Solo era el principio (06) Jugando en privado

Simplemente quiero contar una bonita historia de sexo, pasión y amor. Si os gusta lo que voy escribiendo, seguiré publicando más y más capitulos de esta larga, tórrida e increible historia. Vuestros comentarios e inquietudes a nuestro mail, por favor.

CAPITULO 06

Jugando en privado…

VIERNES, 08 DE AGOSTO DE 2008 (TARDE)

Habían pasado ya unas cuantas semanas desde nuestros torpes pero perversos inicios y aparte de lo contado hasta ahora, que no es poco, el tiempo había pasado sin mucha más historia a pesar de que mi intención desde el principio era usar las vacaciones para hacer cosas nuevas en el tema del sexo. Aquel año, al ser tan corto el veraneo no nos había dado para mucho, sólo descanso en casita, visita rápida a la familia, escaso folleteo y poco más. Ahora habría que volver al curro (yo sólo, ya que Sandra, cómo dije anteriormente, aún seguiría de baja, la jodía, hasta por lo menos finales de agosto) y esperar a que llegase Navidad para disfrutar del resto de las vacaciones.

Mientras tanto, ya tranquilos en casita, intentaría que la fiesta iniciada no se diese por acabada. Tenía que volver a mis fechorías cuanto antes. Un par de ellas ya las tenía pensadas, otras ya irían viniendo sobre la marcha, pero siempre, siempre, pensando en lo mismo, con ganas de que “se me follaran a la Sandra”. (¡Hala!, ¡que bruto que soy, por dios!)

Cómo digo, el fin de las vacaciones nunca es alegre y aunque durante agosto el trabajo no era muy complicado, había que madrugar cada mañana. Eso sí, siempre quedaba como consuelo la estupenda siesta del medio día en el sofá durmiendo juntos apretujados y sudaditos después de un buen polvete o una buena comida de coño o rabo, o esperar la llegada del bendito viernes para disfrutar del fin de semana y hacer cosas un poco más complicadas.

Y como sabíamos de antemano, el viernes llegó y con él, el fin de semana. Un fin de semana de descanso bien merecido después de la primera semana de curro.

  • Hoy, como es viernes saldremos a dar una vueltecita, ¿no?

  • ¡Sí, porqué no!, ¿qué te apetece hacer?, le pregunté.

  • ¿No sé?, ¿qué quieres hacer tú?

  • ¿Ya estamos con lo de siempre?, yo he preguntado primero, le dije.

  • ¡Elige tú por una vez, jodía!

  • ¡Bueno, vale!, podemos bajar a tomar una cervecita o lo que tú digas, ¡cariño!

  • ¡Vale!, no me parece mala idea, le contesté sin querer seguir discutiendo sobre quien debía elegir el qué hacer cada fin de semana ya que al final, cómo habréis comprobado, siempre era yo el que elegía.

Y sin más nos bajamos al bar de siempre, al que está debajo de casa, y nos sentamos, como de costumbre, en la mesita de la esquina.

Entre tubo de cerveza y tubo de cerveza estuvimos charlando de muchas cosas, pero como casi siempre cuando nos tomamos algún tubillo de más, nuestras conversaciones terminaron dónde a mí más me gusta, tomando un camino hacia el dialogo sinvergonzón e indecente. ¡Normal!, ¿qué se podía esperar después de poco más o menos tres tubos de cerveza y casi toda la semana sin follar?

Y cómo el que no quiere la cosa y aprovechando la provocativa conversación, le comenté algo que llevaba tiempo queriéndole decir.

  • ¡Cari!, he estado mirando en una página porno en internet dónde he encontrado un montón de juegos de mesa para parejas, ¡pero son pelín guarrillos!

  • ¿Tú mirando paginas guarras? ¡Anda, ya!, ¡no digas tonterías!, me respondió sarcásticamente sabiendo que aquello era mi deporte preferido.

  • Cómo unos son muy sosillos y otros demasiado exagerados, los he cogido y los he mezclado para preparar uno especial para nosotros, le dije sin hacerle ni puto caso a su bromita.

  • ¡Bueno, uno no!, he preparado dos por si algún día nos hiciese falta. Uno para parejas cómo nosotros y otro un poco más fuerte para jugar en trío o con otra pareja, le dije dejándole caer un nuevo tirito.

  • ¿A qué te refieres con lo de “parejas como nosotros”?, me preguntó ella frunciendo el ceño como no teniendo muy claro el qué la estaba llamando.

  • ¡Pues eso!, ¡parejas que no se atreven a hacer un trío o un intercambio!, le dije quedándome en silencio unos segundos para ver su reacción.

  • Pero no te preocupes que cómo de momento tú no te decides a incluir a nadie en nuestras noches de juerga, sólo podremos jugar al de parejas entre tú y yo.

  • El juego de los tríos lo guardaré en mi cajón de los recuerdos por si algún día tengo suerte, le comenté quedándome más largo que ancho al ver que no reaccionaba a mis palabras.

Pero cómo era de esperar, al final reaccionó.

  • ¡Vaya!, ¡ya está el tonto de los cojones otra vez con lo mismo!, me replicó. Cari, es que aún no sé si soy capaz de estar con otro hombre… Y por supuesto, con otra mujer ni loca. ¡Una cosa son los juegos y otra muy diferente la realidad!

  • Pues cualquiera lo diría con lo del otro día en el Pub o con la conversación con tu amigo Pablo, le respondí yo para ver si entraba a saco y me decía lo que pensaba de verdad.

