Solitaria en la noche
Tania explica una noche de solitud con ruidos continuos en la pared que la separa de su compañera de piso.
Solitaria en la noche
El traqueteo de unas maderas chirriando te despierta.
Unos golpes acompasados contra la pared, captan todo tu interés.
Unos ahogados gruñidos de esfuerzo, despiertan tu morbosa curiosidad.
Pero unos grititos de placer, simplemente joden.
Tú te enfadas. Sabes que lo que no te deja dormir no es el ruido, sino la envidia.
Te gustaría ser tú la que se está abriendo de piernas ante un bombeante cilindro de carne.
Te gustaría ser tú la que saborea sin parar ese embutido masculino mientras masajea unos peludos y endurecidos testículos.
Te gustaría ser tú la que araña una espalda y muerde un cuello a causa del escozor que están provocando en tu entrepierna.
Pero no eres tú, es tu compañera de piso.
Lo que no envidias es la excitación y la humedad en las ingles. Nunca se envidia lo que se tiene.
Rabia. Rabia por no haber aceptado la invitación. Mientras tú has preferido descansar de un día de duro trabajo, tu compañera de piso se ha llevado el gato al agua (o la polla a la entrepierna, por lo que se ve).
Ni siquiera le has visto, pero estás convencida que es el mejor amante del mundo, con la polla más larga y gruesa que puede existir y que, además, la sabe usar como nadie que hayas conocido en tu triste vida.
La palabra "Dios" retumbando en las paredes contiguas te hacen replantear tu agnóstica existencia, mientras tu mano, muerta de frío, se dirige al lugar más caliente en kilómetros a la redonda, sin importarle lo que la Iglesia diga al respecto.
Sólo quieres apagar ese fuego que te reconcome las entrañas. Sólo quieres comprobar si estás tan mojada como crees. Sólo quieres sentir lo que ella siente. Sólo comprobarlo y luego, a dormir.
Notas un dedo cruzando el vello de tu pubis. De nuevo te dices a ti misma que sólo quieres mirar si estás muy mojada.
El incremento del ritmo de los golpes en la pared, dotan de vida propia a tus dedos que ya se han metido dentro de tus ropas. Definitivamente dejas lo de dormir para más tarde.
Los dedos siempre superan empíricamente, lo que la mente ha imaginado. El calor infinito los rodean mientras rozan el clítoris. Conocedores de tu cuerpo más que tú misma, saben que aún es pronto para eso. Con sigilo, bajan más, encontrando un hueco ansioso de ser llenado.
Convertidos en cuchillos al rojo vivo se hunden en la depilada mantequilla de tu entrepierna.
Arqueas la espalda un poquito.
Abres la boca levemente.
Cierras el esfínter para abrazar, con sincero amor de tus músculos vaginales, a esos útiles apéndices que Dios te ha dado.
A medida que el dedo te autopenetra, intentas ahogar el jadeo que nace en tu garganta, como si el interior de tu cuerpo tuviera que compensar lo que tus dedos han llenado.
Sólo lo intentas, no lo consigues.
El sexo está tan lleno de intenciones
El jadeo va aumentando a medida que el dedo llega lo más hondo que puede, separando tus paredes, notando cada pliegue y untándose con su humedad.
Lo querrías mantener ahí toda la eternidad, mientras aprietas la palma contra el clítoris. Ahora mismo no encuentras explicación a no estar siempre así, con un dedo dentro de ti hasta cuando vas al trabajo, cuando vas a comer a casa de tus padres, cuando te vas a confesar, si lo hicieses .
El dedo entra y sale al ritmo de tus tonterías mentales, que así mismo, van al ritmo de los golpes en la pared.
Tu otra mano, envidiosa por naturaleza, empieza a buscar ocupaciones. Comienza por recoger tu camiseta hacia arriba, pasando sobre tu ombligo, el único agujero al que aún no has encontrado utilidad ni uso, recorriendo las costillas una a una a modo de cuenta atrás.
Contando costillas, el dedo medio se ha unido al índice dentro de tus entrañas.
Sabedores de tus dimensiones, los dedos se limitan a entrar y salir sin forzar. Los dos dedos colocados en paralelo te abren en canal, mientras la otra mano ya frota una de las tetas.
