Solita en mi cuarto

Un breve relato de una sesión de travestismo y fantasía femenina.

Estoy sola. La “a” al final de la palabra que acabo de escribir le da el comienzo femenino a esta noche de fantasía. Sola, vestida, desnuda, deprimida, flaca, gordita, maquillada, pintada, irritada, excitada, penetrada, violada, depilada, sudada, sentada, parada (de rodillas también es algo muy femenino para la ocasión: arrodillada), mojada, humillada, cogida, inspirada, y así sucesivamente… Todo lo que me lleve a la feminidad, a sentirme mujer, es muy cómodo esta noche. Sola, sin nadie que me perturbe, puedo caminar por la casa con el vestido que acabo de robarle a mi hermana y que me queda tan bien

Ser mujer es una cosa maravillosa. A mí me gusta mucho ser completamente pasiva. Me excita la idea de permanecer a la espera de las decisiones de mi hombre y acepto gustosamente todas sus iniciativas. Entregada totalmente a sus caprichos, con la disposición a entregarle mi cuerpo para que haga lo que quiera, pero especialmente me gusta que sepa cuándo dejar el trato fino y educado para pasar a las acciones más violentas. A veces es agradable que me golpee un poco, con unos palmazos en las nalgas o que me cargue y me tire sobre la cama antes de penetrarme. Me gusta mucho que lo haga sin quitarme la ropa, ya que con mis prendas de mujer satisfago también mi alma de travesti. Con el vestido levantado, dejando al descubierto mis partes íntimas, con mis piernas expuestas al poder de su masculinidad y con mis trasero cubierto por el calzón, me siento el objeto de su deseo. Yo soy la mujer que disfruta sabiendo que su macho goza. Cuando paso mi lengua por su vigoroso pene y percibo los espasmos que mis lamidas le provocan, siento como electricidad en mi cuerpo. Estoy conectada con él no sólo a través de nuestros cuerpos, sino también es una comunión de almas en la que el placer de uno es parte del otro. Así se multiplican nuestros gozos.

Cuando mis labios le dan un beso a su pene y se preparan para deslizarse y cubrir toda la longitud que mi garganta puede soportar, él suele dar un grito que me prepara para lo que sigue: me tomará por los cabellos y balanceará mi cabeza, como si se estuviese masturbando con mi boca. Es entonces que yo, obediente y sumisa, me relajo y le permito usarme como él lo ha dispuesto. No me importa ser lo que él quiere que yo sea. Si mi boca es el instrumento de su masturbación, yo soy feliz así. Y si él prefiere, como casi siempre, que sea mi boca también el depósito que reciba el delicioso jugo de sus entrañas, yo presiono con mis labios deseosa de que llegue ese momento. Y mientras tanto, mi boca se llena de los jugos lubricadores previos a su potente eyaculación. Me siento pegajosa antes de que eso ocurra, y lo siento cuando mis labios se tocan entre sí.

El fuerte disparo final tiene varios tiempos. El primero me toma por sorpresa y me moja la cara, y yo me lanzo a cubrir su verga para que el segundo chorro me llene la boca, como un buen trago de un elíxir mágico que me convierte en mujer. No soy capaz de contener todo eso adentro, y una buena parte chorrea entonces hacia mis tetas. Mi macho entonces me entrega un espejo para que pueda mirarme así, humillada, deliciosamente decorada con ese color lechoso que se combina con mis labios pintados. Al verme así, mi ano empieza a latir como una femenina vagina que se prepara para la invasión. Siento que se dilata, que se humedece y se lubrica como una prueba de mis instintos femeninos.  Mi macho sabe que eso ocurre. Y con su verga aun húmeda y potente se dirige a tomarme por asalto. Me toma de la cintura y sin sacarme el calzón busca con determinación el camino hacia mi orificio. Hay una primera resistencia que me produce dolor y un empuje inicial que me transporta hacia el paraíso, a pesar del dolor. En ese momento todas mis fantasías han cedido a la fuerte realidad.

Estaba sola. Hace unos minutos, antes de que él llegue, yo disfrutaba del suave contacto de mi calzón cubriendo mi trasero. Con mis movimientos al caminar, ese sutil contacto con la parte más concreta de mi feminidad me brindaba un delicado placer. Adelante, el último vestigio del jovencito que soy también tenía su papel en esta jornada de delicioso travestismo, pues ya vestida y cuidadosamente maquillada mi pequeño instrumento era apenas el clítoris con el cual siempre he soñado. Al mirarme, comprobé que nada delataba la presencia de mi penecito. Era como si mi calzón me hiciera pensar que debajo había una auténtica vagina. No parecía tener nada, ya que mi calzón formaba elegantemente un cuerpo de mujer por adelante y por detrás, una verdadera delicia en aquel momento de delicada fantasía femenina.

De las ganas de hacer pipí se me ocurrió la idea de sentarme en el inodoro. Es una de las posiciones más excitantes porque me hace sentir más pasiva aun. El hecho de levantarme el vestido, bajarme el calzón, poner mi trasero allí y dejar salir la orina me brinda una nueva sensación de mujer. Cada cosa que una hace como mujercita, ya sea cocinando, lavando los platos o limpiando la casa como una esposa que espera a su marido, es una nueva experiencia que refuerza nuestra identidad femenina. Pero hacer pipí es mucho más fuerte que todo eso. Quizás sea porque tiene que ver más directamente con nuestros órganos genitales. No estoy segura de porqué, lo cierto es que sentada allí, mientras escuchaba el sonido de la orina cayendo en el agua, yo me sentí una verdadera dama.

Con el vestido levantado y el calzón abajo se me pasó por la cabeza la idea de ir un poco más lejos en esta aventura. Pese a que muchas veces soñaba con una penetración, jamás había introducido nada en mi agujerito. Esta era la oportunidad, ya que mi excitación era muy fuerte. De mi penecito ya brotaban los juguitos que salen cuando una está así, y esta vez eran abundantes, así que pasé mi dedo recogiendo un poco y me puse a chupar mi dedito imaginando que lamía otra cosa. Luego me atreví a mojar mi orificio con ese mismo juguito y a intentar una penetración con el dedo. Fue muy difícil. Mi culito se resistía a aceptar al dedo intruso, pero mi alma de mujer empujaba cada vez con más fuerza. Era una lucha en la que parecía decidirse el destino final de mi sexualidad. Después de varios minutos había ganado la mujer. Mi dedo estaba moviéndose como si fuese el órgano sexual de un hombre y adentro de mí la mujer celebraba jubilosamente el triunfo.

Por supuesto que siguieron otros objetos. El tamaño fue aumentando, en grosor y longitud, y la violencia de la penetración también. El dolor que mi dedito me produjo al comienzo ya no existía. Ni siquiera tenía que abrir mis nalgas. El pepino que tenía adentro era muy largo y muy grueso, y yo estaba echada de costado, con mis nalgas cerradas mientras arremetía fuerte y rápidamente con entradas y salidas. Me sentí rota, atravesada y desvirgada. Más mujer que nunca.

Mi hombre era sólo un sueño. No existía. Pero yo podía sentirlo muy cerca a mí en esta maravillosa sesión de travestismo y autocomplacencia, donde acabo de decidir que seré mujer desde el día de hoy. Algún día ese pepino será un pene de verdad y yo estaré echadita, totalmente pasiva, mientras él me penetra, mientras él decide lo que hará con mi cuerpo.

Alguien se anima a ser ese hombre?