Solita en casa
Estando sola en casa, descubro que solo necesito mis manos y mi cuerpo caliente para darme placer.
¡Hola! Ojala me recuerden, me llamo Leticia, bueno Lety. Sino, bueno, les recuerdo un poco. Tengo 44 años bien cumplidos y cuidados, mi cabello es largo, lacio y rubio a media espalda, mis ojos son grandes de color castaño, mi piel es blanca, mis senos bastante grandes, mi cintura pequeña, delgadita; y mis nalgas también son grandes. Hace poco escribí un relato titulado "el recuerdo de una chica me consume por las noches" En el que narro como hace no mucho, el haber tenido relaciones con una niña preciosa por primera vez me había trastornado, volviéndome adicta a su recuerdo y a la masturbación.
Definitivamente estoy loca, y si no, ya estoy muy cerca de estarlo, a últimas fechas no soy la que era y hago cositas que hace tres meses ni siquiera me pasaban por la mente (como escribir mis experiencias, por ejemplo). Esto que les relato ahora, sucedió apenas la semana pasada. El viernes pasado fue una de esas tardes tan despreocupadas que te ponen ansiosa, que te desesperan. Mi hija había salido, extrañamente había terminado todo mi trabajo antes de la comida, y sin más me fui a la casa. Me entre tuve un rato en la cocina, pero parecía estar muy nerviosa. Decepcionada de la televisión, inconforme de todos mis discos, de pronto me sorprendí dando vueltas por todos lados como una leona enjaulada, y para colmo, invadida por esa fiebre que les relaté antes, que surge de entre mis piernas, y sube consumiéndome toda, incluso la razón. En un momento dado, sintiendo intensamente esa sensación me detuve en el pasillo de la planta alta: a mis espaldas quedaba la puerta entre abierta del baño, a mi derecha el cuarto de mi hija, a la izquierda el mío y frente a mis ojos el horizonte de la escalera, desde donde subía el lejano sonido de la televisión que había dejado olvidada en alguna telenovela o algo así. Aparte de eso, nada, estaba sola, por fin me di cuenta. Era dueña de mi casa en mucho tiempo, pues aunque es cierto que pago el cable, la luz, el gas y el agua, rara vez puedo llamar a ese espacio mío: si no es mi hija en el teléfono o con su música, es la muchacha subiendo y bajando, los ruidos de la cocina, en fin; pero esa tarde en especial no había nadie, incluso los ruidos de la calle estaban inusitadamente suspendidos, estaba sola, muy sola.
Un estremecimiento súbito me atravesó el cuerpo: subió por el interior de mis muslos, se deslizó entre la tenue línea que divide mis nalgas, cruzó mi espalda forzándome a gemir levemente y arquear hacia atrás mis hombros como intentando liberar mis senos de la ropa, siguió electrizando mi cabello, nublando mis ojos y humedeciendo mi boca hasta colgarse de mis pezones haciéndoles endurecer. Entonces, como quien contempla con sorpresa la travesura de una niña pequeña, descubrí mis manos, fuera de mi control, desabrochando mis pantalones, zafando el botón primero y luego colgándose, casi sensual del zipper para acariciar mi monte sobre mis pantis al paso. Era (por más raro que suene) como si mis manos, aprovechando mi soledad, me tomaran sin mi consentimiento, como si a pesar de la voz que en mi mente insistía con la preocupación de que alguien pudiera entrar o de que el teléfono pudiera sonar, mi cuerpo no estuviera dispuesto a detenerse poseído por esta calentura irrefrenable, exacerbada por la soledad que permite travesuras, y la luz de la tarde que me camuflajeaba (me imagino) como una sombra más de la casa. Con mis ojos detenidos por la sorpresa miré mis pantalones caer sobre mis zapatos, hasta mis talones. Alcancé a lanzar una rápida ojeada al reloj de mi pared tratando de encontrar un último pretexto que lograra refrenarme: Las 7:24, alcancé a leer en mi mente. Cuando volví a mi cuerpo, quedaban solo dos botones por desabrochar de mi blusa, y mis nalgas templadas por la calentura, se sentían más grandes, más