Solo era el principio (08) Llenando la nevera

Simplemente quiero contar una bonita historia de sexo, pasión y amor. Si os gusta lo que voy escribiendo, seguiré publicando más y más capitulos de esta larga, tórrida e increible historia. Vuestros comentarios e inquietudes a nuestro mail, por favor.

CAPITULO 08

Llenando la nevera…

SABADO, 30 DE AGOSTO DE 2008 (MAÑANA)

Tras habernos dado unas semanitas de respiro, a ella para no agobiarla mucho después de la conversación de la noche del jueguecito y a mí para poder olvidar la horrible imagen de mi cuerpo pintado y disfrazado como una loca cualquiera, aquella mañana me levanté con la sana intención de volver a las andadas.

Después de lo ocurrido con Alex en el Pub, de haberla masturbado en el coche, desnudado en el portal de casa y de que ella usara su propia imaginación para hacer conmigo aquel par de barbaridades que hizo, creí que a Sandra, al igual que a mí, le gustaba sentir el morbo de calentar y ser calentada mientras que enseñaba sus más lindos secretos. Así que con más ganas que nunca me dispuse a volver a empezar para ver cómo reaccionaba. Ella me había dicho varias veces que lo pasaba bien, pero tenía que comprobar por mi mismo si todo lo que había hecho hasta ahora era porque le gustaba hacerlo y disfrutaba con ello o simplemente lo hacía para darme gusto a mí.

Con lo del trío le daría algo más de tiempo antes de volver a la carga, pero durante algún tiempo seguiría probando con ella y luego llevar a cabo mi idea o darlo definitivamente por perdido. Tenía claro que iba a ser difícil que me dijera que sí a todo, sobre todo sabiendo que mis planes inmediatos para ella eran repetir, en cierta forma, lo de que se exhibiera en sitios públicos y ponerla en algunas situaciones pelín morbosas para que con sus reacciones, ella fuese finalmente la que me lo pidiera. ¡Trabajo difícil, lo sé, pero lo tenía que intentar!

Como ya he dicho, la cosa no iba a ser fácil. Para empezar no tenía ni idea de cómo hacerlo ni de cómo plantearlo para que ella me siguiera el juego. Y justo estaba aquella mañana en la cocina tomando café y dándole vueltas a la cuestión cuando Sandra entró con parte de la solución a mi problema.

  • *¡Cariño, necesito comprarme bragas y sujetadores nuevos!, los pocos tangas que tengo ya están viejos y además un poco pasadillos.***

He de admitir que parte de culpa era mía. Cabe recordar que mi cajón de los recuerdos tengo unos cuantos tangas guardados. Uno por cada momento especial, las rojas (de cuando conoció a Alex), las rosas (pajilla leyendo la conversación), las negras (de cuando me vistió de guarrilla)…, en fin, unas pocas.

  • ¡Mira estas braguitas!, son bonitas y sé que te gustan mucho, pero no me dirás tú que no están un poco pasadas , me dijo metiendo un dedo por un agujero que tenía en las bragas moradas que llevaba el día que me dejó afeitarla.

Lo que no sé es porque no tenía guardadas aquellas también, ¡esas se me pasaron! Tenía que pillarlas antes de que terminasen en la basura, pensé enseguida.

  • ¿Te gusta que tu mujer lleve estos boquetes en las bragas?, me dijo con aquel tono de voz que ella usaba para camelarme como a un corderito.

  • Imagínate que un día nos encontramos a alguien y me quiere echar un polvo, ¿crees que quedaríamos bien con estos boquetes?

Al escuchar sus palabras no supe reaccionar, la respuesta a mis plegarias llegaba sola y encima me la daba ella. Di gracias al cielo por enviarme aquella solución y ponérmelo un poquito más fácil.

Pero la cosa no acabó allí, Sandra volvió a hablar.

  • ¡Venga!, si vamos haré todo, ¡bueno, casi todo, lo que me pidas!

  • ¿Estás segura de lo que estás diciendo?, no quiero que luego te arrepientas, le dije con cara de sorprendido por su insinuación.

  • Nunca he estado tan segura, ¡pero siempre que te portes bien, claro!

  • ¡Pues vale!, nos iremos de compras.

  • Pero…, le dije recalcando fuertemente el pero, con la condición de que durante el día de hoy estés a mis órdenes y de que nadie se debe dar cuenta de lo que yo te pida.

  • ¡Bueno, ya veremos!, tampoco tienes que pasarte, que una cosa es un poquito y otra cosa es lo que tú eres capaz de hacer , terminó diciendo acercando su culito a mi rabo y moviéndolo sobre él.

En la posición que estaba aproveché para pasarle un dedo por entre las cachas del culo y meterle las bragas para dentro y con la otra mano cogerle el coñito, cosa que hizo que Sandra se moviese hacia atrás pegándose un poco más a mí. Su forma de actuar y la humedad que noté en sus bragas al tocarlas me daban el sí quiero para poner en funcionamiento mis planes.

  • ¡Venga, espabilando!, me dijo separándose de mí y yéndose para el cuarto de baño a darse una ducha.

No pasó ni media hora cuando ya salíamos de casa en dirección al centro comercial. Eso sí, no sin antes hacer una visita rápida al bombo de la ropa sucia y guardarme en el cajón de los premios, las agujereadas bragas que Sandra se acaba de quitar.

El centro comercial adónde nos gustaba ir de compras está a más o menos unos veinte kilómetros de casa. Durante todo el camino que hicimos en el coche fuimos casi en silencio escuchando la radio. Aquel silencio y la música suave que sonaba me ayudaron a pensar en varias ideas pero ninguna me convencía, así que decidí que lo mejor sería ir improvisando sobre la marcha. Cada vez que planeaba algo, si luego no me salía bien, me mosqueaba mucho y esa no era la idea para aquel día.

Cuando llegamos, entramos al centro comercial y dando un paseo echamos un vistazo a las tiendas que nos podían interesar. Al final, Sandra se decidió por la de siempre, una tienda de ropa que estaba al final de aquel largo pasillo y que tenía una gran zona de lencería en la planta de arriba.

Tras mirar otras cosas que no tenían nada que ver con lo que veníamos a hacer, por fin llegamos a la zona interesante, la de los tanguitas de encaje y los sujetadores apretaditos.

Normalmente Sandra era bastante rápida eligiendo su ropa, pero hoy, ¿no sé por qué? iba mirándolo todo detenidamente como si estuviese buscando algo en particular. Estuvimos casi media hora mirando modelitos, bueno, ella mirando y yo haciendo de degenerado total, es decir tocando todas las bragas en el sitio justo dónde algún día muchas guarrillas pondrían su coño, mientras pensaba en cuantas mujeres llevarían en un futuro el olor de mis dedos en su chochito. Cómo digo, de degenerado total, ¿pero que le hago?, ¡soy así!

Durante ese tiempo cogió varios tangas y varios sujetadores de los de diario, como ella los llama pero aún así siguió mirando, buscando algo más.

Al verla tan indecisa, una de las dependientas se acercó a Sandra.

  • ¿Necesita algo, Señorita? ¿Quiere que le enseñe algo en concreto?, le dijo la dependienta.

  • Pues sí, estaba buscando algo de ropa interior un poco más especial.

Aquella respuesta me descuadró bastante, Sandra jamás se había dejado aconsejar y mucho menos engañar por un dependiente de tienda.

La chica, muy amable por cierto, se llevó a Sandra hasta uno de los mostradores y le estuvo enseñando varios modelos de sujetadores, braguitas y tangas, pero cómo digo, Sandra no se terminaba de decidir.

  • ¿Cuál elegirías tú? , le preguntó inocentemente a la dependienta.

Estaba totalmente seguro de que la pregunta la había hecho sin ningún tipo de intención, pero enseguida me di cuenta de que la chica, que aparentaba ser pelín tortillera, se comía a Sandra con los ojos. ¡La verdad es que la tía estaba buenísima!

  • Pues yo, respondió la chica manoseando un tanga, me probaría este conjunto de aquí. Sujetador en color rojo semitransparente con encajes y un tanguita a juego también con encajes en la parte trasera.

Ahí fue donde me terminé de convencer de que aquella pavita era tortillera ya que teníamos el mismo gusto en ropa interior y mujeres.

Sin que lo dijera ella yo ya había elegido y justo ese era el que más me gustaba. Con aquel conjunto mi querida esposa debía estar preciosa, se le podrían ver perfectamente sus pezones clavados en la fina tela del sujetador.

