo ni loca, claro!, terminó diciendo tras unos segundos yo creo que pensando en lo que sería sentirse en medio de los dos tíos.
Y cómo era de esperar, tras más de diez minutos recibiendo leña por coño y culo, aquellos dos machotes empezaron a soltar chorretones de lefa sobre el impresionante coño lleno de rizados pelos negros de aquella buena mujer. Después, sin tan siquiera un besito de despedida, se largaron de allí dejándola tumbada sobre un montón de paja que había en el suelo.
Sin tan siquiera hablar, ¿para qué?, nos tragamos el principio de aquella película que parecía que podría ponerse interesante en cualquier momento. Lo que si pude notar fue que Sandra, a pesar de no ser muy amante del porno, estaba disfrutando de aquellas fuertes escenas triple X, entre otras cosas porque mientras las veíamos, la comentábamos y me acariciaba el nabo, se había empezado a tocar su ardiente rajita por encima de la tela y que incluso se había estirado hacia arriba de las bragas para incrustárselas aún más dentro de su cálida y abierta raja, dejando la señal de su humedad en la poca tela que asomaba.
Aprovechando la situación pasé mi mano por su entrepierna intentando pringar mis dedos de su magnífico néctar, pero un doloroso manotazo cayó sobre mis nudillos haciendo que apartase la mano inmediatamente.
- ¿Qué haces?, le dije un poco indignado.
- ¡Déjame ver la peli y luego hablamos!, ¿vale?, me contestó con cierto aire de ironía pero con la mejor de sus caras.
¡Anda!, ¡fúmate un cigarrito y relájate una mijita, guapo!
¡Vale!, ¿quieres otra cerveza?, fue lo único que fui capaz de decir a su sugerencia.
¡Eso no se pregunta, cariño!, me dijo pasándome, esta vez de forma mucho más cariñosa, sus olorosos dedos por mi nariz.
Cómo si fuese un robot pero con su aroma pegado a mi cara, me levanté dispuesto a darle a mi idolatrada esposa una nueva y refrescante bebida para que se aliviara de los calores internos que estaba sufriendo.
¿Pongo la pausa hasta que vuelvas?, me preguntó Sandra estirándose para coger el ratón.
No hace falta. Sigue viéndola tú y luego me la cuentas, le dije dándome la vuelta para dirigirme a la nevera.
Pero como ya sabéis lo retorcido que soy y que pocas veces me doy por vencido, abusando de su confianza me fui hacia el dormitorio con la sana intención de coger a uno de mis adorados amigos que guardo en el armario. (¡Sí!, ¡otra vez!, ¡ya sé que soy un agonías!, ¡lo sé!, ¡siempre lo mismo! ¿Y qué?)
Tras rebuscar durante un par de minutos entre mis cosas, cambiar las pilas que estaban gastadas, me imagino que por la paliza que le pegamos el día de antes, guardármelo entre la poca ropa que llevaba para sacarlo justo en el momento necesario y coger las dos cervezas, me volví al sofá a seguir con el documental de “La Dos” tan interesante que estábamos viendo.
Pero si antes, cuando me sugirió lo de echar un polvo, mi sorpresa fue mayúscula, ahora fue extraordinaria al encontrármela con las piernas totalmente abiertas y puestas sobre la mesita mostrándome un primer plano de su mollete bien abierto y apenas tapado por su tanguita. Directamente me lancé sobre ella y la empecé a besar en la boca mientras le echaba a un ladillo el tanga para meterle uno de mis dedos en su más que húmedo coñito. Aquello, cómo era de esperar, tuvo un efecto inmediato haciendo que ella metiese su lengua hasta mi campanilla dándome un beso realmente inmejorable.
Pero aquello que yo creí que era el principio de un polvo impresionante duró poco. De repente me separó con sus manos y se recolocó un poco el tanga.
- Vamos a ver la peli, ¿no?, ¿si no, para que la has puesto?, me respondió ella dejándome nuevamente a dos velas y más caliente que el palo de un churrero.
- ¡Hay que joderse!, nunca quieres ver una peli y ahora resulta que estás loca por ver esta, le dije quitándome de encima de ella y cogiendo el paquete de tabaco para encenderme otro cigarrito.
¡No hay quien te entienda, Cariñito!, le dije con un tono bastante sarcástico mientras me sentaba nuevamente en el sofá.
¡Tranquilo!, ¿tienes prisa?, me respondió ella sin tan siquiera mirarme a la cara.