  • ¡Pero qué tonto eres!, sabes perfectamente que todo eso lo hice porque sé que a ti te gusta , me dijo dejándome un poco sin saber que contestar.

  • ¡Aunque bueno!, algún que otro juego de los tuyos sí que me puso realmente cachonda, ¡para que negarlo!, terminó diciendo al ver mi cara de gilipollas.

  • ¡Bueno, ahora mismo no es necesario tomar esa decisión, ya llegará el momento!, le dije intentando no ponerme pesado con el tema pero que no lo dejase caer en saco roto.

  • Si en algún momento cambias de idea, me lo dices y nos ponemos manos a la obra para buscar a la persona ideal para jugar a mi juego.

  • ¡O si quieres podemos seguir esperando a lo que tú siempre dices!, lo de que igual surge de la nada y sin buscarlo. ¡Aunque bueno!, ¡eso es casi imposible!…

  • Nadie va por la calle diciendo ¿quieres follarte a mi mujer mientras que yo miro?, que es lo que a mí me gustaría, ¿verdad?, le comenté sin querer cerrarme puertas pero dejándolo caer.

Si había hecho lo que había hecho anteriormente, quizás con un poco más de presión por mi parte terminaría cediendo a mis caprichitos.

  • ¡Eso será porque tú no quieres!, me contestó entre risas cachondeándose de mi último comentario y volviendo a dejarme sin palabras.

Y sin cambiar de tema ni esperar mi respuesta, me preguntó directamente por el juego.

  • ¿Y de que juego me hablabas?, ¿cómo se juega?, ¿qué hay que hacer?

Parecía que la idea del juego le había picado la curiosidad.

Viendo que aquello podía ir para largo, pedí otro par de cervezas y me puse a explicarle en qué consistía el juego.

  • Pues verás, es un tablero de juego parecido al juego de la oca, un dado, un reloj y mi maletín de juegos repleto de mis aparatitos y cosas varias.

  • ¡Ya estamos!, ¡cómo iban a faltar tus juguetitos!, me respondió de forma malaje pero abriéndose un poco de piernas y pasándose la mano indecentemente por su abultado coñito cómo si le picase muchísimo.

  • ¿Te pica?, le pregunté al ver con la insistencia que se pasaba la mano por encima de la tela del pantalón.

  • ¡Sí!, me pica un montón.

  • ¿Quieres mirarme a ver si me ha picado algún bicho?, me dijo aumentando el ritmo con el que se rascaba la raja, que en aquel momento, gracias a los fregoteos que se estaba dando, ya se le notaba bien marcada bajo el fino pantalón pirata de color blanco que llevaba.

  • ¡Cállate y déjame seguir, anda!, le respondí yo con el mismo tono de voz malaje que ella había usado antes pero acompañado de una sonrisita irónica al ver como aquella mano y sus picores me daban la aprobación para usar mis aparatitos con ella cómo me diese la gana.

  • ¡Vale!, te dejo si me prometes que después me follarás hasta que me corra como una loca, me soltó de sopetón dejándome casi boquiabierto.

  • ¡Pues claro que sí, mi vida!, sólo de pensar en cómo te voy a follar luego se me pone el rabo duro.

  • Pero ahora déjame contarte de que va mi juego, ¡vale!, le contesté demostrándole que no le estaba haciendo mucho caso.

Cosa que era mentira porque me tenía como una moto. Si no llega a ser el bar que era, me la hubiese follado en los baños sin problema.

  • ¡Venga, vale!, me dijo volviéndose a pasar la mano por el coño y quedándose abierta de piernas enseñándome el pedazo de raja que tenía entre las piernas.

  • ¿No llevas bragas?, le pregunté al ver como se le marcaba la rendija del coño.

  • ¡Pues claro!, ¿qué te crees que soy una guarra?, me respondió bajándose un poco el pantalón y enseñándome un precioso tanga color morado.

  • ¡No sería la primera vez!…

  • Además, cómo he visto que tienes el coño tan marcado, pues he pensado que no las llevabas.

  • Pues sí que llevo, ¡lo que pasa es que las llevo bien metidas hasta el fondo!, me dijo poniendo cara de bruta y pegándose un nuevo tironcito del tanga para incrustárselo un poco más si era posible.

  • Ahora deja en paz mi coño y cuéntame lo del juego, ¡anda! ¡No seas más “pesaito”, cojones!

Y cómo un chico bueno pero sin dejar de pensar en el olor tan especial que podría tener la fina tira de tela que tenía dentro del chumino, empecé a explicarle las normas del juego.

  • Pues eso, el juego está dividido en tres colores de tarjetas, salmón nivel uno con pruebas de precalentamiento, naranja nivel dos con pruebas algo más fuertes y rojo nivel tres dónde puede pasar cualquier cosa.

  • ¡Miedito me das!, agregó ella al escuchar cómo se dividían las cartas.

  • ¡Que no!, ¡ya verás cómo te gusta!

  • Antes de empezar cada uno debemos coger cuatro cartas ganadoras, leerlas y elegir sólo una de las cuatro sin que el otro sepa cuál será su castigo o premio. A continuación empezamos a jugar y a realizar las pruebas según dónde vayamos cayendo. ¡Fácil!, le dije terminando mis explicaciones.

  • Bueno, si te apetece podemos jugar esta noche, ¡pero primero tengo que leer las pruebas! Tú juegas con ventaja y sabes que pone en cada una.