Grandes y suaves círculos despiertan a un adormecido botoncito carnoso que ya presiona sobre la palma de la mano.
Los golpes de la pared desaparecen tan de improviso como han comenzado.
Tirando de tu imaginación, ves al tío estirado boca arriba pidiendo un cambio de postura.
Accediendo a sus peticiones, te pones de cuclillas.
Separas las piernas imaginando un cuerpo caliente y peludo bajo tus pantorrillas.
Hasta notas el rítmico palpitar del alargado ser que descansa entre tus piernas.
Levantas la cabeza como debe estar haciendo ella, mirando al techo pero concentrada en tu entrepierna.
Te la imaginas a ella sobre él, con las piernas a ambos lados de su cuerpo.
Te la imaginas aferrando el miembro.
Te la imaginas levantando el culo y dirigiendo la verga hacia su bulba.
Te la imaginas moviendo la mano hasta acertar con el punto de acceso.
Te la imaginas cerrando los ojos y mordiéndose el labio superior para reprimir el exceso de excitación.
Te la imaginas bajando el culo .
Tu mano pasa por detrás de tu culo. Posas su dorso contra la cama y dejas tres de sus dedos rectos como estacas. La más perfecta imitación de una polla que puedes conseguir.
Sin dejar de frotar tus pechos, aflojas las piernas hasta notar tus labios mayores separándose en una gran sonrisa vertical. Antes que la sonrisa se convierta en carcajada, vuelves a subir.
Y bajas.
Y jadeas.
Y subes.
Y respiras.
Y bajas.
Y bajas.
Y gritas, levantando la cabeza como debe estar haciendo ella.
Grito tu nombre todo lo fuerte que puedo.
Ella grita el nombre de él.
Los golpes de al lado han dejado paso a un "ñec-ñec" de colchón maltratado. Está claro el cambio de dirección de la follada: del "Adelante-atrás", han pasado a un "arriba-abajo".
Te la imaginas aferrada a él, pasando las manos por sus perfectos músculos pectorales.
Te la imaginas desbocada como una amazona cabalgando un caballo fuera de control.
Te la imaginas con su pelo danzando sin orden ni compás, las tetas subiendo y bajando libremente.
Te la imaginas apretando llegar al suelo con su culo y al cielo con su orgasmo.
Te pido que aprietes más.
Quiero sentir lo que ella siente
Te pido que llegues más al fondo.
Quiero gritar como ella grita.
Te pido que quiero sentir tu capullo presionar bajo mis pulmones.
Sientes las tetas bambolear como las de ella, sin freno ni control, y con los pezones mareados con tanto vaivén.
Cierras las piernas como debe estar haciendo ella, aprisionando al intruso vaginal. Mueves el culo de alante a atrás sobre sus muslos, consiguiendo frotar nuevas partes de tu interior.
El ruido cesa en la otra habitación.
Mi cama sigue gimiendo, y más cuando dejo caer todo mi peso sobre la mano, sintiendo los dedos perfectamente, entrando casi, hasta los nudillos.
Vuelvo a gritar al sentirlos como se separan en mi interior forzando mi cuello uterino.
Un gritorespondido desde la habitación de al lado.
Tu morbosa curiosidad te hace parar.
Dos golpes seguidos en la pared.
Un grito anuncia a todo el vecindario el cambio de agujero de acceso al interior de mi compañera.
Con la visión de rayos X de mi cerebro, la veo con las palmas apoyadas contra la pared, intentándola atravesar para escapar del irrefutable destino de su culo.
Te la imaginas de lleno en la incertidumbre que precede a cualquier sodomización: por un lado las ganas de salir corriendo mientras gritas que alguien te ayude. Por el otro, la irresistible oferta de lo más guarro y sucio que pueden hacer con tu cuerpo.
Mi culo sigue subiendo y bajando a lo largo de mis inertes dedos, mientras mi almeja los va llenando de fluidos lubricantes. Algo de lo que carece el profanado culo de la otra habitación. Así lo denotan los continuos gritos de ella.
Llevada por la necesidad de salvaguardar mi muñeca (si sigo moviendo el culo así no tardaré ni dos segundos en partirla por la mitad) decido imitar a mi amiga. Me levanto dejando a los dedos agitándose como culebras sobre la colcha.