No le respondí por no ser borde. (Aunque a lo mejor hubiese funcionado como la otra tarde, ¿no?) Simplemente abrí la cerveza, le pegué un trago grandísimo para calmar mis ardores y me puse a ver de nuevo la película que en aquel momento empezaba una nueva secuencia de acción y violencia.
En ese preciso momento en el que la rustica señora de culo gordo estaba sentada totalmente abierta de piernas en una vieja silla de mimbre enseñando los chorros de leche que antes le habían dejado sus particulares folladores sobre aquel negro matojo de pelos, veo que se acerca un pequeño perro, más o menos del mismo tamaño que nuestro Duque, y comienza a hacerle con la lengua un lavado de bajos extraordinario.
He de decir que aunque el placer que le estuviese dando aquella rugosa lengua fuese tremendo, los gritos que pegaba la cateta eran pelín exageraos para mi gusto. No me imaginaba en aquel momento que una lengua tan áspera cómo la de un perro diese tanto gusto, ¡para qué voy a mentir!
Pero a lo que iba, mientras que la señora seguía gimiendo de placer como una descosida, la cámara se había centrado en el perro que en ese momento dejaba entrever un carajo perruno más o menos grande y rojo como un tomate. En aquel momento me vino a la memoria el cipote de Duque y cómo se le pone cuando se lo relame durante horas. (Por cierto, ¡quien fuese perro para estar todo el día chupa que te chupa!)
Justo estaba pensando en mi perro y en sus habilidades lamedoras cuando los gritos de aquella mujer se convirtieron en descomunales. ¡Se estaba corriendo con los roces del chucho en su coño!, ¿de verdad era tan bueno aquello?
Tras terminar de correrse y no queriendo desaprovechar la empalmaera que tenía el pobre perrillo, tirándose al suelo y metiendo su cabeza bajo el cuerpo del can comenzó a hacerle una mamada que para mí la hubiese querido en aquel momento. El pobre perrito, al igual que me hubiese pasado a mí, no tardó en correrse con aquellos expertos labios. Pero se notaba que aquella buena señora no era la primera polla canina que se ventilaba, ya que en cuanto notó que la picha del perro aumentaba de tamaño, se la sacó de la boca y aquel cimbrel empezó a soltar chorros de un líquido blanquecino que le manchó toda la cara y las tetas.
En ese momento cambié la vista hacia Sandra y vi repetida en su cara la misma imagen de ayer por la tarde. Tenía una cara llena de lujuria y una mano metida dentro de las bragas tocándose sin parar. Aquella cara me dio la impresión de querer comerse aquella roja y húmeda pichilla sin hacerle ningún tipo de ascos.
- ¿Qué te pasa?, le pregunté para ver si me respondía o no.
- ¿Que qué me pasa?, ¡pues qué me va a pasar!Qué me pones estas películas y al final pasa lo que pasa. ¡Una se anima, se pone cachonda y moja las bragas! ¡y hasta el sofá!Y ahora mismo estoy más caliente que una mula, ¡eso es lo que me pasa! , me dijo de carrerilla pero sin parar de tocarse la pipitilla del coño.
- Pues si quieres te puedo ayudar a bajarte el calentón, le dije sacando el consolador de mi pantalón y poniéndoselo en los labios para que lo chupase.
Sandra, que yo creí que iba a quejarse al ver de nuevo el cipote de plástico, ya que cómo sabéis no era muy adicta a ellos aunque últimamente no se lo sacaba del coño, lanzó un leve gemido a la vez que abría un poco más la boca y sacaba la lengua para darle unos estupendos lengüetazos a nuestro invitado.
Al verla tan lanzada, saqué el vibrador de su boca y separando un poco el tanga intenté metérselo en lo que seguramente estaba abierto y húmedo como una almeja.
- ¡Para!, ¡para un momento, por favor! Primero tengo que ir a mear.
- Espérame aquí que enseguida vuelvo , me dijo poniéndose de pie.
Mientras se ponía de pie, sacó la mano que aún seguía dentro de sus bragas y recogiendo un montón de babas que le chorreaban por el coño me la pasó por la cara y por la boca dejándome de nuevo aquel agradable sabor y olor pegado a mí.
¡No tardes mucho que estoy loco por metértela cuanto antes, vida!, le dije a la par que se daba la vuelta para marcharse.
