Solo era el principio (11) Pizza mejor qué...

Simplemente quiero contar una bonita historia de sexo, pasión y amor. Si os gusta lo que voy escribiendo, seguiré publicando más y más capitulos de esta larga, tórrida e increible historia. Vuestros comentarios e inquietudes a nuestro mail, por favor.

CAPITULO 11

Pizza mejor qué hamburguesa…

VIERNES, 19 DE SEPTIEMBRE DE 2008 (NOCHE)

Tras quince minutos de espera y otras dos copas de champán, aquel burbujeante líquido ya empezaba a hacer efectos en mi cabeza. Y entre tantas doradas pompitas y aquel espectacular disfraz, me vino una nueva idea a la cabeza. Pero para poder realizarla tenía que tener todo el permiso y la aprobación de Sandra, que no sé si me lo daría una vez que le contara mi nueva sorpresa.

  • ¿Me dejas hacer una cosa?, le pregunté.

Sandra no me respondió, simplemente me miró y al mirarme pude ver en sus ojos qué el champán también le estaba haciendo algo de efecto, sus ojos estaban brillantes y con las pupilas un poco dilatadas por el efecto del alcohol.

Al no tener respuesta le hice otra pregunta

  • ¿Estás preparada para correrte de gusto?

  • ¿No sé?, el correrme lo tenía previsto, ¡lo que no sé aún cómo!

  • Yo si sé cómo puedes hacerlo.

  • ¿A qué te refieres?, me preguntó con una voz entre asustada y cachonda.

  • Cómo ya sabes que soy bastante repetitivo cuando encuentro algo que me gusta y que te gusta, pues he pensado que me gustaría volver a enseñar tu precioso cuerpo en público.

  • ¡Pero ahora no!, ¿verdad?, me preguntó con cara de desconcierto.

  • ¡Con lo guapa que me he puesto para ti no pensarás qué me voy a cambiar para irnos a la calle!, ¿no?

  • ¡No, tranquila!, esta vez será sin salir de casa, le solté de golpe.

  • ¿Cómo?, me respondió sin llegar a entender mi propuesta.

  • ¡A ver, te explico!, le dije con cara de circunstancia para que me hiciese más caso de lo normal y se enterara directamente de mi propuesta.

  • ¿Te atreverías a salir así, tal cómo estás vestida, a recibir al pizzero y ponerle cachondo?

  • ¡Definitivamente estás tonto, cariño!, me respondió entre risas.

  • ¿Tú de dónde cojones sacas las ideas?

  • ¡De internet, Cariño!, ¡de internet!, le dije directamente haciendo que ella me mirase un tanto extrañada pero sin perder la sonrisa.

¡Pero eso es una locura!, ¡quita, quita!

Pero cómo aquéllas palabras unidas a su amplia sonrisa no me sonaron a negativa, le seguí explicando mi plan.

  • ¡Que no pasa nada, vida!, ¡sólo será ponerlo una mijilla cachondo y luego aprovechar nosotros el calentón de la misma forma que lo hicimos el día del súper! Mientras tanto yo estaría escondido en la terraza viendo todo lo qué ocurre.

Ahora su cara había cambiado, su cara era todo un poema. No sabía si reírse, si echarse a llorar o liarse a tortas conmigo.

  • ¿Qué te pasa?, le pregunté.¿No te gusta la idea?, ¡yo creo que es original!
  • ¡Tú lo que eres es un loco vicioso!, me dijo.
  • ¡Lo sé!, ¡siempre lo he sido!, le contesté con un tono de voz bastante misterioso.

  • Pero, aparte de eso, ¿lo harías o no?, le pregunté mientras metía una de mis manos entre sus piernas y empezaba a tocarle el coño por encima de las minúsculas braguitas.

Nada más poner mi mano volví a notar cómo estaba de mojada aquélla zona, así que aparté un poco la tela y metí un dedo entre sus labios buscando aquéllos hilitos blancos que antes había visto qué colgaban de ellos.

  • Tú dirás lo que quieras, ¡pero tu coño habla por ti!
  • ¿A sí?, ¿y qué te dice?, ¡ya que tú eres tan listo!
  • Pues me dice que estás loquita por hacerlo.
  • ¡Sí, hombre!, ¡y yo que me lo creo!, me insistió con su negativa pero sin llegar a decir que no en ningún momento.

  • ¡Venga, tonta!, si sólo será otro juego pero con menos riesgo. Ahora estamos en casa y si la cosa no sale como queremos, con cerrar la puerta, ¡ya está!

  • ¿Y por qué no te desnudas tú y sales a abrirle cuando llegue?

  • Si yo supiese que quien va a venir es una pizzera, no me importaría hacerlo para que tú lo vieses, le dije intentándolo por última vez a ver si la convencía.

  • ¡Eso no te lo crees ni tú!, ¡tú eres muy rajao para esas cosas!

  • ¡Ahí tienes razón!, pero como yo sé que tú no lo eres, pues eso, ¡hazlo para mí!

  • ¿O me vas a decir que no eres capaz de hacerlo?

  • Sí, si cómo capaz sí que soy, pero no creo que esté bien…

  • ¡Y si el tío es un chalado!, ¿qué pasa?

Cómo otras tantas veces a su respuesta no le faltaba razón, aunque pensándolo bien normalmente siempre eran niñatos medio atontados que no se enteraban de la misa la media, así que por aquello no debía temer.

  • ¡Pues en los probadores bien poco que te importó si los chavales estaban chalados o no!, le dije echándole en cara el que se hubiese desnudado delante de aquel zagalote de calzoncillos azules bien rellenos y que no quisiera hacerlo ahora delante de mí.

  • Aquello fue un calentón y ya está.

  • ¿A sí?, pues dime una cosa.

  • ¡Dime!, me contestó de forma cansina.

  • Si lo volvieses a hacer con el pizzero, ¿disfrutarías de la fiesta?

