Solo era el principio (04) ¿Qué pasaría después...

Simplemente quiero contar una bonita historia de sexo, pasión y amor. Si os gusta lo que voy escribiendo, seguiré publicando más y más capitulos de esta larga, tórrida e increible historia. Vuestros comentarios e inquietudes a nuestro mail, por favor.

CAPITULO 04

¿Qué pasaría después de la primera noche?…

SABADO, 19 DE JULIO DE 2008 (MAÑANA)

¿Como la miro a la cara ahora?, ¿qué me dirá?

Eran las diez y media de la mañana, me había despertado con un gran dolor de cabeza y encima me empezaron a venir a la mente las extraordinarias pero raras cosas ocurridas la pasada noche. ¿Cómo se me ocurrió beber tanto? Yo sabía que tanta excitación no me iba a venir bien. ¡Claro!, se me seca la garganta y a beber, ¡menudo tonto!

Sandra estaba dormida junto a mí como a más me gusta, prácticamente desnuda. En ese momento no llegaba a recordar a qué hora nos habíamos acostado, creo que eran más o menos las cuatro cuando llegamos a casa, pero no estaba seguro.

¡Qué bonita es!, pensé al ver su estupendo cuerpo cubierto sólo por un pequeño tanguita ocultando su preciosa rajita sin pelo.

Pero de repente me puse blanco y me dio un vuelco el corazón cuando noté que llevaba tanga y que para colmo no era el mismo tanga de ayer. Estaba completamente seguro de que el otro lo tenía yo guardado en mi bolsillo, ¡eso sí que lo recordaba! Así que para asegurarme, me levanté y me fui directamente al bolsillo de mi pantalón. Y sí, tenía razón, ¡allí estaba!, hecho una pelotita dentro de mi bolsillo. A pesar de mi incertidumbre no pude aguantarme y al igual que la noche anterior, pero ahora sin miedo a que me viesen, lo llevé hasta mi nariz y lo olí con fuerza queriendo tragarme aquel olor a mujer en celo mientras pensaba en aquel dilema.

Pero, ¿por qué y para qué se había puesto un tanga para dormir?, ¡jamás lo había hecho! Si lo había perdido en el camino, dormía sin él y ya está, ¿qué había hecho para tener que ponerse un tanga nuevo?, pensé.

Para no hacer más ruido del necesario y despertarla, salí de la habitación con mis dudas y me fui a la cocina a prepararme un café. Mientras seguía con sus braguitas pegadas a mi nariz, me puse a pensar en que podía hacer para bajarle el posible mosqueo que tuviera cuando se levantase. No sabía si iba a estar enfadada o no por haberme quedado dormido anoche. Si algo así me hubiese ocurrido a mí, el cabreo sería impresionante, pero también he de reconocer que ella se tomaba las cosas con menos importancia que yo.

Cómo casi todos los sábados, antes o después de la limpieza rutinaria de la casa, hoy también debíamos bajar a la tienda a hacer algo de compra, pero claro, con el cabreo que debía tener Sandra en ese momento en el cuerpo, cualquiera le decía que se levantase para venir conmigo. Así que resignado a bajar sólo, entré en la habitación intentando hacer el mínimo ruido, cogí lo primero que pille, salí de nuevo del cuarto, me vestí en el salón y agarrando el carrito de la compra, me bajé a la calle.

Cuando crucé el portal de la casa y puse el pie en la calle, el radiante y bochornoso sol de julio se me clavó en los ojos haciendo que me cambiase de gafas automáticamente. Pero si eso no era poco, para más inri el ruido de los coches comenzó a retumbar en lo más profundo de mi cabeza, ¡tenía un resacón de cojones!

Me habían dicho muchas veces que una mancha de mora con otra verde se quita, así que sin pensármelo entré en el bar de enfrente de casa y pedí una cerveza. Eran casi las doce, una buena hora para tomarse una cañita. (He de decir que él que inventó aquel refrán de las moras verdes tenía más razón que un santo. Aquella cerveza me sentó de maravilla, me despejó la cabeza de forma radical y me hizo ver las cosas bastante más claras.)

Tras la segunda caña, el muslito de pollo frito que me había puesto de aperitivo el camarero y con la neurona por fin recolocada, me fui al súper. Tras un par de minutos pensando en que comprar, cogí un par de doradas para hacerlas al horno, un bote de zumo de naranja, cuatro cajitas de cerveza, un par de cosas más sin importancia y salí disparado hacia casa, el lunes ya bajaríamos a comprar más si era necesario.

Con mi compra subí casi corriendo antes de que se despertase y de nuevo, sin hacer ruido, dejé las bolsas en la cocina, preparé el pescado y lo metí en el horno.

Tras todo aquello, abrí la terraza para que saliese el perro, recogí las putas caquitas que el chucho había depositado amablemente fuera del periódico, limpie de meaos la terraza y para ser bueno con Sandra, por una vez en mi vida, le bajé a dar un paseo. Después de casi veinte minutos de caminata con el jodío perro y de recoger otras tres cagadas impresionantes, me subí a casa pensando como cojones un perro de su tamaño podía echar lo que echaba este por el culo.

A pesar del tiempo que hacía que me había levantado, la compra, el paseo y de que el pescado estaba ya casi listo, Sandra aún no se había levantado. La noche la había dejado sin fuerzas y las estaba recuperando con creces. O eso o que tenía un cabreo monumental por haberla dejado tirada y con el coño echando chiribitas.

Pero echándole valor al asunto pensando que ya era hora de enfrentarme a ella y a su posible mosqueo, le preparé un refrescante zumito de naranjas con un par de cubitos de hielo y se lo llevé a la cama. Acercándome a ella, con mucho cariño le di un beso en los labios y los buenos días, (aunque debía haberle dicho ¡buenas tardes!), y poco a poco empezó a reaccionar.

Ella no me contestó, simplemente abrió un ojo y me miró. Volví a darle los buenos días y entonces ya me dijo algo.

  • ¡Déjame un ratito más, porfi!

Sin contestarle a su sugerencia le di el vaso de zumo.

  • ¡Toma!, bébete esto. Verás cómo te sienta bien.

