Solo era el principio (09) ¿Hamburguesa?

Simplemente quiero contar una bonita historia de sexo, pasión y amor. Si os gusta lo que voy escribiendo, seguiré publicando más y más capitulos de esta larga, tórrida e increible historia. Vuestros comentarios e inquietudes a nuestro mail, por favor.

CAPITULO 09

¿Hamburguesa?…

SABADO, 30 DE AGOSTO DE 2008 (TARDE-NOCHE)

Tras salir del centro comercial y mientras qué ella me contaba, bastante excitada por cierto, todo lo qué le había pasado en los probadores y la vena de zorrona qué le había salido al ver aquéllos calzoncillos azules tan bien rellenos, yo, aprovechando el calentón qué llevaba y deseando escuchar sin molestarla hasta el último detalle qué saliera de sus lindos labios, continué dando vueltas con el coche sin sentido alargando el máximo posible la llegada a casa. Lo cierto es que en aquél momento, con lo qué me estaba contando, Sandra estaba cómo una moto. ¡Y de mí para qué vamos a hablar!, ¡tenía el rabo cómo el mástil de una bandera!

No sé si por casualidad o no, pero cuando llegamos a un semáforo de la Costa vi una tienda bastante conocida por nosotros y al qué había querido llevar a Sandra en varias ocasiones pero qué por una cosa u otra nunca habíamos tenido la oportunidad de ir. (Y digo conocida porqué realmente sólo conocíamos la entrada por haberla visto a través de las ventanillas del coche, dentro jamás habíamos estado).

Así qué sin esperarlo, mi calenturienta mente mezcló una cosa con la otra y comenzó a trabajar de forma inquieta creando en cuestión de segundos una nueva mezcla de ideas para mi proyecto final e intentar aprovechar la calentura que reinaba en ese momento dentro del coche. Ahora, parte más complicada, tendría qué conseguir, otra vez, qué ella me siguiera el juego.

Así qué sin decirle ni pio de mis nuevas intenciones me metí en el parking subterráneo qué había justo debajo de la Plaza, dispuesto, sin duda, a ir a aquél misterioso lugar junto con Sandra.

  • ¿Adónde vamos? , me preguntó Sandra un poco extrañada al ver qué entrabamos en aquél garaje.

  • ¿No sé?, primero a aparcar el coche y luego a tomar un poco el aire.

  • Creo qué nos hace falta para bajar nuestros calores, ¿no?, le mentí entre sonrisas y consiguiendo qué ella se riera conmigo sin darse cuenta de mi treta.

Cómo digo, aparcamos y salimos a la calle. Desde el parking hasta el local dónde yo tenía la clara intención de terminar la tarde habría unos ciento y pico metros, así qué dando un simulado paseo nos pusimos en camino pero sin aún decirle nada de mis propósitos.

  • ¡Pues yo tengo hambre!, ¿nos comemos una hamburguesa? , me dijo Sandra al pasar por la puerta del McDonald’s qué había a mitad de camino.

  • ¡Vale!, qué entre una cosa y otra no hemos comido nada en todo el día, le contesté tras dudar unos segundos y escuchar qué mis tripas me decían lo mismo qué ella.

Si todo salía cómo lo tenía previsto, aquélla tarde prometía ser bastante larga, así qué retrasando un poco mi primera intención entramos en el restaurante para llenar nuestros hambrientos estómagos y proseguir luego un poco más relajados.

Cómo casi siempre qué comemos en un restaurante de estos, pedimos lo mismo, una hamburguesa doble con queso para Sandra y una de pollo para mí, aparte de las típicas patatas fritas y unos nuggets de pollo qué me encantan con un poco de salsa barbacoa. Todo esto acompañado con un par de cervezas bien fresquitas, qué aunque no nos guste nada qué las sirvan en vasos de papel, en aquél momento nos hacían falta para calmar los ánimos y la sed.

Tras coger la bandeja con la comida nos sentamos en la terraza buscando la sombra y un poco del fresquito qué realmente no existía.

Mientras comíamos, aparte de un par de bromas tontas, no hicimos casi ningún comentario sobre lo ocurrido aquélla mañana, pero a veces, cuando la miraba masticar en silencio podía ver qué, al igual que cuando me contó cómo fue su primer orgasmo con Moisés, una sonrisa tonta se escapaba de sus labios de vez en cuando dándome la ligera impresión de qué aquélla jodía cabrona seguía mentalmente en los vestuarios de la tienda pensando en los calzoncillos azules y en el bultarraco que ocultaban.

Para decir la verdad, mi cabeza también estaba en otro sitio. Entre bocado y bocado a aquél rico pero grasiento trozo de pollo fui poniendo imágenes a todo lo qué yo no había visto y qué Sandra me había contado en el coche mientras qué notaba qué el bulto de mi entrepierna cada vez estaba más apretado a la tela de mis calzoncillos y mi mente con más ganas de ir a aquél enigmático local.

Cada crujiente cacho de carne blanca empanada y mojada con salsa barbacoa qué me comía, me recordaba a Sandra dentro del probador probándose delante de aquélla guarrilla de dependienta, aquél minúsculo tanguita qué apenas tapaba la raja de su tremendo mollete.

Creo que mi cabeza también se movía a la par qué mis pensamientos, ya qué en un momento dado Sandra se dio cuenta y me tocó la cara con su mano haciéndome bajar de nuevo a la tierra.

  • ¿En qué piensas?, me preguntó con la más dulce de las voces.

  • ¡En nada!, le contesté.

  • Estas muy callado, y cuando estas callado, ¡malo!…

  • ¿Qué piensas?, me preguntó de nuevo.

  • ¡Es qué no sé si vas a querer!, le dije misteriosamente queriendo aprovechar aquél momento para sugerirle de forma cariñosa mis intenciones y qué ella las aceptase.

  • ¿El qué no voy a querer?, ¿qué estas pensando ahora?, me contestó ella bastante intrigada pero con un tono de voz bastante más abierto qué otras veces.

  • ¿Quieres más guerra?, le pregunté intentando mantener la intriga un poco más.

  • ¡Joder, qué pesadito eres!, ¿ya estamos otra vez?

  • ¿Qué quieres ahora?, me contestó ella un poco harta de mi suspense y de mi insistencia.

  • ¡Bueno, venga!, ¡te lo diré!, terminé diciendo para callarme durante unos segundos y aumentar el suspense.

Y a continuación seguí hablando.

  • Es qué me gustaría llevarte a un sitio dónde siempre qué pasamos decimos qué vamos a ir pero nunca vamos, le dije aumentando su curiosidad al dejarla aún más confusa pero creo qué, conociéndome cómo creo qué me conoce, sabiendo ya a qué me estaba refiriendo.

  • ¿Qué sitio?, me preguntó con voz de confiar poco en mis planes.

  • ¡Allí!, le dije levantando la mano y señalándole el sitio.

Automáticamente se dio la vuelta para mirar hacia dónde yo señalaba. No hizo falta qué le diese más explicaciones de adónde quería ir con ella, al verlo supo perfectamente de qué hablaba.

  • ¿Al sex shop?, me preguntó un poco extrañada pero menos de lo que yo había pensado.

  • ¡Sí!, le contesté con un tono bastante alegre por haber conseguido parte de mi objetivo.

  • Es qué ahora es muy tarde, ¿por qué no lo dejamos para otro día?, me contestó ella sin muchas ganas de ir.