  • ¡Bueno, con el pizzero no se si disfrutaré!, me dijo para quedarse luego en silencio por un par de segundos.

  • Lo que si tengo claro es que lo qué yo quiero es que éste no pase hambre y que al final se quede bien lleno de salami y pepperoni a la carbonara , me respondió levantándose la falda y enseñándome nuevamente el coño en todo su esplendor.

La mayoría de las veces soy bastante lento de entendederas pero en aquél momento y a pesar de las copas de champán, entendí a la primera a que se refería con lo de “carbonara”. ¡Aquélla jodía cabrona lo que quería era que le llenase a rebosar el coño con mi nata!, ¡qué mamona! Lo del salami y el pepperoni no es necesario explicarlo, ¿verdad?

  • ¡Amor mío!, ¿tú crees que yo sería capaz de dejarte a ti con hambre de carne en barra?, le respondí.
  • ¡Pues alguna vez que otra sí que me he quedado con hambre!, me respondió entendiendo yo a la primera que se refería a aquella maldita noche en la que me quedé dormido porque me cayó mal la cena.

¿O fue la bebida?, ¿no sé?, ¡no me acuerdo!

  • Cómo lo hagas, te la voy a meter por dónde nadie te la haya metido nunca, le dije intentando ser gracioso y cambiar de asunto cuanto antes ya que aquel tema no me interesaba para nada.

  • ¡Pues cómo no me la metas en el bolso, no sé por dónde me la vas a meter!, me dijo ella sarcásticamente dejándome sin palabras.

Tenía toda la razón. Incluso quiero recordar que un día lo intenté por su ombligo y otro por su oreja, ¡que vicioso puedo llegar a ser!

Y tras aquel comentario tan ocurrente nos echamos a reír.

Al ver que Sandra había aceptado mi juego, cosa que me confirmaba que estaba caliente cómo una burra, nos levantamos del sofá y empezamos a prepararlo todo.

  • ¿Ves?, yo me esconderé y desde aquí lo podré ver todo, todo. Y en cuanto vea que algo no va bien, salgo en tu ayuda, ¿vale?, le dije poniéndome tras la cristalera de la terraza y corriendo un poco las cortinas.

  • Pero de todas formas no creo que sea necesario que salga, estoy seguro de que todo va a salir a pedir de boca, terminé diciendo para que se calmase.

  • ¿Y qué se supone que debo hacer para que tú estés contento?, me preguntó con cierto tono de voz entre calienta pollas y zorrona, pero confirmándome que estaba dispuesta a hacerlo.

  • Lo único que tendrás qué hacer es recoger la pizza y hacer que la polla del pizzero crezca bajo su pantalón, le dije intentando convencerla a ella y a mí mismo de que no pasaría nada.

  • ¡Bueno, lo haré! Pero si en algún momento noto algo raro, cierro la puerta del tirón, ¿vale?

  • ¡Vale!, me parece correcto, le dije conteniendo la amplia sonrisa que en aquel momento me apetecía soltar.

De nuevo había caído en mis redes pero con una salvedad, en ese momento ella estaba bastante más tranquila de lo que yo me hubiera imaginado en contraste del nerviosismo que corría por mi estomago.

Mientras esperábamos volví a llenar las copas de champán y esta vez se la tomó entera de un sólo sorbo. Creo que el calor del momento y la idea de abrir la puerta vestida así la estaban consumiendo.

Estuvimos sentados otros diez minutos hablando tonterías y gastándonos bromas tontas sobre si se la metía en el bolso o no, entre otras cosas para no tener qué pensar en lo que iba a ocurrir dentro de un momento. Mientras hablábamos no dejé de sobarle el coño por encima del tanga para ponerla justo en el punto que yo quería que estuviese. Justo cómo el día del supermercado. De repente sonó el telefonillo de la puerta y el perro empezó a ladrar como un descosido. Sandra me miró en silencio, creo que esperando a que le dijese que no fuese, pero al ver que no tenía respuesta por mi parte, se levantó de forma totalmente sumisa y se fue hacia la puerta.

  • ¡Sí!, ¿quién es?, escuché cómo preguntaba a través del telefonillo y segundos después cómo apretaba el botón para abrir la puerta de la calle.

  • ¡Es él!, me dijo desde la puerta con voz nerviosa.

Automáticamente me levanté del sofá, metí a Duque en el cuarto de baño para que no diese por culo con sus ladridos, cogí el taburete alto, el mismo que ella usó aquella noche para pintarme la cara y me fui hacia la terraza.

Cuando sonó el timbre de la puerta, se asomó por la mirilla y con un gesto de su mano me mandó a que me escondiera. Me senté en el taburete y corriendo la cortina un poco más, me dediqué a disfrutar del espectáculo.

Sandra estaba dispuesta a abrir tal y cómo yo le había pedido y además con una ropa bastante especial y que la dejaba prácticamente desnuda ante los ojos de aquel nuevo desconocido. Sin duda, debía estar caliente cómo una perra y dispuesta a cualquier cosa, quizás por culpa del champán, porque si no, conociéndola cómo la conozco, no comprendo cómo fue capaz de salir así vestida ante un extraño. ¡Quizás me equivoqué y sólo lo hizo por mí!, ¿quién sabe?

Cuando abrió la puerta pude entrever a un chico con camiseta roja y gorra con una pizza en la mano ¡Qué raro!, ¿verdad?

Creo que de momento no se había dado cuenta de lo que tenía delante, porqué sin apenas levantar la cabeza de la caja de cartón lo primero que hizo fue preguntar por mí, que era el nombre qué Sandra había dado cuando hizo la petición por teléfono.

  • ¡Hola!, traía una pizza a nombre de Leandro.
  • Ha salido un momento, pero está al volver, dijo Sandra.