firmes, más suaves, irresistiblemente acariciables. Tuve que voltearme a mirarlas: efectivamente, era el culo grande y bello de una hembra excitada, olía a mujer aún a distancia; eran unas nalgas que me encantaría besar, rozar con mis pezones y con mis labios, con los vellitos de mi monte en la sorpresa de un abrazo. Un súbito roce en mi pecho me hizo regresar entre jadeos al movimiento de mis manos: ya solo un botón sostenía la blusa. Todavía asustada por la transformación ví caer hacía mis brazos la tela blanca, de entre la cual aparecieron mis senos aún contenidos por el brassier. El ritmo de mi respiración hacía a mis pezones rozarse salvajemente con el encaje de la prenda provocando descargas de humedad de mi vagina; ahí dirigí mis manos tratando de comprobar el hecho: si, estaba empapada, más de lo que me había imaginado, incluso en mis muslos ardían las gruesas gotas de mis jugos. Estaba por sucumbir al placer, domada por mis instintos con los ojos cerrados, sintiendo cada espacio de mi cuerpo, aún escuchando el leve eco de mi prudencia en la mente; sin embargo, cuando volteé hacia mis senos, y pude ver mi aureola asomándose por el borde del brassier, por fin me rendí: esa sombrita sensual, tensa que se asomaba de mi ropa terminó de seducirme. Ya no pensé en mi hija, ya no pensé en la televisión, en el trabajo, en la soledad, en la casa, en nada; estaba tocando un delicioso cuerpo de mujer, y las manos suaves de una mujer, las mías (las más expertas para tocarme) recorrían mi piel inventando exquisitas caricias al paso. Encajé mis manos en mis pantis, roce firmemente mi vagina con mi dedo anular separando mis labios y exponiendo mi clítoris inflamado, ansioso; lo pellizqué de pasada forzando una nueva descarga eléctrica que me hizo lanzar un grito salvaje de placer.
Paradita ahí en medio de mi casa, abrí mis piernas un poquito, sin sacar de en medio de mis piernas mi mano derecha, lancé mis nalgas hacia atrás y entre gemidos que cada vez se oían más fuerte empecé a apresurar el ritmo de mis caricias mientras terminaba de bajar mis calzones hasta la altura de mis muslos. Empecé a sudar todavía medio desnuda, mientras con uno de mis dedos me penetraba acompasando el ritmo del movimiento de mi mano con el movimiento de mi pelvis, sin darme cuenta (pues como les cuento, aquello era como estar poseída) ya tenía dos dedos dentro de mi cuerpo y mi mano izquierda se deleitaba acariciando mis nalgas, dibujando mi rayita con el dedo anunciando mi deseo insaciable por una caricia anal; mis piernas perdieron fuerza haciéndome caer de rodillas, mientras mi culo respingaba exponiendo mi anito rosado que temblaba un poquito asustado pero caliente cuando mi dedo lo penetró deliciosamente.
Puedo jurar que el grito de placer que lancé cuando sentí el cálido y estrecho abrazo de mi ano, en medio de ese absoluto silencio, retumbó hasta el cielo, pero no me importaba; estaba completamente pervertida, incluso mis fantasías se tornaron violentas, llevando al límite mi excitación
¿Qué pasaba si mi hija entraba de sorpresa y me encontraba tumbada en el piso hincada, con mis nalgas arriba, mis senos al aire y mis dos manos ocupadas dándome placer? Ya no importaba pensé entonces- la invitaría a tocarme, a besar mis senos mientras la desnudaba poco a poco, sintiendo su cuerpo lindo contagiándose del calor de mami, y terminaríamos como en una de esas historias que había leído de sexo entre madre e hija que tantísimo me habían excitado (definitivamente me estaba volviendo loca)
Pude haber claro, entrado a mi cuarto para masturbarme en mi cama, como siempre, pero el hacerlo así, en medio de todo el espacio inusualmente vacío, tenía un plus de morbo que me excitaba demasiado, además como dije, no pude contenerme, y más importante que todo, había descubierto que para saciar el placer que deseaba ansiosamente, no me hacía falta más que mis manos, mi imaginación, y mi delicioso cuerpo.
