Soledad
Un encuentro casual desata una pasión larvada durante muchos años.
Soy Alex, un hombre maduro con una vida aparentemente monótona y convencional pero con un interior complejo, siempre dispuesto a dar rienda suelta a sus pasiones. Para mí es un placer contactar de nuevo con ustedes a través de estos relatos, una forma agradable de compartir mi universo privado de vivencias. A veces el pasado se presenta ante nosotros de la manera más inesperada, y hoy les voy a relatar una experiencia real que viví no hace muchos años cuando frisaba los cuarenta. Si les soy sincero, pienso que en mi vida han acontecido cosas poco comunes por las que debo sentirme especialmente afortunado. Sin embargo, cuando reflexiono sobre todo ello, tengo que llegar a la conclusión de que al final nos suele pasar aquello que, siendo posible, buscamos con determinación y deseamos con fruición. En la selva de la vida somos cazadores oportunistas, y nuestro éxito depende del manejo que hacemos de nuestras oportunidades, para empezar sabiendo reconocerlas. El azar hace el resto.
Aquél domingo primaveral, como muchas otras veces, salí a correr por los alrededores de la ciudad. Hay un circuito que bordea un río, mitad urbano y mitad rústico, muy frecuentado por todo tipo de personas y bastante agradable en esta época del año. Suelo hacerlo sólo, me abstraigo así de mi vida familiar y mis obligaciones. Una de las ventajas de las grandes ciudades es la de poder disfrutar de privacidad en medio de la gente, el mundo nos contempla con indiferencia e impasibilidad cuan gota de agua en el océano. Hice un pequeño receso en mi carrera para recuperar el aliento, y mientras caminaba escuché una voz que gritaba mi nombre, no sabía de dónde venía, no soy el único Alex del mundo y seguí mi camino sin inmutarme. Pero ante la insistencia volví la mirada y vi a una mujer madura, de mi edad, pelo teñido de rojo, pechos generosos, ropa deportiva muy ajustada, en especial el pantalón elástico que dejaba poco margen a la imaginación y mostraba unas curvas bastante sugerentes, propias de una treintañera, era esa típica mamá con los justos kilos de más para no dejar de ser atractiva.
-¿Soledad, eres tú?- Respondí queriendo reconocer un rostro que me retrotraía a mis primeros años de instituto.
-Sí soy yo, ¿no te acuerdas de mi?- Me respondió ella.
Hago aquí un pequeño paréntesis para evocar el recuerdo que guardaba de Soledad, mi compañera de primeros años de instituto. Compartí con ella aula durante dos años, primero y segundo del antiguo BUP (Bachillerato Unificado Polivalente, ya ha llovido desde entonces). Era una chica de las que venía a diario en un autobús al centro, ya que su residencia se ubicaba en un pueblo de la comarca. Eran otros tiempos, ciertamente las costumbres han cambiado, pero como ya les he comentado en otras ocasiones aquél Alex inocente y tímido era muy demandado por las chicas, y Soledad dentro de su candor también intentó flirtear conmigo en más de una ocasión. En las relaciones personales funcionaba una especie de estatus absurdo, propio de aquellas sociedades cerradas de los ochenta a caballo entre el mundo rural y el urbano. En ese contexto yo era el chico guapo de ciudad y ella la chica de pueblo no exenta de complejos. Soledad era de pelo castaño o moreno, de estatura media-baja, sobre los 155cm, portaba siempre indumentaria de corte clásico no a la última moda, impuesta por su entorno social supongo, era reservada, observadora, franca, sincera… En lo físico era una chica del montón, delgadita sin excesos aunque empezaba a desarrollar esas curvas que marcan el paso de niña a mujer, de rostro agraciado sin ser una belleza de calendario. Yo como todos mis compañeros estaba prendado de otras chicas, las más llamativas, lo típico de un adolescente bobo. El caso es que, aparte de mantener con ella una relación formal y educada, siempre fue invisible para mí en lo relativo al sexo. No obstante lo anterior, recuerdo mostrarme cercano hacia ella y otras compañeras de los pueblos que venían a diario al instituto, mi carácter siempre fue amable. Con ellas solía compartir apuntes y realizar trabajos de clase, por lo que me estaban muy agradecidas. Me viene a la memoria cuando nos sentábamos juntos durante el tiempo de recreo y me contaban sus cosas, eran unas chicas cercanas, sencillas y ajenas a esa sofisticación estúpida e hipócrita de las pijas de ciudad. Quizá por ello Soledad me apreciaba, yo sabía que físicamente le gustaba algo más que un poco, pero aparte lo físico me valoraba como persona, se sentía segura conmigo, confiaba en mí, se le notaba, fuimos buenos amigos. Aunque seguimos en el mismo instituto todo nuestro bachillerato, en los últimos cursos nos separamos un poco, ella eligió la opción de letras y yo la de ciencias, dejamos de estar juntos en clase y acabó por echarse novio. Luego vino la universidad, nuestras vidas tomaron caminos divergentes y ahí le perdí la pista, ese era el recuerdo que tenía de ella.