  • Ese es muy bonito, Cariño. Seguro que tus pezones rompen la tela en cuanto te pongas cachonda, le dije acercándome a su oído intentando ocultar mis palabras a la dependienta.
  • ¡Sí!, ¡pero son ciento cincuenta euros el conjuntito! , me respondió ella un poco molesta por el abusivo precio de aquellos dos trocitos de tela.
  • ¡No importa, un día es un día! Si te gusta, yo te lo regalo. Además que ese lo voy a amortizar a lo grande, ya lo verás, le contesté con cierto tono de ironía en mi voz.
  • ¿Ya empezamos?
  • ¡No, empezamos, no!…¡Continuamos, Cariño!, ¡continuamos!, le respondí dándole a entender que mis juegos ya habían empezado.

  • Pero por lo menos me lo tendré que probar para saber si me queda bien, ¿no? , dijo Sandra al escuchar mis palabras.

  • Bueno, no es lo normal, pero si quiere probárselo no quite esta tirita de plástico, ¡por favor!, respondió la dependienta señalando una banda de plástico que había justo en el centro del tanga y que debía ser bastante incómoda para la señora que se le olvidase quitársela.

  • ¡Sí!, ¡no te preocupes!, respondió Sandra.

  • Espero que esas braguitas no se las haya probado mucha gente, me dijo entre cuchicheos para que la chica no se sintiera mal mientras que se daba media vuelta para buscar los probadores.

Ella no sé si se sintió mal o no, pero a mí me dio un vuelco el corazón cuando me puse a pensar en el tamaño, color, olor y sabor del último coño que se probó aquellas lindas braguitas y que ahora se iban a rozar con el coño de Sandra. ¡Su primera experiencia lésbica y yo sin la cámara de fotos!, ¡que putada!

  • ¿Dónde están los probadores?, preguntó Sandra mirando hacia un lado y otro buscando los cuartitos para cambiarse.

  • ¡Venga conmigo, por favor! , le respondió la chica con las bragas, que dentro de un momento estarían tocando el coñito de mi mujer, en su mano.

Sandra acompañó a la chica hasta el probador y detrás de ellas dos, yo cómo un perrito faldero.

Normalmente, como el resto de los hombres del mundo, tras Sandra entrar en el probador me quedé en la puerta junto a la dependienta a la espera de que ella se fuese probando.

  • ¡Cari, entra conmigo! ¡Al fin y al cabo tú eres quién las va a disfrutar! , dijo sacando su carita por la rendija que dejaba la cortina en el lateral.

Una vez más Sandra cogía las riendas de mis juegos. Sus palabras me pillaron de imprevisto y me hicieron cambiar la vista hacia la dependienta para ver su reacción.

¡Qué vergüenza, por dios!, pensé en ese momento notando como mi cara se calentaba y cambiaba de color. Nunca había entrado en uno de mujeres, como mucho un vistazo desde la puerta para ver cómo le quedaba la ropa y poco más, pero nunca los dos dentro. Y muchísimo menos teniéndola en bragas y con una piba extraña en la puerta.

  • ¡No se preocupe! , me dijo la dependienta al ver mi sofocada cara de asombro. Muchos chicos entran con su pareja al probador y no pasa nada.

Al escuchar a la chica y viendo que era algo de lo más normal, no me lo pensé y entré al probador.

Una vez los dos dentro, más o menos apretaditos, Sandra puso el conjunto en el perchero y comenzó a desabrocharse la camisa. Luego comenzó a bajarse la falda, se quitó el sujetador viejo dejando al aire sus preciosos pechos y lo colgó de la percha junto al resto de ropa. Yo, aunque la chica me había dicho que no pasaba nada, estaba un poco nervioso, entre otras cosas porque estaba viendo a Sandra como se desnudaba mientras que aquella tía buena esperaba en la puerta.

  • ¡Las braguitas me gustaría que me las quistases tú!, esto es muy pequeño y no me puedo agachar.

¡Sandra no era mi Sandra!, ¡me la habían cambiado!, pensé de repente intentando analizar lo que me acababa de decir. Jamás imaginé aquella petición saliendo de la boca de mi mujer en un sitio público, ¡bueno, si me la había imaginado un millón de veces, lo que nunca pensé era que se hiciese realidad!

Mi cara debía de ser un poema y si antes estaba rojo de vergüenza, ahora debía estar morado. Sin saber muy bien cómo, era Sandra quien llevaba la batuta y era ella la que me estaba manejando a mí. ¡Hay que joderse!, el montón de vueltas que le había dado a mi cabeza buscando la forma y ella la tenía desde el principio. ¡Pues venga!, pensé. Vamos a ver hasta dónde llegamos con todo esto. Así que armándome de valor me agaché un poco, cogí las braguitas y se las quité con suma dulzura enrollándolas sobre sus regordetes muslos.

  • ¿No las vas a oler?, siempre las hueles. ¿Hoy te da vergüenza por estar aquí dentro conmigo, o qué?, dijo Sandra con un volumen de voz para nada discreto.

  • ¡Baja la voz, chocho!, ¡no ves que la chica de fuera nos estará oyendo!, le dije con cierto estado de nerviosismo y pagándolo con las bragas que no se dejaban estirar para ponerlas bien.

  • ¡No te preocupes!, si no me equivoco, aquí están acostumbrados a oír cosas peores, me contestó ella con una serenidad que contrastaba totalmente con mi estado de preocupación en aquel momento.

Pero quizás tuviese razón en lo que decía y por una tontería así no estaba dispuesto a perder la oportunidad de embriagarme con aquel olor. Así que cogí las bragas sucias, que por fin había terminado de desenrollar y me las acerqué a la nariz absorbiendo el aroma como si fuese una aspiradora. Estaban húmedas y tenían el mismo olor de siempre, olor a rosas. O al menos a eso me olían a mí. ¡Me encanta su olor!

  • *¡Mete un dedo y mira si está mojado!***

¡Hala!, ¡que bestia!, pensé al escucharla.

Pero sólo lo pensé, que conste. Automáticamente uno de mis dedos salió disparado para hacer las oportunas comprobaciones.

  • ¡Estás loca, pero te quiero!, le dije mientras pasaba uno de mis dedos por su húmeda almeja dejando todos mis miedos para cualquier otro día.

Aquel roce se cargó todos mis ideales de una sola pasada, ya estaba totalmente lanzado, todo me daba un poco bastante igual y la situación en aquel escaso metro cuadrado cada vez era más caliente, ¡a ver ahora quien era la guapa que me paraba!

Seguro que la chica nos estaba escuchando y fijo que también se estaba excitando, cosa que hacía que me gustase aún más aquel loco instante. Así que queriendo aprovechar el momento, se lo toqué varias veces más con uno de mis dedos.

  • ¡Lo tienes mojadísimo, cabrona!, ¡qué rico!

  • Pues busca en mi bolso pañuelos de papel y límpiamelo un poquito, no quiero manchar las braguitas tan pronto, me dijo dando un tirón del plastiquito y quitándolo, pasándose las instrucciones de la dependienta por el forro de los cojones.

Cómo si de un loco maniático se tratase, me lancé en busca de su bolso para coger los pañuelos. Si aquello había llegado a subir hasta aquel punto, no podía dejar que bajara.

¡Joder, que fuerte!, allí estaba yo, de rodillas limpiándole el coño con un cacho de papel y tras las cortinas, una bollera que estaba escuchando todo lo que hablábamos y hacíamos.

  • ¡A ver cuando tienes tiempo para darle un repasito con la cuchilla! Ya empiezan a salir pelitos y no veas cómo me pica, me dijo pasándose una mano por el coño enseñándome los pequeños puyones que ya le empezaban a salir.

En aquel momento lo que menos me importaba a mí era si tenía pelos o no, aunque si lo pensaba fríamente, cosa bastante difícil en aquel instante, ya tenía plan para esa tarde o el día siguiente, volver a rasurarla. Antes no quería ni loca y desde que lo llevaba prácticamente peladito, le encantaba, ¡todas las mujeres son iguales!

Una vez limpia, cosa que tardó menos tiempo del que me hubiese gustado, se colocó la ropa nueva, apoyándose en mis hombros para no caerse y me miró.

  • ¿Qué tal me queda?, ¿qué piensas?, me dijo dándose una vuelta completa para que pudiese verla.

