Solo

¿Mejor solo que bien acompañado?

Solo

1 – Primera despedida

Hasta la segunda quincena de agosto, mi padre no podía tomar las vacaciones, así que pasé la mayoría de las tardes en la Plaza Mayor con Gregorio, mi mejor amigo. Entre nosotros había más que una amistad. Aprovechábamos que uno de los dos se quedaba solo en casa y procurábamos estar juntos todo el tiempo que podíamos. Yo iba a pasar casi un mes en Gijón y, cuando volviese, Gregorio se habría mudado a Madrid para siempre. Cuando volviese de las vacaciones, ya no estaría.

Pocos días antes de irnos a la playa, me dijo Gregorio que sus padres iban a tener una reunión de despedida con la familia y que él ya había encontrado una excusa para no ir. Podríamos despedirnos allí, toda la tarde, sin saber cuándo volveríamos a vernos. Me alegraba el hecho de poder estar con él, pero no me alegraba tanto saber que, quizá, ya no íbamos a estar más unidos.

Aquella tarde, dimos un largo paseo por toda Salamanca; por aquellas calles por donde siempre paseábamos y donde ya no nos íbamos a encontrar más. Hicimos tiempo para que sus padres salieran y, al llegar a su casa, subió él primero y me avisó por la ventana. Sus padres ya habían salido.

Subí y encontré la puerta ya abierta. Cuando entré, la cerró de un portazo y nos abrazamos allí mismo. Luego, sin perder ese extraño miedo a que apareciesen antes de tiempo, nos encerramos en su dormitorio y nos fuimos desnudando poco a poco sentados en la cama.

Otra vez y por última vez, tenía su cuerpo junto al mío. Casi no nos atrevíamos a empezar. Los dos éramos conscientes de que sería, casi con toda seguridad, la última vez que podríamos acariciarnos, besarnos y gozar juntos.

Gregorio rompió a llorar y le puse mi brazo por encima. Yo no podía hacer lo mismo porque eso nos llevaría a una tarde triste en vez de a una feliz. Comencé a acariciarle los cabellos y a sonreírle; él siempre decía que eso le relajaba mucho. Empujé su cuerpo despacio y me eché junto a él en la cama. Por más que le acariciaba la polla, no se empalmaba. Comencé a hablarle y se fue normalizando. Por fin, noté que empezaba a darse cuenta de la situación y metí mi mano por dentro de sus calzoncillos. Yo sí me había empalmado y necesitaba tocar su polla dura y húmeda. Me quité los calzoncillos y tiré de los suyos. Se los bajó y se pegó a mí. Comenzamos a restregarnos y observé que empezaba a olvidar que aquello era una despedida.

Nos revolcamos por la cama y nos besamos con tanta fuerza, que nos hicimos daño. No había mucho tiempo y había que aprovecharlo, así que me incorporé y llevé mi boca hasta su capullo húmedo y comencé a saborearlo hasta lamer toda aquella miel. Noté que él buscaba también mi polla y eché las piernas hacia el otro lado. La mejor forma de despedirnos era saborearnos mutuamente aquellas partes que nadie más había tocado. Fuimos aumentando la velocidad y haciendo pausas.

  • ¡Fermín! – dejó de chupar y dijo susurrando -; me gustaría que nos corriésemos los dos al mismo tiempo y tragarnos la leche. A ver cómo podemos aguantar. Quiero llevarme dentro algo tuyo y que te lleves algo mío.

  • ¡Chupa despacio! – le dije -; cuando los dos notemos que nos corremos, nos avisamos.

Fue un poco difícil y tuvimos que parar un par de veces, pero cuando nos dimos cuenta, nuestros cuerpos comenzaron a moverse mucho. Sus piernas se levantaron y me apretaron la cabeza. Las mías estaban abiertas y temblando sobre la cama. El placer nos venía al mismo tiempo. Hubo una diferencia de un segundo desde que noté entrar sus chorros calientes de leche en mi boca hasta que solté toda la mía en la suya. No nos movimos. Levantó un poco la cabeza y me miró. Los dos cerramos los ojos y tragamos. Nos echamos a reír de felicidad y seguimos chupando un poco.