Volviendo a mi encuentro casual con Soledad, veinticinco años después de nuestro paso por el instituto, le respondí que claro que me acordaba de ella. Tras unos momentos de duda nos dimos dos besos de amigos reencontrados y le dije que no había cambiado mucho (aproveché para mirarla de arriba a abajo, como mujer madura había cambiado a mejor, era muchísimo mas atractiva que el recuerdo adolecente que guardaba de ella). Ella sonrió no sin demostrar timidez y agradecimiento.
-Eres muy exagerado Alex, ha pasado mucho tiempo… El que está muy bien eres tu, estás igual que siempre, que bien te conservas.- Me dijo mirándome con cierta coquetería que podría también considerarse como un simple cumplido. Es en estos momentos en los que un hombre debe poner atención, no sabes el sentido último de las palabras, puede que sólo fuesen una formalidad pero debes contemplar la posibilidad de que no lo sea. Así que me puse a hurgar en su mente capa a capa, con tranquilidad. Tras decirle que me agradaba mucho encontrarla, rememorar algunos recuerdos de la adolescencia, preguntarle por algunos compañeros mutuos y romper el hielo que había impuesto el paso del tiempo, decidí ir un poco más allá entrando en lo personal.
Soledad dime, ¿cómo te ha ido la vida?
Bueno, ha habido de todo- me dijo
¿Vives aquí en la ciudad, tienes familia? - indagué.
Sí, con mi hija. Verás, me casé con Eduardo, aquél chico que conocí en el instituto.
Sí, recuerdo que erais novios.
-Lo cierto es que me separé hace un par de años, así que ahora me dedico a mi trabajo y a cuidar a una adolescente que llena mi vida, mi hija Cristina lo es todo para mí.
-Vaya, siento que no te fuese muy bien en tu matrimonio, lo cierto es que la vida es a veces complicada.
No te puedes hacer una idea Alex, pero soy una luchadora.
Me alegro mucho de que tengas esa disposición tan positiva, Soledad. Hay que seguir adelante y aprovechar en cada instante lo bueno que nos da la vida - le dije.
Gracias Alex, eso intento- se hizo un pequeño silencio.
Ya sabía que Soledad estaba divorciada, lo que para un obsesionado en darle un plus de emoción a su vida no dejaba de ser muy estimulante. En mi mente circulaba una idea: si yo le gusté cuando era adolescente, no hay motivo para que ahora no le resulte incluso más atractivo… Absorto en esos pensamientos me interrumpió con una pregunta lógica.
-¿Y a ti, cómo te va la vida?
Hubiese preferido no entrar en esa parte, pero sabía que parte del éxito de mi incipiente plan debía basarse en la sinceridad, ella debía ver en mí el mismo chaval sincero y cercano de siempre. Cuando quieres abrir una puerta tienes que saber si tienes la llave correcta, sirva esa metáfora para explicar mi respuesta a su pregunta. Le dije que era un hombre casado, con dos hijos, que era profesor universitario, que tenía una vida llena de ocupaciones, que viajaba mucho, que apreciaba el contacto con los estudiantes porque me hacía sentir joven. Le hablé de mi actitud vital, y engarzando sutilmente con las experiencias quizá traumáticas de su vida, le comenté que siempre había intentado tomar lo mejor que me había ofrecido la vida, sin dejarme nada en el tintero.