¿Pensar yo?, a estas alturas ya no podía pensar. Estaba con mi mujer prácticamente desnuda en el probador de una tienda con un tanga que por detrás era un hilo que se metía por la raja de su culo y por delante apenas si tapaba la raja de su depilado coño, le había limpiado el chochito con mis dedos y para colmo otra chica, totalmente desconocida, estaba a menos de un metro de nosotros escuchando toda nuestra conversación. Mi intención era la de exhibirla sin que ella se diese cuenta pero resulta que me estaba dando una lección en toda regla. Toda mi sangre estaba concentrada en mi cabeza y como de costumbre, no precisamente en la de pensar.

  • ¡Preciosa!, ¡estás preciosa! Y además, te queda justo como había pensado, le dije pasando mi mano por su pecho tocando su pezón.

¡Exacto!, justo como yo había pensado, se podía ver su lindo coño a través de la fina tela de las bragas y sus pezones totalmente duros clavados en el sujetador. En ese momento me dieron ganas de tirarme en plancha y comerme ese suave conejito allí mismo mientras le pellizcaba los pezones, pero me tuve que contener.

¿Qué hubiera pasado si llego a hacerlo mientras aquella chica estaba en la puerta?, ¿hubiera llamado a los de seguridad?, ¿se hubiera apuntado a la fiesta? ¡Hay que joderse!, otra oportunidad perdida. ¡Prometo que la próxima la aprovecho aunque termine en la cárcel!

  • Tú siempre me ves guapa. Será mejor preguntarle a la dependienta , dijo Sandra abriendo la cortina sin darme tiempo a reaccionar.

En el par de décimas de segundo que pasaron desde que Sandra dijo la palabra “dependienta” y abrió la cortina sólo me dio tiempo a pensar que a lo mejor la chica se había ido y no me haría pasar ese mal rato y que luego la volvería a cerrar y nos reiríamos de su ocurrencia. ¡Pero no! La chica de la tienda, para mi desgracia o fortuna ¿quién sabe?, estaba allí, detrás de la cortina y además con una tremenda cara de salida sonriente. Mis ojos se movieron rápidamente en todas direcciones buscando a otras personas que pudiesen estar viéndola además de aquella muchacha, pero esta vez tuve un poco más de suerte, estábamos prácticamente solos en la tienda.

¡Mira que soy raro!, ahora quiero, ahora no quiero. Me iba a tener que sentar cinco segundillos conmigo mismo y aclararme las ideas porque así no iba por buen camino. Pero como otras tantas veces, la dulce voz de Sandra me bajó de la nube y me trajo de vuelta a la tierra.

  • *Mi marido dice que me sienta muy bien, ¿tú qué crees?***

A la chica, que yo seguía creyendo que era un poco tortillera, (bueno, creo no, ¡seguro!), se le cayó la baba sin saber que contestar.

  • ¿Te ocurre algo?, le pregunté haciéndome un poco el tonto al ver su cara de sorpresa.

  • ¡No!, ¡disculpe!, contestó ella.

Y haciendo su trabajo de dependienta lo mejor que pudo, le contestó.

  • ¡Pues no!, ¡no la ha engañado! Su marido dice la verdad, ¡está estupenda!
  • Pero espere, continuó diciendo. Ese conjunto yo sabría cómo mejorarlo…
  • Voy a por unas medias de seda, que aunque es verano, tengo unas preciosas para este tiempo.

Cuando la chica se dio la vuelta volví a cerrar la cortina. Sandra se acercó a mí y de forma bastante violenta, al igual que en el ascensor, me empujó contra la pared de cristal. Yo estaba bastante sorprendido por todo esto, estaba seguro de que quería hacerlo y de que aquello era mi mayor fantasía en aquel momento, pero a un ritmo más lento.

  • Mira mis pezones, están como escarpias, ¡chúpamelos!, me dijo agarrándose las tetas y acercándomelas a la boca.

No quise para nada ser malaje ante su invitación y durante un par de minutos toqué, besé, chupé, lamí, y si no llega a ser por el sitio donde estábamos, me la hubiese follado allí mismo. Lo malo es que cuando más lanzado estaba, escuché otra vez la voz de los súper tacañones, digo, de la dependienta.

  • ¿Se puede?, preguntó antes de abrir un poco la cortina y mirar hacia dentro descaradamente.

  • Aquí traigo las medias. No se las podrá probar, pero viendo sus piernas, le aseguro que son de su talla. Además, si se queda con el conjunto, se las regalo.

¡Mira que amable, la muchacha, oye! ¿Qué menos, no? Por más de doscientos napos que me voy a dejar aquí en bragas, ¿qué menos que regalarle unas medias?, pensé al escuchar su ofrecimiento.

  • ¡Gracias! , contestó Sandra cogiendo las medias y tapándose un poco con la camisa.

No sé para qué se tapaba si ya la había visto antes en bragas, ¡pero bueno!

  • ¡Al final sí me lo quedo! Pero cómo a mi marido le ha gustado tanto no me atrevo a quitármelo , dijo echándome las culpas por haberle quitado el plastiquito al tanga y haberlo mojado antes de comprárselo.

  • ¡No se preocupe!, con la etiqueta se lo puedo cobrar. Vístase sin problema, le contestó la chica con cierto tono de recochineo en sus palabras.

Tras aquella conversación salí del probador intentando ocultar el bulto que había en mi entrepierna, pero la muchacha, a la que no se le escapaba una, se dio cuenta y clavó la vista en mi paquete.

  • ¡Me da la impresión de que a esa nueva prenda le vais a sacar partido!, nos dijo la dependienta mirándome con media sonrisa de zorra salidilla.

¡Me quedé de piedra! La chica era una cachonda de órdago y yo un cortado del carajo. Siempre iba vacilando con Sandra de que yo era un salido de cojones y al final, cuando tenía la oportunidad de demostrarlo siempre me la pegaban dejándome como un inocentón, ¡que joío vaina! Así que bajando mi mirada al suelo me di la vuelta sin saber que decir y perdiendo la increíble oportunidad de haberle dicho algo o de haberla invitado a que se viniese con nosotros a tomar café. ¡Ya pondría yo la leche!

A los pocos minutos salió Sandra del probador vestida y con la ropa usada en una mano. La dependienta la miró y se rio otra vez con cierto retintín. Sabía perfectamente todo lo que había pasado allí y seguro que en cuanto nos fuéramos iría a contárselo a todas sus compañeras. La verdad es que me importó poco, posiblemente no la volveríamos a ver nunca más pero difícilmente íbamos a olvidar, ella y nosotros, ese día.

Fuimos a la caja junto a la chica y nos cobró. Le dio una pequeña bolsa de papel a Sandra para meter la ropa usada y otra un poco más grande con el resto de la compra. Al despedirnos, la chica miró de nuevo a Sandra con una sonrisa pícara, y a mí yo creo, que con cara de envidia, al fin y al cabo era yo quien se iba a comer esas braguitas.

Al salir de la tienda nos empezamos a reír de forma nerviosa por todo lo que habíamos hecho.

  • ¡Pero qué loca estás, jodía!

  • ¡Y a ti que no te gusta!, me respondió ella con una de sus frases más utilizadas para darme a entender que lo hacía por mí.

  • ¡Me encanta!, le respondí yo, también con uno de mis dichos más usados para darle a entender que me entusiasmaba su forma de hacer las cosas por mí.

Con el calor que habíamos pasado en aquel apretado probador teníamos la boca seca y nos apetecía beber algo. Nos acercamos a una de las terrazas que estaban a la entrada del centro comercial, pedimos un par de cervezas y comenzamos a charlar

  • ¿Te gustó la chavala?, le pregunté de forma directa.

  • ¿La niñata esa? ¡Claro que no!, tu sabes que a mí no me gustan las mujeres.

  • Creo que te lo dejé bien clarito la noche del jueguecito, ¿no?

  • Simplemente la intenté poner cachonda porque sé que a ti te gusta.

¿Ves?, lo que yo decía, ¡lo hacía por mí! ¡Pero qué bien lo hacía, la cabrona!

  • ¡Pues yo creo que era tortillera!
  • ¡Toma, y yo!, por eso la calenté abriendo la cortina, me respondió mientras se metía, de una forma realmente provocativa, una patata frita en la boca.
  • ¿Volverás a hacerlo más veces para mí?, le pregunté al comprobar con su respuesta que era más zorrona de lo que yo creía.