  • ¡Gracias!, me dijo Sandra con voz de cazallera, posiblemente producida por que se estaba empezando a resfriar.

¡Ji, Paco!, lo que tenía era una resaca de caballo, igual que yo. Pero bueno, ¿qué le vamos a hacer? ¡Ya se le pasaría!

  • ¿Qué hora es?

  • Las dos menos cuarto, le respondí

  • ¡Venga, dime la verdad!, si sólo hace un ratito que me he acostado, dijo con voz de alucinada por el palizón que le había pegado a la cama.

Pero antes de que siguiera hablando, con valentía le pedí perdón por la borrachera de anoche y por haberla dejado tan tirada.

  • ¡Cari!, sabes perfectamente que lo de anoche no es normal en mí.

  • ¡No te preocupes, vida!, son cosas que pasan, me dijo acercándose el vaso hasta los labios para dar un buen trago de aquel dulce y fresquito líquido.

Cómo era de esperar aquella respuesta me dejó fuera de cacho. Me extraña a mí que no me eche en cara lo de anoche, pensé para mis adentros.

  • ¡Al final me dejaste más tirada que una colilla y ya está! , me soltó, con cierto tono de rencor en cuanto separó el vaso de su boca.

¡No me equivoqué! Sabía que me lo reprocharía más tarde o más temprano.

Y cuando iba a seguir con mi retahíla de disculpas para que me perdonase cuanto antes y olvidase lo ocurrido, escuché de sus labios un lenguaje extraño para mí pero más habitual por momentos.

  • Pero que sepas que me agradó sentir la mano de aquel tío en mi culo y en mis cachas buscando mi chochete , siguió diciéndome, ahora con un tono de voz mimoso que ella sabía que me encantaba.

La muy cabrona sabía perfectamente que estaba siendo mala conmigo y lo hacía de maravilla.

  • Cuando me di cuenta de que te habías quedado dormido y que mi cuerpo pedía guerra, me consolé yo solita en el sofá pensando en sus dedos buscando entre mis piernas , me dijo dando otro trago del vaso.

  • ¿Te hiciste una paja?, le pregunté totalmente alucinado.

  • ¿Tú qué crees?, me respondió ella a su más que evidente comentario.

  • ¿Y no lo grabaste en video?, le dije yo en el colmo de mi calentura.

  • ¡Anda ya, tonto, que eres tonto!, cómo para ponerme a grabarlo en video estaba yo, ¡no te jode!

¡Igual tenía razón y todo!

  • Pero que sepas que al final no me hubiese importado que se hubiese venido con nosotros, me soltó de sopetón mirándome a los ojos.

Yo que siempre había pensado que era el rey de la depravación, ahora me encontraba delante de la creía era la mujer más puritana del mundo, recibiendo una ejemplar lección de vicio explicada con todo lujo de detalles por ella misma. Sandra me estaba dejando atrás con sus comentarios. ¿Todo iba muy rápido?, ¿yo me estaba quedando a la cola? ¿No sé?, pero por momentos me gustaba más la situación.

  • ¡Por cierto!, ¡tengo un problemita! , me dijo usando de nuevo su dulce voz, aclarada por el zumito de naranja.

  • ¿Cuál?, le dije un poco preocupado.

  • Anoche, con los nervios de la pajilla, creo que me hice daño con las uñas y me duele un poco, ¿quieres verlo?

En ese momento entendí el porqué de que llevase bragas.

Y sin darme tiempo a reacción, se abrió de piernas sobre la cama, se separó las bragas a un lado enseñándome el coño en todo su esplendor y su nuevo look de cabeza rapada. Un poco asustado por ver lo que le pasaba, abrí la persiana para que entrara la luz del día y poniéndome de rodillas en el suelo entre sus piernas, empecé a revisar hasta dónde podrían llegar los daños colaterales.

Tras un pequeño rato de inspección ocular y dactilar, por fin di mi veredicto. Tenía una pequeñísima heridita justo en su labio derecho, pero nada, un arañazo sin importancia.

  • ¡Eso no es nada!, lo mejor para esto es un poco de betadine y dejarlo al aire, le dije quitándole importancia a aquella pequeña herida e intentando que se quitase de nuevo las bragas y se quedara en bolas por casa olvidando cuanto antes lo ocurrido hasta entonces.

¡Dicho y hecho!, comportándose como la guarrilla que a mí me gusta que sea, se bajó el tanga y se quedó totalmente desnuda, no me dio tiempo ni a terminar la frase.

  • ¡Ponme tú el betadine que yo no puedo ver dónde está la herida! , me dijo con voz de niña mala y tirando la pequeña tela al suelo.

Al igual que ayer cuando me dijo que podía afeitarle el conejito, de un salto salí corriendo hacia el salón a buscar el remedio y en menos de nada ya estaba otra vez sentado en la cama dispuesto a darle la mejor de las curas.

La desinfecté con una gasa bien empapada de betadine y cuando estuvo curada, con mucho mimo le di un suave pero apretado beso en su rajita. El olor que aún guardaba de la secreta corrida de anoche era penetrante y bastante intenso. ¡Ese olor me volvía loco!

  • No estarás pensando en hacer algo con él, ¿verdad?

  • ¡Yo, cómo tú quieras, vida! Si quieres follar, follamos, si quieres que te lo coma, te lo como, cómo tu me digas, Tú sabes que yo soy muy bien “mandao”, le respondí esperando que me diese el sí quiero cuanto antes.

  • Tu no querrás que se me ponga más malito, ¿verdad?, me dijo al escuchar que mi siguiente intención era, cómo había dejado claro, echarle el polvito que anoche se quedó en palabras.
  • ¿Yo?, ¡ni loco, vamos!

  • ¡Ah, bueno!, ¡porque si se pone peor tú también lo vas a sufrir!, terminó diciendo dando el último trago al vaso de zumo y entregándomelo.

Por nada del mundo quería yo que aquella olorosa y jugosa zona se pusiese peor. ¿Y luego estar varios días sin follar?, ¡qué va, qué va!

  • ¡No te preocupes, mujer, que eso tiene una cura rápida!, verás como en un rato estás como una rosa, le dije quitándole importancia de nuevo a su herida.