Yo intento también llenar mi vida con cosas - me dijo, no quería darme la sensación de ser la misma mojigata que conocí muchos años atrás.
¿No tienes pareja? Ya sabes, informal…- Sondeé un poco más en su vida privada.
Bueno…(dudas)…nada estable, alguna vez salgo con unas amigas y eso… pero no…no hay nadie. Y además no quiero volver a ese rollo, ¿me entiendes?, no quiero pasar por lo mismo.
Ahí creí percibir algo, intuición, probablemente no había mantenido ninguna relación tras su divorcio, y por tanto tampoco follado desde hacía tiempo. El rubor en su rostro y el titubeo de su respuesta indicaban algo en esa dirección. Mi estrategia debía ser clara, decirle algo así como…tranquila, me ofrezco a llenar los huecos existenciales y anatómicos de tu vida, y además sin que ello suponga un trauma para ninguno de los dos, sin compromiso… Qué desfachatez, eso sería como poco descortés si no obsceno, que brutalidad -pensé- ¿Pero cómo se lo daba a entender?
Soledad, en ese tipo de cosas siempre he pensado que hemos de quedarnos con lo mejor que nos da la vida. Aprovecha estos años con tu hija, nunca los volverías a disfrutar, pero saca tiempo para ti misma.
Sí, lo tengo muy claro. Me entrego a mi hija a diario e intento llenar mi vida con muchas cosas. Pertenezco a un club de….Voy frecuentemente con mis amigas a….Este verano con Cristina viajé a… (Varios comentarios en esa línea)
Genial. Verás -le dije - yo por ejemplo soy un hombre casado, pero no me considero un hombre atado. Quiero decir que tengo una mente siempre abierta a nuevas experiencias . Por ejemplo, me gusta viajar a congresos nacionales e internacionales donde interactúo con muchas personas, el sentirme libre hace que lo que me rodee esté en equilibrio y no me asfixie.
Otro silencio escrutador por su parte y la mía, no sabía si la conversación la incomodaba. Continué para romper ese impás intentando poner algo de humor.
- Yo siempre he dicho -continué- que el truco para que un matrimonio dure es vivir en una casa muy grande. El marido en el ala Norte y la mujer en el ala Sur.
Soledad no pudo evitar soltar una carcajada. Busqué intencionadamente sus ojos marrones y fijé en ellos los míos. Le mantuve un instante la mirada, sí, estaba claro que le gustaba, estaba nerviosa, la conversación la había sorprendido.
Alex, menos mal que no está tu mujer aquí cerca. Si te escuchara…
Soledad, supongo que te digo estas cosas porque ella no está aquí y no puede escucharme.
Otro silencio… Andamos un poco más sin saber de que forma continuar la conversación, ella me miraba de soslayo, yo hacía lo propio.
-Vaya, se me hace tarde, tengo que volverme para casa, -me dijo- he de preparar la comida.
Qué pena que el paseo se nos haya hecho tan corto -le dije- Me ha gustado tanto volver a verte y charlar contigo… ç
A mí también Alex, me ha gustado mucho encontrarte y hablar contigo.
Pues habrá que repetirlo, ¿no crees?
Sí claro…(dijo algo ruborizada)
Saca tu móvil y apunta mi teléfono, y me haces una llamada para que guarde tu contacto.
Dicho y hecho, no tardó un segundo, tras almacenar mi número en su agenda, en hacerme la llamada.
Ahí tienes mi número, para lo que quieras llámame.
Lo haré...