Pues si tú tienes ganas, ¡no veas cómo estoy yo!, me respondió.
Vete preparando que te vas a cagar en cuanto te pille. ¡Ahora vengo!, volvió a repetir antes de desaparecer por la puerta del salón.
Mientras que esperaba la vuelta de Sandra dándome suaves meneos en el rabo, desvié la vista hacia el suelo y lo vi, ¡allí estaba!
Durante todo el tiempo que habíamos estado viendo la película y lo que no era la película, Duque, como de costumbre, había estado tumbado frente a nosotros al lado de la estufa, viendo todo lo ocurrido como si fuese un espectador sin interés. En aquel momento me imaginé, cosa extraña en mí, a Duque corriéndose en la cara de Sandra al igual que el de la película. ¡Coño!, sólo de pensarlo me puse más cachondo aún. Aquella caliente imagen de Sandra con la polla del perro en la boca me hizo recordar lo que antes de empezar me traía entre manos. ¿Sería Sandra capaz de algo así? ¿Si se lo proponía sería para cagarla y terminar en bronca? ¿Al final me quedaría sin polvete por querer más cosas de la cuenta?
¡Me dio igual todo! Quería proponérselo, lo iba a hacer y así lo hice.En cuanto la vi aparecer de nuevo, me lancé a la aventura.
- ¿Te gustaría hacer con Duque lo mismo que ha hecho la de la peli?, le solté sin dejarla pensar.
De momento se quedó bastante sorprendida, seguramente no se esperaba una insinuación de ese tipo.
Pero la sorpresa duró poco y enseguida me dio una respuesta.
¿Y por qué no?, me contestó ella dejándome frio con aquella respuesta.
¡Es más!, añadió Sandra, ¡es lo mismo que yo te iba a proponer pero al revés!
Ni de coña le chupo yo el rabo al perro, pensé enseguida. (Sé que es un pensamiento machista, pero que le puedo hacer, al fin y al cabo soy hombre, ¡lo siento!)
¿Cómo que al revés?, pregunté un tanto extrañado pero realmente encantado por haber conseguido que Sandra pensase de nuevo en otros rabos, aunque fuese el del perro.
¡Pues fácil!, que el perro me chupe el coño.Es más cómodo, ¿no?
- Yo me tumbo y tú me lo chupas, ¿vale?, dijo con voz infantil dirigiéndose a Duque y estirando una mano para que se le acercase.
Duque, al que le cuesta un huevo y parte del otro levantarse del suelo, con pocas ganas se acercó hacia ella moviendo la cola lentamente como si le costase trabajo hacerlo.
¡Ay, carajote!, si supieras para qué te llama tu Amita vendrías volando, pensé para mis adentros.
- ¡Ah, bueno!, si es así, pues sí, le contesté bastante aliviado por no tener que tocar otro rabo, aunque fuese el del perro, para contentar a mi deseada esposa.
Mientras nosotros decidíamos quien chuparía a quien, en la pantalla de plasma seguía la película pero ahora un poco más subida de tono. Justo en ese momento, la gorda pueblerina, que no tenía hartura, estaba liada con un caballo y tenía entre manos una polla del tamaño de una manguera de bomberos. ¡Menudo pollón se gastaba el jamelgo!
Sin perder más tiempo con la película y dedicándoselo a la mía, cogí el puf de color rosa relleno de bolitas de corcho que tenemos en el salón y lo extendí todo lo que pude en el suelo poniendo la mantita naranja sobre él para no mancharlo. Sandra, sin perder tiempo se sentó sobre él apoyando la espalda y subiendo una de las piernas encima del sofá para dejar bien abierta la puerta principal de entrada.
Lo que dejaba entrever era tan provocador que no pude aguantar la tentación de disfrutarlo, así que sentándome junto a ella y pasando un montón del perro, me puse a acariciar aquel peloncito conejillo de indias que guardaba entre los muslos. Si ya de por sí es preciosa, verla en esa posición era lo máximo. Ver sus pezones como timbres de castillo mirando al techo demostrando lo cachonda que estaba y verla con las piernas totalmente abiertas de par en par a la espera de recibir lo que a mi me diese la gana darle para conseguir placer, era extraordinario.
Cogiendo el vibrador y poniéndolo en funcionamiento empecé a pasarlo por sus pechos, por sus pezones, por su cuello hasta llegar a sus labios y jugar con él rodeando su preciosa boca que se abría para enseñarme su lengua intentando chuparlo. Mientras yo jugaba con ella, Sandra estiró la mano buscando mis pelotas.