Nos fumamos un cigarrillo echados uno junto al otro mientras nos acariciábamos y, al rato, comenzamos a besarnos y a tocarnos y acabamos haciéndonos una paja sin separar nuestros labios.

  • No me gustan las despedidas largas – le dije detrás de la puerta - ¡Dame un beso! ¡Me voy a casa! ¡No te olvides de mí! Tienes mi teléfono y mi dire de Internet. Estaré aquí a mitad de septiembre.

  • ¡Lo sé! – nos besamos - ¡Cuanto antes, mejor! ¡Hasta pronto!

2 – Segunda despedida

Estuve en casa los tres días que quedaban hasta la partida. Apenas salí del dormitorio. Me dediqué a describir, escribiendo a mano, lo que había sentido con mi mejor amigo; mi amado.

Llamó mi madre a la puerta la tarde antes de partir de vacaciones. Yo ya lo tenía todo preparado. Le dije que entrase.

  • ¡Hijo! – me habló en voz baja - ¡No sé qué me da de verte encerrado todo el día! ¿Por qué no sales?

  • Es igual, mamá – le respondí tapando mis escritos -, ya mañana nos vamos.

  • ¿Y no vas a despedirte de tus amigos?

  • ¡Verás! – me levanté -; unos están ya de vacaciones y ya me he despedido de los otros.

  • Te entiendo – me besó -; en la playa harás buenas amistades, pero también tengo una novedad que contarte.

  • ¿Sí? – me ilusioné - ¿Qué novedad es esa?

  • Pues resulta que un vecino de tía Encarna va para Oviedo – me explicó -. Ha estado aquí de vacaciones con sus primos. Cuando han sabido que nosotros íbamos cerca, nos lo han comentado. El chico tendría que irse solo en autobús y nosotros le hemos dicho que podría venirse con nosotros hasta la playa. Sus padres lo recogerían por la tarde. Es un chico muy formal que se llama Santi. Tendría que dormir esta noche aquí para salir temprano. Nos queda un buen viaje.

  • ¿Y eso… - pregunté dudoso - …significaría que tendría que dormir conmigo?

  • Sabes que respeto totalmente tu intimidad, Fermín – me contestó -, así que si no quieres que duerma en esa otra cama, tendré que sacar la plegable.

No sé lo que se me pasó por la cabeza. Mi madre no hacía nada sin contar conmigo ¿Cómo iba a decirle que sacase la cama plegable habiendo otra en mi dormitorio?

  • ¡No, mamá! – le dije seguro -; está esta cama aquí. No me importa compartir el dormitorio si a él no le importa.

  • No creo – sonrió -; ha estado un mes durmiendo en el mismo dormitorio que su primo. Tiene tu edad. Os llevaréis bien y tendrás compañía para el viaje.

  • Espero que no se maree en el coche – me reí – o tendremos que parar más de una vez.

Mi madre me miró sonriente, me dio las gracias y vistió la cama de limpio para Santi. Cuando salió, seguí escribiendo.

Ya al anochecer, llamaron a la puerta y me asomé con disimulo al pasillo. Entró una señora muy amable con un chico. Era Santi, seguro. Me quedé mirándolo sin saber qué pensar. Su pelo era claro y muy brillante; caía lacio por los lados de su cara. Me pareció muy lindo desde donde lo veía. Cerré la puerta, me senté en mi escritorio y me puse a llorar.

Pasó un buen rato y salí a saludarlo. Estaba en el salón sentado delante de la tele con algo entre las manos y su bolsa al lado.

  • ¡Ven, Fermín! – dijo mi madre al verme -, este es Santi, el chico que se va a venir con nosotros a Gijón.

  • ¡Hola, Santi!

  • ¡Hola, Fermín!

Me senté a su lado sonriente y me pareció muy tímido, pero muy educado. Hablamos un buen rato y mi madre, al oír nuestro diálogo, apagó la tele. Poco después cenamos. Yo no quería mirarlo demasiado; era muy guapo. Tenía un lunar en la mejilla derecha que le hacía la cara muy interesante.