  • ¡Cada vez que quieras, mi vida! Sabes que me pone cachonda verte cachondo a ti y que luego me eches un buen polvo.

Mi cara de gilipollas tenía que ser de fotografía. Lo único que me faltaba era un pañolito para recoger mis propias babas. Estaba en el cielo y no iba a dejar que me bajasen de nuevo a la tierra así que me puse a pensar, esta vez quería ser yo el que le dijese lo que tenía que hacer, que al fin y al cabo para eso habíamos venido.

SABADO, 30 DE AGOSTO DE 2008 (TARDE)

Al tomar otro buche de cerveza vinieron, por arte de magia, dos ideas a mi cabeza. La primera idea era salir corriendo a casa para no malgastar el cipotón que llevaba debajo del pantalón y follarme a Sandra imaginándome a aquella tortillera haciéndose una paja pensando en el cuerpo de mi mujer. La segunda idea era un poco más complicada. La primera opción no hubiera sido una mala decisión, pero pensando en el sitio que estábamos, ideal para hacer realidad otra de mis perturbadas ilusiones, preferí usar la segunda alternativa.

  • El frigorífico está pelado, ¿quieres hacer un poco de compra aprovechando que estamos aquí?, le pregunté a Sandra.

  • ¡Vale, me parece bien!

  • Además tengo que comprar champú y suavizante para el pelo, me contestó ella sin imaginarse siquiera en qué berenjenal se estaba metiendo al decirme que sí.

Nos terminamos la cerveza y mientras que yo pagaba Sandra salió fuera a coger un carrito.

No sé si ya lo había dicho, pero por si acaso, lo vuelvo a repetir. ¡Aquel día Sandra iba preciosa! Llevaba una falda vaquera muy por encima de las rodillas y una camisa oscura bastante más recatada que las que normalmente usaba pero que al llevar quitados los botones de arriba, por el calor, dejaba ver algo de sus pechos y parte del encaje de su nuevo sujetador. Cómo digo, ¡estaba realmente bella! No sé si sería capaz de hacer lo que tenía planeado y encima aguantar hasta que llegásemos a casa para soltarle todo el cariño que tenía guardado en mis pelotas en forma de leche.

Así que para bajarme un poco los humos hasta que fuese el momento adecuado para empezar con mi plan, me dediqué en cuerpo y alma a la compra sin pensar en nada que no fuesen huevos, zanahorias, nabos, melones o conejos. ¡Joder, ya estoy otra vez liado!

Lo dicho, como una pareja normal y corriente que va de compras, íbamos llenando el carro de cosas y peleándonos por si esto me gusta más que eso o aquello más que lo otro, cuando de repente llegamos a la zona de los embutidos y mi amada y pervertida Sandra cogió un paquete de salchichas, de las más gordas que había en la nevera, y me las enseñó.

  • ¿Cari, has visto esto? ¡Con lo cachonda que estoy creo que esto es justo lo que necesito!, una por delante y otra por detrás. ¿Me las llevo? , me dijo bromeando pero, al igual que en el probador, con un volumen de voz bastante más alto del que yo esperaba.

Enseguida me di cuenta de que dos chavales que pasaban por allí justo en ese momento, escucharon perfectamente las palabras de Sandra. Se pararon un segundo para mirarnos y automáticamente siguieron su camino. Sin hacerles más caso me acerqué a la nevera en la que estaban las salchichas.

  • ¡Todas las que tú quieras, guapetona!, le contesté estirando la mano y cogiendo dos paquetes para echarlos al carro junto con él que ella ya había cogido.

Yo no quería que le faltase de nada a mi queridísimo amor y mucho menos carne que llevarse a la boca, o a cualquier otro sitio.

Tras aquella pequeña y retorcida broma de Sandra seguimos con la compra, pero cuando llegamos a los congelados Sandra se acercó a coger un par de paquetes de guisantes. ¡Hasta ahí, todo normal!

La verdad es que los guisantes estaban un poco lejos, al otro lado de la cámara, así que al estirarse inocentemente para cogerlos dejó parte de su rollizo culo al aire mostrando una extraordinaria vista a los dos chicos de antes que, sin esperármelo, estaban mirando de forma descarada el pandero de mi mujer sin importarles un huevo que yo les viese.

¿De dónde han salido estos dos otra vez?, me pregunté un poco sorprendido. Los muy jodíos habían escuchado antes el comentario de ella y ahora querían verla más de cerca, ¡que cabritos!, pensé.

Estuve por avisarla y decírselo, además si se daba la vuelta y cogía los guisantes por el otro lado no daría el numerito enseñando el panorama ¡Pero qué cojones!, que ese par de chaveas se alegraran la vista no estaba mal, a mí también me gustaba y mucho la vista.

Pero queriendo de momento sólo ser malo a medias, me acerqué a ella y le comenté lo que estaba pasando.

  • ¡Cari, córtate una mijita que no veas el montón de carne que estás enseñando al personal!

  • ¡Que lo disfruten! Para eso te has gastado una pasta en mi ropa , me dijo sin esperar yo aquella respuesta.

Ahora, con toda la intención del mundo y sin tan siquiera pedírselo, se comenzó a estirar de forma más exagerada que antes buscando los guisantes y dejando caer casi todo el cuerpo sobre la nevera tocando prácticamente los paquetes de congelados con las tetas. ¡Claro!, con aquella postura casi imposible, su corta falda se subió aún más que antes y dejó otro buen cacho de de su culo a la vista, puedo decir que prácticamente la totalidad de sus gorditas cachas. ¡Era una vista de lo más morbosa!

Yo estaba detrás cómo haciendo el que espera pero sin enterarme de lo que pasaba cuando de repente pude escuchar a los dos chicos hablar.

  • ¡Madre mía, que culo!, ¡como está la zorra!, dijo uno de ellos.

Había hecho el mismo comentario que uno de los chicos que estaba en el Pub el día que conocimos a Alex, ¿sería casualidad o mi mujer era una zorra? ¡Habría que comprobarlo! En breve pondría en funcionamiento mi segunda idea, ¡la elegida!

En cualquier otro momento me habría ido hacia ellos a decirles algo y haber montado una bronca, pero no lo hice. Al igual que el otro día en el pub, no veía justo montar una pajarraca allí en medio, al fin y al cabo era yo quien estaba provocando aquella situación. Además, Sandra, por cómo se estaba comportando, otra vez estaba disfrutando con lo que hacía. Así que si quería que aquello durase un poco más, tenía que intentar que ellos creyeran que lo que hacía Sandra era algo sin intención y que yo no me estaba enterando de nada.Si les cortaba el rollo a ellos, me lo cortaba a mí mismo y la verdad es que si llego a prepararlo no sale ni la mitad de bien de lo que estaba saliendo todo.

Cuando por fin consiguió coger el paquete, (de guisantes, claro), seguimos con las compras, yo por un lado de la calle y ella por otro pero mirándonos de vez en cuando de forma sugerente. Los dos chicos, muy jóvenes por cierto, seguían detrás de nosotros haciendo la compra, pero más que comprar nos espiaban a ver si tenían de nuevo más suerte.

Tengo que decir a favor de aquellos dos mendas lerendas que yo también he hecho alguna vez eso de cambiar mi sentido en la compra para seguir a una tía buena, así que tampoco estaba tan mal que ellos lo hicieran. ¿Qué hombre yendo sólo de compras no lo ha hecho?… ¡Venga, no mientas!

En aquel momento mi cipote era cómo un filete de ternera, ¡puro nervio! Cada vez que podía los miraba disimuladamente y los veía como vigilaban los movimientos de Sandra. Aquello me gustaba tanto que tenía que tocármela cada dos por tres para ponérmela en su sitio.

Al cabo de un buen rato de calentamientos y miradas al culo de mi mujer, los dos fulanos desaparecieron como por arte de magia. Yo creo qué cómo Sandra no había hecho ninguna locura más en todo el tiempo, pensaron que se había acabado el show y se habían marchado. ¡Bueno, ellos se perderían el resto de lo que tenía planeado!

Cuando llegamos a la zona del botelleo, como yo llamo a la zona de vinos y licores, vi, a unos cinco o seis metros de nosotros, a un chico del supermercado que estaba arrodillado en el suelo intentando poner bien las latas de cerveza y que sin duda me dejaba el camino bastante liso cómo para poner en funcionamiento mi plan.