Aquéllas palabras me chocaron bastante, ¿le estaba dando a entender al chico que estaba completamente sola? ¿Se estaba comportando igual qué la noche que se quedó a “solas” con su amiguito Pablo? ¿O con Alex?

  • Además, has venido muy rápido y no me has dado tiempo ni a cambiarme. Normalmente tardáis bastante más, dijo Sandra con una voz bastante dulce haciendo qué el chavalote levantase la vista para mirarla.

El chico, qué ahora si había visto lo qué tenía delante, sin pensárselo dos veces entró a la casapuerta clavando sus ojos en el cuerpo de mi mujer, ¡se le querían salir!

  • ¿Cuánto es?, preguntó Sandra mirando fijamente al chaval mientras que este no daba crédito de lo que estaba viendo.

  • Dieciocho con cincuenta, dijo el muchacho casi tartamudeando y sin parar de mirarla.

  • ¡Espera un momento!, le dijo Sandra cogiendo la pizza y dándose la vuelta para dejarla en la mesita del salón.

Al darse la vuelta para ir hacia el salón, la mirada del chico se centró en su culo. Podía ver cómo el chico tenía la boca abierta, alucinando por lo qué estaba viendo, incluso llegó a decir algo qué no llegué a escuchar.

Tras dejar la pizza en el salón y mirarme de reojo, Sandra volvió a la entrada y cogió mi cartera de la mesita de cristal. Al sacar el dinero, un billete de veinte euros, no sé si queriendo o sin querer, se le cayó al suelo. Sandra no se cortó ni un pelo y poniéndose de espaldas al muchacho se agachó para recogerlo mientras qué los ojos del repartidor se comían aquél estupendo pandero, apenas tapado por aquélla tirita de seda qué se metía hasta lo más hondo de su culo.

Yo estaba a tope, casi me corro de sólo verla agacharse e imaginarme la vista que podría tener. En aquél momento me cagué en todos los santos del cielo por tener la cámara de video en reparación. Cómo me hubiera gustado haber grabado todo lo qué estaba pasando en la entrada de casa.

No puedo negar qué en aquél momento me hubiese encantado ver cómo aquél chico metía mano a mi mujer, pero me daba la impresión, cosa que por otra parte esperaba, qué el chaval era demasiado corto cómo para meterle mano aunque se lo pusiesen en bandeja cómo estaba haciendo ella. Estaba cachondo de sólo pensar que aquél chico la estaba mirando con ojos de deseo, pero más cachonda debía estar Sandra por hacer lo qué estaba haciendo.

Desde mi punto de control, a pesar de estar escondido tras la cortina, lo veía todo, cosa que hacía que mi polla estuviese tiesa y dura como una espada. Sin querer ser malo con ella (con mi verga), me la saqué para no correrme en los calzoncillos. Mientras tanto, sin darle la más mínima importancia a lo qué le estaba enseñando al chico, Sandra cogió el billete del suelo y se lo entregó diciéndole qué se quedase con el cambio. El chico, desde qué entró en casa, aparte de darle el precio, en ningún otro momento había abierto la boca para dirigirse a Sandra, no había dicho ni mu. Aunque la verdad es que la situación no era para hablar mucho, ¡para qué vamos a mentir!

En aquel sofocante momento yo era el único qué hacía algo ya qué mientras qué Sandra usaba a aquél repartidor para darme un espectáculo realmente caliente, me había agarrado la polla y me la estaba meneando suavemente repartiendo el manantial de líquidos qué no paraban de salir de mi capullo. Me la meneaba a gusto pero sólo lo justo cómo para qué se me pusiese cómo un mástil pero no tanto como para llegar a correrme.

Desde qué le dio el dinero hasta qué el chico reaccionó pasaron unos quince o veinte segundos. ¡Normal!, ¡no dejaba de mirar las tetas de Sandra cómo si de dos biberones se trataran! Sandra al ver qué este no hacía nada por irse, se dirigió a la puerta haciendo un gesto con la mano para qué se marchara.

  • ¡Gracias por todo y buenas noches! , dijo Sandra invitándolo a qué se fuera.

El chico movió la cabeza cómo si no entendiese nada de lo que estaba ocurriendo y diciendo algo que tampoco llegué a entender, cogió el casco que antes había dejado en el suelo y se marchó. Al cerrar la puerta me guardé el nabo cómo pude y salí corriendo hacia Sandra dispuesto a tocarle el coño para saber cuánta humedad había acumulado en su entrepierna durante aquellos escasos minutos. Sin darle tiempo metí mi lengua en su boca a la par qué mis dedos entraban en su coño con una facilidad enorme.

  • ¡Muy bien!, ¡así me gusta!, le dije mientras que mis dedos buceaban por su interior. ¡Te has portado muy bien!, cada vez qué te portas así de guarra pienso qué eres un poco más zorra y eso me encanta.

  • ¡Lo hago por ti, cariño!, me contestó mientras que sus labios se pegaban al lóbulo de mi oreja para chuparlo con ansias y hacer que un repelús me recorriese el cuerpo entero.

A decir verdad, no creo qué aquélla situación durara más de tres o cuatro minutos desde qué llegó el muchacho hasta qué se marchara, ¡pero joder, qué cuatro minutos más intensos! Durante todo el tiempo tuve un gran nudo en el estómago y de mi frente cayeron varias gotas de sudor. Debo decir qué lo del supermercado no tuvo ni punto de comparación con lo qué acababa de hacer. Aquello había sido extraordinario, tanto cómo el bulto que se me marcaba en el pantalón en aquel momento.

  • ¡Espero que te haya gustado! , dijo Sandra bajando una de sus manos y poniéndola sobre la mano qué yo tenía en su coño.

  • ¡Pues claro que me ha gustado!, durante todo el tiempo me he estado tocando la polla y esperando que el chaval se lanzara sobre ti, pero no has tenido suerte, le contesté.