Lo llevé hasta el dormitorio y le dije cuál sería su cama. Ya estaba hecha y preparada. Dejó allí su bolsa y me preguntó dónde estaba el baño para asearse. Le señalé la puerta y volví a sentarme para escribir un poco más. Tardó bastante hasta que le oí entrar en el dormitorio.

  • ¡Cierra la puerta, por favor! – le dije -; aquí no hace calor.

Me volví a mirarlo mientras cerraba y vi que se había puesto un pijama.

  • ¿No pensarás dormir con eso, no? – me chocó -; estás en tu casa. Yo duermo en calzoncillos, aunque me tapo un poco con la sábana.

  • ¡Ya! – me miró sonriente -; me lo he puesto porque

  • ¡Nada! – le interrumpí -, estás en tu casa. Yo no podría dormir en verano así.

  • Sí – contestó mirándose -; la verdad es que es un poco incómodo y…ridículo. Me daba no sé qué de dormir en calzoncillos.

Me di cuenta de que se sentó en su cama y se quitó despacio el pijama. Mientras tanto, terminé unas frases aprisa, pero cuando me di cuenta, estaba en pie a mi lado. Me apuré mucho. Notaba mis ojos llenos de lágrimas.

  • ¿Estás estudiando ahora? – se extrañó -.

  • No – contesté sin mirarlo -; es… una cosa que tenía que escribir.

Se agachó un poco extrañado de que no volviese la cara y miró mis ojos.

  • ¡Eh, Fermín! – susurró - ¿Estás llorando?

Me levanté hacia el otro lado, me acerqué a la ventana, la abrí y me asomé a la avenida. Cuando me di cuenta, estaba él asomado a mi lado.

  • No te preocupes, Fermín – dijo -, no me gusta meterme en los asuntos de nadie, pero me apura verte así.

  • No importa, Santi – lo miré sonriente -, me emociono fácilmente.

  • A veces – dijo -, los viajes te ponen un poco tonto. No sé si será de eso, pero no importa. Vamos a hablar un poco y ya verás cómo te encuentras mejor.

  • ¿Te importa apagar la lamparilla del escritorio? – se me fue la vista al lunar de su cara -; con la luz de la calle se ve lo suficiente.

El pobre Santi, en una casa ajena, en un dormitorio con un chico desconocido, en calzoncillos y habiéndome visto lagrimear, fue hasta la lamparilla, la apagó y volvió a mi lado.

  • Así que te vas ya para Oviedo ¿no?

  • Sí – le vi feliz -; a mis padres les apetecía que estuviese aquí un mes, pero ya estoy deseando de volver a mi tierra.

Me eché de lado en la ventana y lo miré fijamente. Se dio cuenta y me miró. Se me escapó un suspiro.

  • ¿Sabes? – le dije -; tienes un acento asturiano precioso. No lo has perdido en este mes.

  • Yo no lo noto – dijo -, es natural, pero sé que sólo con oírme hablar sabéis que soy asturiano.

  • ¿Nos acostamos? – le dije -; mañana habrá que madrugar.

  • ¡Vale! – contestó -; pero ¿te importaría que hablásemos un poco antes de dormir? Tardo en coger el sueño.

  • ¡No! – lo tomé por el hombro -; así, conforme nos vayamos cansando, dormiremos mejor ¡Es temprano!

Se metió en su cama y yo en la mía y nos miramos en la penumbra. Era bello como un muñeco y su acento… Hablamos un rato hasta que me volví hacia el otro lado. Rompí a llorar sin poder remediarlo y tampoco podía evitar que me oyese. De pronto, sentí que se sentaba en mi cama y ponía su mano en mi hombro.

  • ¡Te pasa algo, Fermín! – susurró -; no quiero meterme en tus asuntos, pero es que se me encoge el corazón al oírte.

Me volví llorando ya abiertamente y me agarré a él.

  • ¡Santi, Santi!

Se asustó y me miró de cerca, pero subió su mano hasta mi cabeza y la apoyó en su pecho.

  • ¡Fermín, amigo! – comenzó a mecerse -; no sé qué te pasa, pero déjame ayudarte. Si no hablas

  • ¡Soy un imbécil! – le dije sollozando -. Todo me pasa a mí.