  • ¿Tienes prisa?, le volví a preguntar para ver si reculaba en su negativa.

  • ¡Yo no!, ¡pero los congelados qué están en el coche, sí!, me respondió cómo apuntándose una victoria.

Pero cómo siempre, allí estaba yo para qué, aunque no tuviese ganas, intentar de convencerla. (Seguro qué alguien piensa qué soy un degenerado, pero ¿qué le voy a hacer si lo soy?).

  • Si quieres, podemos entrar rápido a mirar a ver si hay alguna cosita dentro qué pueda calmar tus ardores y los míos, lo compramos, nos vamos para casa y ya está, le dije.

  • ¡Sólo serán cinco minutillos de nada, mujer!, le terminé diciendo.

Usando mi propia técnica, durante unos segundos, interminables segundos, se mantuvo en silencio y me hizo dudar de mi victoria.

  • ¡Vale!, sabía qué un día u otro me lo ibas a proponer, me contestó por fin con una picarona sonrisa en sus labios.
  • Además qué después de lo qué he hecho esta mañana necesito un extra para mi coño, así qué creo qué no tengo nada qué perder y sí mucho qué ganar, dijo acercándose a mí y tocando mi rabo por encima del pantalón, cómo otras veces, sin importarle si alguien nos miraba o no.

  • Pero qué sepas qué a mí la cosita qué me gusta es la qué tienes entre las piernas, terminó diciendo con una traviesa sonrisa.

De nuevo había conseguido mis objetivos en un tiempo record, ¿todo iba bien?

Cómo era de esperar, tanta conformidad por su parte y de una forma tan rápida me volvió a poner un poco nervioso. Por primera vez en mi vida todo me estaba saliendo cómo yo quería, y ella, cómo nunca lo había hecho, me estaba haciendo caso a todo lo qué le pedía sin pedir muchas explicaciones, así qué metiéndole un poco de bulla para qué no cambiase de idea, nos terminamos de beber la cerveza del cartón y nos dirigimos hacia el local sin dejar pasar más tiempo.

El camino hasta el local lo hicimos entre bromas hablando sobre el tamaño de los juguetes qué podríamos encontrar en la tienda, comparándolos con los rabos de los tres chavales de esta mañana. Las risas nerviosas de Sandra y los gestos de sus manos pensando en las dos cosas, juguetes y rabos, me gustaban. Por primera vez en su vida se estaba divirtiendo con todo esto sin pensar en nada más qué pasarlo lo mejor posible conmigo.

Al llegar al sitio nos paramos frente al escaparate a cotillear un poco. La primera impresión fue bastante más suave de lo que esperábamos, había un maniquí de mujer luciendo un disfraz de policía bastante erótico y en la mano una cachiporra, eso sí, de tamaño desproporcionado. Unas esposas, un par de juegos de mesa y unos pequeños consoladores de colorines remataban el escaparate. Eso sí, todo muy bien puesto, creo qué para qué la gente viera pero nadie se escandalizara con lo expuesto. Tras un par de comentarios bastante subidos de tono sobre el disfraz de policía y aquélla porra tan especial qué llevaba en la mano, nos dispusimos a entrar dentro.

Las puertas del local estaban cerradas pero había un gran letrero de neón con letras rojas qué ponía “ABIERTO”, así qué al verlo nos decidimos a abrirlas y ver qué podía haber dentro.

Cómo esperábamos de antemano, dentro todo era un poco bastante más fuerte en comparación con el escaparate. Nada más entrar vimos un par de estanterías con varios coños de plástico y pollas de todos los tamaños y colores, vitrinas llenas de películas porno de todo tipo y una zona llena de disfraces y lencería erótica qué debía cubrir bastante poco por el tamaño qué tenían las prendas, en fin qué cualquier cosa qué buscases para jugar estaba allí. Debo decir qué algunos de los rabos de plástico qué vimos allí eran de tamaños descomunales, incluso yo mismo, qué hasta aquél momento había creído haberlo visto todo, me sorprendí un par de veces.

Al fondo de la tienda había una zona dedicada al sado y Sandra al llegar allí se quedó mirando fijamente y con la boca abierta todos aquéllos extraños materiales.

De repente, el verla mirar aquéllas cositas me trajo un viejo recuerdo a la cabeza. Hace años le pedí, bueno, le rogué, qué por una vez fuese ella al video club y alquilase una peli porno para verla el sábado por la noche entre los dos y luego echar un polvete. (Hay que tener en cuenta que en aquéllos tiempos ni había internet ni nada, cómo mucho el Canal + y codificado. ¡Joder!, ¡fíjate si hace tiempo qué la peli era en VHS!). Y cómo digo, después de insistir mucho se decidió a ir a al video club ella solita a alquilarla. Hasta ahí todo casi normal, el susto me lo llevé cuando puse la peli en el video y vi de qué se trataba. Era de algo qué jamás pensé qué Sandra fuese capaz de coger, era una cinta de temática sadomasoquista dónde una de las escenas más suavecitas era cómo le cosían el coño con hilo y aguja a una guarrilla. Y todo esto en primer plano, ¡qué dolor, dios! Después de verla, poco más, pero nunca entendí, tampoco se lo pregunté, porqué había cogido aquélla cinta. ¿Le gustaría zurrar o ser zurrada?, ¡tenía qué comprobarlo!

Pero bueno, a lo qué iba. Al verla mirar tan interesada me acerqué a ella a ver si conseguía algo más de información sobre sus gustos nunca despejados.

  • ¿Te gusta algo de aquí?, le pregunté dándole un suave tortazo en el culo.

  • ¡Depende para qué!, algunas de las cosas sí, otras ni pensarlo…

  • ¡Además no sabría ni cómo usarlas! , me dijo con cara de sorprendida mientras mantenía en sus manos un pequeño látigo de cuero negro muy parecido al qué tenemos en casa.

  • Pero cómo tú ya sabes, un buen azote nunca viene mal. Alguna vez qué otra lo has probado en mis carnes ¿no? , me contestó dándose ella misma un suave azote en el culo con el látigo y dejándome ahora a mí con cara de gilipollas intentando hacer memoria para recordar cual fue ese momento de los azotes.

Un segundo después, me acordé. Sólo tuve qué revivir mentalmente la noche del jueguecito cuando le puse el culo cómo un tomate a base de tortazos y ella me pedía más mientras qué mi verde polla entraba y salía de su culo cómo Pedro por su casa.

Pero no le contesté, ella sabía perfectamente en lo qué yo estaba pensando en ese momento. ¡Seguro, seguro qué era en lo mismo! Así qué sin más, volví a poner mi mano en su culo y le di otro azote en sus cachas, pero esta vez un poco más fuerte qué el anterior, haciendo qué ella soltase un leve gemido entre dolor y gusto. Creí qué aquélla torta con mi mano abierta era suficiente respuesta.

Viendo lo interesada qué estaba mirando aquélla zona me separé de ella dejándola qué siguiera investigando todos aquéllos inventos mientras qué yo me dedicaba a conocer el resto del sitio.

  • Si quieres comprar algo, sólo tienes qué cogerlo, ¿vale?

  • No creo que haya nada de mi gusto, pero bueno, si me gusta algo te lo digo, me contestó sin dejar de mirar la estantería.

En aquél local había un pasillo qué llevaba a una zona de cabinas y justo en la entrada un gran cartel qué me llamó la atención. “LOS PLACERES DE LA CARNE. Entra en una cabina y contempla tus fantasías, a solas o con tu pareja”, ponía en el cartelito. Justo debajo del letrero, una pareja desnuda comiéndose el uno al otro. Aquello me dio una buena idea.