  • Es que cada vez que enseño las bragas soy un peligro incluso para mí misma , dijo Sandra demostrándose a ella misma cuanto valía.

  • Pero cómo ya sabíamos, ¡este era otro gilipollas cómo los otros! , me dijo con un tono de voz bastante más apagado demostrándome un poco su disgusto por haberse quedado otra vez con la miel en los labios al igual que con Alex o con los chicos del supermercado.

  • Esta noche te has portado muy bien y creo qué te mereces una recompensa, ¡esta noche vas a correrte a chorros!, le prometí al verla tan afligida, creo qué arrepintiéndose por no haber dado un paso más.

Al escuchar mis palabras comenzó a empujar con fuerza sus dedos junto a los míos dentro de su chochito empezándose a follar ella misma moviendo las dos manos a la vez. A los pocos segundos de estar tocándose, sacó sus dedos y me los metió en la boca para que los chupara. Mientras me comía sus dedos con gran placer, podía ver su cara cubierta por aquellos preciosos pelos de color rosa que le daban un aspecto de zorrita dispuesta a darme todo el placer del mundo.

Sandra se separó de mí y empujándome contra el pilar de la casapuerta se puso de rodillas a mis pies.

  • ¿Te acuerdas de cómo vi la primera polla de mi vida?, me preguntó de repente levantando su vista y mirándome a los ojos.

  • ¡Pues claro que sí!, le respondí haciendo memoria para recordar aquel día en que ella me contó lo que pasó con su antiguo novio.

Aquel día me quedé con las ganas de comerme un buen rabo, pero hoy me voy a desquitar, me terminó diciendo antes de bajar la vista y empezar a quitarse aquella espinita que tenía clavada desde hacía tanto tiempo.

Me quitó el botón del pantalón y me los fue bajando poco a poco besándome cada trozo de mis muslos mientras los bajaba. Cuando por fin estuvieron en el suelo, llevó sus manos hacia mis calzoncillos volviendo a hacer la misma jugada que con el pantalón. Cada roce de sus labios con mis piernas me hacía sentir unas agradables cosquillas que llegaban hasta mi estómago. Ahora mi polla estaba libre de toda atadura, tiesa y mirando fijamente a los labios de Sandra.

  • ¡Joder!, ¡no veas qué pedazo de polla se te ha puesto! ¡Mira cómo babea! , me dijo con voz de alucinada mientras me la cogía con la mano y me la exprimía.

Me la apretaba fuertemente, cosa que hizo qué mi capullo se pusiera rojo de contento con las venas totalmente marcadas. Me dio un beso en la punta del capullo a la par que me daba una suave pasadita con la lengua y recogía todas mis babas. Sin darme tiempo a más, cerró los ojos y se la metió en la boca para chupármela con tantas ansias cómo si se le fuese la vida en ello.

Normalmente la chupaba de lujo, pero con aquellos movimientos de labios sólo cuando estaba muy caliente, ¡y de rodillas nunca, por supuesto! ¿Quizás se la estaba chupando a su antiguo novio?, ¿se la estaba chupando al pizzero?, ¿a Alex?, ¿al de los calzoncillos azules?, ¿a mi amigo Jesús? ¿Quién sabe? Pero bueno, si pensaba en alguno de ellos pero me la chupaba a mí, tampoco era tan malo, ¿no?

Mientras que su mano derecha subía y bajaba la piel de mi capullo acompasado con los movimientos de su cabeza, con la mano izquierda me acariciaba los huevos. Estaba disfrutando cómo un enano de aquella mamada así que cerré los ojos y me dejé caer sobre la pared para disfrutarla de verdad. A la vez que me la chupaba, su habilidosa mano se fue moviendo buscando mi culo y acariciando mi agujerito con uno de los dedos que hace un par de segundos estaba dentro de su chocho. Sin esperarlo, pero cómo otras tantas veces, me fue metiendo el dedo, poco a poco, hasta tener la punta dentro de mi culo. ¡Aquello ya era demasiado!, ¡tenía qué parar en ese momento o me correría! Yo no quería aún, quería seguir en aquel estado de excitación durante un buen rato más, me lo estaba pasando en grande, quería que me tocara, que me metiera mano, que me follase, pero si seguía un rato más de esa forma, ¡malo! Así qué cogiéndola de la cabeza, saqué mi polla de su boca y ayudándola la puse de pie para seguir besando sus labios. Ella entendió perfectamente mi forma de actuar ya que no dijo nada en contra, simplemente se pegó a mis labios para besarme.

  • ¡Te quiero!, le dije.
  • ¡Y yo, mi cielo!
  • Ven, vamos al sofá a comernos la pizza qué al final se va a enfriar y nosotros ya estamos bien calientes.

Medió me vestí cómo pude, nos sentamos en el sofá y volví a llenar las copas con champán. La segunda botella se acababa de terminar, pero puedo decir que aquellas fueron las mejores y más aprovechadas burbujas de mi vida.

Al sentarnos en el sofá ella se puso a mi lado con las piernas recogidas mostrándome todo su coño, tan abierto qué los labios se le escapaban por los lados de las braguitas, braguitas qué en medio de ellas se podía ver una gran mancha blanquecina de humedad que demostraba lo bien que se lo estaba pasando. En aquel momento se me quitaron las ganas de comer, pero todavía fue peor cuando ella, quitándose el collar de perlas de su cuello, empezó a pasárselo por la boca lamiendo sensualmente cada bolita con la punta de su lengua.

De repente empezó a hacer nudos a varias alturas del collar enrollando las bolas unas con otras. Aquéllos nudos empezaron a entrar en su boca poco a poco. Como si le estuviese dando una estupenda mamada a una polla totalmente decaída, podía ver cómo la saliva escurría por el largo del collar y caía sobre su pecho. Cuando creyó que estaba lo suficientemente mojado, lo sacó de su boca y mirándome a la cara se lo acercó a su chochito, se separó la tela y empujando un poco se metió el primer nudo del collar en el coño. Ella no dejaba de mirarme, pero yo no la podía mirar a ella, quería ver lo qué estaba ocurriendo, era algo totalmente nuevo para mí.