  • ¡Bueno, ya veremos!, me dijo cortando la conversación y dejándome con la lengua totalmente húmeda fuera de la boca.

  • Por cierto, ¿qué vamos a comer?, siguió diciendo y husmeando el aire para coger todo el aroma que estaba en el aire.

  • ¿He olido que estás preparando pescado o es que me tengo que duchar de forma urgente?, me dijo haciendo que los dos nos riésemos de aquella guarrilla broma mañanera.

Al fin me di cuenta de que lo ocurrido la pasada noche sólo había quedado en una nueva anécdota que contar a nuestros nietos. ¿Qué pasa?, cada uno cuenta las batallitas cómo quiere, ¡no!

Tras las risas, sentado en el borde de la cama sin parar de sobar sus tetas, le conté todo lo que había hecho durante la mañana. Que me levanté con un fuerte dolor de cabeza, que había bajado al súper, que había bajado al perro, cosa que le extraño bastante ya que no suelo hacerlo, en fin, lo mismo que había hecho.

Una vez lista la comida, mientras yo ponía la mesa, Sandra, que seguía completamente desnuda por casa paseando sus lindas curvas, iba sirviendo los platos. Yo cada vez que pasaba por la cocina le sobaba el culo, le pellizcaba una teta, le daba un beso en su espalda, no pasaba ni una vez a su lado, que no pillara cacho. A ella siempre le había gustado eso y a mí me encantaba tocar su cuerpo en cualquier momento o situación. ¡No me podía permitir que una piel tan suave y perfumada se perdiera un roce!

SABADO, 19 DE JULIO DE 2008 (TARDE)

Comimos entre risas, bromeando sobre lo ocurrente de su chiste y el gran parecido del olor del pescado con las bragas de una mujer después de un día de calor. Charlamos de varias cosas sin importancia, y al terminar, mientras yo recogía la cocina, ella fue a darse una ducha por si acaso era verdad lo del olor a marisco.

Cuando salió del baño, yo aún estaba fregando la bandeja del horno que se había puesto asquerosa con las doradas. Al verla con camiseta y con unas pequeñísimas braguitas me llevé un gran chasco, eso sí, metidas en sus dos rajas, delantera y trasera y sin dejar ver ni un sólo pelito.

  • ¿Porqué te has puesto bragas?, le pregunté al verla tan vestida.

  • Es que me he echado un poco más de betadine en la heridita y me he puesto una pequeña gasa encima…

  • Y claro, ¡sin bragas se me caía la venda!, dijo con cierto tono de humor.

  • ¡Vaya, pues si haces lo mismo con las bolas chinas tampoco se te caerán!, le dije recordando las palabras de Sandra que siempre decía que no se las ponía porque se le salían cuando andaba.

  • ¡Pero qué tonto eres, cariño!, me respondió entre risas yéndose para el salón a ver la tele mientras yo terminaba de recoger.

Cuando por fin terminé, me fui con ella.

  • ¿Qué estás viendo?, le pregunté mientras me sentaba a su lado y me encendía un cigarro.

  • ¡Algo bastante aburrido, la verdad!…

  • Es una película de una chica que se echa un nuevo novio pero que no puede olvidar a sus antiguos amantes.

Tras aquel comentario y otro y otro pasó un buen ratillo. Y aún no sé cómo, pero de hablar de los novios de la chica de la película pasamos a hablar de los novios que Sandra había tenido antes de conocerme.

Yo sabía perfectamente que ella había tenido relaciones con otros tíos antes de conocernos, pero nunca había sido un problema.

Sé que me repito mucho, pero no me canso de decirlo, Sandra siempre ha sido una chica preciosa, rellenita cañón, con unos pechos que llaman la atención a cualquiera y un culo que me pone fatal de lo mío cada vez que se agacha delante de mí y lo acerca a mi cara, por lo que no era de extrañar que, cuando era más joven e incluso ahora, hubiese tenido muchos pretendientes, además, ¡bien clarito lo dejo la noche de antes!

  • ¿Quieres contarme cómo fue tu primera vez?, le pregunté en un momento dado, creo que con más idea de alargar la conversación que buscando otra cosa.

La pregunta está hecha y sé perfectamente qué lo que me cuente posiblemente me ponga de mala leche, pero también sé que me producirá mucha excitación escucharlo de sus labios, pensé nada más lanzar la pregunta.

A ella no le hizo mucha gracia en principio e incluso pensé que me iba a mandar a tomar por el culo, pero al mirarme y ver mi carita de pena, tras un largo e incómodo silencio, empezó poco a poco a contarme su historia. Me excitaba muchísimo escucharla y creo que a ella contarla también, porque si no, digo yo que no se hubiese prestado al juego, ¿verdad?

  • ¡Está bien!, te contaré mi primera vez pero con la condición de que no me interrumpas, me dijo con voz cansina cómo dejando claro que lo hacía porque yo era un pesado.
  • Además, si te pones cachondo, ¡te jodes! Hasta por lo menos esta noche no habrá nada para ninguno de los dos, ¡vale!
  • Pero esta noche si haremos algo, ¿no?, ¡aunque sean unas pajillas!, le contesté.
  • ¡Bueno, esta noche ya veremos! Pero ahora te contaré como pasó, cómo lo conocí y cómo fue todo, y nunca más me preguntarás sobre ello, ¿vale?

Al igual que con el afeitado o cuando me ofreció su culo, no dije ni pío. Afirmé con la cabeza a su segunda condición y mirándola con mucho interés, empezó a hablar.

  • A ver si me acuerdo, que hace mucho tiempo de esto, dijo intentando hacer memoria.
  • Yo tenía catorce años por aquel entonces. Fue, si mal no recuerdo, a finales de primavera más o menos, cuando lo conocí.
  • Él estaba charlando con Gloria, una de mis amigas, yo me acerqué a saludarla y él se me quedó mirando. Sin hacerle mucho caso, le dije a Gloria que si quedábamos luego por la tarde ella y yo para irnos al parque a tomar algo y me dijo que vale, que allí nos veríamos. Por la tarde cuando llegamos al parque, mi amiga me contó que él era un conocido de su familia y que yo le había gustado mucho y que quería conocerme. Yo le dije que bueno.