  • ¡Que te conozco y sé que tú eres muy perverso para esas cosas!, siempre andas buscando lo mismo.

  • ¿El que busco yo?, le pregunté usando un tono bastante chulesco.

  • ¡Mi culo!, ¿qué si no vas a buscar tú?
  • ¡Anda ya, mujer!, las pruebas son para los dos, no sólo para ti. Los dos vamos a jugar con las mismas tarjetas, así que igual pueden ser buenas para ti como malas para mí, le volví a explicar.

Pero aquella respuesta, cómo era de esperar, no la convenció del todo.

  • ¡Sí!, pero seguro que las pruebas las has preparado para que sean buenas para ti de una forma u otra, ¡que yo lo sé!
  • Que tienes una mente muy pervertida y seguro que buscas mi culo, ¡seguro!, me volvió a repetir.

  • ¿Pervertido yo?, ¿pero de dónde sacas esa idea?, ¡habrá alguien más casto y puro que yo!, le respondí entre risas.

Bueno, un poco pervertido sí que soy, ¡para qué lo vamos a negar! Pero bueno, no me importó su respuesta, de todas formas ya había dicho que sí a jugar así que con un poco más de presión por mi parte se rendiría al juego y a lo mejor, sin tener que pedírselo ya que estaba tan insistente con el tema, me daba de regalo hasta su tan preciado culo.

Después de la rápida lección de aprendizaje que le di sobre mi juego seguimos charlando un rato de otras cosas más o menos relacionadas, acompañándolas con unas cuantas cervecitas más.

VIERNES, 08 DE AGOSTO DE 2008 (NOCHE)

Serían sobre las doce cuando por fin ya nos decidimos a marcharnos, entre otras cosas porque nos estaban barriendo los pies en el bar y no era plan de seguir allí.

El bar está a unos doscientos metros de casa y a esas horas, a pesar de ser verano, aparte de algún que otro despistado con el perrito o algún que otro guiri borracho, hay poca gente por la calle, así que íbamos prácticamente solos.

Cuando llegamos a la reja del jardín de casa me paré y la cogí por la cintura dándole un beso en la boca. Ella reaccionó a mi beso como yo esperaba, bastante bien. Sin dudarlo, apretó su boca contra la mía. Aquello me dio pie a pasarle la mano por su culo dándole un buen manoseo.

La verdad es que pensándolo bien estaba bastante caliente y mi polla ya empezaba a dar señales de vida debajo de mi pantalón. Debió ser la charlita de antes o quizás las cervecitas o quién sabe qué, pero en aquel momento tuve una malvada idea. Ya lo habíamos hecho otras veces pero nunca en mitad de la calle, lo peor que podía pasar es que ella me dijera que no. Así que me decidí y se lo dije de sopetón sin soltar su culo.

  • ¿Llevabas bragas, verdad?, le pregunté mientras metía una de mis manos entre sus piernas.

  • ¡Pues claro!, ¿ya no te acuerdas de que te las enseñé antes? , me respondió con tono orgulloso.

  • ¡Sí, claro que me acuerdo!, dije quedándome en silencio durante un segundo.Lo que no me hago a la idea es de saber a qué olerán. Así que quítatelas ahora mismo y me las das para que pueda olerlas.

  • ¿Cómo?, ¿qué has dicho? , me contestó con cara de pocos amigos.

  • ¡Que me des tus bragas!, le volví a decir usando un tono de voz bastante chuleta.

  • ¡Y un coño! ¿Tú estás loco o qué?, ¡pues no ves que llevo pantalón! ¿Qué quieres que me quede en bolas en mitad de la calle?

  • Ahora en casa me las quito y te las doy, ¡vale! , me terminó diciendo con cara de pena y con un suave tono de voz de “escuichi”

¡Joder!, pues era verdad. Por culpa del calentón que llevaba no había caído en el detallito del pantalón. Pero me dio un poco igual. Yo, como los burros, seguí insistiendo pero esta vez ya con mala intención.

  • ¡Cariño!, le dije con voz bastante seria.  Si mal no recuerdo, cuando estuvimos en el Pub con tu amiguito Alex me dijiste que a partir de ahora harías todo lo que yo te pidiese, ¿verdad?

  • ¡Sí!, es verdad, no lo puedo negar.

  • Pues eso, ¡que venga!, ¡dame las bragas y no discutas más!, demuéstrame cuanto me quieres y qué serías capaz de hacer por mí, ¡vamos!

  • ¡Que no, hombre, que no! ¡tú estás loco!, ¡como me voy a quedar desnuda aquí en medio!

  • ¿Y si viene alguien?, me volvió a repetir mientras intentaba escaparse de entre mis manos.

  • Ahora te las doy en casa y te haces un sándwich con ellas si quieres, pero ahora no.

¡Uuhhmm!, ¡sándwich de bragas de Sandra!, ¡que rico! ¿Porqué no lo pensé el día que leí la conversación con Pablo? ¡Me hubiese puesto morado!

  • ¡Pues si viene alguien, le invitamos a mirar!, le dije con la voz un poco nerviosa por la excitación.

  • ¿No me has dicho antes que si no lo hago no es por ti?, terminé diciendo recordándole lo chulita que se había puesto antes cuando le dije que la gente no va buscando pollas por ahí.

  • ¡Anda ya, tonto!, ¡era broma!

Pero claro, al ver que ella no cedía, haciéndome el enfadado abrí la reja del jardín y me fui hacia la puerta principal.