Nos despedimos con dos besos que intenté prolongar unas décimas de segundo, quería sentir el roce de su cara y que ella sintiese el mío. Cuando se fue no pude evitar girar la cabeza para contemplarla por detrás, su trasero estaba bien definido, contundente, y su figura, perfectamente marcada por el chandal ajustado, era muy sugerente, apetecible. Ella volvió también su cara para mirarme, nuestras miradas se cruzaron un instante… todo iba bien. Pensé en cómo debía profundizar en lo que habíamos empezado, si es que habíamos empezado algo. No podía quedar con ella para ir al cine, no éramos dos adolescentes, yo estaba casado y ella era una señora lo suficientemente reservada como para evitar situaciones forzadas y desagradables. Ese tipo de cosas eran inapropiadas, ella era una mujer formal, centrada en su trabajo y su familia, no parecía una aventurera descarada sino todo lo contrario, más bien recatada, preocupada por el “qué dirán”, un poco tradicional, pero en el fondo sabía que lo deseaba como yo. ¿Cómo proceder para acercarme sin incomodarla? La clave fue su trabajo, me confió que era funcionaria y trabajaba en un complejo de oficinas en el centro de la ciudad, no muy lejos de la Facultad. Yo disponía de cierta libertad de horarios, mas allá de clases y tutorías, por lo que pensé que la excusa de compartir con ella el desayuno un día cualquiera podría funcionar. Le mandé un mensaje de texto al móvil, informal
¿Te viene bien que nos encontremos para charlar durante el desayuno esta mañana? Sin agobios, si no puedes lo dejamos para otro momento, no sé si os dejan en vuestra oficina mucho tiempo.
Esta mañana no me será posible Alex, ya hemos salido a desayunar.- me dijo- ¿Mañana a las 10 te viene bien?
Perfecto.
Nos citamos en un bar a medio camino entre su oficina y mi Facultad, allí estaríamos mas tranquilos sin testigos engorrosos. Lo mejor de aquella situación es que la repetimos con frecuencia, ella cada día se encontraba más gusto conmigo, durante los desayunos me contaba cosas de su trabajo, de su día a día con Cristina, yo le refería mis peripecias con mis estudiantes y otros asuntos personales mientras la confianza iba creciendo entre nosotros, yo me la comía con la mirada y ella me correspondía, la llama ya había prendido y sólo necesitábamos la chispa. Un día me armé de valor y le hablé así.
Soledad, quiero decirte algo… sabes que me lo paso genial contigo….
Yo también Alex- me dijo lacónicamente intuyendo hacia donde iba la conversación.
Me gustaría que intimáramos un poco más, somos adultos, no unos niños.
Alex, yo…no quisiera ser un problema para tu vida… sabes lo que te respeto…y no solo te respeto…es algo más que eso. Y eso me da miedo.
Me gustas Soledad, y quisiera vivir nuestra relación de una forma más cercana, conocerte un poco más. No sé si estás preparada para ello, no sé si aceptarías a un amigo íntimo en tu vida. No te ofrezco un compromiso formal, no quiero ni puedo mentirte, mi matrimonio se queda al margen, solo te ofrezco que compartamos algo inolvidable para los dos, dejando nuestras familias y nuestras vidas a salvo.
¿Quieres que sea la otra? -me dijo-
Quiero que seas Soledad, mi amiga. Y quiero conocerte y que tú me conozcas un poco más. Sólo eso y nada más que eso. Si no puedes con ello o te sientes incapaz de derribar este muro de tabúes lo entenderé. Te respeto mucho.
Déjame que lo piense, dame un tiempo.
Y así ocurrió, no quise asfixiarla, le di su espacio. Durante unos días interrumpimos nuestros desayunos compartidos, tenía dudas, no sabía si había jugado mis cartas de forma correcta. Un día me llamó al móvil, escuché su voz de forma diferente, quizá fuese el nerviosismo, quizá la duda, yo pensé por un instante que me iba a proponer dejarlo definitivamente, que no nos volviésemos a ver, estaba preparado para ello. Tras un hola y un silencio me dijo lo que tanto ansiaba.
Alex, lo he pensado…y también yo lo deseo. Te digo que sí, pero por favor que sea algo entre los dos, sólo entre los dos, que nunca nadie sepa nada. ¿Podemos llevarlo así?
Claro que sí Soledad, lo organizaré, no te preocupes.