  • ¡Ya sabes que a mí no me importa hacer amistades, cariño!, me dijo, yo creo que haciendo hincapié en la conversación de ayer por la tarde y en su amiguito Alex.

  • Pues eso, que estábamos charlando y fumándonos un cigarro cuando llegó él con un amigo. Gloria me los presentó, su nombre era Moisés. Era un chico guapo, moreno y más alto que yo. Lo primero que me fije fue en su mirada, era como si me comiera con su mirada. Era bastante más mayor que yo y aquella diferencia de edad me producía respeto a la vez que morbo por saber cómo sería estar con un hombre más mayor que yo.

  • ¡Aunque tampoco sabía lo que era estar con uno menor!, dijo aclarando que cómo era su primera vez, pues eso, era su primera vez.

Mientras hablaba, una sonrisa involuntaria empezó a formarse en su cara.

  • Del amigo no recuerdo su nombre, pero de lo que si me acuerdo es que Gloria estaba enrollada con él desde la tarde de antes.

  • Tras un rato viendo como la pava de Gloria y el otro se comían los morros como descosidos, Moisés me dijo que si quería dar un paseo con él y dejar en paz a aquellos dos, cosa que me gusto, sobre todo por lo pesadita que se estaba poniendo la Gloria con su amiguito.

  • Paseando y hablando nos habíamos salido del parque y sin darnos cuenta habíamos llegado bastante cerca del barrio. Él se sentó en el bordillo de la acera y me pidió que me sentara en sus rodillas.

  • Estábamos solos, no había nadie por la calle y Moisés me estaba empezando a gustar, así que lo hice, me senté en sus rodillas. Me pasó la mano por la cara y sin yo esperarlo me dio un suave beso en los labios.

  • Me gustó mucho sentir sus labios contra los míos, era la primera vez que alguien me daba un beso de ese tipo en los labios.

  • Sin salir de la sorpresa del primer beso de mi vida, me volvió a besar, pero esta vez yo apreté torpemente mis labios contra los suyos. Estuvimos un buen rato morreándonos, si es que a aquello se le podía llamar morrease porque hasta entonces yo no tenía ni idea.

  • Al rato me llevó a casa y me dijo si podíamos quedar al día siguiente. Le contesté que claro, que lo habíamos pasado muy bien y que podíamos repetir.

  • Tras aquel primer día pasaron varias semanas en las que nos veíamos casi a diario. Todos los días le besaba en los labios, y poco a poco nos íbamos tocando el uno al otro, pero de momento sin llegar a nada. Seguramente había veces que él se tenía que marchar a su casa con la polla dura como una roca, pero, eso es lo que había.

  • ¡Bueno!, debo decir que de eso me di cuenta bastante después, cuando te conocí a ti.

  • ¡Muy agradable tu, Cariñito!, le dije con cierto tono irónico al escuchar su último comentario y recordar la multitud de calentones y de dolores de estomago que me hizo pasar hasta que se decidió a acostarse conmigo.

  • ¡Anda, tonto!, ¡y a ti que no te gustaba!, me respondió ella acercándose a mí para darme un besito en los labios, pero llamándome tonto por tercera vez aquel día.

  • Ahora cállate y déjame seguir que si no, no acabo.

Y tras recolocarse en el sillón y encenderse un cigarrito sin darme uno a mí, siguió hablando con la vista perdida en sus recuerdos.

  • Una mañana yendo yo para el colegio, me dijo que esa tarde no podríamos quedar porque tenía que hacer no sé qué cosa. Le dije que no importaba y quedamos para vernos al día siguiente.Desde que estaba saliendo con él había dejado un poco de lado a mis amigas y no habíamos hablado mucho, así que aprovechando que no iba a quedar con Moisés, quedé con Gloria para contarnos los últimos cotilleos. Como siempre, quedamos a las siete en el parque.
  • Moisés vivía en un edificio que está en el camino del parque y al pasar por su puerta lo vi salir, tiró de mí hacia dentro y cerró la puerta de un portazo. Sin esperármelo me apretó contra la pared del portal, puso las manos en mi culo y casi me levantó en peso. Yo, sin saber muy bien cómo hacerlo, pero con ganas de hacerlo, me agarré a su cuello y comenzamos a besarnos como dos perros en celo. Tras aquella primera paliza de besos con la que ya me tenía totalmente derretida, me levantó la camiseta y de un tirón me la quitó.

  • Justo en ese momento vimos que alguien se acercaba a la puerta para entrar. Sin tan siquiera ponerme la camiseta, entramos en su casa. Una vez dentro y sin ningún tipo de preliminares, ¡con lo que a mí me gustan!, me quitó el sujetador y empezó a besar mis no tan pequeñas tetas a pesar de aún no haber desarrollado del todo. En plan bestia me desabrochó los pantalones y me los quitó bajando él junto con ellos. Cómo estaba de rodillas frente a mi coñito, pasó su lengua varias veces por encima de mis bragas haciendo que sintiese algo que jamás antes había sentido.

  • ¡Ay, si yo llego a saber lo que sé hoy, aquel no se me hubiese escapado sin darme un buen repasito de bajos!Pero bueno, sin hacer nada más, de momento, se puso de pie, se quitó la camiseta y se desabrochó el cinturón. Yo, que no tenía mucha idea de nada por aquel entonces, copiando sus movimientos bajé sus pantalones al mismo tiempo que me ponía de rodillas. Al llegar a la zona de sus calzoncillos, me quedé sorprendida mirando el enorme bulto que tenía entre las piernas.

  • Tengo que decir que hasta aquel momento nunca había visto uno tan de cerca, bueno, ni de lejos, ¡la verdad!Cómo te digo, por aquel entonces no sabía muy bien que me estaba pasando, pero ahora sé que estaba cachonda como una mula.

  • De rodillas frente a su polla, le bajé los calzoncillos y la vi, ¡era muy grande! ¡Bueno!, ahora diría que normalita, pero por aquel entonces me pareció enorme.