Aquel pasillo que estaba prácticamente vacío, sólo aquel chico, nosotros y un señor al fondo que miraba detenidamente una botella de vino y que después de soltarla se dio media vuelta para marcharse, me dio la oportunidad que esperaba para empezar con mi disparatado propósito.

Con las ideas bastante claras me acerqué a Sandra y pegándole un tirón hacia arriba de la falda vaquera se la subí como cinco o seis centímetros dejándola como si fuese una mini-minifalda o incluso más corta. Más bien como si llevara un cinturón ancho en vez de falda.

  • ¿Qué haces loco?, ¡que me vas a dejar desnuda aquí en medio!, me dijo colocándose la ropa en su sitio y dándome a entender que el jueguecito de antes se había acabado y que no quería continuar.
  • ¿Por?, le pregunté.

Y sin dejarla responder, seguí hablando.

  • ¡Es lo que quiero!, desnudarte y que todo el mundo te vea, le dije levantando nuevamente su falda.

  • ¿Te parece bien?, le volví a preguntar.

  • ¡Pero!…, ¡es qué no sé!, me respondió titubeando.

  • Esta mañana me dijiste que hoy harías todo lo que te pidiese, ¿no?, le pregunté recordándole las palabras de esta mañana en la cocina.

  • ¡Sí!, es verdad que te lo dije, pero yo me refería a otras cosas.

  • ¿Otras cosas?, ¿qué otras cosas?

  • ¿No sé?, a follar como tú quisieras, que te la chupase. ¡Cosas de esas, no esto!, me respondió queriéndome convencer no sé muy bien de qué.

  • ¡Vaya!, pues con el numerito del probador y luego el de los guisantes yo creí qué querías lo mismo que yo, le dije con un tono de voz bastante defraudado.

  • ¡Anda tonto, no te pongas así!, me dijo acariciando mi cara con su mano.

  • ¡Si es lo que quieres, pues nada, todos bocabajo! , me respondió dándome un beso y aceptando nuevamente, al igual que el día del jardín, todos mis deseos.

¿Qué estaba pasando?, casi siempre me decía que sí a todo después de insistir mucho, mucho, mucho y si le gustaba la idea, pero desde el día que le pedí las bragas en el portal de casa, con tan sólo unos minutos de conversación tonta conseguía convencerla e incluso en aquel momento, sin conocer todavía mis intenciones ya estaba dispuesta a hacer lo que yo le pidiera, ¿algo había cambiado?

  • ¡Exacto!, es lo que quiero… Y tú me vas a ayudar a hacerlo, le dije recobrando mi sonrisa y volviendo a tirar un poco de su falda hacia arriba.

¡Estupendo!, la primera parte ya estaba en el bote y con lo que tenía pensado, si salía como yo esperaba, me iba a llevar otra alegría en la entrepierna. Y si terminaba bien, hasta ella iba a acabar mojada como nunca. Así que echando valor al asunto para que no me ocurriese lo mismo que con la dependienta de lencería y volviese a perder una oportunidad de oro, puse manos a la obra.

  • Ve hacia aquel chico que está colocando las cervezas y le preguntas por el precio de una caja, le dije.

  • ¿Sólo eso?, ¡pues vaya!, me respondió ella dudando de mi plan.

  • ¡Tranquila!, aún hay más, le dije pegándole un segundo tirón de la falda.

  • Él está agachado, así que tú debes quedarte de pie delante de él pero con las piernas un poco abiertas, le propuse a la par que por mi cabeza pasaba la imagen de verla abierta de piernas delante de aquel chavalito.

  • Pero si hago eso le voy a poner el coño en la boca, ¿estás loco o qué?, me dijo con un tono de voz un poco más enfadado que antes.

  • ¡Exacto!, le respondí otra vez. Eso es lo que quiero y lo vas a hacer por mí, ¿verdad?, le dije pasando mi mano por el interior de sus desnudas cachas buscando su humedad.

Justo en ese momento, tras mirar alrededor para que nadie nos viese, revisar que no hubiese ninguna cámara de video vigilancia grabando y que ningún vigilante me jodiese el plan, mi corazón empezó a latir mucho más rápido con algo que vi al fondo del pasillo. Como por arte de magia, igual que se fueron, aparecieron. Al final del pasillo, dónde antes estaba aquel señor del vino ahora estaban nuevamente los dos mirones de antes intentando esconderse para ver sin ser vistos. Disimuladamente los miré pero no le dije nada a Sandra, de momento, para no ponerla más nerviosa.

  • ¿Y tu mientras que harás?, ¿vendrás conmigo, no?, sola me da un poco de corte hacerlo.
  • Si estás a mi lado, será más fácil.

  • ¡No!, le dije secamente.

  • Si yo estoy delante, el chaval no se va a atrever a mirarte.

  • ¡Pero es que me da un poco de mal rollo! , me respondió ella.

  • ¡No pasa nada, chochete! Estate tranquila que yo estaré cerca de ti en todo momento haciéndome el loco pero sin perder detalle, cómo siempre.

Durante todo el tiempo en el que Sandra y yo estuvimos hablando, los dos chicos no nos habían dejado de espiar. Yo sabía perfectamente que estaban allí, pero en vez de enfadarme me dio un punto extra de morbo y nerviosismo.

  • ¡Ya puedes ir!, le dije a Sandra tras comprobar que no había más moros en la costa que aquel par de monigotes y el cervecero.

En aquel momento creí que se iba a echar atrás, ¡pero me equivoqué! Me miró con carita de niña buena y dudándolo un poco, pero haciéndome caso hasta en la última palabra que le había dicho, se dio media vuelta y miró hacia dónde estaba el chico de las cervezas. Cogió el camino y se dispuso a hacer lo que yo le había mandado. Al andar pude admirar cómo, sin llegar a verse su pequeño tanga, asomaba por debajo de la falda un buen trozo de los dos esplendidos cachetes de su culo, así que si el chico era un poco espabilado y la miraba por delante y desde abajo, lo que se iba a encontrar ante sus ojos iba a ser maravilloso.

Aquello que iba a suceder en unos segundos sólo era casi comparable con lo hecho con Alex, ¡lo del coche, lo de las bragas o lo del ascensor eran juegos de niños en comparación con esto!

En ese momento me imaginé que el corazón de Sandra debía ir a mil por hora, exactamente igual que el mío que se me iba a salir por la boca. Además, al igual que la otra vez en el pub, tenía la boca seca como un zapato por culpa de los nervios. ¡Misterios de la vida!, el lugar dónde más liquido había en todo el supermercado y yo con la boca seca.

Cuando por fin llegó a la altura del chaval se puso a pocos centímetros de él quedándose quieta y en silencio. Cómo habíamos pensado, al levantar la jeta las lindas braguitas de Sandra quedaron justo a la altura de sus ojos. Su cara lo dijo todo, ¡tenía los ojos fuera de las orbitas! Aquel chaval miró a todos los lados durante unos cuantos segundos creyendo que aquello podría tratarse de una cámara oculta, pero cuando se aseguró que lo que tenía delante era de verdad, empezó a mirarla recorriéndola con sus ojos desde los pies hasta las bragas, no creo que en ningún momento pasara la vista de allí.

Mi polla estaba dura como una roca, pero más dura se puso aún cuando moví la cabeza y a unos seis o siete metros vi delante de ella a los otros dos chicos que habían aprovechado para buscar algo en la estantería de abajo y así poder mirar desde más cerca a mi esposa.

No sé cuanto duró la situación hasta que pude escuchar la voz de Sandra preguntándole a aquel chico por el precio. No sé si fueron un par de segundos o un par de siglos, pero fuera el tiempo que fuera, me pareció eterno. Tras el primer impacto estuvieron hablando unos segundos. El chico, sin levantarse del suelo iba haciendo gestos con las manos señalando a un lado u otro según le iba preguntando Sandra. A la par que el chico le indicaba, Sandra volvía la cabeza al sitio dónde señalaba, momento que él aprovechaba para mirarle el coño con total descaro.

Una de las veces me asusté un poco al ver a Sandra dar un pequeño saltito hacia atrás, pensé que el chico no había podido aguantar más y le había metido mano. Pero no, lo que pasó fue que al ser tan servicial con ella, en el momento que fue a señalarle algo, le rozó un muslo con una de sus manos y eso fue lo que hizo que Sandra se moviera de su sitio.