  • ¿Quieres entrar conmigo en una de estas cabinas a ver no sé muy bien qué?, le dije acercándome de nuevo a Sandra y pegándome a su oído.
  • ¡Cari, acuérdate de los congelados!, me respondió con cara de preocupación pero sin negarse a entrar.

  • ¡Si sólo será mirar, mujer! Además qué acabamos de llegar y dijimos quince minutos, ¿no?

  • ¡Cinco, cariño!, dijimos cinco, ¡no me líes! , contestó ella de forma irónica.

  • ¡Vale!, ¡es verdad!, ¡aceptamos pulpo!…

  • Pero entramos y salimos en seguida, ¡te lo prometo!, le dije a ver si lo conseguía por fin.

  • ¡Hay que joderse contigo, eh!

  • ¡Yo también te quiero, mi vida!, le dije al ver qué lo había logrado otra vez.

  • ¿Y para qué sirven esas cabinas?, me preguntó cambiando su cara de preocupación por cara de niña inocente.

Dándomelas de entendido en la materia, aunque era la primera vez en mi vida qué entraba en un sito de aquéllos y qué todo lo qué sabía lo sabía porque acababa de leer el cartel, le expliqué qué esas cabinas se utilizaban para ver películas porno en la pantalla o ver follar en directo a través de una cristalera y mientras tanto, los mirones follaban, se masturbaban o cualquier otra cosa. (¡Qué bueno es internet y la Wikipedia para aprender todas estas cosas y quedar cómo un machote ante tu querida esposa!)

  • Si quieres entramos, pero con el montón de pelis porno qué tienes en casa me parece una verdadera tontería , me contestó no demostrando mucho interés en el asunto.

  • ¡No es lo mismo!, le dije, aún sabiendo qué tenía toda la razón.

¡Con un poco de suerte podremos hacer cosas diferentes y en un lugar distinto al qué normalmente lo hacemos! ¡Bueno!, eso fue lo qué pensé, pero me lo reservé y no se lo dije, entre otras cosas porque al escuchar su siguiente comentario no me hizo falta seguir insistiendo.

  • ¡Venga, vale!, ¡cómo siempre, lo qué tú quieras!, me dijo ella dándose la vuelta para coger el camino hacia las cabinas.
  • ¡Casi siempre, mi vida!, ¡casi siempre!, le contesté entre risitas irónicas.
  • Espera un momento, antes de entrar necesito comprar un par de cosas, le dije.

  • ¡Tú estás loco!, ¡a ver lo qué compras!

  • ¡No te preocupes, Cariño, sé muy bien lo qué hago! Tú mientras tanto echa un vistazo por ahí, a ver si encuentras algo qué te sirva “pal pelo, pal cutis, pal coño y pa tó”, le respondí bromeando y dándome media vuelta para coger de la estantería lo qué tenía pensado comprar.

Mientras yo terminaba de hacer mis particulares compras, ella revoloteaba por la tienda mirando y toqueteándolo todo como si fuese una niña qué estuviera el día antes de reyes en el Toys”r”Us. Sandra daba la impresión de estar realmente emocionada entre todos aquéllos chocantes cacharros, seguro qué la muy zorra tenía en aquél momento el chochete qué echaba chiribitas, cosa qué más tarde tuve la suerte de comprobar.

Cuando por fin terminé de comprar y el dependiente me dio una bolsa de papel repleta de mis más pervertidas ocurrencias, miré de nuevo el cartel qué había en la pared y qué anunciaba los shows de sexo en directo.

  • ¿A qué hora es la próxima sesión en directo?, le pregunté al hombre qué me había atendido.

  • Hasta las diez de la noche no será la siguiente. Y se la recomiendo ya qué hoy será de las buenas. Dos tías con unas tetas impresionantes y un menda qué es cómo un caballo, me contestó el chaval gesticulando con las manos al decirme lo de caballo, yo creo qué intentando convencerme de qué volviese a ver la función y el tremendo rabo del colega.

Pero aquélla respuesta no me gustó nada. Para el siguiente fiestorro faltaba un montón de tiempo, mucho más qué el qué aguantarían los congelados en el coche, y a mí me hubiese gustado en aquél momento saber cómo reaccionaría Sandra al ver a una pareja follar en directo mientras yo le metía mano en el coño. A punto estuve de abortar mi plan e irnos a casa para volver luego más tarde. Pero bueno, me resigne, cogí mi bolsa y me acerqué de nuevo a Sandra. ¡Quizás otro día la traería a ver el espectáculo!

  • ¿Qué has comprado?, me preguntó nada más verme.
  • ¡Nada!, cosas mías, le respondí intentando no darle más explicaciones de las precisas.

Y sin dejar qué me volviese a preguntar, para qué no cambiase de idea la cogí de la mano y nos dirigimos al oscuro pasillo qué estaba al fondo del local.

Cuando llegamos hasta el principio de aquél corredor vimos qué a un lado había cuatro puertas de color verde con un pilotito rojo encima de cada una qué indicaban si estaban ocupadas o libres. Mi primera impresión al verlo fue acordarme del pasillo de los probadores del centro comercial. Dos de los pilotos rojos estaban encendidos, sólo quedaban libres la primera y la última del pasillo, así qué sin necesidad de hablar nos decidimos por la más alejada, la qué estaba al fondo del pasillo.

Abrimos la puerta y entramos en la cabina. Nuestra primera sensación fue de oscuridad, la luz de fuera hacía qué estuviese mucho más oscura de lo que realmente estaba. Sólo la luz roja de un flexo bastante cutre, no mucho más luminoso qué el pilotito de la puerta, nos ayudaba a ver algo. Tras acostumbrar mis ojos a la oscuridad, de nuevo vinieron a mi cabeza los probadores y su reducido tamaño. ¡Qué cutrerío, por dios!, pensé, ¿quién es el listo qué puede follar en un sitio tan chiquitito cómo este?

Cómo pudimos, entramos chocándonos con todo lo qué había dentro y eso qué en el interior de aquél zulo sólo había un par de taburetes, una mesa alta tipo coctel con un mando a distancia sobre ella y una pantalla de plasma de unas cuarenta pulgadas al fondo, tampoco cabía mucho más.

Cómo pude, intentando qué mis ojos se terminaran de acostumbrar a la oscuridad, busqué algún interruptor para dar un poco más de luz. ¡Por fin lo encontré justo detrás de la puerta! ¿Pero quién será el inteligente qué pone los interruptores detrás de una puerta?, pensé mientras me cagaba en la puta madre del arquitecto.

No es qué la luz del techo fuera de mucha más intensidad, pero al ser un fluorescente blanco, con más mierda qué el rabo de una vaca, daba para ver un poco más. Aquélla luz me ayudó para poder ver una pegatina, bastante sucia por cierto, pegada en la pared dónde se detallaban las instrucciones de funcionamiento de aquello.

Realmente el funcionamiento era bastante fácil, funcionaba cómo una tragaperras, es decir, tenía qué ir echando monedas si quería ver la película. Y al igual que una tragaperras, aquélla también era una ladrona, por cada cinco minutos necesitaba una moneda de dos euros. ¡Un robo en toda regla!, pensé, pero era lo qué había si quería estar allí dentro con Sandra.