Mientras hablaba, de forma instintiva me había metido la mano por la pernera del pantalón corto y me había sacado mi morcillona chistorra para regalarle unos suaves meneos a la vez que me confesaba el fiestorro que se había pegado aquel día con su primer novio.

  • La agarré con una mano sin saber muy bien que debía hacer y lo que me estaba pasando, pero ahora tras mucho tiempo, si lo sé, ¡estaba loca por comerme aquel pedazo de carne! , dijo a la par que apretaba fuertemente mi cimbrel.

  • Moisés al ver mi poca experiencia con un rabo entre mis dedos, me dijo que me pusiese de pie, que aún tenía mucho que aprender y que lo acompañase a su cuarto que estaríamos mejor sobre la cama. Al llegar me dijo que me quitase las braguitas y que me tumbase.

  • En aquel momento me puse bastante nerviosa, mi amiga Gloria me había dicho que la primera vez no era muy agradable y dolía. Pero aun así, sin saber muy bien cuál sería su siguiente paso antes de metérmela, que era lo que yo quería, me levantó las piernas y noté como su cara se acercaba allí dónde nunca nadie había estado, dónde sólo yo había tocado con mis dedos un par de veces.

  • Con su cara pegada a mi rajita comencé a sentir su fuerte respiración y su aire me produjo una sensación de frescor y calor a la vez. Con sus manos separó mis labios y pasó su lengua una y otra vez por mí, por aquel entonces, peludo coñito.

  • Tanto era el placer que me estaba dando con su lengua en mi pipitilla que mi espalda se levantaba de la cama. ¡Y claro, tanto tocar, tanto tocar!, ¡que me corrí por primera vez en mi vida!

Tras aquellas palabras soltó un suave pero sentido gemido y luego siguió con su historia.

  • Pero sin tan siquiera darme tiempo a recuperarme, me siguió besando el cuello y acariciando mis pechos sin dejar de tocarme el coño.

  • ¡Vaya, pues a mí no me dejas seguir después de correrte!, le dije en broma.

  • ¡Cállate, tonto! Y déjame seguir.

¡Perdón, me equivoqué! Por cuarta o quinta vez me llamaba tonto aquel día. ¡Verás como que al final se me queda lo de tonto!

  • Ahora, bastante más lanzada tras mi primera corrida pero más nerviosa que al principio, le dije que podía metérmela pero que tendría que ser muy cuidadoso.
  • ¡No te preocupes!, me dijo, ¡lo haré con mi polla tan suavemente como con mi lengua!, dijo Sandra simulando la voz de un hombre.

  • Aquello me tranquilizó bastante porque si con su lengua había sido excelente, ¿qué no podría hacer con su rabo?

De nuevo, un largo silencio se hizo en el salón mientras que Sandra recordaba las imágenes de aquel primer polvo.

  • Y sin perder más tiempo se levantó y se puso un condón. Cómo yo no había visto nunca cómo se hacía aquello, estuve muy atenta por si algún día lo tenía que hacer yo. ¡Creo que aquel día aprendí a ponerlos!

  • ¡Qué guarrilla eres!, le dije cortando su narración.

  • ¡Ya!, ¡y a ti que no te gusta!, ¿eh?

  • ¡Y ahora déjame terminar que ya se va poniendo interesante esto, porfi!

  • Lo que decía, cuando por fin lo tuvo puesto, apuntó su polla hacía mi rajita y comenzó a meter su cabeza. Yo quería pero mis piernas estaban rígidas, sabía que esto sólo era el principio, aún quedaba el resto de polla por entrar y sabía que había mucha.

  • Moisés, para intentar relajarme, me besaba los pezones y el cuello mientras que poco a poco iba empujando hasta tenerla toda dentro. En ese momento noté un poco de dolor, pero disfrutaba sabiendo que ya estaba dentro y esa sensación me encantaba.

  • ¡Para nada era parecido a lo que me había contado Gloria!, ¡aquello daba gustito!

En ese momento, la pequeña sonrisa que tenía en la cara se convirtió en una amplia sonrisa recordando aquel íntimo momento.

  • Una vez dentro, se quedó quieto durante un instante, de la misma forma que tu lo haces cuando me follas el culo. Y poco a poco comenzó a moverse, a meterla y a sacarla. En ese momento perdí todos los papeles, sentía como rozaba los labios de mi coño cada vez que él se movía. Estaba cachondísima y mi cuerpo volvía de nuevo a estremecerse como cuando me corrí con su lengua.

  • ¡No pares, Moisés!, ¡no pares!, ¡sigue!, ¡me voy a correr!, creo recordar que le dije.

Casi podría jurar, por el tono de su voz, que en ese momento mientras me lo contaba tuvo un orgasmo de verdad recordando su primera corrida. No pregunté nada para no cortarla, pero casi estoy seguro por lo bien aferrada que estaba a mi cipote. Algún día le preguntaré.

  • Él me dijo que también estaba a punto de correrse. En ese momento noté como apretaba su polla hasta el fondo y como cambiaba el ritmo de su follada a la vez que me decía que se iba a correr y que quería que yo me corriese con él. No le hice esperar mucho y él a mí tampoco, nos corrimos los dos a la par como tú y yo lo hacemos tantas veces.

  • Durante un segundo nos quedamos completamente parados. Moisés se levantó, se quitó el condón y pude ver que estaba bastante lleno, ¡era la primera vez que veía la corrida de un tío!

  • Le hizo un nudo y lo tiró al suelo, me abrazó y nos quedamos tumbados el uno junto al otro hablando sobre lo que habíamos hecho. Cuando me levanté, noté que había sangrado un poco pero no tenía ningún dolor. ¡Tonterías de mi amiga Gloria!

  • De esto, como te he dicho y tú sabes, ya ha pasado mucho, mucho tiempo, pero aún a veces me acuerdo de él y me toco hasta que me corro pensando en sus manos tocando mis pechos.

  • ¡Pero bueno, hoy sólo son fantasías de mi imaginación!