El dolor que tenía en mi polla era tremendo. La erección que estaba teniendo me tiraba de los pelos, así que tuve que darme media vuelta y ponerme mirando a las botellas a disimular para poder meterme la mano en el pantalón y desenliarla, momento que aproveché para tocarme el capullo y notar lo mojado que estaba. Con cuidado de no dejar mi preciado caldito por el camino, saqué la mano y me la metí en la boca para limpiarla.

Me hubiese gustado que aquello siguiese más tiempo, pero no era cuestión de seguir jugándonosla, además si hubiera aparecido más gente o algún conocido, nos hubiésemos visto en un buen marrón, así que como en otras ocasiones había hecho, salí a la salvación de Sandra.

  • ¿Te ocurre algo?, le pregunté acercándome a ella.

El chico se puso rápidamente de pie. Había estado todo el tiempo tan ensimismado en las braguitas de Sandra que no se había dado cuenta de que yo había estado cerca de ellos durante todo el tiempo.

Al verme, su cara, de la misma forma que cambió la cara de Alex al verme, la suya también cambió de un tono normal de piel a un rojo intenso del color de un tomate, creo que en ningún momento había pensado que alguien iba a aparecer por allí y pillarlo a pesar de estar en un centro comercial. Ya se sabe, ¡un buen coño quita el sentido a cualquiera! Yo creo que este, al igual que Alex el otro día, había pensado que se la podría follar, ya que más que una simple ama de casa que estaba haciendo la compra parecía una guarrilla buscando juerga.

  • ¿Sabes ya cual es el precio?, le pregunté a Sandra haciendo el papel de no haberme enterado de nada.

  • Me ha dicho que seis euros la caja de doce, me respondió Sandra con voz temblorosa pero mucho menos de lo que yo esperaba.

Por la forma que me lo dijo me recordó más al precio de una caja de condones que al de un paquete de cervezas, pero bueno. Cogí un par de cajas y las metí en el carro. Agarré a Sandra de la mano y seguimos adelante disimulando. Me imagino que el chaval la estuvo siguiendo con la vista hasta que desaparecimos por la esquina.

  • Parece que te ha gustado, ¿no?, le pregunté apretando fuertemente su mano con la mía.

  • ¡Estoy más caliente que nunca! ¡que poco me ha costado hacer sufrir a ese tío! , me contestó con una amplia sonrisa en sus preciosos y brillantes labios.

  • ¡Me gusta a mi esto de hacer guarrerías, oye! , me dijo riéndose a la vez que soltaba mi mano y se colocaba la falda para ponerla de nuevo en su sitio.

  • ¿No te da vergüenza hacerlo?, le volví a preguntar.

  • ¡Bueno, un poco sí!, pero para decirte la verdad, ¡ahora mismo estoy realmente cachonda!

Cuando terminó de decirme esto, se dio media vuelta, miró que no hubiese nadie a su alrededor, se pegó a las estanterías y levantándose un poco más la falda, se metió la mano buscándose el coño. Después de mojar sus dedos con el flujo de su rajita, se los sacó y se los pasó por el cuello y por el canalillo del pecho, se acercó a mí y me cogió de la cabeza poniendo mi nariz justo en mitad de sus tetas, cosa que hice con sumo agrado.

  • ¿Te gusta mi nuevo perfume?

  • ¿Que si me gusta?, le dije. Si me dejas te como entera aquí mismo, empezando por tus tetas.

  • Luego tendrás que follarme bien para quitarme este calentón, me dijo mientras metía sus dos dedos, que antes habían estado en su coño, en mi boca.

  • ¡Pues claro, mi vida! Sólo de pensar en el polvo que te voy a echar estoy a punto de correrme, le dije mientras chupaba con ansias aquellos dos sabrosos dedos.

Viendo su forma de actuar y lo contenta que estaba, me decidí a seguir con el juego un poco más.

  • ¿Serías capaz de seguir un ratito más?, le volví a preguntar.

  • ¿A qué te refieres?, me respondió con un poco de desconfianza.

  • Verás, durante todo el tiempo que has estado con el de las cervezas, los dos niñatos de antes te han estado espiando y si no me equivoco, lo han visto todo.

  • ¿Sí?, me dijo con un tono de voz entre ilusionado y sorprendido.

  • Si te das la vuelta con cuidado verás que están detrás de nosotros escondidos entre las estanterías para mirarte el culo.

Sin darme tiempo a terminar de hablar, disimuladamente se acercó a una estantería y haciendo como si estuviera interesada por un bote de mayonesa, empezó a mirar hacia el principio del pasillo. Casi se le cae el bote de las manos cuando vio que lo que yo le decía era cierto y que incluso uno de los dos se estaba tocando el rabo por encima del pantalón. Soltó el bote en su sitio y se vino hacia mí.

  • ¿Y eso lo causo yo? , me preguntó, pero ahora su voz no era de nerviosismo, sino más bien una voz de zorrita en celo.

  • ¡Pues va a ser que sí!, le respondí.

  • Y ahora, ¿hasta dónde estás dispuesta a llegar?, le pregunté queriendo saber si estaba preparada para seguir.

  • Cómo te dije esta mañana, ¡hasta el infinito y más allá!, dijo levantando una mano e imitando el movimiento de Buzz Lightyear.

  • Sólo de pensar en lo que me puedas pedir noto como me chorrea el coño , me respondió mientras seguía mirando, ahora de forma descarada, hacia el chico que se estaba tocando la polla.

  • ¡Bueno!, si es así, ¡empecemos! A ver de qué sois capaces los tres, le dije a Sandra mientras empujaba el carrito para cambiar el pasillo por otro con menos gente.

Pero no queriéndola forzar a hacer algo que ella no quisiese, cuando llegamos a la zona de los refrescos me acerqué a Sandra y le dije si quería seguir adelante.

  • ¡Bueno!, pero no te separes mucho de mí y si ves que algo no funciona, te vienes corriendo a mi lado, me contestó pero esta vez un poco menos convencida.

¿Otra vez se me había venido un poco abajo?

  • ¡No te preocupes, mi vida!, le dije al notar que no terminaba de convencerse. Dentro del súper estamos más que seguros, no creo que estos dos sean capaces de nada, como mucho mirarte.

  • Además, si nos molestan, pues llamamos a los de seguridad y ya está.

Aquella respuesta pareció suficiente para ella, así que sin decir nada más, de la misma forma que se había comportado la vez anterior, se apartó de mí como unos cinco metros y se puso a actuar cómo jamás pensé.

Acercándose hasta la estantería de los refrescos hizo el gesto de coger un par de botellas. Hasta ahí todo normal, pero lo que realmente me sorprendió fue que a pesar de que la estantería de arriba estaba llena, se agachó para coger un par de botellas de coca cola de la estantería más baja de todas. Bajó su cuerpo, se abrió de piernas todo lo que pudo y las dirigió totalmente abiertas hacia ellos. Les estaba enseñando la raja en todo su esplendor sólo tapada por aquellas minúsculas bragas nuevas y que me habían costado una pasta, cosa que parecía que sabían porque ninguno de los dos desaprovechó. Al verla en esa postura se pusieron a mirar de forma atrevida, pero teniendo cuidado de que yo no los pudiese ver.

Con el miedo a ser pillados no se acercaron lo suficiente como para poder verla completamente abierta, ¡lástima! La verdad es que me hubiese gustado que se fuesen acercando poco a poco para ver la reacción de Sandra. Me dio la impresión de que al ser Sandra tan directa y ellos ver que ella lo hacía a propósito, les cortó un poco el rollo y se fueron, así que de momento decidimos dejarlo y finalizar el día de compras para irnos a casa a echar el polvo del siglo. Al fin y al cabo sólo eran, o por lo menos parecían, dos niños bastante salidillos.

  • Me da la impresión de que estos dos y el de las cervezas se van a matar a pajas pensando en tu chochete, le dije al oído mientras esperábamos la cola para pagar.

  • Además, con la ración de coño con coca cola que les has dado, seguro que llevan un calentón de campeonato.

  • La verdad es que ninguno de los tres estaba nada mal , me respondió siguiéndome el juego.

  • El más bajito tenía un bulto que para mí lo quisiera. ¡No me hubiese importado seguir!

Aquellas palabras me sonaron a gloria, me abrían todas las puertas del cielo.

  • Fijo que al final terminan haciéndose una paja.
  • ¡Seguro!, yo ya me la hubiese hecho.
  • ¡Pues que se jodan, eso les pasa por mirones!, me dijo entre risas pensando en los buenos ratillos que acabábamos de vivir.