  • ¿Qué te ha pasado? – preguntó -; si me lo cuentas puedo ayudarte. No quiero verte así. Debes descansar toda la noche y mañana haremos un viaje muy feliz.

  • ¡No puedo contarte en dos palabras todo! – comencé a moquear -. No te preocupes, ya se me pasará.

Me dejó caer lentamente sobre la almohada y se echó a mi lado. Mi brazo seguía agarrado al suyo y él siguió acariciándome la cabeza. Por un momento, pensé que tenía en mis brazos a Gregorio, pero era aquel chico tan guapo. No pude evitarlo, y eché mi mano hacia abajo hasta ponerla sobre su cadera. Noté que se tensaba asustado. Cuando intenté echar mi mano hacia abajo para acariciarle la polla, me cogió la mano con suavidad.

  • ¡Espera, Fermín! – musitó asustado -; me parece que imagino lo que te pasa. Me gustaría ayudarte, pero es que

  • ¡Déjalo, déjalo! – le dije -. Vuelve a tu cama. Tienes que dormir y no quiero darte la noche.

  • ¡No! – siguió acariciándome la cabeza - ¡Sé lo que te pasa! Mi primo una noche se pasó a mi cama ¿sabes? Primero me extrañé, pero cuando quiso empezar… ¡Bueno, ya sabes! Es que a mí no me va este rollo. Pero lo consolé como supe. Me ha pasado varias noches y no me asusta, lo que pasa es que no esperaba que te pasara algo de eso.

  • ¿Piensas que lloro por atraerte o algo así?

  • ¡No, por Dios! – exclamó -; pienso que te ha pasado algo con algún amigo y necesitas cariño ¡Dime si me equivoco! A mí no me importa consolarte, pero

No contesté nada y me quedé mirándolo a los ojos. Lo veía turbio, claro, pero eso no le quitaba belleza. De pronto, soltó mi cabeza y me pareció que se levantaba. Seguramente se había asustado y se iba a su cama. No. Se quedó sentado en el borde con su cabeza apoyada en sus manos sobre sus piernas. Poco después, volvió la cara y me vio más tranquilo. Entonces, ocurrió lo que yo no podía imaginar.

Se levantó un poco y se quitó los calzoncillos dejándolos en el suelo. Levantó sus piernas y se echó boca arriba a mi lado ¿Qué estaba haciendo?

  • ¡Lo siento, Fermín! – dijo sin mirarme -; no me va este rollo, pero puedes tocarme tú si quieres.

  • ¿Qué dices?

  • ¡Por favor, amigo! – me miró a los ojos nervioso -; no me beses en la boca ni me pidas que te toque. Si necesitas abrazarte a mí y tocarme, puedes hacerlo.

  • ¡Santi! – me incorporé - ¿Qué haces? ¡No quiero obligarte a eso! Mi problema es mío.

  • Te equivocas, Fermín – dijo sin moverse -; no puedo verte así, pero no me pidas que haga algo que… ¡No puedo, de verdad! Sólo puedo dejarte que me toques cuanto quieras. Eso no me importa. Me gusta, incluso.

Dudé mucho en mover un dedo, pero llevé mi mano hasta sus cabellos y le acaricié la cabeza. Me miró volviendo la cara y me sonrió. Me sentí más tranquilo y más seguro. Bajé mi mano hasta su cuello y aparté su pelo. Volvió a mirarme tranquilo y sonriendo. Seguí bajando la mano y me puse a acariciar su pecho y sus brazos. Cuando bajé más la mano acariciando su brazo, topé con su mano. Me la agarró y volvió a mirarme. Me solté y volví a acariciar su cuerpo, pero bajando un poco más. Miré con disimulo y, en la penumbra, vi su polla empalmada ¿Qué comportamiento era ese? Todo fue muy lento y siempre observé que sonreía. Mi mano, como era de esperar, llegó hasta su polla. La dejé allí, en la base velluda, un poco, pero acabé cogiéndosela y acariciándosela ¡Estaba mojado!