Después de casi una hora hablando y yo escuchando a Sandra, se me había puesto la polla como un garrote. Me había excitado muchísimo escucharla como me contaba su primera experiencia y el final mucho más cuando me dijo que se pajeaba pensando en él. No conocía a ese tal Moisés ni me interesaba, pero si puedo decir que me hubiese gustado mucho ser yo ese tal Moisés y haber tenido la suerte de haber estado dentro de ella por primera vez. Pero no quise ser tan romántico y sólo le dije que me había gustado mucho la historia.

  • ¡No quiero volver a hablar de ello! Como ya te dije es sólo una fantasía. Además, ¡nunca sabrás si lo que he contado es verdad o mentira!

  • ¡Y que sepas, que si te lo he contado es para ver como tu polla se pone dura con mis palabras y nada más!, terminó diciendo apretándome otra vez el rabo y meneándomelo cómo si fuese una palanca de cambios.

No le di más importancia al asunto del que se merecía, era algo pasado y era parte de la historia de su vida. Sólo le hice una pregunta más para saber cuál sería su respuesta.

  • ¿Te gustaría preparar una cita con algún antiguo novio tuyo y quedar un día para cenar los tres?
  • ¿Quién sabe? , me contestó mientras me miraba con ojos picaros.

Durante toda la tarde tuve la polla la dura y mojada por culpa de la historia y del masaje que me había dando mientras la contaba. Sandra me había advertido que me lo contaría, pero como ella tenía la pequeña herida en su rajita, tendríamos que esperar por lo menos hasta la noche para algo más.

Me dieron ganas de irme al baño y hacerme una paja de campeonato, pero quise esperar, quizás a la noche, con el calentón que nos había producido el relato, echaríamos un buen polvo recordando viejas historias.

SABADO, 19 DE JULIO DE 2008 (NOCHE)

La tarde-noche se planteaba tranquila. Con el montón de alcohol de ayer y el habernos acostado tan tarde, no nos apetecía mucho salir a la calle y decidimos quedarnos en casa. Además, con la historia que me había contado Sandra, todavía tenía el corazón a más de mil por hora.

  • ¿Qué vas a hacer, cari?, yo voy a jugar un poco con mi portátil.

  • Pues si no te importa, yo voy a hacer lo mismo, sentarme en mi ordenador.

  • ¡Claro que no, mi vida!, ¡claro que no me importa!

  • Pues si necesitas algo, me lo pides, ¿vale?

  • ¡No te preocupes!, me dijo a la par que me daba media vuelta y me marchaba hacia la terraza.

Estábamos a menos de tres metros el uno del otro pero separados por una gran cristalera que siempre estaba medio abierta. Ella en el salón con su portátil y yo con mi ordenador en la terraza, separados sólo por unas cortinas rosas abiertas de par en par y que llevan toda la vida con nosotros. (Quizás algún día nos planteemos cambiarlas, ¿quién sabe?)

Como siempre, cada uno se metió dentro de su ordenador, ella con sus juegos del Messenger y yo con mis fotitos del morbocornudos.com y sólo muy de vez en cuando hablamos para preguntarnos cualquier cosa sin tener porqué, sólo para escuchar la voz del otro.

Al cabo de casi una hora sin prácticamente hablar, oí a Sandra gemir de la misma forma que la oí el otro día desde la cocina. Totalmente alucinado me levanté corriendo para saber por qué gemía y no os podéis imaginar cual fue mi sorpresa cuando vi lo que estaba haciendo. ¡Estaba totalmente despatarrada frente al ordenador con sus manos perdidas entre los muslos!

  • ¿Qué haces?, le pregunté realmente sorprendido.

  • ¡Vete a tu ordenador, cariño!, luego te explico y te dejo que lo leas todo.

  • Pero, ¿qué haces?, le volví a preguntar sin salir de mi asombro.

  • ¡Déjame!, luego te lo cuento todo, ahora déjame sola, me contestó con cara de culpabilidad por lo que estaba haciendo, pero sin parar de tocarse.

  • ¿Porqué no me has llamado?, me gustaría hacerlo contigo, le dije a ver si la convencía y por lo menos me invitaba de mirón a su fiesta privada.

  • Es lo que tú siempre has querido ¿no?, siempre has querido tener una guarrilla como mujer, ¿verdad?, ¡pues eso es lo que hago!, me dijo dejándome hecho polvo por su rotunda afirmación.

  • ¡Sí, siempre lo he querido!, pero siempre que fuese a mi lado, nunca cada uno por su cuenta, le respondí con un tono de voz bastante indignado pero a la vez bastante entusiasmado por lo que estaba viendo.

  • ¡Bueno, hoy ha salido así!, la próxima vez lo haré contigo, te lo prometo, me contestó ella dándome a entender que aunque lo que estaba haciendo era un disparate, quería seguir a solas.

  • Pero, ¿y la heridita que tenías?, le pregunté sabiendo que gran parte de culpa de lo que estaba haciendo era mía por haberla forzado tantas veces a seguir mis locuras.

  • ¡De la herida ya ni me acuerdo! Ahora vete a tu ordenador y déjame sola ¡porfi!, me ordenó, pero eso sí, con carita de ángel.

Totalmente derrotado pero feliz por cómo se estaba comportando, di un paso hacia atrás para dejarla a solas, (qué raro soy, ¿verdad?) Hecho un manojo de nervios me senté de nuevo en mi ordenador para continuar oyendo sus leves gemidos. Sólo oírla gemir hacía que mi piel se erizara y empezara a ponerme de nuevo como una moto.

Sin quererme resignar a sólo escuchar sus suspiros mientras se masturbaba en el sofá, me levanté y por detrás de la cortina, sin que me viese, comencé a mirar el show que Sandra estaba dando a no sé quién, pero que sin duda era bastante más afortunado que yo. Quería disfrutar, aunque fuese a escondidas, viendo cómo Sandra se estaba tocando con sus dedos por encima de las bragas mientras que con su otra mano se sobaba los pechos pensando en no sé muy bien qué.

Lo del ordenador y el cibersexo no era nuevo para nosotros. Por mi insistencia, ya que a Sandra no le gustaba mucho, lo habíamos hecho varias veces, pero claro, siempre los dos. Aunque alguna vez y porque yo se lo había pedido ella había hecho el papel de estar sola frente al ordenador para engañar al mirón de turno, hasta hoy siempre habíamos estado los dos. Otras veces incluso habíamos llegado a follar frente a la cámara para deleite de nuestro voyeur particular, ¡pero nunca, nunca, a solas!