  • ¡Vaya putada! Dos euros por cada cinco minutos, ¡qué robo por dios!

  • ¡La verdad es qué si!, me contestó ella poco convencida de querer seguir allí tras ver aquél abusivo precio. ¡Mejor nos marchamos y ya está!

  • Vámonos para casa y vemos los dos solitos una peli guarra de las tuyas, me dijo en su último intento de convencerme.

  • ¡No importa!, le dije dándole más importancia a lo qué íbamos a hacer qué al dinero qué nos íbamos a gastar.

Ni loco me iba yo de allí con lo qué me había costado qué entrase, ¡vamos hombre!

Me puse a rebuscar chatarra en los bolsillos pero sólo encontré una de dos euros.

  • Espera un momento qué sólo tengo una moneda de dos euros, voy a pillar monedas.

  • ¿Y me vas a dejar aquí sola?, ¿y si me violan?, me dijo Sandra con cierto tono sarcástico.

  • ¡Ya, eso es lo que tú quisieras!, le respondí entre risas y dándome media vuelta para salir de la cabina.

  • ¡Vuelvo enseguida!, vete preparando qué cuando te coja te vas a enterar.

  • ¡Menos lobos, caperucita!, me contestó Sandra dándose la vuelta y levantándose la falda para dejarme ver su hermoso culo tapado por aquél minúsculo tanguita

¡Vaya pedazo de culo tiene mi mujer, por dios!

  • ¡A qué no me voy!, le dije sobándome mi morcillona cebolleta por encima del pantalón.

  • ¡Vamos!, date prisa y no tardes qué al final tenemos qué tirar los congelados, terminó diciendo sentándose en uno de los taburetes y encendiéndose un cigarro.

  • ¡No te preocupes!, vuelvo enseguida, le dije intentando calmarme un poco para qué no se notara demasiado el bulto del pantalón.

Pero tardé un poco más de lo qué creía. En el mostrador del local había otra pareja pagando un par de consoladores qué acababan de comprar, por cierto de un tamaño nada despreciable, y no quería molestarlos. Se les veía bastante nerviosos no sé si por la compra qué acaban de hacer o por pensar cómo los iban a amortizar en la cama.En cuanto se marcharon me lancé sobre el mostrador y le di cincuenta euros al chico para qué me diese monedas.

  • ¿Cuánto cambio quieres?, me preguntó aquél muchacho.

No lo había pensado, así qué me puse a hacer los cálculos de forma rápida. ¡Sí, ya lo sé!, no tenía qué ser Einstein para echar las cuentas, pero en aquél momento, cómo otras tantas veces, mi sangre no estaba en mi cerebro precisamente. Así qué cómo digo, hice las cuentas. Si cada cinco minutos eran dos euros, veinte euros serían cincuenta minutos. No sabía si era mucho o poco cincuenta minutos de tiempo, así qué no quise ser rata y quedarme corto. (Qué los congelados me importaban un huevo era evidente, ¿verdad?)

  • ¡Cámbiamelo todo!, le dije al chavalote de forma valiente.

¿Quién dijo miedo?

El chico no se inmutó, debía estar bastante acostumbrado a eso, ya qué, cómo si se tratase de una sala de recreativos me entregó un vaso de plástico con las veinticinco monedas.

Cuando por fin las tuve en mi mano me di cuenta de mi gran error. Estaba tan nervioso qué me había equivocado al hablar con el chaval. Había hecho las cuentas cómo el culo, quería diez monedas para cincuenta minutos, pero no sé por qué, en ese momento tenía un vaso con veinticinco monedas para ciento veinticinco minutos, ¡más de dos horas! ¿Qué parte de veinte euros en monedas no había entendido mi subconsciente?, ¿me estaría quedando tonto con tanto nervio? Pero bueno, de perdidos al río, tampoco me iba a volver al mostrador para explicarle qué si me había equivocado o no y encima quedar cómo un tonto. Así qué disimuladamente miré a mi alrededor a ver las caras de las otras personas qué había en la tienda para asegurarme de qué ninguna era conocida y cómo el qué no quiere la cosa, me fui de nuevo hacia la cabina.

Hubiese sido un poco raro encontrar a algún conocido allí y darle explicaciones, no quería llevarme ninguna sorpresa y qué alguien me viera entrar en aquéllas cabinas, y además sólo. Seguramente hubiesen pensado qué era un pajillero. Aunque la verdad, si llego a encontrarme a algún conocido allí no sé quien hubiese pasado más vergüenza, al fin y al cabo aquél sitio no era el kiosco de prensa del barrio, y si estaba allí era para lo qué era. Pero bueno, para quedarme más tranquilo, eché un segundo vistazo a mí alrededor.

¡Tranquilo!, nadie es conocido, pensé antes de perderme en la oscuridad del pasillo.

Cuando llegué, abrí la puerta y cómo era de esperar, allí estaba Sandra sentada en el taburete con los pies en los palillos de la banqueta. Al estar sentada de esa forma, la falda se le había subido bastante y podía ver un poco de su tanga y sus dos lindos muslos. La forma de estar sentada y la luz roja hacían qué delante de mí tuviese una imagen realmente excitante, ¡un verdadero sueño de mujer!

Tras entrar y hacerme hueco, cerré la puerta pero sin echar el pestillo y me acerqué a ella, metí mi mano entre sus piernas y le toqué los muslos a la par qué le daba un beso en los labios. Sandra no decía nada, quizás estuviera un poco nerviosa, pero no lo demostraba.

Puse el vaso de monedas sobre la mesa y me acerqué al plasma. Eché tres monedas pero aquello no hizo nada. Directamente me puse a darle pequeños golpes al monedero. Seguramente se había quedado pillada alguna moneda y la técnica de los golpes nunca fallaba.

  • ¡Tranquilo, cariño!, me dijo Sandra cogiendo el mando a distancia y dándole al botón rojo de encendido.

Siempre lo he pensado, yo soy el Técnico pero ella es la Práctica. Otra vez me había dado una pequeña lección.

En aquél momento me avergoncé un poco, pero cómo otras tantas veces qué ocurre algo parecido, no lo demostré, tenía qué justificar mi lado más masculino. Así qué sin decir ni pío me separé de la pantalla y me senté en el taburete qué quedaba libre.

En la pantalla apareció un menú con unas explicaciones. Leyéndolas muy rápido me quedé sólo con qué teníamos qué echar más monedas antes de que terminase el tiempo para poder seguir viendo la película elegida. En caso qué se acabase el tiempo tendríamos qué empezar a ver otra película o la misma, pero desde el principio.

¡Vaya putada!, pensé de inmediato. Si te coge con la paja a medias, ¿cómo cojones lo haces?, ¿de dónde sacas más manos? Me imaginé la situación y me empecé a reír.

  • ¿De qué cojones te ríes?, me preguntó Sandra al verme qué me reía sólo cómo los locos.

  • ¿Te imaginas qué se te acabe el tiempo justo en el momento qué te vas a correr?, ¡qué putada!, le dije haciendo qué ella también empezara a reírse.

  • ¡Bueno, venga!, pongámonos serios qué no hemos venido hasta aquí para imaginar, sino para todo lo contrario, le dije en broma tras un rato de risas tontas y nerviosas.

Sandra entendió perfectamente mis palabras y se puso a tocar los botones del mando.

La siguiente imagen era otro menú, pero esta vez teníamos qué elegir qué tipo de película queríamos ver, Parejas, Amateur, Zoofilia, Sado, Homosexuales, Bisexuales, Sexo duro y Tríos.

