Solo en la casa de mi cuñada
Un ladronzuelo de bragas se queda solo en la casa de la cuñada y tiene la oportunidad de hacer realidad sus fantasías.
Desde hace mucho tiempo me ha gustado la lencería; olerla, tocarla y vestirla es como estar con una mujer sin compañía alguna. Así de grande y torcida es mi fascinación.
Cada vez que puedo, entro al cuarto de una mujer. Me he asomado a muchos cajones de ropa interior y he robado algunas prendas, pero sólo una vez me había puesto una prenda en esas habitaciones prohibidas, y eso fue hace mucho tiempo.
Otra obsesión que tengo es averiguar si una chica se masturba, y cómo lo hace. Eso supone un reto mayor que robarse un sostén, unas medias o unas bragas de una recámara ajena, pues normalmente esos juguetes están escondidos. Mi fantasía más caliente, podría decir que mi mayor reto desde siempre fue encontrarme un vibrador o un consolador entre la ropa, y tener el tiempo para venirme con él.
Hace pocos días, durante un viaje, se presentó una ocasión sin igual; mi vuelo salía a destiempo, y tuve que quedarme solo un día en casa de mi cuñada. Ella es una mujer de unos 45 años, blanca, de aproximadamente 90 kilos y 1.70 de altura, y vive con sus hijos, separada del marido, en una parte de Europa.
Desde que supe que me quedaría solo, empecé a sentir un aleteo en el corazón, sensación a la cual soy un adicto confeso; los días anteriores a su partida me escabullía al cuarto, echando rápidos vistazos al ropero y los cajones, anticipando lo que haría estando ahí a mis anchas.
¡Qué sensación en cuanto me quedé solo, caminaba de un lado a otro dudando si empezar de inmediato o aguantar un poco por si olvidaban algo y regresaban!
Cuando ya no pude más, subí la empinada escalera y me puse a sacarlo todo; hermosas bragas, casi todas bastante grandes, sostenes 36 C, bodies de varios modelos y busto 34 C y algunos conjuntos más incitantes; abajo de una caja de ropa interior encontré dos vibradores, uno morado y semi curvo en la punta, de unos 13 centímetros de largo y 3 de diámetro; el otro de un hule rosa muy suave y ¡grande! ¡como ella! de unos 22 centímetros de largo y 5 de ancho en su base. Los puse sobre la cama y seguí buscando entre la ropa.
Me puse su ropa para salir a la calle; escogí un body negro casi nuevo, con broches en la entrepierna; encima, unos pantalones de mezclilla que más o menos me ajustaban (¡de lo largo y de la cintura somos iguales, pero me faltan cadera y nalgas para llenar su ropa!) y una camiseta de algodón sin mangas con encaje negro en el pecho; abajo, unos top siders azules (sólo ligeramente apretados; su pie debe ser medio número más chico que el mío); no encontré tobimedias; encima, una chamarra amplia que no venía al caso, porque estaba haciendo mucho calor; de todos modos quería taparme por si acaso, aunque ahí nadie me había visto jamás.
Salí a la calle a comprar vino para la fiesta privada. Poco a poco me fui animando, primero a abrir la chamarra, y luego finalmente a quitármela; nadie voltea a verte en Europa, pero yo me sentía en el colmo de la excitación caminando frente a todos con ropa de mujer
Regresé con 3 botellas de tinto y dolor de pies; me quité la ropa de calle, comencé a beber y a probarme sostenes y bragas. ¡Qué caliente estar en su cuarto, probándome su ropa interior, descubriendo que hay calcetines, bodies y medias sin lavar que guardan su aroma! Anduve por toda la casa con los conjuntos más pequeñitos, me observé en los espejos de los baños y seguí bebiendo vino. Quería prolongar la masturbación y el orgasmo lo más posible para gozar del estado eufórico en el que me hallaba. De vez en cuando me tendía sobre su cama, encendía alguno de los dos vibradores y lo presionaba contra mi glande, sin dejar que vinieran las primeras oleadas de placer.
En ese vértigo decidí vestirme totalmente como mujer y salir a la calle; ya era tarde en la noche, estaba borracho y tremendamente excitado. Me puse un conjunto de tanga y sostén color negro con un estampado como de leopardo al frente, medias negras, dos blusas del mismo peso hechas bola para llenar el lugar de las tetas, un vestido blanco con morado (el que me quedaba más ceñido) unas botas de gamuza negra y tacón de aguja, y una mascada amarrada en la cabeza. Revisé muchísimas veces que ya llevaba la llave para no irme a quedar afuera vestido de mujer, en un país ajeno y sin dominar el idioma.
Salí a la banqueta y todo estaba quieto, sólo retumbaba el ruido de mi corazón vuelto loco; cerré la puerta despacio y comencé a caminar hacia la esquina muy poco a poco por la dificultad del tacón y el deseo de caminar lo más erguido posible; cuando veía a alguien me daba la media vuelta y volvía sobre mis pasos; si tomaba mi dirección me metía de nuevo a la casa y esperaba que pasara. Así logré avanzar casi dos cuadras, dejando (ultimadamente) que me vieran los que pasaban en sus autos. De pronto me sentí muy cansado, así que regresé; al doblar la última esquina dos tipos salieron de un edificio y voltearon hacia mi mientras tomaban su propio camino.