  • Además, los gilipollas se han ido justo cuando yo estaba dispuesta a separarme las bragas y enseñarles mi coño pelón. ¡Hay que ser tontos!

Si las palabras de antes me habían abierto las puertas del cielo, estas últimas me habían abierto las del universo. ¡Cómo me gustaba que Sandra fuese tan guarrilla al hablar! Me ponía como una moto de sólo pensar que a ella no le hubiese importado enseñar el coño a un par de desconocidos en aquel momento.

Yo quería que no se le bajase el calentón hasta que por lo menos pagásemos la compra y pudiésemos seguir con nuestros juegos, pero mientras esperábamos en la caja entre un montón de carros hasta la bola era difícil, ¡bendita crisis! Lo único que me quedaba en aquel momento era mantenerla caliente con mis palabras, así que, susurrándole al oído, seguí hablando con ella.

  • ¡Eres una chica muy mala!, ¿no te dan pena?, le dije entre susurros.

  • ¿Pena?, ¿pena de qué?, me contestó ella un poco molesta.

  • ¡Porque eres una pervertida!, le seguí diciendo.

  • Has querido abusar de dos muchachitos de teta y en vez de dárselas para que te las chupen, les dejas a medias.

  • ¡Sí, claro!, y también me voy con ellos a los baños, les doy una mamaíta a cada uno y que se corran en mi boca, ¿no?, ¡tú estás loco!

  • ¡Ya te vale!, me dijo ahora con voz de enfado.

¡Joder, que cambio de humor más drástico!, en cuestión de segundos había pasado de estar cachonda cómo una perra y querer enseñarles el coño a dos chavales en mitad de un supermercado, a tener un mosqueo del carajo. ¡No entendía nada!, me dio la impresión de que el calentón con el de las cervezas y la marcha tan repentina de aquellos dos la habían hecho enfadarse por quedarse a medias. Así que queriéndola calmar e intentado que todo aquello se lo tomase a broma, me empecé a reír.

  • ¡No te enfades, mujer!, sólo ha sido una bromita, le dije entre risas.

  • Además, si se las hubieses chupado un rato no hubiera pasado nada.

  • ¿Cómo?, me preguntó bastante extrañada.

  • Pues eso, que si se las hubieses chupado, se podría ver como un acto de caridad. Dar pan al necesitado, terminé diciéndole a susurros en el oído mientras pasaba mi mano por la parte baja de su espalda intentando calmarla un poco y que no se enfadara.

  • ¡Para qué más necesitado que tú! ¡Anda, déjame en paz un rato! , me dijo sin mirarme siquiera, pero con una sonrisita que últimamente era bastante habitual en su cara.

No sabía si estaba realmente enfadada por mi “broma” o no, tenía que ver cómo iba la cosa. Ella había empezado y no podía dejarme así como así, si habíamos llegado hasta allí, con otro empujoncito más la tendría de nuevo a punto.

Cuando por fin conseguimos pagar y salir del supermercado, nos fuimos hacia el parking con el carro lleno de compra. De repente noté que los dos chicos, ¿por casualidad?, iban de nuevo a pocos metros detrás de nosotros, pero esta vez no nos miraban, iban más bien haciéndose los despistados. Creo que Sandra no se dio ni cuenta porque de repente se paró delante de una tienda de ropas a mirar el escaparate como si no hubiese pasado nada.

  • ¡Cari, esa falda me gusta!… Si quieres que se me pase el enfado, me la podrías regalar, ¿no?
  • Además, hace juego con mis bragas.

No le podía negar nada, con el mosqueo que parecía tener y después de lo bien que se había portado, cualquiera le decía que no a algo.

  • Si te gusta, cómpratela, pero yo me tengo que quedar aquí afuera con el carro, le dije para ver si se amansaba una mijita.

  • Si quieres, lleva la compra al coche y vuelves a ver cómo me queda, ¿te parece?, me respondió ella.

A los dos nos pareció bien la idea, así que ni corta ni perezosa entró en la tienda dispuesta a probarse la falda. Cuando estuvo dentro y hablando con la chica de la tienda, me dirigí hacia el coche tranquilamente a descargar la compra.

Pero poco tiempo duró mi tranquilidad. Los dos chicos se cruzaron de nuevo conmigo justo en el momento que me iba hacia el coche. Me miraron, les miré, se miraron entre sí y sin hablar siquiera se dieron media vuelta en dirección a la tienda dónde acababa de dejar a Sandra. Sin pensármelo dos veces, me volví sobre mis pies y casi corriendo me puse en la puerta de la tienda como si fuese un vigilante de seguridad.

En cuanto llegué, levanté la mano para que Sandra me viese. Y cuando por fin conseguí que se fijase en mí, moviendo los labios me preguntó que qué pasaba, a lo que yo, de la misma manera le dije que nada, que estuviese tranquila y que me quedaría en la puerta a esperarla. Los dos chicos volvieron a pasar otra vez por delante de mí y cuando vieron que yo estaba en la puerta con el carro y sin poder entrar en la tienda, ellos entraron disimulando con unos pantalones vaqueros que había en un perchero de la entrada. A punto estuve de encararme con ellos para que nos dejasen en paz de una puta vez, pero lo pensé fríamente y me tuve que callar. Realmente no les podía echar nada en cara, hasta ahora ellos no habían hecho absolutamente nada fuera de lo normal, es más, si alguien había hecho algo raro allí habíamos sido nosotros, así que me quedé en la puerta viéndolos pasar delante de mí mientras murmuraban algo que no escuché pero que pude imaginarme.

La tienda tenía dos grandes puertas de cristal por lo que desde dónde yo estaba se podía ver todo el interior perfectamente. Pude ver como Sandra cogía la falda y se acercaba a la chica de la tienda para preguntar por los probadores. ¡Qué miedo, probadores!, pensé. Por suerte, estos quedaban justo frente a mí y sería fácil verla cuando entrara y cuando saliese de ellos, así por lo menos estaría seguro de que el numerito de los probadores de esta mañana no se iba a repetir. ¡Pero, como casi siempre, me volví a equivocar! Sandra, al girarse para entrar en los probadores, de refilón vio a los dos puñeteros niñatos.

Yo creí en ese momento que Sandra iba a soltar la falda y se iba a venir conmigo, pero no, otra vez me equivoqué, se volvió, me miró y lanzándome un guiño se volvió a girar para mirarlos descaradamente mientras entraba en el probador. Mi polla en ese momento dio un salto de emoción y mis piernas flaquearon de preocupación haciendo que me agarrase fuertemente al manillar del carrito para no caerme de la impresión. Sandra me había demostrado que era capaz de muchas cosas en una situación de ese tipo ¿qué podría hacer en esta?

Yo, desde aquella inmensa cristalera pude ver como justo antes de que ella entrase en el probador, aquellos dos cabritos se colocaban en la puerta del probador siguiente cortándole el paso y de esa forma obligar a Sandra a pasar casi rozándose con ellos. Al igual que yo lo vi, ella tuvo que darse cuenta de cómo las miradas de aquellos cuatro ojos se clavaron en sus tetas al pasar. Ella, cómo la que no quiere la cosa pero tampoco la quiere evitar entró en el probador y al cerrar la cortina, de forma deliberada la dejó un poco entreabierta por el lado que daba al otro probador, que era justo dónde estaban estos dos pavos.

Los nervios y las ganas de entrar para verlo todo desde más cerca me estaban matando. Entre otras cosas, porque mientras que uno de los dos chicos hacía el papel de entrar en el probador para probarse un pantalón, el otro, de reojo, intentaba mirar a través de la rendija de la cortina cómo se desnudaba mi mujer. Debo decir que era bastante prudente con sus miraditas, me daba la impresión de que no quería que aquello terminase antes de empezar.

¡No entiendo a qué viene tanto cuidado!, ¡si yo lo que quiero es ver la reacción de Sandra si uno de ellos entrase dentro!, pensé a la par que me daba un par de buenos refregones en el rabo.

Justo cuando la cosa estaba en el momento más interesante, no sé de dónde cojones salió un grupo de niñatas que se metieron dentro de la tienda y que poniéndose a revolotear como locas, no me dejaban ver nada.