Hemos sido imprudentes Alex, tantos días viéndonos en esa cafetería, alguna compañera ya me ha preguntado quién eras entre risas, nos han visto juntos muchas veces. Por eso dudaba.
Tranquila Soledad, si vamos a dar este paso no necesitamos vernos nunca más en una cafetería, lo haremos a partir de ahora en un lugar más discreto, tú y yo solos. Yo necesito también conducirme con prudencia. Y otra cosa…
¿Qué?
Discúlpame que no te lo haya dicho antes, eres realmente preciosa.
Gracias Alex... tu siempre me gustaste mucho... quizá nunca te diste cuenta cuando estábamos en el instituto.
No, no me di cuenta -mentí, claro que lo hice- Guárdate esos secretos para cuando nos veamos, ya me contarás detalles.
Soledad en cierto sentido seguía siendo aquella chica natural y candorosa que conocí en el instituto, eso le daba mucho más morbo a la posibilidad de hacerle el amor. Organicé una cita para una tarde en un hotel muy discreto de la ciudad, yo lo conocía de haber ido a follar con alguna escort tiempo atrás. Allí se presentó a la hora convenida. Cuando entró en la habitación sentí como se ruborizaba, empezó a referirme nerviosamente lo mal que lo había pasado al cruzar la recepción hasta llegar al ascensor, sin mirar a nadie por si la reconocían. Yo le dije que se tranquilizase, que allí entraba y salía gente continuamente por muy diversas razones, y nadie iba a reparar. Llevaba un abrigo largo que la cubría de arriba abajo, se lo quitó y lo colgó metódicamente en una percha con el mimo propio de una mujer coqueta. Allí la pude contemplar en plenitud, llevaba una falda ajustada un poquito más corta de lo normal, medias negras, jersey también ajustado, maquillada de forma evidente pero sin excesos, su pelo suelto a la altura de los hombros, su rostro redondeado más hermoso que nunca. Me acerqué sin decir palabra hasta estar junto a ella, ella bajó la mirada, se armó de valor y levantó su cara hasta fijar sus ojos en los míos, la rodeé con mis brazos, ella de forma tímida hizo lo mismo con los suyos mientras esbozaba una sonrisa entre pudorosa y nerviosa. Ninguno de los dos hablaba, busqué con mis labios los suyos y al hacerlo sentí como se abrazaba a mí con más fuerza, nos besamos con dulzura, primero en los labios, poco a poco entreabrió su boca, sentí su calor interior, era tímida y no se me ofrecía aún, seguí besándola mientras acariciaba lentamente su espalda, mi lengua jugaba con sus labios sutilmente, ella abrió por fin su boca y me entregó la suya. Nos fundimos en un beso apasionado ya liberados de cualquier freno, comencé a acariciarle los glúteos por encima de su falda, los aprisioné y la empujé su hacia mi cuerpo para que pudiese sentir mi polla dura. Ella tenía los ojos cerrados, seguía absorta en sus besos apasionados cuando instintivamente empezó a mover su cuerpo buscando el roce con el mío, a cada empujón mío reaccionaba sutilmente con otro intentando prolongar ese contacto, empezaba a dejarse ir.