  • ¡Espera hombre!, ¡no te enfades!, ¡ven! , me dijo Sandra entrando detrás de mí y cerrando la puerta del jardín.

Se acercó a mí y alargando su mano empezó a acariciarme el rabo sobre el pantalón notando palpablemente lo dura que estaba en aquel momento. Me miró con una sonrisa bastante picarona y sin decir nada, me bajó la portañuela y metió su mano dentro repitiendo la misma caricia pero ahora por encima del calzoncillo.

  • Si de sólo pensarlo la tienes así, no veas cómo se te pondría si lo hago, ¿verdad?

  • Yo no te voy a obligar a nada, si lo quieres hacer lo haces y si no, no lo hagas. ¡Era sólo un juego!, le dije fingiendo aún más mi cabreo pero casi convencido de que había caído en mis redes.

  • ¡Está bien!, me dijo con voz cansina. Si es lo que quieres, lo haré, terminó diciendo a la par que sacaba la mano de mi bragueta.

Sin moverme me quedé mirándola con cara de enfado pero con una gran alegría interior. Lo sabía, sabía que no podría resistirse a mis oscuras peticiones.

Sandra se puso entre el murito de la puerta y el seto para que no se la pudiese ver fácilmente desde fuera y empezó a bajarse los pantalones. Primero se quitó un zapato, luego otro, y finalmente el pantalón. Allí estaba mi linda mujer, preciosa cómo ninguna, a la luz de la luna y en braguitas. ¡Qué bonita!

Acercándome nuevamente a ella la abracé acariciando su culo mientras que mis labios se unían a los de ella buscando nuestras lenguas con verdadera pasión. Pero cuando más entusiasmados estábamos escuchamos unas voces en la calle, miré hacia fuera y vi que venían tres o cuatro guiris medio borrachos armando jaleo. Miré a Sandra y una perversa sonrisa se cruzó en mi cara.

  • ¿Qué hago? , me preguntó Sandra agachándose y tapándose un poco con el pequeño pantalón para no ser vista.

Sin pensármelo dos veces, de un tirón le quité el pantalón de las manos. La mirada que me lanzó no fue precisamente de cariño, pero, como casi todo aquella noche, no me importó, quería volver a sentir el morbo de verla casi desnuda en la calle mientras los chavales pasaban por nuestro lado de la misma forma que el otro día lo hicimos en el coche.

La ayudé a levantarse, la cogí de nuevo por la cintura y sacándola de su escondite la abracé frente a la reja del jardín dejando su formidable culo a la vista de cualquiera que pasara.

  • ¿Qué haces?, ¡me van a ver! Déjame, que me da vergüenza.

  • ¡No pasa nada, mujer! Si te tranquilizas y no haces ningún ruido seguro que ni nos miran, ellos van a lo suyo y sólo verán a una pareja morreándose en el portal. ¡Estate tranquila!, le dije.

  • ¡Qué cabrón eres! Lo que tú quieres es que me vean en bragas en mitad de la calle. Haces que me sienta como una guarra.

  • ¡Sí!, ¿y qué tiene de malo?, le respondí.

  • ¿Acaso no te pone cachonda que te vean el culo?

  • Estás completamente loco, ¿lo sabías?, me dijo dándose por vencida pero sin llegar a contestarme si la ponía cachonda o no que la viesen desnuda unos desconocidos.

  • ¡Sí, lo sé!, ¡pero loco de amor por ti, mi vida!, le dije demostrándole que aunque fuese muy chungo, la quería más que a mi propia vida.

Y sin esperar más la abracé y empezamos a besarnos.

Mientras nos besábamos, mi vista estaba puesta en los cuatro chicos que cada vez estaban más cerca. Al pasar junto a nosotros escuchamos sus pisadas, en ese momento noté en mi pecho como el corazón de Sandra iba a mil por hora, podía notarlo como si quisiera salir corriendo, era la misma sensación que sentí el otro día con su coño en mis manos.

Si nos vieron o no al pasar nunca se lo dije a Sandra, preferí dejarla con la duda, pero cuando por fin habían pasado y se volvió a hacer el silencio, Sandra, sin soltarme los labios se agarró a mi polla y empezó a masajearla de nuevo. ¡Creo que lo conseguí!, al principio no quería pero el miedo a ser pillada la había puesto, otra vez, bastante caliente.

  • ¡Vas aprendiendo, zorrita!, ¡vas aprendiendo! Pero aún te queda mucho más que aprender, le dije entre susurros en el oído al ver que aquello le empezaba a gustar.

  • ¿Te gusta que sea así de puta, verdad?, me preguntó ella apretándome las bolas entre sus manos.

  • ¡Me encanta!, pero ahora sigue con lo que estabas haciendo, le dije separándola de mí para que continuara con su particular striptease callejero.

Ahora no hubo respuesta por su parte, simplemente se empezó a bajar las bragas poco a poco dándome un buen espectáculo. Incluso se dio la vuelta cuando iba a recogerlas del suelo dejándome a la vista su precioso y exuberante culo. ¡Ahora mismo sí estaba prácticamente desnuda en mitad de la calle!

  • ¿Te ha gustado?, ¿es lo que querías?, me dijo mientras que con su mano me entregaba sus braguitas.

No le di más explicaciones, cogí las bragas y, como otras tantas veces, me las llevé a la nariz para olerlas y satisfacer mis ansias por saber a que olían. No voy a explicar que sentí cuando las olí porque creo que sería pesado, pero como siempre, ese agradable y húmedo olor llegó hasta lo más hondo de mi ser.