Lo miré intrigado ¿Por qué se comportaba así? Me dejó comenzar a hacerle una paja, pero se volvió hacia mí un poco entonces. Quise comprobar lo que me había dicho sobre los besos y acerqué lentamente mi cara a la suya. Efectivamente, volvió un poco el rostro, pero me dejó acariciarle y besarle la mejilla. Seguía mirándome normalmente, así que volví a bajar mi mano. Le acaricié la nalga y volví a cogerle la polla. Se asustó un poco y me miró.

Cuando los movimientos se fueron haciendo más rápidos, noté que su respiración se agitaba. De pronto, me apartó la mano de la polla, me empujó rodando hacia la pared y me dejó de espaldas a él. Me quedé inmóvil asustado ¡Podía decirle algo a mi madre!

Tiró de mi cuello y me fui echando hacia atrás; pegándome a él. Volvió a empujarme y me puso boca abajo en la cama. Seguí sin decir ni hacer nada. Poco después, me pareció que se movía ¡Me estaba quitando los calzoncillos! No quise mirar hasta que noté que me cogía las nalgas y me abría el culo. Buscó mi agujero, puso allí la punta de su polla dura y empezó a penetrarme apretando uniformemente. Levanté mi culo y tiró de mis caderas. Notó perfectamente cuándo entró y comenzó a follarme. Eché mis brazos hacia atrás y tiré de él todo lo que pude ¡Sabía follar perfectamente! Comenzó a jadear y se echó sobre mí. Sentí cómo se corría dentro de mí. Me quedé como estaba.

Pasaron algunos segundos y comenzó a sacarla despacio. Respiró sonoramente y se echó a mi lado.

  • ¡Vuélvete! – susurró -.

Me di la vuelta y quedé a su lado y, antes de que me diera cuenta, me la cogió con la derecha y comenzó a hacerme una paja. Quise besarlo, pero retiraba la boca. Me corrí como una bestia y lo puse todo lleno. Él se limpió con la sábana.

  • ¡Te he mentido, Fermín! – dijo sin mirarme -; he dormido todo el verano con mi primo y lo hemos hecho, pero no quería hacerlo contigo. Me gustas demasiado ¡Entiéndelo! ¡Mañana van mis padres a recogerme y no nos veremos más! Si me enamoro de ti lo voy a pasar muy mal.

  • ¡Gracias, Santi! – tiré de su mejilla - ¡Tienes los ojos más bonitos que he visto nunca y tu lunar me ha dejado ciego desde que te vi! Si me enamorase de ti, ya serían dos disgustos en pocos días ¿comprendes?

  • ¡Sí, te comprendo! – me besó en la cara -; ahora descansemos juntos. Espero que tu madre no entre sin llamar.

  • ¡No, no te preocupes! – lo tranquilicé - ¡Duerme conmigo!

Nos abrazamos y caímos rendidos. El viaje fue feliz, ¡por supuesto!, pero llegó también la hora de la despedida. Me tomó de la mano y me llevó al dormitorio del piso que mis padres habían alquilado en la calle de La Playa, cerca de la playa de San Lorenzo. Cerró la puerta y nos asomamos a la calle. Me miró sonriente, me tomó las mejillas con las manos y me besó suavemente en la boca durante un rato. Sus padres ya lo esperaban afuera.

3 – Tercera despedida

Cuando se fue, me sentí feliz en vez de triste. Había aprendido qué era amar una sola noche. Me di cuenta de que no quería ni debía pasar malos ratos. Estaba seguro de que en toda mi vida me iba a pasar aquello en más de una ocasión, así que decidí ponerme las calzonas y una camiseta y me bajé hasta la playa. En realidad, hacía un poco de fresco.

Me eché sobre la barandilla del paseo y miré la playa de un extremo al otro ¡Cuántas veces había estado allí! Al volver la cara hacia la derecha, vi a otro chico echado en la barandilla, cerca de una farola, que me miraba insinuante. Me incorporé y me fui caminando despacio hacia él, pero pasé por su lado mirándolo como él me miraba. Era un chico muy guapo y estaba buenísimo. Cuando pasé por su lado, le sonreí y me llevé la mano a la frente saludándolo:

  • ¡Adiós!