Todo esto que cuento empezó hace unos cuantos años como un juego. Una noche de invierno y sin buscarlo, bueno, algo sí que buscábamos, pero lo que digo, sin buscarlo, Sandra encontró a través de un chat a un chico llamado Pablo. Congeniaron bastante bien y durante un buen tiempo se estuvieron haciendo unas pajas de campeonato a través del Messenger, pajas que yo disfrutaba como mirón, ¡todo hay que decirlo!, e incluso llegando a grabarla en video mientras se masturbaba frente a la pantalla. Este chico la ponía realmente caliente y ella, durante el tiempo que duró aquel amorío cibernético, no dudó ni un solo día en mirar su correo y su Messenger para ver si por casualidad estaba y podía disfrutar viendo la preciosa polla que aquel chavalote tenia colgando entre las piernas. Es más, aún hoy, después de varios años de aquello, de vez en cuando se acuerda de aquel chico e incluso del día que lo conoció, el veintiocho de febrero.

Cómo decía, escondido tras las cortinas no podía evitar seguir mirando como Sandra seguía tocándose las tetas por encima de su camiseta. En un momento dado se la quitó quedando prácticamente desnuda frente al ordenador y sin pensárselo empezó a acariciarse los pechos mientras que con sus dedos se hacía círculos alrededor de sus pezones a la par que con la otra mano seguía tocándose por encima de su tanga. Desde mi escondite podía ver perfectamente como su tanga rosa se comenzaba a mojar por los flujos que su chochito empezaba a destilar. Me sentía todo un mirón, ¡pero un mirón feliz!

No sé si en ese momento de calentura ella sabía que yo estaba mirando o si estaba sentado en mi ordenador escuchando sus gemidos, pero seguro que sabía perfectamente lo mal que me lo estaba haciendo pasar y lo bien que yo lo estaba pasando.

De repente agarró su tanga por la parte de delante y pegándose un fuerte tirón hacia arriba se lo metió entre los labios del coño quedando al aire sus recién depilados y carnosos labios mientras apretaba con sus dedos la tela de la braga follándose con sus dedos a través de ella de la misma forma lujuriosa que el otro día lo hizo para mí en la terraza.

De vez en cuando abandonaba la postura que tenia para escribir un nuevo mensaje. ¡Me estaba volviendo loco!, ¿quién sería el afortunado que tenía a mi mujer sólo para él?

Una de las veces se levantó del sofá y de la forma más sugerente que supo, se quitó las bragas y las echó sobre el teclado del ordenador, después se dio media vuelta y se puso a cuatro patas sobre el sofá. Con una de sus manos y de espaldas a la cámara, dándole su culito a aquel desconocido, comenzó a abrirse el coño dejando al aire sus, hasta hace un rato, heridos labios.

Yo era un afortunado, lo que el otro podía ver a través de la pantalla del ordenador yo lo podía ver en directo. Aunque realmente lo hacía para él y no para mí, no me importó, yo quería seguir disfrutando de aquel show que estaba dando mi caliente mujer a aquel extraño. Ella, sin importarle mucho lo que yo estuviese haciendo, se metió dos dedos en el coño empezando una extraordinaria follada de chochete.

Cada vez los empujes de su mano eran más fuertes y sin descansar de sus movimientos se metió un tercer dedo para seguir de nuevo con el mismo ritmo de follada. Sandra lo estaba pasando bien, eso lo puedo jurar, pero pienso que el otro lo estaba pasando realmente mal, tener un coño tan precioso a tan sólo unos centímetros de tu boca y sólo poder verlo debía ser un suplicio.

Aunque siendo realmente sincero, creo que en ese momento lo estábamos pasando mal los dos, él y yo, los dos estábamos en la misma posición, sólo mirar y sin poder tocar. Aunque en ese momento él era, sin duda, mucho más afortunado que yo, ella se masturbaba para él en exclusiva.

Para poder seguir escribiendo se dio media vuelta y volvió a sentarse. Al darse la vuelta pudo ver que yo estaba mirando.

  • ¡Sigue ahí, cari!, quiero que lo veas todo.

  • ¡Pero, es que…!

  • ¡No seas pesado, porfa!, luego podrás leer la conversación y ponerle en tu imaginación las imágenes que estás viendo, me dijo lanzándome un beso desde el sofá.

No sé porqué, pero le hice caso. Di un paso hacia atrás y me quedé de mirón mientras ella se apoyaba en el teclado del portátil para escribir un nuevo mensaje.

Durante un par de minutos estuvo escribiendo y riéndose con lo que aquel hombre le decía como dando por finalizada la conversación, pero cuando yo ya creía que todo había terminado, recogió sus piernas sobre el sofá dejando su coño totalmente abierto a la vista del otro y comenzó de nuevo a pajearse lentamente.

Se tocaba las tetas, se las pellizcaba, se chupaba los pezones mientras que su mano no paraba de entrar y salir de su coño aprovechando cada vez que estaba fuera para, a un ritmo bastante más ligero, tocar su clítoris que aparentaba estar bastante mojado.

Cada vez que se movía podía ver el cerco de humedad que estaba dejando sobre el asiento. Para no desaprovechar ni una sola gota del líquido que brotaba de su coño, se sacó los dedos y comenzó a acariciarse el culito metiéndose la punta de uno de sus dedos. Justo después se lo llevó hasta la boca y comenzó a saborearlo.

¡Qué cerda!, pensé. Aquello me dejó totalmente sorprendido, nunca creí que Sandra fuese capaz de eso y menos hacerlo para otro que no fuese yo. ¡Ya me hubiese gustado que lo hiciese para mí!

Pero para dejarme un poco más boquiabierto si era posible, volvió a llevarse de nuevo el dedo lleno de saliva a su culo y comenzó a metérselo. Con la puntita de un dedo en su culo y su otra mano completamente abierta sobre su clítoris, comenzó un movimiento nervioso como queriendo buscar una corrida lo antes posible. Estaba tan cachonda y caliente que incluso creo que en ese momento no le hubiese importado tener dos pollas para ella sola, una en su coño y otra en su culo. Y si apuro, incluso una tercera en su caliente boca.