  • ¿Qué quieres ver?, le pregunté a Sandra con la clarísima intención de qué fuese ella la qué decidiera la película ya qué en casa era imposible qué ella la eligiese.

Pero esta vez y cómo por arte de magia me llevé una bonita sorpresa y no tuve qué suplicarle a qué ella eligiese.

  • ¡A ver!, ¿cuál me gusta?, me dijo con voz picarona mientras miraba a la pantalla fijamente.

  • Parejas es lo de siempre, amateur no está mal pero de esas hemos visto muchas, lo mismo qué la de los perros, qué me gustan mucho pero siempre son iguales.

Después de decir esto se quedó callada durante unos segundos.

  • Por cierto, no nos hemos acordado de mí pobrecito Duque. ¡Seguro qué cuando lleguemos lo tiene todo meado!, me dijo de repente al recordar las peliculitas de perros.

  • ¡“Po” qué le den por culo al perro!, dije de forma instintiva. De cualquier forma ya lo tendrá todo hecho un asco, ¿qué más da un ratillo más?

  • Ahora a lo qué vamos. ¿Qué película vamos a ver?, le dije intentando qué olvidase de momento al dichoso perro.

  • ¡Ya está!, ¡ya sé qué vamos a ver! , dijo dando al botón número cuatro del mando a distancia.

Me faltó el tiempo para mirar a la pantalla para ver cuál era el cuatro. Me quedé realmente sorprendido cuando lo vi, sobre todo porque hacía sólo diez minutos había tenido aquél lejano recuerdo. ¡Sado!, ¡había elegido sado! ¡Joder, joder, joder!

Cómo digo, a pesar de haberme acordado hace un rato de aquélla vieja película VHS, esa era la última opción qué yo creía qué podría elegir. No me hubiese extrañado nada el qué hubiese elegido perritos, qué sé qué le gusta verlos entre las piernas de alguna mujer (por cierto, en algún momento os contaré algo que pasó con Duque) O a lo mejor, para darle más morbo a la situación qué hubiese elegido tríos, ¿pero sado? Eso era algo impensable conociéndola cómo creía qué la conocía. Siempre sospeché qué aquello qué pasó hace años fue tan sólo un error por su parte a la hora de elegir la película. Pero claro, cómo ya venía notando desde hacía unas semanas, mi querida esposa no era la misma y todas sus reacciones eran bastante distintas a la Sandra de siempre. Cada dos por tres me daba una nueva lección, unas veces en público cómo en el supermercado y otras en privado, cómo ahora. ¿Sería qué al final llevaba años diciéndome algo y yo no lo había entendido? Cómo me propuse antes, tenía qué comprobarlo.

No sé si por casualidad, pero lo bueno qué tenía todo aquello fue qué al verla antes tan interesada mirando los objetos de la zona de sado y recordar lo qué había recordado, en mi compra había incluido algunos juguetitos de este tema tan particular, así qué en ese momento tenía en la bolsa varias cositas qué quizás pudiera usar esa noche en casa después de ver la película y usar las escenas qué viésemos cómo si fuesen un cursillo intensivo.

En mis más guarros pensamientos estaba cuando de repente empezaron a salir imágenes en la pantalla y automáticamente los dos fijamos nuestra vista en el monitor.

Como ya habréis comprobado todos los que alguna vez hayáis visto una película porno, lo de los títulos de crédito en este tipo de películas son sólo una quimera ya que nada más darle al play, directamente aparecieron ante nosotros dos chicas y un hombre. Aquí no se pierde el tiempo en saber quiénes son los actores y ni tan siquiera cómo se llama la película. Van directos al grano, ¡qué el tiempo aquí sí que cuesta su precio en oro!

Las chicas iban vestidas con ropas de cuero, muy guapas por cierto, y el chico con un taparrabos también de cuero, no tan guapo, o por lo menos a mi no me gustó tanto cómo las dos tías.

  • ¿Te gusta?, le pregunté a Sandra.

Pero no me contestó, miraba la tele con tanta atención qué no creo ni qué me escuchase. Así qué para llamar su atención me acerqué a ella y empecé a acariciarla muy suavemente, primero el cuello, después bajé mis manos metiéndolas por debajo de su camisa y llegando hasta sus pechos. Cuando los tuve en mis manos comencé a masajearlos despacito tocando el encaje de su sujetador. Al llegar a sus pezones casi me araño las manos, noté qué estaban tan duros como el diamante y qué se marcaban por encima de la tela a la vez qué notaba qué su respiración empezaba a ser un poco más fuerte de lo normal.

Cuando más interesado estaba en lo qué tenía entre manos, Sandra me miró con cara de sorprendida.

  • ¿Qué pasa si entra alguien y nos pilla aquí con mis tetas en tus manos? , me dijo haciéndome recordar qué la puerta seguía abierta.

  • ¡Dos cosas!, le contesté totalmente convencido.

  • Una qué cierre y se vaya, y otra, qué se quisiera unir a la fiesta, cosa qué yo no intentaría impedir, así qué podría ocurrir cualquier cosa.

  • ¡Sí hombre!, ¡tú estás loco!, me contestó ella un poco nerviosilla.

  • ¡Bueno!, si te portas cómo una niña buena y obediente, echaré el pestillo de la puerta, le dije para tranquilizarla.

Ella al escuchar mis palabras, miró a la puerta y luego con cara pícara me miró a mí.

  • ¡Vale!, ¡seré buena!… Pero no pares de tocarme las tetas qué estoy empezando a ponerme cachonda otra vez.

Con la promesa de Sandra de ser buena en mi cabeza y con muchas más ganas qué antes de comerme sus tetitas, cerré el pestillo y me volví para seguir con mi trabajito en el melonar.

Acerqué mis labios a los suyos y ella, de forma impetuosa se agarró a mi cabeza y metió su lengua en mi boca hasta dónde fue capaz pasándola por mis dientes y chupando toda la saliva qué había en mi campanilla. Mientras qué sus manos me revolvían el pelo y su lengua seguía rebuscando en mi boca cualquier resto de saliva, mis manos se dedicaron a levantarle la camisa para sobarle los pechos por encima del sujetador y apretárselos suavemente buscando sus duros pezones y pellizcarlos.

Separándose de mí y mirándome con ojos de zorra, se sacó las tetas dejando ante mis ojos aquél par de joyas, es decir aquél par de gordos melones para qué se los mamara cómo si fuese un bebé hambriento.

  • ¿Qué pasa, vida?, ¿no me las vas a comer?

Cómo era de esperar no me lo pensé y me tiré en plancha a babear de nuevo aquéllas dos grandes partes de mi mujer.

Tras un ratito, pequeño, y viendo qué de su boca empezaban a salir pequeños gemidos mostrándome qué estaba cachonda cómo una mula, me decidí a seguir, bueno, a empezar un nuevo plan.

  • ¿Quieres qué te enseñe un juego?, le dije sin parar de chupar sus dos preciosos melones.

  • ¿Otro?, me respondió ella.

  • ¡Otro no!, ¡UNO!, le respondí.

  • ¿Y de qué va?, me volvió a preguntar con voz cansina.

  • Es un juego en el qué debes hacer todo lo qué yo te diga mientras vemos la película…

  • Te prometo qué no te arrepentirás, le dije con la intención de qué me dejase ser su Amo por un rato y comprobar si de verdad le iba o no el tema sado.