Tuve un orgasmo torrencial, pleno, una descarga de mi pelvis que normalmente me deja saciada, pero esta vez fue diferente. Quedé tumbada, recargada contra la pared recogiendo mis jugos y chupándolos de mis dedos. Revisaba mi cuerpo semi- desnudo una y otra vez, disfrutando mi travesura, dejándome llevar por el penetrante olor de mi cuerpo caliente, y la sensación de ardor que seguía vibrando en mis senos. Chupaba cada dedito de mi mano con tal fuerza que mi lengua y todo mi sentido del gusto vibrara con el sabor de mi humedad, de mi deliciosa perversión. Aquella vocecita que retumbara prudente en mi cabeza unos momentos atrás, ahora gemía y suspiraba sugiriendo nuevas caricias "Que ricas tetas tienes Leticia, ¡Son tan grandes! Acarícialas, siéntelas, ¡Así, chiquita! ¿Quieres pellizcarte tu pezoncito? Si, así, mmmm- ¡Qué rico!" Seguía todas las instrucciones que brotaban de mi mente, sin despegar mi mano cubierta de una mezcla de saliva y fluido de mi nariz y de mi boca estuve así un rato, con los pantalones en los tobillos, las pantis enrolladas en los muslos, los senos al aire, el cabello ya hecho un desorden y la mirada perdida, en el disfrute de mi cuerpo. En un momento dado, me levanté y terminé de desnudarme, me metí a la regadera, y ahí seguí masturbándome, acariciando mis senos con el agua tibia, amasando los vellitos de mi monte con el jabón, y otra vez por inercia, mi mano se encajó entre mis piernas. Seguía muy, muy caliente; me tumbé en el piso del baño, y dejándome llevar en el tacto de mis senos abrillantados por el agua, me acerqué a un nuevo orgasmo. No podía dejar de ver mis pezones. Mis aureolas tenues y las piedritas duras, los pellizcaba notando como esa caricia podía volverme loca, y más que eso, imaginaba su sabor salado, el roce de mis labios en ellos mientras mi nariz se hundía en la piel blanca y redonda de mis senos, tan grandes y firmes, tan deseables.
Después de otro orgasmo impresionante, salí del baño y todavía desnuda empecé a deambular por el cuarto y por la casa, eran apenas las 8:15. La inercia me llevó al cuarto de mi hija, al cajón de su cómoda y a su agenda. No podía dejar de mirar mis pezones que se mantenían endurecidos anunciando mi inextinguible excitación, cayendo en cuenta que lo que necesitaba era el tacto de una niña en ellos, y yo a mi vez necesitaba besar y morder unos pechos lindos. Estuve a punto de marcar el teléfono de "Alicia", la amiguita de mi hija con quien había estado la primera vez, pero me refrenó un breve resquicio de cordura (para ser honesta debo decir que marqué a su celular pero lo tenía apagado, y me dio mucha pena llamar a su casa)
Así pues, desde entonces busco cualquier oportunidad para tocarme y disfrutarme, Lo hago en el coche cuando voy a la oficina, siempre que me baño, incluso cuando estoy con otras personas . Pero eso ya se los contaré en otra ocasión. También he tenido deliciosas relaciones con chicas lindas, con las que desbocado la fantasía, creo que ahora no me pesa reconocer que soy lesbiana, y decir que me encanta!!!!