  • ¡Pero mira que eres cerdo!, me dijo al ver que mi lengua se paseaba por la zona de su braga que más mojada estaba.

  • ¡Más de lo que tú te crees!, le dije tragando saliva y a la vez llevando su sabor hasta lo más profundo de mi garganta.

  • ¡Vamos!, ponte el pantalón que aún hay que estrenar el nuevo juego y no quiero que digas que luego tienes menos prendas.

  • ¿O prefieres subir desnuda?, le sugerí en el colmo de mi calentamiento.

Sandra al escuchar mi sugerencia se quedó como paralizada. ¿Qué pasa, que no sabía lo que quería o qué?

Al verla tan sumamente expuesta ante mí, aproveché para acercar mis dedos hasta su entrepierna. Ella, como si tuviese un resorte, apretó los muslos para no dejarme pasar y de un manotazo retiró mi mano. Automáticamente se arrimó la suya propia y, de pie cómo estaba, se abrió un poco de piernas para retirarse los pliegues de su coño y meterse un dedo hasta el fondo a la par que soltaba un gemido que me sonó a música celestial. Acto seguido se lo sacó y me lo acercó a la boca metiéndomelo entre los labios.

  • Así lo podrás saborear mejor, ¿no?, me dijo la muy zorra mirándome fijamente a los ojos.

Durante unos cuantos segundos chupé su dedo intentando extraer hasta la última molécula de sabor. ¡Qué ricura!

  • ¡Venga!, vámonos para arriba que tenemos que jugar a algo ¿no?, me dijo sacando su dedo de mi boca y poniéndose el pantalón agarrándose a mi hombro.

La verdad es que a esas alturas ya me daba igual el juego, yo había conseguido mi premio, sus braguitas, que sin duda guardaría en el cajón de los trofeos junto a las del pasado sábado y a las del día de Alex. A partir de ahora si perdía al juego saldría ganando y si ganaba pues lo mismo.

Una vez que se hubo puesto el pantalón, entre morreos y ardientes sobeteos entramos en el portal para coger el ascensor y subir a casa. Nada más entrar en el ascensor me empujó contra el cristal y dejando su mano en mi pecho para que no me pudiese mover, puso de nuevo su caliente mano sobre mí no menos caliente rabo. Sandra me la agarró por encima del pantalón y empezó a pajearme lentamente mientras que me pegaba el beso del siglo. He de decir que aquellos apenas treinta segundos que duró el viaje fueron los más cortos de mi vida, en menos de nada estábamos en la segunda planta. ¡Cómo me hubiese gustado en ese momento vivir en un piso cuarenta y siete!

En cuanto entramos en casa, sin separar nuestros labios ni un momento, nada más cerrar me empujó de nuevo contra la puerta y pegó sus tetas a las mías. Cómo pude metí una mano entre los dos cuerpos y le cogí uno de sus melones mientras que ella no paraba de manosearme el rabo. Bajando mi otra mano se la metí en el pantalón, ella al notarlo se abrió de piernas dejando paso libre a mis dedos que clavé dentro de su hermoso chochete. ¡Estaba empapada!, ¡literalmente chorreando flujos!

  • ¡Me tienes muy faltita, que lo sepas!, me dijo separándose de mí y dejándome con cara de gilipollas.

  • Pues no te vayas, ¡ven “pacá” que te voy a dar “pal” pelo, cordera!, le dije intentando bromear para ver si conseguía algo más.

  • ¡Tranquilízate, muchacho!, que primero tengo que sacar a Duque.

¡Mi gozo en un pozo!

¡Joder!, ¡es verdad!, no me había acordado del puto perro y de que tenía que salir a mear. ¡Manda cojones que para echar un polvo loco tengamos que estar a expensas del puñetero perro!

  • Mientras tanto, vete preparándolo todo para el juego que yo vengo enseguida, me dijo yéndose para el salón para abrir la terraza al jodío chucho.

Tras darle dos “patás” al perro por haberme jorobado el calentón y tras despedirme de Sandra antes de que cerrara la puerta para que lo bajase a mear, cogí la fregonita de los cojones, limpie la terraza por encima y directamente me puse a lo que de verdad me interesaba. Puse algo de música suave y preparé un par de copas, cómo siempre una de whisky con seven up para Sandra y otra de ron con coca cola para mí.

Justo cuando terminaba de preparar los dos cubatitas, llegó Sandra con el perro dando saltos. Tras darle otras dos “patás” al chucho para que se calmara, le di la copita a Sandra, un beso con lengua de unos treinta segundos y me fui hacia la terraza a terminar de preparar el juego.

Ya más relajados todos, incluido Duque, nos dispusimos a iniciar la partida.

  • *¿Me dejas las tarjetas para que pueda leerlas?, en el bar me dijiste que podría comprobarlas antes de jugar.***

Sin protestar por su petición, ya que cómo bien decía, era lo que habíamos pactado, le di las tarjetas y las instrucciones del juego para que las leyese mientras yo preparaba el resto de materiales y ponía todo lo necesario sobre la mesa del salón. Además de una botella de ron miel que tanto nos gustaba, con un par de chupitos.

  • ¿Lo ves?, ¡ya lo sabía!… Cómo te dije antes, no todas me gustan, están pensadas por tíos para que las hagan las tías. ¡Algunas las podemos quitar!
  • ¡No hagas eso!, no quites ninguna, le dije. En cualquier caso, dependiendo de cómo vaya el juego podemos cambiar una tarjeta por otra si no es de tu agrado.