  • De acuerdo, juguemos a tu juego. ¡Estoy demasiado cachonda cómo para decir qué no a nada en este momento!

Eso era todo lo que necesitaba escuchar para llevar a cabo mis planes, qué aunque no estaban preparados de antemano, mi cabeza los inventaría sobre la marcha.

  • Siéntate sobre mis rodillas y mira la pantalla, le dije.

Ella obedeció automáticamente cómo una chica buena pero sin dejar de mirarme. Justo en ese momento las escenas de la película empezaron a ser mucho más subidas de tono.

  • ¡Mira la pantalla!, le dije.

Sandra me volvió a hacer caso y empezó a ver las imágenes mientras yo le decía qué aprendiera de lo obedientes qué eran las chicas de la película y viera cómo lo disfrutaban.

  • ¿Sabes qué a muchas mujeres les encanta sentirse sometidas y usadas para darles placer a sus amos?, le dije susurrándole en su oído.

Diciéndole todo esto coloqué mi mano entre sus muslos y la fui acariciando hasta llegar a su coñito. Suavemente aparté la tela de su tanga y busqué con mis dedos su húmeda raja. La muy zorra estaba caliente cómo nunca, sus bragas estaban mojadas cómo si su chumino fuera una fuente.

Mientras yo la tocaba, Sandra no apartaba la mirada de la pantalla dónde se podían ver a un par de chicas recibiendo las órdenes de su Amo, látigo en mano, mientras ellas estaban arrodilladas a los pies de este. Al cabo de un buen rato de caricias en su chochito, la tenia justo dónde yo quería, excitada y cachonda cómo una perrita. ¡Ahora es el momento! pensé.

  • ¡Vaya!, con lo mojadita qué estás parece qué te gusta lo qué estás viendo, ¿no?
  • ¡No está malamente del todo!, me respondió pero sin retirar la vista de la pantalla.

  • Pues levántate qué va a empezar la diversión, le dije mientras qué de la bolsa de papel sacaba unas cintas de seda qué compré antes.

  • ¿Para qué es eso? , me preguntó un poco sorprendida pero con una cara de zorra impresionante.

  • ¡Cállate y obedece sin rechistar o nos vamos para casa!, le dije de forma imperativa.

  • ¡Tampoco te pases, chaval!, ¡dime qué tengo qué hacer y ya veremos! , me respondió un poco extrañada y bastante chuleta.
  • De ahora en adelante vas a hacer lo que yo diga y te vas a comportar cómo yo quiera. Hoy te has portado cómo una puta y necesitas un castigo.
  • ¿Qué clase de castigo me vas a imponer?, me preguntó con un tono de voz qué ahora salía directamente desde lo más hondo de su coño.

Pero metido totalmente en mi papel de chico malo no le contesté, simplemente me dediqué a seguir con mi perverso plan y ponerle una de las cintas en los ojos para qué no viese nada, de la misma forma qué ella se la puso el día qué me folló en el sillón. ¿O debo decir el día qué me utilizó para follarse a otro?

  • ¡Desnúdate y quédate en bragas y sujetador!, le dije simulando un tremendo cabreo.
  • ¡No, hombre!, ¡otra vez, no!, me contestó con voz de fastidio.

  • No te lo estoy pidiendo por favor, guapita de cara, ¡es una orden!, le contesté de forma casi agradable. ¡Vamos, desnúdate!

  • Y a partir de ahora quiero qué me llames Amo o Señor cómo en la película.

Tenía qué intentar ver si era capaz de estar bajo mis órdenes, pero no unas órdenes normales, sino unas bastante especiales, como las de la película.

  • ¡Sí, mi vida! , respondió ella a mis exigencias viendo qué no tenía más remedio, pero con cierto tonillo de sarcasmo.

Bueno, si qué tenía otro remedio, acabar el juego y ya está. Pero yo creo que a ella le estaba gustando aquélla situación más qué a mí.

  • Sí, ¿qué?, le dije soltándole un azote más o menos fuerte y con toda mi mano en su magnífico culo.
  • ¡Sí, mí Amo! , volvió a responder sin pedirme explicaciones del tortazo qué le había dado y dándose cuenta qué en la primera respuesta se había equivocado.

Sin duda había entendido mi juego a la primera, así qué sin querer ser más desagradable de lo qué ella pudiese aguantar y me cortara el rollo, le di una de arena.

  • ¡Vaya!, ¡aprendes rápido!, ¡me gusta!, le contesté. ¡Ahora haz lo qué te he dicho!

Ella obedeció sin rechistar comportándose como ella sabía qué más me gustaba, cómo una niña mala.

  • ¡Ahora date la vuelta y enséñame tu culo de zorra!

Todo lo qué le decía, se lo decía en forma de mandato y sin dejar de dar suaves azotes a su alucinante culo. Ella era mi esclava y quería jugar a mi juego, por lo tanto las reglas las ponía yo.

Ya qué había entrado por completo en el juego, me dispuse a disfrutar de esa preciosidad qué tenía por mujer y a darle un placer cómo nunca había conocido. Seguí tocándole todo el cuerpo, su culo, sus pechos, sus muslos mientras estaba de pie de cara a la pantalla escuchando la voz de aquéllas dos sumisas chicas recibiendo los azotes de su señor.

  • ¡Abre las piernas!, le dije al verla tan sometida, a lo qué ella obedeció de inmediato mientras qué emitía ronroneos cómo una gatita en celo.

Tras meter mi mano entre sus piernas y rozar con mis dedos desde la parte alta de su culo hasta su clítoris varias veces esparciendo por toda la zona aquél rico fluido qué escurría desde su almeja, me dispuse a dar un paso más, atarle las manos con el resto de cintas de seda.

  • *¿Cariño, qué haces?***

Un segundo azote sonó en su culo.

  • ¿Cómo me has llamado? Te callas o tendré qué amordazarte, ¡zorra!

  • ¡No!, ¡lo siento, amo!, me respondió entregándome sus muñecas para qué se las atara.

  • Así mucho mejor. Nos vamos entendiendo, le dije. Ahora túmbate sobre la mesita y abre bien tus piernas.

  • ¡Y sin rechistar o te doy otro azote!

  • ¡No!, ¡otro no, mí amo! , me respondió rápidamente dejando caer sus pechos sobre aquélla mesa qué a saber para qué locuras había servido o cuantas corridas había soportado.

  • ¡Eso es, perrita linda! Veamos qué hay debajo de ese tanga tan bonito qué llevas, le dije al tiempo que separaba la tela e introducía un dedo en su caliente y húmedo chochito mientras qué con la otra mano le desabrochaba el sujetador liberando sus tetas.

  • Te gusta lo qué te hago, ¿verdad, zorrita?, veo qué estás muy mojada, le dije metiéndole otro dedo y moviéndolos dentro de su coñito.

  • ¡Sí, mí amo!, ¡por favor no pares!, estoy cachonda, quiero ser tu zorra. Haz conmigo lo que quieras, ¡jamás me habías hecho sentir así de guarra!

  • ¡Bien, mi putita!, dile a tu amo y esposo lo qué eres.

  • ¡Sí, amo! Soy tu puta, tu esclava. ¡Fóllame!

  • ¡Tranquila!, ¡todo llegará! Primero vas a compensarme por lo qué te estoy haciendo ¿de acuerdo?

  • ¡Sí, mí amo!, lo qué tu digas, ¿qué quieres qué haga?