¡Qué zorra!, pensé. Con todo lo qué sabe y que poco lo aprovecha conmigo, ¿dónde habrá aprendido a hacer esas cosas?

Mientras tanto, Sandra seguía empujando el collar hacia dentro hasta qué tuvo en su interior el segundo, el tercero y el cuarto nudo. Cuando estuvo dentro, dejó de empujar y empezó a tocar su clítoris mientras que el resto del collar que quedaba afuera se lo restregaba por los húmedos labios de su coño. Yo estuve todo el tiempo tocándome el rabo por encima del pantalón, incluso creo que estuve a punto de correrme sin llegar a sacarla.

De repente empezó a tirar del collar sacándolo poco a poco cómo si de unas bolas chinas se tratase. Cada vez qué un nudo salía de su interior Sandra soltaba un pequeño gemido de placer.

¡Dos!, ¡tres!, ¡cuatro! ¡Por fin estaba fuera!

Nada más sacarlo lo acercó a mi boca para que pudiese chuparlo. Sabía que aquello iba a ir a más, así que me dejé hacer por ella, quería que ella siguiese llevando el mando de la situación, sabía que en pocos segundos iba a estar dentro de ella moviendo mi polla dentro de aquella jugosa cueva.

¡Pero no!, ¡me equivoqué otra vez! Cómo otras tantas veces, hizo lo mismo, cambió de tema sin dar ninguna explicación. Me quitó el collar de la boca y se volvió a sentar formalmente en el sofá con sus pies en el suelo y lejos de mí.

  • ¿Qué pasa?, le pregunté por enésima vez aquella noche.

  • ¡Tengo mucha sed!, tráete algo más de beber , me dijo cómo si no hubiese pasado nada hasta entonces.

Aunque me sentí bastante molesto, sobre todo por el bulto que tenía entre las piernas, no quise contrariarla. Cómo otras tantas veces, si ella lo quería hacer de esa forma, pues nada, ¡todos bocabajo!

  • ¿Qué prefieres?, ¿más champán o cerveza?, le pregunté con total resignación.

  • ¡Cerveza!, me contestó totalmente convencida de lo que quería.

Me levanté y fui hacia la nevera de la terraza. Al mirar vi que sólo quedaban botellas frías, las latas de cerveza estaban recién metidas y aún estaban bastante calientes.

  • Sólo quedan frías las botellas grandes alemanas, ¿te atreves con una?

  • ¡Pues claro, qué sí!, ya te he dicho qué tengo mucha sed y tu sabes qué a mí me cabe tela , me contestó tranquilamente.

Abrí las dos botellas pensando en el comentario de “a mí me cabe tela” y me fui de nuevo al sofá. Al dársela y no cogerla bien, un buen chorro de cerveza fría fue a parar a la poca tela qué tapaba sus tetas.

  • ¿Qué haces?, ¡qué tiras la cerveza!, me dijo dando un pequeño respingo hacia atrás cómo intentando no mojarse más.

  • ¡Lo siento, Cari!, le dije.

  • Ahora te tendré qué limpiar, comenté intentando dos cosas, primero pedir perdón por mi torpeza y segundo, conseguir meterme uno de sus pezones, que la fría cerveza había puesto como escarpias, entre mis dientes.

No tuve respuesta por su parte, simplemente se volvió a sentar cómo antes, enseñándome su precioso coño, y abriéndose la camisa para dejar el sujetador a la vista. Me acerqué a ella y empecé a comerle las tetas, bueno a limpiarle la cerveza.

  • ¡Te voy a dejar súper limpia!, le dije un segundo antes de tirarme en plancha sobre sus tetas.
  • Dame mi cerveza mientras me limpias, qué tengo mucha sed, contestó tranquilamente haciendo que mi cara se apartase de su pechera.

Le di la cerveza a toda velocidad y acercando de nuevo mi cara a sus pechos seguí con la limpieza teteril.

Mi lengua subía y bajaba sobre sus tetas intentando sacar más cerveza de la que se había derramado. Sus melones estaban resplandecientes con el brillo de mi saliva, ¡qué buen sabor tenía aquél coctel, mezcla de cerveza, sudor y tetas!

  • ¿Sigues teniendo sed?, le pregunté levantando un poco la vista pero sin apartar mis labios de sus pezones.

  • Algo menos, pero sí. ¡Hoy otra vez hace mucho calor!

Bajé mi mano hasta su entrepierna y empecé a mojarme los dedos en el jugo de su coño. Cuando los tuve bien mojados, los llevé hasta sus labios.

  • ¡Bebe!. A ver si esto te calma un poco la sed, le dije.

Ella abrió la boca y empezó a lamer mis dedos con cara de vicio cómo si se estuviese comiendo un rabo.

  • ¿Está rico?, le pregunté al ver con el gusto que me los chupaba.

Sandra no respondió, bajo su mano a su coño y mojándose un dedo lo llevó hasta mi boca.

  • ¡Dímelo tú!

Ahora ella chupaba mis dedos y yo los suyos con aquél extraordinario sabor qué brotaba de su interior. Parecía qué ella me estaba follando la boca mientras qué yo se la follaba a ella con mis dos dedos.

  • ¡Déjame a mí!, me dijo sacando mis dedos de su boca, los suyos de la mía y poniéndose de pie.

Yo la miraba para saber que iba a hacer, pero ni me lo imaginaba en aquel momento. Se dirigió a la terraza y cogió la silla que normalmente tengo delante del ordenador, se la trajo hasta el salón y la puso justo enfrente de mí.

  • ¿Qué haces?, le pregunté.