Envidiosa como soy y de rodillas como estoy, me la imagino a cuatro patas, agarrada al cabezal de la cama, con los puños cerrados, mientras su ano cruje como la estructura de la cama ante las embestidas del cilindro sodomizante.
Por lo ruidos, dudas qué se romperá antes: la cama, la pared o el culo de mi compañera.
Me imagino su culo gritando que, por favor, paren de entrar en él, mientras ella le grita que quiere más, y más.
Me la imagino frotándose el clítoris para contrarrestar ese dolor insufrible que parece no acabar nunca.
Me la imagino con sus cabellos yendo y viniendo mientras su cara se estampa una y otra vez contra loa pared
Me la imagino frotando tan fuerte como yo. De rodillas, con la cara entre la almohada, mi mano se pierde muy abajo, pasando entre las piernas y subiendo y bajando a lo largo de mi raja de entrada. Las embestidas y locuras me llevan a ir más lejos de lo que pensaba.
Con las manos perdidas en tus bajos, recuerdas tu primer anal. Recuerdas la primera punzada de dolor en tu recto y te preguntabas porqué accediste a algo semejante. Quizás por las ganas de sentir algo nuevo, quizás por que ya nadie podrá decir que eres virgen de algo, quizás por llegar a hacer lo que tus amigas te han contado que ellas sí han hecho. Lo que más recuerdas es esa combinación del terror más absoluto y una excitación incontrolable . Un cocktail explosivo para el que sabes que ya no hay marcha atrás.
Recuerdas que, una vez, tus gritos te dejaron oír tus pensamientos, pensabas en lo sucio del agujero que te estaban penetrando, en lo sucia que debía estar esa polla ahí dentro, en si él vería algo que sólo tú y tu inodoro habéis visto, en si no le daba asco a él. Pero, por otro lado, muriéndote de ganas de sentir como explota en tu recto y lanzarte sobre ella como una posesa mientras aún escupe restos, intentando comprobar a qué sabe ese helado de carne después de salir de tu agujero más infecto.
Recuerdas perfectamente cómo, antes de meterla en tu boca, no pudiste reprimir el instinto de comprobar si "aquello" estaba sucio de restos de tu culo. Sabes que eres una chica limpia, pero también sabes que es algo que no se puede controlar. Las marcas que, de vez en cuando, aparecen en tu ropa íntima así lo demuestran.
Recuerdas perfectamente como, al desaparecer entre tus labios, te concentraste en intentar adivinar a qué correspondía cada sabor que te llenaba: cuál era sabor a polla, cuál a coño y cuál, culo.
Recuerdas lo poco que te gustó la sensación de chorreo en esa parte de tu cuerpo. Las gotas de semen fluyendo de tu ano te recordaron a otras ocasiones de disfunciones gástricas.
Recuerdas como, al quedarte sola, no dejaste de tocarte.
Recuerdas como comprobaste lo mucho que había dilatado ese pequeño agujero.
Recuerdas que pensaste que nunca más podrías controlar ningún apretón estomacal venidero.
Recuerdas como estuviste tres días sin poderte sentar bien y que, cada vez que lo hacías, sentías como todo el mundo te miraba y, al verte ladeada, sabía perfectamente qué te habían hecho la noche anterior.
Con estos recuerdos tus dedos pasan de la suave humedad del conejito a la áspera sequedad del ano.
Convertidos en un ferry que recorre la distancia entre agujeros sin parar con una misión calra y concisa: humedecer mi entrada posterior.
El cerrado anillo de salida de emergencia de mi cuerpo, tarda en reaccionar. Ahí detrás nunca he tenido problemas con las salidas, pero con las entradas Además, hace tiempo que nadie lo usa, así que no va a ser tarea fácil.
Loca de envidia, me concentro en mis intimidades. Ambas manos trabajan: la mano derecha frota mi clítoris y se mete en mi raja, mientras la izquierda se curra una dilatación anal de la hostia.
Gritando tu nombre, consigo introducir una falange en el punto más hondo de mis nalgas.
Como otras veces, hecho en falta una tercera mano.
Como otras veces, acabo frotando mis pechos con fuerza contra la sábana.
Como otras veces, me maldigo por haber perdido aquel desproporcionado consolador que desvirgó mi juventud.