  • Además, continúe diciéndole, cómo ya te he dicho antes, los dos jugamos con las mismas tarjetas y los dos tenemos las mismas posibilidades de que nos toque una buena o una mala.

  • ¡Ya!, pero a ti te gusta que te toquen el culo y a mí no, me respondió ella no sin falta de razón.

  • ¡Que no, mujer!, durante el juego sólo haremos lo que cada uno quiera hacer y nada más, ¿te vale?, le respondí barajando el mazo de cartas y sin yo mismo creerme lo que estaba diciendo.

  • ¡A ver cómo termina esto!, me respondió ella encendiéndose un cigarro.

  • ¡Cómo tú quieras!, ¡ya te lo he dicho!

A mí no me interesaba para nada quitar ninguna carta. Dependiendo de lo caliente que ella estuviera en algún momento del juego igual caía su culo entre mis manos, que aunque últimamente me lo había regalado varias veces, posiblemente pasarían años en volver a dármelo y no quería que eso ocurriese.

  • *¡Bueno, vamos a empezar! No sé como irá esto y no me fío ni un pelo de ti, pero de perdidos al río.***

Con todo preparado, cogí el mazo de cartas y lo barajé un poco más para que no pensara que, como otras veces había pasado, hoy le volviese a hacer trampas.

Tras un ratito de mezcla le enseñé el taco de las tarjetas ganadoras y lo extendí como un abanico para que pudiese coger sus cuatro cartas. Tras ella, yo hice lo mismo sin que Sandra perdiese de vista mis manos.

Sandra tardó bastante tiempo en decidir su carta, las soltaba, las cogía, las volvía a soltar hasta que al fin se decidió por una. Y soltando el resto, la elegida la guardó cuidadosamente dentro de su pitillera. Yo la mía la tenía bien clara desde que vi mis cartas e incluso desde antes de cogerlas.

Quizás por suerte o quizás por gracias a un poquillo de trampas, me tocó la de “FOLLATE EL CULO DE TU COMPAÑERA HASTA CORRERTE”. Tenía la carta más bonita del montón pero también sabía y casi tenía claro que con la suerte que poseía Sandra en los juegos, ganaría ella. Cómo he dicho antes, tampoco me importaba perder, cualquier cosa ganar o perder en este juego me daba bastante morbo.

Al igual que hizo ella, guardé la tarjeta y comenzamos la partida.

El principio del juego era algo subido de tono, pero sin llegar a mucho, besar el cuello de tu pareja, darle un masaje por encima de la ropa, quitarte los zapatos, el pantalón o la camisa, masturbar a tu pareja por encima de la tela, en fin, sin duda todo sería más o menos suave hasta llegar a las casillas rojas. Pero con el roce de los labios, las insinuaciones de uno hacia otro y con la segunda copa que nos estábamos trincando, todo estaba tomando un matiz bastante más caliente de lo habitual.

Sandra fue la primera en llegar a las casillas naranjas y la tarjeta la obligó a tomarse dos chupitos.

Como ya habré dicho en otras ocasiones, a Sandra la pone cachonda un poco de alcohol y cómo ya habré dicho otras veces también, a mí me gusta chisparla para follármela, se le quitan todas las inhibiciones y se atreve a hacer cualquier cosa, ¡bueno, casi cualquier cosa!

Pasaron las naranjas y Sandra, y yo también, nos habíamos tomado unos cuantos chupitos. A esas alturas yo ya había masturbado a Sandra con mis dedos, había besado su coñito y había bebido un chupito de entre sus tetas. Sandra por su parte tampoco había salido mal parada, me había azotado, me había mordido el culo y había visto como me acariciaba el capullo durante un par de minutos.

Sin duda, uno de los peores momentos de la noche fue cuando al coger una tarjeta naranja vi que tenía que soportar un castigo y ella me lo tenía que hacer pagar. El castigo era que, tras desnudarme completamente, ella tendría que meterse mi polla en la boca para chupármela, ¡y todo eso durante cuatro minutos!, ¡qué putada!, aquello iba a ser todo un suplicio para mí.

Yo, que en aquel momento estaba prácticamente desnudo y sólo me quedaba el calzoncillo. Sin piedad me hizo levantarme del sofá y ponerme delante de ella. Sandra, disfrutando del daño que sabía que me iba a hacer, puso su mano sobre mi culo y empezó a sobármelo mientras que con la otra mano empezaba a tocarme el rabo por encima del calzoncillo.

  • ¡Quítatelos!, tengo cuatro minutos para hacerte sufrir así que controla el tiempo, que yo no puedo hacerlo todo.

A pesar del mal rato que estaba pasando no podía quejarme, era mi castigo y tendría que soportarlo como mejor supiera. Así qué casi llorando, me los bajé rápidamente dando libertad a mi prisionera para ponerla a pocos centímetros de la cara de mi verdugo.

  • ¡Ya!, le dije dándole a entender que el tiempo empezaba a correr.

La cruel Sandra me agarró de los cachetes del culo con una de sus manos mientras que con la otra se agarraba a mis colgantes cojones. Lentamente se fue metiendo mi polla en la boca y aunque ya estaba dura, cada vez que me pasaba la lengua, aquello iba aumentando de tamaño. La iba maltratando poco a poco con sus labios a la vez que con sus manos me clavaba las uñas en los huevos y en el culo. Tanto estaba disfrutando aquella malvada mujer con lo que estaba haciendo que cómo venganza se la sacaba y con su lengua me lamía la punta de la verga mientras me miraba a los ojos. Aquella mirada me ponía como una moto, me encantaba que me mirara mientras me la chupaba, además se le ponía cara de zorrita.