  • ¡Déjame a mí te he dicho!, tuve cómo respuesta.

Puso una pierna en la silla y con mucho mimo se fue quitando una de las medias negras que llevaba puesta. Cuando se la quitó, la lanzó sobre mí cayendo sobre mi pecho. ¡Me estaba haciendo un striptease en toda regla!, ¡pero si ella no había querido nunca hacerlo porque le daba vergüenza!, ¿cómo qué ahora lo hacía? ¡Deja de pensar, idiota!, me dije a mí mismo.

Tonto de mí si hubiera preguntado algo, así que hice lo mejor que podía hacer en ese momento, callarme y disfrutar de su locura.

Tras lanzarme la primera media, hizo la misma jugada con la segunda. Seguidamente se sentó en la silla, poco a poco se fue bajando las bragas hasta las rodillas y puso los pies en el sofá, uno a cada lado de mí dejándome a escaso medio metro aquel lugar tan cálido y deseado por mí.

  • ¡Ayúdame!, ¡quítamelas tú!, me pidió con una voz suave y dulce cómo nunca.

Cómo era de esperar, sin darme tiempo a nada me lancé sobre ella y le quité las bragas. Delante de mí estaba Sandra, sentada con las piernas abiertas y en medio de ellas aquél lindo conejito con un poquito de pelo más de la cuenta. Sus labios estaban entreabiertos y se podía ver perfectamente cómo la humedad corría entre sus piernas. Se acercó a mí y me quitó la cerveza de la mano para darle un gran trago mientras que con la otra mano se empezaba a masturbar su linda perla. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos para acariciarse los labios con los dedos y de vez en cuando frotarse el clítoris. Tenía el coño abierto al máximo, creo que sería imposible abrirlo más.

Cuando más interesante estaba la película, paró de masturbarse, se recostó un poco más entre la silla y el sofá y acercó la botella de cerveza a su coño. El espectáculo era digno de la mejor película porno qué jamás hubiese visto hasta entonces. Llevó la boca de la botella hasta su clítoris y comenzó a menearla untándola de rico néctar clitoriano. Al ver qué la botella estaba aún medio llena, me la acercó a la boca y me dijo qué bebiese de ella. Tras rechupetear del gollete los rastros de mi querida esposa, le pegué un buen trago y se la volví a entregar. El resto qué quedó se lo bebió ella de otro trago.

Mientras bebía se empezó a abrir bien el coño con tres de sus dedos cómo intentando abrirlo aún más de lo qué estaba. Aquello me dio la sensación de entender lo qué iba a hacer dentro de un momento, ¡se iba a follar el coño con la botella de cerveza y todo delante de mí, sin yo poder hacer nada! ¿No sé si podría aguantar aquello?, ¡seguro qué era pecado! Así qué en el colmo de mi gilipollez, le pregunté que qué iba a hacer.

  • ¿Tú qué crees?, me contestó.

Sin duda me iba a demostrar que estaba equivocado, ¡su coño sí se podía abrir más!

  • ¿Quieres qué lo haga yo?, le respondí.

  • ¡Calla y mira, idiota!, me contestó.

Aquél insulto sobró, para qué nos vamos a mentir, pero no fui capaz de llevarle la contraria, preferí qué ella siguiese con sus maniobras.

Cuando la botella estuvo totalmente vacía, la untó bien de saliva para seguir con lo que estaba haciendo. Se la volvió a acercar al coño y esta vez sí, por fin vi cómo aquélla botella desaparecía en el interior de su chocho. Nunca había tenido tantas ganas de ver aquel coño lleno por algo realmente duro, aunque fuese una botella.

Empezó a meterse el cuello, que con la saliva y su humedad entraba sin ninguna dificultad y paró justo cuando la botella empezó a ser más ancha. Después de parar un par de segundos movió un poco el culo cómo recolocándose y siguió empujando la botella hacia dentro. La miré a la cara y vi qué tenía una mezcla de placer y dolor en su rostro, el mismo que ponía cuando me entregaba su culo. En aquel momento no pude aguantar más y bajándome la cremallera, saqué mi polla al aire y me la empecé a menear suavemente sin perderme ni un detalle de sus movimientos. Con una mano apretaba la botella hacia dentro hasta meter casi la mitad en su interior mientras que con la otra no paraba de tocarse la pipa de su coño. Yo estaba alucinando en colores viendo cómo Sandra se follaba con aquel pedazo de cristal marrón en forma de polla, sin parar de tocarse el clítoris a un ritmo frenético. Ahora su cara había cambiado, ya no había gesto de dolor, todo lo contrario, ahora era de felicidad y de sus labios empezaban a salir pequeños gemidos de gusto.

De repente paró.

  • ¿Quieres seguir tú?, me dijo aguantando la botella con su mano para que no se saliera ni un sólo centímetro de su interior.

¡No podía creérmelo! Pues claro qué quería seguir yo.

Así qué me incorporé un poco y cogí la botella con mi mano, la saqué de su coño y me la llevé hasta la boca para mojarla un poco más y de camino aprovechar para beberme, por segunda vez aquella tarde, aquel jugo tan delicioso que se había quedado pegado al cuello de la botella.

La botella estaba completamente mojada y nuevamente llena de aquel líquido blanquecino que demostraba lo caliente que estaba Sandra. Cuando noté de nuevo aquel sabor en mi boca casi me corro, ¡qué bueno estaba!

Estuve un ratito chupando la botella y lamiendo con mi lengua cada rastro que había dejado en ella, no quería que se desperdiciase ni un sólo chorrito. Mientras yo chupaba, ella se había entretenido en abrirse el coño con las dos manos dejando la entrada totalmente lista para que yo continuara con el trabajito de excavación.

  • ¿Tú crees que cabrá entera? , me preguntó.

  • ¿No sé?, le respondí.

  • ¡Podemos probarlo si quieres!