La suavidad de mi depilada rajita es infinita con tanta humedad acumulada ahí. Un consolador me penetraría con la facilidad que un cohete traspasa una nube.
Joder, como añoras ese trozo de látex.
Con el culo en pompa, la cara hundida en la almohada y las manos abarcando todos mis bajos, vuelvo a mover mis caderas a buen ritmo, subiendo y bajando mientras mi mano baja y sube y la otra presiona hacia dentro.
El frotar me hace olvidar el juguetito (Si lo hubierais visto sabrías que el diminutivo es por el afecto que le tenía y no por su tamaño)
Medio dedo desaparece en mi culito.
Tres dedos me follan mientras el pulgar frota el hinchado y endurecido clítoris.
Me vuelvo a imaginar a mi amiga gozando de la enculada, cubierta de sudor, con sus nalgas marcadas por las manos de su follador anal, y con su coño goteando dolorosamente.
De repente, las difusas imágenes que recibe mi cerebro se vuelven nítidas, claras y me veo a mí con los ojos cerrados, la boca abierta en un mudo grito, sintiendo tus huevos rebotando contra mi coño, tus manos aferrando mis nalgas El tiempo parece ralentizarse y todo lo que me rodea parece ir a cámara lenta, como si fuera una visión lejana.
Todo vuelve a su ritmo normal, sólo por una milésima de segundo. Ahora mismo algo explota entre mis dos manos y todo se desboca y acelera a mi alrededor. Por unos instantes, aunque sólo sean unos segundos, huyo, salgo de mí, me hincho de luz y me aclaro, toco las estrellas y vuelvo a mi cuerpo sin memoria, feliz y con unos temblores que me hacen sacudir hasta el más escondido de mis músculos. Mi boca se abre hasta romperse, la lengua sale como un cohete en busca del cielo, los dedos de las manos se aferran a la sábana haciéndola sangrar, los de mis pies se separan en una cómica e imposible estampida, mi espalda se arquea hasta que la columna cruje, mi garganta grita hasta quedarse muda. Mis piernas se endurecen como las de una atleta, mi culo se contrae y mi vagina sufre un terremoto que ni el Richter ese podría valorar.
En mi viaje estelar me he podido ver a mí con un dedo completamente introducido en mi ano, la otra mano aferrada a mi vagina. Por encima de la pared la he podido ver a ella con la cara contra la pared, casi llorando de placer, una mano aferrada a la nalga de él pidiendo que llegue aún más adentro mientras las patas de la cama tiemblan y crujen pidiendo un descanso. Él apretando su pistón contra las posaderas de ella queriendo partir su culo en dos, con sus perfectas abdominales tensadas, sus bíceps gritando de tanta tensión y su enorme polla entrando y saliendo de dos enrojecidas nalgas.
Con la imagen de la polla de él deformando el culo de ella , los temblores de mi coño se van diluyendo, convirtiéndose en un sopor infranqueable. El cansancio se apodera de mi, la oscuridad se agranda, me abraza, me rodea una vez, y otra, y otra, y .
A la mañana siguiente me despierto como nueva.
Con brío y energías renovadas me dirijo al baño. Necesito una ducha con urgencia. En mis dedos una fina y seca capa que necesito eliminar antes de que su olor me llegue. El bello de mi pubis y entrepierna también necesita un aclarado.
Al llegar a la puerta, ésta se abre dejando salir a mi compañera. Va en albornoz mientras se friega el pelo con una toalla.
Nos saludamos con un escueto "buenos "días".
No le digo nada más. Me siento incomodísima ante ella. Me siento traidora por haberla estado escuchando mientras follaba. Me siento despreciable por necesitar del éxito de otra para calmar mis furores internos.
Ella tampoco no me dice nada más.
Me extraña.
Ni una sonrisa cómplice previa al alardeo de la mejor follada en años.
La miro cómo camina mientras se mete en su habitación. "Aún anda bastante normal. No la debería tener tan grande el tío" pienso femeninamente cuando cierro la puerta del baño.
Si ahora me metiese en su habitación la encontraría guardando algo en el armario. Algo que nunca llegaré a ver. Algo que, como os he dicho, echo de menos en algunas ocasiones. Algo que se "extravió" durante la mudanza. Algo que se la folló anoche