Tras dos o tres minutos de intensa espera sin poder ver nada y cuando ya estaba dispuesto a dejar el carro allí fuera y entrar para dentro a ver qué ocurría, vi que la cortina de Sandra se movía. Eso me tranquilizó un poco. ¡Ya sale!, pensé. Pero no, otra vez me equivoqué, Sandra no salió. Aquello ya me puso un poco nervioso, así que importándome un huevo el carrito, la compra y su puta madre, entré en la tienda hecho un verraco y me fui directamente a los probadores dispuesto a liar la de dios.

Enseguida pude ver como uno de los chicos tenía la cortina del probador de Sandra entreabierta, el cuerpo prácticamente dentro y los pantalones por las rodillas. El otro cuando me vio se puso rojo de vergüenza y como pudo avisó a su compañero de que yo estaba allí. Automáticamente cerró la cortina y levantándose los pantalones, cosa que no llegué a entender ya que estaba casi fuera del probador, salieron corriendo de la tienda tropezando con el montón de chavalillas que había por allí en medio.

Cuando por fin los vi desaparecer por la puerta me fui hacia dónde estaba Sandra y, sin dar síntomas de nerviosismo para no formar un escándalo por encontrarme a un tío casi desnudo en el probador con mi mujer, abriendo la cortina me llevé una, no sé si agradable o sorprendente sorpresa. ¡Sandra estaba otra vez prácticamente desnuda!

  • ¡Vámonos cariño!, ¡vámonos! , me dijo con una voz entre temblorosa y nerviosa.

  • ¿Qué ha pasado?, le pregunté.

  • ¿Qué hacía ese chaval con los pantalones bajados?

  • ¡Vámonos, porfi!, ahora te cuento lo que ha pasado, pero vámonos ya, me terminó de decir cogiéndome del brazo para irnos sin tan siquiera haber terminado de vestirse.

Salimos, bueno, salí, a estirones de la tienda, sin entender muy bien que le había pasado. Cogimos el carrito que seguía esperándonos, por suerte, en la puerta y nos fuimos hacia el coche.

  • ¿Pero qué te pasa?, le pregunté totalmente contrariado.

  • ¡Nada!, mi vida, no me pasa nada, sólo que ahora mismo tengo mucha vergüenza.

  • Déjame un rato, ¡por favor!, me contestó sentándose en su asiento del coche mientras que yo terminaba, como un gilipollas, de cargar la compra en el maletero.

¡Hay que joderse!, pensé. ¡Encima de cabrón, apaleado! ¡Espero que si todo esto sigue adelante, no siempre sea así!

Cargué toda la compra sin cruzarnos ni una sola palabra, como ella quería, y nos pusimos camino a casa. Tras unos minutos de incómodo silencio no pude aguantar más y le volví a preguntar por lo ocurrido. Ahora, por fin, no lo dudo ni un segundo, en cuanto le pregunté, se encendió un cigarro y empezó a contármelo todo.

  • *Yo sabía que la cortina estaba abierta, y lo peor es que la dejé abierta yo.***

Lo sabía, sabía perfectamente que había dejado la cortina abierta adrede, ¡que zorrón!

  • Como me puse cachonda pensando en que esos dos niñatos me habían estado mirando toda la tarde, decidí dejarla abierta sin tener muy claro hasta dónde quería llegar.

  • Y si no estabas segura de hacerlo, ¿porqué lo hiciste?, le pregunté.

  • ¡No sé!, quizás tu tengas algo de culpa en todo esto, ¿no?, me respondió ella con una media sonrisa en los labios pero sin dejar de estar nerviosa.

  • ¡No sé!, ¡quizás!, le respondí sarcásticamente, queriendo recordar aquellas palabras que me sonaban bastante.

Y cómo otras tantas veces lo había hecho, cogí su mano y la puse sobre mi paquete para tranquilizarla. Iba conduciendo pero no podía evitarlo, quería tener su mano en mi polla mientras me contaba lo que había pasado.

  • ¿Y qué pasó entonces?, le dije.

  • Pues eso, que al verlos a través de la rendija me comencé a quitar los botones de la blusa, aunque sabía perfectamente que para probarme la falda no era necesario. No sé qué me pasaba, pero quería enseñarles mis tetas como una guarra. Ya habían visto mi culo y mi coño en el súper, pero mis tetas todavía no.

Serás una guarra cómo tú dices, pero has hecho justo lo que tantas veces he deseado que hagas, pensé.

  • Miré hacia la cortina y pude ver al chico bajito, al del bulto grande, mirándome con los ojos abiertos como platos. Al mirarlo me puse muy nerviosa y estuve a punto de cerrar la cortina pero no pude.

Sandra por la excitación que tenía, cada vez apretaba mi polla más fuerte y con más ganas. Me hacía un poco de daño, pero no me importó ni un poquito, al igual que el día que me contó su primera vez, sólo quería seguir escuchando sus palabras sin molestarla.

  • Quería saber que podía pasar, así que haciendo como si fuese a cerrar la cortina, la abrí un poco más para darle mejor vista a mi mirón particular.
  • Lentamente y poco a poco terminé de quitarme los botones de la camisa quedándome sólo con este precioso sujetador que me has regalado.

Como yo iba conduciendo y escuchándola a la vez no me había dado cuenta, pero mientras hablaba se había quitado los botones de la camisa y estaba con las tetas al aire. Al mirarla me puse muy nervioso pero no pude evitar poner una mano en sus pechos. Los toqué durante un momento y seguí conduciendo.

  • Me quité el sujetador dejando mis tetas al aire mientras que por el hueco de la cortina podía ver al chico como se comenzaba a tocar su enorme bulto a la par que yo me pellizcaba los pezones para ponerlos duros.

  • Entonces y sin esperarlo, abrió totalmente la cortina e hizo el intento de entrar quedándose mitad dentro y mitad fuera y comenzó a quitarse el pantalón. Otra vez quise cerrar pero ahora me era imposible, ¡él muy cabrón tenía casi todo el cuerpo dentro!

En ese momento Sandra, con los pechos al aire, había puesto sus pies sobre el salpicadero del coche dejando todo su coño abierto a la vista de cualquier camionero o pasajero de autobús que pasase a nuestro lado, mientras que con una mano seguía tocando mi polla y con la otra comenzaba a tocarse por encima de la tela del tanga.

  • Pude ver sus calzoncillos azules y un paquetón impresionante, mucho más grande de lo que yo creía. Y queriendo ser amable con él, dejé caer mi falda quedándome en bragas.

Aquella última frase me la dijo con una risita un tanto especial en sus labios.

  • Y justo en ese momento, llegaste tú y ellos se fueron corriendo, terminó diciendo con un cierto aire de pena en su voz.

  • ¿Te ha gustado hacerlo?, le pregunté.

  • Cariño, me hubiese gustado que llegaras cinco minutos más tarde para saber qué hubiera pasado, pero no importa…

  • Espero que me sepas recompensar como realmente me merezco, ¡hoy llevo dos calentones y todavía no me he corrido! , me respondió dejándome bastante confuso.

  • ¡Qué fácil es poner cachonda a la gente y como me gusta! , terminó diciendo a la par que soltaba un suspiro que le salió desde lo más hondo de su coño.

  • ¡Cariño!, a eso lo llaman morbo, le dije. Hace un huevo de tiempo que llevo intentado explicártelo, pero tú nunca has querido probarlo hasta ahora.

  • El morbo es una de las partes más importantes en mi imaginación y aunque se perfectamente que imaginar estas situaciones es muy excitante, sin duda, no tienen nada que ver con vivirlas en primera persona, le terminé diciendo.

No me contestó. Sandra seguía con las piernas levantadas, las tetas fuera de su camisa y tocándose suavemente el conejo por encima del tanga. Mi polla dejó de tocarla justo en el momento en el que se encendió un cigarrito y me pasó otro a mí.

  • ¡Cuánto tiempo perdido! ¡Cuántas cosas por hacer! ¡Me alegro de ser como soy ahora!, me dijo repitiendo las mismas palabras que cuando estuvimos con Alex.

  • ¡No cambies!, sigue así y lo recuperaremos, le dije.

Sin duda, ella lo pasaba bien, pero quien realmente disfrutaba era yo.

Con todo lo que ella me contó y con lo que antes habíamos vivido, había descubierto que a mi esposa le gustaba que la viesen desnuda y le gustaba exhibirse. En ese justo momento tuve totalmente claro que conseguiría, tarde o temprano, que me pusiese los cuernos delante de mí, pero de momento no sé hasta dónde sería capaz de llegar. ¡Lo tendré que seguir comprobando!, pensé.