Llegué con mis dedos al final de su falda, la levanté suavemente siguiendo el dibujo de sus piernas, sentía el roce de la seda de sus medias seguido de la ligera aspereza de sus ligas, a continuación las yemas de mis dedos acariciaron la suave y cálida piel de sus muslos, de sus nalgas… La miré a los ojos mientras le quité lentamente el jersey, sus pechos eran grandes, generosos. Antes de liberarlos del sujetador, con frialdad calculada, busqué el broche de su falda que instantes después ya estaba en el suelo. Soledad me miraba absorta, sus mejillas estaban enrojecidas, no sabría decir si por la vergüenza o por el fuego de la pasión, aproveché para analizar su anatomía, era muy femenina, tenía la fisonomía de una mujer real no trabajada en el gimnasio, su carne era cálida y tierna, su figura despertaba mi deseo, mis dedos se hundían con facilidad en sus glúteos, el tacto de su piel era aterciopelado. Me quité la ropa y me despojé de los slips para que viera mi miembro erecto, desafiante, enrojecido, con venas marcadas, formado ese ángulo agudo con mi vientre que indica el climax de la excitación masculina. Ella lo miraba casi como pidiendo perdón, con mezcla de timidez y deseo, le acerqué su mano y lo acarició con dulzura, el tacto de sus manos era suave y cálido. Lentamente la rodeé, liberé el broche de su sujetador, luego acaricié sus glúteos por detrás, suavemente, siguiendo con mi dedo la raja que los separa. Le bajé las braguitas, llevaba una lencería negra a juego con sus medias, me concentre en los detalles de sus pies liberándose de sus braguitas, primero levantó uno… luego el otro… luego se agachó para recogerlas y colocarlas cuidadosamente en un sillón de la habitación. En ese momento vi su sexo nítidamente, por primera vez, el abundante vello que lo rodeaba no impedía que los labios enrojecidos de su vulva asomasen con claridad. Me puse de pié frente a ella de nuevo, alojé mi pene entre sus piernas y con movimientos sutiles lo encajé entre los labios de su coño, ya húmedo. Ella comenzó a suspirar, rompía por fin su silencio, la lubricación de su vulva era tal que mi miembro se deslizaba adelante y atrás con facilidad, rítmicamente. Yo era bastante más alto que ella, intenté agacharme un poco buscando que mi miembro sintiese más su carne mientras estimulaba su clítoris. Soledad empezó a gemir casi de forma imperceptible, era muy pudorosa, yo deseaba verla perder el control, continué con la escena unos minutos, me besaba con pasión, entreabría sus ojos y ahí pude ver el placer en su mirada perdida. Cuando su respiración empezó a ser más entrecortada la empujé con dulzura a la cama, la senté al borde y cogí sus piernas hasta apoyarlas contra mis hombros.
Seguí con la mirada su sexo lubricado mientras mi pene lo acariciaba, comencé ese roce rítmico y suave de mi glande con su clítoris, con los labios de su vulva, arriba y abajo, me gusta hacerlo, me gusta ver el rostro de mi compañera ante la expectativa de la penetración. Apoyé mi glande entre los labios menores de su sexo buscando la entrada de la vagina, sutilmente presioné y noté como su carne cedió a mi empuje envolviéndome en ese universo de sensaciones tiernas, cálidas y húmedas. Dejé caer mi cuerpo hacia adelante mientras de forma sincronizada mi miembro la penetraba profundamente, sintiendo con plenitud lo más intimo de su ser. Sus gemidos fueron entonces más sonoros, incontrolados, desesperados… mis labios se comían sus pezones generosos mientras la besaba, le mordía el cuello, y me volvía a dejar envolver entre sus pechos. Legó un momento en que ambos perdimos el control del tiempo y el espacio en medio de gritos de placer, cuando sientes que navegas por el paraíso de los sentidos. Empujé frenéticamente, su carne era cálida, tierna, suave, se abría más y más para recibirme, no pude más y dejé dentro de ella la esencia de mi energía y mi pasión. Aquella tarde en el hotel hicimos el amor de cuantas formas es imaginable, es reconfortante cuando dos seres humanos se liberan de todos los convencionalismos y se entregan al placer sin limitaciones. Vinieron muchas otras citas, muchos otros besos apasionados, muchos otros momentos de entrega al climax de la pasión. Hasta que pasado un tiempo las circunstancias aconsejaron acabar con aquella aventura, supongo que es una forma eufemística de decir las cosas. En algún momento Soledad necesitó de mí algo que yo no le podía dar, algo que nada tenía que ver con el sexo. No lo verbalizó explícitamente, no hizo falta, yo lo comprendí sin necesidad de palabras. A veces me miro al espejo para afearme mi crueldad, para avergonzarme de mi mismo, para odiarme por no poder haber correspondido a los que tanto me entregaron con sinceridad, devoción y amor. Llegados a un punto de no retorno decidí enfriar aquella relación, de esa forma tan cordial e inmisericorde que tan bien se me da, tan propia de mí. El tiempo nos hizo de nuevo invisibles el uno para el otro. Lo siento Soledad.