  • Ponte de rodillas y pídeme qué te folle la boca.

Ella rápidamente se hincó de rodillas sin tener que volver a decírselo y evitando un nuevo azote. Me daba la impresión de qué le gustaba aquello pero lo de los azotes no tanto.

  • ¡Amo, mete tu polla en mi boca, quiero comerte el rabo!

  • ¡Muy bien, guarra!, así me gusta, le dije mientras sacaba de la bolsa el consolador qué había comprado fuera.

  • Ahora abre los labios qué te la voy a meter en la boca, le dije acercándole el cipote de plástico a los labios.

Al sentir aquélla polla de plástico en su boca vi la cara de sorpresa qué puso y entendí perfectamente qué ella no esperaba aquél invitado especial sino uno de carne. Creo qué había pensado qué sólo tendría qué dar placer a mi polla, pero no, también tendría qué jugar con aquél duro visitante.

Sandra, al tener los ojos vendados, cómo he dicho antes, no se lo esperaba e intento echar la cabeza a un lado.

  • ¡Lame, zorrita! qué te quiero ver bien follada mientras me la chupas ¿entendido?, le dije cogiéndola del pelo al ver qué se me quería revelar.

  • ¡Sí, amo! , dijo al tiempo que sacaba su lengua para chupar aquélla polla cómo tantas veces había hecho con la mía.

Al rato de estar viendo cómo daba aquéllos estupendos mamazos a aquél trozo de látex, me entró una envidia terrible, así qué sin poder aguatarme más se lo saqué de la boca y totalmente cubierto de babas cómo estaba, agachándome se lo clavé de un sólo golpe en su gran coño de zorra. Sandra al notarlo cómo entraba, soltó un fuerte gemido y sin esperar un segundo me lo quitó de las manos. Cogiéndolo con sus dos manos atadas por las muñecas, ella misma empezó a follarse con el consolador pero a lo bestia. ¡De verdad estaba cachonda cómo una perra!

Yo, al verme libre pero con la polla a punto de reventar, me puse de pie delante de ella.

  • ¡Abre bien esa boca de puta qué tienes y demuéstrame lo mucho qué me quieres!, le ordené.

Sin dudarlo, pero sin parar de mover el consolador dentro de su hambrienta almeja, abrió su boca al máximo enseñándome hasta las amígdalas mientras qué su gran lengua se paseaba por sus suaves labios rojos de la forma más guarra posible. En cuanto vi la entrada preparada, le metí mi dura polla en la boca hasta tocar su garganta y atragantándola en el intento, cosa qué hizo qué echara la cabeza hacia atrás y se la sacara de la boca.

  • ¿Quién te ha dicho qué te la saques?, ¡chúpamela, zorra!, le ordené dándole un fuerte tirón del pelo para atraerla hacia mí.

Aunque quiso, no pudo protestar, antes de qué se diera cuenta ya tenía mi polla de nuevo tocando su campanilla.

Ahora si lo hacía y lo hacía cómo nunca hubiese imaginado qué lo pudiese hacer, se la metía y se la sacaba con ganas hasta el fondo de su garganta al mismo ritmo qué el consolador entraba y salía de su coño. Era increíble ver a mi preciosa y modosita mujer así de rodillas con las manos atadas, su coñito lleno de un buen pollón de plástico y la boca llena de mi polla, lamiéndola, chupándola y metiéndosela más adentro de lo qué nunca lo había intentado, ¡estaba tocando su garganta con mi rabo!. Era un sueño hecho realidad, sin querer queriendo había despertado en mi mujer a esa sumisa qué llevan dentro todas las mujeres.

En un momento dado, mi excitación era tal qué creí qué me iba a correr. Y la verdad qué era lo que más me apetecía en aquél momento, pero yo no quería correrme en su boca, quería correrme dentro de ella y darle el premio qué se merecía por lo bien qué había jugado su papel de obediente putita exhibicionista durante todo el día y lo bien qué se estaba portando ahora en este primer jueguecito de los muchos otros qué vendrían después, así qué se la saqué de la boca, la apoyé en uno de los taburetes y sacándole el consolador de su húmedo coñito, se la metí de un sólo golpe en su hambrienta almeja. Podía ver cómo Sandra se mordía los labios para qué sus gemidos no se oyesen desde fuera.

De espaldas cómo estaba, enseñándome su culito, me agarré a sus caderas y me la empecé a follar una y otra vez sin descanso hasta qué me corrí irremediablemente dentro de ella llenándole el coño de mi espesa leche. Ella, a pesar de estar tan cachonda, aún no se había corrido, pero sin soltarla y en la misma postura qué se encontraba pensé en la forma de hacerla disfrutar hasta qué se corriera.

  • Voy a utilizar mi leche para qué te corras cómo nunca, zorra, le dije.
  • Haz lo que quieras, pero ni se te ocurra dejarme así, ¡por favor!, me dijo con voz de desesperada.

  • Te voy a follar con la nueva polla hasta qué te corras y me pidas por favor qué pare.

Sin esperar respuesta metí de nuevo el consolador en su coño y comencé un movimiento de mete saca con todas las fuerzas qué pude, pero sin llegar a hacerle daño.

  • ¡Desátame, amo!, ¡necesito tocar mi coño! ¡Quiero correrme cuanto antes!, ¡por favor, mí amo!

Otro azote, mucho más suave qué los de antes, cayó en su culo.

  • ¡Ni se te ocurra darme órdenes, zorra! Las órdenes las doy yo y tú te limitas a obedecerlas, ¿de acuerdo?

  • ¡Perdón!, ¡perdón!, ¡perdón!…

  • Lo siento, sólo quería qué vieras cómo tu putita se corre con sus manos y con esa gran polla qué tanto gusto me está dando en el coño.

La verdad era qué para ser la primera vez, se había portado muy bien y sin duda se merecía correrse cómo a ella le gustaba, con sus dedos rozando su clítoris. La solté y le faltó tiempo para llevarlas a su chocho y meterse dos dedos junto al consolador, los mojó con su flujo y los acercó a su pipitilla comenzando a frotarla de lado a lado y de arriba abajo a gran velocidad.

  • ¡Gracias mi amo!, ¡gracias por dejar a tu zorra tocarse el coño y poder correrse! , me dijo entre gemidos.

Gemidos qué se debieron escuchar en todo el local ya qué desde hacía un buen rato, la película se había acabado. Entre otras cosas porque no estaba yo como para pensar en meter, bueno meter sí, pero no monedas precisamente.

No tardó ni un minuto en tener una corrida impresionante, gritaba cómo una verdadera putita. Ahora no le importaba mucho qué la oyesen desde fuera, y la verdad, no sé cómo serían las paredes, pero por los gemidos qué estaba dando, seguro qué se escucharon. ¡A ver con qué cara salíamos ahora de allí!

Tras haberse corrido tan a gusto siguió durante un buen rato con el consolador en el coño y dando pequeñas convulsiones hasta qué este cayó por su propio peso dando un fuerte golpe en el suelo. Se dio media vuelta y tras quitarle la venda pude ver cómo de sus ojos se escapaban un par de lágrimas, creo qué de felicidad. Sabía qué había entrado en un mundo nuevo de placer en el qué todavía le quedaban muchas cosas por aprender. Nos abrazamos fuertemente y limpiándole los ojos, le di las gracias por todo lo que habíamos disfrutado los dos.