Me quité toda la ropa: sudaba; bebí más vino. Tomé el vibrador pequeño, me lo pegué a lo largo de la pinga y comencé a moverlo de arriba para abajo; se sentía delicioso en el glande, pero me estimulaba con tal intensidad que llegaba muy pronto al umbral del orgasmo. Comencé a deslizar el vibrador hacia la base del pene, la deliciosa sensación me hizo bajarlo más y más hasta llegar al culo; me encantó la vibración y la pequeña presión hacia adentro que hacía casi involuntariamente: delicioso...
Qué carajo, bajé con el vibrador, lo bañé de aceite de oliva, regresé a la cama y me lo metí poco a poco hasta adentro; sentí un placer tan intenso que pensaba que estaba a punto de venirme; mi pija goteaba líquido seminal como nunca. ¿Qué se sentiría con el grande? Voltee a verlo y me imaginé a mi cuñada en la misma cama y en la misma posición que yo, cogiéndose con ese vibrador morado y mirando el rosa, dispuesta a darse gusto; entonces me dije que iba a cogerme ese pito como nunca habían visto esas paredes.
Le puse el condón de mi cartera y al hacerlo me di cuenta que el vibrador era más largo y más ancho en la base que mi pito. Sabía, por un comentario lanzado alguna vez, que ese no era el primer juguete que compraba; entonces se me ocurrió que si aquel era el tamaño que le gustaba, definitivamente tenía predilección por las vergas grandes. ¡Qué forma tan veraz de saber sus preferencias más íntimas y de gozar con los mismos objetos que ella, esa mujer que conozco tan bien y que sé que jamás habrá de tener ningún tipo de contacto sexual conmigo!
No sé cuánto tiempo estuve sumido en el vapor de aquellos pensamientos; sólo recuerdo que salí de la cama y ya no regresé; me detuve en la escalera con el enorme vibrador lubricado, lo puse erguido en un escalón, dejé los pies en el de abajo y, recostándome hacia atrás, puse las manos en el de arriba; después bajé la cadera, y con un dolor delicioso, comencé a hacer sentadillas cortas hasta que logré metérmelo casi por completo. Me descubrí gimiendo con cada sentón al volumen que me pedía el placer, a veces lanzando un grito disperso por la respiración; a partir de ese momento le solté la rienda a la garganta y grité como un actor porno al que le esta dando verga un tipo muy bien dotado, y es que en verdad me estaba yo poniendo una cogida de gran calibre.
En una oleada de placer me incorporé y perdí el equilibrio, sentía que las piernas se rendían como cuando me corro, pero no estaba eyaculando; creo que fue el puro placer anal el que me tiró (bueno, también hay que contar el vino que había bebido) Caí contra la pared con el hombro izquierdo haciéndome una herida amplia y de regular profundidad que no me impidió seguir con el juego, y que me dejó una cicatriz que aún no se borra.
No sé cuánto tiempo después, rendido de cansancio, demasiado cogido y borracho como para masturbarme, me fui a dormir.
A la día siguiente me levante con la resaca pegándome como una tormenta; me dolían el hombro y el culo, pero como no me había corrido, seguía encendido el motorcito de la calentura. Era mi último día en ese lugar; me puse un body muy usado y sin broches que tenía una rotura en la entrepierna, unas medias negras, y encima un pantalón y una camisa míos; había tenido suficiente de mostrarme en ropa de mujer, pero quería seguir sintiéndola contra mi cuerpo. Caminé por el puerto todo el día; cuando me metí al baño de un café a orinar descubrí que la rotura había sido hecha a propósito para no tener que quitarse toda la ropa; me senté en el retrete, saqué la polla por el agujero y sentí de nuevo la excitación desbordándose, pensaba en que ella habría aguantado las ganas por no quitarse el body pero terminó por romperlo; comencé a tener una erección y eso hacia que mi pinga luchara por levantarse contra el borde del hoyo de tela.
Caminé por varios lugares; el sol pegaba a plomo; bajo el body sentía gotas de sudor escurriendo. Pensé que tal vez le llegaría mi olor la próxima vez que se pusiera esa prenda, y que a lo mejor lo pegaba a su rostro, extrañada o excitada sin saber muy bien por qué ¡Jamás se iba a imaginar lo que yo estaba haciendo!
Regresé cansado y me desnudé completamente; tomé el juguete pequeño, porque era el que vibraba más intensamente, y me metí su baño para mirarme en el espejo. Mi torso estaba marcado por el body después de unas cuatro o cinco horas de uso: desde la ingle y hasta las caderas por delante, y cruzando a media nalga por atrás; arriba la marca de los tirantes y la varilla de las copas, y en la espalda el dibujo de las costuras; me rendí a la excitación; encendí el vibrador, lo pegué a mi glande y me vine deliciosa y rápidamente, antes de que el miembro se me pusiera duro; esto me excitó aún más y comencé a masturbarme con la mano; en muy poco tiempo ya tenía una gran erección, como si no me hubiera corrido, y en otros momentos más ¡me llegaba un segundo orgasmo, más poderoso que el anterior, aunque con mucha menos leche!
Me acosté sobre su cama con el culo adolorido, en medio de la lencería y los vibradores, y caí en un sueño feliz y profundo.