  • Ya te he dicho que a mí me cabe tela, ¿no?

  • ¡Pues vamos, pruébalo!, ¿a qué esperas?

  • ¡Voy, voy!, ¡tranquila!, le contesté hecho un manojo de nervios.

  • Pero túmbate en el sofá para qué estés más cómoda, le dije.

Sin dejar qué pasara ni un segundo más de la cuenta, se levantó de la silla y se tumbó a mi lado dejando su coño abierto ante mí para que yo pudiese disfrutarlo. Y sin más pérdida de tiempo, se la puse de nuevo en la entrada de su coño empezando a empujarla hacia dentro. Tras un ratito de suave metida la volví a mirar a la cara y de nuevo tenía el gesto de dolor, así que para no dañarla, empecé a follármela sólo con el cuello de la botella, ¡que por cierto era bastante largo, todo sea dicho!

  • ¿Quieres que siga con mis dedos?, pregunté al notar aquella expresión de dolor en su cara.

  • ¿Y a qué estás esperando?, me dijo sacando la botella y cogiendo mi mano para meterse nuevamente dos de mis dedos hasta lo más hondo de su ser.

Pero enseguida me di cuenta que dos dedos no eran suficientes después de haber tenido la botella dentro de su coño.

  • ¿Te gusta?, ¿quieres más?, le pregunté acelerando el ritmo que mi mano tenía entrando y saliendo de su almeja.

Sandra no respondió. Simplemente emitió un extraño ruido que yo creí que era de dolor.

  • ¿Te estoy haciendo daño?, pregunté un tanto asustado.

Pero su respuesta me dejó mucho más tranquilo. ¡O intranquilo, aún no lo sé!

  • ¡No!, ¡méteme más, mi vida!, ¡me vas a matar de gusto!, me dijo entre gemidos, ahora sí, de puro placer.
  • ¡Pues no te preocupes que te vas a enterar de lo que vale un peine!, le dije totalmente convencido de lo que le iba a hacer ahora.

Y con las ideas totalmente claras, me puse manos a la obra, ¡nunca mejor dicho! Puse mi mano juntando todos los dedos y poniéndolos en la entrada de su cueva empecé a penetrarla con ellos. Iba a intentar meter mi mano hasta dónde ella aguantase. ¿Cuánto cabría?, ella me había dicho que le cabía tela, ¿no?, pues nada, ¡a comprobarlo!

  • ¿Quieres que vaya por el tarrito de lubricante?, le dije al ver que de momento sólo había entrado hasta los nudillos, ¡que ya era bastante, por otra parte!

  • ¿Tú crees que hace falta? , me preguntó mirándome con carita de picardía.

  • ¡Yo creo que no!, se respondió ella misma, totalmente convencida de querer seguir sin ayuda externa.

A continuación me agarró de la muñeca y haciendo un esfuerzo extraordinario, consiguió que gran parte de mi mano desapareciese en su interior. Cómo era de esperar, me quedé realmente asombrado. Siempre había sabido lo su anchura, cosa que por otro lado me encantaba, pero jamás, jamás, pensé que le pudiese caber mi puño casi entero y encima sin ningún tipo de lubricante, ¡qué gozada de mujer tengo, por dios!

Tras un par de segundos sin mover la mano para que se habituase a su tamaño, de la misma forma que normalmente hacía cuando me follaba su culo, escupí una buena cantidad de saliva sobre su coño e inicié un lento mete saca consiguiendo en poco tiempo que su chumino se habituara a la anchura de mi puño y que este empezara a entrar y salir cada vez con más facilidad logrando que Sandra gimiese de forma diabólica.

Doblándome cómo pude sobre mis piernas, acerqué mis labios a su clítoris y empecé a lamérselo para, si era posible, aumentar el gustazo que en ese momento estaba retorciendo de gusto a mi mujer. La postura era pelín incómoda, no lo puedo negar, pero ver cómo se lo estaba pasando la zorra de mi mujer pagaba con sobras el dolor de espaldas que luego tendría.

Ella se apretaba los pezones y se los metía en la boca para mordisqueárselos cuando de repente me agarró la cabeza y me apretó contra su coño haciendo que mi boca quedase pegada a su deliciosa pepita. Aquello era maravilloso, mi boca en su encharcado coño y gran parte de mi puño en el interior de sus entrañas, ¿qué más se podía pedir?

Pero cuando más a gusto creía que estaba mi mujer, escuché su voz haciendo que levantase de un tirón mi cabeza para mirarla.

  • *¡Cari, sigue metiéndola!, no pasa nada. Duele un poco, pero yo aguanto, ¿vale?***

Aquellas palabras me confirmaron lo que suponía desde un principio. Lo hacía por mí y para que yo viese algo cómo lo que acaba de ver en directo y no en pelis porno como era costumbre en mí, pero realmente estaba sufriendo.

Parando de menear mi mano pero sin sacarla aún, me acerqué a sus labios y le di un beso.

  • ¡Tenemos qué disfrutar los dos, mi cielo!, le dije.Me encanta lo que estás haciendo por mí, pero si te hace daño, no me gusta.

Entonces, lentamente se sacó mi mano de su coño y llevándosela a la boca empezó a lamerla. Cómo era de esperar, yo hice lo mismo acercando mi cara a la suya para lamer entre los dos aquellos ricos flujos que habían salido de su interior. Aquellas dulces lengüetadas que de vez en cuando entrelazaban nuestras lenguas, hicieron que nuestros labios se uniesen para terminar en un acaramelado morreo mezclando con nuestras babas el sabor de aquel delicioso zumo de papaya.

  • ¿Te ha gustado?, me preguntó en voz baja una de las veces que su lengua estaba pegada a mi oreja.

  • ¡Ha sido extraordinario, mi vida!, era algo que siempre quise hacer contigo.