  • *¿Gracias?, ¿gracias por qué? ¿Por darme todo el placer del mundo y enseñarme en unas semanas todo lo qué se puede disfrutar sin hacer daño a nadie?,¿por eso?***
  • ¡No, cariñito, gracias a ti! Sigue así y no cambies. ¡Quiero aprender más!

Nos vestimos y salimos de la cabina, pero antes de salir hice lo mismo qué la vez anterior, eché un rápido vistazo al local para comprobar qué no había ningún conocido. Cuando vi qué no había moros en la costa, salimos directos hacia la puerta de la calle casi sin mirar al dependiente para no tener qué ver la cara qué tendría tras escuchar los gritos de Sandra.

  • Ve saliendo tu, mi amor. Espérame en la puerta qué quiero hacer unas compras , me dijo Sandra justo en la puerta de la tienda.

Aunque aquello de qué ella comprase algo por si sola en un sex shop me pareció bastante extraño, no pregunté nada. Yo salí a la calle y cómo si me faltara algo cogí el paquete de tabaco y me encendí un cigarro intentando calmar mis nervios. Llevaba más de una hora sin fumar, una locura para mí.

Durante el tiempo qué estuve esperando en la puerta tuve ocasión de fumarme tres cigarros y de pensar en dos cosas, una en qué estaría comprando mí querida esposa y otra en planear la próxima idea (raro en mí, ¿verdad?) Pero esa idea no sería para llevarla a cabo hoy, sería para poder tenerla en mente para otro día.

Estábamos bastante cerca de un local de intercambios al qué, sin mucho convencimiento, intentamos ir una vez pero qué por mala suerte para mí y buena para Sandra, estaba cerrado el día qué nos decidimos. Y mi idea, cómo era de esperar, era la de volver a repetir la visita pero esta vez un poco más organizada.

Al cabo de un buen rato, tras casi veinte minutos de espera y de maquinaciones para futuras ideas, se abrió aquélla puerta roja de cristales tintados y apareció ante mí la más preciosa de las imágenes con una bolsa de papel en la mano igual a la mía.

  • ¿Qué has comprado?, le pregunté con bastante curiosidad al verla.

  • No tengas prisa por saberlo, te lo diré en su debido momento. Ahora vamos corriendo a casa porqué en el coche está la compra y si mal no recuerdo, ¿cogimos algunos congelados, no?

Aquél comentario nos produjo risa a los dos y nos hizo acelerar el paso hasta el aparcamiento.

Llegamos al parking y nos metimos en el coche. La verdad es qué después de la corrida y el buen rato qué nos habíamos dado el uno al otro, nos apetecía llegar a casa cuanto antes para sentarnos y echarnos una buena siestecita en el sofá. Pero en mi cabeza aún seguía la idea del local de intercambios. Quería decírselo a Sandra, pero no sabía cómo le podía sentar. Sé qué hasta ahora había hecho todo lo qué a mí me apetecía, pero no sabía cómo se lo iba a tomar cuando le volviera a insistir con el tema de qué estuviera con otro hombre, igual se lo decía y la cagaba. Yo iba muy nervioso con mi idea en la cabeza pero a diferencia de mí, ella estaba muy tranquila, así qué al verla tan calmada no pude aguantar más y se lo dije.

  • He visto por internet qué en el local de intercambios qué hay por aquí cerca hay una fiesta de fin de verano, ¿te gustaría qué fuésemos?

La verdad es qué lo de internet y lo de la fiesta de fin de verano me lo acababa de inventar, pero quería adornarlo un poco para qué no fuese tan claro qué lo qué yo quería era verla follar con otro tío.

  • ¿De qué local me hablas?, me preguntó ella un poco extrañada.

  • ¡Si, mujer!, al qué intentamos ir una noche pero estaba cerrado, ¿te acuerdas?

  • Pues si te digo la verdad, no. Ya sabes qué soy frágil de memoria, me respondió añadiendo una sonrisa a su respuesta y dejándome sin palabras para poder seguir la conversación.

  • ¿Y dónde está ese local? , me preguntó mostrando una tranquilidad qué ya quisiera yo para mí.

  • Aquí cerca, le contesté,

  • ¿Y cómo se llama? , me volvió a preguntar.

  • “Aphrodite”, le respondí. Es un Pub liberal, ¿quieres pasar por la puerta para verlo?, le pregunté.

  • Si sólo es pasar por la puerta, sí, ¿por qué no?

No me lo pensé. Tal y cómo salí del parking dirigí el coche hacia la calle a dónde estaba el local. Estaba justo en la primera curva después del parking detrás de una conocida discoteca de la ciudad. No tardamos ni un par de minutos en llegar. Cuando pasamos justo delante de la puerta paré el coche y nos quedamos mirando los dos con bastante curiosidad hacia dentro.

Eran las ocho de la tarde y cómo era de esperar, el local estaba cerrado. Estos locales suelen abrir más bien tarde, a eso de las doce o más, así qué hoy nos conformaríamos con mirar. Tenía una puerta negra de madera lacada y justo al lado un gran parking dónde sólo había un coche, me imagino qué sería el dueño qué estaba preparando cosas para abrir más tarde.

Tras un ratillo de mirar en silencio aquélla brillante puerta negra y al ver qué poco podíamos hacer allí, sin mediar palabra aceleré y seguimos camino a casa. Pero no quería dejarlo allí, quería saber qué pensaba Sandra.

  • ¿Y no tienes interés por saber cómo será por dentro?, le dije dando un pasito más e intentando forzar la situación, ya qué si había cedido a una cosa, igual lo siguiente era decirme qué sí.

  • ¡Cari!, si no me equivoco, este debe ser igual qué aquél en el qué estuvimos con la jaca torda, es decir, un puticlub ¿no?, me respondió ella dándome a entender qué no le interesaba mucho el tema.

  • ¡Qué va, mujer!, le dije dándomelas de nuevo de entendido sobre algo qué no tenía ni idea.

  • Según he leído, es cómo cualquier otro Pub, un puticlub es diferente. Este es un sitio dónde nos podemos tomar una copa tranquilamente escuchando musiquita sin estar obligado a hacer nada qué tú no quieras. Pero sí qué puedes charlar con otras personas qué normalmente son bastante más abiertas qué el resto de gente qué va a otros locales de copas.

Lo vuelvo a repetir, ¡qué bueno es internet y la Wikipedia para aprender todas estas cosas y quedar cómo un machote ante tu querida esposa!

  • Yo creo que para romper la monotonía es un sitio perfecto. ¿Te gustaría ir alguna vez para probar?, terminé diciendo tras soltar aquél mini discurso a favor de los locales de intercambio y qué Sandra se estaba tragando sin decir ni pio.

  • ¿Quién sabe?, ¡ya veremos! , me respondió sin mucha ilusión.

¡Joder!, era la peor respuesta qué me podía haber dado. Era justo la respuesta qué Sandra me daba cuando quería pasarme el problema a mí. ¿Qué significaba aquélla respuesta?, ¿qué la dejara en paz y no siguiera con mi rollo?, o ¿qué tendría qué ser yo quien decidiera si ir o no pero qué si algo salía mal la culpa sería mía? ¡Vaya putada! Me lo tendría qué plantear bien antes de llevar mi idea a la acción y no cagarla.

¿O igual no?, igual estaba yo equivocado y ella me quería dar la sorpresa de llevarme. ¿No sé?, en aquél momento mi cabeza no podía dar más de sí, el tiempo daría la razón a una cosa u otra.