Después de un par de minutos de dura mortificación, sin que entrase dentro del castigo me dio la vuelta y sin soltar mi rabo me abrió el culo metiendo su lengua buscando mi agujero. Aquel suplicio de intentar meterme la lengua dentro del culo fue insoportable. ¡No podía seguir soportándolo! Pero si aquello fue poco calvario, peor se puso cuando, chupándose uno de sus dedos, intentó metérmelo dentro hasta conseguirlo. Cuando lo tuvo dentro a la altura de mi próstata, me rendí. No era capaz de aguantar tanto suplicio. Como pude me di la vuelta para que me chupase de nuevo el nabo pero sin sacar su dedo de mi interior.

¡Bueno, no voy a mentir más! Yo no quería que aquella estupenda mamada terminara pero el reloj que estaba sobre la mesa marcando el tiempo dijo que mi pena había llegado a su fin. Y sin más sacó su dedo de mi interior y dando con su mano unas palmaditas en el sofá me invitó a sentarme de nuevo para seguir el juego.

  • ¡Joder, Cari!, cada día lo haces mejor, le dije. Te estás convirtiendo en una experta mamadora de pollas.

  • ¿Me toca a mí, no?, me respondió tirando los dados sin hacerme el menor caso.

No había pasado ni una hora de juego cuando ya los dos habíamos perdido casi toda la ropa y nos encontrábamos algo chispaditos por la gran cantidad de chupitos y copas que habíamos tomado sumadas a las y pico cervezas que nos habíamos tomado antes. A Sandra sólo le quedaba el sostén, mientras que yo ya estaba completamente desnudo y con la polla a punto de estallar de tanto sobeteo como me estaba dando Sandra.

Ahora a quien le había tocado pagar prueba era a ella. Yo tenía total libertad para mandarla a hacer lo que me apeteciese y además tenía cuatro minutos para hacerlo. Por la calentura que ella mostraba y por la dureza de mi polla en estos momentos podría haber elegido su culo y ella no se habría negado, casi seguro, pero enseguida pensé que si ganaba, posiblemente lo podría tener a mis anchas. Además no creo que hubiese aguantado ni dos minutos follándole el culo, en todo caso un par de segundos cómo mucho. Y si me corría antes de tiempo, aunque yo quisiera seguir, mi polla no me iba a dejar, así que tendría que buscar otra prueba.

  • Mientras pienso, me voy a poner otra copita, ¿vale?, le dije a Sandra intentando ganar tiempo.

  • ¡Vale!, mientras aprovecho yo para ir al baño y hacer hueco.

En lo que iba a la cocina a por hielo y asomarme a la ventana del lavadero para ver la calle me vino a la memoria el recuerdo de ella con el coñito al aire y con el miedo de ser pillada por alguien. Justo en ese momento noté como una gota de mi líquido de machote empezaba a correr por mi polla hasta llegar a mis huevos, ¡joder, que cachondo estaba! No la quise desaprovechar, recogí la gota con mi dedo y la pasé por el borde del vaso de Sandra, así, sin decirle nada, vería como se bebía mis jugos sin saberlo.

Me fui de nuevo al sofá con las dos bebidas y me senté a esperar que ella llegara.

  • ¿Qué?, me preguntó.

  • ¿Qué de qué?, le respondí yo.

  • ¿Qué si ya sabes cuál va a ser mi penita, tonto? , me respondió con cara de niñita pequeña.

  • ¡Sí!, pero lo que no sé es si te vas a negar o no a hacer mi prueba, así que me tendrás que prometer que la harás antes de que yo te la diga.

  • Tú lo que eres es un poco cabrón, ¿no? Dímela y ya veremos, ¡seguro que es mi culo!…, me dijo quedándose unos segundos en silencio.

  • Si no es eso, pues sí, te lo prometo.

¡Bien!, pensé. Me ha prometido que lo hará. Menos mal que no he elegido mi primera opción y me he decantado por la segunda alternativa. Yo sé que aquella promesa se podía romper cuando le dijera mi idea, pero bueno, así tendría algo para chincharla.

  • ¡Bueno!, tu penalización será durante los cuatro minutos que dura, salir a las escaleras de casa con la ropa que llevas, o sea, ninguna, y ponerte a cuatro patas en la escalera para masturbarte tu misma ese lindo coñito que tienes entre las piernas.

  • Además, aunque escuches ruidos no podrás moverte del sitio hasta que pase el tiempo.

  • ¡Ja!, ¡y yo que me lo creo! ¡Tu estas fatal, chaval!, ¡eso no lo hago yo ni loca y menos si no puedo salir corriendo en cuanto escuche algo!

La tuve que convencer diciéndole que a la hora que era, casi las dos de la mañana, sería raro si alguien venía, y si venía, estaría borracho. Además, como vivimos en el último piso y el vecino de enfrente no estaba, difícilmente podría subir alguien a la azotea a esas horas.

  • ¡Tú no eres un poco cabrón, tú eres un cabronazo!, ¡te vas a cagar cuando me toque a mí! , me dijo con cara de pocos amigos mientras se levantaba del sofá y se iba hacia la puerta de casa.

Me daba exactamente igual lo que me dijera mientras que hiciera lo que yo le había dicho.