  • ¡Gracias por ser así conmigo!, le dije casi sin dejar de besar y lamer su lengua.

  • ¿Quieres seguir follándome con tu mano? , me preguntó de repente.

  • Antes te ha dolido bastante ¿no?

  • Un poco, ¡tú sabes!, me respondió ella afirmando lo que le acababa de preguntar.

  • ¿Y no crees que te puedo hacer daño si sigo?, le pregunté un poco acongojado por pensar en que la avería podría ser mayor que el placer de volver a hacerlo.

Y sin decir nada a mi sugerencia, se dio media vuelta poniéndose en pompa con el culo a la altura de mi boca.

  • ¡Pues entonces dame por el culo!, ¡qué eso también duele, pero sé qué te gusta más!

¡Joder, ese sí que era mi día de suerte!, no sé cuantas cosas buenas había vivido hoy, ¡había perdido la cuenta!, pero si aquello era el fin de fiestas, sin duda era el mejor qué podría haber imaginado nunca.

Tras verla tan dispuesta, de un salto me quité pantalones y calzoncillos haciendo que mi criminal machete saliese de su prisión en busca de su víctima. Y sin esperar a que cambiase de idea, le solté un suave azote en el culo y me dispuse a prepararla. Le escupí un buen chorro de babas en la raja del culo y empecé a pasar mi dedo por su agujerito, paseándolo desde su coño hasta el culo mezclando mi saliva con los líquidos qué manaban de su chochito. Cuando vi que empezaba a abrirse por sí sólo, metí un dedo empezando a follármela lentamente haciendo que Sandra contonease su culo de lado a lado.

¡Ahora sí!, ya estaba lista para entrar con mi polla en aquél pequeño agujerito, qué poco a poco se iba haciendo un gran agujerito gracias a mis delicadas caricias. Me puse en posición y dirigí mi puñal a su sacrificada zanja. En aquél momento no hacía falta más lubricación, mi polla estaba hecha un mar de líquidos, así que no quise desaprovecharlos y empecé a pasar mi polla por toda la raja de su culo dejándola totalmente suave. Sandra al notar que mi polla empezaba a apretar en la entrada, con sus manos se abrió un poco más los cachetes para facilitarme el camino. Empecé a empujar y sin hacer mucho esfuerzo, mi polla entró hasta los huevos dando ella un profundo y sonoro suspiro.

Cómo era mi costumbre, poco a poco empecé a follarme aquél lindo culito dando suaves movimientos de entrada y salida para no provocarle daño alguno. En pocos segundos los suspiros de ella pasaron a ser gemidos de placer. Cuando eso ocurría, significaba que a ella ya estaba gustándole la enculada y era el momento de aumentar la velocidad. ¡Y así lo hice!, metiendo y sacando mi polla de su culo con mucha fuerza.

  • ¡Qué bestia, eres, cabronazo!

  • ¡Calla, zorra!, qué he visto cómo te follabas al chaval de la pizza con la mirada, le dije.

  • Ya te hubiera gustado qué ahora te estuviese follando yo con toda su leche dentro tu coño, ¡guarra!

Sandra se quedó callada durante un ratito, creo qué no esperaba qué yo sacase de nuevo el tema del repartidor. Pero mis palabras tuvieron más efecto del que yo creía. De repente pegó un culazo contra mis huevos y empezó a menearse con una furia cómo nunca había visto antes.

  • ¡Sigue!, ¡no pares!, ¡me vas a matar pero no pares!, ¡me voy a correr!

Aquello, a pesar de creer que estaba preparado para cualquier cosa, superó mis límites y justo cuando ella empezó a correrse, mi polla me avisó qué también se iba a correr. Y sin darme tiempo ni tan siquiera a pensármelo, con un grito que controlé cómo pude, empecé a soltar chorros de leche dentro de su culo, aumentando el ritmo de la follada a una velocidad qué ya la quisiera Fernando Alonso para su coche, dejándoselo bien lleno de “carbonara”, justo como ella me había pedido al principio.

Cuando por fin creí qué estábamos satisfechos los dos, me quedé quieto durante un buen rato hasta qué mi polla empezó a salir por si sola de su agujero.

Cuando estuvo fuera, Sandra se llevó la mano al culo y metiéndose un dedo en él comenzó a sacar restos de mi leche. Pero lo que más me sorprendió fue qué la mano totalmente manchada de mi leche se la llevó a la boca y empezó a chuparla.

  • ¡Mira cabrito!, ¡mira qué puta soy!, ¡mira cómo me meto los dedos en el culo para buscar tu leche! , me decía sin parar de chupar sus dedos y metérselos de nuevo en el culo.

  • ¡Tengo el culo hirviendo y me gusta!

  • ¡Soy tu zorra, y lo seré siempre!

Aunque ya me empezaba el bajón del después, escucharla hablar así y verla meterse los dedos en el culo de aquella forma, era tan morboso que, sin entenderlo del todo, me estaban volviendo a poner bruto. Así qué me acerqué a ella y empecé a pasar mi polla, qué en aquéllos momentos no valía un duro, sobre los cachetes de su culo. Ella al ver lo qué hacía, empezó a moverlo como si de una putita se tratase. ¡Qué mala es la cabrona cuando quiere!

A pesar de estar más caliente que un jarrillo lata por lo que estaba ocurriendo, al ver qué mi polla no reaccionaba, por lo menos de momento, decidí dejarlo para más tarde, a ver si tenía más suerte. Me senté en el sofá y Sandra, dándose media vuelta apoyó su cabeza en mis piernas. Cogí la otra botella de cerveza que aún tenía un poco y le dimos un trago cada uno.

A los pocos minutos nos habíamos quedado dormidos los dos en el sofá.

Tengo que decir qué aquélla noche no llegamos a probar la pizza. Lo que tampoco llego a recordar es de si sacamos a Duque del cuarto de baño o no.