- ¡Joder!, ¡no veas como tienes la polla, cariño!, dijo Sandra al tocar lo que yo guardaba entre mis piernas.
¿Qué tienes pensado hacer conmigo para que tengas el rabo tan duro?
¡Ni te lo imaginas, mi vida!, ¡ni te lo imaginas!, le dije haciéndome el interesante.
¿Y porque no me follas primero un poquito?
¡Anda, porfi!, sólo hasta que me corra, me dijo con voz de deseo e intentando desviarme de mis planes.
¡Pues va a ser que no!, le dije totalmente convencido.
Te voy a poner tan cachonda que me vas a pedir de rodillas que te folle.
- ¿Más?, me respondió ella.
Realmente tenía razón, ya llevaba un rato pidiéndome que me la follase. ¡Qué cabrito soy, por dios!
Pero no le respondí, simplemente acerqué mi mano hasta sus muslos para abrirlos un poco más y de forma instintiva se abrieron al máximo dejando vía libre para poder recorrer toda su raja arriba y abajo con el consolador dejándolo impregnado de todo su aroma. Acto seguido me lo metí en la boca y, cómo si yo me estuviese comiendo una polla empecé a lamerlo y chuparlo limpiándolo de sus líquidos y mojándolo aún más con mis propias babas. Tras un breve rato de mamadas a aquel cacho plástico con la atenta mirada de Sandra a mis labios, lo puse de nuevo sobre sus pezones consiguiendo que con la vibración del aparato mezclada con mi saliva se le pusiesen duros cómo rocas. Sandra respiraba cada vez más fuerte sin apartar los ojos de aquel cipote mientras que no paraba de chuparse y morderse los labios demostrándome lo cachonda que estaba en aquel preciso momento.
En un momento dado empecé a acariciar uno de sus muslos por la parte de dentro, pero sin llegar a tocar su chochito. Lentamente, queriendo hacerla sufrir, iba acercándola a su molletón hasta que por fin empecé a rozarla, con suma suavidad, por encima del tanga que estaba realmente mojado. Aquello me tenía el rabo a punto de explotar. Hoy mismo lo pienso y aún no sé cómo fui capaz de aguantar tanto sin tirarme en plancha a comérmela de arriba abajo.
Sandra, con suaves grititos que salían desde lo más hondo de su coño estaba llegando al sitio dónde yo la quería tener desde el principio, a mis pies y dispuesta a realizar cualquier cosa que le pidiese por rara que fuese.
- ¡Tócate las tetas, Cielo!, le dije sin parar de masturbar su empapado coño por encima de las bragas.
Sin tan siquiera protestar por tener que hacérselo ella misma, puso sus manos sobre las tetas y cogiéndose los pezones entre los dedos comenzó a magreárselos suavemente para deleite de mis ojos. Ella sabía perfectamente que aquella forma de masajearse las peras mientras que yo la tocaba, me encantaba. Y claro, como era normal, en aquel momento mi dura polla pedía coño, boca, culo o manos a gritos, pero a pesar de mis apetencias personales logré contenerme un poco más, quería llevarla a límite y que Sandra suplicase por mi nabo.
Pero para conseguirlo tendría que cambiar de estrategia, así que sin pensármelo le subí la falda todo lo que pude y le bajé un poco la tela del tanga dejándoselas a media pierna. Metí uno de mis dedos entre los pliegues de su raja y empecé a rozar su pipitilla, cosa que hizo que aumentara el volumen de sus gemidos. Los rápidos movimientos de mi dedo sobre su clítoris tuvieron un efecto casi inmediato, automáticamente empezó a menear las caderas pidiendo, sin palabras, que siguiera, que siguiera y que siguiera hasta el fin.
A la par que refregaba su generosa entrepierna le fui acercando el consolador a la boca, cosa que ella agradeció de inmediato sacando su lengua buscándolo de forma desesperada. Cuando lo trincó empezó a chuparlo de la forma más sensual que jamás la había visto comerse un rabo de plástico. No sé porqué pero el verla chupar de aquella manera me hizo sospechar de nuevo sobre qué estaría pensando o sobre a quién se la estaría mamando. ¿Sería a mí?, ¿sería a otro? ¡Seguro que era a mí, sin dudarlo!
¡O por lo menos eso pensaba yo!