De un golpe sacó su dedo del culo, se lo llevó directamente al chochito y se metió tres dedos de un sólo empujón. ¡Qué sensación más agradable debió sentir cuando se notó llena de sus propias manos! Ella conocía perfectamente dónde darse placer, que tocar, cuando y cuanto en cada momento y lo demostraba con los suaves pero inquietos suspiros que estaba dando en aquel momento.

Tenía el puño prácticamente metido en su coño y con la otra mano tocaba a gran velocidad su clítoris cuando comenzó a menearse y a gemir con fuertes gritos importándole un huevo el que yo estuviese allí delante, de pié y con la polla entre mis manos.

Mientras se corría no llegué a entender muy bien que decía, sólo pude descifrar algo que decía entre dientes y que era evidente, que se estaba corriendo y que quería su polla en el coño. Cuando sacó los dedos de su rajita, muy despacito, vi que los tenía totalmente mojados por los flujos de su chochito y arrugaditos como si hubiese estado una hora en la bañera, pero a ella no le importó mucho, se los llevó a la boca y comenzó a lamerlos para limpiarlos. Lamió uno a uno cada dedo, terminando de provocar a su mirón y al afortunado de su marido, o sea yo, que miraba y miraba mientras se pajeaba el rabo suavemente.

Cuando los tuvo bien limpios pero totalmente babeados, se acercó al ordenador y comenzó a escribir de nuevo dejando el rastro de su humedad en las teclas del portátil. Mientras escribía mostraba una risa picarona en sus labios, aquello le había gustado mucho y a aquel tipo, si no era maricón del todo, también le tendría que haber gustado muchísimo, por lo menos, por lo menos, ¡tanto como a mí!

Sin querer molestarla, me guardé la polla cómo pude dentro del pantalón y me volví a mi sitio con un fuerte dolor de huevos, para acabar de comerme el tarro pensando quién habría sido el afortunado.

  • ¡Cari!, ¿estás bien?, ¡no dices nada! , me dijo al cabo de un buen rato después de terminar.

  • Ya puedes venir si quieres, pero no quiero que me digas nada de lo que ha pasado. ¡Me da un poco de vergüenza!

¡Pues bien poca que te daba hace un ratito!, pensé para mí.

Pero claro, como soy como soy, con la sonrisa de haber conseguido un paso bastante importante en mi vida con Sandra, me acerqué a ella y cogiendo la mano con la que se había masturbado, me la metí en la boca y comencé a besarla y chuparla para dejársela bien limpia.

  • ¿Te apetece una cervecita?, le dije soltando su mano totalmente mojada de mi saliva quitándole importancia a lo que acababa de ocurrir en aquel sofá.

  • ¡Buena idea!…

  • Mientras voy a seguir con el juego que estaba jugando antes de la paradita , me contestó ella más tranquila al ver que yo no le iba a echar en cara nada de lo sucedido.

Ya tendría yo tiempo esta noche de echarle algo en la cara y que no era precisamente un reproche.

Nos tomamos unas cervezas y al cabo de un rato de bromas tontas que no tenían nada que ver con lo realizado por ella, decidimos irnos a la cama.

Yo, después de varios días con tantas corridas, de nuevo me volvía a ir a la cama con un fuerte dolor de estomago y de pelotas pero con la ilusión de que en unos minutos iba a descargar toda mi tensión lechera sobre su cara, en su coño o en su boca, ¡me daba exactamente igual dónde fuese con tal de que fuese ya!

  • El texto de la conversación está en mi ordenador, pero prométeme que lo leerás mañana, ¡hoy no! , me dijo cerrando la tapa de su ordenador y colocándolo en su sitio.

  • ¡Cómo quieras, Cariñito!, pero hoy no me vas a dejar así, ¿verdad?, me duelen los huevos y yo creo que eso se cura con tu lengua y no con betadine, le dije insinuándole que lo que yo quería era que me la chupara.

  • Hoy no, ¡mañana!, me dijo sin darse siquiera la vuelta para contestarme.

  • ¿Y eso porqué?, le pregunté un poco mosqueadillo pero pensando que estaba hablando en broma.

  • ¡Tú te lo buscaste! Es justo como tú me has enseñado, tener una polla dura durante todo un día no es difícil para mí.

  • Además te lo debía por lo de anoche , me dijo con una sonrisa de zorra que no se la saltaba un galgo.

  • Pero, ¿ni una chupadita siquiera?, le pregunté con carita de gatito apaleado.

  • ¡Hoy no, quizás mañana!, ¡pero hoy no!, me volvió a repetir marchándose hacia el pasillo para entrar en el dormitorio.

  • ¡Te quiero, mi vida! , me dijo, digo yo que para cabrearme un poquito más, porque que yo sepa, aparte de Forrest Gump, nadie se corre con un “te quiero”.

  • ¡Yo también te quiero, mi amor!, le contesté dejando notar el sarcasmo en cada una de mis palabras.

Pero no quise insistir más, al fin y al cabo, como bien me había dicho, me la debía de la noche de antes. Así que nos fuimos a la cama y en menos tiempo del que yo creía, se durmió plácidamente dejándome en un estado de nervios impresionante. Yo me quedé a la espera de que amaneciese para saber qué y con quien había mantenido una tan agradable conversación esa misma tarde y lo más importante, si mañana me habría perdonado y si me correría o no me correría, porque mucho más no iba a aguantar.

Aprovechando su profundo sueño, puse mi mano en su culo y comencé a subirla y bajarla por su rajita mientras que con la otra mano tocaba mi polla comprobando que estaba muy mojada. Como he hecho otras tantas noches, todo ese líquido me lo unté en la mano y con sumo cuidado se la metí en la raja de su culo.

La excitación o el cansancio hicieron que yo también me quedase dormido con mi mano entre las cachas de su culo y con el rabo duro como una barra de turrón de Alicante, a la espera de que llegase un nuevo día.