Y sin poder negarse, se dispuso a hacerme caso. Yo, loco de contento, me fui detrás de ella.

Para tener mejor vista de aquella escena porno encendí la luz de la escalera. Ella se puso como yo le había dicho, apoyando sus manos en el cuarto escalón y separando todo lo que pudo sus piernas dejándome una vista realmente espectacular de su peladito conejo.

  • Controla el tiempo, no quiero estar así ni un segundo más de lo que debo estar.

  • ¡Vale!, le mentí.

La verdad es que no sabía cómo iba a controlar el tiempo realmente. Sin que ninguno nos diésemos cuenta, el reloj se había quedado sobre la mesa y aunque me podía haber acercado a cogerlo no era plan dejarla allí abierta de patas mientras iba a por el reloj, ¿no creéis? No me importó, cuando viera que más o menos había pasado el tiempo, la avisaría. ¡O no!, ¿quién sabe?

En cuanto le dije que ya podía empezar, instintivamente aquella mano se metió entre sus piernas empezando a tocarse lentamente la rajita. Lo estaba haciendo como a mí más me gustaba que lo hiciese, se pasaba su mano de arriba abajo y se metía un dedo dentro, sin prisa pero sin pausa. El morbo de la situación y pensar que en cualquier momento podría aparecer alguien, hizo que me agarrara la polla y empezara a sobármela suavemente pero sin llegar a pajearme para no correrme antes de tiempo.

Cuando ya llevaba un par de minutos largos tocándose el coño, oímos el ascensor. Sandra paró su mano y se fue a levantar pero no la dejé, apreté su culo hacia abajo para que siguiera con lo que estaba haciendo.

  • ¡Cari, que nos van a pillar!, ¡déjame entrar en casa!, me dijo entre susurros para que no nos escuchasen.
  • ¡A ver!, ¡ven!

  • ¿Pa qué?, me preguntó ella con voz cansina.

  • ¡Pa ven!, le respondí yo entre risas. Ponte aquí y sigue tocándote el coño, le dije poniéndola delante de la puerta del ascensor mientras escuchábamos como empezaba a subir.

  • ¿Pero estás loco o qué?, ¡déjame entrar en casa!, me volvió a repetir pero sin dejar de hacer lo que yo le había dicho.

Yo tenía totalmente controlado lo que estaba haciendo por eso estaba bastante más tranquilo que ella. La puerta de casa está justo al lado del ascensor y ésta, estaba abierta, además, quien estuviese dentro del ascensor no podría ver lo que pasaba fuera por las puertas correderas que tiene. Es más, desde que llega a la planta y se abre tarda unos cuantos segundos, así que si se paraba en nuestra planta tendría tiempo suficiente para entrar en casa y cerrar la puerta.

Al igual que yo, ella sabía todo esto, pero en aquel momento, con los nervios que tenía no creo que tuviese tiempo para pensar. Me excitaba bastante saber que ella estaba asustada por miedo a ser pillada por el vecino, totalmente desnuda y con un par de dedos dentro de su chochito como estaba en ese momento, porque estaría nerviosa, no lo dudo, pero en ningún momento paró de tocarse.

En ese preciso momento se apagó la luz añadiendo un punto más de morbo a la extraña situación que estábamos viviendo. Ahora estábamos completamente a oscuras a la espera de que en cualquier momento se abriese la puerta y apareciese no sé quien delante de nosotros. El silencio era total, sólo se escuchaba subir al ascensor y la respiración profunda y nerviosa de Sandra unida al húmedo chapoteo que hacían sus dedos mojados al entrar y salir de su coñito.

A los pocos segundos, el ascensor paró en la planta de abajo y se volvió a encender la luz de la escalera. La cara de Sandra era todo un poema con sus ojos abiertos de par en par. No tengo yo muy claro aún si al final se quedó con las ganas de que el ascensor subiera una planta más o no, pero no importa, cualquier día repito y probamos suerte, ¡a ver qué pasa!

No sé cuánto tiempo habría pasado, pero al verla tan excitada di por finalizada la prueba haciéndola entrar en casa.

  • ¡Joder, casi nos pillan!, ¿quién sería?, dijo Sandra cuando se vio con la seguridad de estar de nuevo en casa y con la puerta cerrada.

  • No tengo ni idea, le respondí.

  • Seguro que era Alfonso que llega de trabajar.

Alfonso es uno de nuestros vecinos que vive en el piso de abajo.

  • ¿Alfonso?, ¿por qué Alfonso? ¿Te hubiera gustado que fuese él el que iba en el ascensor?, le pregunté.

  • ¡No, para nada!, pero si pudiera elegir entre los vecinos lo hubiera elegido a él que es lo más decentillo que hay.

  • ¡Vaya hombre, que calladito lo tenías, jodía!, le dije mientras nos volvíamos a sentar en el sofá para continuar con el juego.

  • ¡Vamos, tira los dados y déjate de tonterías!, ¡te vas a enterar de lo que soy capaz de hacer como gane!

  • Vas a pagar todas las perrerías que me estás haciendo.

Esto último me lo dijo entre risas y de buen humor, pero yo no sabía cómo tomármelo, si en broma o en serio.

Tiré los dados y seguimos jugando.

Tras un rato de continuos sobeteos en las casillas rojas, Sandra llegó al final dando un fuerte grito de alegría.

¡Lo sabía!, yo no podía ganar. Cómo siempre que jugábamos a algo, ganó ella. En ese momento sentí un poco de miedo por saber que podría poner en su tarjeta.